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Universidad de Concepción

Facultad de Humanidades y Arte


Depto. de Historia y Cs. Sociales
Estudiante de Licenciatura en Historia
Valentina González Moya

El ideario Clásico para un estado moderno


griego: conflicto con el imperio otomano y
paternalismo occidental
El estado del imaginario clásico durante las revueltas de la revolución griega a partir
de 1821, las repercusiones internacionales, contra el imperio otomano y la creación de
un estado griego.

Por Valentina González Moya

Con casi 500 años bajo el dominio del imperio otomano, los “griegos” gozaron de cierta
autonomía gracias a las características del régimen turco. Las elites lograron reconocimiento
y una posición de privilegio, mientras que los mercaderes en las islas del egeo disfrutaban la
prosperidad que el comercio marítimo les ofrecía. Sin embargo, no fue así a lo largo de todo
el territorio; en las regiones montañosas, los griegos estaban sometidos bajo los caprichos de
una administración turca corrupta. Por ende con el antecedente de la Revolución Francesa,
los pueblos griegos tuvieron la primera posibilidad de alzamiento para una nación
independiente.

La comunidad griega tiene su conocida aportación a la historia de la humanidad; todo lo que


fue la Grecia clásica y el helenismo repercutieron en los caminos tomados por la Europa
occidental. Bajo esta premisa, los contactos de los humanistas occidentales con los griegos
(y más específicamente con las tradiciones griegas mantenidas por el imperio bizantino)
dieron la posibilidad del muy conocido “Renacimiento”. No obstante, los caprichos de la
historia dieron un giro inesperado, posicionando el renacimiento europeo en el siglo XV, no
fue hasta siglos después que tuvo sus repercusiones en el mismo mundo griego.

La creación del estado griego debe situarse en el marco de los estados modernos europeos,
que en superposición a los regímenes tradicionales montaron un escenario geopolítico
diferente al antes conocido. A pesar de lo establecido por el congreso de Viena, fueron
numerosos los grupos humanos que adoptaron esta ideología de libertad espiritual (nacida en
la revolución francesa), incluso entre los mismos territorios del imperio otomano.

Como principal objetivo de vía de escape e independencia, las naciones griegas (conocidas
hasta ese momento en plural) debían de conducirse a una identificación humana, de un pueblo
que habita en un lugar particular. Más específicamente, hacerse con sus raíces primarias para
fomentar un discurso político e ideológico lo bastante fuerte para formar su propia nación.
Este discurso (quieran o no muchos historiadores) fue creado para una doble causa:
unificación y reclutamiento. ¿Cómo lograr que una “nación” con más de 3000 años de
historia, y que al mismo tiempo nunca hubo un intento de unificación geopolítica (al menos
no de forma voluntaria) alcanzara esta unificación? Los grandes líderes encontraron tal
respuesta; apelando a un ideario histórico clásico común, para esto figuras carismáticas como
el general Yannis Makriyannis y la literatura jugarán un papel fundamental.

“Cierto es que no soy hombre de letras (…). Empecé esta labro empeñado en narrar las
desgracias que han asolado nuestro país y nuestra fe, producto de la insensatez y del egoísmo
no sólo de religiosos o políticos, sino también de nosotros, los militares. La indignación de
ver los graves errores que han causado la muerte de tantos inocentes, es lo que me ha
impulsado a ponerlos por escrito hasta el día de hoy, (…) y nos encontramos en una situación
tan miserable que corremos el peligro de desaparecer.” (Macriyanis, 2012, pág. 22)

Makriyannis a través de sus “memorias” constituye una obra maestra del pensamiento
helénico de todos los tiempos, que muestra un periodo crítico para el helenismo que aspira a
obtener la posibilidad de liberarse del dominador (accediendo a una concepción antigua del
bárbaro), potenciar la necesaria creación de un marco político nuevo, como estado moderno
europeo, y mantener activos la fe y el apoyo de los griegos, ante las amenazas que
significaban las ideas racionalistas de la Europa ilustrada (más específicamente el congreso
de Viena). Bajo esta información, nos encontramos bajo lo que muchos historiadores llaman
“helenismo moderno”, comienza la circulación de corrientes ideológicas sobre nación y
patria para los helenos, prácticamente basados en el pensamiento clásico. La filosofía básica
vuelve a ser parte de esta nación; se reflexiona sobre los valores tradicionales en comparación
con las características de estados vecinos. Invocan tópicos que se encontraban muertos en la
conciencia popular; la concepción de Acrópolis y la grandeza de ciertas ciudades griegas,
que no hasta hace mucho, habían sido fuente física de sabiduría (para el imperio romano
sobretodo). Se reutiliza caudillos de antaño (Leónidas, Aquiles, algunos filósofos, por
ejemplo) para matizar lo que se busca en la nueva nación griega, que a pesar de querer ser
parte de Europa occidental, quieren definir su papel simbólico como seno de la historiografía
europea. Otro punto fundamental para este discurso, se le describe como “la nueva mitología
griega” donde para asumir la realidad de los momentos gloriosos e inmortales vividos por
los combatientes de la revolución, se recurrió a una conexión estratégica y ficticia de la
realidad presente con el pasado antiguo junto a la definitiva mitificación de los combatientes
de la revolución. Revivir la inmortalidad, la gloria y la valentía o más bien recrearla y
adaptarla a los nuevos griegos, fue la gran tarea de la literatura. La importancia de esta aún
es motivo de debate para algunos historiadores. De hecho en los documentos analizados hay
muchas opiniones contradictorias al respecto. Aunque para la gran mayoría, reconocer a
Makriyannis como un caudillo importante para este proceso es un hecho indiscutible, ahora
bien, la relevancia en ese momento específico de su obra más bien biográfica es debatible.

