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Capítulo 1

Strakk golpeó su hacha de hielo violentamente contra la mesa con suficiente fuerza para agrietar
su superficie con un fuerte crujido. Metus se movió, nervioso.

“¡No!” gritó Strakk. “No. Definitivamente no.”

A Metus no lo alegró esto. Había estado promocionando duelos y entrenando guerreros por
años. Muchos de ellos eran tan tercos como Strakk, pero casi ninguno de ellos solía lanzar
objetos peligrosos sin pensarlo. Obviamente, debió haber previsto esto. Los Glatorian nunca
hacían nada gratis, pero Strakk era extraordinariamente codicioso. Había una broma por todo
Iconox que decía que Strakk ni siquiera abría los ojos al amanecer si no obtenía algún beneficio
de ello. Por un momento, el deseo de abandonar todo esto surgió en su mente. Sin embargo,
pronto se dio cuenta de lo importante que era reclutar a Strakk.

“Me lo debes”, le recordó Metus. “Piénsalo, ¿Qué habría sido de ti sin mí? Después de todo,
¿Qué tan seguido te pido favores?”

“Bueno… ¿Qué hay del duelo con Kiina el mes pasado?” contestó Strakk. “Hace un año me
pediste que te ayudara a entrenar a esa matona, ¿Recuerdas? Tuve que pasar unas cuantas
semanas recuperándome porque ella olvidó que sólo era un entrenamiento. También recuerdo
esa vez que…”

“Bien, suficiente”, lo cortó Metus. “No quiero escuchar la historia de tu vida. Es un trabajo rápido
y fácil. Puedes ganar mucho en una semana. ¿Estás dentro o no?”

Metus mentía descaradamente. Lo hacía a menudo al negociar con sus guerreros. El trabajo que
le ofrecía a Strakk no era ni rápido ni fácil. Se trataba de un transporte de preciosa exsidiana –
pago por un duelo perdido por otro guerrero llamado Gelu – entre los pueblos de Iconox y
Vulcanus. Usualmente, las caravanas tomaban la ruta más corta hacia el sureste a través de las
Dunas de la Traición directamente hasta el pueblo del fuego. No era el camino más seguro, pero
una que se usaba muy a menudo. Sin embargo, las últimas semanas vieron a las dunas
transformadas en una trampa mortal por un grupo de bárbaros llamados cazadores de huesos.
Por razones que no se han revelado, habían decidido cortar las rutas comerciales entre los
pueblos, separándolos a todos, especialmente a Tajun, el pueblo del agua. Viajar por el desierto
se había vuelto bastante peligroso. Las caravanas eran atacadas y, peor aún, ninguno de sus
tripulantes regresaba con vida. Iconox no tenía opción. Si no mantenían el trato, no se permitiría
que sus guerreros participaran en duelos en ningún lugar de Bara Magna, por lo que habían
tenido que encontrar una ruta diferente que les permitiera llegar a Vulcanus a salvo.

“Déjame pensar”, dijo Strakk. “¿Quieres enviar un carro cargado al este, a través de las
Montañas Picudas Negras, luego al sur a través de las Cataratas Oscuras, y finalmente cruzar el
Cañón Profundo? ¡Cada uno de esos lugares es más peligroso que un Murciélago de Arena con
insolación! ¿Y quieres que yo escolte este convoy? ¿Lo entendí bien?”

“Sí”, asintió Metus.

“No”, repitió Strakk. “Soy un Glatorian. Me pagan por pelear cada vez que mi pueblo quiere algo
de cualquier otra. De ninguna manera soy un guardián, un guía o un mensajero. Peleo contra
otros Glatorian. No contra los cazadores de huesos. Tienen el mal hábito de matar a todo aquél
al que enfrentan.”

Metus sabía que en eso Strakk tenía razón. No se debía traspasar el territorio de los cazadores
de huesos si podía evitarse. Sus cabalgaduras, llamadas corceles de roca, tenían varias filas de
afilados dientes y colas con aguijones venenosos, como las de un escorpión. Su increíble sentido
del olfato los hacía capaces de oler al enemigo desde muchos kilómetros. Y con respecto a los
mismos Cazadores, no habían sobrevivido milenios en las Tierras Baldías con solo ser amistosos.
Eran despiadados, violentos y ambiciosos. Si podía mencionarse algo bueno de ellos, era su
persistencia – nunca abandonaban una persecución – junto con su precisión. No paraban de
atacar las caravanas, sin dejar nada valioso… ni ningún testigo. El Agori abandonó la habitación.
El Glatorian lo siguió y continuó sus quejas. “¿Y los Skrall? ¿Los recuerdas? Unos tipos grandes de
armadura negra… una vez que ponen sus manos sobre alguien, lo transforman en pulpa, sólo por
diversión. ¡Se esconden bajo cada piedra en las Montañas Picudas Negras!”

“Tómalo con calma”, dijo Metus. “Sólo observa. Hemos contratado a los mejores.”

Metus apuntó hacia el carro, ya cargado, sobre el que había un Agori de Iconox, llamado Kirbold,
y un Agori de armadura verde, del pueblo de Tesara. En el Acechador de Arena, al lado del carro,
se encontraba un Glatorian que Strakk identifico como Gresh.

“¿Desde cuándo Tesara envía a sus Glatorian a apoyar a Iconox?” preguntó Strakk.

“Desde que los cazadores de huesos hicieron sus vidas tan difíciles como las nuestras”, contestó
Metus. “Quieren revisar la nueva ruta ellos mismos. Si demuestra ser segura, ellos también
comenzarán a usarla. Este Agori se llama Tarduk. Dice que conoce el sector.”

Metus se volvió y miró fijamente a los ojos de Strakk. “La gente de Iconox quiere enviar a su
Glatorian con este convoy – deberías entender eso. Si estás de acuerdo, te aseguro que te
conseguiré unos cuantos duelos en Vulcanus. Y aquí serás un gran héroe.”

Strakk rió fuertemente. “Sé todo sobre héroes. Ellos son los que son enterrados en agujeros en
el suelo. Y cuando tienen suerte, alguien coloca una lapida en la tierra sobre sus cabezas. Pero
no soy irrazonable... no tanto. Así que iré... por el doble de mi tarifa.”

Metus tragó con fuerza. Esto significaba que Iconox tendría que darle muchas armas y recursos a
Strakk. Después de todo, no había otra forma. Romper una promesa dada a Vulcanus
amenazaría el concepto de los duelos Glatorian en la arena, luchas que resolvían disputas entre
las tribus. De ser así, Metus se encontraría en bancarrota en poco tiempo.

“Muy bien”, dijo el reclutador. “Intentaré explicárselo a los ancianos de la tribu. Alístate para
partir.”

“Ya me estoy yendo”, sonrió Strakk. “Prepara mi recompensa – iré a cobrarla pronto.”

Solo si tienes suerte, pensó Metus. Y a donde vas, la suerte puede no ser suficiente.

Partieron pocas horas después de la salida del sol. Gresh partir antes, al amanecer, pero Strakk
insistió en que cargaran tanta munición Thornax y armamento adicional como fuera posible.
Gresh pensó que sería mejor viajar con menos peso – acortaría el viaje a través del desierto.

“Claro… yo conocía sujetos así, que viajaban con menos cosas,” gruñó Strakk. “Claro que hizo su
viaje más corto – a una tumba. Escucha, jovenzuelo, ya conoces la fama de los cazadores de
huesos. Habrá más de ellos que de nosotros. ¿Eres capaz de derrotar al menos a unos cuantos
de ellos antes que lleguen a ti? Si es así, entonces tal vez – sólo tal vez – tengas una oportunidad
de sobrevivir a esto.”

“¿Crees que deberíamos combatirlos?” preguntó Gresh.

“No, no,” contestó Strakk. “Creo que no deberíamos haber aceptado este trabajo en primer
lugar. Pero como ya lo estamos haciendo, hagámoslo con inteligencia. Atacamos primero, y no
huiremos de ellos. En cambio, los superaremos y usaremos la estrategia ".

Strakk no conocía a Gresh muy bien. Sus caminos se habían cruzado antes, en una senda por el
desierto hacia el pueblo de Vulcanus, donde tuvieron una pequeña escaramuza con los
cazadores de huesos, de la que lograron salir con vida. Desde entonces Strakk no había dejado
de cubrirse la espalda. Los cazadores de huesos no olvidan esas cosas con facilidad. No le
agradaba mucho Gresh. El guerrero Tesarano era joven y fuerte, pero un poco demasiado
honorable para su gusto. El único Glatorian que tenía una buena relación con Strakk era Malum
de Vulcanus. Aunque se decía que había sido exiliado de la tribu después de un incidente en la
arena, donde intentó acabar con su oponente. Para Strakk, era una prueba clara de que los
habitantes de Vulcanus no entendían cómo funciona la vida de un Glatorian.

Strakk iba delante del convoy. El Spikit de dos cabezas que tiraba del carro observaba con sus
cuatro ojos el camino lleno de baches frente a él sin pensar. Los Glatorian esperaban que hubiera
suficiente comida en el carro. Los Spikit eran fuertes y resistentes animales de carga, pero
cuando tenían hambre, se comían cualquier cosa a la vista, incluyendo el carro y el conductor.

“He oído, Tarduk,” dijo Strakk al Agori Tesarano que llevaba las riendas, “que has viajado mucho.”

“Es cierto,” contestó Tarduk. “Busco artefactos – armaduras viejas, armas, pergaminos…
pequeños trozos de historia. Paso mucho tiempo en las ruinas, buscando esa clase de cosas.”
"Eso suena... interesante", dijo Strakk. Y muy, muy aburrido, agrego el Glatorian para sí mismo.

“Siempre quise ver las Montañas Picudas Negras,” continuó Tarduk. “¡Probablemente haya
muchos tesoros allí!”

“Espera… eres nuestro guía,” dijo Strakk estupefacto, “¿Y nunca has ido allí?”

“No,” dijo Tarduk con una sonrisa en el rostro.

“¿Entonces por qué…?” comenzó Strakk.

“Además de él, no había ningún voluntario,” explicó Kirbold. “Lo aceptaron con facilidad.”

“No hablen tanto,” dijo Gresh en voz baja. “Sus voces se esparcen por todas partes. No
queremos que los cazadores de huesos nos oigan.”

“Eres optimista, amigo mío,” dijo Strakk. Si están aquí – y eso es un hecho – entonces ya saben
de nosotros, desde el momento en que dejamos Iconox. Sólo esperemos que no sepan qué
llevamos.”

“¿Y si lo saben?” preguntó Gresh.

Strakk apuntó al lanzador Thornax de Gresh.

“Entonces veremos si puedes usar eso, jovenzuelo.”


Un observador inexperto diría que Bara Magna es un simple desierto. Cuando, de hecho, sin
importar a dónde se mirara, el horizonte está lleno de dunas o estepas. En algunos lugares el
viento sopla los granos de arena con tanta fuerza que incluso pueden dañar la armadura de un
Glatorian. Sin olvidar el calor asesino. El sol de Bara Magna fríe el desierto con un calor tan
terrible que sólo es recorrido por los cazadores de huesos o los desesperados comerciantes que
huyen de ellos. La arena es tan caliente que quema con sólo tocarla. Cualquiera atrapado aquí
sin un suministro de agua muere en menos de un día. Al anochecer, el sol se esconde tras el
horizonte, como si fuera una antorcha apagada con prisa. Cuando la temperatura baja
considerablemente, los Agori encienden un fuego para calentarse. El desierto es el doble de
peligroso por la noche. Los depredadores nocturnos salen de sus cuevas, desde debajo de las
rocas y la arena, donde se esconden del calor. En las sombras, los cazadores de huesos pueden
acercarse a menos de doce metros de los pueblos, para capturar a un guardia que sin prestar
atención deje la protección de una antorcha. Un viejo dicho Agori dice, “al menos durante el día
ves venir a la muerte.” Nadie tiene esa suerte por la noche. Sin embargo, aquellos que conocen
Bara Magna lo suficientemente bien son conscientes de que el mundo es algo más que un
desierto.

Muchos recuerdan los tiempos en que el Río Skrall no era el único riachuelo que recorría esta
anteriormente verde tierra. Saben que Tesara no siempre fue un oasis en miniatura, sino que
parte de una enorme y rica jungla. Y aún pueden oír los chillidos de las aves acuáticas volando
sobre las olas del océano, que chocaban contra la orilla hacía mucho. Todo se desvaneció hacía
casi 100.000 años, cuando un terrible desastre cambió el planeta para siempre. Después de eso,
nadie tuvo tiempo para clases de historia. El cómo sobrevivir otro día ocupaba sus mentes.

El carro siguió por la arena caliente, aunque Strakk veía esta tierra como había sido antes. Él
venía de muy al norte – Iconox no era su hogar. Sólo estaba cerca cuando ocurrió la catástrofe
que luego sería llamada “El Destrozamiento.” Entonces le era imposible regresar a su hogar, por
lo que Strakk buscó refugio en Iconox. En ese momento todo cambió: un desierto tomó el lugar
de la jungla y el calor derritió los glaciares. Nadie sabía cuánto quedaba… y desde entonces la
vida se volvió una lucha por sobrevivir. Strakk miró hacia atrás. Iconox ya estaba escondida bajo
el horizonte. Ordenó a su Acechador de Arena que se detuviera. “Debería ser suficiente,” dijo.
“Ya podemos parar.” Gresh miró a Strakk, sorprendido. “¿De qué estás hablando?”

“¿Qué crees?” contestó Strakk. “¿De verdad pensaste que nos molestaríamos en arrastrar estas
cosas todo el camino hasta las Montañas Picudas Negras? Si realmente te creíste mi pequeño
cuento de luchar contra los cazadores de huesos, entonces de ahora en adelante mantén tu
cabeza lejos del sol.” “Pero es nuestra misión,” dijo Gresh.
Strakk resopló. “Bien. Este es el plan: los Agori dejan el carro y nosotros tomamos la exsidiana y
la escondemos. Luego hacemos añicos el carro. De vuelta en el pueblo sólo diremos que los
cazadores de huesos nos atacaron y nos quitaron todo.”

Los dos Agori se miraron. Tarduk negó con la cabeza, declarando claramente que él tampoco
sabía qué estaba pasando.

“¿Y luego?” Gresh quería saber.

“Pasan un par de semanas, volvemos aquí y desenterramos el tesoro,” sonrió Strakk. “Entonces
cada uno de nosotros recibe su parte y se va por su camino. Y nadie sale herido.”

“Excepto la gente de Iconox. Vulcanus no olvidará una deuda tan fácilmente,” dijo Gresh tras
apuntar su lanzador a Strakk, aunque con algo de torpeza.

“Bueno, aquí hay otro plan. De ahora en adelante cabalgarás frente a nosotros. Si intentas
escapar, entonces créeme, no llegarás muy lejos.”

“¿Eres estúpido o qué?” gruñó Strakk. “¡Tenemos una fortuna en nuestras manos!”

Gresh apuntó el camino con su lanzador. “Avanza. Tenemos trabajo que hacer. Haremos lo
correcto.”

Strakk miró a Gresh con incredulidad, pero luego ordenó a su acechador que avanzara,
refunfuñando, “Tantos Glatorian en el mundo, y me toca el que tiene que hacer ‘lo correcto.’”

Gresh ignoró a Strakk, y luego preguntó a Tarduk, “¿Tienes alguna idea de lo que nos espera allí?
No me gustan las sorpresas.”
“Todo lo que no querrías ver,” respondió Tarduk. “El lugar era bastante pacífico, pero desde que
los Vorox proliferaron en las Dunas de la Traición, los Murciélagos de Arena, las serpientes de las
dunas e incluso los escorpiones gigantes de las cuevas escaparon hacia el norte. Está lleno de
ellos a lo largo del camino hasta las Montañas Picudas Negras.”

“Pero esa no es la peor parte,” interrumpió Kirbold. “¿Alguna vez han estado en el Mar de Arena
Líquida?”

Gresh negó con la cabeza. Este “mar” se encontraba al sur del pueblo de Vulcanus. Se veía como
un simple desierto, pero la mayor parte de él estaba hecho de lodo suave que tragaba todo. La
suerte y la habilidad rara vez ayudaban, pero aquellos a los que les faltaban ambas ahora yacen
en sus profundidades.

