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Pero Menino
DE CETRERÍA
DE CETRERÍA
pueden desterrarse partes; una lección de espalda: el peso debe convertirse en alfil discreto, palmas
deshilvanadas, orfebres como la saeta, lo curvo, lo protervo, lo nervado. Las redes de la jauría, al fin hélice
del árbol, preguntarán como péndulo en contra, como flor de garfios. Una almena muda sin
quilla. Pero yo vi álula umbría, sobre un trapecio convulso su baño de viuda, porque si un pozo
Voy a desmentir este olfato huraño que cosecha la recia penumbra. La madera siempre brazos
del bosque, pie en la hoguera enfermo, yugo en la aljaba como pájaro mendigo engañó a mi
padre. Lo engañó también una cofradía de cazadores, turba sibilante, que escoltaban detrás de
la noche a cierto dios vecino del neblí. Encarcelada en cabellos como alas de ceniza sé que
otros recuerdos son espurios: un huso arrinconado por la pared húmeda, una saya de color
monótono, un río que alcancé entre la raíz de monedas frías. Aunque la costumbre de saludar
sombras y robar huérfanos me procure menos alimento que placer, los enemigos de mi padre
Se trata del sótano menos sedentario que tuve. Uno puede aceptar –su morfología es
elocuente- que las jaulas tienen alguna instrucción furtiva, en parte influenciadas por sus
huéspedes. Sin embargo, un sótano es la sentina habitual, ahí el musgo pacta con roedores, se
desvisten para herrumbre un paraguas, una linterna, cajas. Recuerdo del sótano una voluntad
maliciosa las últimas veces: amordazaba el aire en sus dominios, encogía la salida con descaro.
Cuando volvió con un par de urracas en el vientre confirmé que tal cacería no fue escamoteo,
¿jugó con las aves hasta sofocarlas o es otro embuste? Sé que si escucho graznar a esos
Ingenuos por la lluvia -galope de astillas entre ojos- alargaríamos un reptil musgoso, jarcias
deshabitadas, por hacer del patio un cíclope de charcos y oler pájaros cerrados en la piedra,
Por la inquisición que el estío pone en la balanza de una sombra, la horca altísima del lobo
abre en el gallo menos hipocresía. No cede, nunca fue, tartamuda campana de armaduras. Gallo
Se despereza primitivo, buzo de alba reseca y recorre hasta el acento de la nube y el zaguán
PALOMAS
Y una vela sin danza de ojos siga cayendo con su frente sucia; que la piel sea un hábito que
escampa ajeno y se orillen las piedras que serán luego amalgama del pecho y el reposo; que el
aire cave el cuenco de nuestra quijada como una hoguera hecha del bosque desleído y venga un
arco rezagado de días; que el olivo sea un baño y el olvido bocado necio y tenga larva de
Devotas al perfil de la piedra –declive que la tarde apetece como sombra- van cortejo de
fingidas para el regocijo su coro es discreto. Queda a otros desmentir aquella referencia opaca
Primer argumento:
Aunque el rectángulo más tranquilo se antoje techo, el alcance ovíparo de la luna nada
desmerece.
Segundo argumento:
Aunque, hilandera ensimismada, confía en lo nevado, cada luna tendría un huso desde el
Tercer argumento:
Conclusión:
(Una renuncia)
No me tentará el torpor de los cuerpos que contienes, el vuelo disecado en tus entrañas ahora
raudo migajón, ahora vientre. Ninguna piedad para la jaula decapitada al viento, al ovillo de los
acantilados muda. No me tentará, atalaya de orejas todo el manto del sueño, ni escucharé cada
gesto del día escaso, ni me vendaré con luz cerrada. No me tentarán las migraciones de tu
blando, orilla de viejas alas, nido lento, peine fiel, peinando los andamios de lo que he soñado.
ESPANTAPÁJAROS
Una espalda de aves de paja el viento deja remar. Habría que desconocer al sastre de la hoguera
que el mediodía zanja involuntario, la cresta del espantapájaros como emisario de algún riesgo
oscurecido, la estaca como reptil de su asiento. ¿Quién quisiera robar el corral de los pastos y
buitres.
