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CONCIENCIA
Folletos
PABLO CABELLOS
I. FORMACIÓN Y CONOCIMIENTO DE LA VERDAD
LA CONCIENCIA EN LA VIDA DIARIA
En nuestro tiempo es habitual que la palabra ética aparezca en los dichos y
escritos de muchas personas; es frecuente que esa ética lleve el adjetivo de
natural o cristiana, pero quizá es menos frecuente que nos interroguemos por
su fundamento, vaya o no calificada.
¿Quién decide si algo es ético o no lo es? Es posible que, ante esta pregunta,
aparezca la respuesta de que es la conciencia quien determina la bondad o
maldad de nuestras acciones.
Sin embargo, los interrogantes podrían multiplicarse: ante hechos de la propia
vida, ¿quién no se ha planteado la validez de su conciencia como norma de
moralidad?; ¿quién no ha esgrimido un “me lo dicta mi conciencia” al ser
interrogado acercad e su conducta?; ¿es válida la simple autenticidad como
justificante de las acciones? Es cierto que la conciencia tiene hoy día una ala
cotización, pero ¿es realmente la panacea que resuelve en un juicio lo acertado
de nuestro actuar pasado, presente y futuro?; o aun no resolviéndolo de modo
seguro, ¿justifica, al menos, nuestro comportamiento aunque este sea errado?
¿Hay posibilidad de que una acción sea desacertada, moralmente hablando, si
se ejecuta conforme a la conciencia? ¿Basta la conciencia cono norma de
moralidad?
Son muchos los interrogantes que el hombre puede plantearse en torno al
tema de la moral y, consiguientemente, de la conciencia. Las preguntas que
acabamos de proponer son las que cualquiera puede hacerse en este mundo
de incertidumbres.
Son cuestiones que convienen aclarar, porque detrás de ellas está implicada,
de una parte, nuestra nobleza en el vivir diario y, de otra, la salvación eterna.
No es posible dar aquí una visión completa de todas las ideas que habría que
barajar en torno a la conciencia y su formación. En este asunto van implicados
temas tan profundos y extensos como la existencia de Dios y su Providencia, la
realidad del mundo rodea, la verdad y divinidad de la religión católica, toda
una filosofía de la educación, de la conciencia, de la libertad, etc.
Por todo ello, las líneas que siguen intentan dar un enfoque del problema,
quieren señalar la actitud que, desde una perspectiva católica, debe tenerse en
relación con la conciencia y su formación. Se dan, por tanto, como supuestas
todas aquellas ideas básicas que un católico que profesa su fe ha de tener.
Vamos a ver el valor de toda la formación, el de la conciencia como norma de
moralidad, su necesaria conexión con una ley superior, su legítimo ámbito de
autonomía y la formación de la misma, a fin de ayudar a los hombres a que
“juzguen las cosas con criterio propio a la luz de la verdad” 1.
VERDAD Y LIBERTAD
Decíamos anteriormente que nuestra posibilidad de ser libres es fruto de
nuestra capacidad de conocer la verdad. Porque <<la libertad no es la libertad
de hacer cualquier cosa, sino que es libertad para el Bien, en el cual solamente
reside la felicidad. De ese modo el Bien es su objetivo. Por consiguiente el
hombre se hace libre cuando llega al conocimiento de lo verdadero, y esto –
prescindiendo de otras fuerzas- guía su voluntad>> 3.
Cuando decidimos hacer algo voluntariamente es porque antes tenemos una
serie de datos y después actuamos de acuerdo con esos datos previamente
conocidos. Ahora bien, si nuestro conocimiento sobre esos datos previos ha
fallado, si nos hemos equivocado, es indudable que nuestro actuar no habrá
sido realmente libre. Por ejemplo: yo quiero agradar a una persona de la que
estoy convencido que siente una especial predilección por las rosas; veo un
precioso ramo, lo compro y lo regalo a esa persona. Posteriormente me entero
de que detesta este tipo de flores. Indudablemente, habré actuado movido por
un buen deseo, pero no he hecho lo que realmente quería. ¿Por qué?
Sencillamente por haber actuado movido por un error.
Actuar <<en conciencia>>, no quiere decir realizar las cosas arbitrariamente,
por capricho o por <<un impulso secreto del corazón>>, sino hacer todo cum
scientia –con ciencia- ; es decir; con sabiduría, con conocimiento profundo de la
realidad objetiva. Igual que la inteligencia puede errar en el conocimiento de la
verdad, la libertad también puede equivocarse en la elección del bien. Por ello
es tan importante la formación de la conciencia, para que sepa elegir
correctamente el bien moral que le conviene para su propia perfección 4.
