El que come calafate ha de volver, dice el refrán. El calafate es
un arbusto que florece en Diciembre y que entrega sus frutos a principios del año. La leyenda dice que antes de que apareciera el hombre blanco por estas tierras, vivían aquí dos grandes grupos étnicos procedentes de una rama común: los aónikenk o tehuelches y los selknam u onas. Un jefe aónikenk tenía una hermosa hija llamada Calafate, de la que estaba muy orgulloso. Tenía el cabello dorado, unos ojos grandes, negros y bellos. Un día caminaba por un hermoso lugar cuando vio a un apuesto y varonil joven selknam.Al verse los jóvenes se enamoraron perdidamente aún sabiendo que sus respectivas tribus no aceptarían esa unión. El amor pudo más que la razón y decidieron fugarse para vivir juntos. Alguien descubrió sus planes y fueron denunciados al jefe aonikenk (no falta).Este supuso que el espíritu maligno de gualocho se había apoderado de su hija, instándola a huir con un enemigo de la tribu. Furioso, recurrió al chamán para frustrar la huida de Calafate. El chamán la hechizó, convirtiéndola en un arbusto, pero permitiendo, al mismo tiempo, que sus hermosos ojos contemplaran el lugar que la vió nacer. Así, Calafate, convertida en arbusto, cada primavera se cubre de flores amarillas, del color de su cabello y que en Enero comienzan a madurar en un fruto oscuro como los ojos de la niña aonikenk. El joven selknam, jamás pudo encontrar a su amada Calafate. Después de buscarla por mucho tiempo murió de pena. El shaman, arrepentido del mal que había causado a la pareja de amantes, hizo que al comenzar la maduración del calafate diera frutos de color púrpura, recordando el corazón de la bella joven aonikenk. Todos los que comen de su fruto caen bajo el hechizo del calafate, lo mismo que el joven selknam. Aunque vivan lejos siempre regresarán a la región.