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ZAPATA, AL QUE MATARON PORQUE NO SE VENDIÓ NI

CLAUDICÓ
Armando Martínez Verdugo
La burguesía mexicana, los empresarios capitalistas de ayer
y hoy, los que dominaron y gobernaron ayer y hoy, matan
cuando no logran doblegar al dirigente revolucionario. Y
siempre alteran la historia para salir libres de culpa; hasta
organizan honras fúnebres y homenajes a sus víctimas. Así
ocurrió con el gran revolucionario, héroe de los trabajadores
mexicanos, Ricardo Flores Magón. Se le asesinó y se difundió
la mentira de que había fallecido de un paro cardiaco. Lo
eliminaron como lo hicieron con mi general Emiliano Zapata,
por no claudicar, por no rendirse.
El 21 de noviembre de 1922, con apenas 49 años de edad, el
gran pensador y dirigente comunista libertario, fue privado de
la vida en su celda de Leavenworth, Kansas, por pedido de la
burguesía mexicana y como un acto de solidaridad entre ella
y los explotadores gringos. Mi general Zapata había sido
asesinado el 10 de abril de 1919, con apenas 40 años de
edad.
Su muerte a manos de la burguesía coincide porque ambos
coincidieron en sus ideales, en muchas de sus prácticas, pero
sobre todo en su carácter irreconciliable con el enemigo.
Prefirieron morir, antes que traicionar sus ideales. A ninguno
de los dos lograron doblegarlos sus enemigos; ambos fueron
un peligro siempre presente para los explotadores y

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opresores. Por eso los asesinaron. Entre los dos hubo mucha
identidad y solidaridad revolucionaria.
En su conversación en la cárcel con Fernando Zertuche
Muñoz, Ricardo Flores Magón deja plasmada su estimación,
su reconocimiento a la lucha libertaria consecuente de
Emiliano Zapata. Al explicar por qué “ni en el apartado de
reformas constitucionales o en el capítulo de tierras del
programa”, los floresmagonistas “planteamos la propiedad
comunal… y optamos por afirmar que devolveríamos las
tierras comunales a los más doblegados; a los vencidos
yaquis, a los mayas”, Ricardo dice: “Comprendo que no
tuvimos el avance revolucionario del zapatismo, que reconoce
el carácter primordial a la propiedad colectiva”. A continuación
y a pregunta expresa sobre el origen del lema “¡Tierra y
libertad!” (que Flores Magón reconoce que ellos copiaron de
revolucionarios rusos), Ricardo dice algo que revela el
enorme sentimiento de identidad entre los dos procesos
revolucionarios. “Parecía también adecuado este lema, relata,
para otros rebeldes libertarios y, mediante un compañero que
viajó al estado de Morelos, llamado José Guerra, propuse a
Zapata que lo adoptara, lo que aceptó gustoso. Esto ocurrió
en 1912, cuando los campesinos luchaban contra Madero por
su actitud burguesa y contrarrevolucionaria”. Luego agrega:
“Emiliano fue muy solidario con nosotros. En sus territorios
encontraban protección los compañeros que huían de las
fuerzas federales”. Concluye narrando que Zapata le ofreció
“que editara Regeneración en Morelos, ya que él me daría el
papel necesario para la publicación”. Explica la causa de su
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no aceptación y termina así: “Esto se lo digo teniendo en mi
corazón el reconocimiento indestructible a Emiliano Zapata y
a su movimiento”.
Los dos fueron ORGULLOSAMENTE INCORRUPTIBLES;
recibieron ofrecimientos y lisonjas del enemigo y nunca
claudicaron. Ambos fueron, y siguen siendo, un muy serio
peligro para los explotadores, opresores y sus
administradores, como un ejemplo que sin duda alguna atrae
cada vez más a millones de oprimidos que, bajo aquel influjo,
se alzan al combate. Por eso los mataron y por eso hoy les
organizan honras no sólo para ocultar las manos
ensangrentadas sino para evitar que las banderas zapatistas
y floresmagonistas queden donde deben quedar, en manos
del pueblo explotado.
