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Sorata

Introducción

El municipio de Sorata está situado en el área central del departamento de La Paz, en la provincia de

Larecaja, entre la Cordillera Real y la región de los Yungas. La capital de la sección se encuentra a

147 km de la sede de gobierno en La Paz, a una altitud de 2.697 m.s.n.m., al pie del nevado Illampu
(6.424 m.s.n.m.).

La región de Sorata se encuentra en un ecosistema alto andino y valles, y comprende varios pisos
ecológicos. El clima es de templado a cálido, con una temperatura promedio anual de 12 a 18 ºC.

El significado de la palabra Sorata proviene de la palabra aymará “Shuru-Ahta”, que significa “Pico

resplandeciente” o “Lugar del pico resplandeciente”, en alusión el nevado del Illampu que tiene una
altitud de 6.424 m.s.n.m.

El idioma que se habla en el área es el aymará y el castellano, existiendo también sectores pequeños
de habla quechua.

La fiesta principal del pueblo tiene lugar el 14 de septiembre.


Cómo llegar

Para llegar a Sorata puede utilizarse al autobús La Paz – Sorata, con oficina y salidas en el barrio del

Cementerio (La Paz) casi a cada hora. (Precio pasaje: 15 bs. en agosto 2010). Las salidas desde
Sorata son desde la plaza central.

Si vas o vienes de Copacabana súbete en cualquier bus/minibus/micro en dirección a La Paz desde

cualquier pueblo, comunique al conductor su deseo de ir a Sorata/Copacabana y éste te indicaré

bajar en el pequeño pueblo a orillas del Titicaca llamado Huarina (2 horas desde La Paz). Cruze la

carretera y espere en el camino para el bus/minibus con dirección a Sorata/Copacabana. Estos

deberian tocar la bocina para hacerte conocer que tienen espacio en el bus y si ven gente

esperando, pero estaría bien estar atento y hacer parar el bus si lo ven primero. Mejor salir

temprano para coger transporte en Huarina – esto debería ser más rapido que ir a La Paz esperar y
regresar el mismo camino.

Sorata es un valle de clima templado y paisaje maravilloso, situado al pie del nevado
Illampu. Existen varios paseos por los alrededores del pueblo, como el que va al seminario
de Espada y a las pequeñas cascadas del río San Cristóbal. Al norte del pueblo se encuentra
la gruta de San Pedro con una hermosa y gran laguna interna.

La artesanía en tejidos es relevante en la población, es así que se pueden encontrar


chompas, gorros, guantes y los paneles o cuadros en tela con paisajes y rasgos nativos
finamente acabados, que son muy característicos de la zona.

CUEVAS DE SAN PEDRO

Se encuentra a 16 km. de la población de Sorata, es una cueva profunda al costado de una


montaña; se ingresa por un plano inclinado, atravesando un espacio que asemeja una gran
bóveda, compuesta de rocas calcáreas y calizas, que adoptan formas extrañas, continuando
hasta llegar a un lago interior que alberga a peces ciegos. En la entrada se pueden alquilar
antorchas y, ocasionalmente, también guías.
ATRACTIVOS

Paseos en el pueblo colonial y los alrededores; Caverna de San Pedro; artesanías de la


región.
DATOS TÉCNICOS

Ubicación: Departamento de La Paz. Provincia Larecaja.


Altura: 2,677 m.s.n.m.
Distancias: 148 km. (3 horas y 30 min. aprox.)
Tiempo promedio de
2 días y 1 noche
visita:

Sorata, las entrañas de la caverna

Turismo. El valle de Sorata se encuentra en las faldas del nevado


Illampu, a una altura de 2.700 msnm. Está a 170 km de la ciudad de La
Paz, se llega en una carretera asfaltada en cuyo recorrido se puede
apreciar el lago Titicaca y la Cordillera Real.
Pintábase de un vivo verde el paisaje a medida que el coche avanzaba, levantando grandes
nubes de polvo por detrás, y los peñascos, áridos y duros en las crestas, daban imponencia y
esplendor al panorama. Abajo, muchos metros más abajo, sonaba el bramido producido por las
aguas impetuosas del río San Cristóbal.

