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Capítulo XXXIX
Sumario:
El recurso de casación podrá ser admitido a trámite cuando, invocada una concreta
infracción del ordenamiento jurídico, tanto procesal como sustantiva, o de la
jurisprudencia, la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo estime
que el recurso presenta interés casacional objetivo para la formación de jurisprudencia.
Pues bien, la LJCA distingue, en cuanto a los concretos supuestos que sirven para definir
el interés casacional objetivo, dos situaciones:
–Artículo 88.2: casos en que el tribunal de casación podrá apreciar que existe interés
casacional objetivo.
–Artículo 88.3: casos en que se presumirá que existe interés casacional objetivo.
LETRA a), cuando, entre otras circunstancias, la resolución que se impugna fije, ante
cuestiones sustancialmente iguales, una interpretación de las normas de Derecho estatal
o de la Unión Europea en las que se fundamenta el fallo contradictorio con la que otros
órganos jurisdiccionales hayan establecido.
LETRA b) cuando, entre otras circunstancias, la resolución que se impugna fije o siente
una doctrina sobre dichas normas que pueda ser gravemente dañosa para los intereses
generales.
LETRA i) cuando, entre otras circunstancias, la resolución que se impugna haya sido
dictada en el procedimiento especial de protección de derechos fundamentales .
Así pues, hay una serie de casos (artículo 88.2) en que se «podrá» admitir o no el
recurso. Y otros (artículo 88.3) en que «se presume» el interés casacional objetivo. Ahora
bien, incluso en estos últimos, el último inciso del artículo 88.2, afirma que, «no
obstante, en los supuestos referidos en las letras a), d) y e) el recurso podrá inadmitirse
por auto motivado cuando el Tribunal aprecie que el asunto carece manifiestamente de
interés casacional objetivo para la formación de jurisprudencia». Y la propia letra «c»
recoge esta misma ratio discrecional, ya que si con toda evidencia carece la causa de
trascendencia suficiente, también se inadmite. La admisión se convierte en un juego de
«probabilidades». Siempre hay aleatoriedad en el Derecho, pero esta es una
aleatoriedad especialmente acusada y refinada.
Podría decirse que, ante la supresión de la cuantía y las restricciones materiales del
nuevo recurso de casación, se producirá una primera fase incluso de avalancha de
recursos, ante la supresión de las barreras anteriores, hasta que el interés casacional
objetivo persuada a muchos recurrentes de acceder por vía de recurso al TS, de modo
similar a lo que ocurrió con los amparos ante el TC. Es un dato que se destaca por
distintos comentaristas 2).
Sin embargo, habría varios factores que considerar: por un lado, no es asimilable el
recurso de amparo al recurso de casación, ya que sobre el TS recae indudablemente una
mayor responsabilidad en la tarea o reto de hacer justicia con los ciudadanos. Es decir,
el «porcentaje» de admisiones siempre será mayor (de lo contrario no tendría razón de
ser el TS o al menos el recurso de casación) con lo cual el factor suerte es algo más
benévolo, lo cual entonces anima más al recurso de casación que a los amparos. La
clave va a ser el factor coste/beneficio a la hora de plantearse un recurso. Es claro que,
quien no recurre no puede ganar, pero todo dependerá de si merece la pena el coste o
inversión, en atención a las probabilidades existentes 3). . Tampoco puede olvidarse que
la avalancha de asuntos se produjo ya antes con la admisión de las casaciones con
ocasión de asuntos de cuantía indeterminada. Asimismo, obsérvese el nuevo sistema de
costas procesales (tras esta LO 7/2015) en fase de recurso de casación, gravando la
inadmisión (y, por lo tanto, persuadiendo al letrado), pero no la desestimación.
Sin perjuicio del carácter fronterizo de algunos de los criterios que se recogen para
definir el interés casacional objetivo, podría decirse que los casos de los artículos
88.2.a y 89.3.a de la LJCA podrían ser los casos en que, en principio, en general,
pensaría el recurrente con carácter más común, considerando que (del nuevo
artículo 88.2 y 3 de la LJCA) los demás casos aluden a situaciones concretas (cuya
virtualidad no es por tanto general, sino que dependen de que se presente en el caso en
cuestión esa situación singular): artículo 88.2 letras d, g, h, i. Y también la letra f. Y el
propio artículo 88.3.b y c, todos ellos de la LJCA. Además de casos de pura
discrecionalidad (artículo 88.2 letra c, y también la letra b).
En principio, esta parece la letra en la que el recurrente, con carácter más habitual,
tendrá que estar pensando estratégicamente de cara a formular su escrito de
preparación del recurso de casación. El artículo 88.2.a de la LJCA presupone un «
fallo contradictorio con la (interpretación de una norma ) que otros órganos
jurisdiccionales hayan establecido», ante «cuestiones sustancialmente iguales». En estas
condiciones, «podrá» haber interés casacional.
Por otro lado, las sentencias de contraste deben ser firmes (vid. auto de 8 de marzo de
2017, RCA/40/2017, FJ 2.º, punto 4.2).
Así pues, el interés casacional objetivo se relaciona especialmente con los casos en que
existe jurisprudencia contradictoria (también puede destacarse el caso en que no existe
jurisprudencia, del artículo 88.3.a), exigiendo el TS al recurrente claridad y unidad de
criterio desde el mismo escrito de preparación del recurso de casación justificando
la identidad de problemas así como las interpretaciones divergentes , con una
explicación argumental singularizada que evidencie la necesidad de poner fin a esa
situación jurisprudencial. Es decir, no es suficiente con citar las sentencias
contradictorias presuponiendo la disparidad y obviando la debida elaboración, ya que el
TS considera que es inexcusable esa explícita, singularizada y bien trabada
argumentación sobre las sentencias contradictorias, sin subsanación posible al tiempo
de formular el recurso de queja frente al auto que no lo tiene por preparado. Conforme
al ATS de 24 de abril de 2017 (JUR 2017, 99935) (rec. 148/2017) 6):
Y ello es lo que sucede en el supuesto del auto citado, pues en el escrito de preparación
no se justifica que, en supuestos similares, se optó por una tesis contradictoria o
incompatible con la sentada por otros tribunales en relación a la fijación de la cuantía
de los procedimientos de apremio. Sin que baste, a este respecto, con la cita de otras
sentencias en las que se ha admitido la apelación por razón de la cuantía,
desconociéndose, y no explicándose por el recurrente en un mínimo esfuerzo
argumentativo, que se trataba de supuestos en los que se planteaba un supuesto con
identidad de circunstancias al enjuiciado y en el que se, sin embargo, se fijaba una doctrina
contradictoria .
Como también señala el ATS de 8 de marzo de 2017 (recurso queja 126/2016), «[...] el
recurrente tendría que haber argumentado, con singular referencia a las circunstancias
concretas del caso enjuiciado, la existencia de pronunciamientos, en supuestos
sustancialmente iguales, en los que se contuviese una interpretación del derecho
contradictoria (no basta que los pronunciamientos alcancen soluciones diferentes), [...]
No basta para entender cumplida esta carga, que recae sobre el escrito de preparación,
con la cita de dos sentencias (con circunstancias fácticas diversas) para entender
justificada mínimamente esa discordancia» y sin que esta falta de justificación pueda
ser suplida al tiempo de interponer el recurso de queja.
Así pues, en el caso del ATS de 24 de abril de 2017 la Sala de instancia actuó
correctamente, al apreciar la ausencia de esta exigencia cuando en el escrito de
preparación se limita a citar una supuesta contradicción con otras sentencias sin
justificar la existencia de una doctrina contradictoria en las sentencias enfrentadas.
En otro orden de cosas, suponemos que decae (tras la LO 7/2015) el presupuesto del
recurso de casación para la unificación de doctrina relativo a que, para la constatación
de la contradicción, han de tomarse como referencia sentencias dictadas por Salas del
mismo orden jurisdiccional contencioso-administrativo de igual o superior rango (ATS
de 9 de diciembre de 1997; STS de 10 de febrero de 1997; ATS de 28 de julio de 1997), ya
que no es esa la regulación de los artículos 88.2.a y 89.2.b de la LJCA y, de haber
pautas jurisprudenciales de referencia, serían las del anterior recurso de casación
ordinario donde no se exigía ese presupuesto.
«Nada que objetar a esta línea, pero debe ser manejada con prudencia para evitar convertir,
por este cauce, el recurso de casación fundado en el “interés casacional objetivo para la
formación de la jurisprudencia” en un recurso “por infracción de la jurisprudencia”. Debe
acortarse su aplicación a aquellos casos en los que la sentencia recurrida, además de
contradecir el criterio del Tribunal Supremo, también se oponga al señalado por otros
órganos jurisdiccionales que siguen la jurisprudencia del Alto Tribunal. En aquellas
situaciones excepcionales en que la sentencia recurrida deja inaplicada una jurisprudencia
del Tribunal Supremo, sin expresar que se separa de ella por considerarla errónea [supuesto
de presunción del artículo 88.3.b) LJCA] y sin entrar en contradicción con
pronunciamientos de otros órganos jurisdiccionales distintos del Tribunal Supremo, en lugar
de “sobreexplotar” la veta que ofrece el artículo 88.2.a), sería conveniente hacer uso de la
facultad que el artículo 88.2 LJCA reconoce al Tribunal Supremo para apreciar otras
razones distintas de interés casacional objetivo. Al fin y al cabo, la jurisprudencia, como ya he
apuntado, no sólo se crea, sino que también se “defiende”» 7).
Así pues, el TS dicta, por este cauce, la doctrina correcta en interpretación de la norma
invocada como infringida ( STS de 18 de julio de 2017 (RJ 2017, 3227), rec. 298/2016
declara que «el art. 7 del RD 240/07 es aplicable a la reagrupación de familiares no
comunitarios de ciudadanos españoles», en una de las primeras sentencias dictadas con
el nuevo sistema legal).
En cuanto a posibles referencias para el artículo 88.2.b. de la LJCA (junto la del artículo
86.1, segundo párrafo, de la propia LJCA), aparece el antiguo recurso de casación en
interés de la ley, cuyo presupuesto fue el daño grave para el interés general ( artículo
100.1 de la LJCA de 1998, versión derogada) y cuya finalidad fue precisamente fijar
doctrina legal ( artículo 100.7 de la LJCA; STS de 10 de julio de 1996; STS de 12 de
febrero de 1997 F. 1.º; STS de 19 de enero de 1998).
Es decir, el nuevo artículo 88.2.b recoge ese matiz que importa (del anterior recurso de
casación en interés de la ley), en el sentido de ser éste expresivo del interés objetivo (que
interesa ahora al legislador especialmente) de corregir doctrina jurisprudencial, al hilo
del otro argumento del perjuicio grave.
Sobre el asunto de la legitimación para recurrir sentencias a las que se impute este
defecto puede verse supra el comentario hecho al nuevo artículo 86.1 de la LJCA
examinando la exégesis del precepto en lo concerniente a la legitimación para recurrir
en casos en que se reputa gravemente dañosa la doctrina sentada por la sentencia en
cuestión. Nada hay en la regulación del nuevo recurso de casación que habilite sólo a las
administraciones públicas a actuar en defensa de los intereses generales, a diferencia de
lo que ocurría en el recurso de casación en interés de la ley. El interés general defendido
por un particular es un supuesto teórico pero dudamos que esta vía pueda ser útil para
la defensa.
El artículo 88.2.b alude a la gravedad del daño, recordando al recurso de casación «en
interés de la ley» (STS de 4 de febrero de 2003 n.º 3/2002; STS de 27 de junio de 1997). Se
viene entendiendo que se pretende de esta forma evitar que se perpetúe una doctrina
jurisprudencial que pueda ser gravemente dañosa para los intereses generales y
errónea (STS de 21 de junio de 1997; STS de 12 de julio de 1995, AA , 13, 1996, § 233;
puede verse el ATS de 29 de marzo de 2017, RCA/256/2017, FJ 2.º, punto 3.1.2]) 12).
–Siguiendo la STS de 17 septiembre de 1999, con doctrina no desdeñable (a la luz del nuevo
artículo 88.2.b de la LJCA) considérese que la finalidad del recurso de casación en interés
de la ley venía siendo proteger al titular de la potestad normativa, legal o reglamentaria,
frente a la eventual interpretación errónea de las normas hecha por el Tribunal a través de la
sentencia que se impugna, velar por los intereses generales, persiguiendo evitar que una
interpretación judicialmente errónea de esa normativa, pudiera llegar a consolidarse en el
futuro creando una línea jurisprudencial lesiva para esos intereses públicos, aunque la
misma apareciera limitada o referida al grado jurisdiccional inferior al de la sentencia
impugnada. La sentencia recurrida se reputaba errónea por el accionante, en cuanto a la
interpretación de la normativa fundamentadora del fallo; además, debía acreditarse que se
estimaba gravemente dañosa para el interés general, entendidas estas expresiones no sólo en
el sentido del público interés que genéricamente viene atribuido a la Administración o
Corporación actuante, sino también en el que de esa interpretación judicial que se reputaba
gravemente errónea. No prosperaba en este caso el recurso ante la falta de crítica de la
sentencia recurrida, es decir, si no se indicaba en qué error había incurrido el Juzgador de la
anterior instancia y más bien se limitaba el recurso a plantear una pretensión como si se
tratara de una primera fase judicial (en sentido similar la STS de 27 de junio de 2000).
–Se ha considerado que el presupuesto «gravemente dañoso para el interés general» requiere
que exista razón para pensar que dicho problema ha de reiterarse en un número importante
de casos diferentes (STS de 12 de diciembre de 1997).
–Se ha estimado por tal el hecho dañoso que puede afectar a la organización de las CCAA,
impidiéndose convocar concursos para la provisión de puestos de trabajo (STS de 14 de
octubre de 1997); o la proyección generalizada de la sentencia hacia toda la gestión tributaria
(STS de 30 de octubre de 1997) o la generalización de una doctrina de impunidad frente a los
funcionarios que no guarden el debido sigilo respecto de los asuntos que se conozcan por
razón del cargo, causando daño a la Administración, tengan o no el carácter de secretos (STS
de 7 de febrero de 1997).
Por lo mismo, es también claro que esta letra «b» no es subsidiaria respecto de otros
criterios (frente a la configuración del recurso en interés de la ley precedente 13)).
Por contrapartida, podría ser de interés, mantener el criterio (cuando se acudiera a esta
vía de interés casacional del artículo 88.2.a LJCA, por vía de interpretación «pro
administrado») del artículo 100.7 de la versión original de la LJCA 1998 si aquel venció
en instancia 14).
Las sentencias de los juzgados sólo son recurribles cuando, siendo susceptibles de
extensión de efectos, contengan una doctrina que se repute gravemente dañosa para los
intereses generales. Pero el hecho de que se estime que la sentencia es recurrible de esta
forma, no lleva ínsita la posibilidad de que se aprecie el interés casacional objetivo. Una
doctrina que pueda ser gravemente dañosa para los intereses generales no convierte
automáticamente el recurso de casación en un instrumento para la defensa de esos
intereses generales. Su objetivo sigue siendo fijar la interpretación de las normas.
Alude el artículo 88.2 a casos concretos, que dependen de que se presenten las
situaciones previstas singularmente en ese precepto. La letra «c» es expresiva de los
nuevos modos de justicia preocupados más por el colectivo que por el individuo (puede
citarse el ATS de 16 de julio de 2015). Según un estudio de julio de 2017, de Deloitte
Legal, «el motivo de interés casacional más invocado es el del artículo 88.2.c) de la Ley
de la Jurisdicción Contencioso Administrativa, es decir, que la resolución que se
impugna afecte a un gran número de situaciones».
La letra «f» se hace eco de un debate que se viene planteando acerca de qué ocurre
cuando a la parte procesal no le admiten la prejudicial planteada ante el TJUE 17).
Otro ejemplo típico viene siendo los asuntos en materia de personal. Se comprende que
el Tribunal Supremo exija (la doctrina sigue siendo válida tras la LJCA de 1998), a
efectos de admitir el recurso de casación, que en el proceso ante el Tribunal de instancia
se haya debatido el grado de invalidez de una disposición general, exigiendo así que «en
el recurso el soporte argumental venga configurado precisamente por la infracción de
una disposición general que, al proyectarse sobre uno de sus actos de aplicación, el acto
recurrido, determine en el sentir del recurrente la anulación de éste» (ATS de 21 de julio
de 1997; ATS de 17 de febrero de 1997, admitiendo el recurso de casación).
Estos supuestos son casos concretos, no generales, que tienen solo interés para quienes
se encuentren casualmente con una sentencia del tipo a que aluden estas letras. Así
todo, la admisión no es segura, a tenor del párrafo in fine de este mismo artículo 88.3
de la LJCA y de la propia letra «c».
Esto es así en todas las letras, así la «d» y «e» y las demás, pese a que algunas presentan
además singularidades.
Segundo, respecto de la letra «b», lo cierto es que no es así como se opera en la práctica
judicial, ¿apartamiento deliberado? (algunas referencias pueden encontrarse en los
autos de 15 de febrero de 2017 RCA/9/2017, FJ 3.º y 8 de marzo de 2017 RCA/40/2017, FJ
3.º, puntos 2 y 3).
FOOTNOTES
1
Así, R. MAYOR GÓMEZ, «El nuevo modelo de recurso de casación en el orden jurisdiccional
contencioso administrativo», Revista del Gabinete Jurídico de Castilla-La Mancha n.º3 (2015); B.
TRIANA REYES, «La que se nos viene encima con la casación contencioso-administrativa», Diario La
Ley , N.º 8733, 4 de Abril de 2016: tras la reforma de la LOTC, que introdujo el requisito de la
transcendencia constitucional no se produjo un descenso inmediato del número de recursos de
amparo, pues de hecho se presentaron más recursos de esta naturaleza en 2008 y 2009 que en
2007, pero empezaron a bajar los recurso a partir del año 2010 y se ha mantenido estabilizados
desde 2011 (en torno a 7.200 recursos al año). Otros trabajos son: D. CORDOBA CASTROVERDE, El nuevo
recurso de casación en el orden contencioso-administrativo , Pamplona 2015; del mismo autor su
publicación en «Elderecho.com» con igual título; Asimismo, R. MAYOR GÓMEZ, «El nuevo modelo
de recurso de casación en el orden jurisdiccional contencioso-administrativo» (google.es); B.
LOZANO, «La reforma del recurso de casación contencioso-administrativo por la LO 7/2015», La
Ley 8599, 2015. M.B. NAVARRO VEGA (Coordinador), Recientes reformas de la Ley de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa , El recurso de casación y la ejecución de las sentencias
de derribo. XV Curso sobre la jurisdicción contencioso-administrativa, Valencia 2017; M.A.
RECUERDA GIRELA «El nuevo recurso de casación contencioso-administrativo y el interés casacional
objetivo para la formación de la jurisprudencia», Revista Andaluza de Administración Pública ,
94/2016 pp. 117 y ss.
Bajo este fondo, pueden ser entonces útiles estas conclusiones del estudio de julio de 2017, de
Deloitte Legal: «de los 1.432 recursos analizados, sólo el 17% ha sido admitido a trámite . Con
el nuevo modelo de casación se han admitido 350 recursos en un año, frente a los 8.000 que
venían admitiendo, es decir 7.650 recursos menos. Se calcula que habrá unas 700 sentencias
anuales, lo que representa tan solo un 15% del número de sentencias dictadas por año antes de
2016. La materia que más se recurre es el tributario, con el IRPF a la cabeza y seguido por el
Impuesto de Trasmisiones Patrimoniales e IVA. El motivo de interés casacional más invocado es
el del artículo 88.2.c) de la Ley de la Jurisdicción Contencioso Administrativa, es decir, que la
resolución que se impugna afecte a un gran número de situaciones».
Lo característico venía siendo en este tipo de procesos, de cara a la redacción de los escritos de
recurso o de oposición, dos niveles de razonamiento, en la pura práctica forense,
respectivamente a los artículos 96 y 98 de la LRJCA 29/1998. En el primero se debatía la triple
identidad de hechos, fundamentos y pretensiones, de modo que el recurrente hacía valer tanto
el contraste entre la sentencia recurrida y las demás que aportaba (en cuanto a la solución
jurídica o fallo) como la identidad de hechos, fundamentos y pretensiones, mientras que la
parte recurrida centraba en lo contrario sus esfuerzos. En el segundo, por pura cautela
procesal, o para no sufrir indefensión, las partes argumentaban cuál sería a su juicio la solución
para el «debate planteado» exponiendo su criterio. En este sentido, de entrarse en el fondo del
asunto, procedía entrar en el debate del caso planteado fijando la doctrina legal que había de
mantenerse al hilo de la cuestión controvertida ( STS 10 de febrero de 1997 (RJ 1997, 2050),
recurso de casación 4432/93, con cita de otras anteriores: SSTS de 11 julio 1994, (RJ 1994,
6485), y 22 junio 1995 (RJ 1995, 5095); J.M. REYES MONTERREAL, Prevención de algunos riesgos
judiciales , Pamplona 1998 p.196).
Por otro lado, en el contexto del recurso de casación para la unificación de doctrina se
planteaba la cuestión sobre la referida acreditación de la «contradicción», en esencia la
certificación de la sentencia o sentencias alegadas , con mención de su firmeza (...).
8
J. HUELIN MARTÍNEZ DE VELASCO, «La nueva casación contencioso-administrativa (primeros pasos)»
Revista General de Derecho Constitucional (Iustel , n.º 24, abril 2017).
Añade: «tal como se plantea este motivo de casación, la parte recurrente pretende que
establezcamos una interpretación del artículo 158.3 de la Ley del Suelo en relación con el
alcance del reconocimiento de personalidad jurídica que el ordenamiento administrativo
realiza en favor de las juntas de compensación y que nos pronunciemos acerca del sentido de la
jurisprudencia contencioso-administrativa recaída en torno al expresado precepto. No se cita,
sin embargo, en la enunciación formal del motivo, precepto alguno de naturaleza civil para
cuya aplicación sea necesario resolver con carácter prejudicial, incidental o accesorio la
cuestión planteada. El motivo, planteado en estos términos, es inadmisible y, en consecuencia,
en el trance de dictar sentencia en que nos encontramos, debe ser desestimado».
10
Y es que, en la praxis, lo suyo es tener siempre algún elemento de inseguridad, sin la cual la
abogacía perdería su encanto: la STS de 10 de noviembre de 2004 (rec.113/2002) desestima el
recurso y sienta como doctrina la de la sentencia recurrida.
11
El quid de los recursos de casación en interés de la ley venía siendo éste, de la fijación de una
doctrina legal, por el TS, que se postula por el recurrente. La jurisprudencia del TS fue
matizando este presupuesto y exigiendo requisitos complementarios a los del propio art.100
de la LJCA, así que no hubiera ya una doctrina fijada por el propio TS; o que el recurrente no
quisiera cambiar subrepticiamente aquella, o que no se limitara el recurrente a proponer una
doctrina que fuera simple reiteración de la ley, o que por contrapartida la doctrina postulada
tuviera como referencia unos preceptos concretos (por todas, STS de 12 noviembre 2015; o STS
de 17 de enero de 2012). O que no se usara la casación como medio de consulta ( STS de 17 de
diciembre de 2003, [RJ 2003, 609]). Por otra parte, la doctrina legal propuesta no puede
formularse en términos de excesiva generalidad ( STS de 4 de mayo de 2004, [RJ 2004, 3045] y
STS de 21 de diciembre de 2012 (RJ 2013, 1521).
12
El presupuesto de la especial gravedad del daño en la praxis conducía ora a insistir en que el
criterio del fallo recurrido es susceptible de reiteración en el tiempo, ora en la propia
cuantificación de los daños. Pueden citarse estas referencias:
–STS de 20 de junio de 2016: «el recurso de casación en interés de la ley se caracteriza porque
constituye un remedio procesal, cuya única finalidad es impedir que resoluciones judiciales,
que expresan una doctrina errónea y gravemente dañosa para el interés general, puedan llegar
a consolidarse por su reiteración ante futuros casos sustancialmente iguales» (...) « Y ello por
cuanto la finalidad del recurso en relación con la fijación de doctrina correcta, tiene por objeto
impedir pronunciamientos ulteriores del orden contencioso administrativo en base a los cuales se
efectúe una errónea interpretación de la ley. Cumple por tanto este recurso una función
nomofiláctica o de protección del ordenamiento jurídico».
–STS de 7 de febrero de 2014: «Resulta necesario señalar, antes de nada, que esta modalidad de
recurso de casación se caracteriza porque constituye un remedio procesal, cuya única finalidad
es impedir que resoluciones judiciales, que expresan una doctrina errónea y gravemente
dañosa para el interés general, puedan llegar a consolidarse por su reiteración ante casos
iguales o semejantes».
– STS de 23 de junio de 2016 (RJ 2016, 3522), rec. 1684/2015: «el fin de este recurso no es otro
que evitar que sigan consolidándose criterios hermenéuticos erróneos cuando resulten
gravemente dañosos para los intereses generales. Y por lo que hace al caso, la gravedad se
concreta en la segura proyección de dicha doctrina a una pluralidad de supuestos, de tal modo
que el error tenga ese efecto multiplicador que este peculiar recurso en interés de la ley
pretende atajar y evitar».
Por tanto, «el criterio para apreciar la gravedad del daño es el de la probabilidad de su
reiteración» ( STS de 3 de mayo de 1996 (RJ 1996, 5284), rec. 4739/1993; STS de 18 de
octubre de 2005, (RJ 2005, 8531), rec. 41/2004; STS de 20 de junio de 2016).
El daño «puede ser no sólo patrimonial sino organizativo o de cualquier otra índole» (STS de 13
de julio de 1996, rec. 4328/194); «puede ser económica o cualitativa» ( STS de 20 de diciembre
de 2006, (RJ 2007, 164), rec. 54/2005).
13
14
15
Referencias que tomo de J. HUELIN MARTÍNEZ DE VELASCO, «La nueva casación contencioso-
administrativa (primeros pasos )» Revista General de Derecho Constitucional (Iustel, n.º 24,
abril 2017).
16
Según la STEDH de 15 de septiembre de 2015, asunto Renard y otros contra Francia no existe
una obligación de remitir la cuestión de inconstitucionalidad al TC, por parte del Consejo de
Estado y del Tribunal de Casación.
17
Esta causa se hace eco de la situación en la práctica en que las partes solicitan prejudiciales que
son rechazadas (puede verse STJUE de 6 de octubre de 1982 C-283/81.
18
Referencias que tomo de J. HUELIN MARTÍNEZ DE VELASCO, «La nueva casación contencioso-
administrativa (primeros pasos )» Revista General de Derecho Constitucional (Iustel, n.º 24, abril
2017).
19
Sobre este último caso, se nos ocurren estos escenarios de posible recurso: en primer lugar,
cuando sea la Audiencia Nacional competente para conocer del recurso contra un acto fundado
en la invalidez de la disposición general y también del recurso directo contra ésta, la sentencia
será recurrible en casación. En segundo lugar, cuando sea competente el Tribunal Superior de
Justicia para conocer del recurso contra un acto fundado en la invalidez de la disposición
general y también del recurso directo contra ésta (disposiciones locales y autonómicas), la
sentencia será recurrible en casación si el recurso se funda en que dicha disposición infringe el
Derecho estatal o comunitario europeo (artículo 86.3 en relación con el artículo 86.4). En tercer
lugar, cuando sea competente el Tribunal Superior de Justicia para conocer del recurso contra
un acto fundado en la invalidez de la disposición general y también del recurso directo contra
ésta (disposiciones locales y autonómicas), la sentencia no será recurrible en casación si el
recurso no se funda en que dicha disposición infringe el Derecho estatal o comunitario europeo.
Por lo que se refiere a los recursos directos conviene precisar que la Audiencia Nacional conoce
de los recursos que se deduzcan en relación con las disposiciones generales de los Ministros y
de los Secretarios de Estado en general y en materia de personal cuando se refieran al
nacimiento o extinción de la relación de servicio de funcionarios de carrera y, por su parte, los
Tribunales Superiores de Justicia conocen de los recursos que se deduzcan en relación con las
disposiciones generales emanadas de las CCAA y de las Entidades Locales, recurriéndose por
tanto en casación las sentencias de ambos órganos jurisdiccionales considerando, no obstante,
nuevamente, que las sentencias de los Tribunales Superiores de Justicia son en todo caso
recurribles en casación cuando el recurso se hubiera fundado en infracción de normas de
Derecho estatal y comunitario europeo.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XL. Artículos 89 a 93. Preparación del recurso, régimen de admisiones, recurso,
sentencia y costas procesales
Capítulo XL
Sumario:
Según el artículo 89.1 de la LJCA tras la Ley Orgánica 7/2015: el recurso de casación se
preparará ante la Sala de instancia en el plazo de treinta días, contados desde el
siguiente al de la notificación de la resolución que se recurre, estando legitimados para
ello quienes hayan sido parte en el proceso, o debieran haberlo sido.
La lógica es la misma pese a que ha variado el plazo , antes de diez días y ahora de
treinta para la preparación misma del recurso, contados desde el siguiente al de la
notificación de aquélla (ATS de 21 de marzo de 1995 declarando el plazo como
perentorio, improrrogable y preclusivo; ATS de 26 de junio de 2003).
Tampoco es exactamente, el criterio del actual artículo 89.1, el mismo que sostiene el artículo
82 para el recurso de apelación («el recurso de apelación podrá interponerse por quienes,
según esta Ley, se hallen legitimados como parte demandante o demandada»). O el criterio
que se barajó en tiempos de la tramitación de la LJCA, para la propia casación previendo que
pueden interponer recurso de casación quienes se hallasen legitimados como parte
demandante o demandada (artículo 88.3 del Anteproyecto inicial).
Ya antes del nuevo artículo 89.1 se entendió que los que «no pudieron» ser parte habían de
estar legitimados para interponer el recurso de casación (STS de 14 de julio de 1997, STS de 28
de junio de 1995; ATS de 17 de octubre de 1995; STS de 14 de julio de 1997 F.1 2); ATS de 13 de
diciembre de 1012 rec. 112/2012). En este sentido, la STS de 19 junio 2001 afirma la
legitimación activa para recurrir en casación a favor de quien no se personó inicialmente en
el proceso de instancia, contra sentencia que puede afectar a su situación jurídica, si bien el
caso alude a que los recurrentes en casación no fueron debidamente emplazados en instancia
pese a que habían sido parte en el proceso administrativo.
La STS de 21 de octubre de 2014 (recurso 1803/2012) sigue una interpretación pro actione ,
siguiendo la STS de 15 de diciembre de 2006 y otras que cita, y concluye que están habilitados
para preparar el recurso de casación no solo quienes hubiesen sido parte en el recurso
contencioso-administrativo en que se dictó la resolución, sino también quienes hubieran
podido serlo, lo que no supone la exigencia absoluta de haberse personado en él antes de la
sentencia, pero sí, desde luego, la personación en el proceso a quo dentro del plazo establecido
para la preparación del recurso de casación , cuyo cómputo arranca desde la última
notificación hecha a quienes se hubieren personado en el procedimiento durante el curso de
los autos.
Por otra parte, a favor del recurrente en casación puede jugar el hecho de que la causa
de inadmisión (así, la falta de legitimación) solo sea invocada por la Administración en
el momento casacional pero no antes. Es decir, la STS de 6 de abril de 2011 se enfrenta
con un supuesto por el que se ejercita una acción impugnatoria de una Orden
Ministerial de aprobación de deslinde del dominio público marítimo terrestre
careciendo de legitimación el demandante, a pesar de lo cual se sustanció el proceso en
la instancia sin que se hubiera denunciado tal deficiencia impeditiva del ejercicio de
dicha acción. Se trataba de la Autoridad Portuaria de B., no legitimada según el TS para
impugnar un deslinde. Pues bien, pese a ello, se permite la casación por haberse tenido
por legitimada y parte en instancia.
Lo mismo ha de decirse respecto del famoso acuerdo para litigar que en principio han
de presentar (para ser capaces) las personas jurídicas. Es decir, no puede invocarse esta
causa de inadmisibilidad por el recurrido (frente al recurrente que recure en casación)
ya que esta causa de inadmisibilidad afectaba al proceso de instancia y dicho recurrido
no lo manifestó así ni se juzgó por tanto en tal momento procesal, en virtud de la STS de
13 de mayo de 2011 FJ 2.º 4).
En este contexto cabría encajar el caso en que el recurrente entienda que la sentencia
recurrible vulnera las reglas de la jurisprudencia o de la normativa reguladora de la
sentencia (arbitrariedad, incongruencia, motivación, prueba) pero el problema es que,
con la versión anterior a la Ley 7/2015, tal interés conseguía encajar dentro de los
propios motivos de casación, mientras que no es el caso ahora en relación con los
nuevos «motivos» de interés casacional objetivo.
Se trata de otra de las típicas argumentaciones por las que habrá de pasar el recurrente
aportando motivos en su escrito relativos a que se ha producido tal infracción, con
indefensión y que no se omitió la carga de pedir subsanación de haber existido
momento procesal para ello.
Como apunta la STS de 25 febrero 2011: «como recientemente nos recuerda la sentencia
del día diecisiete de este mes, recaída en el recurso de casación 2006/2009, es doctrina de
esta Sala, entre otras, en nuestras sentencias de diez de diciembre de mil novecientos
noventa y siete, veintinueve de junio, veintidós de octubre de mil novecientos noventa y
ocho, veintiocho de junio de mil novecientos noventa y nueve, diecinueve de mayo de
dos mil, diecinueve de abril, cinco y diecinueve de junio de dos mil uno y veintitrés de
septiembre de dos mil dos, que el motivo que habilita la casación por quebrantamiento
de las formas esenciales del juicio por infracción de las normas que rigen los actos y
garantías procesales está condicionado a una doble exigencia: indefensión para la parte y
petición de subsanación en la instancia de existir momento procesal oportuno 5) » .
Como apunta HUELIN MARTÍNEZ DE VELASCO, op. cit. «no es suficiente, pues, la mera cita de
los preceptos o de la jurisprudencia que se consideren vulnerados. Tampoco se satisface
la exigencia formulando razonamientos sobre la incorrección jurídica de la decisión
adoptada, que en la fase de preparación se da por supuesta. Se trata, nada más y nada
menos, de identificar las infracciones que apoyan la interposición del recurso y de
justificar que han sido determinantes y relevantes del fallo, por remisión a la
fundamentación jurídica que lo sustenta (auto de 5 de mayo de 2016, recurso de
casación 3280/2015, FJ 4.º). Estos criterios han sido sentados durante la vigencia del
anterior sistema del recurso de casación, pero nada impide aplicarlos bajo el nuevo
régimen casacional, pues la exigencia de justificar que las infracciones imputadas han
sido relevantes y determinantes del fallo ya estaba presente antes de la reforma de 2015
para las sentencias dictadas por las salas de lo contencioso-administrativo de los
tribunales superiores de justicia (vid. artículo 89.2 LJCA, en relación con el 86.4 LJCA,
antes de su modificación por la disposición final tercera de la Ley Orgánica 7/2015)».
Puede verse el estudio hecho supra en relación con el artículo 86.3 de la LJCA.
Evidentemente (hoy a la luz del nuevo artículo 89.2.f de la LJCA) recae sobre quien
interpone el recurso de casación la carga procesal de justificar ante el órgano
jurisdiccional este interés, igual que ya antes, si bien en torno a los motivos y demás
cargas procesales como la de citar igualmente las normas o jurisprudencia que se
consideren infringidas (nuevo artículo 89.2.b de la LJCA), sin que sea admisible confiar
esta inexcusable aportación de parte a la colaboración del órgano decisor, porque «el
criterio de Sala no puede suplir la insuficiencia sin alterar los términos en que se
encuentra planteado el debate» (ATS de 1 de julio de 1997; ATS de 1 de julio de 1997). Así
pues, el recurrente queda especialmente obligado a fundamentar en el escrito de
preparación, con singular referencia al caso, que concurre el supuesto o los supuestos
que invoca como determinantes de la presencia del interés casacional objetivo, así como
la conveniencia de un pronunciamiento por parte del Tribunal Supremo (de lo
contrario, se produce la inadmisión: ATS de 8 de marzo de 2017, RCA/40/2017, FJ 2.º,
punto 6).
Considérese que la lista del artículo 88.2 LJCA es abierta, de manera que el Tribunal
Supremo podrá apreciar el interés casacional objetivo por razones distintas a las
expresamente previstas en sus nueve letras. Es decir, en cierto modo, podríamos
esperar que, por esta vía, la entidad del caso concreto pudiera «salvar» al recurrente,
pese a la mala formulación del letrado. Pero con un sistema tendente a la inadmisión
parece algo ilusorio confiar en esta opción (en este contexto ATS de 21 de marzo de 2017,
RCA/308/2016, FJ 1.º). Esas «desconocidas» en la letra de la Ley razones para apreciar el
interés casacional objetivo deben hacerse valer por el recurrente en el escrito de
preparación, con carácter excepcional [debe repararse en que el artículo 89.2.f) LJCA ni
siquiera las menciona], y tal excepcionalidad le exige que justifique cuidada y
rigurosamente el interés casacional objetivo que revela la circunstancia invocada, que
lógicamente no habrá de ser reconducible a alguna de las circunstancias del apartado 2
o de las presunciones del apartado 3 del artículo 88 LJCA (auto de 15 de marzo de 2017,
RCA/93/2017, FJ 2.º, punto 6.2) 10).
Nada impide para recordar que, tanto con el modelo anterior como con el nuevo, lo
suyo es el debido rigor en el cumplimiento de los presupuestos legales del recurso de
casación, sin perjuicio de que el TS pueda actuar con flexibilidad en el caso concreto.
Bajo estos parámetros se entendió la praxis del sistema normativo precedente relativa a
la selección del motivo adecuado de recurso 12).
– Si, aun presentado en plazo, no cumpliera los requisitos que impone el apartado 2
de este artículo , la Sala de instancia , mediante auto motivado, tendrá por no
preparado el recurso de casación, denegando el emplazamiento de las partes y la
remisión de las actuaciones al Tribunal Supremo. Contra este auto únicamente podrá
interponerse recurso de queja , que se sustanciará en la forma establecida por la Ley
de Enjuiciamiento Civil (apartado cuarto del artículo 89 de la LJCA).
– Si se cumplieran los requisitos exigidos por el apartado 2, dicha Sala, mediante auto en
el que se motivará suficientemente su concurrencia, tendrá por preparado el recurso de
casación, ordenando el emplazamiento de las partes para su comparecencia dentro del
plazo de treinta días ante la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal
Supremo, así como la remisión a ésta de los autos originales y del expediente
administrativo 13). Puede hacerse notar en este momento que con la nueva regulación de
la LO 7/2015 esa comparecencia ante el Tribunal Supremo ya no conlleva la
presentación por el recurrente del escrito de interposición del recurso de casación,
como sucedía en la regulación anterior a la reforma del recurso de casación.
– Contra el auto en que se tenga por preparado el recurso de casación, la parte recurrida
no podrá interponer recurso alguno, pero podrá oponerse a su admisión al tiempo de
comparecer ante el Tribunal Supremo, si lo hiciere dentro del término del
emplazamiento.
El ATS de 2 de febrero de 2017 (rec.110/2016 ) deja claro que la Sala del Tribunal
Superior de Justicia o Audiencia Nacional «prepara» y la Sala contenciosa del
Supremo «admite» sin que aquélla deba pronunciarse sobre la existencia del interés
casacional:
«Conforme a lo dispuesto en el art.89.4 de la Ley de esta jurisdicción lo que atañe a la Sala o
Juzgado de instancia es la verificación de si el escrito de preparación cumple con las
exigencias previstas en el art.89.2 LJCA. Le incumbe, en particular y desde una perspectiva
formal, el análisis sobre el cumplimiento de los requisitos de plazo, legitimación y
recurribilidad de la resolución, así como la constatación de que en el escrito de preparación
hay un esfuerzo argumentativo tendente a la justificación de la relevancia de la infracción
denunciada y su carácter determinante del fallo y también, en especial, si se contiene una
argumentación específica, con singular referencia al caso, de la concurrencia de alguno o
algunos de los supuestos que conforme a los apartados 2 y 3 del art.88 LJCA permiten
apreciar el interés casacional objetivo».