“Aquí hay unos cuantos lugares similares,” dijo Kirbold. “No muchos, pero igual de malos, tal vez
peores. Imaginen ir por el desierto, preocupándose de lo suyo, y entonces…”

“¿Escuchaste, Strakk?” preguntó Gresh.

“No me gustaría perderme una noticias tan maravillosa,” dijo el Glatorian de hielo. “Es un gran
privilegio ser el que cabalga delante.”

“Mantén los ojos abiertos,” dijo Gresh. “Lo lograremos.”

“Sí, claro que lo lograran…” Strakk no ocultó su ironía. “Sólo esperen a que me trague la arena.
Entonces deténganse… y eso los alejará de los problemas.”

Los siguientes momentos pasaron en silencio. Ante ellos las Montañas Picudas Negras
aparecieron en toda su siniestra majestad. Había leyendas sobre ellas incluso cuando Bara
Magna era un verde paraíso. Las más populares mencionaban viajeros que no lograron regresar
de su viaje. Aquellos que sí lo hacían, cambiaban. Sus historias eran mucho más interesantes.
Gresh dio un rápido vistazo a Kirbold.

“¿Y tú? ¿Cómo terminaste aquí?”

“Yo mino este mineral,” respondió él. “Lo uso para sellar cosas. No se oxida y es muy efectivo.”

“Eso no responde realmente mi pregunta.”

“Extraigo el mineral. Lo saco de la tierra. Claro, otros también lo usan, pero fui yo quien lo
descubrió. De cierta forma, es… mío. Si está en peligro, quiero estar ahí.”

Gresh asintió. Había oído cosas más raras antes. Después de todo, un Glatorian no dejaba que
otros tocaran su arma por razones similares. El sol estaba en su cenit. Gresh apuntó hacia una
ladera rocosa. “Levantaremos un campamento allí y esperaremos a que esté más fresco.” Kirbold
y Tarduk dejaron el carro a la sombra. Se aseguraron de alimentar cuidadosamente al spikit antes
de convertirse ellos mismos en comida. Strakk se sentó en la arena y cerró los ojos. Gresh se
mantuvo en guardia.

“¿Qué crees que haya allá afuera?” preguntó Kirbold a Tarduk.

“¿Quién sabe?” contestó el Agori de Tesara. “Quizás alguna vez hubo una civilización en esas
montañas, una de la que nunca escuchamos. Tal vez queden algunas herramientas o vehículos.
Para alguien como yo, es un tesoro esperando ser descubierto.”

“No, no eso… me refería a monstruos.”

“Eso creo… si cuentas a los Skrall como monstruos…”

Kirbold bajó la cabeza y miró la arena con ojos vacíos.


“Umm, no lo creo. Pero si nos atacan… No tenemos dónde escondernos, ¿No crees?”

Partieron en la tarde. Strakk divisó un Murciélago de Arena. Saltó desde la arena y se llevó a un
zorro de arena consigo. El Spikit vio lo mismo y gruñó de miedo y rabia.

“Odio a esos,” dijo Strakk. “Nunca sabes cuándo saltarán.”

“Los escorpiones gigantes son peores,” declaró Tarduk, sintiendo un escalofrío en la espalda.
“Me he topado con ellos unas cuantas veces en el pasado, cuando aún buscaba artefactos en las
cuevas.”

“Hay una forma fácil de evitarlos,” dijo Strakk.

“¿Cuál?”

“No andes metiéndote en las cuevas,” sonrió el Glatorian.

“Creo que deberíamos preocuparnos de las serpientes de las dunas,” interrumpió Kirbold.

“¿Sí? ¿Por qué?” dijo Strakk con curiosidad.

“¡Porque nos tienen rodeados!”

El acechador de Gresh entró en pánico y se encabritó. El de Strakk hizo lo mismo. El Spikit pateó
y estaba a punto de huir cuando Kirbold lo detuvo, intentando agarrarse de las riendas.
La arena parecía moverse rítmicamente – las serpientes venenosas se arrastraban justo por
debajo. Parecían olas marinas, aunque la visión no era tan calmante. Las serpientes de las dunas
no temían meterse con un enemigo más grande, y su veneno era lo suficientemente poderoso
como para que una sola mordida matara en cuestión de segundos. “¡Parece que nos metimos en
su nido!” gritó Strakk. “¿Ahora qué?”

Gresh luchó por retomar el control de su acechador.

“¡Si tu animal cae, salta! ¡De otra forma te aplastará!”

“Gracias, nunca lo habría pensado,” gruñó Strakk. “Si tan sólo me hubieran escuchado…”

“¡Allí! ¡Miren!” chilló Tarduk. “¡Una abertura!”

La arena hacia la que apuntaba no se movía. Todos sabían que era su única oportunidad de
escapar.

“¡Muévanse” ordenó Gresh mientras guiaba a su acechador en esa dirección.

Strakk logró partir, saltando sobre un grupo de serpientes que acababa de saltar de la arena. El
spikit, incluso espoleado por Kirbold, no podía avanzar más. Strakk salió corriendo. No se
molestó en mirar hacia atrás. De pronto, su acechador tropezó y unos momentos después fue
tragado por las arenas movedizas. Antes de que Strakk lograra saltar, ya estaba atrapado en la
mortífera trampa.

“¡Ayuda!” gritó.

“No podemos ayudarlo,” contestó Kirbold. “Si nos acercamos demasiado también nos tragará a
nosotros.”
“Es un Glatorian. No puedo dejarlo atrás,” dijo Gresh. “Lo rodearemos e intentaremos
rescatarlo.”

“Pero eso significa volver con las serpientes,” señaló Tarduk.

“Bueno, entonces al menos tenemos una opción,” dijo Kirbold. “¡Él o nosotros!”

Capítulo 2
Dos Glatorian - Gresh y Strakk – fueron contratados por el pueblo de Iconox para proteger y
transportar al pueblo de Vulcanus una carga de un metal precioso llamado Exsidiana. Eran
acompañados por dos Agori - Tarduk y Kirbold. La amenaza de los Cazadores de Huesos
merodeando en el desierto los había obligado a tomar un largo pero intransitable camino directo
a las misteriosas Montañas Picudas Negras.

Sin embargo, los problemas llegaron a los viajeros mucho antes de alcanzar la cima. La caravana
había quedado atrapada en medio de las serpientes de las dunas. Strakk, tratando de escapar de
la trampa, cayó en arena movediza y se hundía cada vez más.

Gresh no tenía tiempo para pensar. Durante varios segundos, la arena devoraba a Strakk, y las
serpientes gradualmente formaban círculos alrededor de la caravana. La única vía de escape era
a través de la arena suave, pero la caravana era tan pesada como una piedra.

¡De repente tuvo una idea! La idea era una locura, cercana al suicidio, pero había una posibilidad
de éxito. Todo dependía de qué tan alto saltara Gresh y de qué tan rápido fuera su Acechador,
así como su conocimiento sobre las dunas. Si incluso uno de los elementos del plan fallaba,
ninguno de ellos escaparía con vida.

"¡Tarduk! ¡Necesito una cuerda – de las que están atadas a la Exsidiana! ¡Ahora!" gritó Gresh.
El Agori cortó rápidamente la cuerda. Apurado, se la arrojó a Gresh, alcanzando sólo dos metros.
El resto de la cuerda estaba en la carga.

"Pase lo que pase ahora, nadie se separe" ordenó Gresh. "Manténganse juntos en el lugar y no
hablen, ¿de acuerdo?"

Kirbold y Tarduk obedecieron. Ninguno de ellos entró en conversación. Por otro lado, se les
estaban acercando las serpientes de las dunas, lo que dificultaba el hecho de que dejaran de
gritar.

Gresh tomó la cuerda, la ató a su Acechador y lo hizo galopar. Tenía que ejecutar cada paso al
momento preciso. Al acercarse a la orilla de arena suave, obligó a su montura a saltar. En ese
momento, saltando por encima de las traicioneras arenas, Gresh lanzó el extremo del lazo a
Strakk. Al momento de agarrar la cuerda, el Glatorian fue arrastrado fuera de la trampa por el
Acechador.

"¡Tú me salvaste!" gritó Strakk, encantado y sorprendido. "¡No lo puedo creer!"

"Tenía que hacerlo" dijo Gresh. "Y ahora volvamos a la caravana."

"¡¿Estás loco?!" gritó Strakk. "¿Quieres volver con las serpiente de las dunas? Me importa mucho
la Exsidiana, pero no voy a arriesgar mi vida."

"Ni siquiera si estás arriesgando algo de valor" lanzó Gresh.

"De ninguna manera" Strakk sacudió la cabeza.

"No hay tiempo para debatir" dijo Gresh. "Recibirás la mitad de mi paga por este trabajo."
Los ojos de Strakk brillaban con avidez. "¿Qué estás esperando? Andando."

Los dos jinetes saltaron de la arena suave y cabalgaron hacia la caravana, con la esperanza de
que sus monturas evitaran encontrarse con los colmillos venenosos de las serpientes. Pero en
lugar de detenerse en la caravana, Gresh comenzó a girar alrededor de ella como un lunático.
Strakk se sorprendió de encontrarse haciendo lo mismo. Los Agori miraron a los Glatorian en
silencio, quienes aparentemente habían perdido la razón.

"¿Hay una razón de por qué estamos haciendo esto?" preguntó Strakk.

"Sí" dijo Gresh. "Las serpientes de las dunas no se arrastran por la superficie, ¿no? Así que no
utilizan la vista o el olfato cuando cazan."

"Usan el oído" adivinó Strakk. "Así que estamos haciendo ruido."

"Exactamente" sonrió Gresh. "Funciona, ¿ves?"

Strakk miró hacia atrás. Las serpientes ya no rodeaban la caravana, sino que ahora seguían a los
Glatorian como una ola.

"¡Yiiiii!" gritó Strakk.

"¡Por aquí!" gritó Gresh.

El Glatorian de Tesara cabalgó hacia la arena suave, con Strakk justo detrás de él. La montura de
Gresh saltó de nuevo sobre el mortal lugar. Strakk apenas logró hacer lo mismo. Las hambrientas
serpientes de las dunas no fueron capaces de evitar la trampa de arena, que las absorbió sin
darles la menor oportunidad de escapar.
"Bien pensado." admitió Strakk. "Una trampa en contra de otra. A pesar de que te costo la mitad
de tu paga..."

Varias horas más tarde los viajeros llegaron a los pies de las Montañas Picudas Negras. Se
encontraron con un estrecho sendero entre las rocas en el que apenas la caravana cabía en él,
por lo que Gresh quería que Strakk pasara primero, mientras que él iría detrás. Strakk no mostró
gran entusiasmo por su propuesta. Gresh le explicó que, si alguien los hubiera estado siguiendo
desde Iconox no planearía una emboscada frontal, sino que atacaría por detrás.

"Nunca se sabe," dijo Strakk. "Yo vi trampas en lugares donde nadie nunca hubiera esperado.
Pero tú eres demasiado joven para recordarlo todo."

"¿Cuándo fue exactamente?"

"En la guerra. En un momento en que Bara Magna fue parte de un mundo más grande... Mucho
antes del Destrozamiento..."

Gresh había oído algo de la guerra que cambió al mundo 100.000 años atrás. Otros Glatorian se
mostraban reacios respecto a eso. Al parecer querían eliminar a toda costa todos los recuerdos
relacionados a ese suceso.

"Ilumíname," dijo Gresh. "¿Eso que tiene que ver con esto?"

"Las Montañas Picudas Negras fueron uno de los pocos lugares donde no hubo batallas," dijo
Strakk.

"¿Nadie quería luchar aquí?" dijo Gresh.

"Nadie se atrevía a acercarse a este lugar," respondió Strakk "Echa un vistazo a estas rocas.
Apuesto a que hay muchos depósitos de metales preciosos, y quién sabe qué más. ¿Crees que
alguien querría extraerlos? Olvídalo. No estaban allí, ni siquiera los Skrall eran lo suficientemente
tontos para venir aquí."

Al mencionar a los Skrall, Gresh apretó la mano en la correa de su montura. Ya que para ellos no
era ningún misterio el hecho de que la Tribu Roca no provenía de las regiones desérticas de Bara
Magna. Su hogar era una tierra de volcanes en el extremo norte. Allí vivieron durante muchos
siglos, protegida por sus guerreros, los Skrall. En un pasado no muy lejano, la Tribu Roca y los
Skrall aparecieron en el sur, habitando en las Montañas Picudas Negras y en las tierras
circundantes. Cuando llegaron a Roxtus, esta se convirtió en un pueblo más grande que ningún
otro pueblo en Bara Magna. Se rumoreaba que se habían trasladado a esa zona huyendo de algo
mucho más peligroso que ellos, pero no había pruebas de ello y las razones reales seguían
siendo un misterio. Pronto se hizo evidente que los recién llegados no dependían de forjar
amistades con otras tribus, aunque los guerreros Glatorian enviados a la batalla ni siquiera
intentaban hacerlo. Cualquiera que hubiera tenido que lidiar con ellos, tendría que enfrentar al
líder de su tribu, Tuma, y simplemente dejaban que tomaran lo que quisieran. Sin embargo, por
el momento, seguían las reglas. El sistema de duelos en la arena no era un problema para la
Tribu Roca – los Skrall eran amantes de la lucha. Hasta ahora ningún Glatorian había logrado
derrotarlos. Gresh lo sabía perfectamente. No hace mucho tiempo perdió un duelo contra un
Skrall en el pueblo de Vulcanus. El Skrall estaba dispuesto a romper las reglasde los duelos en la
arena, y si un Glatorian no hubiera intervenido en la lucha, ese encuentro hubiera sido la última
cosa que Gresh hubiera hecho en su vida. Ese simple recuerdo le provocaba vergüenza. Tesara
contaba con su victoria, y no lo logro. Gresh dejó de pensar en ello. No era el mejor momento
para planear la venganza. Él y sus compañeros entraron en el territorio de la Tribu Roca. La única
cosa mala que podría ocurrir ahora es que se encontraran con un Skrall.

"¡Mira!" dijo Kirbold de repente, señalando a la cima de la colina.

Gresh levantó la vista. Los Glatorian vieron a tres Skrall en el borde de la cumbre. Sin embargo,
cuando logró ver mejor, se convenció de que eran sólo unos cascos y armaduras colgando en
postes clavados en la arena.

"Sólo son marionetas" dijo. "Probablemente para disuadir a huéspedes indeseados."

"Con bastante éxito" dijo Strakk "Míralos más de cerca."


"Ya los miré. ¿Y qué?"

"No son armaduras Skrall. Uno es de color rojo, el otro es azul, y el tercero es de color verde. ¿De
dónde crees que vienen? Son despojos de Glatorian muertos. ¿Tengo razón?"

"No lo creo" dijo Gresh.

"Así que no me crees, novato" rió Strakk "Ellos vinieron para encontrar el final de sus vidas."

"Deberías permanecer en silencio.", susurró una voz.

Los Glatorian se voltearon rápidamente, levantando sus Lanzadores Thornax – allí, de donde
vinieron las ominosas palabras de calma. Tarduk agarró las riendas del Spikit, en caso de que
tuvieran que huir. Kirbold se agazapó en caso de un inminente ataque de los lanzadores.

Arriba, en una ladera rocosa, se encontraba un Glatorian de armadura roja. Gresh y Strakk lo
reconocieron de inmediato. Se llamaba Malum. Hubo un tiempo en que su nombre era escrito
con gran respeto, pero el temperamento salvaje de Malum le había dado problemas. Durante un
duelo en la arena trató de asesinar a un Glatorian. Por ese crimen fue exiliado del pueblo de
Vulcanus. Desde entonces, su hogar era el desierto.

"Vaya, vaya, miren quién es" dijo Strakk "Y yo que creía que comías Murciélagos de Arena."

"¡Haz algo!" susurró Kirbold "¡Sólo quiere la Exsidiana!"

"No te preocupes" aseguró Strakk "¿Por qué buscaría Exsidiana en un lugar tan remoto? Y
además, si Malum la quisiera, la habría tomado desde antes de que entráramos aquí. ¿Cierto,
viejo amigo?"
Malum miró a Strakk con una mirada fría. "Nunca he sido tu amigo. Tampoco lo soy ahora."

"¿Qué quieres?" preguntó Gresh.

