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Workers o la apropiación de lo ajeno

Hipatia Argüero Mendoza

Primero el mar. Un mar amplio sin ubicación geográfica determinada. Esto ya lo


hemos visto: libertad, o deseo de. Luego una fila de barrotes aparecen e interrumpen
el paisaje aparentemente ilimitado. El mar sin nombre comienza a definirse y en lugar
de libertad establece división, aprisionamiento, frontera. Después una mujer con un
niño a su lado en medio de lo que parece una despedida. La historia comienza a
dibujarse y con ella una serie de expectativas: ¿Abandono? ¿Migración? ¿Película de
consciencia social y final triste? Finalmente la espalda de un hombre en primer plano;
un observador lejano, un no participante: esta es (parcialmente) su historia. Así es, a
grandes rasgos, la primera escena de Workers (2013), primer largometraje de ficción
escrito y dirigido por José Luis Valle.

Nada es lo que parece; todo depende del marco de referencia. Con frecuencia
olvidamos la importancia de estas dos sobadas frases para la construcción de una
película. El cuadro, tal y como el campo de visión de los seres humanos, es limitado y
sólo permite ver un fragmento de la realidad (una “realidad”, cabe añadir, artificial y
elegida de antemano). Valle hace esto con un plano tan largo que parece fijo, el cual
está cargado de simbolismos y asociaciones inmediatas que se complementan y
contradicen al sumar elementos poco a poco.

Esta primera escena me recordó algo que alguna vez me dijeron sobre el idioma
alemán: “Si creen que por escuchar tres cuartas partes de un enunciado ya saben que
les van a decir, consideren que basta sólo una palabra al final para negar por completo
todo lo anterior”. El trabajo del espectador muchas veces implica asumir significados
anticipadamente a partir de las convenciones establecidas en el lenguaje
cinematográfico, las cuales responden a un tono, ritmo y género que pocas veces
escapan o rompen sus propias reglas. En el caso de Workers, este trabajo se vuelve
dinámico y lúdico por el constante (aunque a veces alargado) juego con lo
interpretable, lo tácito, lo dicho y lo contradicho y porque, aunque la forma
convencionalmente pertenece a un tipo de cine, el guión y las situaciones subidas de
tono cercanas al absurdo, apuntan hacia el extremo opuesto.
La primera escena de Workers plantea los límites deliberados del marco, lo cual se
reitera a lo largo de la película, tanto en aspectos formales como narrativos: podemos
elegir qué vemos, hasta donde volteamos. Esta película decide mostrar, al mismo
tiempo y de manera consciente, las entrañas del Tijuana pobre y profundo y la burbuja
que el dinero permite: “No veas para allá porque hay basura y está muy feo”.

La historia paralela de Lidia (Susana Salazar) y Rafael (Jesús Padilla), dos


trabajadores que han dedicado su vida a servir a sus patrones (digo servir por el tipo
de entrega que ambos demuestran ante ellos) es la columna vertebral. Cada uno se
desenvuelve en un pequeño universo y el centro es el trabajo, no como fuente de
libertad económica, sino como el fundamento de su existencia, el orgullo de
pertenecer y trabajar para algo o alguien “más grande que ellos”.

En este sentido, resulta interesante que los dos personajes principales de alguna
manera se apropien de lo ajeno. Rafael, intendente de una comercializadora de focos
Phillips, recomienda el producto de su empresa en su tiempo libre y coloca las
bombillas de su marca frente a las de la competencia. Por su parte, Lidia realiza una
serie de tareas ridículas mientras cuida a la perra de su patrona porque asume su
importancia. La posibilidad de mentir y decir que llevó a la preciada perra a ver el
atardecer, o que no intervino en su campo de visión para mostrarle sólo las partes
bonitas de Tijuana, no cruza por su cabeza. Lidia cumple al pie de la letra todas estas
instrucciones, por más absurdas que sean. La subversión de los protagonistas consiste
en despojarse de esta camiseta y sólo se liberan cuando anulan su sentido de
pertenencia.

El director, José Luis Valle, también hace un ejercicio de apropiación con esta
película. Estamos acostumbrados a pensar que el cine de ritmo lento y contemplativo
pretende ser realista. Muchas veces, cuando vemos el mismo plano durante varios
minutos angustiantes sentimos la necesidad de inyectarlo de realidad y verlo como un
retrato fiel. Es extraño, casi desconcertante, ver una farsa con claras intenciones
cómicas construida a partir de los mismos elementos que suelen acompañar a las
cintas de denuncia o de comentario social. Esto no significa que Workers no sea una
crítica a la sociedad mexicana y su estructura laboral y familiar. De hecho, toca temas
de gran profundidad como la migración, el abandono de los veteranos de guerra, el
abuso sexual, la muerte de un hijo, la enfermedad, el analfabetismo, la falta de
seguridad social, etc. No obstante, lo hace con humor negro y sutil a través de
diálogos y situaciones ligeras despojadas de las ataduras de la fórmula. Hay muchas
maneras de narrar las historias y con Workers Valle lo demuestra, apropiándose de las
reglas y dándoles la vuelta: añadiendo la última palabra que niega todo lo anterior.

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