Ricardo narra a Zertuche que “durante la rebelión, maderistas
de buena fe, que los había y bastantes, me pidieron la unidad
y que aceptara el puesto de vicepresidente en un supuesto
mandato provisional. Ante todo, reitero que me repugnan los
gobiernos… Me negué a aceptar cualquier cargo, porque
nunca he querido ser un tirano. Soy un revolucionario y lo seré
siempre… Si el pueblo tuviera algún día el pésimo gusto de
aclamarme para ser gobernante, le diría: ´yo no nací para
verdugo. Busca a otro´”. Luego narra ofrecimientos directos
de Madero, que le llegaron a través de su hermano Jesús y
Juan Sarabia (a quienes calificó de “desleales” por semejante
comisión), que rechazó de igual manera. Le cuenta también
cómo las autoridades norteamericanas le ofrecían liberarlo
deportándolo a México, lo cual siempre rechazó: “Para
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acceder a la deportación, le dice, había una condición
incanjeable. Era necesario pedir perdón, formalmente por
escrito, al gobierno norteamericano. Sin que me adelante,
usted entiende muy bien que no podía cumplir esa obligación,
para mí indigna, injusta y humillante. No podía, ni puedo
avanzar por ese camino”. Me disculpo con el lector por tantas
citas; no puedo, sin embargo, dejar de transcribir lo siguiente,
que pinta de cuerpo entero la entereza y la inteligencia de este
revolucionario: “Se nos separó del resto de los mortales con
la esperanza de que nuestro descontento no infectase a otros;
pero ¿somos realmente una fuente de descontento? Por mi
parte estoy seguro de no serlo. Yo no he subido el precio del
pan; no he privado a ningún niño de leche; no he arrojado a
ninguna familia a la calle por falta de algún pago de alquiler,
porque ni siquiera yo poseo casa habitación; no he privado a
nadie del derecho a pensar con su propia cabeza, ni de obrar
de acuerdo con ese derecho; no he obligado a nadie a
trabajar, ni a sudar, y menos aún a dar la vida por mí. Todo
esto me hace pensar que sigo cautivo, no porque yo sea una
fuente de descontento, sino precisamente porque deseo
suprimirlo; porque me empeño en extirpar de nuestro mundo
todos los dolores, toda la degradación y toda la miseria que
nacen del dominio que un hombre impone a otro”. La Cámara
de Diputados del Congreso de la Unión ofreció a Ricardo una
pensión, que fue rechazada “porque provenía del gobierno y
no de los trabajadores”. Cuando Zertuche se retiraba,
ordenado por los guardias, Ricardo Flores Magón, ese
hermano de Emiliano en todos los aspectos de la vida de los
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revolucionarios, le pidió que divulgara “entre nuestros
camaradas cuando fallezca… Dígales que nunca he pedido
perdón: pedir perdón significaría que abdico de mis ideales
anarquistas, y no me retracto… Así, pues, estoy condenado a
cegar y a morir en prisión, pero lo prefiero a volver la espalda
a los trabajadores. Mis enemigos tal vez inscriban en mi
tumba: ´Aquí yace un loco´, y mis amigos: ´Aquí yace un
soñador´. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta
inscripción: ´Aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas´”.
El 21 de noviembre de 1922 fue ahogada esta gigantesca
llama revolucionaria, para que su irreductible y firme
honestidad revolucionaria no incendiara la pradera con la
rebeldía que jamás se vende. “Estoy tranquilo; conservo muy
alta mi fe en el advenimiento de la justicia para la especie
humana”, fueron palabras suyas que seguirán siendo siempre
bandera de lucha e inspiración de rebeldía y de insumisión sin
límites.
Mi general Emiliano Zapata fue asesinado por las mismas
razones burguesas. Pero también, aun después de su muerte,
sigue siendo faro que nadie podrá apagar.
Ignoro si existe alguna entrevista a Emiliano como aquella que
Zertuche le hizo a Ricardo. Seguro estoy, sin embargo, que
sus respuestas no serían muy distintas a las del comunista
libertario.
En primer lugar, no debe olvidarse que Zapata rechazó
categórico la orden de Madero de detener la lucha y entregar
las armas. Pero después de dos embestidas maderistas
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contra los zapatistas, embestidas al estilo de una típica guerra
contrainsurgente, con asesinatos masivos, incendio de
poblados y reconcentración masiva de poblaciones, Madero
intentó “conquistar” a Emiliano con reformas que prometían
mejoramientos; claro, el tema de la entrega inmediata de la
tierra nunca se incluyó. A esas “concesiones” Emiliano
siempre respondió con la misma “intransigencia” y firmeza;
ubicó claramente esos cantos de sirena y nunca se dejó
cohechar.