El verdadero reto fue el reclutamiento, uno que necesitaba aliados poderosos por sobre la
inmensidad del imperio otomano; apelando a una especie de deuda cultural que tenían los
estados europeos con Grecia y también a un clasicismo, fruto del renacimiento europeo.

Si bien, en principio la “ayuda” no llegó de forma inmediata ni directa, esporádicamente el


apoyo se fue manifestando. Se vio apoyada la causa con la inactividad del congreso de Viena,
ante las revueltas griegas, que lógicamente iban en contra de lo proclamado en dicho
congreso. Inglaterra, quién estaba en una posición militar importante, no hizo movimiento
alguno para mitigar estas revueltas. Dentro de lo que es el discurso griego, la forma en que
alcanzó al pensamiento europeo fue a través de lo que se conoce como los filhelenos, o los
amigos de los griegos. En efecto, la noticia de los alzamientos provocó una oleada de
entusiasmo por parte de los revolucionarios y de indignación por la brutalidad de la represión
otomana en la opinión liberal de occidente. Por ejemplo en Francia, los pensadores literarios
y artistas ensalzaron el movimiento griego (Hugo, Lamartine, etc.). No obstante la Grecia
maravillosa que todos imaginaban, sólo estaba inspirada en el pasado clásico y el helenismo
de antaño, se encontraba muy lejos de la realidad; ignorando así las problemáticas centrales
en la propia revolución; las divisiones de la clase política griega, entre otras.

Pero a través de tantas revueltas poco organizadas, no solo el imperio turco se vio debilitado,
los griegos cayeron en una decadencia militar importante.

Sin embargo, la intervención europea salvó la causa griega. Con segundas intenciones muy
marcadas, las grandes potencias encontraron al final un acuerdo para liberar a los griegos del
imperio turco. En Inglaterra, las ansias por controlar la zona del mediterráneo a través de la
economía, frenar el avance ruso y mantener al margen a Francia (que en un momento también
quería intervenir en estos asuntos griegos). La presión de las potencias europeas (a excepción
de Austria) se hizo sentir hasta obligar al sultán a firmar un armisticio y conceder a los
territorios griegos una especie de autonomía. No obstante ese no era el objetivo de los estados
circundantes. Con la derrota de la armada turca en Navarino (1827), la invasión anglofrancesa
del Peloponeso y la ofensiva rusa en Adrianópolis, forzaron la claudicación del sultán. Ya en
1829 se firmó el tratado de Adrianópolis, que reconocía la independencia de Grecia, aunque
limitando el territorio. El reconocimiento pleno llegó en el año 1832, con la entronización
del príncipe alemán Otón I Wittelsbach como soberano del nuevo reino de Grecia.

En conclusión, las revueltas griegas pudieron ser un episodio poco relevante en la Europa
contemporánea, o al menos eso me hace pensar la falta de información al respecto, en libros
que figuran como manuales para comprender dicho periodo. Creo que es completamente
necesario hacerse del conocimiento de estos “pequeños hechos”, si bien se puede comprender
algo como el congreso de Viena sin saber de Grecia, no podemos entender la Historia sin
esta. También hay que destacar la parte ideológica de esta serie de batallas, crear un discurso
para una nación cuyo pasado no tiene gran relevancia para el actuar diario, se convirtió en el
pesado aliado, o más bien la gran posibilidad de tener grandes aliados, corresponde a una
ingeniería ideológica monumental. Para mí, y bajo los peligros de mi opinión (considerando
el bajo conocimiento al respecto) la revolución Griega y su uso del ideario y el discurso;
contiene iguales o quizá más matices y puntos de interés que la gran Guerra Fría.

Bibliografía
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Basabe, N. (2011). Europa busca una madre: la guerra de independencia griega en el debate
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Macriyanis, Y. (2012). Memorias de la revolución griega de 1821. Barcelona: Libros papeles del
tiempo.

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