Toda formación irá, por tanto, encaminada a proporcionar los supuestos
precisos para que nuestro actuar sea verdaderamente libre, para que no sea
un moverse engañado por datos falsos.
Cuando se habla de manipulación de unos hombres por otros, cuando se
piensa, por ejemplo, en el poder tiránico de quien desorienta a los demás
deformando o inventando noticias, no se está aludiendo sino a una coacción de
la libertad por no ofrecer verdades claras, sino mentiras o verdades a medias,
que muchas veces son peor que las mentiras. La libertad de los hombres, al
moverse en estos casos sobre supuestos falsos, ya no es libertad, aunque así
llegue a creerse.
DERECHO A LA VERDAD
Decíamos anteriormente que la historia de la humanidad es la historia del afán
de saber, es una incesante búsqueda de la verdad. Y junto a tantos avances y
logros, es también la historia de los errores humanos, de un no llegar tantas
veces a las metas queridas.
5 Ibídem, 34.
También apuntábamos que es evidente la capacidad de hombre para encontrar
la verdad, pero no es menos evidente la posibilidad de fallar en ese difícil
camino e, incluso, es un hecho que, a veces, ni siquiera se pone en marcha.
Si grande es la capacidad del hombre, grandes son también sus limitaciones.
Sin embargo, aun contando con esas limitaciones. Sin embargo, aun contando
con esas limitaciones, el derecho del hombre a saber la verdad de las cosas
sigue siendo irrenunciable. Y hemos de contar con ambas realidades: con la
capacidad que tiene, para no enterrar el talento recibiendo; y con las naturales
limitaciones, para saber que podemos equivocarnos y para reconocerlo cuando
sea preciso. Pero aún hay más: paralelo a ese derecho, corre el deber de
ayudar a los demás en su marcha hacia la verdad, en su formación.
Hoy día se habla mucho, y no sin razón, de la función social de los bienes
materiales, pero hay también una indudable función social de los bienes
espirituales, una clarísima misión de servicio de los saberes y valores del
espíritu que cada hombre posee. Por ello, hay un deber por parte de cada
hombre, por parte de la sociedad, de ayudar a los demás en su afán de saber,
en su necesidad de formarse; hay un deber, incluso, de despertar ese afán. Y
estará interrumpiendo el acto más específicamente humano quien, por
cualquier medio, impida el normal ejercicio de esos deberes y derechos.
Todo lo dicho hasta el momento para cualquier tipo de formación, vale para la
formación de la conciencia, con la peculiaridad de que en nuestro caso, la
verdad que buscamos es la Verdad, es Dios, es nuestra salvación eterna.
La formación en el terreno doctrinal-religioso será el soporte seguro para que
conociendo la Verdad y viviendo la Libertad, lleguemos al Amor. Por eso, ha
dicho un reciente documento de la Iglesia, <<la apertura a la plenitud de la
verdad se impone a la conciencia moral del hombre, el cual debe buscarla y
estar dispuesto a acogerla cuando se le presente>>6.
Para esta tarea exhorta el Concilio Vaticano II <<a todos, pero especialmente a
aquellos que se cuidan de la educación de otros, a que se esmeren en formar
hombres que, acatando el orden moral, obedezcan a la autoridad legítima y
sean amantes de la genuina libertad; hombres que juzguen las cosas con
criterio propio a la luz de la verdad, que ordenen sus actividades con sentido
de responsabilidad y que se esfuercen por secundar todo lo verdadero y lo
justo, asociado gustosamente su acción con los demás>> 7.
Podríamos resumir lo escrito hasta el momento en las siguientes ideas:
El hombre necesita conocer la verdad para ser libre.
Es preciso formarse para conocer la verdad.
6 Ibídem, 4.
7 CONCILIO VATICANO II, Decl. Dignitatis Humanae, 8.
II. LA LEY DE DIOS Y LA OBLIGACIÓN DE SEGUIR LA
CONCIENCIA
QUÉ ES LA CONCIENCIA MORAL
<<Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral (cfr. Rm 2, 14-16)
le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga
también las elecciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando
las que son malas (cfr. Rm 1, 32). Atestigua la autoridad de la verdad con
referencia al Ben supremo por el cual la persona humana se siente atraída y
cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la
conciencia moral, oye a Dios que habla>>8.
