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¿Por qué nosotras como Colegiata creemos que es importante la comunión con
la Iglesia? El Padre Rubio, que fundó esta Colegiata, nos impulsó a ello
específicamente. ¿Por qué? Pues porque esta tarea de la teología encarnada,
vivida desde la propia existencia, desde la soledad y el silencio, desde la
humildad de la verdad, y atenta al momento histórico actual, no puede hacerse
en solitario. Un individuo solo podría perderse en la autorreferencialidad o en los
vericuetos de las modas ideológicas del momento. Por eso tiene que hacerse en
comunión con la Iglesia nuestra Madre, y con otras personas que van caminando
en el mismo sendero. Es un descubrir juntas el soplo del Espíritu Santo en la
propia vida, en el tiempo que vivimos, en las personas a nuestro alrededor.
Si nos preguntaran qué nos parece que caracteriza el Cielo, ¿qué diríamos?
Seguramente tenemos unas ideas “de cartón” o de estampita sobre el Cielo.
Nubes, luz, ángeles con arpas… Vayamos más al fondo de esta realidad
sobrenatural que se nos regala como un don. El Cielo es sumergirse en el Amor
infinito de Dios. Allí donde está Dios, es el Cielo. Es una fiesta, un banquete
donde se llega a la plenitud de la alegría y el gozo, a causa de la íntima unidad
con Dios y entre nosotros. Podríamos decir que el núcleo fundamental de esa
vivencia de Cielo, es la comunión de las personas que participan del Amor
de Dios.
Esta Colegiata vive ya y quiere seguir viviendo esa comunión que nos alcanza
por medio de nuestra Madre la Iglesia. Un gran misterio, un regalo inmenso en
que participamos de la vida y el Amor de la Trinidad.
Decía el Papa Juan Pablo II en sus Catequesis de los miércoles: “Las personas
se convierten en imagen de Dios, no tanto en el momento de su soledad, cuanto
en el momento de la comunión. De esta manera se entiende el concepto trinitario
de la imagen de Dios” (14 nov. 1979).
Entremos un poco más en este hermosísimo misterio para paladearlo,
contemplarlo. (Como ustedes saben, los misterios de Dios no son para ser
entendidos o racionalizados, sino para ser contemplados, y en esa
contemplación transformarnos participando de ellos por amor).
2. El regalo de la comunión
Vamos a paladear juntos un poco más sobre este misterio que nos llega a partir
de la muerte y resurrección de Cristo, y por el don del Espíritu en Pentecostés.
Nosotros lo recibimos por el bautismo. Teniendo en el corazón al Espíritu de
Dios, todos nosotros tenemos ya las primicias de esa Vida eterna que se nos
ofrece en plenitud después de la muerte, pero inicia ya aquí y ahora. ¿Y qué
significa eso? Que no estamos condenados a vivir peleando, en rivalidades, en
desprecios, en batallas agotadoras. No. ¡Podemos vivir en comunión! Hemos
recibido el regalo de poder compartir la unidad interior de la Trinidad. Es un
portento que pocas veces gustamos y paladeamos.
Todos tenemos sed de amistad verdadera, de unidad con otros, de vivir en paz
y alegría. Pues todo eso y mucho más es posible por Cristo, con Él y en Él. Es
una vivencia mucho más profunda que el mero tener conocidos o amistades
superficiales. La unidad de las personas que se abren al Espíritu Santo es la más
duradera y robusta que pueda existir.