Por tanto, respecto de la preparación del recurso en las Salas de instancia: la actividad
de confirmación de su preparación correcta por la Sala de instancia con el consiguiente
impulso hacia el Supremo es una actividad esencialmente «formal». Únicamente
verifican si hay «un esfuerzo argumentativo». En consecuencia, podrá producirse la
denegación de la preparación por evidenciar una falta de «esfuerzo argumentativo» en
supuestos tales como los siguientes (pueden verse también los Autos del TS de los
recursos 3238/2016 y 2989/2016 15)).
«Se hace, por lo tanto, necesario un pronunciamiento de este Tribunal Supremo que
establezca un criterio claro sobre la cuestión, resolviendo las contradicciones doctrinales
existentes entre los distintos tribunales superiores de justicia, que de paso ratifique o
rectifique el sostenido en unificación de criterio por el Tribunal Económico-Administrativo
Central. De esta manera, el Tribunal Supremo sirve al principio de seguridad jurídica y, por
su intermediación, al de igualdad en la aplicación de la ley (artículos 9.3 y 14 de la
Constitución Española)».
De este artículo 89 LJCA y del artículo 87 bis LJCA, apartado 1 se desprende que, como
las cuestiones de hecho quedan excluidas del recurso de casación, no tiene sentido tener
por preparado –so pretexto de que cumple los requisitos formales propios del escrito de
preparación– un recurso que se mueve únicamente por el terreno vedado de las
apreciaciones fácticas. Ahora bien, si este obstáculo para dar curso al escrito de
preparación no resulta con evidencia de su lectura (como puede ocurrir, v.gr., cuando
en él no se discuten tanto los hechos como las consecuencias jurídicas anudadas a ellos)
lo procedente es tener el recurso por bien preparado y proceder de conformidad con lo
dispuesto en el artículo 89.5 LJCA (siempre, por supuesto, que se cumplan los demás
requisitos a los que la Ley condiciona la viabilidad de dicho escrito) [auto de 8 de marzo
de 2017, queja 8/2017, FJ 3.º] 16).
Como antes decíamos, pero ahora en este contexto, el TS destaca la importancia del
complemento de las sentencias (artículos 267.5 de Ley Orgánica del Poder Judicial y
215.2 de la Ley de Enjuiciamiento Civil), de modo que antes de acudir al Supremo, si se
observa que la sentencia incurre en incongruencia omisiva, ha de acudirse a dicha vía
incidental . Nos referimos a la STS de 1 de marzo de 2017 (rec. de casación 88/2016). En
consecuencia, se inadmite el recurso de casación (sin costas) y se ordena retrotraer las
actuaciones para que el recurrente haga uso de tal derecho.
«Por lo tanto, conforme a lo dispuesto en el artículo 89.2.c) LJCA, cuando, como ocurre en este
caso, el recurrente se queje en casación de la incongruencia omisiva de la sentencia que
combate, haciendo pivotar sobre tal silencio jurisdiccional su pretensión ante el Tribunal
Supremo, resulta legítimo exigirle que antes acredite, como presupuesto de procedibilidad,
haber instado sin éxito el complemento de la sentencia por el cauce previsto en los artículos
267.5 LOPJ y 215.2 LEC.
(...) Exigir, con arreglo a lo dispuesto en el artículo 89.2.c) LJCA, a los recurrentes en casación
que denuncien incongruencias omisivas que, antes de instar el recurso, pidan por el trámite
de los indicados preceptos que se subsane la falta no supone añadir un obstáculo formal más,
desproporcionado, para la satisfacción de sus derechos e intereses legítimos. Muy al
contrario, redunda en una mayor y efectiva protección de los mismos, porque se les brinda la
oportunidad de que la Sala autora. (...) Por todo ello, esta Sala estima que exigir, con arreglo a
la previsión contenida en el artículo 89.2.c) LJCA, que frente a situaciones de incongruencia
omisiva los recurrentes en casación antes de promover el recurso intenten la subsanación de
la falta por el trámite de los artículos 267.5 LOPJ y 215.2 LEC, refuerza los derechos procesales
de los litigantes y redunda en una mayor agilidad y eficacia del trámite procesal de admisión
de los recursos de casación preparados».
b) En los supuestos del apartado 3 del artículo 88 , en los que se presume la existencia de
interés casacional objetivo, la inadmisión se acordará por auto motivado en el que se
justificará que concurren las salvedades que en aquél se establecen.
b) Incumplimiento de cualquiera de las exigencias que el artículo 89.2 impone para el escrito
de preparación;
Primeramente, estos casos vienen a ser una nueva llamada, al recurrente, para que se
fije por dónde puede ir la inadmisión por parte de la Sala, sin perjuicio, insistimos, del
carácter discrecional de los mismos. Esta práctica, de una providencia, para la
inadmisión, y limitándose a indicar una de tales circunstancias, será acorde a la práctica
del TC y los amparos, pero no parece nada acorde a la sensibilidad de un justiciable a
quien se le hace cargar finalmente con las consecuencias económicas de un muy
laborioso escrito de preparación del recurso de casación, para terminar la historia «de
este modo».
La mención legal (a que se inadmite por «providencia»), en los casos del 88.2, que son el
quid desde el punto de vista del recurrente más común, es muy expresiva de la nueva
legislación, anticipándonos cómo va a funcionar el régimen de admisiones: inadmisión,
por providencia, sin motivar (pues incluso se descarta un auto), a salvo de las
menciones, simples menciones, de las letras del artículo 90.4. Lo suyo es que las
inadmisiones se razonen y que, por ello mismo, sean autos no providencias, como venía
siendo por cierto (artículo 93.2, e incluso el 90.2 en la versión anterior, ambos, de la
LJCA), y como es incluso para los casos del nuevo artículo 88.3 de la LJCA (artículo
90.3.b), siguiendo una lógica procesal incluso elemental; pero la intención del nuevo
sistema legal es clara (con la providencia) y quien ha redactado este precepto que ahora
nos ocupa lo ha hecho con todo conocimiento de causa, porque este es una de las claves
de la nueva regulación 18). De hecho, la regulación ahora es mucho más pormenorizada
que antes, sobre este mismo trámite, pese a referirse por igual a la fase de posible
inadmisión en sede ya del TS.
No es inoportuno además recordar la jurisprudencia que, ya con anterioridad a la versión de
la LJCA dada por la LO 7/2015, viene incidiendo en la falta manifiesta de fundamento como
redundante de inadmisión, esto es, si el recurso, por la forma en que se ha planteado, tiene
una «carencia manifiesta de consistencia» o fundamento 19). Se inadmitirá el escrito de
interposición si se fundamentara como si el recurso de casación fuera un recurso de apelación
(ATS de 7 de abril de 1997, declarándose Asimismo, la inadmisibilidad del recurso) o «como si
de una demanda se tratara», «sin la debida formulación con precisión y separación de los
distintos motivos en que se funda el recurso, con cita expresa de los preceptos y de la
jurisprudencia que se consideran infringidos en cada uno de los motivos» (STS de 4 de mayo
de 1998).
Y todo ello, por contrapartida, no impedirá necesariamente alegar, si se desea, en algún caso
que así se interprete, que la inadmisibilidad es concebida por el Tribunal Supremo como
excepcional, ya que sólo procederá cuando el defecto (por ejemplo, en el fundamento de un
motivo de casación) sea «manifiesto y ostensible» (STS de 28 de abril de 1997). No obstante,
vienen siendo muy numerosos los supuestos considerados como manifiestamente
improcedentes (ATS de 9 de enero de 1997; ATS de 15 de enero de 1997; ATS de 20 de enero de
1997). Y ahora más, obviamente.
En suma, de un sistema normativo basado en pautas algo regladas pero con conceptos
jurídicos indeterminados a efectos de decretar la admisión del recurso de casación
(«sustancialmente», «manifiestamente») pasamos a un modelo en la actualidad que
reconoce abiertamente su carácter discrecional en favor del Supremo y la propia Sala de
instancia.
Ha perdido sentido la admisión parcial del antiguo artículo 93.4 de la LJCA («si la
inadmisión no fuera de todos los motivos aducidos, dictará también auto motivado,
continuando la tramitación del recurso respecto de los motivos no afectados por el auto
de inadmisión parcial») 20). Ahora, como puede comprobarse, ni la inadmisión siempre
se declara por auto, ni se requiere unanimidad en determinados casos (artículo 93.4 de
la LJCA en la versión de 1998).
Por otro lado, viene entendiéndose que las causas de inadmisión no apreciadas en el
trámite establecido a tal efecto se convierten en causas de desestimación 21). No obstante,
el antiguo artículo 95.1 preveía el fallo de inadmisión por sentencia. Sin embargo, esa
jurisprudencia parecería más acorde con la nueva versión de la LJCA tras LO 7/2015 en
tanto en cuanto el artículo 93.1 suprime la mención a la posibilidad de inadmitir el
recurso en la sentencia y el artículo 92.5 in fine afirma que en el escrito de oposición a
la casación ya no se puede pretender la inadmisión del recurso.
Así pues , en la regulación actual (tras la LO 7/2015) ha cambiado el régimen de admisiones e
inadmisiones. Los hitos serían ahora, primero, la posible inadmisión por la Sala de instancia
(artículo 89.4 de la LJCA); segundo, ya en el TS, tras la posible audiencia del artículo 90.1, la
detallada fase de inadmisiones del artículo 90.3 y 4 de la LJCA, en el contexto del escrito de
preparación de la casación, ante una Sección de la Sala específica para el conocimiento de las
admisiones; y finalmente el artículo 92.3 con otra posible inadmisión en el propio TS una vez
presentado ya el recurso de casación por la Sección de la Sala competente por razón de la
materia. Con anterioridad el artículo 90.2 preveía, sin mayor énfasis, una posible inadmisión
una vez presentado el anuncio, y, por su parte, el artículo 93.2, preveía la posible inadmisión
por el TS una vez interpuesto el recurso de casación, sin perjuicio de declarar la inadmisión
antes del recurso de casación (artículo 92).
Ahora, por tanto, tras la LO 7/2015 la inadmisión se enfatiza más, recayendo el peso del juicio
de inadmisión sobre la fase previa a la interposición del recurso de casación y con posterioridad
al escrito de preparación del mismo, tanto por la Sala de instancia como por el TS. Antes en
cambio se enfatizaba más la posible inadmisión con posterioridad a la interposición del
recurso de casación (artículo 93.2).
Por otro lado, la audiencia ahora (artículo 92.4) se produce una vez presentado el recurso de
casación. Con anterioridad a la LO 7/2015 la audiencia igualmente se producía en esta fase
(artículo 93.3). Ahora bien, con el régimen anterior, el énfasis estaba puesto en la inadmisión
tras la fase de interposición del recurso de casación (artículo 93.2), mientras que ahora el
énfasis de inadmisión (una vez el asunto llega al Supremo) está en la fase previa al recurso de
casación (artículo 90.3), donde no se prevé audiencia. Es decir, providencia (en los casos del
artículo 88.2), sin motivación pues, sin recurso (artículo 90.5) y sin audiencia.
En efecto, según el apartado 5 de este artículo 90, «contra las providencias y los autos de
admisión o inadmisión no cabrá recurso alguno». Es la regulación que faltaba para completar
el cuadro. Con este artículo 90.5 queda perfecto (si bien en la línea del antiguo artículo 93.6
de la LJCA).
Las partes favorecidas por la sentencia podrán instar su ejecución provisional. Cuando de
ésta pudieran derivarse perjuicios de cualquier naturaleza, podrán acordarse las medidas
que sean adecuadas para evitar o paliar dichos perjuicios. Igualmente podrá exigirse la
presentación de caución o garantía para responder de aquéllos. No podrá llevarse a efecto la
ejecución provisional hasta que la caución o la medida acordada esté constituida y acreditada
en autos.
La ejecución provisional requiere una decisión posterior a la sentencia, que pondere los
intereses en juego, teniendo como límite la creación de situaciones irreversibles o
perjuicios de imposible reparación en cuyo caso, la medida de ejecución provisional
debe ser denegada (apartado 3 del art. 91 LJCA).
Fue paulatinamente cediendo , primero a raíz del Decreto-Ley de 4 de enero de 1977, que
instauraba tanto la Audiencia Nacional como la regla de apelación de las sentencias en
un solo efecto devolutivo, y después, con la promulgación de la Ley 62/1978 (artículo 9.1,
en el mismo sentido que la norma anterior). A pesar de estos «avances» no estaba
previsto ni regulado en la legislación procesal administrativa el instituto de la ejecución
provisional, por lo que la jurisprudencia comenzó a aplicar supletoriamente el artículo
385 de la LEC 1881, que regulaba la ejecución provisional de sentencias recurridas en
apelación.
Ocurre que la LJCA reguló finalmente esta cuestión tanto respecto del recurso de
casación (artículo 91) como del recurso de apelación (artículo 84), siendo en ambos
casos la regulación prácticamente idéntica.
En la actual regulación (tras la LO 7/2015) pervive la regla del artículo 98.1 de la LJCA
precedente (es decir, anterior a la LO 7/2015)) y por tanto ni la preparación del recurso
de casación ni la interposición del recurso de apelación impedirá la ejecución
provisional de la sentencia recurrida.
Por ello, en los casos en que no se derive ningún tipo de perjuicio de la ejecución
provisional no será necesaria la prestación de caución alguna, y, según el artículo 84.5,
tampoco lo será cuando se trate de la ejecución provisional de sentencias recurridas en
apelación que haya sido instada por la Administración Pública. Regulación esta que se
plantea en el marco de la apelación, pero no de la casación, planteándose su aplicación a
esta última. También persiste la inseguridad en el hecho de si, pese a no exigirse fianza,
uno por ello deja de ser responsable de posibles daños causados por la ejecución
provisional, lo que nos tememos que no es el caso.
En los casos en que sea necesaria la caución u otra medida, la ejecución provisional no
podrá llevarse a efecto hasta que aquélla esté constituida y acreditada en autos. Esta
regla, prevista hoy en los artículos 91.1 in fine y 84.1 de la LJCA, venía aplicándose ya
judicialmente con el apoyo del artículo 1722 de la LEC de 1881, afirmando la posibilidad
de ejecución provisional siempre que se cumplieran los requisitos y garantías
establecidos en dicho artículo (prestación de fianza o aval bancario suficientes), ya que
de lo contrario la sentencia «carecería de fuerza ejecutiva» (ATS de 29 de abril de
1997) 22).
El TS recuerda, por otra parte, que «la ejecución provisional de la sentencia subsume o
sustituye la de los actos originariamente impugnados» (STS de 11 de abril de 1996).
El apartado 4 de este mismo artículo 92 aborda una cuestión debatida. Se afirma que «si
el escrito de interposición no cumpliera lo exigido en el apartado anterior, la Sección de
la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo competente para la
resolución del recurso acordará oír a la parte recurrente sobre el incumplimiento
detectado y, sin más trámites, dictará sentencia inadmitiéndolo si entendiera tras la
audiencia que el incumplimiento fue cierto. En ella, impondrá a dicha parte las costas
causadas, pudiendo tal imposición ser limitada a una parte de ellas o hasta una cifra
máxima».
Por tanto, el artículo 92.4 prevé el referido trámite de audiencia, cuestión en la que nos
extendimos al comentar el artículo 90 de la LJCA supra. Añadimos a tales reflexiones
ahora, en cuanto al fondo, que el nuevo sistema legal parece concebido bajo la ratio de
otorgar una audiencia (en el 90.4) por el hecho de que el recurrente ha superado la fase
de preparación del recurso, considerando que, entonces, esta audiencia tiene el sentido
de dar una oportunidad al letrado, una vez se ha observado que el caso planteado es
admisible, mientras que, en el contexto del examen de la preparación del escrito
casacional, no se prevé audiencia en el contexto de la inadmisión, porque la causa no es
susceptible de superar el filtro de la admisión, y no hay más que decir ni que subsanar.
El 90.4 viene a ser, por su naturaleza, una especie de vis rara de subsanación de fondo.
No obstante, puede ser interesante observar la evolución hasta llegar a este criterio. En el
artículo 93.3 de la LJCA en su redacción anterior a la LO 72015 ya constaba esta misma regla
de audiencia cuando se decía que la Sala, antes de resolver, «pondrá de manifiesto»
sucintamente la posible causa de inadmisión del recurso a las partes personadas por plazo de
diez días «para que formulen las alegaciones» que estimen procedentes.
Con anterioridad el artículo 100.2.c de la LJCA de 1956 declaraba que el recurso era
inadmisible si éste «carece manifiestamente de fundamento o se hubieran desestimado en
cuanto al fondo otros recursos sustancialmente iguales», añadiendo que « en este caso , antes
de dictar el auto de inadmisión tenía que darse audiencia a la parte». Esta regulación dio
lugar a una jurisprudencia del Tribunal Supremo que se reiteró en una infinidad de autos en
los que se generalizaba el régimen de inadmisión del recurso sin audiencia, a salvo del
supuesto de la previa desestimación en cuanto al fondo de otros recursos sustancialmente
iguales. Vale, pues, con reproducir a modo de ejemplo, uno de estos autos (ATS de 17 de
noviembre de 1997 FJ 4.º y véase también el ATS de 1 de diciembre de 1997): «Las
consideraciones anteriores se hacen –somos conscientes de ello– sin oír a la parte recurrente,
toda vez que la audiencia previa sólo es preceptiva en uno de los casos previstos en el
apartado c) del artículo 100.2 de la LJCA –concretamente cuando se hubieran desestimado en
el fondo otros recursos sustancialmente iguales–, pues la primera causa de inadmisibilidad
de este apartado “carencia manifiesta de fundamento”, puede apreciarse directamente y sin
más por el contenido del escrito de interposición donde han de constar los motivos y su
soporte argumental (sentencia del Tribunal Constitucional n.º 37/1995, de 7 febrero) siendo
innecesario poner ahora de manifiesto a la recurrente una causa de inadmisibilidad, la ya
citada de carencia de fundamento, cuya concurrencia resulta de las actuaciones sin
introducir ningún otro elemento de juicio. Esto supone un cambio de criterio respecto al
observado hasta ahora por la Sala, proclive a la audiencia previa del recurrente en todo caso,
pero entendemos que tal cambio, además de encontrar sólido anclaje en la ley, responde al
propósito de agilizar un trámite en el que la experiencia ha demostrado después de más de
cuatro años desde la entrada en vigor de la Ley de Medidas Urgentes de Reforma Procesal
que se producen frecuentes dilaciones determinadas principalmente por el ingente número
de casaciones que ingresan en este Tribunal, pero a las que también contribuye la apertura
indiscriminada de un incidente que el Legislador ha querido reservar para un caso
determinado, sin que ello implique una situación de indefensión para el recurrente que
pudiera desembocar en una falta de tutela judicial efectiva (así resulta, entre otras, de la
Sentencia del Tribunal Constitucional núm. 138/1995, de 25 septiembre)» 25).
Se añade en el artículo 92.5: «durante este plazo estarán de manifiesto las actuaciones
procesales y el expediente administrativo en la Oficina Judicial». Una regulación similar
se contemplaba en el antiguo artículo 94 de la LJCA y por eso resulta aplicable, a título
explicativo, al último inciso de este artículo 92.1 de la LJCA, la STS de 18 de abril de 1995:
«ciertamente, en contra de lo dispuesto por la Ley de la jurisdicción contencioso-
administrativa, no se efectuó entrega de copia de cada uno de los recursos de casación
interpuestos para que la contraria formalizase por escrito, en el plazo de treinta días, su
oposición al recurso de la otra parte, pero, sin embargo, tal infracción sólo acarrearía la
nulidad de actuaciones si se hubiese producido indefensión (...)».
En estos supuestos referidos en último lugar se habla de adhesión, pero es distinto del
caso que planteamos inicialmente (de la adhesión como es en el marco de la apelación),
pese a que esta jurisprudencia citada estaría informando de la imposibilidad de la
adhesión propiamente dicha.
Este criterio, pese a su contundencia, nos parece lege ferenda discutible, porque no
parece tan claro que el recurrido, si recurre otro sujeto, no debiera poder plantear,
como en apelación, motivos contrarios a la sentencia para mejorar su posición. Una
posible referencia de estudio podría ser la adhesión en el recurso de casación en el
Derecho comunitario europeo (STJUE de 10 de noviembre de 2016, C 449/14).
Desde una perspectiva general, esta regulación mantiene, por tanto, el característico
sistema de dos fases: primero, la preparación del recurso de casación; segundo, el
recurso propiamente dicho. El mayor rigor de la fase de preparación del recurso podría
verse fruto de las mayores exigencias que se vinieron poniendo a dicha fase, ya que en
aplicación de la versión original de la LJCA 1998 se fueron inadmitiendo por el TS
escritos de preparación del recurso de casación por considerarlos no suficientemente
fundamentados (AATS de 14 octubre 2010 y de 3 de febrero de 2011).
Sin embargo, tal como venimos argumentando, en este contexto general del especial
rigor que se exige para el recurso de casación contrastando con un régimen de admisión
discrecional y con el hecho del porcentaje no elevado de admisiones que se están ya
produciendo, nos suscita igualmente dudas esta doble fase, de preparación y recurso.
Este apartado afirma que «la sentencia fijará la interpretación de aquellas normas
estatales o la que tenga por establecida o clara de las de la Unión Europea sobre las que,
en el auto de admisión a trámite, se consideró necesario el pronunciamiento del
Tribunal Supremo. Y, con arreglo a ella y a las restantes normas que fueran aplicables,
resolverá las cuestiones y pretensiones deducidas en el proceso, anulando la
sentencia o auto recurrido, en todo o en parte, o confirmándolos. Podrá, asimismo,
cuando justifique su necesidad, ordenar la retroacción de actuaciones a un momento
determinado del procedimiento de instancia para que siga el curso ordenado por la ley
hasta su culminación».
Esta regulación recuerda a los efectos de la estimación del recurso de casación (artículo
95 de la LJCA versión precedente), pero es más que clara la diferencia, ya que este
precepto citado en último lugar iba matizando, en función del motivo en cuestión, si el
TS mandaba reponer las actuaciones al estado y momento en que se hubiera incurrido
en la falta, o resolvía lo que correspondiera dentro de los términos en que apareciera
planteado el debate.
En otro orden de cosas, cuando este artículo 93 de la LJCA afirma que la sentencia
«resolverá las cuestiones y pretensiones deducidas en el proceso» ello debiera llevar a
resolver un problema que se está planteando en la práctica procesal, relativo a casos
paradójicos en que un particular recurre en instancia con varias pretensiones fundadas
en Derecho, estimándose el recurso contencioso-administrativo por una de tales
pretensiones, dejándose sin juzgar los restantes, de modo que, una vez recurre la parte
contraria, centra ésta todos sus esfuerzos en combatir esa pretensión que dio lugar a la
estimación del recurso. La cuestión entonces es que, si en casación el TS da la razón al
recurrente que perdió en instancia por entender que le asiste razón en cuando a esa
concreta pretensión invocada, ello no debe llegar a dejar sin juzgar los demás
pretensiones de la demanda de la parte que venció en instancia.
Por otra parte, se reitera en este momento la doctrina jurisprudencial en virtud de la cual « la
competencia de las Salas de esta Jurisdicción es improrrogable , presupuesto que, por afectar
al orden público procesal, puede y debe ser examinado por aquéllas, tanto a instancia de
parte como incluso de oficio, con carácter previo al posible estudio de las cuestiones de
fondo» (STS de 27 de enero de 1997).
Esta regulación recuerda al antiguo artículo 88.3 de la LJCA, si bien este precepto aludía
a cuando el recurso de casación se fundara en el motivo de quebrantamiento de las
formas esenciales del juicio por infracción de las normas reguladoras de la sentencia o
de las que rigen los actos y garantías procesales la LJCA de 1998. Si bien no estaba
prevista, expresamente, esta regulación en la LJCA precedente, la jurisprudencia del
Tribunal Supremo venía admitiendo la posibilidad de integrar las afirmaciones fácticas
contenidas en la resolución recurrida (véase la STS de 30 de septiembre de 1996, AA , 8,
1997, § 154).
13. ARTÍCULO 93.4. COSTAS PROCESALES
Sin embargo, es preciso hacer notar que la inadmisión a trámite del recurso de casación
( ex artículos 90.8 y 92.4 de la LJCA redactados Asimismo, por la L.O. 7/2015, de 21 de
julio) comportará la imposición de las costas a la parte recurrente, pudiendo tal
imposición ser limitada a una parte de ellas o hasta una cifra máxima.
FOOTNOTES
1
«A) En primer lugar, y de conformidad con el artículo 63.1.b de la Ley 7/1985, de 2 de abril,
Reguladora de las Bases del Régimen Local (LBRL), plantea la citada entidad ahora recurrida la
falta de legitimación de los Concejales recurrentes por cuanto, si bien los mismos ostentaban tal
condición, del Ayuntamiento de S., y votaron en contra del Acuerdo parcialmente anulado, sin
embargo, ya habían perdido la condición de Concejales de la citada Corporación local en el
momento del inicio del Incidente de inejecución de sentencia, careciendo, pues, según se
expresa, de toda referencia material con el litigio. En concreto, el citado precepto dispone que
“Junto a los sujetos legitimados en el régimen general del proceso contencioso-administrativo
podrán impugnar los actos y acuerdos de las entidades locales que incurran en infracción del
ordenamiento jurídico:... b) Los miembros de las corporaciones que hubieran votado en contra
de tales actos y acuerdos”.
La causa de inadmisión ha de ser rechazada. Obvio es que los mismos, con independencia de su
continuidad, o no, como Concejales del Ayuntamiento de S..., siguen, desde la perspectiva
procesal que nos ocupa, siendo partes en el recurso contencioso-administrativo que en su día
interpusieron, sin que el Incidente de inejecución de sentencia pueda considerarse como un
procedimiento independiente y autónomo, pues de lo que ahora se trata es, simplemente, de
determinar la forma de ejecutar la sentencia en el procedimiento dictada; a mayor
abundamiento, tampoco podría negárseles la condición de personas afectadas por el litigio, que
ellos mismos interpusieron tras haber votado en contra, y a las que el artículo 104.2 de la
LRJCA considera legitimadas para instar la ejecución forzosa de la sentencia.
B) También ha de rechazarse, desde una segunda perspectiva, la misma falta de legitimación
con base en la ausencia de alegaciones de los citados recurrentes a la solicitud municipal de
inejecución de sentencia; esto es, así como la Sala de instancia les impidió la proposición de
pruebas, por la ausencia de tales alegaciones (en las que debería haberse incluido la solicitud
del Incidente a prueba con fijación de puntos de hecho), igualmente debería habérseles
impedido que recurrieran en súplica el primero de los Autos que ahora se impugnan. Ya hemos
dicho que se trata de personas que fueron parte en el procedimiento principal –parte
recurrente–; que continúan con dicha condición procesal a pesar de haber dejado de ser
Concejales; que, además, son personas afectadas; y, en fin, añadimos, que no pierden ninguna
de las citadas condiciones por el hecho de que les precluyera un determinado trámite procesal
de alegaciones, pues no obstante ello –y sin perjuicio de lo que diremos en relación con la
prueba– su actuación procesal puede continuar en el litigio».
«En cuanto a la inadmisibilidad del recurso por no haber sido aportado el acuerdo para recurrir
adoptado por los órganos competentes de las personas jurídicas actoras, conforme a lo
dispuesto en el artículo 45.2.d) de la Ley reguladora de esta Jurisdicción, la pretensión de la
Abogacía del Estado no puede ser acogida pues la cuestión ha sido suscitada por primera vez
ahora en casación, al formular su oposición al recurso, debiendo notarse que el citado artículo
45.2.d) se refiere al escrito de iniciación del recurso contencioso administrativo y no al de
formalización del recurso de casación, para el que la legitimación activa es ostentada, de
conformidad con el artículo 96.3 de la Ley Jurisdiccional de lo Contencioso-Administrativo
modificado por la Ley 10/1992 de 30 de abril, por quienes hubieren sido parte en el proceso a
que se contraiga la sentencia».
Añade: «del examen de las actuaciones practicadas en autos, ambos presupuestos o requisitos
se cumplieron al no haberse practicado por la Sala las pruebas documentales, consignadas
como números 2 y 3 del escrito de proposición, presentado en fecha veinticuatro de noviembre
de dos mil seis, pues, a pesar de que la codemandada no impugnara la providencia de
veinticinco de julio de dos mil, en la que el Tribunal precisó que “la falta de práctica
documental a que se refiere, no reviste especial transcendencia que imposibilite a las partes
evacuar dicho trámite de conclusiones. Ello, sin perjuicio de que este Tribunal al momento de
deliberación y fallo del presente recurso, pudiese acordar, si así lo estimase pertinente, su
práctica para mejor proveer”; es lógico que no se recurriera aquella resolución que dejaba
abierta la práctica de las mencionadas documentales como diligencia para mejor proveer, pues
en su escrito de conclusiones de tres de septiembre de dos mil siete reiteró que como diligencia
para mejor proveer –hoy diligencias finales– que se acordara la práctica de las referidas
documentales. Por otra parte, entendemos frente al criterio de la Sala de instancia que al no
practicarse las mencionadas pruebas documentales se ocasionó indefensión para la recurrente,
dado que las citadas documentales tenían una trascendencia vital para justificar la causa de
inadmisibilidad alegada en cuanto tenían por finalidad acreditar la validez y eficacia de la
notificación realizada en la oficina de farmacia de la señora (...). Por todo ello, nuestra Sala
entiende que procede estimar el motivo de casación invocado y retrotraer las actuaciones
procesales al momento inmediatamente anterior a la presentación por las partes intervinientes
en la instancia de sus escritos de conclusiones, para que la Sala acuerde que se practique la
prueba solicitada por la recurrente y una vez practicada con los requisitos que exige la Ley,
prosiga su tramitación dictando en su día la sentencia que proceda».
Pueden verse los consejos para formular la preparación de la casación de J. HUELIN MARTÍNEZ DE
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Pueden verse los consejos para formular la preparación de la casación de J. HUELIN MARTÍNEZ DE
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Pueden verse los consejos para formular la preparación de la casación de J. HUELIN MARTÍNEZ DE
La lógica estaba en acreditar bien los motivos y en no equivocarse en la selección de los mismos
(ATS de 10 de septiembre de 1997 inadmitiendo el recurso ante la invocación errónea del
«quebrantamiento de las formas esenciales del juicio por infracción de las normas reguladoras
de la sentencia»; puede verse también STS de 7 de febrero de 1997; ATS de 29 de septiembre de
1997; ATS de 19 de diciembre de 1997; STS de 15 de noviembre de 2012 [RJ 2013, 258]).
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16
Si se trata de sentencias dictadas por los juzgados, sólo resultan éstas recurribles si contienen
una doctrina gravemente dañosa para los intereses generales y son susceptibles de extensión de
efectos (artículo 86.1 LJCA, párrafo 2.º). Para comprobar si la sentencia es recurrible, el juez de
lo contencioso-administrativo debe verificar (i) si es susceptible de extensión de efectos, (ii) si se
ha argumentado por el recurrente que contiene una doctrina gravemente dañosa para los
intereses generales y (iii) si el escrito de preparación reúne los requisitos a que se refiere el
artículo 89.2 LJCA (con el alcance ya expresado). La primera de esas circunstancias es objetiva
(los artículos 110 y 111 LJCA determinan qué sentencias pueden ser objeto de extensión de
efectos), por lo que es comprobable por el juez autor de la resolución que se pretende recurrir.
La segunda, sin embargo, no lo es; respecto de ella el juez debe ceñirse a constatar que el escrito
de preparación contiene un razonamiento específico encaminado a justificar la existencia de la
doctrina gravemente dañosa para los intereses generales que se denuncia; pero la
determinación de si, efectivamente, tal requisito concurre materialmente en el supuesto
analizado es competencia reservada al Tribunal Supremo [autos de 27 de febrero de 2017
(queja 36/2017, FJ 2.º) y 28 de febrero de 2017 (queja 37/2017, FJ 2.º)]. El juez de lo contencioso-
administrativo no puede, pues, decidir si su sentencia contiene o no una doctrina gravemente
dañosa para los intereses generales, a efectos de determinar si es susceptible de recurso de
casación (J. HUELIN MARTÍNEZ DE VELASCO, «La nueva casación contencioso-administrativa (primeros
pasos)» Revista General de Derecho Constitucional , Iustel, n.º 24, abril 2017).
17
El artículo añade: «con excepción del Presidente de la Sala, dicha composición se renovará por
mitad transcurrido un año desde la fecha de su primera constitución y en lo sucesivo cada seis
meses, mediante acuerdo de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo que determinará sus
integrantes para cada uno de los citados periodos y que se publicará en la página web del Poder
Judicial».
18
Para una interpretación «curiosa» del régimen de admisión, a fin de concluir su compatibilidad
con el artículo 24 CE puede verse F. VELASCO CABALLERO, «Motivación de las resoluciones de
inadmisión en la nueva casación contenciosa (I): constitucionalidad abstracta de la nueva
regulación», Centro de Investigación sobre Justicia Administrativa , 2016.
19
20
Esta regulación (que tiene referencia en el artículo 104 de la LJCA de 1956) llevó a matizar que,
declarada la inadmisibilidad por los motivos principales, se cierra la posibilidad de examinar
los restantes motivos sobre el fondo del tema debatido, siempre que sólo puedan ser
considerados de haber resultado aquél procedente (ATS de 17 de septiembre de 1997). Asimismo,
este régimen se relacionaba con la cuantía, cuando el TS declaraba la inadmisibilidad respecto
de las «liquidaciones cuya cuantía sea inferior a la exigida para el recurso de casación» y la
admisibilidad respecto de las que excedan de dicha cuantía (STS de 22 de julio de 1998).
21
STS de 30 de mayo de 1997; STS de 9 de octubre de 1997; STS de 22 de noviembre de 1997): «esta
falta de relación entre los motivos de casación invocados y las razones jurídicas en que se basa
la sentencia recurrida deberían haber sido causa suficiente para inadmitir el recurso
interpuesto (hoy artículo 93.2.b LJCA) si bien, como hemos declarado reiteradamente (...) las
causas de inadmisión, una vez admitido a trámite el recurso de casación, se transforman en
causa de desestimación al dictarse sentencia».
22
La sentencia del Tribunal Supremo de 2 de diciembre de 2002, rec. 1211/2000, estima el recurso
de apelación contra la ejecución provisional de la sentencia que condena a la Administración al
pago de una suma de dinero en concepto de daños y perjuicios ante la falta de presentación de
aval al que se condicionaba la ejecución. La consecuencia es que procede devolver la suma
percibida por parte de la ejecutante.
23
24
25
Puede verse la STC 138/1995; asimismo, en idéntico sentido que el auto que acaba de
transcribirse, ATS de 14 de noviembre de 1997; ATS de 14 de noviembre de 1997; ATS de 28 de
noviembre de 1997; ATS de 17 de octubre de 1997; ATS de 1 de julio de 1997; ATS de 23 de
septiembre de 1997; ATS de 22 de diciembre de 1997, etc.
26
Añade el precepto: «durante este plazo estarán de manifiesto las actuaciones procesales y el
expediente administrativo en la Oficina judicial. En el escrito de oposición no podrá
pretenderse la inadmisión del recurso».
27
28
«Este motivo casacional debe entenderse comprensivo de los supuestos de decisiones que
desconozcan los límites de la jurisdicción respecto de otros órdenes jurisdiccionales o los demás
poderes del Estado» (ATS de 10 de septiembre de 1997).
29
En cambio, el silencio judicial sobre una de las cuestiones planteadas no es por sí mismo
«defecto de jurisdicción», ya que aquél consiste, en cambio, en la «falta de ejercicio de la
facultad jurisdiccional» (STS de 23 de junio de 1997; STS de 23 de abril de 1996; STS de 15 de
julio de 1997). Esto no quiere decir tanto que la incongruencia de la sentencia no pueda basar el
recurso de casación como que tenga que alegarse apoyándose en otro motivo (concretamente el
quebrantamiento de las formas esenciales del juicio por infracción de las normas reguladoras
de la sentencia).
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XLI. La revisión de sentencias (artículo 102 LJCA) y recursos de reposición
contra las resoluciones del Letrado de la Administración de Justicia (artículo 102 bis de
la LJCA)
Capítulo XLI
Sumario:
La regulación de la LJCA puede por otra parte entenderse acorde con lo establecido
en el artículo 1796 de la Ley de Enjuiciamiento Civil 1/2000, de 7 de enero.
Los dos primeros motivos previstos en el artículo 102.1 de la LJCA hacen referencia a
la existencia de documentos relacionados con el proceso que se sustanció en su día y
que se pretende sea revisado. Habrá lugar a la revisión, concretamente, si después de
pronunciada la sentencia se recobraran documentos decisivos, no aportados por causa
de fuerza mayor o por obra de la parte en cuyo favor se hubiera dictado.
En este contexto la STS de 12 de junio de 2009 (RJ 2009, 6580) precisa que el documento ha
de existir antes de la sentencia; han de ser decisivos en el sentido de que podrían haber
variado su contenido; ha de haber sido imposible su aportación en el momento procesal
oportuno por fuerza mayor que no se presume sino que ha de acreditarse. De modo que, en
el caso juzgado por tal STS de 12 de junio de 2009 no procede el recurso de revisión ya que los
documentos que se aportan por el recurrente no consta que hubiesen sido retenidos por dolo
de la contraparte (...) ya que la falta de presentación del documento fue debido a la falta de
diligencia del actor intentando ahora interponer este recurso para reabrir la prueba que en
su día no se practicó. Además, si los documentos que se consideran recobrados se
encontraban todos antes de la fecha de la sentencia e incluso antes del recurso contencioso-
administrativo en oficinas públicas, no cabe apreciar retención de documentos ni fuerza
mayor ni obra de la otra parte que impidiesen a la recurrente en revisión su conocimiento y
aportación al juicio.
– Que sean documentos decisivos, no intrascendentes, de suerte que tengan eficacia bastante
para decidir la contienda diversamente a como lo hizo la Sala a quo (STS de 30 de octubre de
1997 FJ 2).
Por tanto, la STS de 29 de marzo de 2012 (RJ 2012, 5157) recurso 37/2010, citando
otras (FJ 2.º) afirma que no procede la revisión invocando éste una sentencia posterior a
la que se pretende revisar, ya que no es un documento decisivo al dictarse aquella, al no
existir por entonces. En esta línea, STS de 20 de octubre de 2011 (RJ 2012, 1323)
(recurso 17/2010), STS de 23 de febrero de 2012 (RJ 2012, 4244) recurso 19/2009,
STS de 14 de febrero de 1998 (RJ 1998, 1390) recurso 354/1995, STS de 28 de
noviembre de 2012 (RJ 2013, 447) (recurso 43/2011).
Según la STS 1023/2016, de 9 de mayo de 2016 (RJ 2016, 2596), «por otra parte, la
jurisprudencia de esta Sala (por todas, la STS de 25 de noviembre de 2005, RR 10/2004) a
la hora de establecer los requisitos exigidos para apreciar la existencia del motivo de
revisión recogido en el artículo 102.1 a) de la LJCA, declara expresamente que ha de
tratarse de documentos anteriores a la fecha de la sentencia firme objeto de la revisión,
no de los que sean posteriores a la misma. Más concretamente, en relación con las
sentencias posteriores, de modo específico también se ha pronunciado este Tribunal,
destacando que no puede reputarse como documento recobrado a los efectos de la
revisión, la aportación de una sentencia posterior en la fecha a la que es objeto de la
revisión, habiendo declarado al respecto que “como fácilmente se puede colegir, una
sentencia posterior no puede constituir tal documento decisivo, por la razón evidente de
que no existía al dictarse la primera” (STS de 14 de febrero de 1998, RR 354/1995). Pues
bien, en el caso que nos ocupa, la sentencia que se aporta como documento, de fecha 26
de mayo de 2014, no puede ser admitida como tal documento recobrado porque la
misma fue dictada por el Juzgado de lo Penal con posterioridad a la fecha de la
sentencia cuya revisión se postula, con lo que no puede conceptuarse como tal
documento a efectos de revisión. Además, siendo posterior a la fecha de la sentencia
impugnada, obvio es que no pudo haber estado retenido por fuerza mayor o por obra de
la parte favorecida por la sentencia firme, y ello por la sencilla razón de que no existía
el pretendido documento al tiempo de dictarse la sentencia cuya revisión se pretende. Si
no existía, mal podía haber sido retenido por fuerza mayor y menos aún por obra de la
parte favorecida por la misma».