La conciencia moral es el juicio que forma la razón sobre la bondad o malicia
de nuestros actos humanos, es aquello que nos hace caer en la cuenta de si
nuestras acciones son o no conformes al querer de Dios 9.
En el Catecismo de la Iglesia Católica se la define <<un juicio de la razón por el
que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que
piensa hacer, está haciendo o ha hecho>> 10.
Podríamos, por tanto, hablar de una conciencia antecedente, cuando uno es
consciente de la bondad o malicia de algo que puede hacer en el futuro,
conciencia concomitante, cuando se da cuenta de la moralidad de lo que está
realizando en el presente, y conciencia consiguiente o consecuente, cuando,
después de haber pensado, dicho o hecho algo, le viene a uno a la mente que
era algo bueno o malo.
Ahora bien, siempre que se habla de que algo es bueno o malo se está
aludiendo a un término de comparación, se piensa en algo así como un modelo
previo, en un patrón preestablecido con el que confrontamos aquello cuya
bondad queremos probar. ¿Es la conciencia humana ese patrón? ¿De qué
manera? ¿Hasta qué punto? ¿Necesita la conciencia cotejar sus juicios con un
modelo?
Trataremos de ir respondiendo a estas preguntas en las páginas siguientes. De
momento, vamos a quedarnos con la idea de que la conciencia moral es la
posibilidad de ver nuestros propios hechos objetivos en relación con los planes
de Dios sobre ellos, o lo que es lo mismo: <<la conciencia moral es la
aplicación del conocimiento moral en el acto de obrar>> 11; es decir, la
conciencia aplica unos principios conocidos a cada caso concreto, lo que, según
Santo Tomás, se realiza de tres maneras: una, por la que la conciencia da
testimonio de haber hecho u omitido –se hace responsable de los propios
hechos-; otra, por la que juzga si se ha de hacer o no una cosa determinada; y
8 Catecismo de la Iglesia Católica, 1777.
9 El Cardenal Newman le decía al duque de Norfolk: <<La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero
que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza…La conciencia
es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza con en el de la gracia, a través de un velo no
habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo>> (Carta 5)
10 Catecismo de la Iglesia Católica, 1778.
11 REDING, M., Fundamentos filosóficos de la Moral Católica (Madrid, Rialp), p. 200.
un tercer modo, por el que nos pronunciamos sobre la rectitud o maldad del
acto realizado12.
Es necesario señalar que, frecuentemente, al hablar de la conciencia
únicamente pensamos en aquella que remuerde por el mal realizado, previene
el mal futuro o pretende justificar nuestras actuaciones. Pero la conciencia es
mucho más que eso: es una posibilidad de escuchar positivamente lo que dios
quiere de nosotros. Es posibilidad de adecuar nuestros actos a la ley de Dios 13.
Esto nos lleva a pensar en la importancia del conocimiento de la norma divina
para nuestra conciencia procure y compruebe que nuestros actos se ajusten a
esa ley de Dios. Por ello, la norma suprema de conducta es la ley divina. La
conciencia será, nada más y nada menos, la posibilidad inmediata de descubrir
si mis acciones encajan en lo que Dios quiere. Por eso se dice que la conciencia
es norma próxima (subjetiva, personal, inmediata) de moralidad, pero la norma
suprema, el más alto patrón, es solamente la ley de Dios. Vamos a ver esto con
un poco de detenimiento.
Pero antes de seguir adelante, hay que decir que, para acertar en las
decisiones de conciencia, es necesario moderar un poco el ritmo frenético que
solemos llevar, y tratar de pensar las cosas con calma y con profundidad. Las
prisas suelen ser madres de las chapuzas y, en el asunto que nos trae, una
consideración meramente superficial y excesivamente rápida, suele dar como
resultado un juicio precipitado y, en la mayoría de los casos, improcedente:
<<Es preciso –dirá el Catecismo- que cada uno preste mucha atención a sí
mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad
es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a
prescindir de toda reflexión, examen o interiorización>> 14.
