Hace 7 años, un 15 de Julio de 2010, el congreso nacional se volvió multicolor a partir de la
aprobación de la Ley 26.618, conocida como Ley de Matrimonio Igualitario en donde, las parejas homosexuales pueden contraer matrimonio de manera legal, oficial y con reconocimiento internacional. Y aunque muchos no se iban a casar, era una forma de parar la discriminación contra esas personas, dejando que todos somos iguales. Un hecho histórico que fue motivo de festejo para muchas personas que ahora podrían dejar de esconderse y tener el derecho de amarse, como siempre hubiera tenido que sé. Pero también eso desemboco el enojo de las personas religiosas, pero no voy a generalizar. Mi caso fue el último, que tras nacer y criarme entre una familia evangélica ese día fue de puro enojo decían que aceptar eso era una forma de retroceso. Tenía 13 años, yo todavía no lo entendía, sabia las posturas que se tocaban en mi casa y que eso no estaba bien bajo ninguna forma según familiares cercanos. Habíamos tenido peleas por mi postura en contra de lo que ellos pensaban, sabemos que la ley se aprobó el 15 de julio, pero meses antes se venía hablando de esto y a pesar de que éramos todos muy unidos si se tocaba ese tema siempre era motivo de pelea. Según mi familia alguien me estaba llenando la cabeza y yo creo que ellos tenían la cabeza llena de cosas que tenían que cambiar porque no tenían sentido. Toda mi vida había dicho que estaba mal, era como esos nenes que solamente opinan lo que hablan en sus casas, ya sea de política o cualquier tema social. Pero entendí que la gente tiene que conocer y escuchar para sacar su propia postura, sabía que yo nunca iba a estar de acuerdo con mis padres, ni ellos conmigo. Estaba en segundo año de la secundaria en un nuevo colegio. Había conocido a una persona que se volvió mi amigo después de un largo tiempo. Lo había ocultado varios años porque tenía una orientación sexual diferente a la mía y llevarlo a casa iba a ser para discusión cuando él se fuera. Pase junto al todo su proceso. A los 13/14 años uno no sabe que quiere, que busca o como se siente. Es una etapa de descubrimiento. Pasaron varios años para que él se aceptara, el sentía que estaba mal lo que a él le pasaba y que debía obligarse a sí mismo a cambiarlo. Él quería contárselo a su familia, para mí era innecesario, creo que nadie nunca hizo una charla para decirle a sus padres " Soy heterosexual", solo lo hacen cuando tienen una orientación sexual diferente, pero él quería hacerlo, y yo lo apoyaba. Se lo conto a su familia con mucho orgullo, él tenía todo mi apoyo que se lo fue ganando con el tiempo, él sabía lo que yo pensaba antes de conocerlo y como era mi familia, pero gracias a el pude abrir los ojos y entender que todos tienen que ser felices sin esconderse. Un día tomo coraje y le conto lo que el sentía a sus padres. Su madre lo miro y le dijo " Prefería tener un hijo con cáncer o muerto, pero no un hijo homosexual". El me lo contaba con lágrimas en los ojos, se sentía un fracaso. Pero yo siempre le decía que era mi orgullo. Si no tenía el apoyo de sus padres ¿Qué podía esperar del resto? Ese día entendí que estamos en una sociedad en la que las personas se ven obligadas a esconder su amor por miedo a una mala reacción de sus seres queridos. A casi 8 años de ese hecho histórico esos pensamientos de ambas familias quedaron en el pasado, tras entender que nadie vino a esta vida para sufrir, sino para disfrutarla sin lastimar a nadie. A veces tenemos que pasar algo de cerca o pensar en el otro para formar nuestra opinión. Espero que en algún momento la discriminación sea parte del pasado y que el amor sea algo aceptado siempre. Apoyar a los homosexuales no te hace homosexual, te hace una persona que sabe que todos nacemos con el derecho de amar.