"Quiero advertirte" respondió. "Los Skrall se han vuelto más ambiciosos. Muchos de ellos están
en la montaña, cazando algo, quizás algo como tú. Y deberías escucharles hablar sobre Tajun. Les
interesaría."

"¿Porque te importaría?" escupió Strakk "¿Te lamentarías que fuéramos asesinados por los
Skrall, antes que pudieras vengarte de nosotros?"

La oscura sonrisa en el rostro de Malum no profetizaba nada bueno.

"Para ser honesto... sí."

Raanu, líder del pueblo de Vulcanus, tenía graves preocupaciones. Sin Malum, su pueblo apenas
disponía de Glatorian experimentados. También había varios posibles candidatos para tomar su
lugar, pero eran jóvenes e inexpertos. Sin embargo, el último duelo Glatorian con el pueblo de
Iconox terminó con una victoria a favor de Vulcanus. Iconox tenía que pagar Exsidiana, pero el
preciado metal no había llegado aún. Raanu acababa de descubrir por qué. "¿A través de las
Montañas Picudas Negras? ¿Están locos?"

Metus, entrenador de Glatorian de Iconox, extendió las manos. "Ya sabes, los Cazadores de
Huesos..."

"Sé de los Cazadores de Huesos," lo interrumpió Raanu. "Ya he oído esa excusa antes. Pero mi
gente espera lo que ha ganado justamente por la victoria en la arena. Si tu paga no llega,
Iconox..."
"Vulcanus no estará dispuesto a pagar nuestras victorias - si pierde - en el próximo combate,"
concluyó Metus.

"Y si eso ocurre, Metus... nuestro sistema colapsará ante nuestros ojos. Al detener la costumbre
de resolver las controversias con guerreros Glatorian, nos espera una sola cosa: la guerra."

Metus reflexionó un momento las palabras de Raanu. Sin duda Raanu tenía razón. Hace siglos
que los Agori tenían claro que no podían permitirse un conflicto armado entre los pueblos.
Nadie quería tener en mente una nítida imagen de la pesadilla de la destrucción que dejó la
última guerra. Por eso, todas las disputas entre los pueblos se resolvían con los Glatorian. Sin
embargo, este sistema se basada en la mutua confianza. El resultado de un duelo en la arena no
estaba sujeto a discusión y era absolutamente aceptado por todos. Si un pueblo rompía las
reglas o no pagaba lo acordado, el otro hacía lo mismo.

"Por lo tanto, esperemos que aquellos que fueron contratados por Iconox no me decepcionen"
dijo en voz baja. "Si los Cazadores de Huesos o incluso los Skrall interceptan el cargamento...
estaremos en problemas."

Malum desapareció. Se fusionó con las rocas tan rápida e inesperadamente como llegó, con la
facilidad de alguien que hubiera nacido entre las montañas. ¿Adónde había ido? Gresh ni
siquiera quería saberlo, pero no tomó la advertencia del antiguo Glatorian de Fuego a la ligera.

"Skrall..." dijo Tarduk. "Una vez intenté desenterrar algunos artefactos cerca de Roxtus... mala
idea, ya lo sé. Apenas escapé. Si hubiera sido atrapado, hubiera sido un cadáver."

El camino a través de las Montañas Picudas Negras indicaba al este, pero el camino se había
vuelto borroso por el paso de los años. El aire fresco de montaña traía un poco de alivio al viaje,
en especial a Strakk, que de vez en cuando tenía que bajar por la montaña para ayudar a
empujar la caravana cuesta arriba. El silencio era interrumpido únicamente por el ruido de los
cascos de los Acechadores, el silbido del viento pasando entre los picos y el tranquilo sonido de
las ruedas del carro. El agudo grito de un Asaltante de Montaña perturbó a ambos Glatorian. Un
segundo grito los pusó en alerta. Los Asaltantes son unas aves de presa, cuya envergadura
alcanza los cinco pies. Sus garras podían atravesar armaduras tan fácilmente como si fueran
pergamino seco. Cazaban principalmente animales pequeños, pero impulsados por el hambre,
no vacilaban en atacar a oponentes mucho más grandes que ellos. Sin embargo, Gresh y Strakk
se prepararon para disparar sus armas, esperando no reunirse con alguien mucho más peligroso
que los Asaltantes de la montaña.

"¿También crees que eso no era un pájaro?" preguntó Strakk, con una voz apenas audible.

"Sonaba más como una señal" dijo Gresh.

"¿Skrall?"

"Exacto. Los Cazadores de Huesos no rondan por estos terrenos."

Strakk sacudió la cabeza.

"Y si hicieron esa señal, entonces los Cazadores de Huesos son más inteligentes de lo que yo
creía."

"¿Qué haremos?" preguntó Tarduk. "¿Intentaremos escapar? ¿O deberíamos prepararnos para


una pelea?"

"Hemos escuchado su mensaje. Eso significa que están cerca. Demasiado tarde para escapar"
dijo Strakk. "Bueno, novato, siempre quisiste ser un héroe. Ahora es tu oportunidad de morir
como uno."

Gresh se sumió en sus pensamientos. Debía encontrar una forma de salvarlos. Podrían intentar
irse, fingiendo no oír nada sospechoso, y seguir adelante, intentando escapar de las emboscadas
Skrall. Intentó adivinar qué opción habría elegido Strakk: correr tan pronto como fuera posible y
dejar atrás las montañas. ¿Habría alguna forma de tener la oportunidad de entregar la
mercancía a su destino? Demasiado tarde. Había malgastado demasiado tiempo intentando
decidir. Los Skrall los habían rodeado. Al mismo tiempo, guerreros de armadura negra emergían
de sus escondites.

"Esta es tierra de los Skrall" dijo uno de ellos.

"El paso esta prohibido para cualquiera" añadió un segundo.

"A menos que quieran ver a Tuma" agregó el tercero. "¿Qué hay en la caravana? ¡Muéstrennos!"

"Si lo hacemos, se llevarán la Exsidiana" susurró Kirbold, nervioso.

"Y si no lo hacemos, de todas formas nos matarán" respondió Tarduk, luego se volteó
lentamente y dejo al descubierto la carga.

Generalmente los Skrall no mostraban alegría, ni siquiera sonreían. Sin embargo, los
combatientes lograban hacerles sentir algo que no era normal para su especie – los Skrall casi
rieron. Buscaban un tesoro inestimable, que brevemente les pertenecía. Interponiéndose entre
el preciado metal sólo estaban dos Glatorian, y dos pequeños Agori. En un instante, el tiempo
pareció detenerse.

"Tomen el contenido de la caravana, ¡Ahora!" ordenó el líder del grupo.

Strakk suspiró aliviado. Al parecer, el destino había sido amable con ellos. Es cierto: la Exsidiana
se había perdido, pero al menos había conservado la cabeza. Eso había sido suerte, ya que la
"oferta" de los Skrall sonaba mejor que un regaño de parte de Gresh.

"Tenemos negocios con Iconox" dijo el Glatorian con orgullo. "La carga no nos pertenece. No
podemos dejarla sin el consentimiento del propietario." Las caras de los Skrall se volvieron
serias.
"Pruébalo" amenazó un Skrall.

"Claro que lo haré" advirtió Gresh.

"¿Qué está haciendo este imbécil?" Pensó Strakk. "¡Hará que nos maten a todos!"

"Iconox tiene una deuda con Roxtus" mintió Gresh. "Tenemos órdenes de entregar el pago
directamente a Tuma como una humilde disculpa por el retraso. Desea verlo personalmente.
¿Acaso quieren decirle que no han oído la disculpa de unos humildes mensajeros Agori y que los
mandaron de vuelta al desierto?"

Sus palabras rápidamente aterraron a los Skrall. Tuma, su líder, era la única persona que
realmente los asustaba. Hacerlo enojar sería liberar su inmenso poder. Se decía que podía
vencer a cualquier Skrall y que destrozaba los huesos de sus rivales Skrall solo por diversión.
Nadie quería estar frente a él y explicarle por qué no ha recibido lo que esperaba.

"Bueno, ustedes vendrán con nosotros" dijo un Skrall. "Pero desarmados."

Dos Skrall se acercaron a los Glatorian, tomaron sus Lanzadores Thornax, el escudo de Gresh y el
hacha de Strakk. A continuación, registraron el vehículo. Encontraron un arma extra, la cual
confiscaron, y tras lo cual ordenaron a los Glatorian alejarse de la caravana, y quedarse cerca de
sus Acechadores. Bajo el ojo vigilante de los Skrall portando sus armas, el equipo empezó a
preguntarse sus posibilidades de éxito.

"Brillante idea" murmuró Strakk. "Ahora querrás darles nuestras manos además de la Exsidiana.
¿Tú crees que están bromeando? ¿Qué nos harán reír hasta llorar, y luego nos dejarán?"

"No," respondió Gresh. "Porque no era mi intención reunirnos con él."

"¿Qué?"
"Exacto," le respondió Gresh, golpeando a Strakk con un doblón de Exsidiana directamente en la
cabeza.

Lo más sorprendente de todo era que el malherido Strakk no le respondió. Después de un


tiempo ambos se encontraron empujando ferozmente la caravana.

"¡Alto!" dijeron los Skrall, mientras se acercaban a la caravana para separarlos.

"Esto es exactamente lo que esperaba," dijo Gresh. Una vez los Skrall estuvieron lo
suficientemente cerca, recibieron un poderoso golpe de la Exsidiana. Gresh sacó un Lanzador
Thornax, y antes que nadie pudiera reaccionar, disparó, impactando directamente a la pared de
roca de la derecha, volvió a cargar su lanzador y disparó nuevamente - esta vez a la pared de
rocas de la izquierda. Ambos tiros provocaron una avalancha, tirando toneladas de rocas
directamente a la caravana y su escolta. Los Skrall huyeron ante la avalancha. Gresh saltó
directamente a la silla de su Acechador y le gritó al que tenía más cerca: "¡Cabalga, Kirbold!"

El Agori tomó las riendas, e hizo que el Spikit corriera a toda velocidad, algo que cualquiera en
esa situación haría. Las rocas que caían a la caravana caían hacia los lados, haciendo más
estrecho el camino para escapar de los Skrall.

"¡Hay que ir más rápido!" gritó Tarduk.

"¡No podemos!" respondió Strakk, intentando ser sarcástico. "Estamos llevando un carro con
unas cuantas toneladas de Exsidiana. ¿Cómo iremos más rápido?"

"¡Vamos!" soltó Gresh. "Al menos estamos logrando ganarles terreno."

"¡Es mejor dejar de hablar!" gruñó Strakk, tratando de masajear su adolorida cabeza por el golpe
de Gresh. "La próxima vez que utilices un plan alterno, ¿te importaría compartirlo?"
Strakk le arrebató el Lanzador Thornax a Gresh y se volvió hacia la persecución. Apuntó a las
rocas que rodaban por encima de ellos y disparó. Las rocas se hicieron pedazos, creando otra
lluvia de piedras. Lamentablemente, en ese momento ocurrió el rompimiento de toda la ladera -
ahora un gigantesco pedazo de piedra avanzaba rápidamente hacia la caravana.

"¡Se dirige hacia la caravana!" gritó Tarduk.

El Spikit se detuvo y se colocó cerca de la caravana, casi impidiendo el paso, pero Strakk y Kirbold
lograron ocultarse en ella. Gresh salió de su Acechador, salto de la silla del jinete, y la colocó por
encima de la caravana. Tarduk se sumergió en el coche, al mismo tiempo en que lo hacía Gresh.
Una ola de piedras más ligeras se deslizó al lado de la caravana cuando estas chocaban con el
asiento del jinete, empujándolas a los lados.

Un momento después todo había terminado. Donde antes estaban los Glatorian y los Agori con
su carro, ahora era un gran desastre. El aire era sofocante debido al polvo de roca. Alrededor, el
silencio sobrevino. Los Skrall que lograron escapar con vida, se acercaron. A primera vista, era
suficiente para entender que no era aconsejable recoger algo de un montón tan grande de
piedras.

"¿Y ahora qué le diremos a Tuma?" preguntó uno de los guerreros.

"Nada" dijo el líder del grupo. "No había transporte. Nadie los vio. Si alguien alguna vez les
preguntan que ocurrió con ellos, diremos que todo fue un accidente... sólo otro evento en un
vecindario peligroso."

Los Skrall miraron el hacha y el escudo en sus manos – las armas de los Glatorian. Después de
poco pensarlo las tiraron sobre las piedras de los escombros.

"No las necesitamos... ya no les serán útiles."


Capítulo 3Editar

Dos Glatorian - Gresh y Strakk - fueron contratados para proteger un transporte con un metal
precioso llamado Exsidiana del pueblo de Iconox al pueblo de Vulcanus. En esta peligrosa misión
los acompañaban dos Agori - Tarduk y Kirbold. La ruta más fácil que conectaba a los dos pueblos
era ocupada por bandas de Cazadores de Huesos. Para entregar la mercancía al destino, los
viajeros debían viajar a través de las misteriosas Montañas Picudas Negras.

En las montañas, el equipo fue sorprendido por una patrulla de crueles Skrall. Los Glatorian
sabían que serían llevados al pueblo de los Skrall, aunque no quisieran. Por lo tanto intentaron
escapar. En su desesperación, Strakk provocó una avalancha con su Lanzador Thornax. Como
resultado, los Glatorian, Agori y la caravana con su preciosa carga quedaron enterrados bajo un
montón de rocas. Los Skrall estaban convencidos de su muerte.

Pero en el mundo de Bara Magna nada es lo que parece...

Strakk no podía ver; apenas podía respirar. Por supuesto, tenía que estar cien por ciento
seguro... pero sintió que eso probablemente no sería bueno. Lo merezco, pensó. Esta es la última
vez que hago algo por otros. Tengo un corazón muy blando. Ese es mi problema. ¡Suficiente! ¡Se
acabó! Me convertiré en un campeón de la arena para no volver a aceptar un trabajo de escolta
otra vez en mi vida, no importa que haga.

Apretó el puño y golpeó algo duro. Algo lo agarró por la muñeca y lo jaló fuera de las rocas. Se
sintió aliviado cuando toco tierra. El polvo levantado por la caída le obligó a toser violentamente.
Cuando levantó la vista, vio una luz tenue tras el polvo, formando una silueta familiar.

"¡Estoy vivo!" preguntó después de un momento. "¿Qué pasó?"

"¿Todavía lo preguntas?" contestó Gresh, su voz llena con furia. "Tu disparo provocó una
avalancha. Todos caímos por la pendiente."

"Pero estoy vivo, ¿no?" murmuró Strakk, levantándose. "Si no fuera así, habría ido hacia donde
van las almas buenas. Definitivamente no creo que sea este lugar."
"La avalancha nos empujó contra la pared de la quebrada. Entonces vi una entrada en la roca"
dijo Tarduk. "Entramos, pero la entrada fue bloqueada por las rocas".

"¿Qué hay de la caravana? ¿Y la Exsidiana?" dijo Strakk, alarmado. "Si la Exsidiana se ha perdido,
no recibiré mi paga y toda la expedición habrá sido una pérdida de tiempo."

"El Spikit está un poco maltrecho, pero el carro está lleno" dijo Kirbold. "Me alegra que
preguntaras."

Mientras Kirbold hablaba, Gresh regresó al lugar donde antes estaba la salida. Estaba cerrada.
Empujando con todas sus fuerzas, trató de mover la roca, sin éxito.

"Incluso si logramos mover las rocas del interior, sin duda el otro lado estará bloqueado por
escombros y rocas gigantescas. Preferiría no salir por ahí." Tarduk encendió una antorcha,
iluminando el oscuro corredor.

"¿Hay alguna otra opción?"

Strakk dio un paso adelante, examinando cuidadosamente la superficie de las paredes. La roca
estaba pulida y era perfectamente lisa. Era de esperar que una segunda salida - si es que hubiera
una - no estaría localizada en algún lugar en el techo, por lo que trepar no era una opción. Se
alejó, buscando arañazos, grietas o algo que indicara la existencia de una puerta, pero debido al
rango de iluminación de la antorcha de Tarduk no encontró nada parecido.

"¿Donde vamos desde aquí?" preguntó Strakk.

"Esto no es un túnel natural," dijo Gresh. "Alguien lo creó. Pero ¿para qué? ¿Y a dónde
conduce?"
"Bueno," Tarduk se encogió de hombros. "Parece que a donde quiera que nos lleve este camino,
debemos seguirlo... ¿o acaso prefieren permanecer aquí hasta el fin de sus días?"