15 Si ante un rosa de color rojo un amigo se empeñara en decir que es de color verde, e insistiera tozudo en
que <<para él>> era de ese color, a poca cultura médica que se tenga habría que concluir que nuestro
amigo es daltónico –enfermedad de la retina en la que hay ceguera a determinados colores, por confusión de
varios de ellos; la más frecuente es la que confunde el ojo con el verde- y habría que llevarle al oftalmólogo
para que le convenciera de su enfermedad, pues quizá no tenga mucha importancia su carencia respecto al
color de las rosas, pero puede tener un efecto mortal respecto a los semáforos, ¿verdad?
16 PABLO VI, Alocución, 13-XI-1969.
17 PABLO VI, Alocución, 13-XI-1969.
Ya estamos adelantando, pues, que una recta formación de la conciencia debe
considerar siempre las relaciones que el hombre tiene con Dios: en primer
lugar, como fruto de la relación entre criatura y Creador, hay una ley inscrita
en la misma naturaleza del hombre, que es como la misma ley de fabricación
de la criatura humana: Dios al crearnos, lo ha hecho de una determinada
manera y nos ha dado un fin y un camino –su ley- para llegar a ese fin. Esta ley
natural, aunque inscrita en la naturaleza del hombre, también ha sido revelada
por Dios para garantizar que podamos conocerla. En segundo lugar, Dios nos
ha elevado a un plano sobrenatural, nos ha hecho participantes de su misma
naturaleza divina, somos hijos suyos por la gracia, y nos ha dado una ley
nueva, la ley que rige el comportamiento de esa nueva criatura nacida a la
vida de la gracia, ley que solo puede conocerse por la fe.
Por eso, por encima de la conciencia, siendo su punto de apoyo cierto y sólido,
está la ley de Dios y la doctrina de la fe. <<La norma suprema de la vida
humana es la propia ley divina, eterna, objetiva y universal>> 18.
Por eso la Iglesia ha rechazado la llamada moral de situación, la libertad de
conciencia (entendida como autonomía con respecto a Dios y su ley), y otras
doctrinas que afirman una total independencia de la conciencia con respecto a
cualquier norma superior, o son una negación de la potestad que tiene la
autoridad legítima para dictar leyes que obliguen una conciencia.
Hemos de concluir que <<la conciencia, por tanto, no es una fuente autónoma
y exclusiva para decidir lo bueno y lo malo; al contrario, en ella está grabado
profundamente un principio de obediencia a la norma objetiva, que
fundamenta y condiciona la congruencia de sus decisiones con los preceptos y
prohibiciones en los que se basa el comportamiento humano, como se entrevé
ya en la citada página del libro del Génesis (11, 9-17). Precisamente, en este
sentido, la conciencia es el sagrario íntimo donde resuena la voz de Dios. Es la
voz de Dios, aun cuando el hombre reconoce exclusivamente en ella el
principio del orden moral del que humanamente no se puede dudar, incluso sin
una referencia directa al Creador: precisamente la conciencia encuentra en
esta referencia su fundamento y su justificación>> 19.
Dios ha querido al hombre libre, capaz incluso de volver la espalda a su
Creador y padre, pero, recordemos, una vez más, que sea libertad acepta o
rechaza la ley divina, pero nunca la crea, aunque pretenda suplantarla, porque
tratar de convertir la propia conciencia en norma última de moralidad es tanto
como querer colocarla en lugar de Dios y su ley. En este acto de desobediencia
y soberbia consistió el primer pecado de los hombres: Adán y Eva quisieron ser
como dioses conocedores del bien y del mal 20. El ser humano llamado a la
existencia es una criatura de Dios, criatura hecha a imagen y semejanza del
25 Ibídem.
26 PABLO VI, Alocución, 13-XI-1969.
salir del error, ni siquiera se plantea estar equivocado; pues bien: solo esa
libraría de pecado si actúa contra la ley de Dios. <<No rara vez ocurre –dice el
Concilio Vaticano II- que la conciencia yerra por ignorancia invencible, sin que
ello suponga pérdida de su dignidad. Cosa que n puede afirmarse cuando el
hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien, y la conciencia se ve
entenebrecida por el hábito del pecado>> 27.
No sucede lo mismo con los juicios dudosos de la conciencia –aquellos en los
que un individuo normal no tiene la suficiente seguridad sobre la licitud de un
acto-, ni con los invenciblemente erróneos, en los que, de un modo más o
menos claro, advierte que se puede equivocar. Se debe, en estos casos,
resolver la duda o salir del error.
<<En todos los casos son aplicables algunas reglas:
- Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.