Los paisajes vallunos de Sorata —capital de la provincia Larecaja, a 150 km de la ciudad de La


Paz— contrastaban en gran medida con los contrafuertes graníticos de los Andes. Todos los
tonos de tierra se matizaban ante nuestra vista: el camino era rojizo, la quebrada plomiza y los
montes del frente se coloreaban de un gris oscuro. El cielo presentábase ceniciento, las nubes
opacaban el horizonte y el aire diáfano, limpiado por las lluvias, estaba tan húmedo como las
corolas de las plantas, las cuales en sus extremos ostentaban el rocío de la madrugada.

Abordamos el coche en la plaza principal de Sorata a las 10.20. Subimos en el vehículo y éste
comenzó a deslizarse por las empinadas y retorcidas callejuelas del valle en el que estábamos.
Habiendo salvado la calle en que se encuentran vendedoras de frutas por doquier y el mercado
popular, llegamos a la carretera de tierra que conecta la ciudad de Emeterio Villamil de Rada
con otras comarcas y cantones no muy alejados. Una vez en ella, el coche tomó gran velocidad y
comenzó a recorrer el camino de una tierra mojada, pero que ya estaba secándose con los rayos
de un sol que caía son toda su fuerza.

En todo el trayecto se veían personas extranjeras, con las cabelleras rubias, las frentes
humedecidas por el sudor y las mejillas chaposas por la temperatura del ambiente, caminando
entusiastas hacia la gruta. A cada instante había algo pintoresco y, por tanto, algo que
fotografiar. Un colibrí, un árbol frondoso, las ruinas de una antigua casa de finca, una ovejita
propagando sus balidos, una montaña forrada de verde intenso, los sembríos de un maizal
fecundo, la contemplación penetrante de un gato montés, la caída precipitada de una cascadita
situada en la curva del camino, la mirada de una zagala atractiva; cada cinco metros se podía
ver algo que maravillaba.

Como un antro de nácar de la mitología griega, la cueva se presentaba magnífica e intimidante;


pero a la vez incitaba a entrar en ella: llamaba y convidaba.

Las piedras filosas y cortantes son como una invitación categórica. Los murciélagos que hay
dentro, los que quedan todavía, otorgan a la cueva innumerables leyendas y, además, son un
atractivo para el zoólogo y el medioambientalista. La cueva está en un lugar que se llama San
Pedro, y la entrada es como si realmente fueran esas las puertas a un reino de otra dimensión.

A las 11.00, después de haber salvado los 6 km de distancia, se aparcó el vehículo en la entrada
y se nos dio una hora para ir, entrar y volver. Bajamos de él y comenzamos a subir una
montañita de tierra rojiza que conducía a una meseta en que, anunciada por un arco de
cemento, se hallaba la puerta al complejo turístico. En ese arco había pintado un anuncio que
daba detalles de la altitud del lugar, la fauna y algunas especificaciones en geología y,
principalmente, espeleología.
En ese informe se decía que hay más de 100 tipos de murciélago en todo el mundo, y que en esa
gran caverna solo habitan unas cuantas variedades que no ingieren sangre —ni animal ni
humana— para vivir, sino solamente néctar y pulpa de algunos frutos silvestres que prosperan
en los lugares circundantes.

La entrada al antro rocoso era parecida a la boca de un anfibio gigantesco. Es como si para
entrar uno tuviera que descender varios metros cual si estuviese en la veta de una mina del
occidente americano. ¿Cómo hizo la naturaleza tal formación de rocas? Al igual que en las más
profundas vetas de las minas, la temperatura ahí dentro era primero tibia, luego caliente y al
final, sofocante. La humedad se insinuaba en gotas que caían de las rocas más altas. Ya no se
veía nada y nos tuvimos que ayudar con nuestras linternas.