Todo el mundo dio un suspiro de alivio cuando descubrieron que el corredor era lo
suficientemente ancho como para que pasara la caravana con la Exsidiana. Según los cálculos de
Kirbold, el corredor iba, aproximadamente, de este a oeste, casi concordando con la ruta
establecida para el viaje. Por supuesto, si se equivocaba, y el corredor no seguía esa dirección,
sin duda cruzarían las Cataratas Oscuras y terminarían en los territorios del este. A nadie le
gustaba esa opción. Ellos sabían que cualquier viajero – incluso los Skrall - nunca regresaban. La
antorcha de Tarduk era la única fuente de luz en el camino. Aún no habían tropezado con algún
signo, flecha u otra indicación para saber dónde estaban, o a donde iban. Tarduk también se
preguntó el porque no había señales de vida. Sin duda los murciélagos de la arena habrían
cavado agujeros para poder entrar. Si había otra forma de salir, estaría cerrada. Por un momento,
Tarduk lamentó que las tribus de Bara Magna no estuvieran relacionadas con sus elementos de
origen. ¿Y si fuera así, la Tribu Jungla podría controlar la vida vegetal? ¿O la Tribu Hielo tendría el
control del Hielo? Strakk podría congelar las rocas de la entrada y partirla en dos con un golpe de
su hacha. Esa ilusión era agradable, pero era mejor que fuera imposible. Hace casi cien mil años
atrás guerreros como Strakk libraron una gran guerra en el planeta. Todo el mundo sabía cómo
había terminado. Tarduk prefería no pensar lo que hubiera pasado si en ese momento hubieran
tenido la habilidad de controlar los elementos.

"Oye, mira," dijo Gresh. "¿Qué es eso?"

El brillo de la antorcha iluminó unos símbolos grabados en la pared del lado derecho del pasillo.
Una serie de círculos con líneas estaban inscritos en diversos ángulos, formando unas extrañas
inscripciones. En la cara de Tarduk una sonrisa apareció.

"¡Yo vi una vez algo como esto!" dijo, lanzándose a la pared para ver las inscripciones más de
cerca. "¡Me encontré con esos escritos en algunas ruinas!"

"Excelente," contestó Strakk. "Espero que estos símbolos digan: 'Salida'."

"No sé que está escrito aquí. No puedo leerlo," dijo Tarduk. "Pero a juzgar por el lugar donde los
encontré, quizás... creo que..."
"¡Escúpelo!" Gruñó Strakk.

"... creo que tiene algo que ver con los Grandes Seres..." terminó Tarduk en silencio.

"Bueno, eso es maravilloso," Strakk abatido masajeaba su cabeza. "Simplemente genial. No


puede ser mejor. A menos que aparezca una corriente de lava por aquí..."

"¿Saben qué? Creo que deje una antorcha encendida en casa," murmuró Kirbold. "Me gustaría
regresar."

Tarduk entendía perfectamente a sus compañeros. Incluso si nadie se hubiera reunido cara a
cara con los Grandes Seres, todos los conocían. Mucha gente los perdonaba por hacer que Bara
Magna fuera un mundo tecnológicamente avanzado. Sin embargo, la gran mayoría de ellos los
culpaba de la catástrofe que asoló el mundo. El porqué desaparecieron, Tarduk no lo sabía – el
tiempo lo transformó en una auténtica leyenda. Sin embargo, no hay duda de algo: los Grandes
Seres cometieron un acto horrible, pero eso no era lo importante. Las consecuencias de su
negligencia había sido un trágico desastre. Desde entonces nadie hablaba sobre los Grandes
Seres. Nadie deseaba verlos, aunque difícilmente podía imaginarse que reunirse con ellos fuera
cosa fácil. En el pasado Tarduk hizo varios intentos de poder encontrar a los Grandes Seres, pero
el líder de su tribu le prohibió buscarlos, considerando sus intentos como una "pérdida de
tiempo". Pero él no está aquí ahora, pensó Tarduk. Tal vez ahora, al fin, logre saber algo de ellos.

"¿Porqué los Grandes Seres habrán excavado un túnel en las montañas?" preguntó Gresh.

"¿Para llegar al otro lado de las montañas?" concluyó Strakk, con un tono de esperanza en su
voz.

"¿Quizás los Grandes Seres pudieron haber construido este lugar... y haber dejado un guardia?",
sugirió Tarduk. "Es posible que sepa donde estamos ahora."
"¿Después de cien mil años? ¡Por favor!" bromeó Strakk.

De repente, el sonido de un eco sonó en el pasillo – un sonido hueco, como si algo del techo se
hubiera soltado y caído al suelo. Todos se asustaron.

"Hay alguien ahí," susurró Kirbold.

"Algo no está bien," respondió Gresh, sin levantar la voz. "Voy a investigar."

Antes de que Strakk pudiera protestar, Gresh avanzó. Unas pocas decenas de metros el piso del
pasillo parecía un poco diferente. La superficie lisa era sustituida por miles de piedras antiguas.
Las paredes también tenían más símbolos. Mientras avanzaba escuchaba ruidos extraños - un
tranquilo raspado y un silbido en el aire. Los nervios de Gresh estaban tensos hasta el límite.

"¡Gresh!" gritó Tarduk. "¡El suelo se mueve!"

Gresh miró hacia abajo. Tarduk tenía razón. Las "piedras" en las que caminaba eran, en realidad,
Escabajos Scarabax. El enjambre cubría el piso del pasillo de pared a pared. Los pequeños no son
un problema – se podían pisotear fácilmente. Pero los Scarabax adultos eran tan duros como una
armadura de acero. Además, no era necesario provocarlos. Gresh rápidamente dio un paso
atrás. Esto causó una conmoción violenta entre los insectos. Si su movimiento hubiera sido más
violento, después de cinco segundos no hubiera quedado nada de él.

De repente, se oyó un siniestro rugido en el túnel. Volaba directamente hacia él un Murciélago


de Arena. Para cualquier persona que hubiera caminado por el desierto, los Murciélagos de
Arena provocaban espanto y pánico. Estos grandes depredadores con cuerpo de serpiente y alas
de murciélago, saltaban sorpresivamente de la arena y, rápidamente arrastraban a sus víctimas
hacia las profundidades del desierto. Además de los escarabajos, Gresh tenía otro problema - la
criatura tenía mucha hambre. Gresh tropezó y cayó sobre el enjambre de escarabajos. Kirbold y
Tarduk se acercaron a Gresh para ayudarlo. Strakk dudó un momento, pero inmediatamente
corrió tras ellos. Sabía que no tendrían éxito en salvar a su compañero... serian sólo otra comida.
El murciélago de arena se abalanzó hacia Gresh. La mente del Glatorian iba a velocidad de
vértigo, recordando a su pueblo, los rostros de amigos, Vastus y Kiina. Gresh instintivamente
cerró los ojos cuando el Murciélago de Arena se abalanzó hacia él, mostrando sus dientes. Por
un momento no paso nada, sólo escuchaba un susurro furioso, que de pronto sonó su alrededor.
El ruido ahogó todos los demás sonidos, salvo... el grito desesperado del murciélago de arena.

Fero hizo que su corcel se detuviera. Quería ver de cerca este lugar. Sabia que escondía un
misterio intrigante. Fero pertenecía a los Cazadores de Huesos. Era uno de los mejores, pero
recientemente el destino claramente no estaba a favor de él. El ataque contra el pueblo de
Vulcanus terminó miserablemente en fracaso - un puñado de Glatorian habían sido enviados a
detenerle. No estaba seguro de cómo sucedió esto, fue humillado frente a su tribu. El orgullo no
le permitiría vivir con tal verguenza. Poco después del fallido ataque, abandonó el campamento.
Aunque no tenía la intención de cazar o saquear las caravanas Agori. No, Fero rastreó a una
presa más jugosa – a los Glatorian que lo derrotaron días atrás. Prometió perseguirlos hasta que
cayeran uno por uno. Su venganza terminaría cuando la arena del desierto los consumiera a
todos. Fero siguió el rastro de Strakk hasta la salida de Iconox. Él quería esperar hasta el
anochecer, para atacar y destruir al Glatorian, dejando la espada del cazador incrustada en su
carne, como una advertencia a los demás. Sin embargo, durante su reconocimiento descubrió
que Strakk estaba con Gresh y que ambos estaban escoltando una carga de Exsidiana. El destino
le había dado esa oportunidad para derrotar dos enemigos y obtener una recompensa sustancial
de un solo golpe. Necesitaba un plan. Incluso el Cazador de Huesos más veterano no correría el
riesgo de enfrentarse a dos Glatorian, a menos que tuviera una oportunidad. Los dos se
enfrascaron en un largo viaje. Esperaría el momento adecuado para atacarlos por sorpresa. Las
montañas Picudas Negras los habían convertido en un blanco fácil, pero los Skrall se habían
entrometido en su camino. Furioso, observó como un grupo de guerreros escoltaban a sus
víctimas con su valiosa carga hacia el pueblo de Roxtus. Luego hubo un intento de escape que
terminó con una avalancha y con los Skrall sobrevivientes retirándose, reconociendo a sus presas
como muertos. Dejaron los escombros - el presunto lugar de descanso de dos Glatorian, dos
Agori y varias toneladas de Exsidiana - Fero entendía por qué los Skrall no creían que nadie
pudiera sobrevivir a esta catástrofe. Sin embargo, algo le decía que las apariencias engañaban.
Tal vez el instinto del Cazador de Huesos entrenado durante años en el desierto, lo llevó a la
conclusión de que Strakk y Gresh todavía seguían vivos. Por supuesto, él no habría ido a
comprobar esto excavando a través de toneladas de piedras; este tipo de trabajo no formaba
parte de las actividades favoritas de Fero. Además, los Skrall podrían regresar en cualquier
momento. Entonces Fero tuvo una buena idea. La única manera de evitar la muerte bajo una
avalancha era estar en una cueva. Las cuevas de las montañas a menudo tenían una segunda
salida - quizás el camino que estaban tomando los Glatorian lo llevaría a ellos. Fero tenía la
intención de encontrarlos, y esperarlos. Fero volteó su corcel y se alejó del camino. Sabía donde
sería su salida. Y sí Gresh y Strakk salían de la cueva, Fero se asegurara de que su derrota en
Vulcanus sera vengada.
Gresh abrió los ojos. El enjambre de Scarabax surgió de la tierra como un tornado en miniatura y
se abalanzó sobre el Murciélago de Arena. Por un momento la bestia desapareció bajo una
densa nube negra. Y cuando la nube desapareció, Gresh vio al lugar donde había estado el
Murciélago de Arena - no quedaba nada de el. Pronto los escarabajos se separaron en todas
direcciones, y Gresh - todavía en estado de shock - se puso de pie.

"¿Cómo sucedió?" preguntó apresuradamente, mientras comprobaba si un escarabajo no estaba


aferrado a su armadura.

"Corriste directo hacia un enjambre de Scarabax. Eso fue una estupidez," explicó Strakk.
"Entonces caíste en medio de un enjambre de Scarabax. Esa fue otra estupidez. Bueno, los
Murciélagos de Arena son mas listos que tú."

"¿Y que es lo que hizo mal?" Gresh apretó los dientes, con dificultad se abstuvo en no darle una
respuesta a Strakk. Kirbold intervino, evitando que Strakk hiciera peor las cosas.

"Los Scarabax reaccionan ante un movimiento brusco. Cuando tropezaste... al menos no hiciste
un sonido tan violento como el Murciélago de Arena. El aleteo de sus alas atrajo su atención, así
que se olvidaron de ti y se lanzaron contra él."

"¿Y por qué huyeron?"

"Quién sabe, ¿tal vez se fueron a tomar una siesta después del almuerzo? Al menos ya se han
ido," Tarduk se encogió de hombros.

"Ah, ahora eso no es el más importante..." suspiró Strakk.

"¿No? ¿Entonces qué es? Ilumínanos," respondió Kirbold con curiosidad.

"Los Murciélagos de la Arena no viven en tuneles escondidos en las rocas," la voz de Strakk
denotaba impaciencia. "Viven en el desierto, enterrados en la arena y cazan todo lo que pasa por
la superficie. En lugares como este, no hay comida para ellos. ¿Entienden?"

"Ha llegado hasta aquí desde el exterior, como nosotros," adivinó Gresh. "Salvo que vino volando
desde el otro lado, eso significa..."

"...¡que ante nosotros debe haber una salida!" concluyó Kirbold. "¡Sólo tenemos que
encontrarla!"

"Bien, hombre sabio," dijo Strakk. "¿Podemos seguir antes de que aparezcan estos bichos de
nuevo?"

El equipo se puso en marcha. El tunel se retorcía, bajaba y subía, pero Tarduk estaba más
interesado en las inscripciones en las paredes, esperando volver a verlas más adelante. Aún no
tenía idea de lo que pudieran significar. No era capaz de distinguir si eran símbolos o números -
caminaba demasiado rápido y no tenía tiempo para verlos bien. "Creo que veo algo," dijo
Kirbold. "No, está frente a nosotros."

Tarduk miró en la oscuridad. Kirbold tenía razón - muy por delante brillaba una débil luz. Sin
pensarlo, Gresh avanzó en esa dirección. Kirbold hizo que el Spikit corriera más rápido para
mantenerse a la par con él.

"¿Qué es?" gritó Strakk. "¿Una puerta? ¿Es la salida?"

Gresh llegó al final del pasillo. A través de una estrecha hendidura en el medio, entraba una débil
corriente de luz solar. Tocando la pared con ambas manos, Gresh trató de encontrar un botón o
una palanca para abrirla.

"Creo que sí," contestó él. "Si sólo pudiéramos encontrar... ¡lo tengo!"
El Glatorian empujó una piedra cuadrada ligeramente incrustada en la pared. Después de un
momento escucharon el eco de un antiguo mecanismo metálico activándose. Sin embargo, no se
abrió ninguna puerta.

Había ocurrido algo completamente inesperado.

"Esto no luce bien," señaló Strakk.

Tarduk saltó del coche. Strakk tenía razón - las paredes del pasillo se acercaban la una a la otra.
Al ritmo al que se movían las paredes, sólo tenían cinco minutos de vida antes de terminar
aplastados. Strakk y Gresh palpaban desesperadamente la pared en busca de algo que pudiera
detener el mecanismo de la pared. Sin embargo, no tuvieron éxito. Kirbold se apresuró a
ayudarlo, ignorando los murmullos llenos de miedo del Spikit, que, por naturaleza, les aterraban
los espacios cerrados. Tarduk también buscaba otro botón en la pared. Sin embargo, seguía de
cerca los signos grabados en la pared. Estaba seguro de que ocultaban una sugerencia para
ayudarle a salir de este problema. Todos tenían una forma circular. Muchos de ellos tenían líneas
en su interior, otros poseían círculos más pequeños. Algunas formaban palabras, pero no lograba
identificar alguna. No parecían ningún idioma que él conociera. Espera, espera, pensó. Este
símbolo, aquí... ¿es posible?

Una señal estaba a una distancia de los otros - un círculo simple, sin líneas adicionales ni otros
patrones en el medio. A primera vista, lo asoció con el cero o la letra "O".

Esto puede no ser tan simple, pensó, entonces vaciló. ¿Puede "O" ser "abrir"?

Tarduk se levantó de un salto y dio un puñetazo al símbolo. ¡La piedra tembló! La roca que
estaba bloqueando el camino lentamente se desplazaba a un lado, y el pasillo se llenaba de luz.
Las paredes aún se acercaban entre si, pero finalmente se había abierto una vía de escape.

"¡Corran!" gritó.
Kirbold volvió a tomar las riendas y haló al Spikit hacia la salida. Detrás del carro estaba
corriendo Tarduk, seguido inmediatamente por Gresh y Strakk. Apenas habían salido,
escucharon detrás de ellos el ruido de las paredes del tunel chocando entre si.

"¡Uf!" Strakk dejó escapar un suspiro de alivio.

"Será mejor que miremos alrededor," susurró Gresh.

Estaban al pie de las montañas. Estaban donde las montañas daban lugar al desierto, y las
oscuras aguas del Río Skrall caían con gran estrépito. Estaban en las Cataratas Oscuras. El camino
a través de las Montañas Picudas Negras había quedado atrás.