La responsabilidad que mi general Zapata tomó al ponerse al
frente de un movimiento revolucionario que nunca pudo
contar con condiciones materiales para desplegar toda su
potencia y cruzó toda la guerra en medio de verdaderas
miserias, a alguien que careciera de su firmeza le hubiera
doblegado. Zapata fue consciente de la necesidad de
mantener su incorruptibilidad y su firmeza; cuidó incluso que
la gente tuviera claro que en él y en su Ejército había
congruencia y consecuencia con sus compromisos con las
comunidades. Su incorruptibilidad y la firmeza de fidelidad a
los compromisos con las comunidades fueron
CONSCIENTES, fueron parte de su proyecto de vida
revolucionaria, fueron trabajados y cultivados como aprendió
a amansar caballos y a cultivar la tierra. Bien se sabe que una
de las tácticas para derrotar al movimiento zapatista,
“disfrazando de pacificación de los estados donde había
brotes zapatistas, fue organizar una campaña de
desprestigio… para crearles una imagen” negativa. En el Acta
de la conferencia celebrada en el Campamento
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Revolucionario del general Emiliano Zapata el 30 de marzo de
1913 se consigna que “El jefe de la revolución, Emiliano
Zapata y el general Otilio Montaño, en representación de la
revolución del sur y centro de la república, resuelven, para
conocimiento del pueblo mexicano… que son incapaces de
hacer traición a la causa del pueblo que han defendido…”
(Luis Huerta-Rosas. Otilio Montaño, ¿traidor o compadre de
Zapata? Porrúa, 2017. Pág. 96). En cierta ocasión, Emiliano
reconvino a Otilio Montaño de la siguiente forma: “… a usted
lo comisioné para terminar de hacer las averiguaciones
respectivas y no para tratar asuntos de paz, según aparece
en los telegramas, pues de ninguna manera apruebo el
contenido de los referidos mensajes… yo quedaría en ridículo
ante la opinión pública… Yo quiero que las cosas se aclaren
y que haya justicia en todos los actos, que sean tan claros
como la luz del día” (Idem, pp. 96-97).
Por eso lo asesinaron. Pero esa esencia ética, esa coherencia
con valores y compromisos con el pueblo, es precisamente lo
que hace inmortal a mi general Emiliano Zapata, pues la
fidelidad a una causa, la lealtad a principios asumidos, la
honradez, la rectitud, el fervor con el que alguien se entrega a
luchar hasta morir, la sinceridad con la que se actúa, el cariño
y la fraternidad para con sus compañeros de lucha, que son
el fundamento del orgullo de incorruptibilidad de Emiliano son
lo más apreciado por todos los pueblos del mundo. Frente a
eso, ¿qué puede ofrecer la clase social que lo mató? ¿Qué
pueden mostrar a la historia los que matándolo, se hicieron
del gobierno y siguen gobernando con traiciones,
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prevaricaciones, alevosías, deslealtades, felonías, intrigas y
vilezas de toda laya? ¿Qué pueden ofrecer a nuestra juventud
esos que en campañas electorales ofrecen una cosa y ya
llegados “al Poder” se desdicen de su compromiso?
¡La historia es de valientes y honorables, de los que cumplen
con el pueblo lo que le prometen, la historia es de los Zapata
y de los Flores Magón! ¡Gloria eterna a su integridad, a su
fidelidad al pueblo, a su irrenunciable oposición a todo lo que
huela a Poder! (Martes, 9 de abril de 2019)

ZAPATA, OTRO TIPO DE REVOLUCION


Armando Martínez Verdugo
Mi general Emiliano Zapata fue el enemigo número uno de los
neoporfiristas que se hicieron de la conducción político-estatal
al asesinar a los auténticos dirigentes del pueblo mexicano en
las batallas conocidas como la “Revolución Mexicana” de
1910-1917. Lo mataron, como eliminaron a Francisco Villa, y
como habían liquidado a Ricardo Flores Magón, porque
razones muy profundas de clase se los imponía. Se trataba
de la solución radical, llevada de manera muy típica del
porfirismo (“mátalos en caliente”), muy propia a los actuales
conductores y amos de la sociedad mexicana. El chacal
siempre será chacal aunque se encubra de conejita.