Propio del primero de los dos motivos mencionados es, además, que los documentos no
se hubieran podido recuperar antes por causa de fuerza mayor o por maquinaciones de
la contraparte, debiendo entenderse únicamente los términos «recobrar» o «recuperar»
en el sentido de conocer, poder disponer de los mismos o haber desaparecido los
obstáculos que impedían su utilización. De este modo, esa exigencia de que los
documentos no hayan podido ser aportados por causa de fuerza mayor o por maniobra,
exclusivamente imputable al litigante que logró la resolución favorable, impide
considerar como documentos «recuperados» los que el interesado tenía en su domicilio,
incluso aunque ignorase su existencia, y los que obrasen en un Centro o en un Registro
público a disposición del recurrente, por más que desconociese esta realidad (STS de 30
de octubre de 1997).
Por lo que respecta al segundo motivo, se viene entendiendo que este presupone una
declaración judicial de «falso testimonio» en una «sentencia penal o procedimiento
administrativo sancionador» (STS de 13 de abril de 1984 y STS de 11 de diciembre de
1997, FJ 3) o el reconocimiento administrativo de la falta de autenticidad (STS de 26 de
diciembre de 1997). El requisito de la sentencia penal se extiende también al tercer
motivo que se menciona seguidamente.
Afirma éste la posibilidad de revisar la sentencia si, habiéndose dictado ésta en virtud
de prueba testifical, los testigos hubieren sido condenados por falso testimonio dado en
las declaraciones que sirvieron de fundamento a la sentencia.
Por eso interesa en este contexto el nuevo motivo para la revisión de sentencias firmes
que se refiere a la ejecución de resoluciones del TEDH y que se introdujo como apartado
2 del artículo 102 de la LJCA por la Disposición final tercera.Tres de la L.O. 7/2015,
de 21 de julio, entrando en vigor el 1 de octubre de 2015. Efectivamente, se puede instar
la revisión de una resolución firme cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
haya declarado que dicha resolución ha sido dictada en violación de alguno de los
derechos reconocidos en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos y Libertades Fundamentales y sus Protocolos, siempre que la violación, por su
naturaleza y gravedad, entrañe efectos que persistan y no puedan cesar de ningún otro
modo que no sea mediante esta revisión, sin que la misma pueda perjudicar los
derechos adquiridos de buena fe por terceras personas.
En cambio, el ATS de 4 de abril de 2017 (PO 1455/2015), civil, sobre el asunto de las
cláusulas suelo, con amplias citas jurisprudenciales, concluye que una sentencia del
TJUE no permite la revisión de sentencias nacionales firmes. El criterio que aplica este
auto de inadmisión de la revisión de la sentencia pedida por el recurrente, apoyándose
en la jurisprudencia del TJUE, es el de que tal revisión es solo posible cuando lo prevea
el ordenamiento nacional; y no es así en el caso español. En general el TS insiste en que
este procedimiento de revisión es excepcional, de aplicación restrictiva, sin ser posible
su transformación en una nueva instancia del mismo proceso ( STS de 29 de
noviembre de 2012 (RJ 2013, 1671), recurso 24/2011). Sin embargo, este criterio ha sido
matizado por el propio TS en este mismo caso de las cláusulas suelo.
Esta problemática lleva al artículo 40.1 de la LOTC, que prevé que únicamente podrá
revisarse lo resuelto en un proceso contencioso-administrativo contra resoluciones
sancionadoras en los que se haya hecho aplicación de la Ley declarada inconstitucional
posteriormente, si no se ha ejecutado la sanción. Por lo tanto, al haberse ejecutado la
sanción, puesto que el actor reconoce que la ha abonado con anterioridad a la
publicación de la sentencia del TC, no es factible revisar su legalidad. Atender la
solicitud del recurrente supondría que habría que revisar todas las sanciones que
fueron impuestas y pagadas por aplicación del precepto declarado nulo por el TC desde
la promulgación de aquel; lo que no está previsto en la normativa del TC.
5. RÉGIMEN PROCESAL
Considerando los plazos que vienen en la LEC, es exigible que el recurrente cite la fecha
en la que descubre el documento que revelaba la supuesta falsedad (STS de 1 de
diciembre de 1997, declarando extemporáneo el procedimiento de revisión porque no se
acredita la fecha de descubrimiento del documento).
B. REGLAS DE COMPETENCIA
Sobre los procedimientos de revisión contra las sentencias firmes de los Juzgados de lo
Contencioso-administrativo entienden los Tribunales Superiores de Justicia ( artículos
10.3 y 16.4 de la LJCA).
Sobre la revisión contra sentencias firmes dictadas por las Salas de lo Contencioso-
administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia, de la Audiencia Nacional y del
Tribunal Supremo conoce el Tribunal Supremo ( artículo 12.2.c de la LJCA).
2.º Cuando se descubra que en las cuentas que hayan sido objeto de la sentencia definitiva
existieron errores trascendentales, omisiones de cargos importantes o cualquier otra
anomalía de gran entidad.
3.º Si la sentencia hubiere recaído en virtud de documentos declarados falsos o cuya falsedad
se reconociese o declarase después.
5.º Cuando la sentencia se funde en lo resuelto respecto a una cuestión prejudicial que
posteriormente fuere contradicha por sentencia firme del orden jurisdiccional
correspondiente.
6.º Si los órganos de la jurisdicción contable hubieren dictado resoluciones contrarias entre
sí, o con sentencias del Tribunal Supremo en materia de responsabilidad contable, respecto a
los mismos litigantes u otros diferentes en idéntica situación donde, en mérito a hechos,
fundamentos y pretensiones sustancialmente iguales, se llegue a pronunciamientos distintos
(véase la STS de 19 de noviembre de 1998, AA , 14, 1999, § 248).
A. INTRODUCCIÓN
Esta STC, declarando la inconstitucionalidad y nulidad del primer párrafo del apartado 2
del art. 102 bis de la LRJCA (relativo a que «contra el decreto resolutivo de la
reposición no se dará recurso alguno, sin perjuicio de reproducir la cuestión al recurrir,
si fuere procedente, la resolución definitiva»), merece en principio un pequeño
comentario explicativo de las razones de la STC. Pero, segundo, esta sentencia lleva a
plantear, además, unas reflexiones sobre el proceso contencioso-administrativo.
Estamos ante un tema, como es sabido, que está afectando a muchos abreviados, el
señalamiento de «vistas» a años «vista», valga la redundancia.
El argumento de la STC es, obviamente, como no puede ser de otra forma, que se crea de
esta forma un espacio de inmunidad a lo judicial, incompatible pues con la Constitución.
Esta STC argumenta (contra este artículo 102bis) que puede haber casos en que no se
recurra la resolución judicial que pone fin al proceso (considerando que es esa la
solución que aporta ese precepto, es decir, que se recurra la resolución judicial final al
proceso, ya que no se recurre la del letrado de la administración de justicia), con lo que
«es obvio que en tales supuestos no sería posible someter el decreto del Letrado de la
Administración de Justicia a la revisión del Juez o Tribunal por vía de recurso contra la
resolución definitiva recaída en el proceso».
Asimismo, conforme al caso planteado, carecería «de objeto alegar la vulneración del
derecho a un proceso sin dilaciones indebidas cuando estas, de haberse efectivamente
producido, ya han cesado, al haber finalizado el proceso judicial».
El debate de fondo que se plantea es realmente el de si, por un lado, otorgar más
funciones a los letrados de la Administración de Justicia (otorgando un sentido a esta
figura, profundizando en las reformas posteriores a la LJCA 1998) pero entonces
pudiendo sacrificar los derechos del justiciable; o bien, apostar por la revisión del
magistrado de sus decisiones, lo cual entonces merma de eficacia a la justicia y hace ver
la pérdida de sentido de tales letrados. Y más allá, el debate final no es sino convertir
letrados de la Administración de Justicia en jueces, al menos, para temas de menor
entidad, ya que lo que hacen falta al parecer son jueces. Sobre todo ello se reflexiona al
final de este tomo.
FOOTNOTES
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XLII. Ejecución de sentencias (Artículos 103 a 113 LJCA)
Capítulo XLII
Sumario:
La STS (Sala 3.ª) de 3 de abril de 2014, Recurso n.º 484/2013, FD 6.º, es clara al respecto
del papel de la Administración en la ejecución de sentencias:
«El principio general contenido en el art.º 118 de la CE, de cumplir las sentencias y
resoluciones firmes, y prestar la colaboración requerida en el curso del proceso y en la
ejecución de lo resuelto, se desarrolla en el art.º 17.2 de la LOPJ, “las Administraciones
Públicas, las Autoridades y funcionarios, las Corporaciones y todas las entidades públicas y
privadas, y los particulares, respetarán y, en su caso, cumplirán las sentencias y las demás
resoluciones judiciales que hayan ganado firmeza o sean ejecutables de acuerdo con las
leyes”, y, en el ámbito contencioso administrativo en el art.º 103.2 de la LJ, “las partes están
obligadas a cumplir las sentencias en la forma y términos que en estas se consignen”.
(...) En definitiva, recordemos que es doctrina pacífica que el derecho fundamental a la tutela
judicial efectiva, comprende el que el fallo se cumpla de manera inalterable, lo que conecta
con el principio fundamental de seguridad jurídica el art.º 9.3 de la CE, que garantiza que las
resoluciones judiciales firmes no serán alteradas o modificadas al margen de los cauces
legalmente previstos. En base al principio de exclusividad jurisdiccional, arts. 117.3 y 118, la
ejecución de las sentencias es una facultad exclusivamente judicial, la Administración carece
al respecto de poder alguno, sino que simplemente se le encomienda la función de
cumplimiento de lo ordenado por el Tribunal competente en el proceso de ejecución,
viniendo obligada, art.º 18.1 de la LOPJ, a prestar la colaboración requerida en el curso de
proceso y en la ejecución de lo resuelto».
Tampoco puede olvidarse que el éxito de la ejecución de la sentencia depende de que los
propios órganos jurisdiccionales se preocupen por instar las medidas legales que sean
necesarias para lograr el cumplimiento efectivo de la resolución judicial 5).
El contenido del fallo vincula desde luego a las partes, sin que pueda obviarse que
también puede originar un deber de colaboración de terceros. En efecto, conforme al
artículo 118 de la CE «es obligado cumplir las sentencias y demás resoluciones firmes de
los Jueces y Tribunales, así como prestar la colaboración requerida por éstos en el curso
del proceso y en la ejecución de lo resuelto», texto que se desarrolla y refuerza con el
artículo 17 de la LOPJ. De ahí que la nueva LJCA diga que todas las personas y entidades
públicas y privadas están obligadas a prestar la colaboración requerida por los Jueces y
Tribunales de lo Contencioso-administrativo para la debida y completa ejecución de lo
resuelto (artículo 103.3).
No obstante esto, es claro que los efectos de las sentencias recaen esencial y
primordialmente sobre las partes, quienes están obligadas a cumplir las sentencias en la
forma y términos que en éstas se consignen (artículo 103.2 de la LJCA). En este sentido,
la LJCA proclama, en este mismo artículo introductorio de la ejecución de sentencias,
que «serán nulos de pleno derecho los actos y disposiciones contrarios a los
pronunciamientos de las sentencias, que se dicten con la finalidad de eludir su
cumplimiento». De esta forma, el Legislador recoge la doctrina del Tribunal
Constitucional referente a los «fallos aparentes o desobediencia disimulada» (STC
167/1987).
En suma, la STC 211/2013 declara la vulneración del derecho a la tutela judicial efectiva
cuando una resolución judicial insta a la iniciación de un nuevo proceso para la
impugnación de un acto administrativo dictado en ejecución de sentencia.
Como curiosidad, citar el ATS de 29 de marzo de 2017 (rec. 333/2013) por el que el TS
considera que no merece la pena que se abra un procedimiento de ejecución de
sentencia contra la Administración condenada, en atención a la cantidad a ejecutar (48
euros) cantidad que «desde luego, queda compensada con creces si no condenamos al
recurrente en las costas de este incidente».
C. SUSPENSIÓN DE LA EJECUCIÓN
Por otro lado, como criterio general puede añadirse (tal como explica el uto del Tribunal
Superior de Justicia de Madrid de 14 de noviembre de 2006, rec. 1021/1990) que procede
la ejecución de la sentencia (que, en el caso enjuiciado, ordena demoler parte del centro
parroquial de una Iglesia) a pesar de estar pendiente la admisión de un recurso de
amparo ante el TC. De lo contrario, se afectaría al derecho fundamental a la ejecución
de sentencias. En apoyo de este criterio ha de citarse el artículo 56 de la Ley Orgánica
2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal Constitucional según el cual la Sala que conozca de
un recurso de amparo suspenderá, de oficio o a instancia del recurrente, la «ejecución»
del acto de los poderes públicos por razón del cual se reclame el amparo constitucional,
cuando la «ejecución» hubiere de ocasionar un perjuicio que haría perder al amparo su
finalidad. Podrá, no obstante, denegar la suspensión cuando de ésta pueda seguirse
perturbación grave de los intereses generales, o de los derechos fundamentales o
libertades públicas de un tercero. La doctrina del auto citado es la siguiente:
«De ese precepto, cabe destacar varios elementos esenciales, pertinentes para la resolución
de este recurso de súplica. En primer lugar, que el planteamiento del recurso de amparo no
produce automáticamente la suspensión de la ejecución del acto administrativo o de la
sentencia de los que se pretende el amparo. En segundo lugar, que compete a la Sala del
Tribunal Constitucional la decisión sobre la petición de suspensión, o, de oficio, la valoración
de los elementos que conduzcan a la suspensión. En tercer lugar, que no existe
condicionamiento alguno derivado de la interposición del recurso de amparo, para que el
Tribunal sentenciador, frente a cuya decisión se haya deducido aquél, pueda llevar a cabo la
ejecución de lo resuelto, sin perjuicio de acatar, como no podría ser de otra manera, la
decisión del Tribunal Constitucional, cuando ésta se produzca.
Esto implica, entre otras manifestaciones, siguiendo tal auto del Tribunal Superior de
Justicia de Madrid de 14 de noviembre de 2006, «la vinculación de todos los sujetos al
ordenamiento jurídico y a las decisiones que adoptan los órganos jurisdiccionales, no
sólo juzgando, sino también haciendo ejecutar lo juzgado, según se desprende del art.
117.3 CE (SSTC 67/1984, 92/1988 y 107/1992). A ello obedece que el Tribunal
Constitucional reiteradamente haya declarado que la “ejecución de las sentencias”
constituya no sólo parte integrante del derecho fundamental a la tutela judicial efectiva
que el art. 24.1 CE reconoce, sino también (STC 167/1987 de 28 octubre, por todas) un
principio esencial de nuestro ordenamiento, destacando “el lugar central que el respeto
a los fallos judiciales y su efectivo cumplimiento ocupan en un Estado de Derecho como
el que la Constitución proclama en su art. 1” (FJ 2.º)».
Como puede apreciarse, las resoluciones sobre el particular son numerosas, hecho que
se entiende si se considera la extralimitación de la ejecución respecto de la sentencia
viene siendo un motivo frecuente de casación o de apelación (artículo 80.1.b).
La ejecución forzosa puede instarse por cualquiera de las partes y personas afectadas (la
LJCA de 1956 se refería a las «partes interesadas» en su artículo 110; véase la STC
4/1985). Se insta concretamente la ejecución forzosa cuando no se cumple el fallo dentro
de un plazo determinado, dos meses como regla general desde la comunicación de la
sentencia; y, si la sentencia condena a dictar un acto, el plazo que la sentencia establezca
para el cumplimiento del fallo. Transcurridos dichos plazos, se origina una «pretensión
ejecutiva» a favor de los interesados en la ejecución de la sentencia 6).
La STS (Sala 3.ª) de 17 de septiembre de 2008, rec. 5310/2004 (Roj: STS 4951/2008), en su
FD Tercero razona «… que la firmeza constituye un requisito referido, a los incisos
segundo y tercero del citado artículo 72.2, sobre los efectos “erga omnes” de la sentencia
estimatoria de recursos interpuestos contra disposiciones generales o en relación con
los efectos de la nulidad de un acto administrativo que se proyecten sobre una
pluralidad indeterminada de personas, y ello por elementales razones de publicidad de
las normas y por la exigencia de la seguridad jurídica. Y el apartado 2 del artículo 107 de
la LJCA dispone que si la sentencia anulara total o parcialmente una disposición general
o un acto administrativo que afecte a una pluralidad indeterminada de personas, el
letrado de la administración de justicia del órgano judicial ordenará su publicación en
diario oficial en el plazo de diez días a contar desde la firmeza de la sentencia».
En esta línea la STS de 26 de noviembre de 1994, F.D. 5.º prevé: «conforme declaró el
ATS. 3.ª 6.ª, de 11 de enero de 1993, invocado por la recurrente (...) la sentencia
impugnada en casación no es sentencia firme y sólo respecto de éstas se halla prevista la
ejecución definitiva y automática, según resulta del art. 117.3 de la Constitución, art. 919
de la Ley de Enjuiciamiento Civil y 104 de la Ley de esta jurisdicción».
Así también la SAN 4988/2012, de 5 de diciembre de 2012 (n.º rec. 49/2010), entiende que
procede estimar el recurso contra la resolución del TEAC por la que se desestimaba el
incidente de ejecución interpuesto contra un acto dictado en ejecución de una sentencia
de la propia AN, considerando que la liquidación girada por la Administración se dictó
en ejecución de sentencia (de la AN) cuando no tenía aun dicha sentencia carácter de
firme cuando se produjo aquel acto de ejecución.
En estos casos, habrá que conseguirse una equivalencia entre el contenido del fallo y la
prestación que recibe la parte favorecida por la sentencia; el principio general es que las
sentencias tienen que cumplirse en sus propios términos.
Puede ocurrir que alguna ley especial proponga el régimen jurídico a seguir en los
supuestos de imposibilidad de ejecución del fallo, en atención a ciertos intereses
públicos que convenga salvaguardar, pero lo normal es que sea objeto de un proceso de
interpretación judicial, nada infrecuente en la práctica procesal.
Aquello ocurre con el artículo 74 de la Ley 9/2012, de 14 de noviembre, de reestructuración y
resolución de entidades de crédito («imposibilidad de ejecución de sentencia dictada en los
recursos contencioso-administrativos a que se refieren los artículos 72 y 73 de esta Ley),
cuando dispone que 1. “El Banco de España o el FROB podrán alegar ante la autoridad
judicial las causas que determinen la imposibilidad material de ejecutar una sentencia que
declare contraria a derecho alguna de las decisiones o de los actos previstos en los artículos
72 y 73 de esta Ley. El Juez o Tribunal apreciará la concurrencia o no de dichas causas y
fijará, en su caso, la indemnización que deba satisfacerse de acuerdo con el criterio de
atribución de responsabilidad fijado en el artículo 72. El importe de la citada indemnización
alcanzará, como máximo, la diferencia entre el daño efectivamente sufrido por el recurrente
y la pérdida que habría soportado en caso de que, en el momento de adoptarse la
correspondiente decisión o acuerdo, se hubiera producido la liquidación de la entidad en el
marco de un procedimiento concursal. 2. Al valorar las causas que determinan la
imposibilidad material de ejecutar una sentencia, de acuerdo con lo previsto en el apartado
anterior, el Juez o Tribunal habrá de tener particularmente en cuenta: a) El volumen
especialmente significativo o la complejidad de las operaciones afectadas o que pudieran
verse afectadas. b) La existencia de perjuicios que, de ejecutarse la sentencia en sus estrictos
términos, se derivarían para la entidad y para la estabilidad del sistema financiero. c) La
existencia de derechos o intereses legítimos de otros accionistas, socios, obligacionistas,
cuotapartícipes, acreedores o cualesquiera otros terceros, amparados por el ordenamiento
jurídico”».
Como puede apreciarse, el presente tema tiene un indudable interés práctico. En este
sentido, un factor que puede llevar a la desaparición del objeto de la sentencia puede
ser la excesiva duración de los procesos (o la no concesión de una medida cautelar en el
momento procedente).
En este contexto el supuesto puede también referirse a otro tipo de situaciones, igual o
especialmente delicadas, consistentes en la consolidación de la e jecución de una obra
administrativa, con la consiguiente dificultad o imposibilidad para cumplir
efectivamente el fallo que decrete la reposición de la situación precedente a la
realización de la obra consolidada (así, por no haberse decretado la suspensión de la
ejecución de la obra a su debido tiempo, STS de 15 de junio de 1995).
También es habitual que en el contexto del incidente indemnizatorio del artículo 105.2
los interesados pretendan cifras astronómicas, entrando el órgano jurisdiccional a la
determinación de los perjuicios reales. Así por ejemplo, si no cabe demoler un edificio
habiendo no obstante logrado un vecino la anulación de la licencia procederá, según
establece el ATSJ de Madrid de 3 de octubre de 2007 recurso 634/92, indemnizar por los
derechos de privacidad por la construcción de cuatro bloques de 64 viviendas a cuatro
alturas con vistas directas a su vivienda, por la privación de las condiciones adquiridas
en su momento respecto de su vivienda, por la privación de las dotaciones previstas en
la parcela donde se ubica la construcción que debió demolerse, por privación del
derecho a una calidad de vida traducida en una baja densidad de población y por los
quince años de pleitos seguidos (frente a los 17.030.687,72 reclamados se otorgan
75.131,31 euros, tras considerarse los daños y valorarse aplicando la LRSV, el RD
1186/1998, de 12 de junio y el RD 3148/1978, de 10 de diciembre sobre valor catastral, sin
indemnizar daños morales por no haberse acreditado suficientemente).
Dos cosas deben además decirse de este artículo 105.2 de la LJCA; en primer lugar,
insistir en que la facultad de determinación de la indemnización corresponde al órgano
jurisdiccional (con audiencia de las partes y de quienes considere interesados), no al
órgano administrativo (ATS de 1 de julio de 1998).
Finalmente, no es inoportuna en este contexto una cita a los artículos 705 y ss. de la LEC,
y en particular al artículo 717 LEC donde se regula el «cumplimiento por equivalencia»
o «equivalente pecuniario» («Petición de determinación del equivalente dinerario de
una prestación no dineraria»), ya que la Administración también puede verse afectada
por esta regulación en los procesos civiles que sostenga. El art.717 afirma: « cuando se
solicite la determinación del equivalente pecuniario de una prestación que no consista en
la entrega de una cantidad de dinero , se expresarán las estimaciones pecuniarias de
dicha prestación y las razones que las fundamenten, acompañándose los documentos
que el solicitante considere oportunos para fundar su petición, de la que el letrado de la
administración de justicia dará traslado a quien hubiere de pagar para que, en el plazo
de diez días, conteste lo que estime conveniente».
Si se trata de aprobar el coste de un «hacer» no procede el 717 LEC que se reserva para
determinar el equivalente pecuniario de la prestación (AAP de Cantabria 390/2004 de 11
de octubre de 2004). Se desestima la pretensión si no se cuantifica el equivalente (AAP
de Barcelona 56/2008, de 25 de febrero de 2008).
Uno de los temas que ha sentido la reforma de la LJCA de 13 de julio de 1998 es el de las
causas de utilidad pública o de interés social para expropiar los derechos o intereses
legítimos reconocidos frente a la Administración en una sentencia firme. Superando
también la vaguedad de los términos de la LOPJ sobre el particular, la LJCA concreta
dichas causas limitándolas al peligro cierto de alteración grave del libre ejercicio de los
derechos y libertades de los ciudadanos, el temor fundado de guerra o el quebranto de
la integridad del territorio nacional.
Dicha declaración habrá de efectuarse dentro de los dos meses siguientes a la comunicación
de la sentencia. El Juez o Tribunal a quien competa la ejecución señalará, por el trámite de los
incidentes, la correspondiente indemnización y, si la causa alegada fuera la de peligro cierto
de alteración grave del libre ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos,
apreciará, además, la concurrencia de dicho motivo.
3. EJECUTADO EN CONCURSO
La cuestión clave con la que se enfrenta esta modalidad de ejecución es la de los medios
que la LJCA ha arbitrado para lograr el efectivo cumplimiento de la sentencia. En este
contexto puede entenderse la propuesta doctrinal del embargo frente a la
Administración Pública, como medida en la que insiste una autorizada doctrina 7), que
personalmente seguimos en otros trabajos con apoyo en el Derecho comparado.
«La reserva que la CE hace respecto de los bienes de dominio público y los comunales sitúa a
los bienes patrimoniales en situación esencialmente diferente a la de aquéllos y no están
sometidos por ello a la especial protección de la inembargabilidad (...) lo que les permite
integrar un conjunto patrimonial de natural acceso para el embargo (...). Sólo la afectación de
hecho, real y efectiva, de los bienes al uso o al servicio público impide el embargo (...)».
La nueva LJCA establece un mismo plazo de tres meses, pero no para el inicio de la
tramitación sino para la conclusión del procedimiento correspondiente. Podrá ser,
evidentemente, problemático el funcionamiento efectivo de este sistema cuando la
decisión dependa del Parlamento y no de la propia Administración (sobre la virtualidad
de esta regulación véase el Dictamen del Consejo de Estado sobre el Anteproyecto de la
Ley reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa, de 29 de mayo de 1997; n.º
1125/97/RG p. 127).
Por su parte, el Tribunal Constitucional ha venido afirmando que «en ningún caso el
principio de legalidad presupuestaria puede justificar que la Administración posponga
la ejecución más allá del tiempo necesario para obtener, actuando con la diligencia
debida, las consignaciones presupuestarias en el caso de que éstas no hayan sido
previstas» (SSTC 32/1982 y 167/1987); véase también la STC 61/1984. En la práctica
judicial civil no han sido infrecuentes durante los últimos años mandamientos judiciales
que obligaban a la Administración a consignar el pago de la deuda con cargo a los
presupuestos del próximo ejercicio.
Otra cuestión polémica desde siempre es la de los intereses que han de devengarse por
impago de la Administración. El artículo 106 de la LJCA establece primeramente que, a
la cantidad adeudada, se añadirá el interés legal del dinero, calculado desde la fecha
de notificación de la sentencia dictada en única o primera instancia (ATS de 30 de
enero de 1996 AA , 25, 1996, § 473; STS de 17 de marzo de 1998; el interés legal del
dinero, como es sabido, se determina anualmente en la Ley de Presupuestos Generales
del Estado).
No deben confundirse los intereses procesales, que nos ocupan ahora, tras el momento
de la notificación de la sentencia, y los intereses moratorios que se producen (cuando
se hayan solicitado por la actora) desde el momento del recurso contencioso-
administrativo o desde el momento de la reclamación en vía administrativa. Otra
relación posible es con la ejecución provisional, ya que si se paga la cantidad objeto de
sentencia, se evita tener que abonar tales intereses 9). Aunque sea del orden social, la STS
de 5 de mayo de 2014, recurso 1680/2013, establece que la obligación de abonar
intereses procesales en ejecución de sentencia no se paraliza con la presentación del
aval bancario para recurrir, ni con la manifestación por la ejecutada de que se dé
cumplimiento a la condena con cargo al citado aval (en relación con el artículo 576 de la
LEC).
La LJCA de 1998 prevé, igualmente, que transcurridos tres meses desde que la sentencia
firme sea comunicada al órgano que deba cumplirla, se podrá instar la ejecución
forzosa, pudiendo en este supuesto la autoridad judicial (oído el órgano encargado de
hacerla efectiva) incrementar en dos puntos el interés legal a devengar, siempre que
apreciase falta de diligencia en el cumplimiento 10).
El apartado cuarto del artículo 106 de la LJCA regula un supuesto también conocido por
la legislación precedente (artículo 105.3 de la LJCA de 1956) procurando un mayor rigor
en el cumplimiento del fallo judicial: si la Administración condenada al pago de
cantidad estimase que el cumplimiento de la sentencia habría de producir trastorno
grave a su Hacienda , lo pondrá en conocimiento del Juez o Tribunal acompañado de
una propuesta razonada para que, oídas las partes, se resuelva sobre el modo de
ejecutar la sentencia en la forma que sea menos gravosa para aquélla.
Es nuevo, sin embargo, el supuesto previsto en el apartado quinto de este mismo
artículo 106 y que prevé que «lo dispuesto en los apartados anteriores será de
aplicación, asimismo, a los supuestos en que se lleve a efecto la ejecución provisional de
las sentencias conforme a esta Ley» (véanse los artículos 83.2, 84.1 y 91 de la LJCA supra
comentados).
Sin embargo, apunta esta STSJ de 15 de octubre de 2012 que debe recordarse que «la
situación de la Administración demandada que por lo demás es asimilable a la de otras
muchas Administraciones en este momento, y que aunque la ejecución tiene que
llevarse a cabo en la forma menos gravosa para la Hacienda pública, ello no puede
comportar ni transformarse en una mayor gravosidad para la parte acreedora, en este
caso una Comunidad de Regantes. La falta de pago municipal lo es desde los ejercicios
2002 en adelante habiendo adquirido ya desde el año 2005 el compromiso de hacerla
efectiva prorrateándola en 36 meses, sin que conste el cumplimiento de dicho
compromiso y ni siquiera de alguna de las cantidades mensuales comprometidas. Esa
actitud, unido a que aún no puede tenerse constancia de que los presupuestos
municipales contemple esa deuda, se concluye que la medida solicitada no responde
solo a la grave situación económica y financiera en que nos encontramos, sino también
a una posible falta de voluntad de cumplimiento de la Sentencia en sus propios términos
que aún de modo provisional procede ejecutar en los términos señalados» (puede verse
también el ATSJ de Canarias, Las Palmas, de 29 de septiembre de 2009).
Por otra parte, si la sentencia anulara total o parcialmente una disposición general o un
acto administrativo que afecte a una pluralidad indeterminada de personas, el letrado
de la Administración de Justicia ordenará su publicación en diario oficial en el plazo de
diez días a contar desde la firmeza de la sentencia.
La STS de 9 de julio de 2009, Rec. 5176/2007, FJ 5.º afirma que «las medidas consistentes
en la publicación en periódicos públicos y privados y la inscripción en registros que se
establecen en el apartado 1 del artículo 107 de la LJCA, son medidas propias y genuinas
de la fase de ejecución de sentencia que tienden a asegurar la difusión mediante la
publicidad y la inscripción del fallo estimatorio de la sentencia que anula total o
parcialmente el acto impugnado. De modo que se trata de pronunciamientos ajenos al
principio de inmutabilidad de lo acordado en sentencia firme, y que no hubiera podido
ser decidida en la sentencia sencillamente porque hubiera sido prematuro su
planteamiento y resolución».
En este sentido, la sentencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, de 16 de
octubre de 2006, rec. 758/2003, corrobora que «el modo natural de ejecución de una
sentencia anulatoria de una disposición general, es su publicación; así el
pronunciamiento judicial se proyecta sobre el mundo jurídico más allá de la esfera
propia y estricta de la parte beneficiada por la misma, y queda la norma expulsada del
ordenamiento jurídico».
Los problemas jurídicos que pueden originarse en estos casos afectan o afectarán
esencialmente al tema de los «efectos de la sentencia», si se plantea alguna resistencia
de la Administración a cumplir con lo sentenciado (intentando convalidaciones de actos
que pueden no admitir tal convalidación) o cuando aquella se resiste a hacer extensivo
el fallo a favor de terceros que no fueron parte del proceso o si el particular pretende el
reconocimiento de una situación jurídica individualizada.
Más concretamente, si una sentencia declara nula una disposición de carácter general
la STS de 28 de septiembre de 2012 (recurso de casación 1009/2011) no admite
convalidación en fase de ejecución de sentencia. Esta sentencia, tras afirmar que la
conservación del artículo 66 de la LRJAP-PAC (actualmente, 51 de la LPAC) se refiere a
actos y trámites y actuaciones, por contraposición a las disposiciones, añade por lo que
se refiere a la convalidación que del mismo modo la convalidación que se regula en el
artículo 67 de la misma ley se refiere a los actos anulables, permitiendo la subsanación
por su propia naturaleza de los vicios de que adolezcan. Y es que respecto de la
convalidación de disposiciones generales «hemos declarado, al aplicar el artículo 67 de
la LRJAP-PAC, que no procede respecto de los planes de urbanismo porque en primer
lugar por tanto porque está previsto para los actos administrativos y estamos ante una
disposición de carácter general. En segundo lugar, porque los vicios de que adolecen las
disposiciones generales son vicios de nulidad plena respecto de los cuales carece de
fundamento la convalidación invocada. Y, finalmente, y ligado a lo anterior, se hace
preciso recordar que los vicios de invalidez en que pueden incurrir estas disposiciones
generales son únicamente supuestos de nulidad plena, como revela el art. 62.2 de la
LRJAP-PAC (...)» (STS de 21 de mayo de 2010 dictada en el recurso de casación
2463/2006)» 12).
Para ello esta STS de 29 de junio de 2010 se apoya en que «aunque no lo diga el artículo
107.1 de la Ley Jurisdiccional, esa conclusión es inherente al derecho a una tutela
judicial efectiva (artículo 24 de la C.E.), que incluye el derecho a la ejecución de las
decisiones jurisdiccionales. Pues carecería de sentido que quien ha obtenido la
anulación de un acto administrativo mediante sentencia firme tuviera que iniciar otro
pleito distinto para lograr que la Administración no diera después al acto anulado
cualquier tipo de eficacia. Y esto es lo que ocurre en el caso de autos, pues el
Ayuntamiento de... ha pretendido con el acto convalidatorio... salvar de una forma ilegal
la anulación de ésta decretada por los Tribunales, lo que significa incumplir los
términos de la sentencia».
Bien diferente del supuesto anterior es la ejecución de una sentencia que ha estimado
una pretensión a una prestación (artículos 29 y 32 de la LJCA), ya que en estos casos la
«condena versará preferentemente sobre el desarrollo de una actividad prestacional »
(C. SENES MOTILLA, La Ley , 4692, 1998, p. 5) debiendo por tanto la Administración
conceder la prestación a la que se refiere la sentencia.
Conviene recalcar que a este supuesto debe añadirse también el caso en que se haya
ejercitado una pretensión de anulación contra la denegación de la solicitud del
particular que requiere un acto, ya que, según la LJCA, esta pretensión conduce,
igualmente, a una sentencia condenatoria. Concretamente, la Administración deberá
dictar el acto requerido, al que el particular tiene derecho (artículos 27, 31 y 71 de la
LJCA).
La LJCA de 1998 otorga al Juez o al Tribunal diferentes facultades para llevar a efecto la
sentencia, si ésta condena a la Administración a realizar una determinada actividad o a
dictar un acto (artículo 108):
El número 3 de este artículo 108 fue introducido por el apartado cuatro de la disposición
final tercera de la L.O. 7/2015, de 21 de julio, por la que se modifica la L.O. 6/1985, de 1
de julio, del Poder Judicial. Se trata de una regulación que está originando dudas en
cuanto a su aplicación. Y que tiene un indudable interés práctico. Se pretende que el
afectado tenga una garantía de cobro 14).
Declara el TS que el art. 108.3 LJCA no constituye un obstáculo a la ejecución por imposibilidad
legal o material de llevarla a efecto, sino que añade al deber de demoler el de garantizar los
perjuicios que puedan derivarse para terceros de buena fe.
A través de los incidentes, la Administración Pública, las demás partes procesales y las
personas afectadas por el fallo, podrán promover cuantas cuestiones se planteen en la
ejecución y especialmente las siguientes (artículo 109 de la LJCA):
En qué consiste este trámite de incidentes, nos lo dice el artículo 109.2 y 3 de la LJCA: del
escrito planteando la cuestión incidental se da traslado por el letrado de la
administración de justicia a las partes para que, en plazo común que no excederá de
veinte días, aleguen lo que estimen procedente. Evacuado el traslado o transcurrido el
plazo a que se refiere el apartado anterior, el Juez o Tribunal dictará auto, en el plazo de
diez días, decidiendo la cuestión planteada sin contrariar el contenido del fallo .
«En el orden lógico que nos propusimos, procede precisar ahora qué ha de entenderse por
“personas afectadas”. Para ello, debe ser punto de partida la observación de que el legislador,
o mejor dicho, las normas que hemos de interpretar, constituidas básicamente por los ya
citados artículos 72.2, 104.2 y 109.1 de la LJCA, emplean un verbo, afectar, cuyo significado en
nuestra lengua no es otro, en la acepción que aquí interesa, que el de menoscabar, perjudicar
o dañar. Debe serlo, también, la observación de que ninguna de esas normas añaden a la
exigencia de que la persona esté afectada algún otro requisito o presupuesto; en concreto, no
añaden el requisito o presupuesto de que la persona afectada no hubiera podido ser parte en
el proceso declarativo o de conocimiento; y no lo añaden pese a que los dos últimos artículos
se refieren a las “personas afectadas” inmediatamente después de referirse a las “partes”, lo
que inclina a pensar que un requisito o presupuesto como el que acabamos de indicar sí
hubiera sido introducido en ellos si en su espíritu estuviera presente la idea de que las
personas afectadas lo fueran no todas, sino sólo, excepcionalmente, las que no hubieran
podido ser parte procesal; conclusión que vemos reforzada al observar que es el artículo 110
de la LJCA, referido a la extensión de los efectos de una sentencia que hubiere reconocido
una situación jurídica individualizada (precepto reformado a través de la Ley Orgánica
19/2003, para atajar la polémica que su inicial redacción había levantado en el extremo,
precisamente, de que tal “extensión de efectos” pudiera favorecer a quien “consintió”, por no
haberlo impugnado, el acto administrativo), el que ha venido a exigir que no concurra tal
conducta de pasividad, sin que dicha reforma haya afectado a la redacción de los artículos
104 y 109».
«Matizando desde otra perspectiva, cabe añadir que la restricción reconocida en nuestro
ordenamiento jurídico para que una “persona afectada” deba ser tenida como tal es la que
deriva de las normas contenidas en los números 1 y 2 del artículo 11 de la Ley Orgánica del
Poder Judicial, esto es: de la que exige que en todo tipo de procedimiento se respeten las
reglas de la buena fe (número 1); y de la que ordena a los Juzgados y Tribunales que rechacen
fundadamente las peticiones, incidentes y excepciones que se formulen con manifiesto abuso
de derecho o entrañen fraude de ley o procesal (número 2)».
Estamos ante temas inciertos, de lucha procesal, en las que puede primar la
subjetividad. Se reconoce legitimación a las personas afectadas para instar la ejecución
forzosa de la sentencia, por la STS de 7 de junio de 2005, donde una asociación vecinal
exigía el cumplimiento de la ejecución de una sentencia que anulaba la licencia
otorgada para la construcción de tres bloques adosados situados en el entorno del
monumento histórico-artístico de Pazo de Quiñones de León, si bien más recientemente
la STS de 23 de abril de 2010 deniega la personación de la asociación ecologista en la
fase de ejecución por no haber sido parte y no tener la consideración de parte afectada
conforme al artículo 104.2 de la LJCA (puede verse el comentario a esta sentencia de G.
GEIS CARRERAS, RDU, 269, 2011, pp. 107 y ss.).
Se admite legitimación para instar la ejecución a todos los que tuviesen interés (STS de 7
de junio de 2005, analizando la personación como ejecutante de quien no fue parte en la
fase declarativa del proceso; STS de 23 de enero de 2007).
«Personas afectadas por el fallo son aquellas que puedan ver menoscabados o
perjudicados sus derechos o sus intereses legítimos por efecto de la ejecución o de la
inejecución de la sentencia» (STS de 7 de junio de 2005, añadiendo que las personas
afectadas tienen legitimación para promover o intervenir en el proceso de ejecución
como parte activa sin necesidad de haber sido previamente parte en el proceso).
Además, como decían los clásicos del contencioso (así, el prusiano Gneist), «el derecho a
la ejecución de sentencias no puede concebirse únicamente como un derecho del
particular interesado en la ejecución, sino que es también un esencial interés público el
que está implicado en ello como fundamento del Estado de Derecho» (ATS de 16 de julio
de 1991).
