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Los fundamentos
1
Desde las primeras expresiones políticas del proletariado, el trabajador internacionalista
fue consciente de que su militancia suponía abrazar una vida extraordinaria:
vivir conscientemente significaba «subordinar sus propios fines a los de la especie»2. Es
decir, convertir su vida en útil a un proceso que trasciende en mucho al individuo tal y
como el capitalismo lo define. Pero si el individuo no puede existir más que
como alienación en una sociedad dividida en clases, el objeto de ese «movimiento real
que anula y supera al estado de cosas actual»3, el comunismo, hace el «descubrimiento
del hombre por el hombre mismo, al fin posible»4, proyectando sobre las formas de la
militancia de hoy, la exigencia y la promesa de una forma distinta de integrarse en la
Historia a través del hacer colectivo. El compromiso del militante no es una negación de
su personalidad, sino una superación del individualismo y la atomización para destilar
una consciencia que lucha por convertirse en consciencia humana, de especie.
2
Para empezar, integrarse al movimiento consciente de la clase significa abrazar
un modo de aportar e intervenir que solo puede vivir en la discusión y la práctica
política colectiva. Ese conocimiento colectivo que se destila en programa, verdadero
núcleo de la consciencia de clase, es el que establece continuidades históricas y
políticas. Es el programa y el método que lo anima, el que permite a una clase
explotada, dotarse de una estrategia consciente a caballo de la propia combatividad que
su situación en la sociedad le impone5.
No existe alma distinta del cuerpo, no existe consciencia sin materialidad, el programa
no es una idea pura existente desde siempre que la clase recibe o adopta mecánica y
completamente, llevada por la pura necesidad inmediata o azuzada por los desastres de
un sistema agotado. El programa y el método es el resultado de la experiencia de la
clase procesada en sus minorías más conscientes6. No hay programa de clase
sin partido de clase, e incluso en las fases en las que el partido no es más que un
conjunto de minorías más o menos dispersas y en que las luchas de clases son débiles,
no hay posibilidad de desarrollo programático fuera del intento por construir el partido y
sin que esas minorías organizadas den batalla por su propio afianzamiento en la mayoría
de la clase.
3
También desde el principio del movimiento comunista, las fronteras de clase daban
forma a la organización y no solo al programa. La primera de ellas,
el internacionalismo, la afirmación del proletariado como una única clase mundial y por
tanto la negación de que tenga cualquier interés «nacional» una vez la burguesía ha
conseguido derrotar al absolutismo y hacerse con el poder político7, fue una conquista
de los primeros pasos de la Liga de los Comunistas. Y tuvo, por supuesto consecuencias
organizativas. Engels cuenta8 como la primera organización revolucionaria de
trabajadores se formó haciéndose internacional en su propia composición y programa:
«prácticamente, por la diversa nacionalidad de sus miembros, y teóricamente, por la
conciencia de que toda revolución, para triunfar, tenía que ser una revolución europea».
De forma muy significativa, remata diciendo que «a los cartistas ingleses se les dejaba a
un lado como elementos no revolucionarios, por razón del carácter específicamente
inglés de su movimiento».
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4
La otra gran frontera, el centralismo, dio vida a las redes de correspondencia de la Liga
de los Comunistas, fue el centro de la batalla de la Iª Internacional contra el anarquismo
y sus sociedades secretas, pero también de la izquierda de la IIª Internacional contra
los identitarismos nacionales dentro del partido… Y sin duda de las izquierdas
comunistas que se enfrentaron al stalinismo, es decir a la contrarrevolución, y su
deformación del término para ahogar la discusión en los partidos comunistas. Porque el
nuevo modelo de militancia que imponía la contrarrevolución no era el de la disciplina a
la decisión colectiva, sino el de la obediencia a las directrices desde arriba y el uso de la
militancia como mera «correa de transmisión». En realidad, el modelo stalinista de
militancia es la negación del centralismo. Y de ése modelo y del de la socialdemocracia
surge toda la gama de militancias del izquierdismo: sumisión a los jefes, culto a los
líderes, ausencia de debate teórico, fraccionamiento en mil grupos «por identitades» sin
otro objetivo que «encuadrar».
