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Jesús muere tranquilo. Inclina su cabeza en las manos del Padre y nos
regala su Espíritu. Así lo ha visto San Juan. Este Espíritu de Jesús
continuaría su obra en el tiempo, haciendo todo nuevo: nueva la
relación con Dios, como hijos en el Hijo; nuevo el culto y la oración, no
en la angustia sino en la alabanza; nueva la vida entera, construyendo
su Reino en el amor; nueva la muerte, entendida no como el final sino
como la cuna de la vida, que ya es eterna.
“Padre”
A ti, Señor, todo honor y toda alabanza por los siglos de los siglos.
Amén.