Una caverna umbrosa

Se dice que antes, hace algunos años, la experiencia era más tétrica y, por lo mismo, más
apasionante. La adrenalina de los exploradores se liberaba al entrar en una cueva en que la
única luz que podían tener sus ojos era la de la llama de una antorcha de kerosén. Ahora, hay
faroles de luz artificial que alumbran el sendero y dan pauta segura al caminante.

Las paredes internas eran húmedas. Cada forma lapídea presentaba una particularidad que la
hacía distinta de las demás. Además, cada piedra exhibía diferentes colores —como plomos y
negros—, como si éstos definieran las particularidades de la tierra. Los estratos rocosos
mostraban una secuencia de sedimentación muy variada, y la superposición de los estratos, por
consecuencia, no se podía reconocer con facilidad. Las capas se pintaban con tonalidades
distintas: unas eran cafés, otras, negras, y algunas incluso azuladas. Algunos tipos de piedra se
fragmentaban con facilidad, mientras que otros no se quebraban ni con varios golpes.

Varios mitos encendió el lugar en la mente de los lugareños. Se dice, por ejemplo, que la laguna
que hay al fondo del socavón gigante se conecta con el lago sagrado de los incas, con Mapiri,
Yungas e incluso con Cuzco.

Cuando ingresamos, vimos a nuestro lado pasar un par de personas que, seguramente, iban con
fines investigativos, pues sostenían cámaras de alta resolución, libretas y una grabadora que
captaba el sonido de los murciélagos.

Comenzamos a caminar rápido, pero luego bajamos el ritmo, ya que los guijos del suelo estaban
como envueltos en una capa de musgo que hacía que se volvieran piedras resbaladizas. Mis
ansias de captar el panorama con ojos de mera recreación se fueron y más bien fui adquiriendo
criterios de observación científica: me puse a fotografiar los detalles y a analizar las piedras con
que nos topábamos a cada paso.

Como un espejo reluciente de aguas verdeazuladas, al fondo se dibujaba el lago del que se ha
dicho mucho y que ha despertado la imaginación de los lugareños. Era un agua limpia y
translúcida. La temperatura era estándar: ni fría ni caliente. Unos botecitos había en la orilla en
los que algunas familias navegaban. La laguna no debió tener más de tres metros de
profundidad en su parte más honda.
Continuamos penetrando en el interior. Se veían rocas tan extrañas que parecían esculturas
hechas por una mano humana. Los colores también eran impresionantes y confusos. La
caminata, a pesar de ser exhaustiva, no era dificultosa debido a que el camino está flanqueado
por escaleras de hierro. Hay gradas y senderos artificiales. Se estima que esta gran abertura de
la roca se formó en el periodo Paleozoico, hace centenares de millones de años.

El fin del recorrido

Faltaban ya solo unos 30 metros de recorrido para terminar el trayecto y decidimos seguir
caminando hasta tocar el final. La cueva se hacía a cada paso más estrecha y más abrupta; la
luz de los faroles ya no llegaba allí; no había gradas, ni escaleras, ni el sendero artificial que
había en los otros lugares más próximos a la entrada; había que andar a veces agachado y otras,
con el cuerpo de perfil. Teníamos que avanzar a tientas y palpando las paredes para no chocar
con alguna piedra inadvertida. Tras unos resbalones, y de uno que otro tropezón, pudimos
distinguir el final. El término de la gruta de San Pedro es como la cola de una lagartija en
comparación con su cuerpo: delgadísimo.

Al emprender el retorno seguimos tomando fotografías. Cogimos en nuestros bolsillos algunas


piedras que presentaban formas y colores extraños y observamos atentamente la conformación
de la tierra que teníamos a nuestros pies. Al salir de la caverna, sentíamos de distinta manera el
entorno y la naturaleza.

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