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En mi conversación anterior intenté dar cuenta de algunas de
esas razones de clase. Ahora agregaré otra, quizás de mayor
trascendencia. Para ello, permítaseme un rodeo.
En el Prólogo a la “Contribución a la crítica de la Economía
Política”, Carlos Marx sostiene que “En una fase determinada
de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad entran
en contradicción con las relaciones de producción
existentes… De formas evolutivas de las fuerzas productivas
que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas
fuerzas. Entonces se abre una época de revolución social”.
Esta afirmación ha encontrado verificación en muchos casos.
Ante ella, creo pertinente hacer dos precisiones. Primera, no
cabe derivar de este aserto que la época que se abre debe
ser siempre de una revolución burguesa. Segunda precisión,
que de ella tampoco debe desprenderse QUIÉN DIRIGIRÁ
la(s) revolución(es) que se abre(n).
Ambas puntualizaciones son importantes y vienen al caso
ahora que se cumplen cien años de que los abuelos de los
actuales amos de México mataran a mi general Emiliano
Zapata. Aclaro.
En la relación dominante actual del Imperio, que el capital de
Occidente o de los países altamente industrializados, ejerce
sobre los países dependientes como México, el desarrollo de
las fuerzas productivas de estos últimos ha estado y siempre
estará (hasta que otro tipo de Transformación lo supere) “por
debajo” del desarrollo de las fuerzas de Occidente. Esa
reiterada y eternizada dependencia tiende a reproducirse bajo
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aquel desequilibrio señalado por Marx, de tal manera que la
burguesía mexicana vivirá reproduciendo su sueño de
alcanzar el nivel de las fuerzas productivas occidentales
encontrando en unas específicas relaciones sociales de
producción (las “postcoloniales”, las “porfiristas”, las
“neoliberales”) la traba para conseguirlo. Pero, en el tiempo
histórico en que una revolución se despliega de esta
contradicción buscando remontarla, las fuerzas productivas
de Occidente habrán dado varios pasos adelante en su
desarrollo, de tal suerte que vuelve a producirse, bajo otras
condiciones, la misma contradicción, y el mismo sueño
burgués vuelve a ser impulso para otra “Transformación”. Y
así, por los siglos de los siglos. Una larga e interminable
“época de revoluciones burguesas”. Esto llevó a ideólogos de
la burguesía mexicana a declarar el carácter eterno, perenne
e inagotable” de la Revolución Mexicana. La burguesía
mexicana, en su habilidad maniobrera para dominar, se ha
inventado la revolución del “nunca acabar”.
Esta situación, entre otras (y estas “otras” deben considerarse
con cuidado, pues en todos los países dependientes,
teóricamente, debería presentarse este cuadro mexicano, lo
que no parece darse), está en la base del largo ciclo de
revoluciones burguesas (o de “Transformaciones”) en México:
cuatro hasta ahora, que han operado sobre aquel círculo
infernal. El sueño de hacer de la sociedad capitalista
mexicana una POTENCIA viene repitiéndose, el proyecto de
nación para alcanzar, ahora sí, la soñada “modernidad”, sin
realización pero con fuente de reproducción y de reiteración.
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Ello permite a los ideólogos burgueses mexicanos, plantear (y
la forma de hacerlo es intelectualmente refinada, por ejemplo
rechazando a las revoluciones en sí o negando la posibilidad
de propuestas como las del socialismo y el comunismo) la
eternidad del capitalismo.
Mi general Emiliano Zapata y su Ejército Libertador del Sur
HISTÓRICAMENTE plantaron en el país la ruptura más
radical y contundente con este círculo perverso;
históricamente establecieron el fin de la época de las
revoluciones burguesas en México. Lo asesinaron por haber
cometido este enorme “delito de lesa burguesía”.
Cuando Madero, en el momento en que gozaba del mayor
reconocimiento y apoyo de todas las fuerzas sociales anti-
porfiristas, en el instante en que era el jefe del proceso
revolucionario en curso, vende el movimiento, acuerda con el
porfirismo (con la comisión enviada por José Ives Limantour)
la entrega de la lucha, la suspensión de todas las acciones
armadas revolucionarias y el compromiso de dar continuidad
al porfirismo , sólo colocando figuras nuevas al frente del
gobierno, encuentra la determinación, la voz y la fuerza de mi
general Zapata y sus combatientes que históricamente
marcan con su determinación la negación a convalidar ese
reiterado proceso de traiciones, de instrumentalización del
pueblo, de promesas y sueños que nunca acaban de obtener
realización. Nosotros no vamos por ese camino, el camino de
ustedes. El nuestro es otro camino, el camino de la lucha
propia del pueblo por las propias demandas del pueblo.