"Es una pena que no podamos volver por el mismo camino que vinimos," dijo Kirbold. "Bueno, a
menos que todos perdiéramos mucho peso."

Gresh se volteó, al haber oído el impacto de algo metálico sobre la roca. Segundos después algo
cayó desde las rocas encima de ellos y aterrizó con gran estrépito sobre sus pies. Ante él yacía el
cuerpo de un cazador de huesos. Gresh se le acercó con cuidado.

"¡Es Fero!" dijo con asombro.

"¿Está muerto?" preguntó Strakk.

"Sigue vivo, pero malherido. Aparentemente estuvo en una dura batalla."

"Pero mírenlo, él es un Cazador de Huesos. ¿Quién pudo haberlo dejado así?" se preguntaba
Tarduk, sorprendido.

Pronto le llegó la respuesta. Los cuatro se congelaron al verse rodeados por un grupo de feroces
Vorox. En medio del silencioso círculo había aparecido un poderoso guerrero de armadura roja.
Gresh y Strakk lo reconocieron fácilmente. Era Malum

"Fuimos nosotros," dijo Malum. "La única pregunta es si deberíamos o no hacerle lo mismo a
ustedes.

Capítulo 4Editar

Transportando una valiosa carga de Exsidiana desde el pueblo de Iconox al pueblo de Vulcanus,
los Glatorian Gresh y Strakk, y los Agori Kirbold y Tarduk habían enfrentado muchos peligros,
escapando de ellos ilesos. Cruzaron las Montañas Picudas Negras, huyeron de una emboscada
Skrall y pasaron por un misterioso túnel entre las montañas, donde milagrosamente evitaron ser
aplastados por paredes movedizas. La alegría de escapar del túnel no duró mucho tiempo. A la
salida les esperaba Malum con un grupo de barbáricos Vorox....

Una de las primeras cosas que aprendió Strakk como Glatorian era "leer la situación". ¿Su
oponente estaba confiado o con miedo? ¿Era un fanático de su público o les era indiferente?
¿Las características de la arena podían ser usadas para tener una ventaja? Estas preguntas
debían ser respondidas antes de que el líder del pueblo anunciara el inicio del combate. Esta
técnica era útil para mantener el silencio y organizar los pensamientos. Permitía olvidar el miedo
y centrarse en el desafío que enfrentaba. La situación en que ahora estaba le permitía ocultar su
temor. Pero teniendo en cuenta todos los hechos, las opciones y factores de riesgo... Strakk
estaba listo para entrar en pánico. Estar rodeado por Vorox como lo estaba Strakk creía que
podría ser perdonado por experimentar tal emoción.

"¿Y qué haré con ustedes ahora?" dijo Malum. "Tengo una enorme cantidad de Vorox que
alimentar."

La historia de Malum era ampliamente conocida. En el pasado, la gente de Vulcanus lo respetaba


con orgullo, pero un día, durante un muy agotador duelo, algo en él se desató. Pese a que su
oponente se rindió, Malum siguió atacándolo, tratando de matarlo. Glatorian de diferentes
pueblos lograron detenerlo, pero todos eran testigos de que había roto una regla de los Duelos
en la Arena. Raanu, líder de Vulcanus, se vio obligado a exiliar a Malum. Nadie sabía que le había
deparado el destino después de eso. Ahora todo estaba claro - Malum se había aliado con los
Vorox, convirtiéndose en alguien infinitamente más peligroso. Mantenerse lo más alejado
posible de él era la mejor táctica.

"Está bien, te lo contare todo," dijo Gresh. "Nosotros no tenemos nada para ti. Sólo queremos ir
a Vulcanus. Toma lo que quieras de nosotros, y déjanos continuar."

"¿Qué estás hablando?" susurró Strakk. "Se llevará la Exsidiana."

Malum rió. "Te oí, Strakk. Los sentidos en el desierto son muy agudos. Nuestras vidas dependen
de ellos."

"Escucha esto..." dijo Gresh bruscamente, apuntándolo con su lanzador. "Tengo bastante buena
precisión. Si alguno de tus Vorox nos dispara... yo haré lo mismo contigo, Malum. Podrán
derrotarnos, pero tú morirás primero."

El tono de voz de Gresh causó ansiedad entre los Vorox. Varios de ellos comenzaron a gruñir
amenazadoramente, moviendo sus colas, listos para atacar.

"Tranquilo, la agresión no es la respuesta," respondió Malum, indignado. "Yo vine aquí para
matar a un pequeño grupo de viejos amigos."

"¿Qué te dije?" murmuró Strakk entre dientes.

"No quiero su Exsidiana. ¿Y para que nos serviría? Los Vorox no son artesanos. Lo que no pueden
comer, beber o usar en batalla no les es de utilidad. Para mí, tampoco."

"¿Qué es lo que quieres?" dijo Gresh.

"Los Skrall tienen algo que me pertenece," dijo Malum de forma calmada. "Lo quiero de vuelta."
Strakk se echó a reír. "¿Eso es todo? ¿Ellos tienen el ejército más poderoso de Bara Magna, y
deseas llamarlos a su puerta y pedirles un reembolso? Entonces ve a divertirte, y yo haré lo
mismo con tus Vorox."

"¡Cállate Strakk!" lo cortó Gresh. "¿Qué quieres decir, Malum? ¿Por qué estás aquí? Los Vorox
viven en las Dunas de la Traición. Los Skrall aún no han entrado en ese territorio."

Malum subió a una roca. Dos Vorox dejaron el círculo y sacaron a Tarduk y a Kirbold del coche.
Gresh y Strakk quisieron responder, pero Malum se los impidió.

"Patéticos héroes. Nos aseguraremos de que sus amigos no se vayan sin decir adiós... no querrán
que les ocurra algo, ¿verdad? Con respecto a tu pregunta, Gresh... los Cazadores de Huesos
recientemente atacaron uno de nuestros campamentos. Logramos ganarles, pero me robaron
una espada. Me enteré de que se la vendieron a los Skrall. Veníamos a recuperarla, pero ya que
estás aquí, podrías hacer este favor por nosotros."

"¡Estás loco!" gritó Strakk.

Los ojos de Malum brillaron de ira.

"¡No! ¡Estoy rodeado de amigos que quieren hacerlos pedazos! ¡Yo soy el dueño del destino de
sus dos pequeños compañeros, y de su Exsidiana! Así que yo les aconsejo que piensen cómo van
a recuperar mi espada antes de que mis Vorox pierdan la paciencia."

Gresh y Strakk vieron desde su escondite la ciudad Skrall. Ya era de noche, pero en Roxtus
siempre había movimiento, como en una colmena. Los soldados pasaban vigilando, o regresaban
a la ciudad. Los Agori vigilaban o reparaban armas. Desde las paredes podían escuchar los
sonidos de los guerreros entrenando.

"Tengo un mal presentimiento sobre esto," dijo Strakk.


"Lo sé," dijo Gresh. "Ya me lo has dicho tres veces."

"Hay al menos un centenar de Skrall allí," continuó Strakk. "Sin contar ese Agori con espadas
brillantes, quién nunca había visto en mi vida. Las paredes son de medio metro de espesor,
probablemente puedan detener el ataque de un gran ejército, y de todos modos, no veo una
invitación especial para dos Glatorian.

"Bien, bien," terminó Gresh. "Eso significa que no nos esperan."

"¿Y cómo entraremos, genio?"

Gresh miró hacia el desierto. A la ciudad se acercaban caravanas con Agori de Roca. Cada carro
era tirado por Spikit de dos cabezas, con una antorcha atada al frente actuando como linterna.

"Probablemente sean los transportes de agua y alimento," dijo Gresh. "Sólo tenemos que entrar
en un carro y lograr traspasar la puerta."

"¿Te dije que tenía un mal presentimiento sobre esto?" preguntó Strakk.

Los dos Glatorian corrieron hacia los carros en sentido contrario. Quedaban fuera del alcance de
la luz de las antorchas en las paredes de la ciudad, por lo que eran invisibles a los guardias. No se
dieron cuenta de que un pequeño grupo de Skrall regresaba de su ronda, pero en el último
momento lograron esconderse en una duna.

Cuando las caravanas se deslizaron lentamente pasado su escondite, Strakk, seguido por Gresh
trepó por la arena y se metió en el carro. Cuando el vehículo se detuvo, utilizó una cuerda que
colgaba de la parte trasera del vehículo y se ocultó en su interior. Nadie pudo verlo, a menos que
hubiera movido deliberadamente el carro. Gresh tenía una tarea más difícil: ocultarse bajo la
caravana. Avanzando hacia ella rápidamente, oró en su interior que el Spikit no tuviera hambre y
lo viera como una potencial comida, y repitió la hazaña de Strakk, escondiéndose debajo del
carro en el que su compañero venía. Llegando a la puerta de Roxtus esta se abrió en lo que duró
más de lo esperado. Los músculos de Gresh se estaban quemando al rojo vivo del esfuerzo que
requería mantenerse pegado a la arena. Cuando oyó la voz del guardia – un Agori con el nombre
de Atakus – permitiendo la entrada a la caravana, se sintió aliviado. La primera parte de su
misión tuvo éxito. Los carros se detuvieron. Los Glatorian salieron de la caravana y se ocultaron
en las sombras, escondiéndose de los guardias que se acercaban. Esperaron a que los Skrall
terminaran de descargar los carros, y luego entraron en la ciudad.

"¿Tienes alguna idea de dónde debemos buscar?" preguntó Strakk.

"Creo que la tengo," señaló Gresh "El edificio más grande de la ciudad. La espada de Malum
seguramente debía ser un botín de guerra. Ese tipo de cosas debían ser guardadas en un lugar
muy seguro."

"Sólo hay un guardia en frente... a menos que sepas cómo deshacerte de él – Strakk agarró un
trozo de cadena oxidada que estaba tirada en la arena. – Envuelve esto alrededor tus manos."
Después de un momento se dirigieron al edificio con las manos encadenadas. Caminaron
lentamente, encorvados, con sus cabezas mirando al suelo.

"¿Qué hacen aquí?" los detuvo el guardia. "Deben permanecer en sus celdas. Hoy no hay
combates."

"Es cierto," dijo Strakk. "Lo olvide."

El Glatorian se abalanzó con fuerza directamente al sorprendido Agori. Intentando evitar las
amenazadoras cadenas, el guardia se retiró de la puerta. Strakk silenció al Agori de un puñetazo,
quien quedó inconciente.

"Vaya," admitió Gresh, dejando caer la cadena. "¿Dónde aprendiste ese truco?"

"Aprendí a mentir y a engañar con la práctica," sonrío Strakk maliciosamente. "Son dos cosas
que los Glatorian practican regularmente, ¿no crees?"

"Entonces empecemos a explorar," soltó Gresh. "Cuando llegue el amanecer..."

"... no lograremos salir de la ciudad. Lo se."

Los Glatorian se separaron de manera eficiente por la habitación. En ningún otro pueblo existía
un lugar parecido. La Tribu Roca no usaban habitaciones para dormir o para comer, o para
almacenar las existencias de valor. Al parecer, todos se reunían aquí. Gresh observó un mapa de
Bara Magna colocado en una gran mesa. ¿Acaso era usado como fuente de información, o con
ella elaboraban un plan de guerra? Fue Strakk quién encontró el tesoro. Había un montón de
cosas diferentes. Algunas de ellas - cascos, armaduras y otros objetos desaparecidos hace mucho
tiempo – eran fáciles de reconocer. Otros los había visto por primera vez en su vida. La espada
de Malum estaba bajo una pila de objetos de origen desconocido para él, rodeada por seis
piedras con símbolos, a los que no tomó importancia. Strakk quería llevarse consigo todo lo que
pudiera. Después de un momento de reflexión abandonó rápidamente la idea. No tenía nada en
contra de robarle a los Skrall, pero huir con toda la carga que llevaría se vería seriamente difícil.
Strakk miró lo que había encontrado. La espada era única. Su elaborada ornamentación
representaba una llama encendida. La espada estaba hecha de Exsidiana y el mango había sido
tallado de piedra volcánica. No era de extrañar que Malum quisiera, a cualquier costo, recuperar
un arma tan hermosa. Tenía que estar muy unido a ella, ya que incluso su nombre estaba escrito
en el mango. Sin embargo, algo no estaba bien. Strakk miró la espada más de cerca. La
inscripción en la espada decía... "Ackar".

Whoa, Malum si que es un ladrón, pensó Strakk. ¡Se atrevió a robar la espada de su compañero
Ackar, y cuando los Cazadores de Huesos se la robaron, nos pide que la robemos por él! ¿Acaso
lo apuñalaste por la espalda únicamente por rencor?

"¿La encontraste?" preguntó Gresh, entrando en la habitación con su escudo, y una gran espada
en sus manos. Pensé que podría ser útil, antes de recuperar el arma.

"Claro que la encontré... mira," Strakk le mostró a Gresh la inscripción en la espada. "Y ahora
¿qué hacemos con ella?"
"Se la devolveremos a Ackar," respondió Gresh sin vacilar.

"Tal vez nos dé algún tipo de premio," propuso Strakk. "Pero por otro lado, si se la damos a
Malum, tal vez los Agori vivan lo suficiente para ver de nuevo Vulcanus."

"Primero, tenemos que salir de Roxtus," señaló Gresh.

"Vi algo que nos podría ser de ayuda," dijo Strakk. "Dame la espada."

Los dos Glatorian salieron del edificio sin hacer ruido. Gresh siguió a Strakk en la oscuridad
mientras se dirigían a un apestoso corral, algo muy común en lugares donde había Spikit.

"Los Skrall tienen una debilidad por los monstruos de dos cabezas," susurró Strakk.
"Probablemente, porque son los únicos seres más feos que ellos. Vamos a ver cuánto les
agradan."

Strakk blandió la espada, rompiendo las puertas del corral con un solo golpe. Al ver la estructura
abierta, los animales dudaron, pero después de un tiempo empezaron a correr por la ciudad.
Lograr detener a una manada de Spikit no sería un gran problema para los Skrall. Bloquearían
algunas calles de la ciudad, y matarían a más de algún Spikit, pero rápidamente y fácilmente
podían ser controlados. Por desgracia, los Agori encargados de alimentarlos se les había olvidado
darles de comer. Los hambrientos Spikit no eran especialmente exigentes: devoraban todo - o
todos - al alcance de sus garras. Una docena de feroces y hambrientos Spikit se adentró
furiosamente en el pueblo. El caos envolvió la ciudad. Los Agori corrían en pánico mientras los
Skrall utilizaban Lanzadores Thornax tratando de controlar a las criaturas. Gresh logró ver como
uno de ellos tropezó y cayó justo frente a la manada. No volvió a levantarse más. Tomando
ventaja de la confusión, Gresh y Strakk treparon por una pared cerca de la puerta de la ciudad. Al
otro lado, Atakus todavía seguía de guardia. La puerta cerrada les impedía a los Spikit poder
escapar. Además, si llegaban a salir por allí, Atakus tenía órdenes de luchar contra ellos. Strakk
saltó sobre él desde arriba, aturdiéndole, y para mantener las apariencias apoyó al guardia
inconciente en una pared. Los Glatorian corrieron al desierto con la fuerza de sus piernas. Se
detuvieron para recuperar el aliento una vez que estuvieron a una distancia segura de la ciudad
Skrall.

"¿No tienes la impresión de que esto fue demasiado fácil?" meditó Gresh.

"No te preocupes. Tenemos una espada, y dejamos que unos Spikit disfrutaran de un manjar. Y
además, ¿por qué habríamos de preocuparnos de los Skrall? ¿Crees que probablemente
quisieran recuperar esta espada?" Gresh se encogió de hombros. Tal vez se estaba preocupando
demasiado. Sin embargo, tenía un mal presentimiento.

"Dame esa espada."

La luz de la luna no le permitía ver claramente, pero lo único que necesitaba Gresh para
encontrar lo que buscaba era el tacto. La espada no era nada especial, pero en la base del
mango sintió una pequeña depresión atípica. Cuando la pulsó con el dedo, abrió un pequeño
compartimiento, el cual llevaba un pequeño objeto metálico.

"¿Qué es?" preguntó Strakk. "¿Exsidiana? ¿Cristales de hielo? ¡Responde!"

Pasó un buen rato antes de que Gresh reconociera esa forma familiar. De repente - como si
supiera lo que debía hacer – lo arrojó a la arena y lo aplastó con el talón.