Se produce entonces «la nulidad de los actos dictados con la finalidad de eludir el
cumplimiento de la sentencia », lo que no ocurre si los actos son anteriores a la sentencia
en cuestión y no se impugnaron en su momento (ATS de 5 de febrero de 2001 FJ 2.º).
Ha de procurarse el cumplimiento efectivo del fallo. «El Tribunal puede adoptar cuantas
medidas sean conducentes para el cumplimiento del fallo» (STS de 13 de marzo de
1986).
La ejecución de la sentencia no puede contradecir el fallo que ejecuta. Por esta razón, la
parte no puede pretender una corrección de la cantidad que ha fijado la sentencia (STS
de 17 de septiembre de 1997).
A tal imposibilidad en el marco del artículo 105.2 de la LJCA, que se relaciona muy
directamente con el problema de los incidentes de ejecución de sentencia, nos hemos
referido supra ampliamente.
Si, no obstante, se presenta una causa de imposibilidad material o legal de ejecutar una
sentencia, la solución que prevé la LJCA es la de que «el órgano obligado a su
cumplimiento lo manifestará a la autoridad judicial a través del representante procesal
de la Administración, dentro del plazo previsto en el apartado segundo del artículo
anterior», a efectos de que el Juez o Tribunal aprecie la concurrencia o no de dichas
causas y adopte las medidas necesarias que aseguren la mayor efectividad de la
ejecutoria, fijando en su caso la indemnización que proceda por la parte en que no pueda
ser objeto de cumplimiento pleno (artículo 105.2).
Es doctrina consolidada que «la ejecución ha de llevarse a cabo según las normas de
competencia y procedimiento que las leyes establezcan» (STC 4/1988).
Adviértase que el artículo 105.2 de la LJCA prevé expresamente la facultad del órgano
jurisdiccional de decidir si concurre o no causa de imposibilidad de ejecución.
La STC 92/2013 alude a que en el caso planteado se han planteado «sucesivos incidentes
de inejecución de sentencia interpuestos por el Ayuntamiento de A.», al igual que la STC
22/2013 («tras rechazar sucesivos incidentes de inejecución»), o el ATC 104/2013 en
iguales términos (igualmente, J. MOLINS GARCÍA-ATANCE, «El proceso de conflicto colectivo y
el procedimiento de oficio: alcance de la reforma procesal», 8 junio de 2012, Artículo
publicado en Actum Social n.º 64. Junio 2012: «a nuestro juicio, cabe que se interpongan
sucesivos incidentes de ejecución de la misma sentencia colectiva»).
Asimismo, la propia LJCA 29/1998 (en relación con los incidentes en materia cautelar –
art.132–) reconoce la posibilidad de modificar o revocar el criterio judicial si cambian
las circunstancias en virtud de las cuales se hubieren adoptado.
Respecto del plazo de ejecución de una sentencia estaba consolidado el plazo de 15 años,
descartando o superando la interpretación alternativa de tener que acudir a la LEC para
determinar dicho plazo: 5 años. «Consolidado», pese a que hace años este tema fue
polémico y confuso.
La interpretación, en el sentido de acudir al Código Civil, a que se llegó hace unos años,
tras incertidumbres y fallos contradictorios, se ha afianzado, si bien dicho CC se ha
reformado, pasando el plazo de quince a cinco años , si bien dejando al margen las
situaciones previas a la entrada en vigor de tal reforma.
Por eso, las referencias que siguen tienen el sentido de informar que es aplicable el
criterio del CC y no de la LEC, si bien la alusión que concretamente se hace en algunas
de las sentencias que seguidamente se citan, a los 15 años, hay que entender que se
hacen a 5 años.
En este sentido, la STS de 18 de noviembre de 2009 (RJ 2009, 8071) establece dicho
plazo de «15 años» del CC (hoy 5 del mismo artículo 1964 del CC): «en definitiva, ante el
régimen especial de la ejecución de las sentencias de la jurisdicción contencioso-
administrativa y en el que el obligado al cumplimiento de las sentencias y derechos
reconocidos en una sentencia está sujeta al plazo general de prescripción de 15 años
establecido en el artículo 1964 del Código Civil a contar desde la firmeza de la sentencia
tal como previene el artículo 1971 del mismo, sin que pueda afectar al orden
jurisdiccional contencioso-administrativo por tanto el plazo quinquenal de caducidad
que para interponer la demanda ejecutiva prevé el artículo 518 de la vigente Ley de
Enjuiciamiento Civil aunque sea computado desde la entrada en vigor de esta Ley».
Igualmente, la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de las Islas Canarias (Las
Palmas de Gran Canaria) de 10 de enero de 2013, citando numerosas sentencias del
Tribunal Supremo, afirma que al menos a partir de la sentencia del TS de 18 de
noviembre de 2009 «los pronunciamientos son unánimes en el sentido indicado», es
decir, «en definitiva, ante el régimen especial la ejecución de sentencias de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa y en el que el obligado cumplimiento de las
sentencias no es un particular sino una Administración pública que sirve con
objetividad los intereses generales con sometimiento a la ley resulta obligado seguir
manteniendo la clásica doctrina de esta sala de creación para ejercitar las acciones y
derechos reconocidos en una sentencia está sujeta al plazo general de prescripción de 15
años establecido en el artículo 1964 del Código Civil a contar desde la firmeza de la
sentencia ».
Estamos, por cierto, ante un plazo general que afecta también por ejemplo, a la
ejecución de actos de la Administración.
Esta STS de 4 de diciembre de 2009 es interesante porque cita otras sentencias, así la
STS de 17 diciembre 2010 (RJ 2011, 709): «tradicionalmente venimos declarando que la
acción para ejercitar las acciones y derechos reconocidos en una sentencia judicial
firme está sujeta al plazo general de prescripción de quince años establecido en el
artículo 1964 del Código Civil, según dispone el artículo 1971 del mismo. De modo que
no resulta de aplicación el plazo de caducidad de cinco años previsto en el artículo 518
de la Ley de Enjuiciamiento Civil, para interponer la demanda ejecutiva». Y añade la STS
de 4 de diciembre de 2009:
«Resulta obligado, por tanto, citar las sentencias que recientemente se han pronunciado en el
sentido apuntado. Es el caso de la Sentencia de esta Sala de 18 de noviembre de 2009 (RJ
2009, 8071) (recurso de casación n.º 4915/2008), que declara que “En definitiva, ante el
régimen especial de la ejecución de las sentencias en la Jurisdicción Contencioso-
Administrativa, y en el que el obligado al cumplimiento de las sentencias no es un particular,
sino una Administración Pública, que sirve con objetividad los intereses generales con
sometimiento a la Ley, resulta obligado seguir manteniendo la clásica doctrina de esta Sala de
que la acción para ejercitar las acciones y derechos reconocidos en una sentencia está sujeta
al plazo general de prescripción de 15 años establecido en el artículo 1964 del Código Civil, a
contar desde la firmeza de la sentencia, tal como previene el art. 1971 del mismo, sin que
pueda afectar al orden jurisdiccional contencioso-administrativo, por tanto, el plazo
quinquenal de caducidad que para interponer la demanda ejecutiva prevé el art. 518 de la
vigente Ley de Enjuiciamiento Civil, aunque sea computado desde la entrada en vigor de esta
Ley. (...) Acudir al mayor plazo prescriptivo posible para que una sentencia contencioso-
administrativa se ejecute es contribuir al cumplimiento pleno del art. 118 de la CE, máxime
cuando el derecho a la ejecución de la sentencia contencioso-administrativo no puede
concebirse solo como un derecho del particular interesado en la ejecución, al estar implicado
el interés público”.
En consecuencia, ha de estimarse el único motivo invocado, toda vez que la Sala de instancia
ha aplicado indebidamente el artículo 518 de la LEC, que regula el plazo de caducidad de
cinco años, cuando el plazo de aplicación es el de quince años citado».
Los argumentos vienen a ser dos, para excepcionar la aplicación de la LEC: primero que
dicho TS (en sentencias de 29 de diciembre de 2012 rec. 500/2008 y la citada de 18 de
noviembre de 2009 rec. 4915/2008) ha puesto de manifiesto las sustanciales diferencias
entre el proceso civil y el contencioso-administrativo para concluir que el plazo es de
quince años y no cinco 18).
Segundo, que «si la ejecución del acto administrativo está sujeta a los plazos de
prescripción de los derechos sustantivos reconocidos por la Administración, no pueden
resultar de peor condición los derechos reconocidos en sentencia ante la renuencia o el
rechazo de ésta» 19).
Sin embargo, recordemos que el plazo hoy son 5 años, tras la reforma del artículo 1964
del CC, con lo cual el dato de las diferencias entre la jurisdicción contencioso-
administrativa y la civil, queda como un «dato teórico».
«Transcurridos los plazos señalados para el total cumplimiento del fallo, el juez o
tribunal adoptará, previa audiencia de las partes, las medidas necesarias para lograr la
efectividad de lo mandado.
Pero la LJCA llega a afirmar, por una parte, una cláusula general a favor del Juez o
Tribunal, ya que, transcurridos los plazos señalados para el total cumplimiento del fallo,
el Juez o Tribunal adoptará, previa audiencia de las partes, las medidas necesarias para
lograr la efectividad de lo mandado.
La ejecución de las sentencias firmes dictadas después de la entrada en vigor de esta Ley
se llevará a cabo según lo dispuesto en ella. Las dictadas con anterioridad de las que no
constare en autos su total ejecución se ejecutarán en lo pendiente con arreglo a la
misma.
El principio o garantía que acaba de citarse (la reserva de jurisdicción) parece haber
encontrado mayor desarrollo en un ámbito doctrinal que en un plano jurisprudencial;
curiosamente, ya que estamos ante un tema que afecta especialmente a los jueces.
Dentro del fenómeno de la intromisión indebida o excesiva del Legislativo en el ámbito
de la jurisdicción, puede presentarse, siguiendo la conocida y divulgada doctrina de S.
MUÑOZ MACHADO, ( La reserva de jurisdicción , Madrid, 1989, pp. 73 y ss.), el caso de las
Leyes «ex post facto» (dirigidas a convalidar y salvar actos administrativos anulados por
los Tribunales), así como el de la rectificación de previas decisiones judiciales
sustituyéndolas por normas que fijan para el futuro una regulación nueva que desautoriza
dicha jurisprudencia o la deja sin sentido .
2. En este sentido, el citado artículo 117 no puede llevar a una «auténtica cristalización del
ordenamiento resultante de la labor interpretativa llevada a cabo por los jueces y
magistrados en el desempeño de sus funciones jurisdiccionales».
3. Tratándose de una ley aclaratoria , se justificaría la ley si pretende disipar las dudas que
plantea la redacción originaria, siempre que trate de garantizar el principio de seguridad
jurídica.
4. Sensu contrario , tratándose de una ley aclaratoria, no se justificaría ésta en casos en que
no existiese una situación de inseguridad jurídica o la reforma fuera parcial o caprichosa.
Aportando algo de teoría general en la materia, nos dice la STSJ de Canarias (Sala de
Santa Cruz de Tenerife), de 18 de marzo de 1998, que «la disposición (es) aclaratoria»,
puesto que carece de eficacia normativa . En realidad, el Decreto en cuestión (...) tiene
«efectos puramente informativos» (STS de 17 de octubre de 1983).
Una sentencia ilustrativa es la STS de 12 de julio de 1982 cuando pone límites claros a la
facultad de regular de esta forma «aclaratoria», ya que si lo que se pretende es aclarar
no se puede innovar: «la primera de las cuestiones que se plantean, al entrar a
examinar la O. de 27 marzo 1981, es la de su naturaleza jurídica de la norma (..)», pues
«no se concreta (...), sin que pueda acudirse al subterfugio de enmascarar mediante una
pretendida disposición aclaratoria o interpretativa un Reglamento que ejecuta los
preceptos de una Ley, que son claros en su enunciado , y que si de algún complemento
necesitan no es de interpretación, sino de Reglamento de ejecución; en todo caso, si se
tratare de una norma interpretativa o aclaratoria.
En esta línea, de precisar las garantías en estos casos, exige el Tribunal Supremo que la
norma aclaratoria concrete cuál es el precepto que se interpreta o aclara, cuáles son los
términos de la norma aclarada necesitados de aclaración o interpretación y en qué
sentido se aclara la duda, pero manteniendo en su integridad los términos del precepto
aclarado, lo que indudablemente no hace la Orden de 27 marzo 1981, que difiere del texto
de la de 1978 y de la L. de 14 de noviembre de 1977, por lo que no puede ser incluida
dentro del limitado marco de las normas interpretativas o aclaratorias una Orden que
altere o modifique el texto que pretende aclarar o interpretar».
Desde un punto de vista práctico o efectivo, el quid puede estar en relacionar esta
doctrina que expone las limitaciones de las disposiciones aclaratorias con la referida
reserva de jurisdicción, pues este principio está llamado a poner freno a este tipo de
disposiciones legales «poco aclaratorias», cuando sean además reformadoras de la
jurisprudencia con un interés partidista que no valora los elementos de juicio e intereses
que considera la resolución judicial . Dicha reserva de jurisdicción pone de manifiesto la
imposibilidad de que se abuse de este cauce legislativo para imponer un criterio propio
por encima de los distintos condicionantes que tiene en cuenta la judicatura al enjuiciar
el caso.
La doctrina que estamos presentando, sobre los límites jurídicos de las disposiciones
aclaratorias, encontraría su eficacia cuando se relaciona con otros principios (seguridad
jurídica, reserva de jurisdicción, reserva de ley).
En este sentido, la STS de 15 de noviembre de 1983 combina esta doctrina, de los límites
de la aclaración con la reserva de ley, para llegar a declarar que no es de recibo una
determinada disposición pretendidamente aclaratoria. Exige la Sala que «la disposición
aclaratoria o interpretativa mantenga la norma aclarada o interpretada en sus propios
límites, esto es, sin mejorar o agravar la situación del administrado o la de la
Administración, y sin integrar la norma interpretada , ampliando o limitando los
supuestos de hecho o las situaciones que en ella se mencionan, limitándose, por lo tanto,
a precisar una oscuridad o a interpretar lo que la norma primera no dice claramente,
porque todo lo que excede de esta función, no puede ser calificado ni como
interpretación ni como aclaración, sino como integración de un precepto, mediante otro
posterior, acudiendo para ello a la técnica de las disposiciones “interpretativas o
aclaratorias”, que sólo lo serán en tanto en cuanto aclaren o interpreten, mas no cuando
excediéndose de esta función, entren de lleno en el campo acotado para los Reglamentos,
ya que el rango de las normas no depende de su denominación, sino de su naturaleza
intrínseca , y por lo tanto, si en ellas se están desarrollando los preceptos de una Ley, y si
en ellas no sólo se aclaran conceptos –suficientemente claros de por sí, y no necesitados
ni de tal aclaración ni de interpretación alguna, según el aforismo “in claris non fit
interpretatio” – sino que se precisan a efectos del Impuesto General sobre la Renta de las
Personas Físicas cuáles son los conceptos por los que puede deducirse la cantidad del
15% por la adquisición de vivienda habitual, declarando incluso si deben o no
entenderse incluidos en tal concepto de vivienda los garajes, jardines, parques, piscinas,
etc.; si además, se excluyen como gastos deducibles de la cuota, conceptos tales como los
pagados por obras de seguridad en despachos o viviendas, por razón de amenazas,
secuestros o coacciones, y se contienen otras varias precisiones como las mencionadas,
siendo así que ninguna de tales limitaciones o ampliaciones están contenidas en la Ley o
en el Reglamento, nos hallamos ante una integración de una norma, sea legal o
reglamentaria, necesitada de un precepto de ese mismo rango , y no susceptible de ser
incluido dentro de la denominación de “Orden interpretativa”, y mucho menos, no
fiscalizable en vía contencioso-administrativa, la cual deberá calificar la actividad
administrativa para ver si está dentro de sus límites» 27).
Por la vía argumental que abre la doctrina de las decisiones aclaratorias puede llegarse
a la conclusión de la posible invalidez de la norma aclaratoria. Pero este resultado se
conseguirá cuando se vulnera además algún otro principio (por ejemplo, reserva de ley,
seguridad jurídica, o reserva de jurisdicción). Por otra parte, el hecho de que la
disposición sea meramente aclaratoria puede tener relevancia desde el punto de vista
de las disposiciones transitorias 28).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Junto a las obras que acaban de ser citadas pueden consultarse distintas contribuciones
en el monográfico, sobre ejecución de sentencias, publicado en la Revista
Documentación Administrativa , 209, 1987. En esta misma Revista puede consultarse un
trabajo de M. BASSOLS COMA sobre la historia de la ejecución de sentencias. Sobre este
mismo tema, también J. I. LÓPEZ GONZÁLEZ, en J. BARNÉS (coordinador), La justicia
administrativa en el Derecho comparado , Madrid, 1993. Además: J. BARCELONA LLOP, «De la
ejecución forzosa de los actos administrativos a la ejecución forzosa de las sentencias
contencioso-administrativas», RAP , 127, 1992, pp. 171 y ss.; I. BORRAJO INIESTA, «Las
facultades de los Tribunales para ejecutar sentencias contra las Administraciones
Públicas», REDA , 53, 1987, pp. 69 y ss.; J. M. CALDERÓN GONZÁLEZ, La ejecución de sentencias
en el ámbito tributario , Madrid, 2011; A. CANO MATA, «Ejecución de resoluciones
contencioso-administrativas», RAP , 70, 1973, pp. 27 y ss.; del mismo autor, «Ejecución
judicial de sentencias contencioso-administrativas. El embargo a la Administración
como manifestación del principio de tutela judicial efectiva», RAP , 103, 1984, pp. 17 y
ss.; B. COLOM PASTOR, «Una interpretación progresista de los poderes del Juez
administrativo en materia de ejecución de las sentencias de los Tribunales Contencioso-
Administrativos», REDA , 43, 1984, pp. 607 y ss.; L. M. DOMÍNGUEZ RODRIGO, «La potestad
extraordinaria del Gobierno de suspensión o inejecución de sentencias en materia
contencioso-administrativa», REDA , 54, 1987, pp. 187 y ss.; T. R. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ,
«Algunas reflexiones sobre las formas indirectas de incumplimiento por la
Administración de las sentencias de los Tribunales de la jurisdicción contencioso-
administrativa», RAP , 73, 1974, pp. 152 y ss.; del mismo autor, «De nuevo sobre la
ejecución de sentencias contencioso-administrativas», RAP , 84, 1977, pp. 263 y ss.; E.
GARCÍA DE ENTERRÍA, Apuntes de Derecho administrativo de la Cátedra del Profesor GARCÍA DE
ENTERRÍA, Tomo III, Madrid, 1973-1974; del mismo autor, «Sobre el principio de
inembargabilidad, sus derogaciones y sus límites constitucionales y sobre la ejecución
de sentencias condenatorias de la Administración», REDA , 52, 1986, pp. 485 y ss.; del
mismo autor, «La transformación del contencioso-administrativo francés: La reforma
radical del sistema de ejecución de sentencias», REDA , 68, 1990, pp. 593 y ss.; J. GASCÓN
HERNÁNDEZ, «La unidad del Estado y el problema de la ejecución de sentencias», RAP , 13,
1954, pp. 245 y ss.; J. V. GIMENO SENDRA, «Alternativas a la disfuncionalidad del
procedimiento de ejecución de sentencias contencioso-administrativas», REDA , 27, 1980,
pp. 563 y ss.; P. GONZÁLEZ SALINAS, «La ejecución provisional de las sentencias apeladas»,
REDA , 65, 1990, pp. 145 y ss.; A. GUAITA MARTORELL, «Ejecución de sentencias en el proceso
administrativo español», RAP , 9, 1952, pp. 55 y ss.; E. GUTIÉRREZ DE CABIEDES, «Inejecución
por la Administración Pública de condenas pecuniarias acordadas en sentencia firme
judicial», en Libro homenaje a Jaime Guasp , Granada 1984; J. HUELÍN Y MARTÍNEZ DE VELASCO,
«La ejecución anticipada de las sentencias contencioso-administrativas condenatorias
de la Administración», Revista jurídica de Navarra , 17, 1994, pp. 59 y ss.; J. MORENO
VERDEJO, «Ejecución de sentencias no firmes en el proceso contencioso-administrativo»,
AJA , 139, 1994, pp. 1 y ss.; S. LESSONA, «La ejecución de sentencias y decisiones en la
justicia administrativa italiana», RAP , 13, 1954, pp. 103 y ss.; M. MONTORO PUERTO, «Nuevas
perspectivas en la ejecución de sentencias contencioso-administrativas», REVL , 166,
1970, pp. 203 y ss.; J. L. REQUERO IBÁÑEZ, «Ejecución de sentencias en el Proyecto de la Ley
de la jurisdicción contencioso-administrativa. Procedimientos», La Ley , 4570, 1998; M.
SÁNCHEZ-TARAZAGA MARCELINO, «La ejecución provisional de las sentencias contencioso-
administrativas», RGD , 610-611, 1995, pp. 8191 y ss.; C. SÁNCHEZ DE LA MADRID Y OLIVA, «La
ejecución provisional en lo contencioso-administrativo», La Ley , 3211, año XIV, pp. 1 y
ss.; M. SILVA SÁNCHEZ, «La ejecución de sentencias contencioso-administrativas: nuevos
horizontes», RPJ , 41-42, 1996, pp. 333 y ss.; R. DE VICENTE DOMINGO, «La ejecución de la
sentencia administrativa», La Ley , 4490, 1998.
FOOTNOTES
1
Puede verse J. GONZÁLEZ PÉREZ, El derecho a la tutela jurisdiccional , Madrid, 1984, p. 134; I. MARTÍN
DELGADO, Función jurisdiccional y ejecución de sentencias en lo contencioso-administrativo ,
Madrid, 2005; J. PÉREZ ALONSO, «La ineficacia del sistema de ejecución de sentencias en lo
contencioso-administrativo: reflexiones a raíz de la legislación, la jurisprudencia. La realidad
cotidiana: ejemplos prácticos de modelos de “inejecución” de sentencias», Revista General de
Derecho Administrativo 40 2015); B. GÓRRIZ GÓMEZ, «Ejecución de sentencia, falta de competencia
funcional y remisión de actuaciones. (En torno al art. 7.3 LJCA y STSJ de Castilla y León de 16
enero 2015), Revista Aranzadi doctrinal 1 (2017).
SSTC 32/1982, 125/1987, 167/1987, etc.; más recientemente J. PÉREZ ALONSO, «La ineficacia del
sistema de ejecución de sentencias en lo contencioso-administrativo: reflexiones a raíz de la
legislación, la jurisprudencia. La realidad cotidiana: ejemplos prácticos de modelos de
“inejecución” de sentencias», en: La Administración al Día , 11/1/2016; J.M. BAÑO LEÓN, «La
eficacia de las sentencias contra la Administración o la claudicación del Estado de Derecho»,
Derecho Administrativo , número 177/2016).
Se ha dicho por ello que no sería por eso plenamente correcto atribuir el tradicional problema
de la inejecución de sentencias a una laguna legal de la LJCA de 1956 (T. R. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ,
RAP , 84, 1977, p. 274 y antes RAP , 73, 1974, p. 167).
En cuanto a las personas legitimadas para instar la ejecución forzosa éstas son aquellas que
puedan ver menoscabados o perjudicados sus derechos o sus intereses legítimos por efecto de la
ejecución o de la inejecución de la sentencia. Igualmente, «el apartamiento del proceso de
ejecución de quienes hasta entonces lo habían instado no comporta como consecuencia
necesaria la terminación y archivo de tal proceso o fase ejecutiva, sino su pendencia hasta que
concluya el plazo hábil en que la ejecución pueda aún ser ordenada». Este criterio lleva al
Tribunal Supremo (en sentencia de 7 de junio de 2005, rec. 2492/2003) a afirmar la legitimación
de los copropietarios de una comunidad de vecinos para instar la ejecución forzosa de una
sentencia que obliga a la demolición de parte de obras de un centro parroquial amparadas en
una licencia nula pese a no haber sido parte en la fase declarativa del proceso. Es preciso
reconocer «el menoscabo del uso y disfrute de sus viviendas así como de su valor de mercado.
No es obstáculo la existencia de un acuerdo con el Arzobispado por el que la junta de
propietarios manifiesta su falta de interés en la ejecución de dicha sentencia» (esta sentencia
tiene un voto particular).
7
E. GARCÍA DE ENTERRÍA, REDA , 52, 1986, pp. 485 y ss.; la propuesta de GARCÍA DE ENTERRÍA ha tenido
impacto en la doctrina administrativista, que ha seguido esta doctrina (por todos, A. RUIZ OJEDA,
La ejecución de créditos pecuniarios contra entes públicos, Madrid, 1993, p. 250; A. CANO MATA,
RAP, 103, 1984, pp. 17 y ss. con matices). Sobre el Derecho alemán V. GIMENO SENDRA, REDA, 27,
1980, p. 575. Véase también M. Á. GARCÍA VALDERREY, «Sobre el procedimiento para la ejecución de
sentencias que condenan a la Administración al pago de cantidad líquida», El Consultor de los
Ayuntamientos , N.º 12, Jul. 2017, p.1620.
Sin embargo, el lugar apropiado para regular la embargabilidad de los bienes en caso de
inejecución de sentencias condenatorias al pago de una cantidad líquida no puede ser sino éste
de la ejecución de sentencias condenatorias al pago de una cantidad líquida, como es evidente.
No habría hecho falta una extensa regulación en la LJCA, sobre el particular. El «embargo»
podría haberse previsto con carácter restrictivo o limitado, pero como «posibilidad» dentro de
los medios de ejecución forzosa, valorando en todo caso el posible perjuicio de los intereses
públicos y dando audiencia a la Administración.
10
Esta regulación, más tímida que la prevista en algún proyecto anterior de LJCA (que establecía
el devengo automático del incremento de los dos puntos respecto del interés legal del dinero),
configura el incremento de dos puntos como una facultad judicial dependiente de la
concurrencia de un presupuesto tasado: la «falta de diligencia en el cumplimiento» de la
sentencia por la Administración. En conclusión puede decirse que la LJCA tiende a una igualdad
entre las partes procesales (Administración y particulares) y consigue matizar el régimen
excepcional en favor de las Haciendas Públicas del artículo 576 de la LEC (téngase también
presente la desviación en cuanto al plazo de ejecución del artículo 106 frente al artículo 104.2
de la LJCA; puede profundizarse en el tema consultando las SSTC 32/1982 y especialmente
206/1993, fallo del que arrancaría el nuevo sistema legal; y puede verse también, sobre esta
cuestión, el Informe del CGPJ sobre el Anteproyecto de la LJCA p. 167).
Según la STC 69/1996, de 18 de abril, no hay razón constitucionalmente relevante para justificar
un trato distinto en el devengo del interés de demora, a la Administración y a los particulares. El
supuesto se refería al reconocimiento de un abono, en materia social, a unos particulares. Y se
declara que los intereses se generan desde el reconocimiento del derecho en la sentencia
recaída en primera instancia.
11
12
Y cita esta STS de 28 de septiembre de 2012 (recurso de casación 1009/2011 [JUR 2012,
334748]) otras sentencias de apoyo y doctrinas de desarrollo. En concreto, el caso es que cuando
se declara la nulidad judicialmente de unas concretas determinaciones de un plan general o de
algunas de sus normas, la aprobación posterior en ejecución de sentencia de una justificación
que pretende paliar esa ausencia de explicación en el procedimiento de elaboración de la
disposición de carácter general no puede considerarse que cumpla y ejecute la sentencia que
declara la nulidad de una parte del Plan General (en este caso no tenían justificación las
determinaciones y en fase de ejecución se intentó dar tal justificación). «En estos casos no cabe
subsanación, ni enmendar o convalidar el plan nulo. Tampoco pueden conservarse los acuerdos
de aprobación definitiva y otros que se mantienen como si las determinaciones del plan no
hubieran sido declaradas nulas de pleno derecho. Y en fin no podemos considerar que el
posterior complemento de la justificación para la reclasificación de los terrenos pueda tener un
alcance retroactivo para intercalarse en el lugar, dentro del procedimiento administrativo en el
que debió haberse proporcionado».
13
14
15
J. GONZÁLEZ PÉREZ, Código de Justicia Administrativa , Volumen II, Madrid, 2008, p. 3342.
16
J. GONZÁLEZ PÉREZ, Código de la Justicia administrativa , Volumen II, Madrid, 2008, p. 3328; M.
BERMEJO GARDE, «Sobre la ejecución de sentencias contencioso-administrativas con la
Administración pública. La sentencia del TC 167/1987, de 27 de octubre», Revista Jurídica de
Navarra N.º 5, enero-junio de 1988.
17
18
J.P. QUINTANA CARRETERO (dir.), Comentarios a la LJCA , Valladolid 2013 pp.762 y ss.
19
P. SALA SÁNCHEZ/J.A. XIOL RÍOS/R. FERNÁNDEZ MONTALVO, Derecho procesal administrativo , Tomo V,
Barcelona 2013 p.706.
20
21
Tal como nos informa F. CAVAS MARTÍNEZ, «La creación del Derecho del Trabajo y de la seguridad
Social: algunas desavenencias recientes entre el legislador y la jurisprudencia», Aranzadi Social
, 1998, vol. V, Parte Tribuna, pp. 177-188: «en efecto, la Sala 4.ª del Tribunal Supremo, tras
realizar un examen sistemático e integrado de legislación laboral y de Seguridad Social
incidente en el tema, concluyó: 1.º Que constituía situación legal de desempleo la reducción de
jornada, tanto la temporal o transitoria como la indefinida o definitiva, instrumentada por la
vía de modificación sustancial de condiciones de trabajo –Sentencias de 24 febrero 1997; 13
mayo 1997; 14 julio 1997 y 7 de noviembre 1997–, y 2.º Que tras la reforma llevada a cabo en el
Estatuto de los Trabajadores por Ley 11/1994, no era necesaria la previa autorización
administrativa para que quedase configurada la situación legal de desempleo parcial por
reducción individual de jornada –Sentencias de 22 octubre 1997 y 11 mayo 1998–. Solución
jurisprudencial esta que, pese a su coherencia y razonabilidad, no ha logrado consolidarse en
nuestro ordenamiento, pues mediante la Ley de Acompañamiento a la de Presupuestos
Generales del Estado para 1998 se ha adicionado el siguiente párrafo al art. 203.3 LGSS: “A estos
efectos (caracterización del desempleo parcial como situación protegible), se entenderá por
reducción temporal de la jornada ordinaria aquella que se autorice por un período de
regulación de empleo, sin que estén comprendidas las reducciones de jornadas definitivas o que
se extiendan a todo el período que resta de la vigencia del contrato de trabajo”. Regulación legal
de las que derivan varias trascendentes consecuencias» (F. CAVAS MARTÍNEZ, «La creación del
Derecho del Trabajo...»).
22
En la doctrina clásica, por todos, H. KELSEN, La teoría pura del Derecho , Madrid, 1933 (trad. de L.
LEGAZ LACAMBRA, pp. 52 y ss.); RECASENS SICHES, Nueva filosofía de la interpretación del Derecho , FCE,
México-Buenos Aires, 1956, pg. 207; J. L. VILLAR PALASI, La interpretación y los apotegmas jurídico-
lógicos , Madrid, 1975; más recientemente, F. M. CALVO VIDAL, La jurisprudencia ¿fuente del
derecho? , Valladolid, 1992.
23
Por referencia, igualmente, al DERECHO DEL TRABAJO, F. CAVAS MARTÍNEZ, F.: «La creación del Derecho
del Trabajo y de la Seguridad Social: algunas desavenencias recientes entre el legislador y la
jurisprudencia», Aranzadi Social , 1998, Vol. V, Parte Tribuna, p. 178. M. RODRÍGUEZ-PIÑERO Y BRAVO-
FERRER, «Justicia constitucional y fijación de doctrina legal», RL , n.º 20, 1996; J. M. GALIANA MORENO,
«La readaptación judicial del Derecho del Trabajo (el sentido de la equidad y la
jurisprudencia)», Revista Española Derecho del Trabajo , n.º 3, 1980. Véase también J. BERMEJO
VERA, El declive de la seguridad jurídica en el ordenamiento plural , Madrid, 2006.
24
F. CAVAS MARTÍNEZ, «La creación del Derecho del Trabajo y de la seguridad Social: algunas
desavenencias recientes entre el legislador y la jurisprudencia», Aranzadi Social , 1998, Vol. V,
Parte Tribuna, pp. 177-188.
25
Se ha llegado a decir que « es fácil intuir que la aplicación de esta nueva regulación provocará
una auténtica rebelión de los jueces , como la provocada con la entrada en vigor de la Ley del
Suelo de 1956, que, ante la resistencia de la jurisprudencia a aplicar los nuevos valores en ella
establecidos para las dotaciones, obligó a dictar la Ley 52/1962, de 21 de julio, sobre
Valoraciones Urbanísticas y, aun así, se buscaron los medios necesarios, mediante la calificación
de las expropiaciones como ordinarias y no urbanísticas, para aplicar el valor real según lo
previsto en el artículo 43 de la Ley de Expropiación Forzosa, y no el valor inicial previsto en
dicha legislación urbanística para las dotaciones» (J. M. SERRANO ALBERCA, «La modificación de los
artículos 25 y 27 de la Ley de Régimen del Suelo y Valoraciones por la Ley 53/2002, de 30 de
diciembre», Actualidad Jurídica Aranzadi , n.º 581). Sigue argumentándose: «no puede dudarse
tampoco de que, frente a la primacía del criterio de clasificación que ahora se quiere imponer,
aunque como ya hemos visto no es nuevo, sigue manteniendo su vigencia el artículo 26 de la
Ley de Régimen del Suelo y Valoraciones, que establece que el suelo no urbanizable se valorará
teniendo en cuenta el régimen urbanístico y los usos o aprovechamientos de que sea
susceptible. Por otra parte, es difícil pensar que el edificio jurisprudencial sobre valoración de
sistemas generales en suelo no urbanizable, construido paciente y afanosamente a lo largo de
estos años, pueda venirse abajo por mor de esta nueva regulación, pues se asienta sobre sólidos
y consistentes cimientos jurídicos para hacer prevalecer, por encima de otras consideraciones y
de formulaciones más o menos artificiosas, el principio de equidistribución de beneficios y
cargas derivadas del planeamiento, principio este inspirador y nutriente de todo nuestro
ordenamiento urbanístico».
26
En este sentido, se ha dicho que «también es cierto que dicha normativa tiene efectos
meramente aclaratorios y no innovativos (como especifica su Exposición de Motivos) y que, en
todo caso, si alguna jurisprudencia ya había prescindido del mandato que después
expondremos, de valorar el suelo conforme a su clasificación, también puede circunvenir el
mandato expreso contenido en la norma citada » (P. CANCER MINCHOT, «Valoración de terrenos
destinados a infraestructuras supramunicipales: análisis crítico», Revista Urbanismo y
Edificación , n.º 10, pp. 41 y ss. Igualmente, en este extremo, para J. M. SERRANO ALBERCA toda esta
doctrina del Tribunal Supremo «se ha dictado al amparo de las leyes del suelo que han estado
vigentes a partir de 1976. Nos referimos a la propia Ley de 1976, al Texto Refundido de 1992 y a
la Ley de Régimen del Suelo y Valoraciones 6/1998, de 13 de abril, pues expresamente la
Sentencia de 3 de diciembre de 2002 se refiere también a esta Ley. Conviene también observar
que la propia Ley de Régimen del Suelo y Valoraciones, Ley 6/1998, recogió la doctrina
jurisprudencial del Tribunal Supremo sobre valoraciones, al determinar que en éstas debe
tenerse en cuenta el valor real del mercado y el régimen urbanístico incluso aunque los
terrenos expropiados estuvieran clasificados como suelo no urbanizable (art. 26)».
27
28
Según J. M. SERRANO ALBERCA, «La modificación de los artículos 25 y 27 de la Ley de Régimen del
Suelo y Valoraciones por la Ley 53/2002, de 30 de diciembre, de Medidas Fiscales,
Administrativas y del Orden Social (BOE n.º 1313, 31 de diciembre de 2002) y por la Ley 10/2003,
de 20 de mayo. Un intento de rectificación de la doctrina del Tribunal Supremo sobre
valoración de sistemas generales», Actualidad Jurídica Aranzadi , n.º 581: «Como hemos
señalado, la nueva redacción del artículo 25 de la Ley de Régimen del Suelo y Valoraciones no
contiene una norma interpretativa o aclaratoria –como erróneamente dice la Exposición de
Motivos–, sino que, por el contrario, contiene una innovación legislativa, un “ius novum”
pretendido con respecto a la legislación precedente, consistente en un cambio de criterio en la
valoración de sistemas generales y que ahora se hace depender única y exclusivamente de su
clasificación urbanística y no de su destino efectivo, incumpliéndose el principio de
equidistribución de beneficios y cargas y contradiciendo la doctrina jurisprudencial
interpretativa de esta cuestión. Dejar bien claro el carácter de la nueva norma tiene enorme
trascendencia de cara a la aplicación retroactiva o no de la nueva regulación, pues, si se
entendiese –como pretende el legislador– que se trata de una norma aclaratoria e
interpretativa, uno de los efectos inmediatos anudado a este tipo de normas es precisamente su
aplicación retroactiva al momento en que se produjo la norma interpretada o aclarada. Pues,
como ha explicado DE CASTRO, con gran claridad, “la regla interpretativa, cuando manifiesta lo
que verdaderamente significa la anterior, la completa y aclara; sería natural entonces que se
aplique desde aquel momento de la promulgación de la disposición interpretada”.
Sin embargo, aquí no concurre dicha circunstancia: la norma tiene un contenido claramente
innovativo y no está dotada de la retroactividad natural, que es un efecto característico de las
normas aclaratorias o interpretativas.
Debe señalarse, a este respecto, que la Ley de Acompañamiento 53/2002, a través de la cual se
introduce la nueva redacción del artículo 25 de la Ley de Régimen del Suelo y Valoraciones, no
contiene disposiciones transitorias sobre esta cuestión, limitándose a señalar, en la disposición
final 9.ª, que la Ley “entrará en vigor el día 1 de enero de 2003”.
Esto significa que, a falta de disposiciones transitorias específicas, entran en juego las normas
de conflicto generales del ordenamiento español y, entre ellas, la más importante, sin duda, es la
recogida en el artículo 2.3 del Código Civil: “Las Leyes no tendrán efecto retroactivo si no
dispusieran lo contrario”. Este precepto, como recuerda DÍEZ-PICAZO, establece una presunción
“uris tantum” de irretroactividad de las leyes o, lo que es lo mismo, impone la prohibición de
presumir que las leyes tengan efectos retroactivos.
Puede decirse que la regla general que se deduce del artículo 2.3 del Código Civil es que la
eficacia normal de la ley se despliega únicamente para el futuro, es decir, con respecto a las
situaciones que nazcan con posterioridad a su entrada en vigor, por lo que las leyes derogadas
siguen manteniendo una eficacia momentánea.
Sobre la base de estos principios, es evidente que la nueva norma entra en vigor el 1 de enero
de 2003 y, al no tener reconocido expresamente carácter retroactivo, no puede ser aplicada a
situaciones ni a efectos derivados de los mismos que hayan nacido con anterioridad a dicha
entrada en vigor, y en lo que aquí interesa no puede afectar a las expropiaciones iniciadas con
anterioridad a la entrada en vigor, en las que aún se hallan pendientes de resolución por el
jurado, y tan sólo será aplicable a aquellas expropiaciones cuyos expedientes se incoen a partir
del 1 de enero de 2003.