Nosotros no nos hemos levantado a la lucha por cargos;
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somos encarnación de las aspiraciones y necesidades de los
pueblos en sus innumerables resistencias y luchas. En carta
del 19 de enero de 1914, le diría Zapata a Francisco Villa “Los
ideales de la Revolución del Sur y del Centro, han sido, son y
seguirán siendo de ´Tierra y Libertad´, que son las esperanzas
y los anhelos del pueblo mexicano”. “Los sostenedores del
Plan de Ayala --le diría Zapata a Villa más tarde, en carta del
25 de agosto de 1914-- estamos dispuestos a que la guerra
siga hasta su fin si alguien pretende pisotear los intereses del
pueblo”. Cuatro días antes, en otra misiva, Zapata había
señalado a Villa: “los revolucionarios que sostenemos el
citado plan, de ninguna manera permitiremos que sea burlado
en lo más insignificante”. Ese es el contenido fundamental de
la famosa ruptura de Zapata con Madero. En realidad fue el
deslinde histórico con la clase que siempre los engañó, los
usó y los volvió a engañar y usar por siempre, la delimitación
de intereses, de proyectos y de vías para realizarlos; fue un
acto de autodeterminación radical, un hecho que saliendo de
Emiliano Zapata está presente en cada acción independiente,
autónoma y libre de nuestros pueblos en búsqueda de su
liberación y bienestar definitivos. No se trató de una
declaración formal de que “ya no más por ese camino”, “ya no
más bajo esas banderas”, “ya no más con ese proyecto”; fue
una afirmación de autodeterminación humana, de clase, de
pueblo, desde la acción combativa, con armas en la mano,
con la lucha sin cuartel contra el enemigo ya detectado, si se
quiere, espontáneamente, pero ubicado y definido como el
enemigo. Zapata y el Ejército Libertador del Sur se hacen, con
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esa ruptura, protagonistas de su propia historia, dueños de su
vida y sus destinos. ¡A morir combatiendo por nuestras
necesidades y requerimientos! ¡A dirigirnos nosotros mismos!
¡A decidir todo lo que hacemos y haremos, por nuestra cuenta
y riesgo! ¡A vivir por determinación propia; ya no más por
determinación ajena!
Se echaron así los cimientos históricos de un nuevo tipo de
revolución, una transformación a la que en nuestro Colectivo
Rumbo Proletario llamamos REVOLUCIÓN DE
AUTODETERMINACIÓN, O REVOLUCIÓN
COMUNITARISTA.
En su carta del 18 de agosto de 1917 al general Francisco
Villa, Zapata alababa al Lic. Emilio Vázquez Gómez porque
éste nunca había “pensado siquiera en transacciones con
ninguno de los malos gobiernos que en los últimos años
hemos tenido”. En misiva al mismo Villa, Emiliano Zapata
condenaba a Roque González Garza, Presidente de la
Soberana Convención Revolucionaria, porque éste “entró en
componendas con varios hacendados, les devolvió sus
fincas”.
En ese deslinde histórico que abrió la perspectiva al pueblo
mexicano de luchar por SU PROPIA REVOLUCION y ya no
dar sangre y vida por una TRANSFORMACION AJENA,
Zapata se separó tajantemente de la línea también histórica
de la burguesía mexicana. En carta del 10 de abril de 1915
(exactamente a cuatro años del asesinato), Zapata le decía a
Villa: ”Además, hay que tener presente, y esto juzgando
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según mi humilde criterio, que no debemos admitir en manera
alguna proposiciones hechas por el señor presidente de los
Estado Unidos; pues de hacerlo así, es tanto como admitir la
tutela de aquel Gobierno dándole ingerencia (así está escrito
en la carta) en la resolución de asuntos que NOSOTROS
SOMOS LOS ÚNICOS LLAMADOS A RESOLVER” (Las altas
son mías: AMV).
