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Stoya

Filosofía, porno
y gatitos
Traducción de Francisco Jota-Pérez

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Iconos

12 de enero de 2018
Advertencia temática: Religión, Alienación

A lguien dijo el otro día que el infierno es aisla-


miento. Que el infierno es desconectarse del
universo.
Un amigo y yo fuimos al Museo de Yugoslavia.
Regresábamos caminando al autobús o al tranvía —no
recuerdo cuál de los dos era— cuando fui consciente
de un nuevo estrato al respecto de algo en lo que lle-
vaba un tiempo pensando.
Entendí otro aspecto de mi fascinación por los
iconos de sveti (santos). Son la representación de per-
sonas que tuvieron una vida de verdad, compleja,
y fueron luego transformadas en historias.
Estoy muy lejos de ser una santa, pero desde
luego tengo una vida real y compleja. Y en numero-
sas ocasiones han hecho de mí una historia. A veces
colaboro en ello. A veces sucede sin mi intervención
o siquiera mi permiso. Es un efecto secundario de la
microcelebridad.
Nótese la ausencia de juicio cualitativo.

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Es lo que es y aún no estoy lista para dejar ni mi
trabajo en el porno ni el trabajo de manejarme en pú-
blico como un ser humano; como si uno no derivase
del otro. Sin embargo, algunas de las cosas que de vez
en cuando otros me echan encima no son tan fáciles
de limpiar como me gustaría.
La gente me ve con frecuencia como una re-
presentación bidimensional y retuerce mi escala de
tiempo para que se adapte a la narrativa en sus cabe-
zas. Proyectan sobre mí su vergüenza o su necesidad
de inspiración. A veces, acompañadas una u otra de
una desconcertante cantidad de odio o admiración
brillando en sus ojos. Resulta deshumanizador, pero
son gajes del oficio.
Cuando acudí como invitada al podcast Guys We
Fucked (Tíos a los que nos hemos follado) me describí a mí
misma como alguien que está puesta en un pedestal
dentro de un cubo de basura.
Algunas mujeres me aseguran que adoran [insér-
tese aquí cualquier idealización de cuento de hadas
de lo que es mi vida, o de mis cualidades, tan increí-
blemente poco propias que me pregunto si no me
habrán confundido con otra actriz]. Los hombres
me hacen partícipe de su mal comportamiento, o su
ardiente deseo de ser «buenos», y me piden que ben-
diga sus acciones, como si yo fuese una especie de
sacerdotisa puta.
Esa proyección y esa ansia de absolución deben sa-
tisfacer algún tipo de necesidad humana. De otro modo,
no resultarían tan recurrentes. No se me objetivaría

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de esa forma. Necesitamos una fuerza mayor que no-
sotras mismas, de la que prender nuestros deseos y
nuestras heridas.
En Occidente hemos reemplazado a los dioses
de los panteones paganos y grecorromanos con el
Dios único de las religiones abrahámicas, a este por
reyes, a los reyes por actores y músicos, y ahora he-
mos añadido a la mezcla a los concursantes de realities
y a la ocasional estrella del porno.
(Una vez me comentaron que Nietzsche ya ha-
bló de esto, pero no he leído casi nada de él. Quizá,
cuando acabe de pensar en la religión, me pase a la
filosofía.) Consideramos «iconos» a los profesiona-
les del entretenimiento cuando alcanzan cierto nivel
de destreza o fama en su ámbito. Yo he sido calificada
como tal por periodistas y gente a la que consideraba
mis iguales hasta que me pusieron en el pedestal.
Cuando me sé tan aislada que llego a preguntar-
me durante cuánto tiempo más lo podré soportar, los
santos de la Iglesia Ortodoxa me ayudan a sentirme
menos extraña y menos sola como no lo podría hacer
ningún amigo o terapeuta.
A veces, cuando soy capaz de pastorear mis pen-
samientos por un sendero más o menos lineal, des-
cubro que el significado ha estado ahí todo el tiempo,
mirándome de frente.

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Graphic Depictions, escena 1

10 de marzo de 2015

J iz Lee es todo aquello que resulta delicioso del


sexo, depositado en el interior del cuerpo, habi-
tualmente desnudo, de una heroína genderqueer. Lily
LaBeau es una de las criaturas más hermosas que ja-
más hayan compartido su vulva con el mundo. Han
estado pendientes la una de la otra durante años, en to-
dos los lugares en los que han actuado. Ahora, aquí, al
fin se han juntado. Y tenemos la suerte de poder verlo.
¿El porno refleja la vida o es la vida la que refleja
el porno?
La respuesta es «ambas». Pero si definimos la
pornografía como la representación de sujetos se-
xuales con el fin de causar excitación, no podemos
compartimentar actividades específicas en las catego-
rías separadas de «sexo» y «pornografía».
Cada capa del ser observado tiende a proporcio-
nar un incremento en reacción a la observación, un
mayor grado de comunicación a través de gemidos,
jadeos y retorcimientos.
¿Alguna vez te has masturbado a solas, en casa,
con todas las puertas cerradas, las cortinas echadas

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y las luces apagadas? Si es así, me aventuraría a ase-
gurar que en ese momento estabas más centrada en ti
misma de lo que lo estás al tener sexo en pareja.
Ahora añade compañía a esa habitación sumida
en la oscuridad más profunda. Suponiendo que tus
cinco sentidos funcionen de forma habitual, podrás
oler las feromonas del otro, saborear cada porción de
él que te metas en la boca, oírle murmurar exhorta-
ciones ininteligibles o gritar instrucciones para seguir
adelante y notar su calor y su sudor.
Sigue así y enciende la luz: serás mucho más cons-
ciente de qué partes de tu cuerpo están expuestas a
tu pareja y agradecerás el estímulo visual que puedan
proporcionar las suyas.
Mete a más gente a la habitación: los actos sexua-
les en los que estás tomando parte adquieren cierto
grado de performance, tanto para el disfrute de tu
público como en cuanto a la interacción de la que los
participantes extraéis placer. Puede que incluso goces
con el hecho de proporcionar a los demás un buen
espectáculo.
Ahora imagínate delante de una cámara y asimila
el hecho de que miles (ojalá millones) de desconoci-
dos verán el vídeo resultante: eso es ser una actriz de
cine para adultos.
El sexo en el porno es una respuesta natural y au-
téntica a todas esas capas de observación.
Lo que tenemos aquí hoy, en esta escena con Jiz
y Lily, es un uróboros del observar. Se miran la una
a la otra, y ambas saben que yo las estoy mirando.

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Las tres somos conscientes del equipo de técnicos, de
la cámara y del peso colectivo de todos los ojos que,
esperemos, atenderán a la grabación final.
Están guapísimas, cubiertas de abalorios y prac-
ticando sexo la una con la otra. Lo cual es el motivo
principal por el que vemos porno, ¿verdad? Observar
a otros practicando sexo.

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Stoya, así como otros títulos de la editorial,
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Orciny Press

Colección Garum

1. Muerte a los normies. Las guerras culturales en internet que


han dado lugar al ascenso de Trump y la alt-right. Angela
Nagle
2. Explorant Mecanoscrit del segon origen: noves lec-
tures. Sara Martín, ed.
3. Vida después de la muerte. Damien Echols
4. Filosofía, porno y gatitos. Stoya

www.OrcinyPress.com

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