Por último, al no tratarse de una norma aclaratoria o interpretativa, como ya hemos señalado,
no resulta de aplicación la disposición transitoria 5.ª de la propia Ley de Régimen del Suelo y
Valoraciones, en su versión originaria de 1998, que establece que “en los expedientes
expropiatorios serán aplicables las disposiciones sobre valoración contenidas en esta Ley
siempre que no se haya alcanzado la fijación definitiva del justiprecio en vía administrativa”,
porque sería tanto como otorgar plena eficacia retroactiva al nuevo artículo 25 en contra de la
prohibición que impone de no presumir que las leyes tienen carácter retroactivo (art. 2.3 CC)
cuando –como ocurre en este caso– nada disponen sobre el carácter retroactivo, y no puede
olvidarse que, al tratarse de una norma con un contenido innovativo claro respecto a la
legislación precedente, no lleva anudado entre sus efectos el de la retroactividad, que es natural
a las normas aclaratorias o interpretativas».
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XLIII. Los efectos ultra partes de las sentencias (Artículos 110 y 111 LJCA)
Capítulo XLIII
Sumario:
Se plantean a diario incidentes de este tipo más allá de los supuestos contemplados en
el artículo 110 de la LJCA, reflexión ésta que nos hace dudar del sentido mismo de
este precepto, ante una práctica procesal que parece desbordar sus contenidos
propios 3). En esta línea, el ATS de 27 de noviembre de 2006 (RJ 2006, 524) admite que
una persona afectada pueda promover incidente de ejecución de sentencia a fin de
beneficiarse del fallo, rechazando el alegato de contrario según el cual no podía
promoverse tal incidente al limitarlo el artículo 110 de la LJCA a las materias
tributaria y de personal 4). Los órganos jurisdiccionales pueden acceder a tramitar un
incidente como forma de otorgar tutela judicial efectiva, como podremos comprobar.
En el segundo caso, la sentencia tiene efectos entre las partes ( artículo 72 de la LJCA
de 1998); y el artículo 110 de la LJCA prevé un régimen procedimental especial
tendente a la extensión de los efectos de la sentencia respecto de terceros que no fueron
parte en el proceso.
Junto al ordenamiento jurídico y el TC, el Tribunal Supremo ha podido insistir en que las
sentencias de reconocimiento de una situación jurídica individualizada no pueden
llegar a tener los efectos erga omnes de las sentencias anulatorias (STS de 4 de marzo de
1995; STS de 29 de febrero de 1996; STS de 23 de febrero de 1998). Por contrapartida,
afirma la STS de 4 de mayo de 1997: «la sentencia dictada en los recursos de plena
jurisdicción producirá efectos de cosa juzgada solamente para los que hubieran sido
partes en el pleito, salvo que el Tribunal declare la anulación del acto o acuerdo si
existiera mérito para ello ». No obstante, profundizando en esta materia se descubren
distintos problemas.
Sobre la primera vertiente del tema es preciso partir de que, anulado un acto, éste
«desaparece del tráfico jurídico, no sólo para determinadas personas, sino erga omnes ».
Por eso la sentencia que declara la anulación del acto producirá efecto «tanto en
relación con las partes como respecto a las personas afectadas por aquél, hecho que
constituye una especialidad del Derecho procesal administrativo». Esta doctrina se
justifica, igualmente, por razones de economía procesal, ya que de lo contrario habría
que reproducir el proceso para cada persona, evitándose así fallos y situaciones
jurídicas contradictorias. En suma, un acto que no existe en el mundo del Derecho no
puede producir efecto alguno para nadie (STS de 26 de enero de 1973, de la que
provienen los textos entrecomillados).
Por coherencia con las pretensiones procesales, el campo propio de aplicación de esta
doctrina sería el de los actos expresos y de gravamen dictados por la Administración,
con una pluralidad de destinatarios. Ahora bien, convendría observar a qué casos en
concreto se aplica en la práctica esta doctrina jurisprudencial y legal basada en los
efectos erga omnes o generales. Y sobre todo precisar el alcance de las actuaciones que
deben realizar los interesados para beneficiarse del fallo, ya que no siempre basta con
proclamar el efecto extensivo anulatorio.
Así pues, bastaría con la sentencia para que cualquier persona afectada pudiera
beneficiarse de la anulación de un acto y, por tanto, de la eliminación del gravamen o
carga que aquél impone. Sin embargo, y sin perjuicio de que pueden plantearse
problemas (entre otros) en cuanto a la determinación de las «personas afectadas»
cuando la Administración se resista a extender el fallo en favor de terceros que no han
sido parte en el litigio, se viene además sosteniendo que, en estos casos, siempre queda
abierta la posibilidad de que los interesados insten la extensión del fallo en vía
administrativa y de que, en caso de conflicto con la Administración, interpongan un
recurso contencioso-administrativo a fin de que el Tribunal (o Juzgado) declare la
obligación de la Administración de someterse al efecto erga omnes propio de la
sentencia anulatoria, en favor del recurrente.
En efecto, la sentencia que anula una disposición de carácter general deja sin contenido
un pleito pendiente, lógicamente siempre presuponiendo que los actos dictados en
aplicación suya no son firmes, como ocurre cuando dichos actos «permanecen
recurridos en vía administrativa, careciendo entonces de calidad de firmeza» (STS de 24
de marzo de 1984; STS de 1 de marzo de 1983; la doctrina jurisprudencial dictada con el
apoyo del artículo 120 de la LPA cede en estos casos, según deja desprender la STS
de 24 de noviembre de 1983).
Por contrapartida, si los actos son firmes, a pesar de haberse anulado la disposición,
permanecen inatacables.
La posibilidad de extinguir los procesos iniciados o en trámite, una vez que aquéllos
quedan «sin objeto» («erledigt» es el preciso vocablo jurídico alemán empleado en estos
casos), por haberse anulado el acto por otra sentencia precedente en otro proceso,
constituye un efecto beneficioso tanto para los recurrentes o particulares como para el
propio Tribunal, que consigue archivar el caso. En estos supuestos en que el
pronunciamiento anulatorio logra desplegar plena eficacia, procesalmente, sobre otros
procesos, se ocasionará generalmente una satisfacción de las pretensiones del
recurrente (STS de 4 de marzo de 1994, con otras referencias jurisprudenciales FJ 2º; STS
de 4 de marzo de 1995).
Conviene igualmente precisar que todas estas situaciones difieren de aquellas otras que
se relacionan propiamente con el efecto de cosa juzgada extensivo, es decir, los efectos
que llegan a tener sentencias de un órgano jurisdiccional sobre otro órgano de la misma
o incluso otra jurisdicción a la hora de sentenciar (respetando, en esencia, el criterio de
lo ya juzgado en la primera sentencia).
En principio, el acto, por ser ilegal, desaparece del ordenamiento jurídico y por tanto
también la carga o gravamen que aquél representa sobre todos los afectados.
Podría razonarse (en un intento doctrinal de poner algo de criterio en el casuismo) que
esto es así porque en estos casos por esta vía «se intentan obtener los mismos efectos
equivalentes a un reconocimiento de una situación jurídica individualizada, que
habrían de ser objeto de una pretensión ejercitada de manera autónoma» (ATS de 31 de
julio de 1991).
En definitiva, cuando ocurriera esto es porque no bastaría con la anulación y sus efectos
generales. El sujeto pretenderá la extensión a su favor de los efectos de la sentencia,
considerándose esta petición como algo «positivo» (o equivalente a una posición jurídica
individualizada) lo cual requerirá la iniciación de un proceso sobre la base de la
sentencia anulatoria.
En este contexto, se llega a afirmar a veces que la anulación tiene efectos generales en
tanto en cuanto «no se posibilite el reconocimiento de situaciones jurídicas
individualizadas» (STS de 4 de marzo de 1995). Por su parte, la STS de 29 de febrero de
1996 (FJ 7) afirma que «todo incidente de ejecución de sentencia presupone legalmente
la declaración del derecho que precisamente se trata de hacer valer». En la fase de
ejecución de una sentencia pueden esgrimirse pretensiones que, por haber sido
estimadas previamente en el proceso, resulten indiscutibles (STS de 29 de febrero de
1996 FJ 7).
Los órganos jurisdiccionales han podido apoyarse, con este fin, en que este efecto erga
omnes de las sentencias anulatorias de actos no consigue procesalmente tener el mismo
alcance de los efectos de la sentencia anulatoria de una disposición, según afirma la STS
de 4 de marzo de 1995: «si bien cuando se anula por sentencia una disposición de
carácter general se extiende la eficacia de la cosa juzgada no sólo a las partes litigantes
sino a las demás personas afectadas por la disposición anulada, este efecto no es en
cambio tan evidente cuando la sentencia anula un acto administrativo ».
En relación con los efectos inter partes de las sentencias de reconocimiento de una
situación jurídica individualizada los tribunales han admitido que los terceros
interesados puedan en su caso beneficiarse del fallo de reconocimiento de una situación
jurídica individualizada si están en idéntica situación que los sujetos que obtuvieron la
sentencia favorable, aunque ello conlleve ejercitar el correspondiente recurso
contencioso-administrativo en el que soliciten el reconocimiento de la misma prestación
que fue concedida en aquella otra sentencia (previa reclamación ante la Administración
de la prestación correspondiente).
Éste es el caso, entre otros ejemplos, de la STS de 23 de marzo de 1979. En este supuesto,
la Administración había denegado la petición de los recurrentes, de obtener los mismos
beneficios que habían conseguido otros compañeros de trabajo en un proceso anterior
contra la Administración. El Tribunal Supremo, revocando la sentencia de instancia,
declara que dichos beneficios no «serán sólo aplicables a los referidos 23 empleados que
los reclamaron y obtuvieron por la citada sentencia favorable del Tribunal Supremo (...)
pues siendo idéntico el supuesto contemplado y darse unas mismas situaciones en todos
ellos, la argumentación de fondo del Tribunal Supremo contenida en esa su anterior
sentencia tiene que ser también válida para estos últimos litigantes puesto que se hallan
en iguales circunstancias que aquellos otros que antes litigaron, y a fin de con ello evitar
tales situaciones antagónicas solamente dependientes de ser o no reclamantes en aquel
primer litigio».
La STS de 28 de enero de 1977 afirma que «de anularse los preceptos del reglamento por
ellos combatido el efecto anulatorio se producirá erga omnes y por tanto respecto de los
cinco recurrentes mencionados en el precedente considerando».
Esta doctrina sirve, asimismo, para ejemplificar cómo los interesados se ven en la
necesidad de instar ante la Administración la extensión en su favor del fallo que, en
idénticas condiciones, favoreció a otros sujetos, lo cual es distinto de un simple
incidente.
Así pues, en un intento de aportar criterios respecto de un sistema procesal cuya ratio
parece ser, más bien, que es mejor que no haya criterios, podría decirse que , si bien a los
afectados por una sentencia anulatoria les bastaría con la declaración de nulidad (pese a
que ya hemos visto que esto no es siempre así ni mucho menos), los interesados en
hacer valer una anulación junto a una situación jurídica individualizada habrían de
instar las correspondientes actuaciones procesales. Tal posibilidad de instar
procesalmente la extensión en su favor de una sentencia de reconocimiento de una
situación jurídica individualizada provendría del pronunciamiento anulatorio que
presupone la sentencia de reconocimiento de una situación jurídica individualizada. En
definitiva, siendo esencialmente anulatorio todo el contencioso-administrativo, éste
muestra una clara disponibilidad en favor de la extensión ultra partem de los efectos de
la sentencia.
Se afirma así que, al anularse el acto o disposición, la sentencia producirá efectos erga
omnes , debiéndose proceder a la extensión del reconocimiento de la situación jurídica
individualizada (STS de 30 de noviembre de 1983; STS de 17 de julio de 1984; STS de 4 de
mayo de 1997 y otras supra citadas en este mismo contexto).
Llega a razonarse, en este sentido, que «para la ejecución de la sentencia erga omnes no
ha de tenerse en cuenta la naturaleza de la pretensión deducida (artículos 41 y 42 de la
Ley Jurisdiccional) sino el contenido de la sentencia» (STS de 9 de diciembre de 1983;
STS de 30 de noviembre de 1983).
En esta misma línea, puede razonarse que el régimen de los efectos de las sentencias de
anulación de denegaciones de solicitudes de los particulares se regirá por este mismo
régimen abierto en lo procesal, pese a que, en términos teóricos, esta situación se
asemeja más a la de las sentencias de reconocimiento de una situación jurídica
individualizada; la propia práctica jurisprudencial viene a equiparar ambas sentencias
por lo que se refiere a los efectos, tal como ya nos consta (SSTS de 15 de noviembre de
1976 y de 1 de abril de 1987).
Y todo este sistema puede considerarse, igualmente, aplicable respecto de las sentencias
que estimen una pretensión a una prestación de los artículos 29 y 32, a pesar de que la
LJCA no tiene en mente los efectos de las sentencias que estimen este tipo de
pretensiones (ni siquiera en el artículo 72 o en otro artículo).
E. SENTENCIAS DE RECONOCIMIENTO DE UNA SITUACIÓN JURÍDICA INDIVIDUALIZADA
E INCIDENTES DE EJECUCIÓN DE SENTENCIAS
Un intento de aportar algún criterio puede ser la STS de 7 de noviembre de 1997. En este
caso, la sentencia recurrida de la Audiencia Nacional llegaba a admitir la posibilidad de
que, mediante un simple incidente en la fase de ejecución de sentencias, un tercero
pudiera llegar a beneficiarse de los efectos que la sentencia tenía en favor del
recurrente. Sin embargo, interpuesto recurso de casación, por la parte perjudicada por
dicha decisión del Tribunal de instancia, el Tribunal Supremo lo estima, llegando a la
conclusión de que los efectos de la sentencia no podían extenderse a favor de terceros,
mediante dicho incidente. Interesa observar los razonamientos del Tribunal Supremo, a
favor de poder plantear dicho incidente; este incidente evitaría la «repetición de
múltiples procesos que se entienden innecesarios»; y, si no pueden reconocerse efectos
ultra partem de la sentencia de reconocimiento de una situación jurídica
individualizada no se debe sino a que el ordenamiento jurídico no permite llegar a otra
conclusión. El Tribunal Supremo llega incluso a corregir ciertos errores del recurso de
casación planteado, en aras de facilitar un examen sobre el fondo, hecho significativo
considerando que lo normal es la inadmisión del recurso en estos casos considerando el
rigor formal propio del recurso de casación (en concreto, el Tribunal Supremo, en este
supuesto, corrige la errónea cita del recurso, del artículo 86.2, afirmando que la base
legal es el 95.1.2, obviamente en la versión de la LJCA anterior a la reforma por Ley
7/2015). Debe, por tanto, iniciarse un nuevo proceso impugnando el acto denegatorio de
la solicitud (en idéntico sentido, STS de 7 de noviembre de 1997) 10).
Más bien, el criterio principal es la suerte procesal, en el marco de las opciones que
estamos comentando 11). La anulación (en el contexto del artículo 72 de la LJCA) en
principio consigue favorecer directamente a la persona que está en idéntica situación,
pero pueden ser necesarias actuaciones procesales de todo tipo. Por su parte, la
estimación de las pretensiones de reconocimiento de situación jurídica individualizada
solo produce efectos entre las partes, remitiendo las posibles excepciones al artículo 110
(y 111), LCJA 1998, pero tampoco esto es cierto.
En este sentido, especial interés tiene la STS de 27 de septiembre de 2011 (RJ 2012,
942) (recurso de casación 6407/2009) y (en el mismo asunto) la STS 1414/2016, de 15
de junio de 2016 (RJ 2016, 4055), como testimonio o ejemplo de que puede llegar a
conseguirse, por la vía de un simple incidente, la extensión de los efectos del fallo que
reconoció una prestación a favor de otra persona. En tales supuestos, los incidentes los
planteaban un colectivo numeroso de propietarios que estaban en la misma situación.
Se trata, en estas sentencias, de un tema de edificabilidad, por tanto de urbanismo, que
trasciende entonces del propio marco del artículo 110, sin olvidar que -en lo procesal-
este precepto es limitativo de las posibles opciones, frente al carácter favorable y más
amable o abierto del incidente 12).
Así pues, solo teóricamente podría decirse que los efectos de las sentencias puramente
anulatorias se agotarían con tal declaración, mientras que las de reconocimiento de
situaciones jurídicas individualizadas partirían de los efectos inter partes. Más bien,
hasta un simple incidente consigue la extensión de los efectos positivos de un fallo
reconocido a un tercero.
Todo ello sin olvidar, finalmente, que en todo este escenario puedan producirse
situaciones de clara injusticia material. Nos sirve para ejemplificarlo la sentencia del TSJ
de Castilla y León, Burgos, nº 412/2013, de 20 de diciembre de 2013, recurso 97 / 2012.
Resultaba que un particular expropiado observaba cómo, a otros propietarios
colindantes, el TS (por vía casacional) había elevado el justiprecio en relación con la
cifra menor que se había reconocido a este otro recurrente. Aquellos otros pudieron
acceder al TS, por razón de la cuantía, mientras que el interesado del caso que nos
ocupa no pudo hacerlo (por tal motivo de la cuantía inferior). Lo que nos interesa
destacar es cómo, en este caso, se llega a negar la extensión de los efectos de tales fallos
del TS a favor de esta persona que estaba en idéntica situación. La conclusión es
bastante injusta, al no permitirse a este recurrente la extensión de los efectos de las
sentencias del TS declarando un justiprecio más elevado. Y eso que el particular inició la
vía administrativa (denegada expresamente por la Administración) pretendiendo la
extensión de los efectos de una sentencia del TS donde se reconocía un mayor
justiprecio. En este caso, la citada sentencia del TSJ 412/213, competente para entender
del recurso contra el acto denegatorio de la reclamación administrativa, desestima el
recurso interpuesto por entender, primero, que no procede la extensión de los efectos
ya que el artículo 110 de la LJCA lo permite solo para materias de personal y
tributaria; segundo porque la petición ha de plantearse ante el propio órgano
jurisdiccional y tercero porque esta pretensión a su juicio encubre una pretensión de
revisión de oficio de un acto de la Administración, improcedente a juicio del TSJ al estar
incluso amparado por una sentencia firme (con citas sobre el valor de la firmeza de las
sentencias). Es criticable esta sentencia porque supone ignorar el propio fondo del
asunto.
Junto a los efectos favorables para los ciudadanos, mediante este sistema se pretende o
pretendía poner solución al problema de sobrecarga de trabajo de los Tribunales y el
riesgo de contradicciones entre sentencias. Y aportar un criterio en su ámbito aplicativo
propio.
Respecto de los demás párrafos (2 a 7) de este artículo 110 LJCA, en su versión
originaria de 1998 se decanta la ley a favor de la solución de los incidentes, pero con
tantos matices que, más bien, puede calificarse la solución de «intermedia o de
equilibrio» entre la posibilidad de plantear un simple incidente en la fase de ejecución
de sentencias y la necesidad de iniciar un proceso administrativo. Concretamente, si un
particular observa que en un caso o supuesto como el suyo se reconoce una
determinada prestación o situación jurídica individualizada, aquél ha de dirigirse a la
Administración para solicitar también su reconocimiento. Si transcurrieron tres meses
sin que se notifique resolución alguna o cuando la Administración denegare la solicitud
de modo expreso, es cuando podrá acudirse sin más trámites al Juez o Tribunal de la
ejecución en el plazo de dos meses, contados desde el transcurso del plazo antes
indicado o desde el día siguiente a la notificación de la resolución denegatoria. La
petición al órgano jurisdiccional se formulará en escrito razonado, al que deberá
acompañarse el documento o documentos que acrediten la identidad de situaciones,
sustanciándose por los trámites establecidos para los incidentes, pero sin que haya lugar
a la celebración de vista 15). Tras la reforma por la LO 19/2003, de 23 de diciembre, la
cuestión queda de la siguiente forma:
4. CONCLUSIÓN
La práctica procesal permite afirmar que pueden plantearse, con opciones procesales,
escritos pretendiendo la extensión de los fallos, por ejemplo mediante simples
incidentes, más allá de los supuestos contemplados en el artículo 110 de la LJCA. En
general parece primar la pura libertad del órgano jurisdiccional llamado a enjuiciar
estos supuestos, quien llega a informarnos (en la sentencia concreta) de los propios
criterios procesales rectores para resolver la cuestión planteada por las partes. Eso sí,
siempre casuísticos. El sentido procesal de la nulidad, o el del reconocimiento de
pretensión individualizada queda a merced del juzgador, así como sus efectos y confines
conceptuales.
No obstante esta primera reflexión crítica, pensándolo bien, quizás sea mejor así,
porque cuando prima la subjetividad judicial, pese al problema de la incertidumbre o
desigualdad en el caso concreto, se abren al menos opciones de lucha procesal. De
hecho, en la praxis los incidentes de nulidad se suelen entender judicialmente de una
forma abierta.
FOOTNOTES
1
C. AGOUÉS MENDIZÁBAL, "Los efectos de las sentencias que declaran la nulidad de las
disposiciones administrativas de carácter general", Revista vasca de administración pública
homenaje a Demetrio Loperena Rota, volumen 1 2014 números 99 y 100 páginas 65 y siguientes;
L. MARTÍN CONTRERAS, La extensión de efectos de una sentencia a terceros. El artículo 110 de
la LJCA, Granada, 2010.
No obstante, la admisión del primero podrá provocar la inadmisión del segundo cuando la
parte demandada oponga litispendencia por este hecho (sentencia del Juzgado de lo
contencioso-administrativo nº 22 de Madrid de 1 de septiembre de 2010, PO 120/2009; sentencia
del Juzgado contencioso-administrativo nº 31 de Madrid 365/2010, de 20 de septiembre de 2010,
PO 108/2009, ambas por haber litispendencia, a juicio del órgano jurisdiccional, con la
tramitación de un incidente en el TS).
En este sentido, la STC 4/1985 estima un recurso de amparo en favor de personas que no fueron
parte en el proceso y que pretendieron plantear un incidente en la fase de ejecución de la
sentencia que les afectaba. Se apoya el Tribunal Constitucional en que la expresión «partes
interesadas» (de la LJCA de 1956, artículo 110.1) no puede entenderse como sinónima de «partes
litigantes». «En el asunto objeto del presente recurso de amparo parece evidente a la Sala del
Tribunal Constitucional que los recurrentes, propietarios de distintos elementos del edificio
cuya licencia fue anulada por la Sala de lo Contencioso-administrativo de la Audiencia
territorial de Bilbao y cuya demolición fue también dispuesta por la propia sentencia, tienen
derecho a la cualidad de parte interesada en el proceso (de ejecución de dicha sentencia),
aunque no puedan considerarse, porque no lo fueron, partes litigantes en el proceso principal
del que el de ejecución trae su causa (...)».
Dentro de este marco se situaría la LJCA de 1998, ya que, cuando regula la ejecución de
sentencias, ha previsto que «cualquiera de las partes y personas afectadas » podrá instar la
ejecución forzosa de la sentencia (artículo 104.2 in fine ) sustituyendo la mención a las «partes
interesadas» que preveía el artículo 110 de la LJCA de 1956. Por otra parte, el citado artículo
104.2 de la LJCA de 1998 se refiere tanto a las sentencias anulatorias como a las sentencias que
condenan a la Administración a dictar un acto.
“La alegación carece de fundamento. El artículo 110 se refiere a las sentencias que reconocen
situaciones jurídicas individualizadas, lo que ya de entrada deja de lado todas las sentencias
anulatorias que no efectúan un reconocimiento de esta índole, como es el caso de la que ahora
nos ocupa. Por añadidura, el artículo 110 se refiere a pretensiones compatibles, esto es,
pretensiones en las que la satisfacción de una no interfiere no desmerece la otra, sino que, por
el contrario, la refuerza. No es éste el caso que ahora nos ocupa, al hallarnos en un
procedimiento de concurrencia competitiva para la provisión de una plaza de magistrado, que
solo puede ser adjudicada en favor de uno de los aspirantes en liza”.
Puede citarse también la STS de 12 de diciembre de 2012 (RJ 2013\1032 FJ 8º) citando la STS de 6
de marzo de 2009, RJ 2131 y otras muchas cuando sostiene que "y aunque es verdad que quien
no recurre un acto administrativo lo consiente, de la doctrina del Tribunal Constitucional
recogida en las sentencias antes referidas se desprende que si la Administración modifica como
consecuencia de un recurso, o de oficio, un criterio de valoración de unas pruebas selectivas, ha
de hacerlo para todos los participantes en el proceso selectivo, so pena de vulnerar el principio
de igualdad en el acceso a la función pública. En consecuencia debemos distinguir entre
quienes discuten el resultado de sus ejercicios o exámenes, en el que la estimación de un
recurso ha de afectarles a ellos exclusivamente, y quienes impugnan un criterio de valoración,
pues estos deben aplicarse por igual a quienes participan en un proceso selectivo".
«Dictada una sentencia anulando un acto o disposición, si existen otros procesos en los que se
ha formulado pretensión anulatoria por distintas personas, al extenderse a éstas los efectos de
aquella sentencia anulatoria, la consecuencia habrá de ser la de la extinción de los procesos en
los que se demandaba la anulación ya pronunciada» (SSTS de 12 de noviembre de 1991; de 23
de febrero de 1993; y de 15 de septiembre de 1989).
En este contexto, puede seleccionarse el siguiente párrafo que serviría para no olvidar el punto
de partida de toda discusión posible: «entre los efectos de la sentencia y el alcance subjetivo de
la ejecución de ésta debe existir una exacta correlación, pues en definitiva la ejecución de la
sentencia no es algo ajeno a sus efectos, sino el principal de ellos » (STS de 12 de febrero de
1993). Y añade: «como los apelantes no consta que fueran parte en el proceso, en el que se dictó
la sentencia, mal pueden reclamar en su beneficio nada que concierna a las eventualidades
sobre la ejecución o inejecución de una sentencia que no produce efectos frente a ellos (...)
como beneficiarios de los derechos que derivan del Decreto anulado».
10
Es más, la extensión directa de los efectos del fallo mediante un trámite de ejecución, decretada
judicialmente, puede llegar a vulnerar el artículo 24 de la Constitución. Así se declaró, con
ciertos matices, en la STC 111/1992. En este supuesto, el Tribunal Constitucional entendió que, si
bien la posibilidad de extensión de los efectos de una resolución judicial más allá de la
ordinaria eficacia inter partes no resulta contraria a la Constitución, siempre que se respeten los
derechos constitucionales de todos los afectados por la ejecución de la sentencia (siendo este
tema un tema de legalidad ordinaria), lo cierto es que esta posibilidad no puede llegar a privar
injustificadamente la utilidad de un recurso. En este sentido, «desde el momento en que los
efectos del fallo recurrido se extienden por vía de ejecución a cualquier persona que,
encontrándose en similar situación a la de los que forman parte del proceso, lo solicite, es claro
que el recurso de apelación en interés de la ley que se haya interpuesto pierde su finalidad
intrínseca y su utilidad propia para convertirse en un recurso puramente teórico».
11
La idea se desarrolla en mi libro Juicio a un abogado incrédulo , editorial Civitas Madrid 2016,
con otras referencias bibliográficas.
12
La STS 1414/2016, de 15 de junio de 2016 (RJ 2016, 4055) se explica, concretamente, ante el
hecho de que hubo que plantear, en este asunto, un nuevo incidente, ya que la Administración
no ejecutó la STS de 27 de septiembre de 2011, lo cua nos informa de otra posible variante
práctica en este tipo de casos.
13
La sentencia de 2 de febrero de 2015 es muy extensa, pero seleccionamos un posible párrafo (FJ
3º) donde se nos dice: “en este caso, que la parte trata conjuntamente con las demás
resoluciones dictadas por el Jurado Provincial de Expropiación Forzosa de Burgos respecto de
otras fincas expropiadas para la ejecución del mismo proyecto, los interesados dispusieron del
correspondiente recurso en vía administrativa y jurisdiccional, que ejercitaron a su voluntad,
obteniendo en todos los casos una respuesta contraria a sus pretensiones, lo que determinó la
firmeza de las resoluciones del Jurado que afectaban a sus respectivas fincas o terrenos
expropiados, quedando sujetos, por lo tanto a efectividad y ejecutividad de las mismas. Tal
situación de legalidad y efectividad de las respectivas resoluciones del Jurado no se altera por el
hecho de que se produjeran a partir de julio de 2011, en vía de casación a la que acudieron otros
expropiados y respecto de otras fincas, un importante número de sentencias del Tribunal
Supremo que, corrigiendo el criterio de la Sala de instancia, entendió de aplicación al caso la
denominada doctrina de los sistemas generales a efectos de valoración del suelo como
urbanizable, pues, por la propia naturaleza y alcance de los actos impugnados a que antes nos
hemos referido, tales sentencias dictadas en casación solo producen efectos entre las partes (
Art. 72.1 LJCA) y en ningún caso suponen la revisión de las sentencias de instancia dictadas
en otros procesos ni afectan a la cosa juzgada derivada de las mismas , ni en consecuencia a
la legalidad de aquellos actos administrativos firmes por haberse confirmado por la jurisdicción
o, en su caso, por no haberse impugnado. Esta situación jurídica consolidada tampoco puede
ser revisada mediante el ejercicio de la acción de responsabilidad patrimonial, que tiene
como presupuesto esa previa declaración de ilegalidad del acto administrativo causante y que
no constituye ni puede sustituir los medios de impugnación establecidos en el ordenamiento
jurídico y tampoco abrir una nueva vía de revisión cuando se han agotados aquellos,
invocando, como se hace en este caso, vicios o motivos de ilegalidad del acto causante cuando
no se trata de la impugnación del mismo sino exclusivamente de una reclamación de
responsabilidad patrimonial”. Nos remitimos asimismo a los FFJ 4º y 5º.
14
Este último presupuesto «temporal», del plazo de un año, fue valorado negativamente por el
Informe al Anteproyecto de Ley reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa, del
Consejo General del Poder Judicial, por constituirse en una excepción frente a los plazos
generales para interponer recursos contencioso-administrativos que puede convertirse en un
mecanismo para «eludir la extemporaneidad de los recursos de todos aquellos que no han
manifestado en tiempo debido su intención de acudir a la jurisdicción para hacer valer sus
pretensiones». Como solución se proponía -por el CGPJ- la obligación de manifestar por parte
del interesado dentro del plazo general para interponer el recurso contencioso-administrativo
su disconformidad con el acto, aunque no se le obligase legalmente a interponer el recurso.
15
16
Si no hay tal identidad no hay base para plantear la extensión de los posibles efectos de la
sentencia (STSJ de Murcia de 25 de febrero de 2003, recurso nº 242/2000).
17
Además, según el «artículo 110. 4, “antes de resolver, en los 20 días siguientes, el Secretario
judicial recabará de la Administración los antecedentes que estime oportunos y, en todo caso,
un informe detallado sobre la viabilidad de la extensión solicitada, poniendo de manifiesto el
resultado de esas actuaciones a las partes para que aleguen por plazo común de tres días, con
emplazamiento, en su caso, de los interesados directamente afectados por los efectos de la
extensión. Una vez evacuado el trámite, el Juez o Tribunal resolverá sin más por medio de auto,
en el que no podrá reconocerse una situación jurídica distinta a la definida en la sentencia
firme de que se trate…”. La novedad es la facultad del letrado de la administración de justicia de
recabar de la Administración un informe detallado de la viabilidad de la extensión solicitada.
18
Y sobre los problemas de transitoriedad y aplicación del régimen legal anterior o posterior a la
reforma de 2003, sobre el artículo 110 de la LJCA, es precisa una remisión a la STSJ Castilla y
León, Valladolid, nº 211/2006 , de 31 de enero de 2006 , desestimando finalmente la extensión
de los efectos de la sentencia.
19
Este artículo 111 encontraría aplicación en caso de ser muy numerosos los recursos planteados,
ya que, de lo contrario, más que descargar de trabajo a los Tribunales o Juzgados de la
jurisdicción contencioso-administrativa (ésta es la ratio legis de los artículos 37.2 y 111 de
la LJCA) se conseguiría lo contrario, ya que este régimen presupone la tarea no siempre fácil de
comprobación de la identidad entre todos los casos planteados y la selección de un caso a
efectos de su tramitación procesal.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Quinta Parte. Procedimientos especiales
Capítulo XLIV. El procedimiento para la protección de los derechos fundamentales de la
persona (artículos 114 a 122 LJCA)
Capítulo XLIV
Sumario:
1. Regulación
2. La especialidad de este procedimiento: la lesión jurídica como lesión de un derecho
fundamental (artículo 121.2)
A. El criterio de las cuestiones de legalidad ordinaria
B. El criterio de la LJCA de 1998
3. Tramitación. El carácter preferente y urgente (artículos 115.2 a 121 de la LJCA)
4. El procedimiento regulado en el artículo 122 bis de la LJCA
5. Los recursos de amparo
A. Amparo frente a actos u omisiones del órgano del orden jurisdiccional
B. Lesión de los derechos fundamentales que dimane de un acto de la
administración pública
Nota bibliográfica
1. REGULACIÓN
La razón de ser de este artículo 114.1 puede explicarse a tenor de la STC 159/1997
cuando establece que «en materia de derechos fundamentales y libertades públicas, el
Tribunal Constitucional no tiene la primera, sino la última palabra; actúa, pues, como
última ratio . La tutela más inmediata corresponde a los Jueces y Tribunales ordinarios
en todo tipo de procesos y sólo cuando éstos se han pronunciado al respecto, sin
resultado satisfactorio para el recurrente, puede éste interponer el oportuno recurso de
amparo. La jurisdicción constitucional no puede, pues, suplantar a la ordinaria en su
función de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, ni a la del orden contencioso-
administrativo en la tarea de controlar la legalidad de la actuación administrativa (...).
El recurso de amparo planteado contra resoluciones judiciales en sede constitucional,
tiene naturaleza subsidiaria, según imponen las letras a) y b) del artículo 44.1 de la
LOTC».
La LJCA matiza el régimen jurídico de interposición del recurso en función del tipo de
actuación, concretamente el régimen de plazos . Nos remitimos a la lectura del
articulado legal.
Son admisibles las impugnaciones contra reglamentos o disposiciones generales, «eso sí,
siempre que hayan lesionado un derecho fundamental», ya que la impugnación de este
tipo de disposiciones, en otro caso, deberá seguir el cauce procedimental ordinario
(desde la SSTS de 14 de agosto de 1979; de 21 de abril de 1997; SSTC 192/1991; 189/1987).
Como ha podido observarse, el recurso puede tener por objeto todo tipo de actuación
administrativa, tanto los actos como las disposiciones o la vía de hecho o inactividad (un
caso o ejemplo de «impugnación» de inactividad en el marco del procedimiento especial
de los derechos fundamentales es el resuelto por el ATS de 13 de marzo de 2000).
Junto a estos supuestos puede discutirse o considerarse el caso de los actos del Gobierno.
El TC afirmó la posibilidad de recurrir directamente en amparo en estos casos,
tratándose de actos inimpugnables ante la jurisdicción contencioso-administrativa, si se
lesionaba un derecho fundamental (SSTC 45/1990 y 196/1990). En este contexto, es
significativo el artículo 2.a de la LJCA, ya que consigue articular la vía judicial previa
al recurso de amparo («protección de los derechos fundamentales [...] en relación con
los actos del Gobierno o de los Consejos de Gobierno de las Comunidades Autónomas »).
Se viene o venía manteniendo que las cuestiones o vicios de simple legalidad ordinaria
deben sustanciarse en el procedimiento contencioso-administrativo ordinario. No hay
especialidad alguna en estos casos que justifique la introducción del procedimiento
especial previsto tradicionalmente en la Ley 62/1978 y hoy en los artículos 114 y ss. de la
LJCA de 1998.
«Cuando, como ocurre en este caso, es claro que el único objeto se centra en torno a la
resolución sobre concesión del permiso de residencia, cuestión de legalidad ordinaria, no
puede invertirse la funcionalidad de los elementos en juego, para entender que el derecho
fundamental sea el verdadero objeto y desde esa situación procesal deba operar como la
clave normativa para la resolución del citado problema de legalidad» (STS de 9 de octubre de
1997).
Pueden también servir de ejemplo los supuestos de asilo a refugiados. No entran éstos
automáticamente dentro del procedimiento especial de protección de los derechos
fundamentales de la persona, ya que generalmente el cauce procesal idóneo contra
resoluciones denegatorias del derecho de asilo será el ordinario de la Ley Jurisdiccional,
«sin perjuicio de poder utilizar el cauce especial referido cuando la resolución
denegatoria del asilo pudiera vulnerar algún derecho fundamental o libertad pública»
(STS de 8 de octubre de 1997).
En este sentido, el litigio sobre la petición de unos concejales a que se les facilite copia
autentificada de unas ordenanzas reguladoras «del servicio de agua potable y recogida
domiciliaria de basuras» no permite ser encauzado como una vulneración del
artículo 29 de la CE («todos los españoles tendrán el derecho de petición individual y
colectiva, por escrito, en la forma y con los efectos que determine la ley»), por ser una
simple cuestión de legalidad ordinaria (STS de 21 de abril de 1997).
Se rebasa el ámbito del proceso especial de la Ley 62/1978 cuando para poder presentar
la actuación administrativa aparentemente violadora del principio de igualdad
constitucional se ha de analizar precisamente la legalidad del propio acto, a la luz de
preceptos legales de rango jerárquico inferior a la Constitución (SSTS de 18 de julio de
1997; de 29 de marzo de 1985).
Lo mismo ocurre cuando la vulneración se ocasiona por una disposición general, ya que
tampoco en estos casos el objeto del proceso puede convertirse en la comprobación de la
legalidad de la disposición general impugnada (STS de 21 de abril de 1997;
consecuentemente, siendo inadecuado el procedimiento, se declara la inadmisibilidad
del recurso: STS de 27 de noviembre de 1997).
Para la sentencia del TSJ de Madrid 870/2014, de 7 de octubre de 2014 (rec. 429/2014) es
pertinente acudir a la vía del procedimiento especial para la protección de los derechos
fundamentales para recurrir la pérdida de puntos en el carnet de conducir. El TSJ,
después de declarar la procedencia de acudir al procedimiento especial para la
protección de los derechos fundamentales para recurrir la resolución sancionadora de
pérdida de puntos del permiso de conducir, estima el recurso interpuesto y anula la
sanción impuesta. Afirma que la resolución no fue notificada en debida forma al acudir
a edictos, ya que, intentada la notificación personal sin éxito en uno de los domicilios
que le constaba al Ayuntamiento, antes de acudir a la notificación edictal debió intentar
practicar la notificación en otros domicilios que aparecían en el propio expediente
sancionador, no habiendo puesto la Administración toda la diligencia debida en el
intento de notificación personal de la resolución sancionadora. Lo anterior determina
que se está ante una actuación material, sin título habilitante, cuando se detraen los dos
puntos del permiso de conducir del apelante, que le situó en clara indefensión material,
pues ninguna constancia existe que tuviera conocimiento de la resolución sancionadora
a tiempo de poder reaccionar contra la misma.
Explica la Exposición de Motivos que la Ley ha querido superar, de esta forma, la «rígida
distinción entre legalidad ordinaria y derechos fundamentales, por entender que la
protección del derecho fundamental o libertad pública no será factible, en muchos
casos, si no se tiene en cuenta el desarrollo legal de los mismos».
Como también apuntaba ya la STS de 21 de abril de 1997, «en cualquier caso, las
alegadas vulneraciones sólo tendrían significado en el proceso especial elegido por los
recurrentes, si por medio de ellas resultase vulnerado el derecho fundamental, cuya
tutela es objeto del mismo, siendo intrascendentes de por sí las vulneraciones de la
legalidad ordinaria, si no producen ese resultado» (y puede verse también la STS de 8 de
octubre de 1997).
El criterio del artículo 121.2 es una perfecta plasmación de la concepción subjetiva del
contencioso-administrativo, desde el momento en que, por una parte, el enjuiciamiento
judicial consiste en la averiguación de la existencia o no de una lesión jurídica y desde el
momento en que, por otra parte, la infracción del ordenamiento jurídico pasa a ser un
elemento de una lesión jurídico-subjetiva. En fin, ¿por qué no generalizar el régimen del
artículo 121.2 y extenderlo al procedimiento ordinario , considerando como criterio de
estimación del recurso contencioso-administrativo (artículo 70) la lesión de un derecho
o interés legítimo ocasionada por una actuación administrativa ilegal?