Por esa profunda razón, los abuelos de los actuales dueños
de la conducción de la sociedad mexicana y de sus principales
riquezas, asesinaron a mi general Emiliano Zapata. Pero la
semilla sembrada por la firme y clara determinación de este
héroe de nuestra patria insurrecta es semilla que tiene que
germinar en la determinación de los actuales herederos de la
obra y el pensamiento de Zapata: la época de las revoluciones
burguesas se cerró. Hay que abrir la era de las revoluciones
que tengan como fundamento ese ideal clave del dirigente
sureño: NOSOTROS SOMOS LOS ÚNICOS LLAMADOS A
RESOLVER todo lo relativo a nuestra vida. ¡Por una vida
auténticamente humana, vivida en autodeterminación”.
Zapata vive y vivirá envuelto en ese grito de combate y de
verdadera victoria popular. (Domingo
7 de abril de 2019)

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ZAPATA, UN MENSAJE DE TRASCENDENCIA HISTÓRICA
Armando Martínez Verdugo
Hasta ahora, a mediano o a largo plazo, casi todas las
revoluciones, si son auténticas en su raíz popular, han sido
derrotadas. Su potencia, la fuerza que encierran, la
proyección que anuncian, se han quedado cercenadas,
interrumpidas dicen algunos teóricos. Nunca mueren, nunca
desaparecen; quedan como mensajes, como vaticinios
germinales que, de una u otra manera, sirven como
apoyaturas para los siguientes intentos revolucionarios. Quien
sabe leer esos anuncios que dejan los esfuerzos de los
pueblos por cambiar su vida son los que hacen avanzar los
procesos de acumulación de las condiciones que devendrán
en victorias definitivas. Marx decía que, hasta ahora, de
fracasos estaba llena la historia de la lucha del proletariado.
Pero no dejaba de repetir que pese a los fracasos, en cada
huelga asomaba su cabeza la hidra de la revolución, y que no
cesaba de horadar al sistema el Topo de la revolución. Pero
había que leer bien y asimilar bien las lecciones de cada
intento fallido.
El movimiento de los pueblos sureños y del centro del país (la
zona centro-sureña) agrupados en el Ejército Libertador del
Sur y comandados por mi general Emiliano Zapata y la
pléyade de dirigentes que conformaron su estado mayor, fue
un movimiento que alcanzó momentos de despliegue
considerable; la burguesía mexicana que en ese momento
histórico le apostaba a otra revolución de su clase vio en él a
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una amenaza no sólo inmediata, táctica dijéramos, sino sobre
todo, de muy profundo significado y de trascendencia no sólo
estratégica sino histórica, de época. Ante ese movimiento, la
burguesía mexicana atisbó un firme y decidido enterrador.
Hizo por ello todo lo necesario y posible para acabar con él,
para no dejar huella alguna de su paso por estas tierras
dolidas. Mató a su jefe supremo, mató a buena parte de las
bases del Ejército suriano, movió sus espacios y estructuras
militares para lograr que algunos generales zapatistas se
incorporaran a las filas del llamado ejército constitucionalista
y regó dinero por doquier (la “paga” del soldado) para que
muchos luchadores zapatistas de fila se enrolaran en el
ejército que había incendiado sus poblaciones y fusilado a su
gente.
No le fue fácil. Encontró firmes murallas como las hondas
raíces comunitarias del movimiento zapatista, la autenticidad
popular y comunitaria de sus jefes (algunos intelectuales que
se incorporaron, como Otilio Montaño y Gildardo Magaña eran
de origen indígena-campesino el primero y humilde el
segundo), un profundo conocimiento, por parte de la dirección
zapatista, de los sentimientos de los pueblos, un manejo
ejemplar del terreno de sus batallas, un rápido aprendizaje de
las técnicas de guerra de guerrillas combinadas con la
continuidad, sobre todo en las dos primeras etapas de la
lucha, de la siembra de sus tierras, la cercanía con el centro
fundamental del Poder (la Ciudad de México), fuerzas
revolucionarias que desde otras latitudes, sobre todo la
heroica División del Norte del Centauro del Norte, no
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permitieron durante buen tiempo concentrar todo el fuego
enemigo contra el movimiento zapatista y cuando lo hizo, no
consiguió derrotarle tan fácilmente.