"¿Qué estás haciendo?" protestó Strakk. "¡Esa cosa podría haber sido valiosa!"

"Nuestra vida vale más," respondió Gresh. "Mejor salgamos de aquí."

Corrieron. De vez en cuando Gresh miraba ansiosamente detrás de él, para ver si alguien los
estaba persiguiendo. Pero no vio a los Skrall salir de la ciudad siguiéndolos.

"Yo había visto algo como esto antes" explicó Gresh mientras corrían. "En algún momento en el
desierto, me topé con unos Agori que huían de algo. Tenían un collar metálico. Murmuraban
algo sobre haber sido esclavizados por los Skrall... al menos eso sonaba como un disparate. Tomé
el collar y vi que en el medio había un objeto extraño. Enviaba una señal..."

"Un dispositivo de rastreo," concluyó Strakk. "Pero ¿por qué habría uno en la espada?"

Gresh trepó por unas rocas. Los Skrall se acercaron al lugar en que él había destruido el
transmisor. Incluso sin la oportunidad que habían tenido antes para seguirlos y continuar la
persecución, seguirían los pasos en la arena. Sin embargo, necesitarían la luz del día para
encontrar las pequeñas hendiduras que pertenecían a los blindados pies que Gresh y Strakk
dejaban en la arena.

"Los Skrall compraron la espada a los Cazadores de Huesos. No creo que ellos supieran de donde
la habían conseguido," pensó Gresh. "Tal vez pensaron que los Cazadores de Huesos se la
arrebataron a Ackar, y que él vendría a buscarla. Tal vez era una trampa para Ackar."

"¿Pero porqué se interesarían en él? Ackar fue un campeón de los Glatorian, pero últimamente
casi no hemos oído hablar de él. No tengo idea de por qué alguien tendría interés en él." "Quizás
era un plan para una pequeña cacería Skrall..." dijo Gresh.

Se las arreglaron para finalmente llegar hasta el campamento de Malum. No vieron a nadie
persiguiéndolos. Recordando el gran sentido del olfato que tenían los Vorox, intentaron entrar a
la cueva con el viento a su favor. Subieron a una pequeña colina que estaba encima del
campamento y se escondieron en una pequeña cueva. En el interior de ella Malum estaba de pie
junto a la caravana y los dos Agori.

"También tenemos que rescatar a los Agori," le recordó Gresh. "Tú te encargas de Malum
mientras yo distraigo a los Vorox."

Gresh se acercó a unas piedras que brillaban en las profundidades de la cueva. Su brillo hizo que
dedujera que esas piedras tenían un mineral que emitía luz. Gresh rompió algunas de esas
piedras, y cubrió su armadura con ese polvo. Después de un momento empezó a brillar
intensamente en la oscuridad.
"Dame un minuto, luego ve por la caravana," le dijo y se alejó.

Strakk ocupaba una posición privilegiada, y esperó el momento adecuado. De repente oyó un
grito tan horrible que incluso saltó de miedo. Gresh era tan brillante como la más brillante de las
estrellas cuando saltó desde detrás de una roca y corrió directo hacia el campamento. Los Vorox
huyeron. Supersticiosos por naturaleza, lo confundieron con un fantasma vengativo que había
decidido quedarse en el desierto. Malum no se dejó engañar. Gresh se acercó para dispersar a
los aterrados Vorox.

"No entren en pánico," gruñó. "No es un espíritu... pero pronto lo será."

Strakk consideró que ese era el momento adecuado - cuando la caravana no estaba vigilada.
Tomó un respiro e ingresó al campamento. Saltó sobre el carro, tomó las riendas e hizo que el
Spikit galopara. La caravana avanzo tan violentamente que Tarduk y Kirbold casi cayeron del
carro. Antes de que los Vorox descubrieran que la caravana ya no estaba, ellos ya estaban muy
lejos.

"¿Dónde está Gresh?" gritó Tarduk. "¡Él estaba allá atrás!"

"Es su problema," dijo Strakk.

Tarduk agarró un doblón de Exsidiana, listo para golpear a Strakk.

"Ahora tú también estás en problemas. Da la vuelta."

"No es necesario," anunció Kirbold. "¡Mira!"

Un ser que brillaba inmensamente se acercaba a ellos corriendo a un ritmo verdaderamente


rápido, con un grupo de Vorox pisándole los talones. Gresh saltó delante desesperadamente.
Strakk tiró de las riendas, ralentizando al Spikit lo suficiente para que el Glatorian fuera capaz de
saltar sobre el vagón.

"¡Vamos! ¡Apúrate!" gritó Gresh.

Sin embargo el Spikit no podía tirar tanto peso y los furiosos Vorox se acercaban cada vez más.
Strakk frenéticamente buscó una forma de perder a sus perseguidores. Entonces vio una
esperanza de victoria. Si lograban llegar al otro lado de la colina a la que se acercaban,
desapareciendo de la vista de los Vorox por un momento. Podrían abandonar el coche – pensaba
ahora un orgulloso Strakk - esconderse en alguna parte y esperar hasta el amanecer. Strakk tomó
las riendas, hizo que el Spikit corriera más rápido y desaparecieron tras la cima de la colina.
Strakk se dio cuenta de su error. Al otro lado no estaba el desierto, si no las mortales Cataratas
Oscuras, guiando al Spikit, su carga y sus pasajeros hacía su final.

Capítulo 5 Editar

Contratados para transportar una valiosa carga de Exsidiana del pueblo de Iconox al pueblo de
Vulcanus, los Glatorian Gresh y Strakk y los aldeanos Agori Kirbold y Tarduk se encontraron con
Malum, un demente ex-Glatorian que ahora era líder de una horda de salvajes Vorox. Obligados
a intentar una huida desesperada, el equipo se adentro en un peligro mortal cuando su caravana
cayo por las Cataratas Oscuras...

Es cierto, en situaciones de crisis extrema, todo parece ir más despacio, pensó Gresh. Después
de todo, él estaba, junto con dos Agori, un Glatorian y un vagón con un valioso cargamento,
cayendo de una gran altura, probablemente a su muerte... y, sin embargo, todo parecía suceder
en cámara lenta. El agua se acercaba centímetro a centímetro, y sentía cada inspiración que
tomaba - adentro, afuera, adentro, afuera. En su mente todo pasaba muy rápido, a pesar de que
parecía tener todo el tiempo del mundo para reflexionar. Debajo de ellos estaba el lugar donde
surgía el Río Skrall, en la que el agua de descongelada de las Montañas Picudas Negras se reunía
para alimentar a los oasis de Tajun con el líquido dador de vida. El río corría hacia el sur, pero
gracias al enorme calor del desierto, se evaporaba antes de llegar a la región de Atero. Gresh
preparó su cuerpo para el impacto. Incluso si hubiera pasado toda su vida cerca del agua, habría
sido claro para él que todos sus huesos se romperían en el impacto, por lo que tenía que
sumergirse limpiamente. Su cabeza atravesó la superficie del agua, pero había olvidado que
incluso en este lugar el río Skrall no era muy profundo. Su cabeza golpeó contra una roca en el
fondo del río y todo se volvió negro. Entonces, la oscuridad era apartada por colores vivos. Gresh
se quedó en medio del Mar de Arena Líquida y a pesar de las arenas movedizas que le rodeaban,
se las arregló para permanecer de pie. No muy lejos el pueblo de Vulcanus estaba quemándose.
Los Agori y Glatorian también estaban quemándose, pero caminaban en los alrededores como si
nada estuviera pasando. Miró con atención. Malum lideraba una horda de Vorox a Vulcanus,
pero en lugar de atacar ellos pasaron tranquilamente por el pueblo y atacaron a un grupo de
Cazadores de Huesos. Cerca había una tropa de Skrall y vieron la acción. Una vez que ambos
lados estuvieron cansados de luchar, los Skrall abrumaron a los Vorox y a los Cazadores de
Huesos. Luego, algo aún más extraño sucedió. Una estrella fugaz cruzó el cielo e iluminó la noche
del desierto por varios kilómetros a la redonda. Cayó y formó un cráter en el suelo de arena.
Humo y llamas se elevaron y, finalmente, un ser se levantaba lentamente... un ser que Gresh
nunca antes había visto. Al principio pensó que se trataba de un Glatorian, pero la criatura
seguía creciendo y creciendo y pronto se alzó por kilómetros sobre Bara Magna. La figura crecía
y crecía... ¿o era Gresh quién estaba empequeñeciéndose? Se miró a sí mismo y se dio cuenta de
que sus piernas estaban medio hundidas en las arenas movedizas. ¡Él se estaba hundiendo! Él
pidió ayuda, pero los Agori en Vulcanus estaban demasiado ocupados con el fuego y los Skrall
con la batalla. Sólo la figura gigante de pie sobre el caos de abajo lo escuchó y llamó a Gresh por
su nombre.

"¡Gresh... Gresh... Gresh!"

Los ojos del Glatorian se abrieron de golpe. El pueblo en llamas, las arenas movedizas, los Skrall
y el gigante se habían ido. Estaba tumbado en la arena y vio a dos Glatorian, Ackar y Kiina.
Strakk, Tarduk y Kirbold estaban sentados cerca a la sombra del precipicio.

"Nos diste un buen susto", dijo Kiina, riendo.

"No trates de levantarte", le aconsejó Ackar. "Te golpeaste muy fuerte la cabeza."

"¿Qué...? ¿Cómo llegaron aquí?", preguntó Gresh y trató de levantarse pese a la advertencia de
Ackar. Inmediatamente todo comenzó a girar y tuvo que acostarse de nuevo.

"Cuando la Exsidiana no llegó a Vulcanus, Raanu se puso nervioso", respondió Ackar. "Si no era
entregada, Iconox no podría pagar su deuda con Vulcanus por su derrota en la arena."
Gresh entendía lo que esto significaba. La paz en Bara Magna era mantenida por el sistema
Glatorian. Cada pueblo podía confiar en que los otros pueblos pagaran sus deudas creadas por
los combates en los que perdían. Si un pueblo no cumplía con este deber, en el mejor de los
casos serían excluidos de los duelos en la arena. En el peor de los casos podría conducir a un
conflicto armado. Debido a la escasez de recursos la mejor solución era que los Glatorian
lucharan unos contra otros como representantes de sus pueblos y de esa manera resolvieran las
disputas entre los Agori.

"Ackar convenció a Raanu que esperara un poco en vez de actuar precipitadamente", dijo Kiina.
"Él dijo que o bien los encontraba a ustedes y a la Exsidiana o tratara de demostrar que Iconox
envió a la carga hacia el pueblo. Acabamos de llegar en el momento en que Strakk te sacaba del
río."

Gresh dio a su compañero guerrero de Iconox una mirada de sorpresa. Strakk y él no eran para
nada buenos amigos y él sabía que este no hacía nada sin querer algo a cambio. Sus miradas se
encontraron.

"Tarduk me prometió una parte de sus artefactos en el próximo tesoro que encontrara, a cambio
de sacarte del agua", explicó Strakk. "Así que era más que razonable..."

Kiina miró con enfado a Strakk como si quisiera darle una lección con su tridente. Ackar se había
acercado a la orilla del río y se quedó en el agua.

"Al menos los hemos encontrado, pero de acuerdo a Kirbold, la Exsidiana se encuentra en el
fondo del río. Raanu no estará muy feliz con esto."

"Lo que es peor", dijo Kirbold, "Si no tenemos una ruta más segura para enviar la carga de Iconox
a Vulcanus y viceversa, entonces no servirá de nada que estos dos pueblos se desafíen en la
arena. Cuando un pueblo tiene algo que el otro quiera habrá enfrentamientos."

"Si logramos llevar la Exsidiana a Vulcanus podremos ser capaces de evitar eso", dijo Ackar. "Pero
su Spikit huyó, el vagón quedó hecho añicos y toda la zona está repleta de Vorox y Skrall... la
situación es grave."

Gresh se forzó a levantarse. Todo daba vueltas por un momento, al principio rápidamente,
entonces más lentamente, de esa forma no se mareo. Se tambaleó hacia Ackar. La Exsidiana
probablemente había quedado enterrada profundamente en el lecho del río. Sería posible
recuperarla con el equipo adecuado, sin embargo, sin el carro, sólo podían transportar unos
pocos lingotes. Incluso si lograban cargar unos pocos lingotes en los Acechadores de Arena de
Ackar y Kiina, la expedición estaría lejos de ser un éxito.

"¿Tal vez deberíamos conseguir un carro de Iconox?", sugirió Tarduk.

"Probablemente podremos evitar hacer eso", dijo Kiina. "¿Crees, Ackar, que quizá haya alguien
cerca que estuviera muy dispuesto a obtener algo de Exsidiana?" Ella asintió con la cabeza hacia
el norte.

Ackar sonrió.

"Esta es una idea absurda", murmuró Strakk mientras caminaba penosamente por la arena. "No
sólo es absurdo - también es suicida. Y, por supuesto me eligieron para ello."

Se resistió a mirar hacia atrás. Strakk sabía exactamente que Ackar y Kiina lo miraban de entre
las rocas, supuestamente para cubrirle la espalda, pero sabía cual era la verdadera razón para
ello. Querían asegurarse de que no intentara huir. Strakk partió desde las Cataratas Oscuras hacia
el sureste, en dirección al desierto abierto. Gresh había propuesto que fuera directo al norte, a
Roxtus, pero Kiina pensó en otra cosa.

"Por ese camino nunca conseguirá pasar a Malum y a sus Vorox", dijo.

"Además, los Skrall no son lo suficientemente estúpidos como para pensar que un Glatorian
voluntariamente acudiría a ellos si es que hubiera otra solución. No, el encuentro tiene que lucir
accidental." Por eso Strakk estaba vagando por el desierto, bajo el sol ardiente, sin ningún
equipo. Si tenía "suerte", una patrulla de Skrall se cruzaría en su camino. Si no, caería víctima de
los Cazadores de Huesos o de alguna hambrienta criatura del desierto. No por primera vez se
preguntó si el duelo con Ackar que le habían prometido haria que esto valiera la pena. Strakk se
detuvo a beber algo. Durante el accidente había perdido su cantimplora, pero él había insistido
en que Kiina le diera la suya antes de que se fuera. Kiina tenía miedo de que los Skrall no
creyeran su historia si lo vieran con agua, pero Strakk se negó a irse sin una ración de agua. Tomó
un trago grande. Cuando guardó la cantimplora, vio algo en la distancia. Vio que algunos jinetes
venían hacia él. Él no podía distinguir quiénes eran a través de las olas de calor que ascendían de
la arena. Contó una media docena de figuras armadas en Acechadores de Arena. Strakk sintió
una oleada de alivio. Las monturas de los Cazadores de Huesos eran los Corceles de Roca, por lo
que los jinetes probablemente no eran ladrones. Al menos, no quería caer en manos de los
delincuentes. Intentó dejar de caminar. A pesar de que su mente le decía "¡Corre!", Strakk de
ninguna manera era un cobarde - después de todo, uno no podía ser un Glatorian exitoso si
tuviera miedo. Pero pensó prácticamente. Si algo le ocurriera, su indemnización tenía que ser,
por lo menos, generosa... salvo que una muerte súbita le hiciera perder sus beneficios... Los
jinetes se habían acercado tanto que Strakk pudo distinguirlos. Era una patrulla Skrall bien
armada, ansiosos por una ronda de "golpear a un Glatorian". Strakk sentía cómo sus rodillas se
debilitaban, pero se mantuvo erguido. Tenía que lucir agotado y temeroso si quería que el plan
tuviera éxito - al menos, eso no es difícil, pensó.

El líder de la patrulla era un guerrero de élite que Strakk había conocido antes. Su nombre era
Stronius. Había visto muchos duelos Skrall en la arena, siempre inmóvil y sin decir ni una palabra.
Los rumores decían que venía a supervisar a los Skrall que trabajaban como Glatorian. Si uno de
ellos, por algún milagro, perdía - o simplemente no ganaba lo suficientemente rápido - tenía el
permiso para castigarlo.

Aparentemente, los Skrall necesitan incluso más motivación para golpear a alguien, pensó Strakk
con sarcasmo.

Stronius cabalgó directamente hacia Strakk y miró hacia abajo al Glatorian con una sonrisa de
satisfacción. "Un largo camino desde tu hogar... Glatorian."