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1
La práctica militante cotidiana implica aprendizaje y estudio colectivo de la realidad
desde una perspectiva mundial de la lucha de clases. Leemos todos los días y ponemos
en común fuentes de prensa de todo el mundo. El objetivo es hacernos un marco de
análisis que responda al momento de las tendencias del capitalismo. A partir de ahí,
compartiendo y discutiendo en común, surgen los informes que, en nuestro caso,
conforman las secciones de actualidad del blog: desde el estado del conflicto
imperialista a las dificultades de las burguesías nacionales de España, de Argentinao
donde quiera vayamos conformando un cuadro particular de análisis.
Desde los tiempos de la Liga de los Comunistas, este tipo de rutinas, leer las noticias y
mantener un marco de análisis actualizado de la realidad global ha sido una parte central
del día a día de los militantes, un esfuerzo colectivo en el que no era una parte menor
acceder a los medios de comunicación. Hoy Internet nos lo pone mucho más fácil. Y
pone también mucho más fácil lo que históricamente era el debate cotidiano, la puesta
en común del día en el club obrero o la casa del pueblo. Es de esa discusión permanente
de donde salen los temas que permiten luego trabajar «formalmente», investigar,
fundamentar y contrastar con método.
2
Lo que no es en absoluto más fácil es reapropiarse colectivamente del método marxista
de análisis que permite dar sentido a ese marco. No se trata de hacer un marathon de
cursos o seminarios. No hay un grado de «militante» que «ganar» ni ninguna
certificación que obtener. Se trata de hacerse con el método marxista a través de
conocer su uso histórico de Marx a hoy, confrontando de nuevo los viejos debates para
ganar una visión histórica. Y no es un trabajo individual. Son lecturas compartidas y
discutidas, es aprender a ver el mundo en su perspectiva histórica material y deshacer
las trampas de la ideologíadominante.
LOS COMPAÑEROS DE EMANCIPACIÓN INTERVINIENDO EN LA
MANIFESTACIÓN EN APOYO DE LOS TRABAJADORES DE METRO
GRANADA.
3
Todo lo anterior no es un entretenimiento social, un ejercicio intelectual. Tiene un
objetivo: poder incorporar esa profundidad en la intervención política con claridad y
sencillez de forma útil al movimiento de clase. Cuando la Izquierda Comunista
Española insistía que «la consciencia de los revolucionarios es la que primeramente
tiene que situarse a la altura de las posibilidades ofrecidas espontáneamente por la
historia»10, se refería a ésto. Todo este trabajo tiene una finalidad y es a esa finalidad a
la que está supeditado. No se trata de jugar a ser comentaristas políticos ni perseguir el
placer del mero conocimiento, no se trata de hacer proselitismo ni de vivir bajo la vana
esperanza evangélica de «convencer» a masas de trabajadores11, se trata de ser útil de la
forma precisa para que la reflexión cotidiana, la resistencia a la explotación y en
especial las luchas abiertas cuando se producen, sirvan al desarrollo de la consciencia en
el conjunto de la clase y puedan conseguir escalar a objetivos más amplios12.
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1
Nada más lejos de la falsa erudición del marxismo académico o de la cita siempre a
mano del predicador bíblico. Los textos producidos por el partido de clase de Marx a
hoy fueron herramientas para el desarrollo de la consciencia y siguen siendo las mejores
herramientas disponibles. Nada es más ajeno al marxismo que la actitud del guardián de
los textos sagrados: Marx, Lenin o Rosa Luxemburgo no fueron oráculos que recogían
la verdad de boca de los dioses. Erraron, difirieron cuestiones importantes, corrigieron
las más de las veces en el debate, otras la realidad les corrigió, algunas con
consecuencias dramáticas. Es, en conjunto y en sus partes, un legado precioso, pero
como todo legado histórico implica una responsabilidad: conservar su integridad, pero
también desarrollarlo. Hemos heredado un método de análisis revolucionario, pero está
en nuestras manos desarrollarlo en el contexto presente.
2
El desarrollo de la consciencia necesita militantes, no diletantes. Una vez más la
realidad del izquierdismo debe servirnos de modelo de lo que no es una organización
política de clase. Integrar no es acudir a unas reuniones donde el trabajo ya viene
redactado y solo hay que asentir, pegar algunos carteles de vez en cuando, acudir a
algunas conferencias y actos para mostrar fuerza. Eso puede servir como modelo para la
organización de una afición, no es un hacer colectivo que sirva para la profundización y
la extensión de la consciencia.