Pero lo logró. Acción tras acción, contando con el apoyo pleno
del gobierno norteamericano, fue debilitando esas fortalezas
y consiguiendo algo determinante: evitar la alianza práctica en
todos los terrenos de las fuerzas villistas y las zapatistas (ni
en el terreno militar ni en el terreno programático, ideológico
y concepcional), y, destruyendo al núcleo revolucionario que
desde posturas clasistas proletarias representaba un frente
de mucha valía para la causa popular. Nos referimos a la
aniquilación de la dirección central del Partido Liberal de los
Flores Magón. Primero mató al intelectual revolucionario “más
inteligente” (así lo catalogó Ricardo Flores Magón desde la
cárcel donde lo asesinaron), uno de los más valientes y
audaces integrantes de la dirección floresmagonista: Práxedis
Guerrero, quien cayó en uno de los levantamientos armados
que organizó el PLM; sosteniendo una persecución
sistemática y sin cuartel hasta llevar a prisión a Ricardo y sus
más cercanos camaradas. Todas las fuerzas dirigentes
burguesas limaron sus diferencias o las pospusieron (más
adelante se matarían entre ellos) para concentrar todo el
fuego de sus bien alimentados y pertrechados ejércitos
primero contra Francisco Villa y luego contra el enemigo por
el que sentían una aprensión y hasta un temor especial;
contra mi general Zapata y su Ejército Libertador del Sur. Villa
no logró pasar, cuando las condiciones lo requerían, a la
amplia y desplegada lucha de guerrilla como acción
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preferente (como lo aconsejaba Felipe Ángeles, ante derrotas
considerables sufridas por las fuerzas del Norte) y conseguir
un dominio profesional de la misma. Zapata, por su parte, no
logró construir las condiciones que permitieran construir
fuerzas regulares, un ejército capaz de pelearle al
carrancismo-obregonismo-callismo, territorio, trincheras,
terreno, plazas que no se perdieran. Ambas fuerzas
revolucionarias no armaron un único plan de guerra. Mientras
en un momento, a raíz de las acciones claras y sin tapaderas
del gobierno norteamericano en favor del movimiento
constitucionalista, y considerando que el enemigo principal
era el gobierno gringo, Villa convocó a Zapata a que se
trasladara con todos sus efectivos al Norte villista para juntos
atacar al vecino del norte. Zapata, por su parte, reiteró sus
pedidos de apoyo con balas, armas y pertrechos a Villa.
Hay muchas circunstancias que fundan la derrota de ambos
contingentes revolucionarios del pueblo. Pero hay una
circunstancia que me parece fundamental, decisiva para los
efectos de las demás. El movimiento zapatista (de manera
tosca, sin floridos argumentos intelectuales, incluso si se
quiere de manera tácita) forjó una ruptura histórica al negarse
a ser parte del ciclo de revoluciones burguesas y plantear, de
hecho, una alternativa completamente antagónica al resto del
proceso revolucionario en curso. Lo que Zapata inauguró con
su rechazo al maderismo-carrancismo no fue siquiera una vía
anti-capitalista como alternativa a lo que tenía ante sus ojos.
De manera real, lo que planteó fue una alternativa contra todo
tipo de Poder, una alternativa en la que se reivindicaba la
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toma de la historia por parte de los pueblos; la conversión de
éstos en los sujetos de su vida; planteó apropiarse, con la
tierra que era la representatividad y el símbolo de la fuente de
la vida de las comunidades, de la libertad, ser autónomos en
la producción de sus vidas, manejar con plena independencia
comunitaria las fuentes básicas de su vida. No usó las
palabras explotación ni opresión, pero de hecho las recusó
históricamente, de forma inmediata y directa para las
comunidades. Si la Comuna de París (aunque derrotada) fue
el germen, la prefiguración y la semilla de la emancipación
proletaria, de la superación del capitalismo, el movimiento
zapatista, su ideología, su práctica, su contestación definitiva
ante una salida que prometía “democracia”, “sufragio efectivo
y no relección”, nuevas leyes y nuevas instituciones,
constituyó de hecho (no por medio de la palabra oral sino por
la palabra de los hechos) el germen, la prefiguración y la
semilla de un nuevo tipo de revolución, la revolución de
autodeterminación, la revolución comunitarista, que eliminaría
el reinado de la propiedad privada sustituyéndola por la
propiedad comunal, la distribución salarial y por medio de la
plusvalía, por una distribución preponderantemente a través
del producto necesario para vivir con dignidad humana, un
consumo de nuevo tipo que eliminara el consumo que permite
el infinito enriquecimiento de un pequeño grupo de
explotadores, un nuevo tipo de formas y maneras de conducir
la producción de la vida, una conducción comunitaria. Es
decir, desde una firme, sólida y auténtica espontaneidad
comunitaria, Zapata y sus compañeros de lucha, abrieron un
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curso histórico no sólo para ellos sino para las generaciones
venideras de revolucionarios (como lo abrió la Comuna de
París); ya no más cambios para que nada cambie; ya no más
cambios en los que los pueblos seguimos siendo, al final del
día, los peones y los trabajadores de los eternos ganones.