Este procedimiento especial sigue teniendo carácter preferente y urgente. Esta regla de
preferencia y urgencia, prevista en el artículo 114.3, tiene que ponerse en conexión con
el artículo 66 de la misma LJCA. Este precepto consigue anteponer el proceso especial
de protección de derechos fundamentales a la propia tramitación de los recursos
directos contra disposiciones generales, los cuales gozan también de preferencia.
Como afirma la STC 159/1997 (RTC 1997, 159), «en efecto, de la propia Ley 62/1978, y
más concretamente de su artículo 7.1, se desprende que el procedimiento contencioso
que regula se caracteriza por tener naturaleza preferente, lo que implica que no es
preceptivo agotar la vía administrativa previa (STC 11/1982)».
Interesa asimismo, la legitimación, a pesar de que la LJCA no se refiera a este tema, por
considerar implícita la aplicación de los criterios generales de aquélla. Sobre el
particular viene reconociéndose legitimación al Ministerio Fiscal, con el apoyo del
artículo 162.1.b) de la CE (en virtud del cual el Ministerio Fiscal tiene legitimación para
interponer recurso de amparo constitucional) y «en base a que el proceso especial de
tutela de los derechos fundamentales es vía jurisdiccional previa de aquel recurso. A
mayor abundamiento, el artículo 1 en relación con el 3.3 del Estatuto Orgánico del
Ministerio Fiscal se ha considerado elemento normativo suficientemente preciso para
justificar su legitimación» (STS de 7 de febrero de 1997). Legitimado está el Ministerio
Fiscal, ya que tiene como misión promover la acción de la justicia en favor de la
legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de
oficio o a instancia de los interesados (ATS de 14 de mayo de 1997). También a las CC AA,
como entidades recurrentes, la STC 10/2003 les reconoce legitimación activa en virtud de
la tutela judicial efectiva, en su vertiente de acceso a la jurisdicción.
Por eso la LJCA establece primeramente que la Administración (con el envío del
expediente) y los demás demandados, al comparecer, podrán solicitar razonadamente la
inadmisión del recurso y la celebración de una comparecencia a fin de discutir la
procedencia de dar tramitación al recurso (artículo 116.3).
Por otra parte, el letrado de la administración de justicia dentro del siguiente día a aquel
en el que se reciba el expediente o transcurra el plazo para su remisión, y en su caso el
del emplazamiento a los demás interesados, dictará decreto mandando seguir las
actuaciones. Si estima que no procede la admisión, dará cuenta al Tribunal quien, en su
caso, comunicará a las partes el motivo en que pudiera fundarse la inadmisión del
procedimiento.
Una vez conclusas las actuaciones 4) se dicta sentencia en el plazo de cinco días (
artículo 121 de la LJCA, corrigiendo el plazo de tres días de la regulación precedente;
artículo 8.7 de la Ley 62/1978).
También puede ocasionar la lesión un acto del órgano jurisdiccional que conoce de un
proceso administrativo.
Los interesados acuden al amparo como una vía especial y extraordinaria, tras haber
agotado la vía judicial procedente ( art. 43.1 LOTC), esto es: haber seguido el proceso
administrativo ordinario o especial y agotado contra la sentencia los recursos ordinarios
o extraordinarios admisibles.
Diríamos, pues, que hoy día hay dos filtros o condicionantes de especial magnitud a la
hora de plantear un recurso de amparo. El primero, este debate de si se plantea
correctamente la nulidad de actuaciones o si procede o cómo el amparo, y el segundo
viene a ser la «relevancia constitucional». El primero se relaciona con la obligación del
letrado de hacerlo bien, el segundo es más aleatorio, pese a que también aquel otro es
interpretable.
El primero, que ahora nos ocupa, plantea pues el problema de que pueda entenderse
inadmisible el incidente interpuesto y por ende el amparo ulterior. Y es un problema
que se agrava actualmente con el sistema de acceso al Tribunal Supremo por la vía el
recurso de casación 5). En principio, si una sentencia es susceptible de ser recurrida
mediante este recurso (hoy día, una gran mayoría, como ya nos consta), no debería ser
después objetable que se haya interpuesto un incidente de nulidad materialmente
contra la sentencia a quo, pese a que se presente formalmente por referencia al auto del
TS de inadmisión, por no ser un recurso improcedente el de casación, pero este tema es
poco claro y se asiste al riesgo antes comentado de la inadmisión del incidente y
consiguiente extemporaneidad del amparo ulterior. No parece justa la objeción de que
el incidente de nulidad se está planeando contra un auto que se ha limitado a entender
que falta el interés casacional objetivo y que, por tal razón, ya no procede el incidente
de nulidad 6). De hecho, constan casos en que, si se presenta el incidente de nulidad ante
la sentencia que ha resuelto el fondo (del TSJ, AN o Juzgado), se ha podido sostener que
después el recurso de casación es extemporáneo 7), prueba entonces de que, si no queda
más remedio que intentar la casación, no podrá después objetarse que el incidente es
improcedente por el hecho de plantearse contra el auto de inadmisión del TS y no contra
la sentencia del órgano a quo 8).
En todo caso, la vía de amparo constitucional no es subsidiaria del incidente, sino que
procederá aquel de forma directa. Se trata de una evolución consciente a la que se ha
querido llegar por parte del TC 10). Por tanto, cuando se agota la vía judicial ordinaria, no
es necesario interponer siempre y en todo caso un incidente de nulidad de actuaciones
con carácter previo a la interposición de un recurso de amparo ( ATC 42/2010, de 12
de abril (RTC 2010, 42)).
Como doctrina general, en principio, cuando se trate del amparo frente a actos u omisiones
del órgano del orden jurisdiccional administrativo los requisitos son:
A) Que se hayan agotado los recursos utilizables dentro de la vía judicial. Interesa destacar
que, después de una etapa vacilante, el TC ha acabado por concluir que, cuando la infracción
cometida por el órgano jurisdiccional puede hacerse valer a través del incidente de nulidad
de actuaciones , éste es presupuesto del amparo. La idea es la subsidiariedad del recurso de
amparo y la de dar al órgano judicial ocasión de reparar la lesión que se denuncia. En
cambio, no es necesario interponer procedimiento de revisión de la sentencia (antes
denominado recurso de revisión o recurso extraordinario de revisión). Pero si, concurriendo
alguno de los motivos de revisión ( art. 102 LJCA), la parte legitimada interpone el
procedimiento de revisión y se da lesión en uno de los derechos fundamentales, quedará
abierta la vía del amparo una vez notificada la sentencia dictada en dicho procedimiento 11).
El incidente de nulidad de actuaciones viene a ser un trámite algo convencional en la praxis,
si bien se da algún caso en que se estima el recurso planteando incidente de nulidad (ATSJ de
Madrid de 30 de noviembre de 2016, recurso de apelación 697/2015 12)).
B) Que la violación del derecho o libertad sea imputable de modo inmediato y directo a una
acción u omisión, con independencia de los hechos que dieron lugar al proceso en que
aquéllos se produjeron. Teniendo en cuenta el criterio restringido que sigue actualmente el
TC sobre la admisibilidad y procedencia de los amparos, así como el tiempo que duran los
procedimientos ante el mismo, únicamente debe acudirse a esta vía extraordinaria cuando la
infracción de la norma procesal cometida es determinante de indefensión, y no permita
otra posibilidad de reparación . Así, no tendría sentido acudir al amparo frente a la
violación del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva consistente en que en la tramitación
del proceso se ha incurrido en dilaciones indebidas, cuando lograr del TC un
pronunciamiento sobre ello se tarde más de lo que tardará el Tribunal contencioso-
administrativo en reanudar el procedimiento paralizado indebidamente.
Según la STC 144/2011 el recurso de amparo contra una sanción, invocando vulneración del
artículo 25 CE, tiene un carácter mixto , por un lado, contra la sentencia a la que se
imputa la vulneración del derecho fundamental; por otra parte, contra el acto administrativo
sancionador. Igualmente STC 25/2002.
El artículo 49.1 de la Ley Orgánica 2/1979, en la redacción dada al mismo por la Ley
Orgánica 6/2007, exige que el solicitante de amparo en su escrito de demanda
«justificará en todo caso la especial trascendencia constitucional del recurso». Nueva
restricción de los derechos fundamentales y a su garantía, pues ya no se exige que se
justifique una vulneración de un derecho constitucionalmente protegible para acceder
al Tribunal Constitucional vía recurso de amparo, sino que se requiere de manera
inexcusable que se justifique que el recurso ha de tener «especial trascendencia
constitucional», nuevo concepto jurídico indeterminado que deja virtualmente en las
manos del personal de dicho organismo la llave de la admisión o no de los recursos.
«La demanda ha sido promovida tras la entrada en vigor de la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de
mayo, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal
Constitucional (LOTC), de modo que su interposición, admisión a trámite, tramitación y
resolución se rigen por la nueva regulación del recurso de amparo llevada a cabo por la
citada Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo. Constituye el elemento más novedoso o la
“caracterización más distintiva ” ( ATC 188/2008, de 21 de julio (RTC 2008, 188) , FJ 3) de
esta regulación del recurso de amparo el requisito sustantivo o de fondo de la “especial
trascendencia constitucional” que impone el art. 50.1.b) LOTC para la admisión del recurso.
En él se plasma la opción del legislador, en el ejercicio de la habilitación que
constitucionalmente le confiere el art. 161.1.b) CE, en relación con su art. 53.2, por una
nueva configuración del recurso de amparo, toda vez que, en principio, tras la reforma
llevada a cabo la mera lesión de un derecho fundamental o libertad pública tutelable en
amparo ya no será por sí sola suficiente para admitir el recurso, pues es imprescindible,
además, su “especial trascendencia constitucional”, frente a la configuración por la que
esencialmente se caracterizaba en su anterior regulación, en tanto que recurso orientado
primordialmente a reparar las lesiones causadas en los derechos fundamentales y libertades
públicas del demandante susceptibles de amparo. Así pues, para la admisión del recurso de
amparo no es suficiente la mera lesión de un derecho fundamental o libertad pública del
recurrente tutelable en amparo [ arts. 53.2 y 161.1.b) CE y 41 LOTC], sino que además es
indispensable, en lo que ahora interesa, la especial trascendencia constitucional del recurso [
art. 50.1.b) LOTC]. El recurso de amparo, en todo caso, sigue siendo un recurso de tutela
de derechos fundamentales. De esta forma se configura por el legislador el sistema de
garantías de los derechos fundamentales encomendado a los Jueces y Tribunales como
guardianes naturales y primeros de dichos derechos ( STC 227/1999, de 13 de diciembre
(RTC 1999, 227), FJ 1), a los que confiere un mayor protagonismo en su protección (ampliación
del incidente de nulidad de actuaciones), y culminado por el Tribunal Constitucional que,
además de garante último, es su máximo intérprete ( arts. 53.2 y 123 CE y 1.1 LOTC).
En el caso que ahora nos ocupa el Tribunal ha entendido que concurre el requisito de la
especial trascendencia constitucional [ art. 50.1.b) LOTC], porque, como a continuación se
pone de manifiesto, le permite aclarar e incluso perfilar, como consecuencia de un proceso de
reflexión interna, la doctrina constitucional sobre la exigencia de congruencia entre la
acusación y el fallo en el extremo referido a la pena a imponer, en cuanto manifestación del
principio acusatorio, supuesto éste que, junto a otros a los que de inmediato nos referiremos,
es uno de los casos en los que cabe apreciar en el contenido del recurso de amparo la especial
trascendencia constitucional [ art. 50.1.b) LOTC].
Ya en ocasión anterior hemos identificado como otro de los casos en que cabe apreciar que
concurre en el contenido del recurso de amparo la “especial trascendencia constitucional” a
la que se refiere el art. 50.1.b) LOTC cuando en él se plantee “una cuestión en la que este
Tribunal no ha sentado doctrina” ( STC 70/2009, de 23 de marzo (RTC 2009, 70), FJ 1).
Este Tribunal estima conveniente, dado el tiempo transcurrido desde la reforma del recurso
de amparo, avanzar en la interpretación del requisito del art. 50.1.b) LOTC. En este
sentido considera que cabe apreciar que el contenido del recurso de amparo justifica una
decisión sobre el fondo en razón de su especial trascendencia constitucional en los casos que
a continuación se refieren, sin que la relación que se efectúa pueda ser entendida como un
elenco definitivamente cerrado de casos en los que un recurso de amparo tiene especial
trascendencia constitucional, pues a tal entendimiento se opone, lógicamente, el carácter
dinámico del ejercicio de nuestra jurisdicción, en cuyo desempeño no puede descartarse a
partir de la casuística que se presente la necesidad de perfilar o depurar conceptos, redefinir
supuestos contemplados, añadir otros nuevos o excluir alguno inicialmente incluido.
Tales casos serán los siguientes: a) el de un recurso que plantee un problema o una faceta de
un derecho fundamental susceptible de amparo sobre el que no haya doctrina del Tribunal
Constitucional, supuesto ya enunciado en la STC 70/2009, de 23 de marzo; b) o que dé ocasión
al Tribunal Constitucional para aclarar o cambiar su doctrina, como consecuencia de un
proceso de reflexión interna, como acontece en el caso que ahora nos ocupa, o por el
surgimiento de nuevas realidades sociales o de cambios normativos relevantes para la
configuración del contenido del derecho fundamental, o de un cambio en la doctrina de los
órganos de garantía encargados de la interpretación de los tratados y acuerdos
internacionales a los que se refiere el art. 10.2 CE; c) o cuando la vulneración del derecho
fundamental que se denuncia provenga de la ley o de otra disposición de carácter general; d)
o si la vulneración del derecho fundamental traiga causa de una reiterada interpretación
jurisprudencial de la ley que el Tribunal Constitucional considere lesiva del derecho
fundamental y crea necesario proclamar otra interpretación conforme a la Constitución; e) o
bien cuando la doctrina del Tribunal Constitucional sobre el derecho fundamental que se
alega en el recurso esté siendo incumplida de modo general y reiterado por la jurisdicción
ordinaria, o existan resoluciones judiciales contradictorias sobre el derecho fundamental, ya
sea interpretando de manera distinta la doctrina constitucional, ya sea aplicándola en unos
casos y desconociéndola en otros; f) o en el caso de que un órgano judicial incurra en una
negativa manifiesta del deber de acatamiento de la doctrina del Tribunal Constitucional (
art. 5 de la Ley Orgánica del Poder Judicial: LOPJ); g) o, en fin, cuando el asunto suscitado,
sin estar incluido en ninguno de los supuestos anteriores, trascienda del caso concreto
porque plantee una cuestión jurídica de relevante y general repercusión social o económica o
tenga unas consecuencias políticas generales, consecuencias que podrían concurrir, sobre
todo, aunque no exclusivamente, en determinados amparos electorales o parlamentarios».
Por tanto y a modo de conclusión, cabe recalcar otra vez que, como hemos venido
apuntando, para la admisión del recurso de amparo no es suficiente ya la mera lesión de
un derecho fundamental o libertad pública del recurrente tutelable en amparo, sino
que, además, es indispensable, en lo que ahora interesa, la especial trascendencia
constitucional del recurso.
«(...) Hemos tenido ocasión de afirmar en ocasiones precedentes que cuando un incidente de
nulidad de actuaciones, pese a ser interpuesto de modo que pudiera resultar dudoso con su
regulación legal, es admitido a trámite, analizado y resuelto por el órgano judicial, debe
considerarse que la demanda de amparo no es extemporánea si ha sido presentada dentro
del plazo fijado en el art. 44.2 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (LOTC)
contado a partir de la fecha en la que los órganos judiciales dieron por agotada la vía judicial
al desestimar el incidente de nulidad de actuaciones ( SSTC 20/2004, de 23 de febrero (RTC
2004, 20), FJ 3; 66/2011, de 16 de mayo (RTC 2011, 66), FJ 2, y las que en ella se citan)».
El artículo 24 de la CE es sin duda el más invocado en los amparos. Por ello algunos
autores se han planteado la posibilidad de que este artículo se suprima de los
recurribles mediante amparo. Con ello se lograría reducir el número de recursos de
amparo presentados y se aliviaría la carga del Tribunal Constitucional 14).
En la STC 7/2015 se estima el recurso de amparo que invoca el artículo 24 CE, por
excesivo rigor en la inadmisión de un recurso de casación, pese a que «como ha
destacado este Tribunal, “el acceso a los recursos tiene una relevancia constitucional
distinta a la del acceso a la jurisdicción. Mientras que el derecho a la obtención de una
resolución judicial razonada y fundada goza de una protección constitucional en el
artículo 24.1 CE, el derecho a la revisión de esta resolución es, en principio, y dejando a
salvo la materia penal, un derecho de configuración legal al que no resulta aplicable el
principio pro actione”» . Y en la STC 96/2015 lo mismo respecto de una inadmisión de un
incidente de nulidad de actuaciones (citando la STC 204/2014) 15).
En estos casos de inadmisiones, el recurso de súplica del Fiscal ( art. 50.3 LOTC) «no
supone una segunda oportunidad para la subsanación de los errores u omisiones en el
levantamiento de las cargas procesales imputables a la parte recurrente, sino que tiene
como finalidad específica la de permitir que la Sección pueda reconsiderar su inicial
resolución en aquellos supuestos en los que, a juicio del Ministerio Fiscal, no concurran
las causas de inadmisión invocadas en la respectiva providencia» (ATC 23/2011; ATC
50/2011).
En estos casos el plazo es de 20 días, en vez de 30. Se habrá agotado la vía judicial previa
al amparo.
Además, el TC reconoce los recursos de amparo de naturaleza mixta (STC 25/2002: STC
144/2011), cuando las pretensiones se dirigen contra el acto o contra la sentencia.
En definitiva, en este caso no existen dos pretensiones autónomas, una contra el acto
administrativo y otra contra la resolución judicial, que permitan la calificación de este recurso
de amparo como un amparo mixto con la consiguiente aplicación integrada de los arts. 43.2
y 44.2 LOTC y, en su caso, la aplicación del plazo de treinta días previsto en el segundo de
los preceptos citados, sino una única pretensión dirigida contra un acto administrativo –la
resolución del Colegio de Abogados, confirmada posteriormente en alzada– que constituye el
verdadero objeto de este proceso constitucional, extendiéndose la impugnación en amparo a
la Sentencia del Juzgado únicamente en tanto que confirmatoria de aquéllos».
Interesa también el Auto 175/2009, de 1 de junio de 2009, afirmando que en los recursos
de amparo mixtos (donde hay pretensiones contra la sentencia y contra el acto
administrativo) el plazo es de los 30 días propios del primer caso:
«3. En este punto es preciso señalar que, entre las modificaciones introducidas en el régimen
jurídico del recurso de amparo por la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, se encuentra la
ampliación del plazo para la interposición de los recursos de amparo, que se eleva a treinta
días, en los casos previstos en el art. 44 LOTC (es decir, cuando el amparo se dirige contra
violaciones de derechos fundamentales que tienen “su origen inmediato y directo” en un acto
u omisión de un órgano judicial). Se mantiene, sin embargo, el anterior plazo de veinte días,
una vez agotada la vía judicial previa, para aquellos supuestos contemplados en el art.
43.2 LOTC, en los que el amparo se dirige contra actos administrativos lato sensu, como
ocurre en este caso. Se destaca así la diferencia entre ambas vías de interposición,
subrayándose la especificidad del recurso de amparo contra actos administrativos previsto
en el art. 43 LOTC. Más allá de las motivaciones que hayan llevado al legislador al
establecimiento de plazos distintos, lo cierto es que se exige un tratamiento diferente y
específico para cada supuesto en función de cuál sea el origen de la eventual lesión que
pretende repararse y a qué poder público se impute la lesión del derecho fundamental
aducido; en definitiva, en función de cuál sea el objeto concreto del proceso constitucional de
amparo. Así, provocada la vulneración que se denuncia por la Administración, tal y como
ocurre en este caso, el plazo que rige es el de veinte días tras la notificación de la resolución
judicial que agota la vía previa . Ello es así porque, como se dijo antes, no nos encontramos
ante uno de los llamados amparos mixtos que reúnen dos pretensiones diferenciadas y
autónomas, una dirigida contra el acto administrativo y otra con la resolución judicial
(STC 291/1985, de 8 de mayo, FJ 2), respecto de los cuales una interpretación sistemática
conduce a que el plazo de interposición común a ambas pretensiones sea de treinta días
, sino ante un recurso de amparo contra actos administrativos de los previstos en el art. 43
LOTC, en el que el plazo de interposición es de veinte días».
NOTA BIBLIOGRÁFICA
J. A. CAÍNZOS FERNÁNDEZ, «Balance de los diez primeros años de existencia del recurso
contencioso-administrativo de protección de los derechos fundamentales», en
Introducción a los derechos fundamentales: X Jornadas de Estudio organizadas por la
DGSJE , Vol. II, Ministerio de Justicia, Centro de Publicaciones, Madrid, 1988, pp. 1119 y
ss.; M. CARRILLO, La tutela de los derechos fundamentales por los Tribunales ordinarios ,
Madrid, 1995; G. FERNÁNDEZ FARRERES, El recurso de amparo según la jurisprudencia
constitucional , Madrid, 1995; del mismo, «El procedimiento especial para la protección
de los derechos fundamentales de la persona en la nueva Ley Reguladora de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa», Cuadernos de Derecho Público , 4, 1998, pp.
177 y ss.; J. GARBERÍ LLOBREGAT, Proceso administrativo para la protección de los Derechos
fundamentales , Valencia, 2007; P. GARCÍA MANZANO, «El ámbito de protección del proceso
de la Ley 62/1978», en Estudios de Derecho Público en homenaje a Ignacio de Otto ,
Oviedo, 1993, pp. 211 y ss.; J. J. GONZÁLEZ RIVAS, «La protección constitucional de los
derechos fundamentales en la vía judicial contencioso-administrativa y en el recurso de
amparo constitucional», en Introducción a los derechos fundamentales: X Jornadas de
Estudio organizadas por la DGSJE , Vol. II, Ministerio de Justicia, Centro de Publicaciones,
Madrid, 1988, pp. 1593 y ss.; E. GONZÁLEZ SALINAS, Proceso administrativo para la
protección de los derechos fundamentales: (jurisprudencia del Tribunal Constitucional y
del Tribunal Supremo) , 2.ª Ed., Madrid, 1994; E. LINDE PANIAGUA, «La instauración del
principio de igualdad entre Administración Pública y particulares en el proceso
contencioso-administrativo: La Ley de Protección Jurisdiccional de los Derechos
Fundamentales de la Persona de 26 de diciembre de 1978», REDA , 23, 1979, pp. 561 y ss.;
L. M. LÓPEZ SANZ-ARÁNGUEZ/J. SÁNCHEZ-JUNCO MANS, M. MOIX BLÁZQUEZ, «Aplicación y eficacia
práctica del proceso de amparo jurisdiccional de los derechos fundamentales de la Ley
62/1978». Comunicación a la ponencia «El derecho a la tutela judicial efectiva», en Los
derechos fundamentales y libertades públicas II: XIII Jornadas de Estudio organizadas por
la DGSJE , Vol. I, Ministerio de Justicia, Centro de Publicaciones, Madrid, 1993, pp. 207 y
ss.; J. F. LÓPEZ-FONT MÁRQUEZ, Aspectos procesales de la tutela jurisdiccional contencioso-
administrativa de los derechos fundamentales. (Estudio de jurisprudencia: años 1979 a
1991) , Granada, 1993; M. MAGIDE HERRERO, «De nuevo sobre la distinción entre cuestión
de fondo y presupuestos procesales en los procesos tramitados por la vía del amparo
judicial 62/1978», REDA , 91, 1996, p. 491; J. L. MARTÍNEZ LÓPEZ-MUÑIZ, «Cuestión de fondo y
presupuestos procesales en el recurso especial de amparo (afectación y lesión a
derechos fundamentales y libertades públicas», REDA , 36, 1983, pp. 39 y ss.; J. L. NAVARRO
PÉREZ, Práctica procesal contencioso-administrativa sobre protección de los derechos
fundamentales , Granada, 1995; P. PÉREZ TREMPS, «La protección de los derechos
fundamentales por Jueces y Tribunales», RPJ , 43-44, 1996, pp. 251 y ss.; J. A. RAZQUIN
LIZARRAGA, «Agotamiento de la vía judicial previa y coexistencia del proceso especial de la
Ley 62/1978 y el contencioso-administrativo ordinario», REDA , 67, 1990, pp. 423 y ss.;
RODRÍGUEZ GARCÍA, «El procedimiento especial de protección de los derechos
fundamentales», RPJ , número especial, 1990, p. 16; J. RODRÍGUEZ-ARANA MUÑOZ, «El
contencioso-administrativo como elemento garantizador de los derechos
fundamentales», AA , 43 y 44, 1993, pp. 533 y ss. y 541 y ss.; S. ROSADO PACHECO, Proceso de
personal en la jurisdicción contencioso-administrativa , Madrid, 1997; J. SALAS/J. TORNOS
MÁS, «Comentarios a la Ley de Protección Jurisdiccional de los derechos fundamentales
de la persona», RAP , 93, 1980, pp. 29 y ss.; R. SASTRE LEGIDO, «La protección de los
derechos fundamentales de la persona en la Ley 29/1998, de 13 de junio, reguladora de
la jurisdicción contencioso-administrativa», La Ley , 4686, 1998.
FOOTNOTES
1
J. GONZÁLEZ PÉREZ, «Manual de práctica forense administrativa» , Madrid, 6.ª Ed., 2001. J. GONZÁLEZ
RIVAS (Director-Coordinador), Comentarios a la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional,
Madrid, 2010. A. PALOMAR OLMEDA, «Tratado de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa» , Tomo
II, Pamplona, 2008.
Una vez acordada la prosecución del procedimiento especial para la protección de los derechos
fundamentales de la persona, el letrado de la administración de justicia pondrá de manifiesto al
recurrente el expediente y demás actuaciones para que en el plazo improrrogable de ocho días
pueda formalizar la demanda y acompañar los documentos (artículo 118; debe entenderse, por
otra parte, que, tras la decisión de proseguir el procedimiento y antes de la formalización de la
demanda, se ha sustanciado también la pieza cautelar). Formalizada la demanda, el letrado de
la administración de justicia dará traslado de la misma al Ministerio Fiscal y a las partes
demandadas para que, a la vista del expediente, presenten sus alegaciones en el plazo común e
improrrogable de ocho días y acompañen los documentos que estimen oportunos. Evacuado el
trámite de alegaciones o transcurrido el plazo para efectuarlas, el órgano jurisdiccional decidirá
en el siguiente día sobre el recibimiento a prueba, con arreglo a las normas generales
establecidas en la LJCA. El período probatorio no será en ningún caso superior a veinte días
comunes para su proposición y práctica.
8
Parece lógico sostener que se plantee incidente de nulidad de actuaciones ante la inadmisión de
un recurso, cuando la posible vulneración de un derecho fundamental se ha planteado ya en la
fase previa de alegaciones suscitada por el Tribunal ordinario ( ATC 10/2010, de 25 de enero
(RTC 2010, 10)). «Nos referimos a la situación que puede darse, por ejemplo, en el trámite de
admisión de un recurso de casación cuando es el Tribunal Supremo quien plantea a la parte la
existencia de una causa de inadmisión y la parte formula alegaciones, invocando en ellas la
vulneración de derechos fundamentales en caso de inadmisión del recurso. El Tribunal
Constitucional señala que, aunque ya se haya hecho la invocación de los derechos alegaciones
en ese trámite previo de alegaciones, la lesión no se materializa hasta que se produce
efectivamente la inadmisión del recurso. Por ello, contra el Auto de inadmisión es preciso
promover incidente de nulidad de actuaciones previo al amparo, puesto que la lesión es
inmediata y directamente imputable a ese Auto y no a una resolución anterior» (M. Vélez Fraga,
Incidente de nulidad y recurso de amparo: preguntas y respuestas, 1 de Marzo de 2012).
Sin embargo, la STC 51/2010 de 4 de octubre de 2010 (RTC 2010, 51) considera procedente el
recurso de amparo una vez se rechazó el incidente de nulidad.
10
Significativa fue la STC de 19 de diciembre de 2013, por la que modifica su doctrina en relación
con el requisito consistente en agotar la vía judicial como paso previo a la interposición de un
recurso de amparo. Según señala la sentencia, esta exigencia de agotamiento de la vía judicial
previa responde a la «finalidad de preservar el carácter subsidiario del recurso de amparo», de
tal manera que antes de denunciar ante el TC la posible vulneración de un derecho
fundamental, los tribunales ordinarios hayan tenido la posibilidad de pronunciarse. Partiendo
de esta premisa, la sentencia afirma que el requisito puede considerarse cumplido, sin
necesidad de llegar al incidente de nulidad de actuaciones, cuando se compruebe «que los
órganos judiciales han tenido la oportunidad de pronunciarse sobre los derechos
fundamentales luego invocados en vía de amparo constitucional (...) Lo contrario supondría
cerrar la vía de amparo constitucional con un enfoque formalista y confundir la lógica del
carácter subsidiario de su configuración». Es decir, cuando la vulneración de derechos
fundamentales objeto de la demanda de amparo ha sido debatida en todas las instancias, debe
entenderse cumplido el requisito del agotamiento de la vía judicial previa. De este modo, el
incidente de nulidad de actuaciones será exigible solo en aquellos casos en los que la
vulneración del derecho fundamental se produzca en la última sentencia recaída en el
procedimiento. Se revisa, pues, la conclusión a la que llegó el ATC 200/2010 al exigir en estos
supuestos la interposición del incidente de nulidad de actuaciones como condición para poder
considerar cumplido el requisito del agotamiento de la vía judicial previa.
11
En la STC 144/2011 se matizan los casos en que es o no necesario plantear incidente de nulidad.
Puede verse también J.R. CHAVES, Cosas que lamentaríamos no saber del incidente de nulidad de
actuaciones, 2016 (internet); P. FABEIRO FIDALGO, «El nuevo recurso de amparo constitucional»,
RVAP, 102 (2015) pp.161 y ss.; F.J. SOSPEDRA NAVAS, «Los requisitos procesales del recurso de
amparo: el incidente excepcional de nulidad de actuaciones y la especial trascendencia
constitucional», Revista Cuadernos de democracia y gobierno local , n.º39 octubre de 2015.
12
En el caso resuelto por tal auto de 30.10.2016 se trataba de que la sentencia había fallado que se
desestimaba el recurso contencioso-administrativo porque había habido desviación procesal
(por el hecho de que se estaban formulando peticiones en vía judicial no formuladas en vía
administrativa), lo que era fácticamente incorrecto. El auto ordena reponer las actuaciones al
momento anterior al señalamiento para deliberación, votación y fallo del recurso de apelación,
que se señalará una vez notificado este auto (acaso pesó, en este supuesto, que el interesado
había en paralelo formulado un recurso de error judicial, conocido por la Sala en el momento
de dictar dicho auto).
13
14
Sobre esta problemática J. BIEDMA FERRER, «El recurso de amparo constitucional: la reforma de la
ley orgánica del tribunal constitucional 6/2007 y el trámite de admisión», en Contribuciones a las
Ciencias Sociales, Enero 2012, www.eumed.net/rev/cccss/17/; F. JIMÉNEZ CONDE (1990), «Problemas
actuales del recurso de amparo». VV. AA. Anuario de Derecho Constitucional y Parlamentario,
núm. 2, 1990, pp. 192-193; F. RUBIO LLORENTE «El recurso de amparo», en Estudios sobre
Jurisdicción Constitucional, Madrid, 1998 p. 58 y ss.; F. SANTAOLALLA LÓPEZ (1987), «El recurso de
amparo y el desamparo del Tribunal Constitucional», Revista de Derecho Político, núm. 24, p.
164 y ss.; A. DE LA OLIVA SANTOS, «La tensión entre el Tribunal Constitucional y la jurisdicción
ordinaria», en Jurisdicción ordinaria y Tribunal Constitucional (R. PUNSET BLANCO y J. SANTO
VIJANDE). Ed. Escuela Gallega de Administración Pública, Santiago de Compostela, 1996, p. 68; P.
PÉREZ TREMPS, «Tribunal Constitucional, Juez ordinario y una deuda pendiente del legislador», en
P. PÉREZ TREMPS (Coord), La reforma del Recurso de amparo, Valencia, 2004, p. 208; P. CRUZ VILLALÓN,
«Sobre el amparo», Revista Española de Derecho Constitucional, 1994 pp. 12 y 13. En este
artículo manifiesta «la inviabilidad de una exclusión legislativa de alguna o algunos de los
derechos fundamentales enunciados en el artículo 53.2 CE del ámbito del recurso de
amparo constitucional; una interpretación distinta equivaldría, en efecto, a la
desconstitucionalización de esta garantía».
15
Para la STC 115/2005 procede el amparo constitucional por vulneración del derecho a la
ejecución de las resoluciones judiciales en sus propios términos, al ser incompatible la parte
dispositiva de la sentencia a ejecutar con lo ordenado en la providencia de ejecución. Sobre lo
que se considera indefensión constitucionalmente relevante: SSTC 48/1986, de 23 de abril
(RTC 1986, 48) (FJ 1); 145/1990, de 1 de octubre (RTC 1990, 145) (FJ 3); 155/1994, de 23 de
mayo (RTC 1994, 155) (FJ 2); 2/2002, de 14 de enero (RTC 2002, 2) (FJ 2); 109/2002, de 6 de
mayo (RTC 2002, 109) (FJ 2); 85/2003, de 8 de mayo (RTC 2003, 85) (FJ 11); 146/2003, de 14
de julio (RTC 2003, 146) (FJ 3) y 5/2004, de 16 de enero (RTC 2004, 5) (FJ 6).
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Quinta Parte. Procedimientos especiales
Capítulo XLV. Cuestión de ilegalidad (Artículos 123 a 126 LJCA)
Capítulo XLV
Sumario:
1. Régimen jurídico
2. Tramitación
3. Cuestión de ilegalidad y recursos contra sentencias
4. Disposición transitoria sexta
Nota bibliográfica
1. RÉGIMEN JURÍDICO
Puede empezarse este tema recordando que el recurso indirecto contra disposiciones de
carácter general plantea por esencia la necesidad de facilitar una revisión sobre el juicio
realizado por un Tribunal que sólo es competente para conocer del recurso indirecto y
que ha fundamentado el fallo en la ilegalidad de una disposición de carácter general
[«necesidad» que se advierte desde la primera redacción del artículo 94.2.b) de la
LJCA y también después de su reforma por Ley 10/1992: artículo 93.3]:
«La razón última que justifica la admisibilidad de la casación, en los casos de impugnación
indirecta de normas, es hacer accesible a este Alto Tribunal en vía casacional el juicio que se
ha realizado por el Tribunal de la primera instancia, sobre la validez de unas normas, de las
que sólo es competente para conocer, como era el caso, por vía indirecta del acto aplicativo, al
carecer de competencia para ello, a través de la impugnación directa» (ATS de 29 de abril de
1997).
Junto al interés que existe en revisar el juicio de legalidad realizado sobre la disposición
general, por parte de un órgano jurisdiccional que no es competente para fallar la
nulidad de la norma reglamentaria, la ratio legis del sistema definitivo de la LJCA (la
«cuestión de ilegalidad» fue objeto de reformas hasta el último momento) puede verse
también en la necesidad de uniformar criterios en cuanto a la legalidad de las
disposiciones de carácter general especialmente después de la implantación de los
Juzgados de lo Contencioso-administrativo y de los Juzgados Centrales.
La Exposición de Motivos de la LJCA afirma por eso que la solución pasa por unificar la
decisión judicial sobre la legalidad de las disposiciones generales en un solo órgano, el
que en cada caso es competente para conocer del recurso directo contra ellas, dotando
siempre a esa decisión de efectos «erga omnes» .
Se está pensando por tanto en afianzar el principio de seguridad jurídica: «La cuestión
de ilegalidad no tiene otro significado que el de un remedio técnico tendente a reforzar
la seguridad jurídica, que no impide el enjuiciamiento de las normas por el Juez o
Tribunal competente para decidir sobre la legalidad del acto aplicativo del reglamento
cuya ilegalidad se aduce, pero que pretende alcanzar una decisión unitaria a todo
eventual pronunciamiento indirecto sobre su validez ».
Este carácter preferentemente objetivo del «nuevo» procedimiento que abre la cuestión
de ilegalidad explicaría su propio régimen procesal. Explica concretamente que la
posición jurídica del particular que interpuso el recurso indirecto ante el Tribunal a quo
no se vea afectada por la sentencia que resuelva la cuestión de ilegalidad ( artículo
126.5 de la LJCA, con una regulación no prevista en el Proyecto de LJCA de 13 de abril de
1998 y que recuerda, por otra parte al recurso de casación en interés de la ley, donde
también es evidente el interés objetivo en la legalidad). Ni siquiera el retraso en la
verificación de la ilegalidad de la disposición se carga sobre el particular (una vez se ha
evitado la configuración de este procedimiento especial como una cuestión prejudicial).
Este sistema llega por tanto a asumir que el particular pueda beneficiarse de una
sentencia basada en la consideración errónea de que la norma aplicada es ilegal. Es este
sin duda un extremo discutible ya que puede llevar consigo tratos desigualitarios con
otros ciudadanos que no hayan obtenido una sentencia favorable por parte de otro
órgano jurisdiccional.
2. TRAMITACIÓN
Los artículos 123 a 126 de la LJCA regulan el procedimiento especial para cuando,
según el artículo 27.1, deba plantearse la cuestión de ilegalidad.
La cuestión de ilegalidad se plantea mediante auto por el Juez o Tribunal, dentro de los
cinco días siguientes a que conste en las actuaciones la firmeza de la sentencia.
De hecho, tal como por ejemplo, pone de manifiesto la STS de 26 de enero de 1999, en el
presente recurso de casación con cuestión de ilegalidad «no se ha personado la parte
recurrida».
Por contrapartida, en ese plano práctico, hemos advertido un sentido especial a este tipo
de regulaciones en la pura praxis (como ocurría, asimismo, con el derogado recurso de
casación en interés de la ley) cuando el letrado demandante representa a más de un
sujeto y existen fallos contradictorios.
Considérese, asimismo, en este contexto el artículo 124.2 de la LJCA: el letrado de la
Administración de Justicia acordará la publicación del planteamiento de la cuestión en
el mismo periódico oficial en que lo hubiera sido la disposición cuestionada.
El plazo para dictar sentencia quedará interrumpido si, para mejor proveer, el Tribunal
acordara reclamar el expediente de elaboración de la disposición cuestionada o
practicar alguna prueba de oficio. En estos casos, el letrado de la Administración de
Justicia acordará oír a las partes por plazo común de cinco días sobre el expediente o el
resultado de la prueba.
Como ya nos consta, procede plantear la cuestión de ilegalidad contra sentencias firmes
que resuelven los recursos indirectos estimando el recurso ( artículo 27.1 de la LJCA).
Por ello, la cuestión de ilegalidad se refiere, primero, a sentencias firmes, segundo, a
sentencias estimatorias del recurso por considerar ilegal el contenido de la disposición
general aplicada y, tercero, a aquellos casos en los que el órgano jurisdiccional a quo no
tenga competencia para anular directamente la norma ( artículos 27 y 123 de la LJCA).
Cuando se reúnan estas tres circunstancias de oficio se planteará la cuestión de
ilegalidad por los propios órganos jurisdiccionales. Sin embargo, puede ocurrir que los
dos últimos requisitos concurran y falte sólo la firmeza de la sentencia, por lo que se
podría pensar que, en tales casos, en cuanto se lograra la firmeza (que con seguridad ha
de producirse) se plantearía sin más la cuestión de ilegalidad. Este juicio apriorístico se
ve desvirtuado en algunos supuestos, que van a depender concretamente del modo en
que se adquiera tal firmeza.
Vamos a estudiar algunas incidencias. En primer lugar, cuando el Tribunal que conoce
del recurso contra la sentencia no tenga competencia para pronunciarse sobre la
legalidad o nulidad de la norma procederá plantear la cuestión de ilegalidad 1).
Por último, cuando el Tribunal que conoce del recurso contra la sentencia sea el
Tribunal Supremo en virtud del recurso de casación, no será posible plantear cuestión
de ilegalidad, sino que será de aplicación el artículo 27.3 de la LJCA.