- La “regla de oro”: “Todo cuando queráis que os hagan los hombres,
hacédselo también vosotros” (Mt 7,12; cfr. Lc 6, 31; Tb 4, 15).
- La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su
conciencia: “Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su
conciencia… pecáis contra Cristo” (1 Co 8,12). “Lo bueno es… no hacer
cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad”
(Rm 14,21)>>28.
27 CONCILIO VATICANO II, Const. Past. Sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et
spes, 16.
28 Catecismo de la Iglesia Católica, 1789.
29 CONCILIO VATICANO II, Decl. Dignitatis Humanae, 3.
30 PABLO VI, Alocución, 13-XI-1969.
31 CONCILIO VATICANO II, Decl. Dignitatis Humanae, 3.
Apelar, pues, a la conciencia para eludir la norma, que quizá por falta de
formación –o incluso por mala fe- se desconoce, es absolutamente equivocado.
Es cierto que hemos de decir con nuestra propia conciencia, y también que
nadie nos puede forzar a actuar contra ella, pero no es menos cierto que
también tenemos el grave deber de procurar que los dictados de esa
conciencia se ajusten a lo que Dios quiere, que es tanto como decir que esté
bien formada, que sea recta.
Podemos resumir lo expuesto diciendo: Hay obligación de seguir la propia
conciencia, pero es erróneo acudir al sagrario inviolable de la propia conciencia
para eludir la obligación de conocer la ley de dios y ajustar a ella nuestros
actos.
37 Ibídem, 1785.
38 Pío XII, Alocución, 23-III-1952.
39 1 Tm 6, 20-21
40 Insegnamente di Paolo VI (Typ. Pol. Vaticanis), vol. V, p. 695.
definitiva proponga el magisterio de la Iglesia respecto a la fe y las
costumbres>>41.
La Iglesia, pues, a través de su Magisterio ordinario y extraordinario, es la
depositaria y maestra de la verdad revelada. De ahí que <<los cristianos, en la
formación de su conciencia, deben prestar diligente atención a la doctrina
sagrada y cierta de la Iglesia>> 42. Difícilmente podría hablarse de rectitud
moral de una persona que desoiga o desprecie el Magisterio eclesiástico: <<El
que a vosotros oye a Mí me oye, y el que me desprecia, desprecia al me
envió>>43. Por tanto, para un cristiano, si no hay unión con la jerarquía –con el
Papa y con el colegio episcopal en comunión con el Papa-, no hay posibilidad
de unión con Cristo. Esta es la fe cristiana y cualquier otra posibilidad queda al
margen de la fe.
La misión del Magisterio no es inventar nuevas verdades, ni crear una moral
nueva, sino custodiar, interpretar y transmitir la única fe dada ya totalmente
por Cristo. Y son el Papa y los Obispos en comunión con él los intérpretes
autorizados de la ley de Cristo; es también el Papa supremo maestro y
legislador en materia de fe y costumbres.
Hay quien alega, para eludir la obligación de seguir una determinada norma
dada por el Papa, que aquello no es un dogma definido de modo extraordinario
y que, al no ser infalible en este caso, el Papa puede equivocarse. Tal actitud
supondría la arrogancia de pensar que el supremo maestro, pastor y legislador
–asistido especialísimamente por el Espíritu Santo- puede equivocarse y no
quien sustentase la postura contraria. Sería absurdo querer sustraerse al
Magisterio ordinario de la Iglesia para tratar de seguir un magisterio paralelo
sostenido por opiniones particulares. El Magisterio extraordinario –cuando el
Papa habla ex cáthedra y el de los Concilios refrendados por el Papa- es
infalible por sí. Pero también el Magisterio ordinario –el ejercido a través de una
Encíclica, por ejemplo- goza de una infalibilidad de conjunto y siempre es
auténtico: <<La mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las
Encíclicas pertenece ya por otras razones al patrimonio de la doctrina católica.
Y si los Sumos Pontífices pronuncian de propósito una sentencia en materia
disputada, es evidente que según la intención y la voluntad de los mismos
Pontífices, esa cuestión no puede considerarse ya como de libre discusión
entre los teólogos>>44.
Esta es la clara doctrina de la Iglesia. Será, pues, el Magisterio eclesiástico la
fuente fundamental en la formación de la conciencia, porque él es la
interpretación auténtica y única de la ley de Dios.