Abrió curso a una vía, a una alternativa, que requería una
DIRECCIÓN REVOLUCIONARIA de tipo diferente, de tipo
nuevo. Repito, esto no se encuentra en las palabras
zapatistas escritas o formuladas con dichas categorías. Su
histórica acción contenía todo ese significado y esa
trascendencia.
La dirección política de ese movimiento le quedó corta a la
potencia contenida en el movimiento zapatista; le quedó chica
para la enorme, gigantesca perspectiva que abrió. Los
aspectos técnicos que auspiciaron descalabros; las fallas
cometidas (por ejemplo, algunos se refieren a que a diferencia
de los constitucionalistas que luego luego emitieron leyes,
convocaron a un congreso constituyente del que salió una
Carta Magna, forjaron instituciones, etc., ni los villistas ni los
zapatistas lo hicieron y la gran Convención de Aguascalientes
se les fue de las manos), el apoyo gringo al enemigo, la
distancia enorme que separaba el campo de lucha de Villa del
campo zapatista, todos son factores que merecen sitio
destacado en el desenlace de ambos movimientos. Pero, yo
sostengo que con una dirección revolucionaria acorde a la
perspectiva histórica que abrió la llamada “ruptura” Zapata-
Madero, cuando menos no hubiera tenido lugar tan
catastrófica derrota, sino que pudo haberse forjado una
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situación como esa que en Rusia llevó a Lenin a hablar de un
“doble poder” o, en caso de derrota, evitar que ésta fuera
fuente de esa larga depresión de los luchadores; dar pie a un
seguimiento de la resistencia, bajo las nuevas condiciones,
proteger la cohesión básica de las filas evitando la
desbandada, preparar nuevos combatientes, nuevos cuadros,
proponerse recuperar los sentimientos, la voluntad y la
disposición a nuevos combates. En fin, evitar la larga noche
que se le vino al pueblo comunitario con la muerte del jefe
“Miliano”.
Como quiera que sea, y en la historia, como sabemos, no
caben los “¡Y si se hubiera hecho tal o cual cosa!”, la lucha
zapatista nos lega la lección sobre la necesidad de una
dirección política, capacitada teóricamente, acorde con las
viabilidades revolucionarias forjadas de hecho por la fuerza
popular en combate, una dirección que, enraizada en la
resistencia popular, metida en la lucha revolucionaria de las
masas populares, sea capaz de favorecer y coadyuvar
primero, un conocimiento de la real situación de fuerzas y de
posibilidades de desarrollo de la confrontación; una dirección
que pueda favorecer y coadyuvar a la definición de las líneas
de acción, que ayude a resolver la gran pregunta sobre el
¿Qué hacer?, y que ayude a generalizar las formas
organizativas más eficaces para que la fuerza popular se
despliegue en toda su posibilidad y entereza. Esto, tanto en
momentos de auge como en las más lastimosas derrotas.
El legado de mi general Emiliano Zapata y sus combatientes
va más allá de su heroísmo, de su valentía, de su abnegación
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y de su coherencia moral. Sobre todos esos innegables
rasgos, el principal legado es que al enfrentar la
históricamente necesaria traición maderista-
constitucionalista, ellos reivindicaron la autodeterminación de
las comunidades, la conversión de éstas en firmes sujetos de
su historia, la reapropiación de la condición básica de la
producción de su vida, la que debía y debe generarse y
producirse por determinación propia, ya nunca más por
determinación ajena. En la tumba de Zapata, bien puede
estamparse el lema de Carlos Marx: ¡Mi lucha por el
comunismo, es por la realización del ser genérico humano!
(Martes 9 de abril de 2019).

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