Otro caso es el resuelto por la STS de 14 de marzo de 2002 . El TS, nuevamente, estima
la cuestión de ilegalidad planteada por la Sala de lo Contencioso-Administrativo del
Tribunal Superior de Justicia de Navarra, sin que ello afecte a la situación jurídica
derivada de la sentencia dictada. Una vez firme dicha sentencia estimatoria
parcialmente del recurso planteado, por auto de la misma sala de 21 de enero de 2001 se
dispuso: «Esta Sala acuerda plantear cuestión de ilegalidad ante el Tribunal Supremo
del artículo 4 del Real Decreto 391/1989, de 21 de abril, respecto del Grupo
retributivo en que se encuentran situados los órganos jurisdiccionales de la ciudad de
Pamplona, en relación con el artículo 14 de la Constitución Española por vulnerar el
principio de igualdad con relación a otros órganos de la misma clase situados en las
ciudades que se expresan la sentencia según los razonamientos en esta última
contenidos».
Otra situación diferente es la que afecta al ámbito de los TSJ. A su vez pueden plantearse
distintas incidencias. En primer lugar, el TSJ podrá tener competencia para entender del
recurso contencioso-administrativo y al mismo tiempo de la cuestión de ilegalidad. Es la
situación contemplada en la sentencia del TSJ Cataluña núm. 462/1999, de 19 de mayo
de 1999 , relativa a un caso en que el TSJ no entiende en vía de recurso sino en primera
instancia. La Sala estima el recurso contencioso-administrativo interpuesto contra
Resolución del Ayuntamiento de... de 6 marzo 1995, desestimatoria de recurso de alzada
interpuesto contra liquidación practicada en concepto de Impuesto sobre Actividades
Económicas, ejercicio 1994. En el suplico de la demanda, además de interesarse la
nulidad de la liquidación del Impuesto sobre Actividades Económicas girada por el
Ayuntamiento de..., se plantea recurso indirecto contra los Acuerdos de aprobación de la
clasificación de vías públicas del Ayuntamiento de... Por lo que respecta a la segunda de
las cuestiones planteadas por la recurrente, interesa el siguiente texto:
«Debe tenerse en cuenta, como pone de manifiesto la Sentencia 50/1999 (JT 1999, 75)
(número de recurso 469/1994), dictada por esta misma Sección, que una de las más
destacadas novedades de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa, cuya entrada en vigor tuvo lugar el 14 de diciembre de 1998, es
la introducción de la cuestión de ilegalidad, regulada inicialmente en el artículo 27 y en
cuanto procedimiento especial en los artículos 123 a 125. El artículo 27, en sus apartados 1 y
2, dispone que: “1. Cuando un Juez o Tribunal de lo Contencioso-Administrativo hubiere
dictado sentencia firme estimatoria por considerar ilegal el contenido de la disposición
general aplicada, deberá plantear la cuestión de ilegalidad ante el Tribunal competente para
conocer del recurso directo contra la disposición, salvo lo dispuesto en los dos apartados
siguientes. 2. Cuando el Juez o Tribunal competente para conocer de un recurso contra un
acto fundado en la invalidez de una disposición general lo fuere también para conocer del
recurso directo contra ésta, la sentencia declarará la validez o nulidad de la disposición
general”.
(...) En el presente supuesto, no procede plantear cuestión de ilegalidad alguna, por cuanto esta
Sala es competente para conocer del recurso contra el Acuerdo de clasificación de las vías
públicas del Ayuntamiento de..., de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 10.1.b) de la Ley
29/1998. No es, pues, de aplicación lo previsto en el transcrito apartado 1 del artículo 27 ni los
trámites de los citados artículos 123 a 126, sino lo establecido en el apartado 2 del mismo
artículo 27 (“La sentencia declarará la validez o nulidad de la disposición general”) y, en su
caso, en los preceptos concordantes (artículo 71.2 sobre el contenido de la sentencia; artículo
72.2 sobre efectos de la anulación; artículo 73 sobre no afectación a actos firmes y artículo
107.2 sobre publicación de la sentencia).
Otra situación posible es que el TSJ entienda en vía de recurso. Es la que describe la STSJ
de Cataluña de 28 de junio de 2001. La «situación» es singular procesalmente porque el
Juzgado desestimaba el recurso interpuesto considerando legal la disposición
impugnada indirectamente, mientras que el TSJ llegaba a la conclusión de que el
recurso debía estimarse, revocando la sentencia de instancia, lo que planteaba la
complejidad de determinar cómo resolver la cuestión de ilegalidad. En efecto, en este
caso la sentencia del Juzgado de lo Contencioso-Administrativo desestima el recurso
contencioso-administrativo contra el Acuerdo de la Comisión de Gobierno de 8 febrero
1999, del Ayuntamiento de... de denegación de licencia de obras de edificación, e
indirectamente las Normas Subsidiarias de Planeamiento, de..., de 25 enero 1995,
aprobadas por la Comisión de Urbanismo de Tarragona, por ser ajustada a Derecho. Por
tanto, la norma en cuestión se considera legal por el Juzgado.
Dice entonces la sentencia en su FJ quinto: Llegados a este punto y siendo evidente que
se dicta Sentencia firme estimando ilegal los particulares expuestos de una disposición
general constitutiva de una figura de planeamiento urbanístico, queda resolver el nada
ocioso tema relativo al planteamiento de Cuestión de Ilegalidad que se entiende debe ser
resuelto del siguiente modo:
B) Podría pensarse que en la vía del recurso de apelación ante esta Sección y Sala –que
inclusive por normas de reparto es la competente para la impugnación directa de figuras de
planeamiento urbanístico– pudiera alcanzarse un pronunciamiento en la parte dispositiva de
la Sentencia de apelación relativo a la nulidad de la correspondiente figura de planeamiento,
quizá por la vía analógica del artículo 27.2 o quizá del artículo 27.3 de nuestra Ley
Jurisdiccional. No obstante, no es esa la conclusión que se acoge por las siguientes razones:
a) En el artículo 27.2 de nuestra Ley Jurisdiccional no está contemplando la vía del recurso de
apelación sino la de un mero recurso contencioso-administrativo contra un acto fundado en
la invalidez de la correspondiente disposición general, de ahí que sea paradójico y desde
luego improcedente, de un lado, que el tribunal de apelación sólo cuando se interponga
recurso de apelación pueda ir más allá que lo que en el proceso en primera instancia cupiera
decidir en su parte dispositiva. Y, de otro lado, no resulta baladí detectar que en esa
disposición se deja perfectamente expedita la posible impugnación de la sentencia que se
dicte en ese recurso contencioso-administrativo por los recursos admisibles –bien de
apelación con expresa previsión del supuesto en el artículo 81.2.d) de nuestra Ley
Jurisdiccional–, bien de casación bastando remitirse al régimen de sus modalidades.
b) En el artículo 27.3 de nuestra Ley Jurisdiccional como es obvio tampoco está contemplando
la vía del recurso de apelación y sólo hace referencia al Tribunal Supremo. Es de notar que si
el convencimiento se decantase en la tesis enunciada precedentemente las consecuencias
seguirían siendo paradójicas y se entiende improcedentes puesto que no sólo se hurtaría el
procedimiento especial de Cuestión de Ilegalidad que quizá sería lo de menos, sino y es lo
más importante se dejaría reducida a la nada el posible Recurso de Casación contra la
Sentencia que pusiese fin a ese procedimiento especial, en su caso y a efectos del
ordenamiento autonómico ante la Sección de Casación de este Tribunal Superior de Justicia,
ya que como es notoriamente conocido contra la Sentencia dictada en la vía del Recurso de
Apelación no cabe formular Recurso de Casación.
c) Por consiguiente, el convencimiento recae en que no procede más que estimar el recurso
directo contra el acto impugnado sin que la impugnación indirecta actuada habilite al tribunal
de apelación para extender su función reuniendo en esa vía el procedimiento especial de
Cuestión de Ilegalidad ni mucho menos decidiendo esa impugnación indirecta como si en la
vía de la Cuestión de Ilegalidad se tratase, sin ulterior recurso.
d) Ahora bien, puestos a concretar el órgano jurisdiccional que debe plantear la Cuestión de
Ilegalidad, el presente caso en el que el Juzgado «a quo» no ha participado de la doctrina
finalmente expuesta por este tribunal pone bien a las claras que hay que estar a la literalidad
del artículo 27.1 de nuestra Ley Jurisdiccional y debe ser este tribunal el que la debe plantear,
aunque lo sea para esta misma Sala y sección y a salvo la vía de los recursos contra la
Sentencia que recaiga en ese procedimiento especial, sin que sea dable obligar al Juzgado «a
quo» a su planteamiento –en este caso forzando su criterio y desde luego respetando su
independencia–.
Dicho en otras palabras, el Juzgado «a quo» no ha sido el que ha dictado sentencia firme
estimando ilegal los particulares referidos de la figura de planeamiento de autos sino que lo
ha sido este tribunal en la vía del recurso de apelación y resulta inexcusable que sea éste y no
aquél el que asuma el cometido del planteamiento de la correspondiente Cuestión de
Ilegalidad como se efectuará seguidamente y a continuación mediante Auto a la mayor
brevedad.
Se acuerda que queden los autos sobre la mesa para dictar el correspondiente Auto de
planteamiento de Cuestión de Ilegalidad en este rollo.
Conforme a esta disposición, la cuestión de ilegalidad sólo podrá plantearse en todos los
procedimientos cuya sentencia adquiera firmeza desde la entrada en vigor de esta Ley
(sobre este régimen legal véase la sentencia del TSJ Cataluña núm. 462/1999, de 19 de
mayo de 1999).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
FOOTNOTES
1
En este sentido el Fallo consiste en estimar la cuestión de ilegalidad planteada por la Sección
Segunda de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de
Cataluña sobre la legalidad del artículo 33.3 del Real Decreto 928/1998, de 14 de mayo
(BOE de 3 de junio) que contiene el Reglamento General sobre Procedimiento para imposición
de sanciones por infracción de orden social, declarando que no es conforme a derecho y
anulando del párrafo tercero de dicho artículo 33 la frase «no admitiéndose a trámite los
recursos en que no concurran tales requisitos». Sin hacer expresa imposición de costas.
Publíquese este fallo en el Boletín Oficial del Estado a los efectos previstos en el artículo 72.2, en
relación con el artículo 126.2 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Quinta Parte. Procedimientos especiales
Capítulo XLVI. Procedimiento en los casos de suspensión administrativa previa de
acuerdos (artículo 127 LJCA)
Capítulo XLVI
Sumario:
A diferencia del artículo 118 de la LJCA de 1956, que hablaba de «procedimiento en los
casos de suspensión de Acuerdos de las Corporaciones locales , por infracción manifiesta
de las Leyes» pasa a hablarse de «procedimiento en los casos de suspensión
administrativa previa de acuerdos» 1).
Consecuentemente, este procedimiento debe relacionarse con aquellos casos en los que
el ordenamiento jurídico prevé la posibilidad de suspensión administrativa de acuerdos.
Antes conviene precisar que la suspensión a la que se refiere el presente artículo 127 no
es evidentemente la suspensión cautelar de actos administrativos que se decreta
judicialmente cuando se impugna jurisdiccionalmente un acto administrativo (capítulo
II Título VI de la LJCA). En el presente procedimiento especial la suspensión es
administrativa. Aquella puede considerarse asimismo, objeto material del proceso y un
pronunciamiento de la propia sentencia, además de «la anulación o confirmación del
acto o acuerdo» ( artículo 127.6 de la LJCA).
Entrando en los casos en los que, «conforme a las Leyes», se prevé la suspensión
administrativa seguida de impugnación, puede primeramente citarse la LBRL. Dicha
ley ciñe la suspensión de acuerdos al supuesto excepcional de la suspensión de actos o
acuerdos de la Entidad Local por parte del Delegado del Gobierno, cuando aquéllos
atentaran gravemente al interés general de España, previo requerimiento al Presidente
de la Corporación ( artículo 67 de la LBRL, que fue declarado conforme a la
Constitución por la STC 214/1989), considerando implícitamente que los conflictos entre
las Administraciones locales y demás Administraciones Públicas han de resolverse
judicialmente, mediante la impugnación del acto correspondiente.
Una sentencia recomendable en la materia que estamos comentando, porque explica los
distintos presupuestos del presente articulado en conexión con la legislación urbanística
es la STSJ de Asturias 701/2016 de 19 de septiembre de 2016, a la cual nos remitimos por
entero 2). Igualmente puede consultarse la STSJ de Madrid 1005/2000 de 26 de octubre de
2000 y la STSJ de Baleares 700/2002, de 2 de septiembre de 2002.
Distinto, materialmente, a los supuestos referidos hasta el momento (véanse también los
artículos 16, 25 y 37 de la Ley de Patrimonio Histórico Español, 27 de la
Ley de Carreteras y STC 36/1994) es el caso del artículo 30.2 del RDLeg 1/2001, de
20 de julio, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley de Aguas, donde se
establece que los actos y acuerdos de los órganos colegiados del Organismo de Cuenca
que puedan constituir infracción de leyes o no se ajusten a la planificación hidrológica
podrán ser impugnados por el Presidente (del Organismo de Cuenca) ante la jurisdicción
contencioso-administrativa. Interesa el citado precepto, concretamente, cuando afirma
que la impugnación producirá la suspensión del acto o acuerdo, pero el Tribunal deberá
ratificarla o levantarla en un plazo no superior a treinta días. El procedimiento será el
establecido en el artículo 127 de la LJCA . No estamos, pues, ante una suspensión
administrativa de acuerdos, sino ante una simple suspensión cautelar que procede por
el hecho mismo de la iniciación del proceso cuyo procedimiento excepcionalmente
remite el Texto Refundido de la Ley de Aguas a estos artículos de la LJCA.
2. TRAMITACIÓN
En una breve frase la Exposición de Motivos afirma su característica esencial, «su rápida
tramitación», que viene siendo propia de este procedimiento y que la LJCA ha procurado
extender a otros supuestos ( v. gr. el procedimiento abreviado; véase supra , sobre la «
ratio de la celeridad del procedimiento»).
El objeto de este procedimiento lo precisaría el artículo 127.6 en virtud del cual «se
dictará sentencia por la que se anule o confirme el acto o acuerdo objeto del recurso,
disponiendo lo que proceda en cuanto a la suspensión ».
Según la STSJ de Canarias (Las Palmas) 122/2015 de 15 de abril de 2015 (citando las
sentencias del Tribunal Supremo de 23 de julio de 1991 y 28 de enero de 1993), el plazo
de 10 días ha de computarse como días hábiles, a partir del acto administrativo, siendo
el mismo «un plazo fatal e improrrogable, de imperativa vigencia, plazo de caducidad,
cuya inobservancia priva de efectos a la suspensión de que se trate, excluyendo el
pronunciamiento sobre la existencia de la infracción». «En el presente caso, consta que
el acuerdo de suspensión fue adoptado en fecha 15 de Noviembre de 2010, y que no fue
hasta el siguiente el 19 de mayo de 2011 cuando se puso en conocimiento de los órganos
judiciales, con lo cual debe declararse la extemporaneidad del mismo, sin necesidad de
resolver si existe o no infracción a la legalidad urbanística».
A. FANLO LORAS, «¿Es funcional el sistema de control de legalidad de los actos locales?», REDA , 44,
1984, pp. 773 y ss.; J. GONZÁLEZ PÉREZ, «La suspensión de acuerdos por la jurisdicción contencioso-
administrativa», RAP , 23, 1957, pp. 179 y ss.; J. NONELL GALINDO, «Suspensión judicial de la
ejecución de los actos de suspensión de acuerdos de las Corporaciones locales por infracción
manifiesta de las leyes», REDA , 29, 1981, pp. 378 y ss.; J. L. RIVERO YSERN, Manual de Derecho local ,
Madrid, 1993; V. RODRÍGUEZ VÁZQUEZ DE PRADA, «Actos locales y actos estatales en materia de interés
local: procedimiento administrativo y vías de impugnación», REDA , 70, 1991, pp. 287 y ss.; F.
SOSA WAGNER, Manual de Derecho local , Madrid, 1997.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Quinta Parte. Procedimientos especiales
Capítulo XLVII. Otros procedimientos especiales
Capítulo XLVII
Sumario:
1. Procedimiento para la garantía de la unidad de mercado (artículos 127 bis, ter y quáter
LJCA)
2. Procedimiento para la declaración judicial de extinción de partidos políticos (artículo
127 quinquies LJCA)
Los artículos 127 bis, ter y quáter regulan el Procedimiento para la declaración judicial
de extinción de partidos políticos. Este procedimiento está en vigor desde el 11 de
diciembre de 2013, al haber sido introducido por la DF 1.ª.3 de la Ley 20/2013, de 9 de
diciembre, de garantía de la unidad de mercado.
Según el artículo 127 bis de la LJCA «cuando la Comisión Nacional de los Mercados y
la Competencia considere que una disposición, acto, actuación, inactividad o vía de
hecho procedente de cualquier Administración pública sea contraria a la libertad de
establecimiento o de circulación en los términos previstos en la Ley 19/2013, de
Garantía de la Unidad de Mercado, podrá presentar el recurso contencioso-
administrativo regulado en este Capítulo».
b) El plazo de dos meses para la presentación de la demanda se contará a partir del día
siguiente al vencimiento del plazo señalado en el artículo 12 bis.2 de la misma ley (el cual se
refiere a un plazo de seis meses otorgado por el Registro de Partidos Políticos al partido
político en cuestión para que realice ciertas actuaciones de regularización).
c) Cuando la sentencia declare la extinción del partido, será notificada al registro para que
éste proceda a la cancelación de la inscripción.
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Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Sexta Parte. Disposiciones comunes a los títulos IV y V
Capítulo XLVIII. Los plazos (artículo 128 LJCA)
Capítulo XLVIII
Sumario:
1. El régimen de plazos
A. Improrrogabilidad de los plazos
B. Caducidad y rehabilitación de plazos
C. El artículo 135.1 de la ley de enjuiciamiento civil
2. El mes de agosto
3. El cómputo del plazo
4. Excepción a la improrrogabilidad de los plazos cuando existe fuerza mayor (artículo 134
de la LEC)
Nota bibliográfica
1. EL RÉGIMEN DE PLAZOS
Este criterio legal se considera conforme con el derecho a una tutela judicial efectiva, ya
que los efectos beneficiosos para el particular que se derivan del artículo 24 de la
Constitución sólo pueden llegar allí donde sea posible subsanar los defectos u omisiones
procesales que sean susceptibles de subsanación (STS de 29 de mayo de 1997).
El artículo 128.1 in fine de la LJCA –reproduciendo en parte el tenor del art. 121.1 de la
anterior LJCA 1956– admite la presentación del escrito que proceda, rehabilitándose el
trámite procesal que se había dado por perdido, siempre y cuando se presentare aquél
dentro del día en que se notifique el auto y no se trate de plazos para preparar o
interponer recursos.
«El segundo motivo de casación, amparado en el núm. 4.º del artículo 95.1 de la Ley de la
Jurisdicción, atribuye a la resolución recurrida infracción del artículo 121 del Texto Legal
citado, ya que el mismo día en que se notificó al Letrado don Alejandro A. M. la providencia
ordenando el archivo de las actuaciones –esto es, el 8 de junio de 1995– el referido letrado
presentó el poder reclamado y completó los datos requeridos, que debieron admitírsele, pues
el citado artículo 121, en su apartado primero, establece que se admitirá el escrito que
proceda, y producirá sus efectos legales, si se presentase dentro del día en que se notifique la
oportuna providencia. El motivo no puede prosperar, porque el artículo 121.1 autoriza la
rehabilitación de los plazos procesales caducados siempre que el trámite de cuya
extemporánea formulación se trate aparezca insertado en un proceso abierto y en curso.
Cuando el proceso ha concluido, ordenándose el archivo de las actuaciones, como acontece
en el supuesto de autos, no cabe rehabilitar los plazos para la realización de trámite alguno, ya
que se encuentra cerrada la posibilidad de practicar nuevos trámites . A esta primera razón
para la desestimación del motivo ha de añadirse una segunda. El artículo 57.3 de la Ley de la
Jurisdicción obliga al Tribunal, cuando con el escrito de interposición no se acompañan los
documentos requeridos o se incurre en algún otro defecto subsanable, a conceder un plazo
de diez días para que el recurrente pueda subsanar el defecto, disponiendo expresamente
que “si no lo hace (la Sala) ordenará el archivo de las actuaciones”. El precepto del artículo
57.3 constituye una norma específica aplicable a la subsanación de los defectos apreciables
en la interposición del recurso contencioso-administrativo, que fija para la subsanación el
plazo de diez días y, transcurrido dicho plazo, ordena de modo imperativo que se proceda al
archivo de las actuaciones, sin permitir por tanto la rehabilitación del plazo que para otros
casos autoriza el artículo 121.1, por la razón, ya expresada, de que el recurso contencioso-
administrativo, en este momento procesal, no se encuentra todavía admitido a tramitación. El
motivo pues debe desestimarse».
Por otra parte, tampoco se produce el fatal efecto de la caducidad por transcurso del
plazo si la notificación de la resolución judicial es errónea, tal como dejan deducir el
ATS de 27 de noviembre de 1997 y la STS de 19 de febrero de 1996 1).
Para la STS de 22 de febrero de 2016 (RJ 2016, 546) (n.º de recurso: 836/2014) la tutela
judicial efectiva también asiste a la Administración frente a la indicación errónea de los
recursos a interponer. La Sala estima el recurso interpuesto por la Comunidad de
Madrid contra la sentencia que inadmitió el recurso deducido frente a la anulación de la
liquidación girada por el ITP y AJD. En este caso, la resolución del TEAR impugnada no
agotaba la vía administrativa al ser susceptible de recurso de alzada. Sin embargo el
letrado de la Administración formuló directamente recurso contencioso tal y como
aparecía en la resolución que le fue notificada.
Desde la LJCA 1998 la presentación del escrito de demanda sigue este régimen (artículo
52.2 in fine de la LJCA); sin embargo, en vigencia de la LJCA de 1956 la jurisprudencia
mantenía en términos generales un criterio contrario ( SSTS de 24 abril 1984 [RJ 1984,
2575]; de 13 junio 1984 [RJ 1984, 3464]; o de 29 de mayo de 1997 [RJ 1997, 3787],
aun admitiendo «cierta fluctuación jurisprudencial»). Para ello el Tribunal Supremo se
basaba en que la regulación general de plazos (artículo 121.1 de la Ley de la Jurisdicción
de 1956) autorizaba la rehabilitación de trámites procesales siempre y cuando el trámite
de cuya extemporánea formulación se tratara apareciera inserto en un proceso ya
abierto y en curso, que permitiera, por tanto, aun fenecido el trámite, proseguir el
proceso mediante el impulso de oficio del Tribunal. La caducidad del plazo de demanda
se entendía, pues, como fatal e irreversible, improrrogable e insubsanable, sin poder
«reputarse rehabilitado posteriormente» ( AATS de 14 octubre de 1994 [RJ 1995, 8705]
y 16 noviembre de 1994 [RJ 1994, 9257]; de 13 febrero de 1995 [RJ 1995, 1567]; de
10 [RJ 1996, 5113] y 25 junio de 1996 [RJ 1996, 5349]).
Y esa regulación del artículo 52.2 in fine de la LJCA 1998 (en relación con la presentación
de la demanda) es coherente con la mención expresa de los supuestos que quedan
excluidos de esta posibilidad en el artículo 128.1, entre los cuales no se encuentra el
plazo para la interposición de la demanda. Aunque esta regulación que prevaleció
finalmente en la ley no fue la solución que se propugnó durante la tramitación de la
LJCA (en los Proyectos de Ley precedentes, artículo 127.1 BOCG 30 de septiembre de
1995, etc.), por preverse, en cambio, la imposibilidad de presentar la demanda el día en
que se notificara el proveído declarando la caducidad del recurso.
Es decir, que en virtud del apartado primero del artículo 128 LJCA, es clara la
posibilidad de presentación de cualquier escrito (excepto los escritos de interposición o
preparación de recursos) dentro del mismo día de la notificación de la resolución
decretando la caducidad y hasta las quince horas del día posterior.
Como venimos diciendo el artículo 128.1 de la LJCA, al igual que el artículo 134 de
la Ley de Enjuiciamiento Civil, establece que los plazos son improrrogables, si bien, y
es esta una singularidad del proceso contencioso-administrativo, existe la posibilidad,
conforme al apartado 1 de dicho artículo 128, de presentar el escrito que proceda dentro
del día en que se notifique la resolución en la que se tenga por perdido el trámite que
hubiere dejado de utilizarse. Pero preciso es resaltar que en dicho art. 128.1 no se regula
una forma de presentación de escritos de término específico del proceso contencioso-
administrativo (Juzgado de guardia, en la normativa anterior a la vigente Ley de
Enjuiciamiento Civil, buzón, presentación del modo establecido en el artículo 135.1 de
aquélla, o cualquier otra que pudiera establecerse), sino una rehabilitación de plazos
salvo en los supuestos que en el mismo artículo se establecen. Por lo tanto, para
verificar si en el repetido artículo 128.1 se establece alguna singularidad en el proceso
contencioso-administrativo respecto del civil, dicho artículo se debe poner en relación
con el artículo 134 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, por referirse ambos a la
improrrogabilidad de los plazos, pero no se puede comparar con lo dispuesto en el
artículo 135.1 de dicha Ley procesal civil al regularse en éste algo distinto como es la
forma de presentación de un escrito cuando dicha presentación está sujeta a plazo.
Como acabamos de ver, el art. 135.1 de la LEC 1/2000 señala que «cuando la
presentación de un escrito esté sujeta a plazo, podrá efectuarse hasta las quince horas
del día hábil siguiente al del vencimiento del plazo, en el servicio común procesal
creado a tal efecto o, de no existir éste, en la sede del órgano judicial».
Este «día de gracia» tiene su origen en el hecho de que el día del vencimiento expira a
las veinticuatro horas –de acuerdo con el artículo 133.1 LEC– y no a las tres de la
tarde del día del vencimiento –que es la hora a partir de la cual la oficina judicial no está
operativa– y por tanto, hay que compensar esas horas de imposible presentación del
escrito en la oficina judicial. Es decir, se concede esa «prórroga» a modo de
compensación para suplir las horas legalmente hábiles en las que no se puede presentar
el escrito correspondiente por estar la oficina judicial cerrada. Es más, con la
implantación de Lexnet para la presentación de escritos, sigue siendo operativo dicho
día de gracia, toda vez que los escritos presentados por dicho medio electrónico a partir
de las tres de la tarde se entienden materialmente presentados el día hábil siguiente, ya
que, aunque técnicamente se puede presentar escritos las veinticuatro horas del día
sigue, la oficina judicial no está operativa sino hasta las tres de la tarde.
«Nuestra jurisprudencia es constante al afirmar que la previsión del citado art. 135.1 de la
LEC es de aplicación al proceso contencioso-administrativo. Así, en sentencias de 2 diciembre
2002 (y los autos en ella citados), 5 y 28 abril 2004, 1 febrero 2005, 21 y 26 septiembre 2005, 19
octubre 2005, 19 de septiembre de 2006, 27 febrero 2007, 27 junio 2008 y 21 octubre 2008,
entre otras. Aunque dicha jurisprudencia puede leerse en esas sentencias, trascribimos
ahora, para facilitar su conocimiento, los razonamientos en que se sustenta. Dicen así: “[...]
Esta Sala, reiterando lo decidido, en relación con el problema que ahora se examina, en su
Sentencia de 2 de diciembre de 2002, en la que se recogen las diferentes soluciones dadas a
dicho problema, entiende que en el proceso contencioso-administrativo es aplicable lo
establecido en el mencionado artículo 135.1 de la vigente Ley de Enjuiciamiento Civil,
conclusión que se sienta con base en las consideraciones que seguidamente se van a exponer
–en el mismo sentido Autos de 8 de mayo y 5 de junio de este año–. Preciso es tener en cuenta,
a los efectos de que ahora se trata, que la indicada Ley de Enjuiciamiento Civil regula
separadamente el cómputo de los plazos, lo que se hace en el artículo 133; el carácter
improrrogable de aquéllos, del que se ocupa el artículo 134, y la presentación de escritos, a
efectos del requisito de tiempo de los actos procesales, lo que se lleva a cabo en el artículo
135, habiéndose expuesto en el anterior fundamento lo establecido en el apartado 1 de este
último artículo. La finalidad a la que responde este apartado 1 es la de habilitar una forma de
presentación de escritos de término al no ser posible hacerlo, dado lo dispuesto en el
apartado 2 de dicho artículo 135, en el Juzgado que preste el servicio de guardia. Dado el
carácter supletorio de los preceptos de la Ley de Enjuiciamiento Civil en la sustanciación del
proceso contencioso-administrativo (Disposición Final Primera de la Ley de esta Jurisdicción
29/1998 y art. 4 de dicha Ley de Enjuiciamiento Civil), lo que supone que esta Ley rige como
supletoria en lo no previsto por la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, al no
regularse por ésta la presentación de escritos de término cuando no es posible efectuar
aquélla en la Secretaria del Juzgado o Tribunal o en la oficina de servicio de registro central
que esté establecido, en virtud del expresado carácter supletorio hay que entender, como ya
se ha indicado, que la referida presentación de escritos de término podrá efectuarse en la
forma prevista en el artículo 135.1 al que nos venimos refiriendo”».
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el art. 135.1 LEC no es aplicable en el
marco del procedimiento económico-administrativo instado ante un Tribunal
económico-administrativo, cuya naturaleza es administrativa, por ser sólo es aplicable
en el ámbito jurisdiccional, como aclara la STSJ de la Comunidad Valenciana de 26 de
febrero de 2010, en la que se confirma la Resolución del Tribunal Económico-
Administrativo Regional de Valencia, de fecha 28 de septiembre de 2007, por la que se
declararon inadmisibles, por extemporáneas, dos Reclamaciones económico-
administrativas deducidas, respectivamente, contra Acuerdo de liquidación provisional,
de fecha 8 de marzo de 2004, de la Jefa de la Dependencia de Gestión Tributaria de la
Delegación de Alicante de la AEAT y que se habían presentado ante el TEAR haciendo
uso del artículo 135.1 de la LEC.
2. EL MES DE AGOSTO
La LJCA de 1998, con más precisión que la LJCA de 1956 habla de «los plazos durante el
mes de agosto», en vez de «plazos durante las vacaciones de verano», para prever
concretamente que durante el mes de agosto no correrá el plazo para interponer el
recurso contencioso-administrativo ni ningún otro plazo de los previstos en esta Ley
salvo para el procedimiento para la protección de los derechos fundamentales en el que
el mes de agosto tendrá carácter de hábil (tal como sienta por otra parte el ATS de 1 de
septiembre de 1997) 2).
Pese a que también en el Derecho alemán es excepcional esta materia (a la luz del
artículo 60 de la LJCA, VwGO 3) y demás preceptos similares en otras leyes procesales 4))
no está cerrado el planteamiento jurídico, incluso en casos en que puede haber
problemas técnicos de comunicación de los letrados. En este sentido, SODAN/ZIEKOW,
VwGO Kommentar , 4. edición. 2013 p.1333 § 60 parágrafos 88-93 (comentario que
realiza D. CZYBULKA con numerosas referencias jurisprudenciales) llegan a la conclusión
de que, si se omite un plazo por un fallo técnico del fax o e-mail, la condición para la
reposición en la situación anterior (que es como se llama el instituto jurídico de
referencia para poder debatir la apertura del plazo cerrado e improrrogable) es que de
forma fiable se haga valer que de forma imprevisible (Spontanversagen) se ha
producido un fallo del sistema técnico de comunicación (citando el auto del TS, Sala de
lo contencioso, de 25 mayo de 2007; BGH NJW 2007 601, BVerwG, Beschl. V. 25.5.2001 10
–7 B 18/10, juris.) presuponiéndose entonces en todo caso que no ha habido error del
representante legal y que ha tomado las medidas adecuadas de tipo organizativo en su
oficina (Auto del TSJ de Baviera, Sala de lo contencioso-administrativo, NJW-RR 1998,
418).
El cómputo de los plazos sigue los criterios generales de la LOPJ (artículos 182 a 185) o
de la LEC (artículos 133 y siguientes), al no establecerse nada sobre los plazos para la
jurisdicción contencioso-administrativa en la LJCA.
Los términos judiciales empiezan a correr desde el día siguiente a aquel en que se
hubiere hecho el emplazamiento, citación o notificación, y se contará en ellos el día del
vencimiento.
Los términos señalados por meses se contarán por meses naturales, sin excluir los días
inhábiles. Sin embargo, en ningún término señalado por días se contarán aquellos en
que no puedan tener lugar las actuaciones judiciales.
En los plazos señalados por meses, el propio Tribunal Supremo sostuvo inicialmente
declaraciones contradictorias sobre el cómputo del plazo, pero actualmente se sigue el
criterio de que, «el plazo vence el día cuyo ordinal coincida con el que sirvió de punto de
partida, que es el de notificación o publicación, es decir, que el plazo comienza a
contarse a partir del día siguiente de la notificación o publicación del acto, siendo la
fecha del vencimiento la del día correlativo mensual o anual al de la notificación o
publicación» (SSTS de 2 abril 1990; de 10 mayo 1995).
Si el día del vencimiento es inhábil, hay que entender prorrogado el plazo al primer día
hábil siguiente, de acuerdo con lo establecido en el artículo 185.2 de la mencionada Ley
Orgánica del Poder Judicial, que es un precepto general que abarca tanto los plazos
señalados por días como los señalados por meses o por años y, por eso mismo,
computables de fecha a fecha (SSTS de 3 noviembre; de 21 mayo 1996; de 28 de julio de
1997 FJ 1; finalmente, ténganse en cuenta los plazos de presentación del recurso).
No obstante, los plazos más habituales son por días (así el plazo que se otorgará al
demandado o codemandado para formular alegaciones previas de cinco días). Se
cuentan entonces los días hábiles. Judicialmente, sábados y domingos y festivos se
excluyen pues de tal cómputo general.
Son horas hábiles desde las ocho de la mañana a las ocho de la tarde, salvo que la Ley
disponga lo contrario ( artículo 182.1 y 2 LOPJ).
Con un fin garantista, la LJCA ha previsto una última regla en virtud de la cual «en casos de
urgencia, o cuando las circunstancias del caso lo hagan necesario, las partes podrán solicitar
al órgano jurisdiccional que habilite los días inhábiles en el procedimiento para la protección
de los derechos fundamentales o en el incidente de suspensión o de adopción de otras
medidas cautelares». En estos casos, el Juez o Tribunal oirá a las demás partes y resolverá por
auto en el plazo de tres días, acordando en todo caso la habilitación cuando su denegación
pudiera causar perjuicios irreversibles.
Prevé este precepto que “ 1. Los plazos establecidos en esta Ley son improrrogables. 2.
Podrán, no obstante, interrumpirse los plazos y demorarse los términos en caso de
fuerza mayor que impida cumplirlos, reanudándose su cómputo en el momento en que
hubiera cesado la causa determinante de la interrupción o demora. La concurrencia de
fuerza mayor habrá de ser apreciada por el letrado de la administración de justicia
mediante decreto, de oficio o a instancia de la parte que la sufrió, con audiencia de las
demás. Contra este decreto podrá interponerse recurso de revisión que producirá
efectos suspensivos”.
El número 2 del artículo 134 fue redactado por el apartado setenta del artículo
decimoquinto de la Ley 13/2009, de 3 de noviembre, de reforma de la legislación
procesal para la implantación de la nueva Oficina judicial.
Lo interesante es, por tanto, la posibilidad de presentar el escrito que interese una vez
ha trascurrido el plazo si hay fuerza mayor. Es una cuestión que se plantea de modo no
del todo infrecuente y que, evidentemente, no es sino plasmación de un principio
general más amplio, que por otra parte se sigue, sin salir de la materia de plazos, en
diversas leyes donde igualmente se exonera el rigor del plazo previsto normativamente
si existe causa de fuerza mayor que justifique la no presentación en el plazo debido. La
aplicación es, no obstante, y como es lógico, excepcional, ya que el error propio no es
fuerza mayor ( ATS de 14 de septiembre de 2011 (RJ 2012, 682) recurso 30/2011; ATS
de 21 de enero de 2014 (JUR 2014, 61815) recurso 91/2013).
Según el ATC 694/1984 n.º recurso 656/1984 no es fuerza mayor que impida el ejercicio
en debido plazo dificultades para contactar con el procurador para presentar el escrito
en plazo. Tampoco intentos de abrir el plazo mediante presentaciones de nuevos
escritos son una solución ( ATS de 11 de febrero de 2013 (JUR 2013, 194831), recurso
118/2012).
A veces se plantean problemas cuando la parte procesal solicita la suspensión del plazo
pensando que de esta forma queda en suspenso llegando el órgano jurisdiccional (que
es quien decide) a otra conclusión, por lo cual realizamos una llamada de atención a
estos casos de solicitudes de suspensiones que llevan después a problemas según el caso
concreto (así lo afirma la SAP de Jaén 39/2014 de 6 de febrero de 2014; por su parte la
SAP 307/2012 de Baleares de 14 de junio de 2012 decreta que el hecho de que se
solicitara una copia de una grabación no tiene efectos interruptivos ni entra dentro del
supuesto del art.134 LEC).
Por otro lado (STS de 12 de diciembre de 2013, recurso 87/2013) «el incumplimiento de
los plazos procesales no constituye un defecto subsanable, aunque ese incumplimiento
derive de la errónea presentación de los mismos fuera de los órganos judiciales
adecuados».
Por su parte, el Auto de 17 de julio de 2013 (I ZR 64, 13) del TSJ de Karlsruhe (publicado
en MMR 2014, 270) afirma que en procesos en que intervienen dos representantes
legales (lo que es raro en Alemania, pero es interesante al extrapolarse a nuestro
sistema de abogado y procurador) no basta con la simple remisión de la notificación ya
que es preciso tomar precauciones añadidas. Sobre el tema puede verse también KOCH,
NJW 2014, 2391; y U. UNTERREITMEIER, «Zulassung und Einlegung von Rechtsmitteln –
Anwaltsfalle?», NVwZ 2013, 399.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
FOOTNOTES
1
Para la STC 210/2009 no se puede denegar el acceso a los recursos al justiciable cuando éste ha
seguido una indicación judicial que es errónea y ha de considerarse que se trata de un error
excusable, pues, de lo contrario, se estaría vulnerando su derecho a la tutela judicial efectiva del
artículo 24 de nuestra Constitución. Reproducimos a continuación la argumentación jurídica del
Tribunal Constitucional:
En una traducción en español el art. 60 de la LJCA dice (en sus cinco parágrafos):
«Reposición al estado anterior: (1) Si alguien, sin culpa, estuviera impedido de cumplir el plazo
legal, a su solicitud se deberá otorgar la reposición al estado anterior. (2) El escrito de
reposición al estado anterior se deberá interponer dentro de las dos semanas después de
haberse superado el impedimento; en el caso de haber incumplido el plazo para la
fundamentación del recurso de apelación, del recurso de admisión de la apelación, de la
casación, del recurso de queja de no admisión o del recurso de queja, el plazo es de un mes. Los
hechos para la fundamentación del escrito deben ser alegados fehacientemente en el proceso o
en el momento de presentación de tal escrito. El trámite jurídico omitido deberá ser recuperado
si se produce dentro del plazo de este escrito. Si ello ha ocurrido se puede otorgar la reposición
aún sin presentar el escrito. (3) El escrito de reposición del plazo es inadmisible después de un
año contado a partir del plazo incumplido, salvo que por fuerza mayor haya sido imposible su
interposición antes del cómputo del plazo de un año. (4) Sobre este escrito de reposición a la
circunstancia anterior decide el mismo tribunal que debe conocer sobre el acto jurídico
incumplido. (5) La reposición es irrecurrible».
