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Paisaje vigoroso y trágico sumergido en una extraña luz del Valle de México que todo lo
El artista trabaja con una lentitud que revelaba el gran amor que ponía en su obra,
o dicho de otro modo, la evidente dificultad para hacer visibles las sensaciones recibidas.
adobe, la última en el extremo del pueblo de Santa María Aztahuacan, viejo poblado de
los antiguos aztecas, próspero hacía muchos siglos, con su fabuloso comercio de plumas
El lago que se extendió en la maravillosa cuenca del Valle de México se alejó del
pueblo de Aztahuacan al llamado de la civilización que necesita tierra y más tierras para
sembrar en ellas ilusiones y más ilusiones. Sobre ellas -sobre las tierras y sobre las
ilusiones- viven, ahora, un vida miserable los antiguos comerciantes de las albas y
elegantes aves que dieron renombre y bienestar a todos los pueblos de la margen oriental
conservan muy puro su tipo azteca, las costumbres y el lenguaje de aquella raza,
especialmente las mujeres. Las dos que vivían en la pequeña casita de adobes grises junto
a la cual el pintor trabajaba en su paisaje eran de ese tipo. Serias, casi adustas revestidas
de una dignidad casi religiosa, suaves en sus maneras, muy cuidadosas de sus palabras y
de una cortesía espontánea, pero sobria, se deleitaban, mirando desde lejos el desarrollo
colocando la tela junto a una cerca de piedra, puso ante los ojos de aquella admiradora
indígena lo que su pincel de artista enamorado había podido fijar en una insuficiente
admirativos, de sus manos. El examen fue largo. Cuando hubo terminado se volvió hacia
No es el mismo, pero está más bonito aquí en la pintura, que allá donde lo hizo
Dios nuestro Señor. Será agregó en tono de duda , que en estas cosas ponemos la
india, su profundo espíritu de observación, su amor a las cosas de arte, virtudes heredadas
contemporánea.
La amistad que nació de la admiración de aquella mujer por la obra del artista fue
creciendo a medida que la pintura avanzaba y, cuando ésta estuvo terminada y fue
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aquel paisaje pintado era muy caro. Su autor comprendió rápidamente que la mujer tenía
Ojalá y así sea, porque yo se lo quiero comprar a usted dijo en voz baja, con
Como usted ha sido tan amable, y le gusta tanto mi pintura, se lo voy a vender
La compradora sonrió con suave sonrisa, juntó las manos en actitud devota y dijo
muy emocionada:
Tengo los cinco pesos, pero la verdad es que no es justo que usted me dé ese
cuadro por tan poco dinero. Tanto trabajo que le ha costado, tanta pintura que ha
gastado. Y luego, figúrese, nomás en puros camiones se le han ido a usted más de los
cinco pesos. Mejor hagamos un trato: yo le doy a usted los cinco pesos y me lo deja usted
No, señora, se lo vendo a usted por ese dinero y con todo y marco.
Yo quiero el cuadro sin marco. Así está muy bien. Yo no necesito nada más.
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La admiradora indígena cogió la tela con un respeto religioso y la colgó en un lugar
entre los objetos que contenía sacó una ollita con monedas -monedas de níquel, de plata
y de cobre- apenas se ajustaron los cinco pesos. Y como quien pone una ofrenda en un
altar, la admiradora puso en las manos del pintor aquella suma que seguramente le había
pared, más honrado y más lleno de gloria que en el más famoso museo del universo.