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La pirámide de Maslow, es una teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en su obra

Una teoría sobre la motivación humana en 1943. Esta teoría formula una jerarquía de
necesidades humanas y postula que conforme se satisfacen las necesidades más básicas (parte
inferior de la pirámide), los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados
(parte superior de la pirámide).

http://mentesqueinspiran.com/analisis-de-la-piramide-de-maslow/

La idea básica de esta jerarquía es que las necesidades más


altas ocupan nuestra atención sólo cuando se han satisfecho
las necesidades inferiores de la pirámide. Las fuerzas de
crecimiento dan lugar a un movimiento ascendente en la
jerarquía, mientras que las fuerzas regresivas empujan las
necesidades prepotentes hacia abajo en la jerarquía. Según la
pirámide de Maslow dispondríamos de:

1. Necesidades fisiológicas
Son necesidades fisiológicas básicas para mantener
la homeostasis (referente a la salud); dentro de estas, las más
evidentes son:
 Necesidad de respirar, beber agua, y alimentarse.
 Necesidad de mantener el equilibrio de la temperatura corporal.
 Necesidad de dormir, descansar, eliminar los desechos.
 Necesidad de evitar el dolor
2. Necesidades de seguridad y protección

Estas surgen cuando las necesidades fisiológicas se mantienen


compensadas. Son las necesidades de sentirse seguro y
protegido; incluso desarrollar ciertos límites de orden. Dentro de
ellas se encuentran:

 Seguridad física y de salud.


 Seguridad de empleo, de ingresos y recursos.
 Seguridad moral, familiar y de propiedad privada.
3. Necesidades de afiliación y afecto

Están relacionadas con el desarrollo afectivo del individuo, son


las necesidades de asociación, participación y aceptación. Se
satisfacen mediante las funciones de servicios y prestaciones
que incluyen actividades deportivas, culturales y recreativas. El
ser humano por naturaleza siente la necesidad de relacionarse,
ser parte de una comunidad, de agruparse en familias, con
amistades o en organizaciones sociales. Entre estas se
encuentran: la amistad, el compañerismo, el afecto y el amor.

4. Necesidades de estima

Maslow describió dos tipos de necesidades de estima, una alta


y otra baja.

 La estima alta concierne a la necesidad del respeto a uno


mismo, e incluye sentimientos tales como confianza, competencia,
maestría, logros, independencia y libertad.
 La estima baja concierne al respeto de las demás personas: la
necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, reputación,
estatus, dignidad, fama, gloria, e incluso dominio.
La merma de estas necesidades se refleja en una
baja autoestima y el complejo de inferioridad.
5. Autorrealización o autoactualización
Este último nivel es algo diferente y Maslow utilizó varios
términos para denominarlo: «motivación de crecimiento»,
«necesidad de ser» y «autorrealización».

Son las necesidades más elevadas, se hallan en la cima de la


jerarquía, y a través de su satisfacción, se encuentra un sentido
a la vida mediante el desarrollo potencial de una actividad. Se
llega a ésta cuando todos los niveles anteriores han sido
alcanzados y completados, al menos, hasta cierto punto.

https://pablopenalver.com/teoria-de-maslow/

TEORIA La indefensión aprendida


La indefensión, es un aspecto estudiado por Martin Seligman, para comprender
los procesos por los que somos incapaces de reaccionar ante situaciones
dolorosas. Su teoría se basa en la idea de que la persona se inhibe
mostrando pasividad cuando las acciones para modificar las cosas,
no producen el fin previsto.
Esta teoría fue investigada y desarrollada por el psicólogo Martín Seligman.
Realizó experimentos con dos perros en una jaula, a los que se les daba choques
eléctricos. Uno de ellos, tenía la posibilidad de cortar la corriente, con un golpe
de hocico; el otro, no. El primer perro, mantuvo la alerta y la energía, mientras
que el otro, vivió asustado, nervioso y cayó en una depresión. Su actitud fue de
completa indefensión, aun cuando cambiaron las condiciones y ya tenía la
posibilidad de cambiar la situación.

