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Oración del Doctor Christian Barnard

Si piensas que estas vencido lo estas.

Si piensas que no te atreves, no lo harás;

Si piensas que te gustaría ganar pero que no puedes, no lo lograrás;

Si piensas que perderás, ya estás perdido.

Por que en el mundo encontrarás que el éxito comienza con la voluntad del hombre.

Todo está en el estado mental:

Por que muchas carreras se han perdido, antes de haber corrido.

Y muchos cobardes han fracasado, antes de haber su trabajo empezado.

Piensa en grande y tus hechos crecerán;

Piensa en pequeño y quedarás atrás,

Piensa que puedes y podrás.

Todo esta en el estado mental, si piensas que estas aventajado, lo estas.

Tienes que pensar bien para elevarte;

Tienes que estar seguro de ti mismo, antes de intentar ganar, un premio.

La batalla de la vida no siempre la gana el hombre más fuerte o el más ligero;

Por que tarde o temprano el hombre que gana es aquel que cree poder hacerlo.

Christiaan Barnard

(Beaufort West, 1922 - Chipre, 2001) Cardiólogo y cirujano sudafricano, recordado especialmente por
efectuar con éxito el primer trasplante de corazón.

Christiaan Neethling Barnard nació el 8 de noviembre de 1922 en la población de Beaufort West, Sudáfrica,
hijo de un misionero de la iglesia Reformada de Holanda. El padre tenía escasos ingresos pero, dada su
posición social como miembro de la iglesia y los privilegios que le otorgaba su cargo, pudo dar una buena
educación a su prole: cuatro hijos, uno de los cuales murió a los cinco años de una enfermedad cardíaca,
lo que quizás impulsó a Christian a dedicar su atención a este campo.

El futuro doctor Barnard asistió a renombradas escuelas privadas de su localidad natal y después cursó
medicina en la Universidad de El Cabo, donde se graduó en 1953. Empezó su carrera como médico cirujano
general en el hospital Groote Schuur, de Ciudad del Cabo, donde su hermano mayor Marius era jefe del
equipo de trasplantes.

En 1955 obtuvo una beca para ingresar en la Universidad estadounidense de Minnesota, donde en 1958
obtuvo el título de doctor especialista en cardiología. Allí fue alumno aventajado del prestigioso doctor Owen
H. Wangesteen, que le introdujo en la ciencia cardiovascular, mientras que el doctor Shumway le familiarizó
con la técnica de trasplantes de corazón en animales, por lo que, a su regreso de Estados Unidos, empezó
a practicar durante varios años con perros. En 1962 fue nombrado jefe de cirugía torácica del hospital
Groote Schuur, donde ya había ejercido antes de doctorarse.

Una noticia esperanzadora

Los trasplantes de órganos no eran una novedad en aquel momento. El primer trasplante renal lo realizó el
doctor Varony en 1936. En 1953, Hardy realizó el primer trasplante de pulmón a un paciente afecto de
cáncer, y en 1954 Murray logró trasplantar con éxito los riñones de dos gemelos, realizando en 1967 un
triple trasplante de riñón, páncreas y duodeno. En 1964, el mencionado Hardy trasplantó el corazón de un
chimpancé a un hombre, que falleció al cabo de una hora por el menor volumen del órgano del simio.

Pero el 3 de diciembre de 1967, una noticia que recogieron todos los teletipos asombró al mundo: un médico
sudafricano había realizado el primer trasplante de corazón a un ser humano. El receptor fue Louis
Washkansky, comerciante, hombre corpulento y optimista de cincuenta y seis años, desahuciado por un
irreversible problema cardíaco, al que se unía una diabetes aguda. La donante, Dénise Darvall, una joven
oficinista de veinticinco años atropellada junto a su madre por un automóvil.

La operación, llevada a cabo por un equipo de veinte cirujanos bajo la dirección de Barnard, duró seis horas.
Al despertarse, Washkansky declaró que se sentía mucho mejor con el nuevo corazón. Médico y paciente
salieron catapultados hacia la fama, aunque dieciocho días después, la madrugada del 21 de diciembre, el
paciente murió de una neumonía.