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Esperar que los abetos purpuren como el ocaso de pájaros primitivos. Esperar el bosque de la
palabra nacht como la piedra que estrangula un oro oscuro. Esperar un alfabeto rojo que
alancea ramas. Esperar cotos de viento. Hermana que aborrecías el encanecido círculo
En el catálogo bélico de gritos de Berbería hay uno que desde el belfo del símbolo no enrarece
parloteo de arena. Será que a la manera de jinetes de aves soñaron una cimitarra entre piel
enemiga; que en la garganta –aljaba de un estero molusco- no confundieron una vela que
Peligroso a los mancebos aún, y por igual a los amancebados, con trajín de idas y vueltas
(como abundé durante el Sermón de los Gatuperios Carnales), y a todos los humores sin
recato de seso, y fe de marrano, y átomos torvos, es la avería que por bastardo asunto, usa el tal
tratado intitulado “De Cetrería”, con montes de fingimiento; que jamás vi siquiera entre los
naturales de la Panonia a la Aquitania, que parece hechura de pesuños remotos porque nada
contradice la dicha ruindad que de los que en las provincias de las Indias moran; que mucho
ofende el estómago de la cristianía; que parece fórmula liviana de oráculos, y hay brujas
(MAELLUS MALEFICARUM), y aves de sortilegio; que si engarza esta palabra con esta
escura, ninguna regala y todo queda tartajoso. Ansí para el falseario, que escribió el tal tratado
intitulado “De Cetrería”, sea mejor el vulgo de la soledad y escuela el llamado somorgujo. Ansí
ni pliegos, ni maravedí, ni óleo de impresión para este recóndito bestiario. Ansí destiemple
cada yantar, y se ayunte ojo y oreja de aguijones de pecado, para el que hogaño lo leyere.
RABO ONOMATOPÉYICO
o trampantojo de endecasílabos.
pluvial. El nido es un perímetro sin morrión y no sospecha el horario gótico que las arañas
encaminan al muro; la hembra imberbe, como divagación de molusco, tendrá que masticar
Un capuz sedentario baja el légamo de los párpados o el mediodía angosto vocifera plomizo.
El reloj se envuelve en rieles hasta el número vecino o la fijeza de una mirilla desclava la pared.
El hartazgo es una hoguera incolora que cruza el paladar como plantígrado o el ramaje del loro
está asomando.
Ítalo Calvino
ANDANDONA
El horario y brújula que las aves tienen para Andandona recorta la ciudad. Como al traspié en
una aldaba que se ignora las aves hierven en cientos el saludo. En Andandona no hay puertas,
aunque un ave es propicia a cada edificio, ésta anuncia al huésped imprevisto o regular. El día
tiene un collar de tañidos, los hombres desconocen la mensura por número, nunca adhieren
alguna seña aritmética. Andandona es el pájaro en cada puerta y también la multitud que la
recorre y gobierna, es un hijo y todos los hijos del pueblo, el abuelo y la madre, y el padre que
fue hijo pero que es sobre todo Andandona. Lo mismo piensan de sus alimentos: ofrecen el
primer pan que no es rencoroso, la carne que somos, el agua ovillo en el vientre. Andandona
padece tiempo de acecho pero no de guerra, nadie recuerda una invasión siquiera. Las aves
saben guiar la usura de enemigos y espías; a unos los llevan cerca de trabajosos acantilados,
hará de celda para otros el grito de la urraca que ataja un martillo próspero a la locura.
BRIOLANJA
Encontrar el camino a Briolanja es incierto. Fue tras prolongar cierta huída, causada por
salteadores nativos, que el regalo del comendador de Andandona nos salvó: un pájaro que
hilvanaba en su vientre un fuego poco común y adverso. Al fin una noche que parecía
acostumbrada a la traza de casas y paredes nos animó a esperar el día. Pero la gente recorría
Briolanja con su ración de penumbra, todo era parte de un techo derribado. Al parecer
ninguno tenía argumentos sobre las dilaciones de aquel eclipse parásito, y eran adictos a una
misma respuesta:
El faro rústico de Darolieta es alimentado por aves enfermas. Una inquisición voraz, basta un
ala esquiva, un ojo enconado. Estar enfermo es la tregua: revelan la salpicadura de lo ajeno
como si caravanas de piojos inundaran cada animal con pico. El tributo en las fauces del faro
no es desagradable por completo, entre un coro de insectos dentellea inútilmente la forma del
ave despojada. Es un tributo oneroso para la espalda agigantada de barcos que juran ver, sobre
Una aldaba con la oxidada arquitectura de un drago enano. Una paloma de madera que entraba
a una máscara. Escalones que embisten desde piedra desigual. El zapatero hosco que descose
un gato por cumplir un encargo de zapatillas. Hombres de armas con el ayuno como foso. La
fuente que ningún brote de lluvia acrece luego de huesos del mediodía. La piedra ubicua y gris.