Generalmente las mujeres afectadas por la violencia son incapaces de ayudarse


a sí mismas. Esto es consecuencia del desgaste psicológico que provoca
la continua exposición a la violencia y al desprecio. Las mujeres
víctimas de los malos tratos, se sienten desamparadas e incapaces de lograr sus
metas vitales, pasando a un estado de ausencia de motivación. Como resultado
de un proceso sistemático de violencia, la víctima aprende a creer que está
indefensa, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra
y que cualquier cosa que haga es inútil.
“A la indefensión se llega cuando: se expone a la víctima a peligros físicos y no
se le advierte o ayuda a evitarlos, se la sobrecarga con trabajos, se le hace
pasar por torpe, descuidada, ignorante etc.; la falta de afecto unido a la
repetición y prolongación en el tiempo de actitudes despreciativas,
acompañadas con bruscos cambios del estado de ánimo del agresor, sólo es
comparable a algunas torturas.” (Miguel Lorente Acosta)
A pesar de esto, son muchas las víctimas de maltrato condenadas a oír, cómo se
les cuestiona por el hecho de creer a sus victimarios El desconocimiento de la
complejidad en el tema, muchas veces nos impide comprender qué ocurre en la
mente de quienes sufren la violencia recurrente.

El estado de indefensión en que se encuentran la mayoría de las mujeres


víctimas de violencia les impide con frecuencia, pedir ayuda y otras, prefieren
resistir a esa situación de maltrato impidiendo así cualquier modificación de sus
conductas frente a esas situaciones.

https://mariangelesalvarez.com/igualdad/relacion-de-control-o-igual/la-
indefension-aprendida/

El Triángulo De La Violencia Según Johan Galtung

Violencia directa, estructural y cultural


La existencia de una violencia directa contra las mujeres es bien patente: se
materializa en hechos que van en contra de las necesidades básicas, tal como
las contempla este modelo: contra la necesidad de supervivencia, la muerte de
tantas mujeres; contra la necesidad de bienestar, el maltrato, el desprecio, la
descalificación, el acoso; contra la necesidad de una identidad, la imposición
de un modelo estereotipado o por reducción al varón, y en cualquier caso con
consideración de ciudadanía de segunda; y contra las necesidades de libertad,
la negación de derechos y la disminución de opciones vitales. Si la violencia
directa suele ser un acontecimiento eventual, para muchas mujeres es un
hecho cotidiano, una forma de vida en la que están inmersas hasta que logran
escapar de ella.
La violencia estructural es un proceso coyuntural, según Galtung, en cuyo
centro se halla la explotación. En el caso de las mujeres la refleja mejor el
concepto de dominación, algo que va más allá de lo económico. Se trata de
una violencia derivada del lugar que ellas ocupan en el orden económico. El
que la estructura de la propiedad y de los salarios sea desigual, cobrando
menos las mujeres por trabajos iguales a los de los hombres, que la pobreza en
el mundo tenga rostro de mujer –la feminización de la pobreza-, es violencia
estructural contra ellas. También lo es el que el poder con mayúsculas,
responsable de la toma de decisiones importantes que atañen a las vidas de
hombres y mujeres, esté sesgado a favor de los hombres. Ellos son quienes
ocupan los cargos importantes, las presidencias de los gobiernos, las jefaturas
de las iglesias, los puestos dirigentes de la mayoría de las instituciones y
corporaciones. También es violencia estructural, por lo que tiene de
incremento de pobreza y de carga de trabajo añadida, el que la mayoría de las
familias monoparentales, con hijos pequeños o mayores dependientes, caiga
bajo la responsabilidad única de una mujer.
La división sexual del trabajo está también en la base de una violencia
estructural. No sólo por la existencia de una doble jornada material sino por la
extracción de una plusvalía de carácter afectivo, que además no es reconocida.
Retomo aquí al respecto lo publicado hace años en la revista En pie de paz:
“Ayer y hoy las mujeres han ofrecido su tiempo para que otros, ellos, se
sientan bién. Han sido las escuchadoras, las sanadoras, las repartidoras de
equilibrio, las cuidadoras por excelencia. De este modo ellos han podido
realizarse profesionalmente: viajar, dar conferencias, trabajar en el campo o
en la política de sol a sol, escribir libros, llegar a ser célebres, todo sin que
les remuerda la conciencia o se cierna sobre ellos la mínima duda en torno a
las posibles lagunas que pueda acarrear esta su dedicación en exclusiva, o
incluso respecto a la legitimidad de su proceso de desarrollo personal (...) Es
un tópico decir que detrás de un hombre importante siempre hay una mujer
oscura que le apoya. No es tan tópico indagar los costes para las mujeres.
Los varones les están extrayendo una plusvalía afectiva que les permite
obtener una serie de ventajas de poder y autorrealización”1.
Finalmente, la violencia cultural es simbólica y persistente en el tiempo.
Siempre según Galtung, anida “en la religión y la ideología, en el lenguaje y el
arte, en la ciencia y en el derecho, en los medios de comunicación y en la
educación”2. Su función es legitimar las otras violencias, la directa y la
estructural. La violencia simbólica en contra de las mujeres se halla en la
mayoría de las creencias religiosas en las que la deidad es masculina, en las
ideas sobre la naturaleza de la mujer elaboradas por la filosofía y la ciencia,
que la han situado en niveles más cercanos a los animales –la Naturaleza- que
al ser humano racional3; en la literatura y el arte, en las que predominan las
obras en las que la mujer es objeto de la mirada, en vez de sujeto creativo y
autónomo.
Lo importante del modelo triangular de Galtung es que facilita la comprensión
de los flujos causales que se establecen entre los tres tipos de violencia. Estos
flujos circulan en todas las direcciones, ya que la violencia se origina en
cualquiera de los vértices, pero el principal es el que va de la violencia
cultural a la violencia directa pasando por la estructural.
La desvalorización simbólica de la mujer (violencia cultural) la abocó
históricamente a un estatus de subordinación y exclusión institucional
(violencia estructural), y esta marginación y carencia de poder favoreció su
conversión en objeto de abuso físico (violencia directa).
https://www.laopiniondezamora.es/blogs/hablamos-de-
mujeres/violencia-directa-estructural-y-cultural_1.html
Reconocer los factores de Violencia tiene un transfondo importante,
si nos ponemos a pensar (es gratis y se debe ocupar la mente en algo
positivo). La violencia nace de ésta forma según Galtung; primero
desde que nacemos estamos bombardeados de la necesidad de
posesión de una persona hacia otra, el hombre hacia su esposa, de
los padres a los hijos, y así sucesivamente. El comportamiento
familiar influye en el desarrollo de los niños que por su etapa de
crecimiento son como esponjas, que absorben todo lo que hay a su
alrededor; es aquí donde reconocemos la primera etapa de
violencia… la formación que nos da la familia.