41 Código de Derecho Canónico, can. 750, reformad por la Carta Ap. Ad tuendam
fidem (18-V-1998).
42 CONCILIO VATICANO II, Decl. Dignitatis humanae, 41.
43 Lc 10, 16.
44 Pío XII, Enc. Humani generis.
¿Cómo encaja en estas afirmaciones la libertad religiosa proclamada por el
Concilio Vaticano II? ¿Queda un ámbito legítimo de autonomía de las
conciencias? Vamos a verlo.
52 Mt 16,24.
53 1 Co 1, 23-24
54 BEATO JOSE MARIA EXCRIVÁ, Camino, 382.
55 ÁLVARO DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio (5ª ed. Madrid, Ediciones
Palabra), pp. 97-98.
sigamos hasta identificarnos con Él. Por eso, otra actitud revelaría miedo a
Dios, miedo al encuentro.
He visto incluso personas buenas, llenas de ideales, pero que tienen un cierto
temor a dar un paso más en el acercamiento al Maestro. Pero, ¿miedo de qué?
Si tenemos al Amor de Dios es que no hemos entendido a ese Dios nuestro, es
que aún no hemos profundizado en una verdad fundamental: Dios es mi Padre.
Nos dice San Juan al comienza de su Evangelio: <<Pero a cuantos le
recibieron, a los que creen en su nombre, dioles poder de llegar a ser hijos de
Dios>>.
¿Nos detenemos de vez en cuando a considerar esta verdad básica? Porque,
vivida a fondo, tiene que llevar necesariamente a esta decisión: tengo que
comportarme como lo que soy, como un hijo de Dios. El sentido profundo de la
filiación divina es la mejor garantía de una vida cara a Dios, de una conducta
que buscará constantemente saber qué agrada a Dios, para tratar de vivirlo
con todas las consecuencias.
<<Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. –
Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no
consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso –a cada uno de nosotros nos quiere más que
todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos,
inspirándonos, bendiciendo… y perdonando>> 56.
Me parece que basta meditar despacio estas palabras que acabo de transcribir
y actuar en consecuencia.
SINCERIDAD
<<Vio Jesús a Natanael, que venía hacia Él, y dijo de él: he aquí un verdadero
israelita en quien no hay doblez ni engaño>> 57. A mi modo de ver, este elogio
del Señor es uno de los más encantadores que nos muestra el Evangelio. Este
piropo de Cristo es tanto como el aplauso a una conducta sincera y noble. Por
el contrario, las peores imprecaciones, las palabras más duras de Jesús van a
dirigirse a los fariseos, a aquellos hombres hipócritas que aparentaban lo que
no eran.
La sinceridad consigo mismo, con Dios y con los demás, es absolutamente
imprescindible para el cultivo de una conciencia recta.
Una de las cosas más totas que podemos hacer es intentar engañarnos a
nosotros mismos, pero no cabe duda de que, a veces, lo hacemos. ¿No es un
modo de engañarnos el no querer reconocernos como somos?, ¿no es
mentirnos a nosotros mismos el tratar de justificar ante nuestra conciencia lo
que no tiene justificación? Nos es imprescindible ser sinceros para reconocer lo
que va bien en nuestra vida, lo que va mal y lo que no va.
56 Camino, 267.
57 Jn 1, 47.
Un medio habitual para practicar la sinceridad consigo mismo y con Dios es el
examen de conciencia58. En él ejercitamos de modo claro la responsabilidad
personal para hacernos cargo de nuestros errores, para fomentar el propósito
de la enmienda y para confesarnos si fuera preciso, y para dolernos de haber
ofendido a nuestro Padre Dios. Yo diría que un buen examen de conciencia ha
de ser:
- Valiente: para reconocer sin ningún miedo lo que hayamos podido hacer
mal y para alegrarnos y saber aprovechar lo bueno que hay en nuestra
vida. Hay que evitar la tendencia a no examinarse cuando las cosas van
menos bien. Hemos de tener valentía de admitir la propia libertad
puesta en juego para el mal, lo que nos impone la confrontación con las
exigencia morales y entrar en nosotros mismos para dejar hablar a la
evidencia de que nuestras opciones malas no pasan a nuestro lado, no
se cruzan en nuestro camino como si fueran sucesos que no nos
envuelven, sino que nacen de nosotros 59.
