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Jakobson en su texto menciona que “el realismo para el teórico del arte es una corriente
artística que se ha propuesto como finalidad reproducir la realidad lo más fielmente
posible y que aspira al máximo de verosimilitud. Declaramos realistas las obras que nos
parecen verosímiles, fieles a la realidad”.
Aquí observamos una evidente ambigüedad, por un lado la mirada del autor y por otro
lado, quien la juzga o receptor. A partir del punto de vista individual se crea un valor
objetivo y absolutamente auténtico que sustituye la mirada del productor de la obra por
quien la examina.
Aparece otra mirada en la que el historiador de la literatura considera que las obras más
verosímiles son obras realistas del siglo pasado y que consiste en la suma de los rasgos
característicos de una escuela artística del siglo XIX.
El pintor innovador debe ver en el objeto aquello que ayer no se veía, e imponer a la
percepción una nueva forma.
En el caso del receptor hay una presuposición de mi estimación objetiva como fiel a la
realidad. En esa situación encontramos dos significaciones, una: Yo soy revolucionario
con respecto a las normas artísticas vigentes y veo su deformación como un
acercamiento a la realidad.
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Otra: Yo soy conservador y veo la deformación de los hábitos vigentes como una
alteración de la realidad.
Si bien existen diversas acepciones de la palabra realismo, queda claro que hay un factor
común que hace que ciertas cosas no puedan, bajo ninguno de los puntos antes
mencionados, ser clasificados como realistas.