https://lizafleurdepeau.wordpress.com/2012/03/30/el-triangulo-de-
la-violencia-segun-johan-galtung/

El ciclo de la violencia, la teoría de Leonor Walker

Las mujeres que han estado expuestas a situaciones de violencia recurrente se


encuentran en un ciclo de maltrato. Existe una teoría que describe el ciclo en el que la
mujer permanece como la víctima, la cual se conoce como el Ciclo de la violencia. La
Dra. Walker prueba que el maltrato no es al azar, sino que ocurre en ciclos repetitivos
compuestos por tres fases:

Fase I - Acumulación de la tensión


Esta etapa puede tener una duración indeterminada, desde días, semanas, meses o
años. En ella ocurren incidentes menores como gritos o pequeñas peleas. Se acumula
la tensión y aumenta la violencia verbal. La víctima interpreta estos incidentes que se
producen en la primera fase como casos aislados que puede controlar, que no se
volverán a repetir o que simplemente desaparecerán.

La víctima, según el comportamiento que la psicóloga observó, trata de calmar al


agresor, se niega a sí misma que lo que está ocurriendo es una situación intolerable,
busca excusas para justificarle, tiende a echar la culpa a otros factores ("ha tenido un
mal día", "estaba borracho") y encubre al agresor frente a otras personas.

La actitud que se asocia con el agresor durante esta primera fase es cada vez más
celosa y agresiva, se enfada por cosas insignificantes, está más sensible, alterable,
tenso e irritado.

Una de las características que Walker destaca durante esta fase es la de auto
culpabilización de la víctima: trata de "complacer" al agresor y cree que está en su
mano hacer que no se repitan los incidentes, por este motivo él no se siente culpable
de su comportamiento.