- Sincero: hay que llamar a las cosas por su nombre, sin rodeos. Las cosas
son como son. Si es sincero, será también sencillo, sin escrúpulos ni
complicaciones tontas, pero procurando encontrar la raíz de nuestra
conducta. <<El examen de conciencia debe ser siempre no una ansiosa
introspección psicológica, sino la confrontación sincera y serena con la
ley moral interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia,
con el mismo Cristo Jesús, que es para nosotros maestro y modelo de
vida, y con el Padre celestial, que nos llama al bien y a la
perfección>>60.
- Optimista: porque nos abrimos a Jesús y sabemos que nuestros pecados
serán perdonados precisamente por esa apertura a su misericordia. Por
eso, pase lo que pase, si hay buena voluntad –y la gracia de Dios, que no
falta nunca-, nunca pasa nada.
- Eficaz: porque acabaremos con un propósito que mantendremos vivo e
ilusionado en la lucha por ser mejores.
- Sobrenatural: no es un simple y frío balance. Es algo hecho en presencia
de Dios, al que pedimos luz para nuestra inteligencia, perdón por lo que
salió mal y por las omisiones y gracia para seguir luchando y para hacer
después una buena confesión, si vamos después a recibir este
Sacramento.
Otro medio importante para conocernos mejor, conocer más al Señor y una
ayuda eficaz para ser sinceros es la oración mental. Hacer oración es hablar
con Dios. ¿De qué? De tus asuntos y de los de Dios, de tus alegrías, de tus
trabajos y preocupaciones, de tus fracasos y esperanzas, de tantas cosas.
Hacer oración es pedir y reparar y dar gracias y alabar a Dios y hacer actos de
fe, esperanza y amor; es también examinar nuestra vida delante de Dios para
ANEXO
EXAMEN DE CONCIENCIA (SEGÚN EL RITUAL DE LA PENITENCIA)
I. Dice el Señor: AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU
CORAZÓN
1. ¿Se dirige mi corazón a Dios de modo que de verdad lo ame sobre todas las
cosas en la ejecución firme de sus preceptos, como un hijo a su padre, o, por el
contrario, soy solícito de las cosas temporales? ¿Tengo recta intención al
obrar?
2. ¿Es firme mi fe en Dios, que nos ha hablado por su Hijo? ¿Me he adherido
firmemente a la doctrina de la Iglesia? ¿He procurado una instrucción cristiana,
oyendo la palabra de Dios, participando en la catequesis; evitando lo
perjudicial para la Fe? ¿He profesado siempre con valentía y sin temor mi Fe en
Dios? ¿Me he mostrado cristiano en la vida pública y privada?
3. ¿He rezado por la noche y por la mañana y por la noche? ¿Mi oración es
verdadera conversación mental y de corazón con Dios o sólo un rito externo?
¿He ofrecido a Dios los trabajos, las alegrías y los dolores? ¿Recurro a Él en las
tentaciones?
4. ¿Reverencio y amo el Nombre de Dios, o lo he ofendido con la blasfemia,
juramento falso o tomando en vano su Nombre? ¿He sido reverente para con la
Santísima Virgen María y los Santos?
5. ¿Santifico el día del Señor y las fiestas de guardar de la Iglesia, participando
en las reuniones litúrgicas, especialmente la Misa, con diligencia, piedad y
atención? ¿He cumplido los preceptos de la confesión anual y comunión
pascual?
6. ¿Tengo quizá otros <<dioses>>, a saber, las cosas de las cuales soy más
solícito o en las que confío más que en Dios, como las riquezas, las
supersticiones, el espiritismo y otras artes de magia o nigromancia?
II. Dice el Señor: ÁMENSE MUTUAMENTE COMO YO LOS HE AMADO
1. ¿Tengo verdadero amor a mi prójimo, o abuso de mis hermanos
empleándolos para mis fines o haciéndoles lo que no quiero que otros lo que
no quiero que otros me hagan a mí? ¿Los escandalicé gravemente con palabras
y acciones malas?
2. Examínate si contribuiste en tu familia, a través de la paciencia y un
verdadero amor, al bien y al gozo de los demás, como hijos obedientes para
con los padres honrándolos y prestándoles ayuda en sus necesidades
82 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 73.
espirituales y materiales, o como padres solícitos en la educación cristiana de
los hijos y ayudándolos con el buen ejemplo y la autoridad paterna; como
cónyuges mutuamente fieles en su corazón y en su trato con los demás.