La mujer que desgaja (y apetece) una piedra para jugar con su quijada. Mujeres en pasadizos
Endrina.
GRIMANESA
Confieren, aquellos de ocio claro para leer los cotos en la genealogía de una palabra, que la
ciudad de Grimanesa tomó este nombre por el primero que convidó a su montura al yantar, y
de la crin que habitaba la mesa derivó vida común, hasta extender tal costumbre y que la
antigüedad habla de peregrinos centauro, de un caballo gobernador, bestias que valían además
Sin embargo poco comprende el que visita Grimanesa aquella lengua chirriante escasa de
belfos, generosa al resoplar, entrecortada, resabio de esa vieja amistad entre hombres y
caballos; como sucede cuando el cetrero tiene necesidad de dilatar los silbos y hacerlos
engañosos.
Los caballos de Grimanesa son los primeros en agudeza y colidir. El que quiera imaginar la
ciudad, imagine la persuasión de los hombres de Grimanesa por asemejar su espacio al de los
caballos sin cautiverio: todo pastos desmedidos. El centro de la ciudad abarca un par de
edificios: una especie de refugio muy luengo y otro donde se adelgazan cabelleras de alfalfa.
Grimanesa es la última ciudad entre hombres y caballos, pues viven la víspera de un mapa
que cifre páramos y praderas y así quedar convidados a una vida nómada.
KRIMELDA
Sin más apogeo de halcones los peñascos, el suelo viudo, de una última casa pasos ásperos, el
la nieve hilada, albura indeleble del halcón. En mi jornada hacia el norte ya no alcancé el muelle
Pensé en la espesura mínima de Oriana como el rocío de una placenta joven, hincada cuando
amanece neutro el pez de cada árbol y la almena de una lluvia en desbandada. Pensé en las
nubes de Oriana al arrullo de azogue intruso de algún filtro. Pensé en Oriana como una
estación donde la piedra, el cardo y la raíz desorejan una jaula. Pensé también en una
RIVERA
el ojo es un museo decapitado
jauría de filamentos
y la paciencia ferruginosa
y el tacto histriónico
sirve de intemperie.
y si el hipo deslava
Sobre “Hipnos”
censor adormecido
en péndulo
debajo
Sobre “Guajolote”
el hijo óseo en la alcándara
juega al espantapájaros
mientras
el árbol entredicho
descansa en el tiesto.
Giran, giran
los halcones
y en el vasto cielo
Álvaro Mutis
Faetón ensordecido
cetrero baldío
la espalda de un letrado
ensordecido
apurando
como estropajo
el hábito de los cuadernos
que amalgaman
un suponer lucífugo
Faetón cavernoso
magro
fuera de la noche
el molusco
(de su saliva)
acinesia adicta
insobornable
y jura adolescencia
dentro del capirote sempiterno
para decirlo
debajo de qué
fortuito
el azar y su sentina
óculos de aferrojar
explicar
prestidigitador Faetón
y volandas
y lo hilado
la yesca
que en su bóveda
como úlcera
desteje y resigna
o el paréntesis tenue
que imaginas desmorona el aire
al aire
peldaños de intemperie
andamios de neblí
epílogo aleve
qué preces
qué fisuras
desmoronan
su ayuno de revesa
O gotosos
recomenzando
nudo y cauda
embelecos
Pero desbandada no
apenas el veneno
de alguna sombra
a los guijarros
Miedo que le embiste el papo
El yunque de un párpado
el yunque