Fase II - Estadillo de la tensión


Walker define esta fase como la "descarga incontrolable de las tensiones que se han
acumulado en la fase anterior". Esta vez la falta de control y la destructividad dominan
la situación. Se producen las agresiones físicas, psicólogicas y/o sexuales. La víctima
primero experimenta una sensación de incredulidad que le lleva a paralizarse y a no
actuar hasta pasadas unas 24 horas para denunciar o pedir ayuda. En esta fase es
común que la víctima sufra tensión psicológica, insomnio, ansiedad, que permanezca
aislada, impotente o que evite contar lo que ha ocurrido.

Esta teoría ha comprobado que los agresores tienen control sobre su comportamiento
violento y que lo descargan sobre sus parejas de manera intencionada y selectiva.

Fase III - Luna de miel o arrepentimiento


Esta etapa suele venir inmediatamente después de la segunda fase. Es un periodo
caracterizado por una relativa calma, en la que el agresor se muestra cariñoso,
amable, incluso arrepentido, llegando a pedir perdón y prometiendo que no volverá a
suceder. La tercera fase se suele acortar o desaparecer según se sucede el ciclo a lo
largo del tiempo

Este periodo dificulta en muchas ocasiones la posibilidad de que la víctima denuncie


la situación, puesto que el comportamiento amable de su pareja le hace pensar que
quizá haya sido solo un suceso aislado y que nunca más se va a volver a repetir la
agresión. O puede que incluso sea durante esta etapa cuando la víctima retire la
denuncia que había puesto en la etapa anterior.

Después de la fase de arrepentimiento se vuelve a la primera, la de acumulación de la


tensión y después a su estallido, convirtiéndose así en un círculo, el ciclo, que define
Walker, de la violencia. Esta teoría ayuda a explicar por qué muchas mujeres deciden
no denunciar a sus parejas o por qué tardan tanto en hacerlo.

En cualquier caso, hay que tener presente que siempre hay salida. Pero la erradicación
de la violencia de género no está solo en la persona que la sufre, sino en toda la
sociedad.

A través de la web del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, puedes


informarte de qué hacer si crees que sufres violencia de género, cuáles son tus
derechos, qué medidas de autoprotección puedes llevar a cabo y qué recursos tienes a
tu disposición. Además, marcando el 016 obtendrás también asesoramiento jurídico
personalizado.
https://www.enfemenino.com/feminismo-derechos-igualdad/ciclo-
de-la-violencia-fisica-leonor-walker-s1999982.html

El Síndrome de Adaptación Paradójica

El Síndrome de Adaptación Paradójica, planteado por Montero (A.


Montero, 2001), es una aplicación del llamado Síndrome de
Estocolmo al ámbito de la violencia doméstica. Explica cómo las
mujeres víctimas de violencia de género desarrollan un paradójico
vínculo afectivo con el maltratador, “llegando a asumir las excusas
esgrimidas por el agresor tras cada episodio de violencia y
aceptando sus arrepentimientos, retirando denuncias policiales”.
conductual y fisiológico-emocional culmina en el desarrollo de un
vínculo interpersonal de protección entre la víctima y el agresor"
(Montero, 2001), es decir, la mujer crea un vínculo afectivo con su
agresor que impide que abandonarle o denunciarle.

Se alcanza a través de 4 fases:

•Fase desencadenante. Comienza con la primera agresión física. La


relación sentimental deja de ser un espacio seguro y de confianza.
Consecuencias: ansiedad, accesos ocasionales de ira, estado
permanente de alerta, provocado por el miedo a que se repita el
incidente. Posteriormente, la mujer sufrirá depresión, ante su
incapacidad de cambiar el contexto, el sentimiento de pérdida y la
acumulación de emociones negativas.

•Fase de reorientación. La sensación de inseguridad en un lugar que


se supone fuente de confort y seguridad (el hogar), unida a la
sensación permanente de miedo y de incertidumbre ante el hecho de
que la amenaza provenga de alguien que ella eligió para compartir
su vida, provoca desorientación e incertidumbre en la víctima.
Consecuencias en la autoestima y en su propia identidad. Deterioro
psicofísico de la víctima; estado crónico de ansiedad y estrés,
intensos sentimientos de culpa y vergüenza.