A pesar de ello, tras este hito en la historia de la medicina, empezaron a lloverle a Barnard los honores y
las distinciones de todo tipo, convirtiéndose en el personaje más popular del momento. Se lanzó a la vida
mundana y se fotografió con las actrices más famosas de la época. Las especulaciones sobre
innumerables flirts dieron tema a la prensa amarilla, sin que a él pareciera preocuparle en exceso su imagen
de play-boy mundial.
El segundo trasplante

El 2 de enero de 1968 realizó el segundo trasplante. Esta vez el receptor fue el doctor Philip Blaiberg, y el
donante, el mulato Clive Haupt. El corazón de un negro latió durante 563 días en el cuerpo de un blanco. A
partir de aquel momento, en medio de una polémica que no cesaba respecto a la bioética de tales
intervenciones (¿está muerto el que no respira pero su corazón late?), los pacientes fueron ganando
expectativas de vida, gracias a los fármacos inmunosupresores como la ciclosperina.

En 1970 se divorció de su primera esposa, Louwtjie, que le había dado dos hijos: André, que se suicidaría
en 1984 a causa de la separación de sus padres (según diagnóstico de su psiquiatra y apreciación del
propio progenitor), y Deirdre. Aquel mismo año se casó con la rica heredera Barbara Zoellner, de diecinueve
años, hija del multimillonario alemán Frederick Zoellner, afincado en Johannesburgo y conocido como el
«rey del acero».

En 1974 realizó por primera vez en el mundo un doble trasplante de corazón, que consistió en añadir un
corazón más sano a otro enfermo para ayudarle a cumplir las funciones del que ya tenía. Pero sus
experimentos en el quirófano terminarían, tarde o temprano, en fracaso. En 1975, cuando empezaba a
declinar su fama, visitó España para presentar su libro Tensión, y a su nueva esposa (que le había dado
dos hijos, Frederick y Christian), con el propósito de no perder un ápice de popularidad en la cuenca
mediterránea, donde era más adulado. Continuó realizando trasplantes de corazón. En 1979, sin embargo,
se negó a participar en una operación de trasplante de cabeza humana por encontrar la idea impracticable
y, «probablemente, inmoral». Esta afirmación le salvaguardó el honor.
Fin del ejercicio de la profesión
En 1981, año en que promocionaba su libro La máquina del cuerpo, la artritis que padecía desde 1956 se
agravó hasta impedirle el ejercicio de su profesión sin graves riesgos para el paciente. También en los años
ochenta, su esposa Barbara puso fin a su matrimonio y se casó posteriormente con un hombre de negocios
portugués. Barnard intentó rehacer su vida con la modelo Evelyn Entleder, de veinticuatro años, quien lo
abandonó también. Finalmente, encontró el equilibrio sentimental con otra modelo cuarenta y un años más
joven que él, Karen Setzkorn, con la que contrajo matrimonio en 1983 y con la que tendría dos hijos más,
Armin y Lara, que nació cuando Barnard contaba setenta y cuatro años de edad.

En 1983, después de trabajar en un hospital de Estados Unidos, abandonó definitivamente el ejercicio de


la cirugía, pero a pesar de los achaques, el desprestigio entre sus colegas y la pérdida de popularidad,
intentó abrirse nuevos caminos. Hasta entonces había realizado alrededor de 140 trasplantes, entre ellos
el del corazón de un mandril a una enferma de veinticinco años que murió a las pocas horas.

A partir de 1987 se dedicó a la investigación médica y dirigió cuatro equipos en el Instituto Max Planck y en
la Universidad de Heidelberg, ambos en Alemania, un tercero en la Universidad de Oklahoma, en Estados
Unidos, y, por último, otro en Suiza. Esos equipos realizaron estudios orientados a descubrir las causas del
envejecimiento de los organismos y los factores biológicos presentes en el feto y que desaparecen al nacer
éste.

Además de coordinar esos equipos, se ocupó de su inmensa granja de ovejas cerca de Ciudad del Cabo,
donde, además, intentó reintroducir animales salvajes que originariamente ocupaban aquellos parajes. En
1993 publicó su autobiografía, La segunda vida, donde además de hablar de su trayectoria profesional
exponía con detalle sus idilios con mujeres famosas. En sus viajes y conferencias insistía en lo que fue la
obsesión de sus últimos días: inculcar a la sociedad la necesidad de la donación de órganos.
En marzo de 2001 aún dio muestras de protagonismo al publicar Cincuenta fórmulas para un corazón sano.
El 2 de septiembre fallecía en Chipre a los setenta y ocho años de edad, víctima de un ataque de asma, no
de un ataque cardíaco como publicó la prensa a las pocas horas del fallecimiento. Ese mismo año, la
implantación en un paciente estadounidense del corazón artificial Abiocor como un órgano permanente
constituyó un hito que empequeñecía de algún modo la proeza realizada por Barnard en 1967.

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