3
El «patriotismo de grupo», los cantos a la «lealtad a la organización», la exaltación de
líderes… no tienen nada que ver con la fidelidad al método y al programa. La
organización es el cuerpo y la herramienta del programa histórico de clase, pero si
abandona este, no necesita disolverse para haber dejado de existir como herramienta del
desarrollo de la conciencia en la clase. La separación entre cuerpo -organización- y alma
-programa- es una idea característica de las clases explotadoras que está en la esencia de
lo que alienaciónsignifica.
4
Las formas importan. El debate inundado de amenazas y violencia que finaliza en la
«caza de brujas» es una actitud que refleja las formas brutales de la contrarevolución
stalinista. Lo aparentemente opuesto, el relativismo del «todo vale» -porque nada se
toma en cuenta y los posicionamientos están tomados de antemano- es el reflejo
del cinismo bajo el discurso democrático. Ni uno ni otro se parecen siquiera al debate
franco que se produce en el marco claro y explícito de un método y un programa. La
disciplina propia de un compromiso serio con el desarrollo de la consciencia, incluye
saber vencer la tentación del «quedar bien» tanto como inhibir la discusión incómoda.
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Notas
7. «En Alemania está todavía por delante la lucha decisiva entre la burguesía y la monarquía
absoluta. Pero, como los comunistas no pueden contar con una lucha decisiva con la burguesía
antes de que ésta llegue al poder, les conviene a los comunistas ayudarle a que conquiste lo más
pronto posible la dominación, a fin de derrocarla, a su vez, lo más pronto posible. Por tanto, en
la lucha de la burguesía liberal contra los gobiernos [absolutistas], los comunistas deben estar
siempre del lado de la primera, precaviéndose, no obstante, contra el autoengaño en que incurre
la burguesía y sin fiarse en las aseveraciones seductoras de ésta acerca de las benéficas
consecuencias que, según ella, traerá al proletariado la victoria de la burguesía. Las únicas
ventajas que la victoria de la burguesía brindará a los comunistas serán: 1) diversas concesiones
que aliviarán a los comunistas la defensa, la discusión y la propagación de sus principios y, por
tanto, aliviarán la cohesión del proletariado en una clase organizada, estrechamente unida y
dispuesta a la lucha, y 2) la seguridad de que el día en que caigan los gobiernos absolutistas,
llegará la hora de la lucha entre los burgueses y los proletarios. A partir de ese día, la política
del partido de los comunistas será aquí la misma que en los países donde domina ya la
burguesía». Federico Engels. Principios del Comunismo, 1847
11. «La validez teórica es importantísima a la larga, como lo es también, en lo inmediato, para
la formación de organizaciones aptas. No obstante, ni la mejor de éstas conseguirá introducir
consciencia en la clase revolucionaria. En tal empeño, la escuela del proletariado no será jamás
la reflexión teórica, ni la experiencia acumulada y bien interpretada, sino conquista de sus
propias realizaciones en plena lucha». G.Munis. «Consciencia revolucionaria y clase para sí»,
1976
12. «Lo que la clase obrera en su conjunto, o uno de sus sectores, piensa de cualquier lucha en
juego, se queda muy por debajo de lo que la lucha misma realiza o podría realizar. El contenido
latente rebasa con creces el contenido aparente. Sólo cuando el primero adquiere cuerpo aparece
la consciencia revolucionaria del hecho mismo consciencia concreta, no teorizada por la clase,
pero si conversión de la teoría revolucionaria en realización, o nueva condensación de la
experiencia en teoría. Así ha ocurrido invariablemente desde 1848 y la Comuna de París hasta la
revolución española. Resulta por consecuencia imposible trazar un plan, siquiera muy
aproximativo de desarrollo de la consciencia revolucionaria. Es el número de obreros
conscientes dentro de la clase el que sí puede y debe aumentar y esa es incumbencia
principalísima de los revolucionarios organizados. La consciencia de la clase obrera entera irá
abriéndose camino en la medida en que los avatares de la lucha, que no dejarán de presentarse,
la lleven a destrozar en la práctica las nociones que el capitalismo le inculca y las cadenas que
las organizaciones políticas y sindicales del mismo le tienen echadas encima. Llegada esa
tesitura, la concepción revolucionaria concreta, puesta en línea de combate por minorías de la
clase, desempeñara un papel catalizador importantísimo. No gracias a cualquier planteamiento
progresivo, sino al contrario, por su aptitud para favorecer y llevar al máximo esas situaciones
bruscas». G.Munis. «Consciencia revolucionaria y clase para sí», 1976
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