•Fase de afrontamiento. La víctima trata de afrontar la situación, lo


que dependerá de cómo perciba sus propios recursos, del apoyo
social disponible y de su estado psicofisiológico en general. Al
producirse las agresiones sin ningún orden prefijado, la víctima no
puede desarrollar estrategias de control, aumentando la sensación
de incertidumbre y confusión. Consecuencias: estrés crónico,
aumento del estado depresivo, de los sentimientos de culpa y
vergüenza, embotamiento emocional y aumento de las conductas de
pasividad e indefensión.

•Fase de adaptación. En esta fase, la víctima se adapta


(paradójicamente) a la violencia de su agresor. Ante la incapacidad
de hacer uso de sus propios recursos o solicitar ayuda al exterior
aprende la situación hostil seguirá haga lo que haga (indefensión
aprendida), lo que la llevará a adaptarse a la situación desarrollando
un vínculo paradójico con el maltratador, mediante un proceso de
identificación traumática, a través del cual sólo aceptará sus
aspectos positivos (arrepentimiento, excusas, promesas, etc.),
desechando los negativos y desplazando la culpa hacia elementos
externos al maltratador (O’Leary et al, 1989).

Consecuencias: a partir de este momento, toda la información y que


lleguen a la mujer pasarán por el filtro del nuevo modelo mental que
ha asumido (Montero, 2001), lo que dificultará que ponga fin a su
situación. A pesar de que en la actualidad las cifras que intentan
mostrar un perfil de la violencia íntima contra la mujer en el marco
de relaciones afectivas recogen los beneficios de un progresivo
aumento de la publicidad y la concienciación social con respecto a
épocas anteriores, lo cierto es que aún queda mucha realidad oculta
por conocer.

Algunas consideraciones sobre el síndrome de adaptación


paradójica.

Diversos factores han contribuido a que los contornos del fenómeno


se expongan a la luz pública pero en muchas ocasiones el silencio de
la víctima y el mutismo, a pesar de observar el problema, de quienes
le rodean, obstaculizan la búsqueda de soluciones. Entre los
elementos que mantienen a la mujer en silencio sobre el maltrato
que está sufriendo se encuentran diversos procesos paralizantes
generados y mantenidos por el miedo, la percepción por la víctima
de una ausencia de vías de salida de la situación de tortura, y la
carencia de recursos alternativos, sobre todo en el caso de mujeres
con hijos que no vislumbran, por causas variadas, un apoyo externo
viable.

En muchos casos puede observarse que tanto mujeres de perfil


social considerado más independiente como aquellas otras de
dependencia más ligada a un núcleo familiar del tipo que sea,
comparten la reacción paradójica de desarrollar un vínculo afectivo
gradualmente más fuerte con sus agresores, llegando al punto de
asumir las excusas esgrimidas por el agresor tras cada paliza y de
aceptar sus arrepentimientos, retirar denuncias policiales cuando
han tenido un momento de lucidez y las han presentado, o detener
procesos judiciales en marcha al declarar a favor de sus agresores
antes de que sean condenados. El síndrome de Estocolmo es un
conjunto de reacciones psicológicas observadas en personas
sometidas a cautiverio mediante las cuales las víctimas acaban
manifestando una paradójica adhesión a la causa de los
secuestradores, estableciéndose cierto tipo de procesos de
identificación entre rehenes y captores e, incluso, desarrollándose
lazos afectivos y de simpatía en el marco del contexto traumático del
secuestro. En muchos aspectos, es posible establecer un paralelismo
muy claro entre la emergencia de vínculos paradójicos en
experiencias de personas sometidas a secuestro y en mujeres que
sufren violencia en la intimidad, a modo de un Síndrome de
Adaptación Paradójica a la Violencia Doméstica.