"Yo soy...", comenzó Strakk.


Stronius lo interrumpió. "Tal vez necesitas una comida y una cama. Estoy seguro de que
encontraremos algo para ti en Roxtus."

Strakk tragó saliva. Había escuchado un montón de rumores sobre Glatorian que habían viajado
a Roxtus - o habían sido enviados allí su contra de su voluntad - y nunca volvieron. Se decía que
fueron utilizados como "conejillos de indias". Ese era el rumor menos espeluznante. Otros
rumores sobre la razón por la que fueron enviados a Roxtus y lo que les pasó allí eran mucho
peores.

"Yo estaba viajando con otros más", explicó Strakk. "Nuestro carro cayó por las Cataratas
Oscuras. Yo... yo soy el único sobreviviente."

"¿Un carro?" preguntó Stronius. "¿Cuál era la carga?

Strakk vaciló un poco antes de contestar, sólo lo suficiente para parecer creíble. "Exsidiana.
Estábamos transportándola a Vulcanus. Pero ahora está en el fondo del río." Stronius sonrió. Sus
ojos brillaban con avaricia. "¿Te das cuenta, Glatorian, que podríamos acabar con tu vida ahora
mismo y tomar la Exsidiana para nosotros mismos?

Por lo menos es honesto, pensó Strakk.

"Pero nosotros no hacemos esa clase de cosas", continuó Stronius. "Como ciudadanos honestos
de Bara Magna haremos otra cosa. Voy a enviar a uno de mis hombres a Roxtus para que pueda
conseguir una caravana y tú nos guiarás hasta el lugar donde está enterrada la Exsidiana. Y
entonces... la sacaremos por ti y te enviaremos a ti y a tu carga de vuelta a su ruta."

Esto no puede significar nada bueno, se dijo Strakk a sí mismo. Los Skrall no tienen exactamente
la reputación de ser una organización de caridad.

El Glatorian miró a la arena, luego a Stronius. Si aceptaba demasiado rápido esa propuesta, eso
no luciría auténtico - los Skrall sabían que ningún Glatorian creería de verdad que lo dejarían ir –
ya fuera con o sin la carga. Strakk pretendió luchar consigo mismo y, finalmente, renunció y
aceptó. "De acuerdo."

"Has tomado una sabia decisión", dijo Stronius, lo que se suponía, significaba tanto como: Si
hubieras dicho que no, ya estarías muerto.

Pasaron un par de horas hasta que el Skrall regresó con el carro. Stronius no dejó de mirar a
Strakk. Una o dos veces el Glatorian de hielo estuvo tentado a traicionar al grupo, con la
esperanza de que los Skrall le permitieran volver a casa. Pero su inteligencia ganó - por decir la
verdad se aseguraba que nunca tendría la oportunidad de mentir nuevamente. Cuando el Skrall
regresó finalmente trajo el mensaje de que Tuma, líder de los Skrall, dudaba sobre el plan de
Stronius. Sin embargo, estaba de acuerdo con la condición de que el "trabajo" tendría que
hacerse lo más rápido posible y que cualquier "material excesivo" tenía que ser eliminado de
inmediato. Strakk había oído muchos nombres que le habían dado, pero "material excesivo" era
nuevo para él. Ellos hicieron su camino hacia el Río Skrall en silencio. Strakk esperaba que los
otros Glatorian se hubieran mantenido fieles a su palabra y le estuvieran esperando. Si habían
cambiado de opinión y regresado a Vulcanus, Strakk estaría en grandes problemas. Cuando
llegaron al lugar, Strakk revisó el área. No había logrado ver a Gresh, a Kiina, a Ackar o a alguien.
Primero comenzó a entrar en pánico en su interior - ¡lo habían traicionado! Entonces se dio
cuenta de que no había pistas visibles en la arena en la orilla del río. Se tranquilizó un poco.
Nadie habría borrado unas huellas si no es para ocultar su presencia. El plan seguía siendo válido
y Strakk tenía que continuar haciendo su papel.

"Yo no veo ningún rastro de tus compañeros", dijo Stronius. No parecía desconfiado, sino más
bien aburrido. Después de un año en Bara Magna, ya no encontraba tan divertidos los trucos de
los Glatorian.

"El río se los llevó", respondió Strakk, un poco apurado. "Yo soy el único que sobrevivió."

"Ya veo", dijo Stronius. "Así que si envío a uno de mis hombres río abajo, encontrará sus cuerpos
bajo el agua, convertidos en arena."

"Exacto", respondió Strakk, sin poder decir más.


Stronius señaló a tres de sus hombres. "Vayan a ver si encuentran algo en el lecho del río y
también en el fondo del mismo. La vida de un Glatorian depende de ello."

Los tres Skrall descendieron y entraron en el agua. Sólo unos minutos pasaron hasta que sus
cabezas blindadas reaparecieron en la superficie. Uno de ellos nadó hasta la orilla y se subió a la
arena. En una mano sostenía un lingote de exsidiana.

"Abajo están los restos de un carro", informó el Skrall. "Y más lingotes como este."

"Muy bien", dijo Stronius. "Todos ustedes, desciendan y traigan el metal hacia la superficie.
Mientras tanto, voy a mantener vigilado a nuestro 'amigo'."

Los guerreros Skrall se fueron a trabajar. Cualquier acción que los Skrall tomaban, lo hacían de
forma rápida y exhaustiva. Una y otra vez salían con lingotes de Exsidiana, los cuales cargaban al
carro. Cuanto más crecía la pila de Exsidiana, más crecía la sonrisa de Stronius. Sin lugar a dudas
ya estaba pensando en cómo Tuma lo recibiría cuando regresara con tal tesoro. Cuando el carro
estuvo totalmente cargado, Stronius y sus hombres subieron a sus Acechadores de Arena. El
Skrall de élite sonrió a Strakk y lo apuntó con su Lanzador Thornax. "Muchas gracias, Strakk.
Recordaremos por siempre tus servicios al pueblo de Roxtus... en tu lápida"

Strakk cerró los ojos. Oyó el agudo silbido de un Thornax, y poco después un grito agudo. Pero
no vino de Strakk. El Glatorian abrió los ojos y vio a Stronius tumbado en la arena.

"¡Tiren sus armas! ¡Ahora!" bramó Ackar, oculto bajo unas rocas cercanas. "¡Aléjense de la
carreta!"

Los guerreros Skrall abrieron fuego con explosivas municiones Thornax. Strakk utilizó la
confusión reinante para correr hacía el río. Quería cruzarlo para llegar a cualquier otra parte y
desaparecer en el desierto. Él ya había llegado a la otra orilla cuando Kiina apareció de detrás de
una duna de arena.
"¿A dónde vas?" le dijo mientras ella seguía disparando municiones Thornax a los Skrall.

"Me Alejo de la línea de fuego", respondió Strakk. "Si no te has dado cuenta, estoy desarmado."

"Estar sin armas será el menor de tus problemas cuando nos abandones", respondió Kiina. "Por
ejemplo, cuando te hagamos una cabeza más bajo. ¡Toma!" Le dio a Strakk su tridente. "Se útil. Y
recuerda: apunta el extremo afilado hacia los villanos."

A pesar de que sus enemigos les superaban en número, Ackar había logrado mantener a los
Skrall fuera de la carreta. Stronius había enviado a un guerrero para que atacara al Glatorian por
la espalda. A mitad de camino se cruzó con Gresh, quien lanzó una pesada piedra hacia él. El
Skrall cayó rodando hacia la arena.

"¿Estás lista?" gritó Ackar.

Kiina asintió y apuntó su lanzador hacia el mismo lugar al que apuntaba Ackar. "¡Vamos!"
exclamó.

Los dos Glatorian dispararon sus lanzadores Thornax al mismo tiempo. Los explosivos proyectiles
Thornax chocaron con un ruido ensordecedor, justo frente a los Skrall, haciendo que la arena
volara por el aire y cayera en los ojos de los Skrall. Temporalmente ciegos no pudieron impedir
que Gresh, Strakk, y los dos Agori corrieran hacia la carreta y subieran a bordo. Ackar agarró sus
dos Acechadores de Arena y le dio uno a Kiina, quién inmediatamente después de montar el
suyo, se dirigió hacia los Acechadores de los Skrall, dispersándolos. Gresh agarró las riendas del
Spikit, ordenándole que avanzara y el carro avanzó rápidamente. Ackar dio la vuelta y disparó
contra los Skrall, quienes reemergían de la nube de arena.

"¡No puedo creer que funcionara!" dijo Strakk.

"Esto no ha terminado todavía", le recordó Gresh. "Aún tenemos que llegar a Vulcanus."
"Y me temo que todavía tenemos una cuenta pendiente", dijo Kiina, señalando hacia atrás.
Gresh miró sobre su hombro. Los Skrall habían recuperado sus Acechadores de Arena y estaban
persiguiéndolos. Los Spikit eran rápidos y resistentes, pero no eran tan rápidos como los
Acechadores de Arena a toda velocidad. Sólo era cuestión de tiempo hasta que los Skrall los
alcanzaran.

"¿Alguna buena idea?" preguntó Strakk al grupo.

"Kiina y yo trataremos de detenerlos", dijo Ackar, "Mientras ustedes se dirigen hacia el pueblo."

"De ninguna manera", protestó Gresh. "Esta es nuestra misión. No voy a dejar que entreguen sus
vidas por nosotros."

"Tú no decides que podemos o no hacer, muchacho", respondió Kiina. "Busca un lugar adecuado,
Ackar. Un lugar donde podamos detenerlos en un fuego cruzado."

"Esperen un segundo", interrumpió Strakk. "Hay alguien más delante – alguien con armadura
roja. ¿Acaso Vulcanus envió a algunos guerreros novatos como apoyo?

Gresh y Strakk entrecerraron sus ojos para poder ver mejor. A la distancia, justo en frente de
ellos, también había otros seres. Ciertamente no eran Skrall, y que ellos estuvieran de pie,
significaba que no venían de Vulcanus. Quien abandonaba un pueblo, siempre cabalgaba sobre
un Acechador de Arena.

"Quienesquiera que sean, esperó que estén bien armados", dijo Ackar. "Estamos a punto de
tener un duro enfrentamiento."

Mientras avanzaban, Gresh vio más claramente a sus presuntos salvadores. Cuando pudo
identificar quienes estaban adelante, Gresh sintió que un nudo se había formado en su
estómago.
"Oh, no creo que haya que preocuparse por eso. Están muy bien armados, eso es seguro."

Strakk miró hacia adelante. "¡Es imposible! ¿Por qué tenemos tan mala suerte?"

"¿Quiénes son ellos?", preguntó Ackar mientras su mirada estaba fija en los Skrall detrás de
ellos.

Gresh quería responder, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. Después de
todo lo que había pasado, no podía creer que su misión iba a terminar así... y probablemente
también su vida... "Ellos no vienen de Vulcanus", dijo finalmente. "El ser con armadura roja... es
Malum. Él y sus Vorox nos esperan."

"Y los Skrall están justo detrás de nosotros", comentó Kiina. "¡Estamos atrapados!"

"Y alrededor de nosotros no hay nada más que un desierto sin fin", dijo Ackar. "No hay ningún
escondite para evitar ser vistos. Tampoco podemos escapar de ellos ni derrotarlos, y menos aún
hacer ambas cosas."

"Apuesto a que tenemos gran posibilidad de ser destrozados", dijo Strakk. "Y estamos a punto de
descubrirlo..."

Capítulo 6 Editar

Dos Glatorian, Gresh y Strakk, y dos Agori, Kirbold y Tarduk, transportaban una caravana con un
valioso metal llamado Exsidiana desde el pueblo de Iconox al pueblo de Vulcanus. En el camino
se les unieron los Glatorian Ackar y Kiina - pero incluso su ayuda no les permitio evitar una
emboscada por parte de un grupo de Skrall y otro de Vorox. Atrapados entre dos fuerzas
hostiles, poco los separaba de la tragedia...

Gresh miró hacia atrás. Los Skrall cada vez se les acercaban más. Miró hacia delante otra vez -
con los Vorox de Malum también acercándoseles. Cuatro Glatorian y dos Agori con un carro lleno
de Exsidiana entre dos grupos opuestos, no tenían muchas posibilidades de sobrevivir.

"Esto no es bueno", murmuró.

"Abandonemos la caravana", dijo de pronto Strakk. "No puedo creer que diga esto, pero... no me
importa la Exsidiana. ¡Que se la lleven!"

"Piénsalo bien", Ackar sacudió la cabeza. "Engañamos a Malum, a quien prometimos recuperar
su tesoro de Roxtus... hace unos momentos, engañamos a los Skrall para que nos ayudaran a
sacar la Exsidiana de un río. A mí me parece que no aprecias su talento en reconocer oponentes,
Strakk."

"Es divertido cuando lo dices de esa forma", le respondió Kiina "Pero los Vorox avanzan
rápidamente hacia nosotros y los Skrall están detrás de nosotros. ¿Tal vez deberíamos luchar?"

"Tengo una mejor idea", dijo Ackar. "Gresh, Strakk, ¿a quién odian los Vorox más que a nadie?"

"A los Skrall", respondió Gresh.

"¿Y a quienes consideran los Skrall como alimañas que erradicar?" incautó Kiina.

"A los Vorox", sonrió Strakk, adivinando las intenciones de Ackar. "Oh, no. Esto terminará mal...
¡me gusta!"

Ackar ordenó a su Acechador que galopara más rápido, yendo directamente al grupo de Vorox.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ellos, se detuvo frente a los Vorox. Rápidamente
Ackar dio la vuelta y se dirigió hacia los Skrall.
"¡Nuestros amigos Vorox llegaron justo a tiempo!" gritó Ackar, a todo pulmón. "¡A los Skrall!"

Oyendo esto, el Skrall de elite dio un grito de ira. Stronius despreciaba a los Vorox con toda su
alma. El hecho de que esas criaturas se aliaran con los Glatorian sólo lo hacia enfadar aún más.

¿Esas criaturas miserables en la arena actúan audazmente en nuestra contra?, pensó Stronius.
¡Pagarán por ello!

Malum también escuchó las palabras de Ackar. Inmediatamente entendió lo que su viejo amigo
planeaba. También sabía que no podía salir de la trampa que había elaborado sin luchar. Ackar
había utilizado el eterno odio existente entre los Skrall y los Vorox. Ahora, a los Skrall solo les
quedaba tiempo suficiente para disparar Thornax a los Vorox.

"¡Disparen!" gritó Stronius. "¡Destrúyanlos! ¡A Glatorian y a Vorox por igual!"

Sus guerreros dispararon hacia los Vorox con sus lanzadores. Los Thornax impactaron directo en
los Vorox, hiriendo gravemente a tres de ellos. El resto se olvidó rápidamente de Ackar y de sus
compañeros. Habían sido atacados por los Skrall – su instinto les decía que debían devolver el
golpe. Enfurecidos, los Vorox corrieron hacia los guerreros Skrall. Cuando la manada de Vorox
atacó a sus más odiados enemigos, fue el momento apropiado para retirarse del campo de
batalla. Los Glatorian, los Agori y su carro rápidamente se marcharon. Los sonidos de los Thornax
explotando y los quejidos de los heridos pronto se apagaron.

"Pensaste que perderíamos", Kiina estaba encantada. "así que hiciste que pelearan entre sí."

"No, yo quería que esto terminará de otra forma", admitió Ackar. "Puede que no tengamos
buenas relaciones con los Vorox, pero no merecían morir a manos de los Skrall. Pero hoy nuestra
vida estaba en juego."

"Después de todo, la vida de un Glatorian es más importante, ¿verdad?"


Ackar tiró de las riendas de su Acechador y dio la vuelta. Detrás de ellos se encontraba Malum,
montado en un Acechador, y armado con la espada y el escudo de un Skrall. Estaba solo. Ackar
inmediatamente sacó su espada.

"Veo que ahora te juntas con ladrones", dijo Malum.

"No buscamos pelear contigo", cortó Gresh. "Tú nos buscaste, ¿recuerdas? Tú nos pediste que
robáramos la espada en Roxtus. Y lo hicimos, después de que tú se la robaras a Ackar."

"¿Cómo va la batalla?" preguntó Ackar.

"Ambos bandos sufrieron grandes bajas", dijo Malum "Pero la lucha continúa. Mis Vorox saben
cuándo retirarse. Sé que los Skrall no saben cómo perseguirnos. Somos muy numerosos."