3. ¿Comparto mis bienes con los que son para los más pobres? ¿En lo que de
mi depende, defiendo a los oprimidos, ayudando a los desgraciados, socorro a
los pobres? ¿Desprecié a mi prójimo, sobre todo a los pobres, a los débiles, a
los ancianos, a los forasteros o a hombres de otra raza?
4. ¿Mi vida es testimonio de la misión que recibí en la Confirmación? ¿He
participado en las obras de apostolado y de caridad de la Iglesia, en la vida de
la Parroquia? ¿He ayudado a la Iglesia y al mundo en sus necesidades y he
rezado por ellos; por la unidad de la Iglesia, por la Evangelización, por
conservar la paz, por la justicia, etc.?
5. ¿Cuido el bien y la prosperidad de la comunidad humana en que vivo o vivo
preocupado sólo de mí mismo? ¿Participo, de acuerdo a mis fuerzas, en
promover la justicia, la honestidad de las costumbres, la concordia en la
caridad en la ciudad humana? ¿He cumplido mis deberes cívicos, he pagado los
impuestos?
6. ¿Soy justo en mi trabajo u oficio, laborioso, honrado, prestando por amor mi
servicio a la sociedad? ¿Di a los obreros y a los que me sirven el justo salario?
¿Cumplí las promesas y los contratos?
7. ¿He prestado obediencia y reverencia debida a las autoridades legítimas?
8. Si tengo algún cargo o ejerzo autoridad, ¿uso de ellos para mi provecho o
para el bien de los demás con espíritu de servicio?
9. ¿He cuidado la verdad y la fidelidad, o hice mal a los demás hice mal a los
demás con palabras falsas, calumnias, detracciones juicios temerarios o
violación de secretos?
10. ¿He violado la vida, la integridad física, la fama o el honor, los bienes de los
demás? ¿Les hice algún daño? ¿Los he odiado? ¿Tuve altercados con ellos
enemistad, ira y no me he reconciliado? ¿Olvidé culpablemente dar testimonio
de la inocencia del prójimo?
11. ¿He robado cosas ajenas, las he deseado injusta y desordenadamente o les
he causado daño? ¿He procurado la restitución de lo ajeno y la reparación del
daño?
12. Si he sido injuriado, ¿estuve dispuesto a conceder la paz por amor a Cristo
y el perdón, o conservo odio y deseo venganza?
III. Cristo el Señor dice: SED PERFECTOS COMO EL PADRE VUESTRO
1. ¿Cuál es la dirección fundamental de mi vida? ¿Me anima la esperanza de la
vida eterna? ¿Me esfuerzo en avanzar en la vida espiritual por medio de la
oración, la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, la participación de los
Sacramentos y la mortificación?
2. ¿Estoy esforzándome en superar mis vicios, mis malas inclinaciones y mis
pasiones desordenadas, como la envidia o la gula en las comidas y bebidas?
3. ¿Me he levantado con Dios, por soberbia o jactancia, o he despreciado a los
demás sobreestimándome a mí mismo? ¿He impuesto mi voluntad a los demás
en contra de su libertad y de sus derechos?
4. ¿Qué uso he hecho de mi tiempo, de mis fuerzas, de los dones que Dios me
dio? ¿Los he usado en superarme y perfeccionarme a mí mismo? ¿He vivido
ocioso y he sido perezoso?
5. ¿He soportado con serenidad y paciencia los dolores y las contrariedades de
esta vida? ¿He mortificado mi cuerpo para ayudar a completar <<lo que falta a
la Pasión de Cristo>>? ¿He observado la ley del ayuno y de la abstinencia?
6. ¿He mantenido mis sentidos y todo mi cuerpo en la pureza y en la castidad
como templo que es del Espíritu Santo? ¿He manchado mi carne con la
fornicación, con la impureza, con pensamientos, deseos, conversaciones o
acciones torpes? ¿He observado la ley moral en el uso del matrimonio?
7. ¿He realizado lecturas o asistido a espectáculos –televisión, cine, internet,
etc.- o diversiones contrarias a la honestidad? ¿Me he puesto en peligro de
ofender a Dios voluntariamente? ¿He incitado a otros a pecar con mi modo de
vestir, de hablar o de comportarme?
8. ¿He actuado alguna vez contra mi conciencia, por temor o por hipocresía?
9. ¿He tratado siempre de actuar dentro de la verdadera libertad de los hijos de
Dios, o soy siervo de mis pasiones?