Igual que las personas en períodos prolongados de aislamiento


durante un secuestro, las mujeres maltratadas sufren una
exposición constante al miedo que provoca la agresión física
continuada en su espacio íntimo. Los iniciales estados agudos de
ansiedad se cronifican pasando a generar cuadros depresivos que se
unen a las claves traumáticas del escenario de violencia para
producir una configuración en donde la mujer, cada vez más aislada
del mundo seguro que conocía junto a su pareja íntima, comienza a
perder la noción de una realidad que ya no reconoce. La ruptura del
espacio de seguridad en su intimidad, consecuencia de la conversión
de su pareja de referente de seguridad y confianza a fuente de
agresión y peligro, será el eje de desorientación sobre el que pivotará
la incertidumbre acerca de cuándo y porqué se producirá la
siguiente paliza. La mujer, ante estas perspectivas, pierde la
capacidad de anticipar adecuadamente las consecuencias de su
propia conducta y cede, cada vez más, a la presión de un estado de
sumisión y entrega que le garantiza unas mínimas probabilidades de
no errar en su comportamiento. El agresor mostrará momentos de
arrepentimiento que contribuirán aún más a desorientar a la víctima
y a incrementar la auto-culpabilización de la mujer.

La incapacidad de la víctima para poner en práctica recursos


propios u obtener ayuda externa para disminuir el riesgo de
agresión impulsará a la mujer a adaptarse, vinculándose
paradójicamente a la única fuente que percibe de acción efectiva
sobre el entorno: su pareja violenta. Para ello, disociará las
experiencias negativas de las positivas y se concentrará en estas
últimas, asumiendo la parte de arrepentimiento de su agresor, sus
deseos, motivaciones y excusas, y proyectando su propia culpa al
exterior de la pareja, protegiendo así su debilitada autoestima y
modificando su identidad. Después, cada una de las percepciones e
informaciones que reciba la mujer pasarán por el filtro del nuevo
modelo mental que ha asumido para explicar su situación,
complicándose en gran medida las probabilidades de extraer a esa
víctima del entorno de violencia. En mujeres con relaciones
personales muy limitadas al espacio doméstico, cuyas oportunidades
de intercambio en otros ámbitos estén restringidas, la percepción de
su espacio vital puede ser bastante similar a la de un cautivo.

http://alex-psicoclinica.blogspot.com/2012/10/el-sindrome-de-
adaptacion-paradojica.html
RELACIÓN DEL ENFOQUE CON EL TRABAJO SOCIAL

El principal foco de estudio y acción del Trabajo Social es el análisis de las necesidades
humanas, ya que “no puede haber necesidades sin la existencia de un sujeto consciente del
desagrado que sufre, el que debe tener información de los medios existentes para satisfacer las
necesidades, y voluntad para eliminar el desagrado”[8].

Por tanto, el trabajador social está enfocado a los problemas sociales como surgimiento de una
determinada carencia que afecta a un individuo, grupo o comunidad, siendo imprescindible
comprender la conceptualización sobre las necesidades humanas.

Abraham Maslow, pionero de la psicología humanista, formuló la Jerarquía de las Necesidades


Humanas, afirmando en su Teoría de las Necesidades que “aún cuando todas estas
necesidades estén satisfechas, podemos esperar que, a menudo (si no siempre), se desarrolle
un nuevo descontento y una nueva inquietud”[9], es decir, a medida que el hombre satisface
sus necesidades básicas, desarrolla nuevos impulsos y deseos más elevados, que aparecen
gradualmente.

Es así, como ciertas necesidades prevalecen sobre otras, jerarquizándolas en niveles, donde la
satisfacción de un nivel no produce un estado de apatía sino que el foco de atención pasa a las
necesidades del siguiente nivel, tomando el individuo el conocimiento de estas necesidades
superiores y su motivación para satisfacerlas.

En este sentido, el trabajador social debe tener en cuenta esta teoría como base de
conocimiento para una correcta identificación e intervención, a fin de promover la resolución
de una determinada problemática y su posterior evaluación para oportunas modificaciones en
caso de que las soluciones planteadas no resuelvan las necesidades existentes.

Por lo que el principal objetivo de la intervención profesional del trabajador social está
vinculado a mejorar la calidad de vida de las personas, que se establece ante la posibilidad
que éstas tienen para satisfacer sus necesidades.

[8] Ander-Egg, E. (1995). Diccionario del Trabajo Social. Buenos Aires: Lumen.

[9] Maslow, A. (1991). Motivación y Personalidad. Madrid: Ediciones Díaz de Santos S.A.

http://dulloam-traso.blogspot.com/2012/08/teoria-de-necesidades-de-abraham-maslow.html

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