"Hice lo que tenía que hacer", dijo Ackar. "Lamento que tus... guerreros hayan muerto. Pero
ellos, a tu señal, nos habrían matado."

"No tengo ningún rencor contra ti, Ackar. Escapar de las emboscadas es tu especialidad... ese
talento también lo tienen los Vorox. Pero estos dos, Gresh y Strakk, entraron en nuestro
territorio sin ser invitados. Un día de estos terminaremos nuestros asuntos."

Gresh saltó de la caravana, con espada en la mano, listo para pelear.

"Podemos resolverlo aquí y ahora. ¿Eso es lo que quieres, Malum?"

"Ya vendrá el momento", Malum sonrió fríamente y sacudió la cabeza. "El desierto es
impredecible, Gresh. Una vez un lugar hermoso y agradable, en otras ocasiones cruelmente
mortal. Un día te trae agua para apagar tu sed. Al día siguiente, te da de comer cuando te estás
muriendo de hambre. Pero al tercer día... mi espada arrebatará tu vida."
El ex-Glatorian tomó las riendas de su Acechador de forma repentina, le ordenó que diera la
vuelta y se retiró. Después, desapareció en la lejanía.

"¿Eso es todo?", dijo un sorprendido Strakk. "¿Lo dejaran ir?"

"¿Acaso quieres luchar contra el?" se encogió de hombros Kiina. "Si no mal recuerdo, no te
agrada."

El Glatorian de Hielo sabía que Kiina tenía razón. Malum una vez casi le arrebato su vida durante
un duelo en la arena y fue lo que causó su expulsión de Vulcanus.

"Incluso si los cuatro nos enfrentáramos contra él, hubiéramos tenido problemas. Lo conozco",
suspiró Ackar. "Lo importante es que ahora debemos transportar la Exsidiana a su destino.
Cuando los Skrall acaben con los Vorox, probablemente volveran a perseguirnos."

El equipo se dirigía hacia el sur. Atentos y cuidadosos en todo momento, todo el mundo poco a
poco se estaba acostumbrando a la idea de que serían capaces de llegar a Vulcanus. Kirbold se
prometió a mí mismo proponerles a los ancianos de Iconox que Ackar y Kiina recibieran la misma
paga que Gresh y Strakk. Sin su ayuda esta misión pudo haber terminado en el Río Skrall.

"Probablemente tengamos problemas delante", comentó Tarduk. "No estoy seguro de que
cuando acabemos este viaje podamos decir que la ruta a través de las Montañas Picudas Negras
es mejor que la ruta por las Dunas de la Traición. ¿Qué creen?"

"Estás bromeando, ¿verdad?" rió Kirbold. "Pasamos por Cazadores de Huesos, los Skrall, Malum
con sus Vorox, junto con Murciélagos del Desierto, serpientes, una cascada mortal... ahora
mismo podría ir por las Dunas de la Traición.

Kiina se acerco a Ackar.


"¿En qué piensas?"

"No veo ningún signo de que nos estén persiguiendo. Si mantenemos este ritmo, será bueno
para nosotros. En el peor de los casos es posible que nos encontremos con los Cazadores de
Huesos."

"¿Te refieres a ellos?" intervino Gresh, señalando hacia adelante.

Lo que vieron les causó escalofríos. Ante ellos, a una corta distancia, el desierto había sido
desgarrado por un enorme cráter. Alrededor de él yacían los cuerpos de varios Cazadores de
Huesos, como si un tornado hubiera pasado por ahí. Entre los muertos había varios
sobrevivientes, pero su condición no profetizaba una larga vida. Ackar buscó infructuosamente
rastros de munición Thornax o restos de las lanzas de los Vorox. Algo que parecía un monstruo
debía dejar rastros de tal tamaño.

"¿Cuándo crees que sucedió?" le preguntó a Kiina, quien ya había bajado de su Acechador, para
examinar a uno de los cazadores.

"Tal vez hace una hora", Kiina se acercó a un cazador y le preguntó. "¿Qué pasó?"

El Cazador de Huesos apenas levantó la cabeza y sus labios se movieron sin hacer ruido. Cuando
fue capaz de hablar, Kiina se inclinó aún más hacia él. Pronunció una sola palabra antes de morir.
Kiina levantó los ojos a sus compañeros, diciendo: "Skopio."

"Vayámonos de aquí", Strakk no necesitaba ninguna otra información para saber que había que
hacer.

"¿Hace una hora? Puede que ya se haya ido", preguntó Tarduk, esperanzado.
"O quizás simplemente esté oculto en la arena debajo de ti y espera atacar", resopló Strakk.

Ackar pensó. El Skopio era la criatura más grande y peligrosa de Bara Magna. Esta gigantesca
criatura parecida a un escorpión, no era muy rápido, pero gracias a su tamaño un paso lo hacia
avanzar varios metros. No se conocían todos sus instintos, así que era difícil predecir si el Skopio
estaba en el mismo lugar en que había aparecido o si se había ido a buscar un nuevo territorio. Si
había sido un Skopio quien había dejado este desastre, supuestamente ahora debía de estar
lejos... y en la dirección opuesta.

"Iremos al sur", dijo finalmente Ackar. "Suponiendo que no nos está siguiendo, iremos en esa
dirección. Espero que lleguemos a salvo al pueblo."

Así que fueron directamente a Vulcanus. Pocos minutos habían pasado, y el suelo bajo sus pies
comenzó a temblar.

"Oh, no..." gimió Strakk.

El primer temblor fue bastante débil. El segundo fue más intenso – el Acechador de Ackar se
descontroló, casi tirando a su jinete. Luego hubo un verdadero terremoto. Gresh cayó de cara en
la arena y la tierra ante él se abrió con una explosión. El cráter estaba empezando a succionar
arena, y pronto haría lo mismo con Gresh. Kiina, justo a tiempo, lo agarró de la mano y lo tiro a la
caravana.

El desierto explotó. Una nube de arena se alzó en el aire y el Skopio surgió. Estaba preparado
para la siguiente batalla. Y luego todo se volvió aún peor. Cuando la arena y el polvo cayo, Ackar
vio una figura con armadura dorada atrás de la bestia. Eso significaba que la bestia con la que
lucharían en realidad era una máquina. Se habían interpuesto en el camino del Skopio XV-1 y su
piloto…

"¡Telluris!" gritó Ackar.


Strakk lanzó a Kirbold una mirada llena de ira.

"¡Cuando volvamos a Iconox, pediré un aumento de sueldo!"

"Si logramos volver a Iconox", le corrigió Kirbold.

El Skopio XV-1 fue construido para que se asemejara a un Skopio real. Era mucho más rápido y
aún más peligroso. El lunático de Telluris lo había mejorado a lo largo de los años, utilizando
piezas de otros vehículos. Debido a la peste que asoló su tribu hace 103.000 años atrás, Telluris
estaba obsesionado con oprimir y torturar a otros. El XV-1 estaba perfectamente adaptado para
eso. El equipo se apresuró a escapar. En Vulcanus había muchos Glatorian en entrenamiento. Su
apoyo tal vez les ayudaría a luchar contra esta gigantesca máquina. Pero Telluris no tenía la
intención de darles esa oportunidad. Al pulsar un botón de la consola de control, cambió el
modo en que su vehículo viajaba. Dejó de usar las cuatro patas del vehículo, de modo que ahora
el XV-1 sólo podía moverse gracias a sus ruedas. El vehículo no parecía tan impresionante ahora,
pero podía alcanzar una velocidad mucho mayor. Con una sonrisa maliciosa en su rostro, Telluris
se puso a la caza de nuevas víctimas.

"¡Separémonos!" gritó Gresh. "No nos podrá perseguir a todos al mismo tiempo.

Era una buena idea. Gresh y los Agori tomaron el control de la caravana, y los otros se
dispersaron a los lados. Independientemente de quién Telluris decidiera cazar, los otros podían
rodearlo y atacarlo por detrás. Ver como los Glatorian huían como un sobresaltado enjambre de
Scarabax causó gran placer a Telluris. ¿A cuál destruiría primero? Un coche lleno de Exsidiana no
le interesaba. Si la Exsidiana le hubiera interesado, lo habría tomado de Iconox y nadie lo habría
detenido. Pero el Glatorian con armadura roja al parecer tenía cerebro - gritaba órdenes, y el
resto lo escuchaban. Sería útil silenciarlo. Telluris apuntó con su cañón, montado en la cola del
Skopio, a Ackar y disparó. Ackar oyó el silbido del Thornax cruzando el aire. Sacudió las riendas
de su Acechador, obligándole a girar rápidamente a la derecha. Escapó a tiempo, pero la fuerza
de la explosión hizo que el jinete y el Acechador cayeran en la arena.

"¡Ackar!" gritó Kiina cuando vio a su amigo herido. "¡Gresh, ayúdale! Yo me encargarme de
Telluris."
En cuanto se aseguró de que el Tesariano hubiera llegado al herido Ackar, comenzó a atacar. Para
escapar de la lluvia de Thornax, galopó directamente hacia el Skopio. Telluris aceleró, intentando
atropellarla con su vehículo, pero Kiina, ingeniosamente, se hizo a un lado. La Glatorian saltó del
Acechador y aterrizó en la armadura del Skopio.

"¡¿Qué está haciendo?!" miró Ackar con asombro. "¡¿Cómo piensa atacarlo sola?!"

"No necesariamente", indicó Gresh. "Podemos desviar su atención. ¿Qué te parece?"

Ambos Glatorian dejaron de galopar hacia el Skopio. Ackar disparó contra él, aunque él sabía
que los Thornax no eran capaces de dañar el blindaje de la máquina. Lo único que quería era que
Telluris se concentrara en ellos en lugar de en Kiina.

"¡Cuidado!" gritó Ackar. Su Acechador logró esquivar todos los proyectiles provenientes del
Skopio.

"Tengo una idea", dijo Gresh. "Volvamos a la caravana."

Los Glatorian se precipitaron hacia la caravana. Sin detenerse, Gresh se apoyó en su montura y
tomó dos barras de Exsidiana. Cuando el Skopio estuvo lo suficientemente cerca, el Glatorian
saltó al suelo, se hizo a un lado y de inmediato apretó las dos barras entre las ruedas del
vehículo. En el otro lado Ackar hizo lo mismo.

La Exsidiana era preciada por su dureza y durabilidad excepcionales. Este metal no se corroía o
se deformaba como otros. Explicado de otra forma, el chasis de metal del Skopio no se podía
comparar con él. El chillido y el desplome de algunas partes de las ruedas oruga del Skopio
anunció el duelo entre la Exsidiana y el chasis del XV-1, siendo el ganador la Exsidiana.

Mientras tanto Kiina subía a la cabina del Skopio. Una vez resbaló y casi cayó. Casi cayó otra vez,
justo antes de llegar al "aguijón" de la máquina. Kiina se agarró del aguijón y lo trepó, y cuando
se encontró a la altura suficiente, saltó directamente a la cabina del XV-1, aterrizando justo
detrás de Telluris. Sin dudarlo, trató de escapar, pero lo agarro del tobillo y quedó colgando hacia
abajo.

"Estoy muy cansada de escalar, ¿sabes?" dijo Kiina mientras mantenía a Telluris cabeza abajo.
"Supongo que no puedo sujetarte por mucho tiempo. Cuanto más tiempo te tengo sujeto, mi
lanzador apunta a la consola de tu juguete."

"¿Y sabes qué sucederá si disparas?" rió Telluris rió. "Habrá un gran "boom" y todos moriremos.
Yo, tú y tus amigos abajo. Morirás, ¿sabes?"

Kiina lo elevó hacia arriba y pudo ver su fría mirada.

"¿Crees que me importa?"

Telluris no mostró temor. O era inmensamente valiente, loco o estaba poseído. Le habló con
mucha calma, como si estuviera hablando sobre el clima.

"¿Qué vas a hacer?"

"Te dejaré elegir", dijo Kiina. "Puedo acabar contigo y quedarme con tu vehículo, o mis
compañeros lo destruyen y terminas vagando solo por este desierto, o..."

"¿O qué?"

"No lejos de aquí hay varios guerreros Skrall", continuó Kiina. "Voltea de nuevo tu basura, hazlos
regresar de donde vinieron, y consideraré nuestro trato saldado."

Telluris dudó un momento. Aún no había tenido que lidiar con esos visitantes del extremo norte.
Él sabía que los Skrall eran duros oponentes.

"Bueno, ¿qué eliges? ¿Acaso les tienes miedo a esos tontos de armadura negra?"

"No, en absoluto", dijo Telluris. "Me encargaré de ellos. Pero cuando te encuentre de nuevo en
mi territorio, no escaparás tan fácilmente."

Kiina sonrió y movió a Telluris al borde del vehículo.

"¿Qué estás haciendo? ¡Tú dijiste que no me soltarías!" protestó Telluris.

"Nunca dije que no haría eso", dijo Kiina. "Tenías que elegir entre abandonar tu vehículo o
utilizarlo para mi beneficio. Decidir si soltarte o no, no formaba parte del trato."

Diciendo esto, lo soltó de su pierna. Telluris grito durante un rato hasta que su cuerpo cayó en la
arena. De inmediato Ackar se le acercó para ver si estaba vivo.

"Está vivo", dijo con alivio.

"Claro que está vivo. Sobresale en la arena", dijo Kiina, bajando del Skopio. "Al menos ahora no
nos dará problemas."

"No entiendo", dijo Gresh. "Oí lo que dijo. Sin embargo, se comprometió a hacer frente a los
Skrall."

"Oh, novato", sacudió la cabeza Kiina. "¿Cuando aprenderás? Él dijo: "Me encargaré de ellos",
pero pensó que "tan pronto me encargue de ellos, los Glatorian vendrán después". Si quieres
negociar con un Glatorian, necesitarás aprender el lenguaje de la estafa."
Unas horas más tarde apareció en el horizonte la forma característica de un gran edificio en el
centro de Vulcanus. Poco después, el equipo se acercó al primer edificio, donde recibieron gritos
de alegría de los guardias. Aunque a Strakk nunca le agradaba el pueblo de fuego, estaba tan
emocionado como nunca en toda su vida.

Raanu, líder de Vulcanus, era el Agori más feliz en el pueblo ese día. Ackar sabía que su reacción
se relacionaba más que nada con la Exsidiana, que finalmente había llegado a su destino. Pero
también se trataba de algo más: Iconox había pagado su deuda con Vulcanus. La victoria del
Glatorian de la Tribu Fuego sólo había sido el inicio. No habría guerra con la Tribu Hielo. El
sistema Glatorian había funcionado a la perfección y nada había cambiado. Metus fue a felicitar
a Strakk, a Gresh, a Kirbold y a Tarduk. Después de un momento de celebración, Metus apartó a
Strakk del grupo, y hablándole en voz baja, le dijo:

"Todo listo. Inmediatamente después del Gran Torneo pelearás con Ackar. Raanu insistió en que
el duelo tuviera lugar aquí, así que..."

"Me salvó la vida... nos salvó la vida a todos", lo interrumpió Strakk. "Pero quiero sentir la
satisfacción de una victoria y de una buena paga. Trato hecho."

En el borde del pueblo, Gresh y Kiina veían el atardecer sobre el desierto.

"Demostramos que la ruta del norte es demasiado peligrosa", dijo Kiina. "Y por eso, la misión ha
fallado parcialmente. ¿Valió la pena pasar por todo esto?"

"Sí. Yo creo que sí", dijo el Tesariano. "Es cierto que tuve que huir de los Skrall, luchar contra los
Vorox, soportar a Strakk... pero he descubierto que tengo amigos. Tú y Ackar..."

"Tienes razón. Tienes mucho que aprender, pero eres realmente talentoso. Si un día de estos vas
a Tajun, podríamos practicar juntos."
"¿Y me enseñarás el movimiento que usaste para subirte al Skopio?" sonrió Gresh.

"Y tendrás muchas lecciones", rió Kiina cuando ambos regresaron al pueblo. "Hablaremos de
cómo sobrevivir a la primera ronda de combates durante el Gran Torneo."

"De acuerdo. Pero ¿sabes qué?" Gresh detuvo un bloque de Exsidiana arrojado por un Agori.
"Sobrevivir a una batalla es lo que importa."

FIN

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