En especial, cabe citar el artículo 92.2 de la Ley del TC: «si un recurrente en amparo sin culpa se
ve impedido de presentar el recurso de amparo en plazo, debe estarse al instituto de la
reposición en las circunstancias anteriores, presentando un escrito en el plazo de dos semanas
después de que el impedimento decae. Los hechos o circunstancias para fundamentar tal
escrito se exponen en el mismo escrito o en el procedimiento. Dentro del plazo del escrito de
reposición en las circunstancias anteriores tiene que recuperarse el trámite perdido. Y si esto
ocurre procede tal escrito. Tras un año no se puede salvo fuerza mayor interponer este escrito
de reposición en las circunstancias anteriores. La culpa del poderdante se corresponde con la
del recurrente».
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Sexta Parte. Disposiciones comunes a los títulos IV y V
Capítulo XLIX. Medidas cautelares (artículos 129 a 136 LJCA)
Capítulo XLIX
Sumario:
1. Introducción
2. La necesidad de una protección jurídica cautelar
3. Alcance del «fumus boni iuris»
4. Suspensión cautelar alegando nulidad del acto, en el contexto del fumus boni iuris
5. «Previa valoración circunstanciada de todos los intereses en conflicto»
6. Casos de denegaciones de medidas cautelares invocando el interés público
7. Recapitulación
8. Tipos de medidas cautelares. Suspensivas y positivas, en realidad sistema de «numerus
apertus» o de medidas innominadas
9. Case law
A. Las medidas cautelares en algunos sectores típicos del ordenamiento jurídico-
administrativo
B. Extranjería
C. Contratación pública
D. Empleados públicos
E. Retirada o suspensión del permiso de conducir
F. Suspensión en caso de conflicto entre dos intereses públicos
G. Sanciones
H. Sanciones tributarias
I. Actos de gestión tributaria
J. Los «actos de contenido económico»
K. Disposiciones de carácter general
L. Urbanismo
M. Demolición de edificaciones
N. Avales, liquidaciones, apremios.
O. Devengo de recargos
10. La vertiente procesal
A. Improcedencia de las medidas cautelares por motivos procesales
B. Tramitación. artículo 131 LJCA
C. El artículo 132 de la LJCA
D. Artículo 133 LJCA. El tema de los perjuicios e indemnizaciones derivados de la
suspensión cautelar
E. Avales, fianzas, contracautelas, riesgos
F. Artículo 134 LJCA
11. Las cautelares del artículo 135 (sin audiencia de contrario)
12. Artículo 136.2 de la LJCA de 1998. Medidas precautelares o cautelares antes del proceso
13. El problema de la tramitación de la cautelar tras presentarse el recurso contencioso-
administrativo sin que haya habido oportunidad para que se persone «el
codemandado» (o parte directamente afectada por el otorgamiento de la cautelar)
Nota bibliográfica
1. INTRODUCCIÓN
Por otra parte, el Derecho comunitario y el Derecho comparado incitaban este proceso o
evolución de progreso (por todos, E. GARCÍA DE ENTERRÍA, La batalla por las medidas
cautelares , Madrid, 1997; R. RIVERO ORTEGA, REDA , 98, 1998, p. 271 y E. CALVO ROJAS, REDA ,
83, 1994, p. 476; STS de 16 de junio de 1997 FJ 6; y nuestro trabajo en RVDPA , 3, 1991, pp.
353 y ss.).
Sería excesivo, no obstante, hacer recaer todo el peso del problema de las dilaciones
indebidas del proceso en la aplicación de las medidas cautelares 1).
La LJCA ( artículo 130.1 de la LJCA) exige que el recurrente haga valer una concreta
necesidad de protección jurídica cautelar.
Ésta puede definirse como una necesidad de protección jurídica especial, concreta o
singular y urgente.
–El interesado hará valer que no puede limitarse a esperar a la resolución final del
litigio, por necesitar aquél una resolución que satisfaga una necesidad de protección
jurídica cautelar. De lo contrario, se frustraría su derecho, de lo contrario «la ejecución
del acto o la aplicación de la disposición podrían hacer perder la finalidad legítima del
recurso» ( artículo 130 de la LJCA).
–En este sentido, la STS de 17 de junio de 1997 FJ 2, afirma que «la naturaleza jurídica
que hoy por hoy es predicable de la institución cautelar en el recurso contencioso-
administrativo es la de preservar el derecho a la tutela judicial efectiva al final del
proceso, resarcir el efecto útil de una hipotética sentencia estimatoria de las pretensiones
del recurrente».
–Es por ello mismo «especial» porque los medios procesales ordinarios o normales no
consiguen satisfacer la necesidad de protección jurídica que tiene el sujeto. Las medidas
cautelares por su propia naturaleza siguen siendo un mecanismo especial en defecto de
otros en todo sistema procesal (AATS de 10 de mayo de 1996; de 10 de mayo de 1996) aun
cuando el criterio ha dejado de ser necesariamente excepcional, como ya nos consta.
–No existe dicha necesidad de protección jurídica cautelar si los perjuicios son
puramente hipotéticos . La suspensión es en estos casos improcedente (SSTS de 19 de
enero de 1996 y 11 de marzo de 1996; ATS de 18 de enero de 1995). Este criterio
jurisprudencial puede a mi juicio mantenerse sólo si por perjuicio hipotético se entiende
«perjuicio vago o general, no concretado o fundado en una hipótesis», tal como define
por cierto el término «hipótesis» el Diccionario de la Lengua de la Real Academia
Española. Por contrapartida, y como es lógico, las medidas cautelares tienden
esencialmente a la evitación y consumación de perjuicios futuros . Puede así entenderse
que no sea suficiente con alegar la «posibilidad» de un daño, ya que debe acreditarse
dicha posibilidad (ATS de 28 de junio de 1996; STS de 7 de octubre de 1996; ATS de 26 de
julio de 1996; STS de 24 de junio de 1996; AATS de 14 de mayo de 1996; de 6 de marzo de
1996).
La medida cautelar no puede «prejuzgar la decisión final que haya de dictarse» (STS de
10 de junio de 1996). Debe distinguirse (STS de 19 de abril de 1994) entre «el fondo del
asunto» y la «pieza separada» de las medidas cautelares: la decisión de «resolver sobre
el fondo del asunto se debe adoptar en los autos principales, en la sentencia sobre el
fondo, tras unas actuaciones en las que con plenitud de ejercicio de medios de ataque y
de defensa por ambas partes litigantes y mediante las prácticas de las pruebas que
hayan estimado oportunas, el Tribunal tenga un pleno conocimiento de la cuestión
debatida, del que normalmente carece en la pieza separada de naturaleza cautelar» 2).
De hecho, la LJCA no hace expresa referencia al criterio del fumus bonis iuris , cuya
aplicación queda confiada a los juzgados y tribunales; en cambio la LEC 1/2000 alude a
este criterio en el art. 728.
Esta invocación al fumus boni iuris para pretender la obtención de la medida cautelar se
rechazará por el órgano jurisdiccional porque significará un prejuzgamiento
improcedente del fondo del asunto. En este sentido, la STSJ de Madrid de 22 de
noviembre de 2005, recurso de Apelación núm. 597/2005 afirma:
«El criterio expuesto no impide la aplicación, si fuera procedente, de la doctrina
jurisprudencial del “fumus bonis iuris” , pero la misma no puede servir para realizar un
enjuiciamiento previo de las cuestiones planteadas en el recurso y que corresponden resolver
en sentencia, pues, de otra forma, se corre el riesgo de prejuzgar la cuestión de fondo por
medio de este procedimiento incidental de suspensión, con vulneración del derecho a un
proceso con todas las garantías, que también constituye derecho fundamental. (Téngase en
cuenta, entre otros, los autos del TS de 19 de septiembre de 1996, TS 3.ª, Secc. 6.ª y 15
noviembre 1996, TS 3.ª, Secc. 4.ª)».
Esto es lo normal en estos casos. Según la SAN de 16 de octubre de 2003: «por lo demás,
respecto de la invocación a la doctrina del “fumus boni iuris” y las alusiones a la cuestión
de fondo que salpican todo el escrito de apelación, debe señalarse que la expresada
doctrina de la apariencia de buen derecho, suponen una invitación para que esta Sala
realice consideraciones sobre el fondo de la cuestión suscitada , lo que resulta impropio
de esta resolución que resuelve medidas cautelares. En este sentido no está de más
señalar que la apariencia de buen derecho sólo resulta de aplicación a los casos
previstos en los artículos 29 y 30 de la LJCA, “ex” artículo 136 de la expresada Ley
4)
Jurisdiccional» .
A veces el criterio del fumus se usa para razonar por los órganos jurisdiccionales que ni
siquiera con el fumus boni iuris procedería la cautelar. En esta línea argumental, la
STSJ de la Comunidad Valenciana núm. 669/2006, de 15 de septiembre de 2006 (JUR 2007,
77425), afirma:
«A este respecto, no se puede olvidar que, si bien la Ley 29/1998 no recoge de forma expresa
el criterio de la apariencia de buen derecho, con la finalidad de evitar que en la pieza de
medidas cautelares se prejuzgue el fondo del asunto, es criterio jurisprudencial consolidado
que, cuando la apariencia de buen derecho manifiestamente no existe (como palmariamente
sucede en este caso, ante la ausencia de licencia en el momento en que se dicta la orden de
clausura recurrida), no tiene sentido acordar la medida cautelar . La STS de 19 de mayo de
2003 afirma en este sentido que, cuando está claramente ausente la apariencia de buen
derecho, no se puede adoptar la medida cautelar solicitada, porque difícilmente puede en
estos casos mantenerse que la no adopción de la medida cautelar haga perder al recurso su
legítima finalidad».
Concreta los casos en que puede invocarse el fumus, el ATS citando los autos de 27 de
noviembre de 2016 –recurso núm. 53/2006– 29 de septiembre de 2016 (JUR 2016,
217532) –recurso núm. 4851/2016– y 5 de junio de 2012 (JUR 2012, 194115) –recurso
núm. 327/2012–:
–Nulidad de pleno derecho, siempre que sea manifiesta.
–Existencia de una sentencia que anula el acto en una instancia anterior aunque no sea
firme.
Es decir, que no valdría con invocar la nulidad misma, sino que además habría que
hacer valer lo ostensible de la misma, lo cual (esto último) no viene a ser sino una carga
añadida ( STS de 13 de julio de 2005 (RJ 2005, 9604), recurso de casación núm.
4160/2002, denegando la cautelar por prejuzgar el fondo, sin ser suficiente la invocación
del fumus boni iuris en un caso en que la sancionada no era realmente la entidad con
que se entendió la Administración, pero sí entidad vinculada y que pudo defenderse; y
STS de 13 de julio de 2005 (RJ 2005, 9078) N.º de Recurso: 8321/2002 sumando la
necesidad de que el interesado además de invocar la nulidad haga valer que sea
ostensible, denegando, asimismo, la cautelar: «acierta la Sala de instancia al no apreciar,
en el mencionado precepto, motivos de nulidad (derivados de la vulneración de los
preceptos constitucionales que se invocan) con las características de ostensibles,
evidentes e indudables».
La LJCA insiste además en «una previa valoración de las circunstancias de todos los
intereses en conflicto», criterio éste con el que se siente cómoda la judicatura (STS de 30
de septiembre de 1996; ATS de 30 de julio de 1996; SSTS de 17 de julio de 1996; de 27 de
mayo de 1996).
«Cuando las exigencias de la ejecución que el interés público presenta sean reducidas,
bastarán perjuicios de escasa entidad para provocar la suspensión y por el contrario, cuando
aquellas exigencias sean de gran intensidad, sólo perjuicios de muy elevada consideración
podrán determinar la suspensión de la ejecución» (STS de 16 de julio de 1996); en este
sentido, SSTS de 11 de octubre de 1996; de 4 de octubre de 1996; de 26 de diciembre de 1996;
de 18 de octubre de 1996; de 13 de mayo de 1996; ATS de 23 de abril de 1994. Estas reflexiones
pueden en cierto modo verse junto al «principio de que la necesidad del proceso para obtener
la razón no debe perjudicar al que tiene la razón, así como su corolario de la apariencia de
buen derecho»: SSTS de 10 de junio de 1996; de 5 de julio de 1996; ATS de 29 de marzo de
1996.
En virtud del artículo 130.2 («la medida cautelar podrá denegarse cuando de ésta
pudiera seguirse perturbación grave de los intereses generales o de tercero que el Juez o
Tribunal ponderará de forma circunstanciada») puede ocurrir: primero, que la
concesión de la medida cautelar perturbe gravemente los intereses generales o de
tercero, que el Juez o Tribunal ponderará de forma circunstanciada. En este caso
«podrá» denegarse la medida cautelar. En realidad, el éxito de la pretensión cautelar
dependerá entonces del artículo 130.1 (y de la índole de la «perturbación grave»).
Segundo, que la concesión de la medida cautelar no ocasione perturbación grave de los
intereses generales o de tercero «que el Juez o Tribunal ponderará de forma
circunstanciada». En estos casos, no procede necesaria o automáticamente la
suspensión, ya que ésta precisa que el interesado haga valer que la finalidad del recurso
puede perderse si no se adopta la medida cautelar (artículo 130.1). Lo esencial, por
tanto, pasa a ser el presupuesto del apartado 1 del artículo 130 de la LJCA (una vez
superado el criterio legal y jurisprudencial precedente de la verificación de un perjuicio
irreparable), esto es, la pérdida de la finalidad legítima «del recurso», lo que ocurrirá
cuando, de no concederse la medida cautelar, la decisión judicial no logra ser una
respuesta judicial a la pretensión del recurso.
No obstante todo esto, en la práctica priman las líneas jurisprudenciales que para cada
ámbito de actuación (derribos, sanciones, actos tributarios, etc.) vienen desarrollando
los órganos jurisdiccionales, tal como veremos más adelante.
Una sentencia interesante, que sirve para recurrir, en estos casos, la resolución judicial
de denegación de las medidas cautelares solicitadas, es la sentencia del Tribunal
Supremo de 14 febrero 2013 (RJ 2013, 2459):
Así las cosas, y no habiendo indicios de que la medida cautelar pueda ocasionar
perturbación grave de los intereses generales o de tercero (artículo 130.2 de la Ley
reguladora de esta Jurisdicción), procede acordar la suspensión solicitada sin que se aprecien
razones para la exigencia de caución (FJ 4.º)».
7. RECAPITULACIÓN
A modo de recapitulación, la decisión sobre la procedencia de la medida cautelar
comporta un alto grado de ponderación conjunta de criterios por parte del juzgador,
que puede resumirse en los siguientes términos:
En este sentido, la STS de 6 de febrero de 2007 es un ejemplo más: « por otra parte ,
frente al evidente respaldo con que el interés general avala una disposición general y
una obras públicas –en beneficio directo de los recurrentes asociados– los intereses
concretos y particulares de cada uno de los vecinos –individualmente considerados– se
nos presentan como difusos, en todo caso soportables en un marco de solidaridad
tributaria, y en modo alguno cuantificados ; de la Ordenanza hemos podido deducir el
montante total de las obras (3.799.645 de euros) pero no se nos ofrece dato alguno
sobre la cuota concreta que a cada vecino corresponderá, de acuerdo con el módulo de
reparto previsto en el artículo 8 de la Ordenanza, esto es, según el “aprovechamiento
urbanístico asignado a las parcelas, o al valor del resultante”, por lo que no podemos –
ni por aproximación– realizar la cuantificación de los particulares intereses que,
se dice, se verán afectados (...)».
b) Imposibilidad de prejuzgar el fondo del asunto. Las medidas cautelares tienen como
finalidad que no resulte irreparable la duración del proceso. De modo que la adopción
de tales medidas no puede confundirse con un enjuiciamiento sobre el fondo del
proceso. Como señala la STC 148/1993 «el incidente cautelar entraña un juicio de
cognición limitada en el que el órgano judicial no debe pronunciarse sobre las
cuestiones que corresponde resolver en el proceso principal» (Cfr. ATS de 20 de mayo de
1993). La resolución de instancia no entra indebidamente en su análisis para denegar la
suspensión.
En lo argumental, este es el trabajo del letrado, esencialmente, hacer ver, con arte
debido, que de no otorgarse la cautelar la sentencia perdería su efecto legítimo. Por
tanto, ha de tenerse en cuenta que el aseguramiento del proceso, nuevo parámetro
esencial, para la adopción de la medida cautelar, no se agota, en la fórmula clásica de
la irreparabilidad del perjuicio , sino que su justificación puede presentarse, con
abstracción de eventuales perjuicios, siempre que se advierta que de modo inmediato
puede producirse una situación que haga ineficaz el proceso. Si bien se debe tener en
cuenta que la finalidad asegurable a través de las medidas cautelares es la finalidad
legítima que se deriva de la pretensión formulada ante los Tribunales.
3. Como contrapeso, o parámetro de contención, del anterior criterio, el nuevo sistema exige,
al mismo tiempo, una detallada valoración o ponderación del interés general o de tercero. En
concreto, en el artículo 130.2 se señala que, no obstante la concurrencia del periculum in
mora , “la medida cautelar podrá denegarse cuando de ésta pudiera seguirse perturbación
grave de los intereses generales o de tercero”.
4. Como aportación jurisprudencial al sistema que se expone, debe dejarse constancia de que
la conjugación de los dos criterios legales de precedente cita ( periculum in mora y
ponderación de intereses) debe llevarse a cabo sin prejuzgar el fondo del litigio , ya que, por lo
general, en la pieza separada de medidas cautelares se carece todavía de elementos bastantes
para llevar a cabo esa clase de enjuiciamiento, y porque, además, se produciría el efecto
indeseable de que, por amparar el derecho a la tutela judicial efectiva cautelar, se vulneraría
otro derecho, también fundamental e igualmente recogido en el artículo 24 de la
Constitución, cual es el derecho al proceso con las garantías debidas de contradicción y
prueba.
7. Se establece con precisión el ámbito temporal de las medidas: La solicitud podrá llevarse a
cabo “en cualquier estado del proceso” (129.1, con la excepción del núm. 2 para las
disposiciones generales), extendiéndose, en cuanto a su duración, “hasta que recaiga
sentencia firme que ponga fin al procedimiento en que se hayan acordado, o hasta que éste
finalice por cualquiera de las causas previstas en esta Ley” (132.1), contemplándose, no
obstante, la posibilidad de su modificación por cambio de circunstancias (132.1 y 2).
8. Por último, y en correspondencia con la apertura de las medidas cautelares, la nueva Ley
lleva a cabo una ampliación de las contracautelas, permitiéndose, sin límite alguno, que
puedan acordarse “las medidas que sean adecuadas ” para evitar o paliar “los perjuicios de
cualquier naturaleza” que pudieran derivarse de la medida cautelar que se adopte (133.1);
añadiéndose, además, que la misma “podrá constituirse en cualquiera de las formas
admitidas en derecho” (133.3)».
En conclusión , a mi juicio, está claro que las dos claves de las cautelares son el
periculum in mora o pérdida de la finalidad legítima del recurso y la prueba de los
perjuicios.
Se trata de evitar formalidades especiales para facilitar que el asunto llegue al órgano
jurisdiccional y pueda este determinar lo que considere más justo. Materialmente podrá
haber cautelares de carácter positivo; pero no se reconocen como tales estas cautelares
no sea que se complique su enjuiciamiento.
Eso sí, tras la LJCA de 1998 deja de hablarse de la suspensión de la ejecución de un acto
(artículo 122 de la LJCA de 1956), para hablarse, en general, de medida cautelar
(artículos 129 y ss. de la LJCA de 1998).
Así pues, por un lado, el artículo 130 se refiere a las cautelares en general que hagan
falta para asegurar al sujeto cautelarmente 5).
Y, por otro lado, además, se introduce una medida cautelar (en el artículo 136) que sería
necesariamente positiva al corresponderse con las pretensiones para requerir una
prestación del artículo 29 de la LJCA de 1998 y para las vías de hecho, pero esta
pretensión no significa nada efectivo.
Esto significa que la misma lógica de las pretensiones cautelares suspensivas se impone
finalmente cuando al particular interesa una cautelar de tipo positivo (ejercitando en el
proceso principal una acción a una prestación o acto: licencia, permiso, subvención...).
Se aconseja al letrado que trate el caso, en esta segunda variante, como si de una
suspensión pura se tratara: la cautelar (materialmente positiva) entonces se otorgará
porque en el fondo será suspensiva. De lo contrario, quien argumente con lógica de
«cautelar positiva», tendrá más opciones de que la cautelar se rechace (a tal efecto,
servirán teorías como la de la no suspensión de actos de contenido negativo, la no
posibilidad de otorgar cautelares de tipo positivo, la imposibilidad de prejuzgar el fondo
del asunto, etc.). Lo mejor es seguir teniendo en mente la Ley de 1956.
En estos casos «tal como expresa el auto recurrido, la medida cautelar coincide
sustancialmente con la pretensión del propio recurso, y la medida cautelar no puede
alcanzar a lo que es propiamente la pretensión principal» ( STSJ de la Comunidad
Valenciana núm. 260/2006, de 6 de marzo de 2006 (JUR 2006, 221531)).
Así, se afirmará que «parece claro que no hay nada que suspender y esto es lo que
ocurre con los actos negativos que se limitan a denegar una petición» (ATS de 13 de
julio de 1994; de 6 de octubre de 1995) y «que no modifican o alteran la situación
jurídica, preexistente, tal como acontece en el acto impugnado objeto de la solicitud de
suspensión» (ATS de 18 de enero de 1995; STS de 12 de abril de 1998).
Por su parte, la STSJ Cataluña núm. 414/2006, de 4 de mayo de 2006, deniega la medida
cautelar porque el acto es de contenido negativo (la suspensión supondría la adopción
de una medida cautelar positiva de realojo provisional).
Y la STSJ 683/2014 de Andalucía (Sevilla) de 8 de julio de 2014, entre otros motivos para
denegar la cautelar, invoca que «la medida cautelar, por venir referida a un acto de
contenido negativo desestimatorio, supondría tener un efecto claramente positivo ,
como sería conceder aquello que al momento actual ya no lo tiene, como es la
explotación del campamento».
Parece que en un caso así sería más sencillo afirmar que al sujeto se le concede
cautelarmente el mantenimiento de apertura del establecimiento mientras se tramite el
proceso.
Singular es la STS de 27 de junio de 2012 (RJ 2012, 7562) (rec. Casación 2161/2011)
cuando se otorga la cautelar suspensiva de actos negativos porque contiene un mandato
positivo, considerando «el aspecto positivo que el acto impugnado contiene».
Junto al criterio de los actos de contenido negativo otras veces los órganos
jurisdiccionales llegan a aplicar un complicado y poco certero criterio de suspensión de
la denegación , a efectos de conceder la suspensión del acto denegatorio de la
prestación o solicitud, resultando así un resultado «positivo».
Bajo esta lógica suspensiva otras veces se manejará, para denegar las cautelares de
posible carácter positivo, un complejo criterio «de la suspensión de la suspensión», es
decir, de que se está pidiendo la suspensión cautelar de un acto por el cual se paraliza o
«suspende» la ejecución de una obra, declarando su improcedencia y denegando la
medida cautelar: STS de 1 de febrero de 1996.
Para la STS de 26 de junio de 1996, es una «medida cautelar positiva la decretada a fin
de que no le sea exigido el visado de residencia durante la tramitación del recurso
contencioso-administrativo». Curiosamente, en un caso así podríamos estar ante una
cautelar suspensiva y no positiva (el supuesto parece aludir realmente a la suspensión
de los efectos de la imposición de un visado; así también la STSJ de Madrid 1213/2013 de
20 de noviembre de 2013 concede la cautelar positiva relativa al mantenimiento del
permiso de residencia que venía disfrutando el Sr. Rosendo; igualmente, STS de 25 de
noviembre de 1995, respecto de la denegación de un permiso de residencia como acto de
contenido negativo que se suspende; o la STSJ de Andalucía, Granada 2827/2013 de 7 de
octubre de 2013, decretando la cautelar, que considera positiva, pese a ser la evitación
de la expulsión de un extranjero y pese a poder tener carácter negativo).
«CUARTO. El art. 135 de la LJCA, permite que el Juez o Tribunal, atendidas las
circunstancias de especial urgencia, que concurran en el caso, adopte cualquier medida
cautelar sin oír a la parte contraria. En este caso, las circunstancias antes indicadas aconsejan
la adopción de una medida cautelar positiva que permita al demandante participar en el
proceso selectivo, ya que la realización de la última prueba está prevista para los primeros
días del mes de marzo. Con independencia del resultado que pueda tener el juicio pendiente
ante la Jurisdicción Social que no se llevará a cabo presumiblemente antes de la fecha
señalada, es evidente que este recurso precisará de un tiempo razonable para ser resuelto,
período que superará con creces el tiempo fijado para la realización de la tercera prueba, de
modo que de no adoptarse esta medida la ejecución del acto haría perder al recurso su
finalidad legítima , dada la proximidad de la fecha del examen. Por lo demás, la adopción de
esta medida positiva no produce perjuicio alguno a los intereses públicos, puesto que se
limita a permitir que el aspirante participe en la tercera prueba del proceso selectivo y que
sea evaluado con arreglo a Derecho.
Pero, como decimos, si se descubre que lo solicitado por el actor es una cautelar positiva
ello puede llevar a aplicar el criterio de la imposibilidad de su concesión, porque se
prejuzga el fondo, o supone una invocación del fumus boni iuris, y se rechaza la
cautelar.
La parte actora insiste en que no se trata de una medida cautelar positiva, sino del
mantenimiento del “status (sic) quo” del apelado que le habilita para permanecer en España , en
tanto en cuanto no se resuelva sobre la cuestión de fondo, debiendo indicarse al respecto que
desde el momento en que la situación del apelado ha sufrido una variación sustancial, pasando
de gozar de la autorización de trabajo y residencia a la carencia de la misma por denegación de
la renovación, ya no puede hablarse de prolongación y mantenimiento de una situación jurídica
precedente, sino de una nueva situación jurídica, consistente en la estancia irregular en España,
a través de la cual el Magistrado de instancia autoriza el trabajo y la residencia en España
careciendo del oportuno permiso, por lo que procede la estimación del recurso interpuesto,
revocando la medida adoptada consistente en que el apelado pueda seguir en España “en su
situación de residencia y trabajo” .
No por ello la decisión de fondo o resultado al que llegan las resoluciones judiciales
cautelares será necesariamente incorrecto, ya que el resultado final acaso sea el más
justo. Pero extraña toda esta argumentación .
Para la STSJ de Madrid de 4 de julio de 2000, n.º de sentencia: 665/2000, «al tratarse de
una actividad desarrollada sin licencia no procede suspender la ejecutividad del
acuerdo municipal impugnado ya que, en caso de acordarla, se haría una declaración de
naturaleza positiva , accediendo al otorgamiento de una licencia denegada por el tiempo
que durara la tramitación del recurso» (puede verse también la STSJ de la Comunidad
Valenciana núm. 669/2006, de 15 de septiembre de 2006).
Significativo es asimismo, que, en los casos en que los tribunales han aplicado el
artículo 136 de la LJCA (donde se contempla una medida genuinamente positiva), no se
aluda al ejercicio de una pretensión cautelar positiva.
A efectos prácticos, lo normal es que por la vía de este artículo, pese a lo que expresa su
tenor literal favorable a la cautelar, no se estime la cautelar (ATSJ Castilla y León,
Valladolid, núm. 60/2005, de 28 de enero de 2005; STSJ Aragón núm. 787/2004; STSJ
Comunidad Autónoma del País Vasco núm. 798/2000; ATSJ de La Rioja de 11 de
septiembre de 2000; STSJ Cataluña núm. 1231/2003; STSJ Castilla y León, Valladolid,
1748/2016 de 16 de diciembre de 2016, afirmando que no existe inactividad y denegando
la cautelar, el recurrente pedía que se «proceda a organizar la primera de las cuatro
convocatorias de examen que dicha norma reglamentaria establece y como primera
providencia acuerde abrir el plazo de matrícula correspondiente...», pese a que esta
sentencia 1748 tiene de interés que cita la «Sentencia del TS, Contencioso sección 3 del
29 de septiembre de 2016 que en un supuesto de medida cautelar solicitada al amparo
del art. 136 de la LJCA, declara que “... Pues bien, en cuanto a lo primero, es verdad
que la Sala de instancia debía haberse pronunciado, naturalmente que sólo a título
cautelar o indiciario, sobre la existencia o no de vía de hecho. Como es evidente, dicho
pronunciamiento en ningún caso podía serlo de forma plena, pues tal cuestión
constituye, y en eso tiene razón la Sala, el fondo del asunto a resolver en los autos
principales. Pero nada impedía y esto es lo que requiere el artículo 136 de la Ley
procesal, un pronunciamiento indiciario sobre la posible existencia de vía de hecho,
para entonces resolver en consecuencia sobre la adopción o no de las medidas
solicitadas”»).
La STSJ de Madrid 418/2016 de 30 de noviembre del año 2016 llega a otorgar una
cautelar del 136, pese a que argumenta en pura clave cautelar general.
Afirma en esta línea la STSJ Castilla y León, Valladolid, núm. 1683/2001: «pues bien,
siendo la actividad recurrida un conjunto de actos de gestión tributaria, por tanto actos
positivos y expresos que determinan y liquidan unas deudas tributarias; resulta a todas
luces evidente que no integran un supuesto contemplado en los artículos 29 o 30
referidos y si ello es así, los presupuestos de adopción de la medida cautelar serán los
contemplados en los artículos 129 y 130 ».
Así pues, la cautelar del artículo 136 de la LJCA parece un cierto adorno en el sistema
procesal. Por otro lado, si el sistema es de numerus apertus y no hace falta especificar
nada, tampoco se entiende bien el porqué de esta cautelar de forma diferenciada.
Donde puede estar el interés del 136 puede ser en su relación con las precautelares
cautelarísimas, del artículo 135, es decir, en casos en que no hay acto, interese que la
Administración actúe con urgencia salvando una determinada situación.
9. CASE LAW
Lo principal no es tanto la ley, en materia cautelar, es decir la LJCA (artículo 130, donde
se prevé el criterio general para el otorgamiento de las cautelares), como conocer las
líneas jurisprudenciales existentes en relación con cada ámbito de actuación de la
Administración.
Se deroga la LJCA de 1956 y se implanta un nuevo criterio legal tras la LJCA de 1998 pero
tales líneas persisten.
Esto explica que lo fundamental sea estudiar la casuística y en su defeco acudir a los
criterios generales de la ley.
B. EXTRANJERÍA
C. CONTRATACIÓN PÚBLICA
Un buen ejemplo de todo ello es la STS de 23 de octubre de 2014 (JUR 2015, 45931)
cuando informa de cómo se suspendió en vía administrativa la adjudicación, ante el
tribunal administrativo que en Cataluña controla tales adjudicaciones, y cómo no se
suspendió después en sede contencioso-administrativa.
Consta que a veces se otorgan (en relación con contratos de servicios públicos) incluso
cautelares del artículo 135 LRJCA es decir inaudita parte, como por ejemplo, el Auto
de 17 de enero de 2013 del TSJ de Castilla-La Mancha (PO 13/2013), ya que se suprimía
por la Administración el servicio sanitario de urgencias; o el Auto del TSJ de Madrid de
10 de julio de 2013 (pieza de medidas cautelares 674/2013) al constatarse un
incumplimiento abierto del régimen legal de fianzas definitivas.
En esta línea, se ordena el pago a favor del contratista por la vía cautelar en la sentencia
del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (sede de Málaga) 195/2014 de 27 de enero
de 2014.
D. EMPLEADOS PÚBLICOS
Por no reiterar nos remitimos al Tomo 1 de este mismo Tratado, con citas de
resoluciones judiciales que aplican medidas cautelares suspendiendo (valga la
redundancia) órdenes de suspensión de funciones de funcionarios o empleados públicos,
asimismo, en casos en que existe una causa penal previa. En estos supuestos existe
confusión acerca de si la simple apertura de un proceso penal justifica la adopción de la
suspensión de funciones por un plazo máximo de seis meses, o incluso más allá de ese
plazo.
En esencia, lo primero (no así más allá de seis meses) sería posible, pero siempre dentro
de ciertos condicionantes jurídicos, principalmente el hecho de que al menos exista una
base jurídica suficiente (es decir, motivación) para decretar la suspensión de funciones
que se desprenda de las actuaciones judiciales penales (artículo 24 del Reglamento de
Régimen Disciplinario de los Funcionarios de la Administración del Estado, aprobado
por Real Decreto 33/1986, de 10 de enero; artículo 98.3 del TRLEBEP 5/2015;
sentencia n.º15/2012 de 24 de enero (JUR 2013, 333801), del Juzgado de lo contencioso-
administrativo n.º13 de Barcelona; STSJ n.º688/2010 de las Islas Baleares de 5 de julio de
2010 –recurso 247/2009, STSJ de Asturias n.º340, de 30 de marzo de 2012, recurso
n.º911/2010).
Otro ámbito puede ser el de los actos que decretan la retirada o suspensión del permiso
de conducir. Una posible pauta puede ser la STS de 21 de mayo de 1996 porque informa
acerca de posibles situaciones que pueden plantearse: «si bien es cierto que el Tribunal
Supremo ha accedido en alguna ocasión a la suspensión de la ejecutividad de las
sanciones de retirada del permiso de conducir vehículos de motor cuando se trataba de
profesionales de la conducción, ello no ha ocurrido siempre y, así, como ha puesto de
relieve el Auto de 22 de julio de 1995, cuando dichas sanciones se imponen por un
tiempo breve a cualquier otro ciudadano, aunque habitualmente utilice el propio
transporte privado, como ocurría en este caso, la armonización del principio de la tutela
judicial con el de eficacia administrativa obliga a otorgar prevalencia, en contra del
parecer de la Sala de instancia, a la protección de la seguridad vial frente al interés
particular de desplazarse en vehículo de motor conducido por el propio sancionado,
pues la realidad demuestra que el sistema sancionador en el tráfico y circulación de las
vías públicas es un medio imprescindible para lograr aquélla, cuya ejecución exige,
salvo que concurran circunstancias que en este caso no se dan, la ejecución de las
sanciones firmes en vía administrativa o que hayan causado estado, ya que cualquier
ciudadano que precise trasladarse de un lugar a otro tiene a su disposición medios
alternativos sobradamente conocidos ».
Junto al caso del conflicto entre un interés público y privado puede plantearse el
supuesto de un conflicto entre dos intereses públicos cuando sean dos las
Administraciones protagonistas del litigio (contencioso interadministrativo). Como es
lógico, y apunta el ATS de 7 de junio de 1996, «este conflicto de intereses debe ser
resuelto con la decisión que la meditada y racional valoración de dichos intereses revele
ser la de menos efectos perjudiciales, onerosos y perturbadores dentro del contexto
global de la situación creada por el acto administrativo cuya ejecución se solicita sea
suspendida». Después de la LJCA se impone seguir un razonamiento ajustado a los
criterios generales del artículo 130 de la LJCA.
G. SANCIONES
La ejecución de las sanciones procede una vez el acto sea firme en vía administrativa o
cuando alcance su firmeza jurisdiccional. Concretamente, una vez llega el asunto al Juez
o Tribunal (hasta entonces, como hemos dicho, está en suspenso la sanción) aquéllos
han de valorar la suspensión conforme a los criterios legales de las medidas cautelares
(restrictivos, según la ATS de 13 de diciembre de 1995, AA, 12, 1996). En este sentido, la
simple alegación de dificultad económica para hacer frente al pago, «teniendo en cuenta
que existen otros veinte procedimientos sancionatorios» no es alegación suficiente que
logre la suspensión, considerando el interés público del posible deterioro de la
Seguridad Social (AATS de 7 de marzo de 1996; de 22 de marzo de 1996).
El planteamiento no parece nada halagüeño para el recurrente, bajo esta ratio de que la
ejecución de la multa no supondrá un perjuicio esencial para el patrimonio de quien
solicita la cautelar, pese a que –visto así– tampoco el interés público parece que sufrirá
generalmente un perjuicio por tener que esperar la Administración a cobrar si se
confirma la sanción. Así, se deniega la cautelar por la STS de 27 de mayo de 2010 porque
la multa, por su cuantía, no induce a considerar que la inmediata ejecución de la misma
cause perjuicios de imposible o difícil reparación y tampoco puede aceptarse como
justificación de la suspensión la falta de perjuicio para el interés público. Además, la
Sala hace referencia a que no se concretan ni individualizan los perjuicios que se
derivarían de la inmediata ejecución.
Por su parte, la STS de 23 de enero de 2008 (RJ 2008, 911) desestima la pretensión del
recurrente por la que se quería la suspensión de la sanción pecuniaria sin la prestación
de garantía suficiente mediante aval bancario, ya que el TS confirma la procedencia de
la exigencia del aval, frente al interés del recurrente.
En esta línea puede citarse la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Murcia
de 4 de marzo de 2011 [JUR 2011, 180602], argumentando que causaría perjuicios al
interés general una suspensión sin presentación de garantía porque el sujeto obligado a
ello pueda estar en una situación de iliquidez o insolvencia.
H. SANCIONES TRIBUTARIAS
La STS de 12 de julio de 2012 (RJ 2012, 7840), con numerosas citas de sentencias del
TS, nos explica el cambio de criterio en esta materia de la suspensión de las sanciones
tributarias, hasta el actual criterio, por el que queda en manos del órgano jurisdiccional
la decisión sobre la cautelar, sin estar influenciado por la automática suspensión en vía
administrativa, en función de los elementos concurrentes en el caso.
Este régimen cautelar favorable a la suspensión (y perfectamente acorde, por otra parte,
con la nueva LJCA) se apoya en el artículo 233 de la Ley 58/2003, de 17 de diciembre,
General Tributaria (que vino a recoger en su articulado, y por ello a derogar, el
contenido del Real Decreto Legislativo 2795/1980, de 12 de diciembre, por el que se
aprobaba el Texto Articulado de la Ley 39/1980, de 5 de julio, de Bases sobre
procedimiento económico-administrativo) y artículo 39 del Real Decreto 520/2005,
de 13 de mayo, por el que se aprueba el Reglamento General de desarrollo de la LGT
(que viene a derogar el RD 391/1996 regulador del procedimiento en las
reclamaciones económico-administrativas).
En términos generales, uno de los logros del sistema de justicia administrativa del
Estado contemporáneo ha sido el de abrir a los ciudadanos la posibilidad de anular
decisiones del poder público, considerando «insuficiente» desde el punto de vista de las
garantías una justicia administrativa meramente compensatoria, entendiéndose por tal
la justicia que concede una compensación económica ante la imposibilidad de anular el
acto administrativo de gravamen.
Pues bien, un ámbito donde aparece la sombra inevitable de este modo arcaico de
otorgar justicia administrativa compensatoria o secundaria es el de los actos de
contenido económico, entendiendo aquí por tal situación la de «cuando los daños
posibles tienen traducción en términos económicos» (correctamente, ATS de 12 de julio
de 1996).
« Los posibles perjuicios a los profesores por pérdida de sus remuneraciones (...)
son evaluables económicamente y resarcibles por la Administración (STS de 6 de
febrero de 1996), doctrina ésta que se extiende jurisprudencialmente a los casos de
ejecución de “sanciones de multas” (STS de 23 de febrero de 1998)».
Asimismo, el ATS de 21 de octubre de 1997, citando otros autos en los que se apoya, dice
que «las cantidades evaluables económicamente no constituyen por regla general
supuestos de reparación imposible o difícil, siendo asimismo, insuficiente la
prestación de aval o caución», a pesar de que también se ha llegado a la conclusión
contraria aplicando el mismo criterio: «ha de estimarse suficientemente protegido el
interés público cuando la Administración tenga garantizado el importe y los intereses de
demora» (AATS de 20 de diciembre de 1996; de 27 de diciembre de 1995).
«Hay que tener presente que la irreparabilidad del daño, no debe contemplarse
exclusivamente desde la perspectiva de la solvencia de la Administración a los efectos de
devolver lo ya ingresado en sus arcas como consecuencia de la inmediata ejecución, sino
también, desde la vertiente del patrimonio del administrado , que con esa ejecución puede
ponerse en situación de inestabilidad tal que haga imposible su recuperación, cual ocurre en
el caso presente (la devolución de una subvención), sobre todo , si el interés público queda
garantizado por la exigencia de aval».
Por su parte, el TC ha matizado (en aplicación del artículo 56.1 de la LOTC) que ha de
proceder la medida cautelar cuando de lo contrario se pudiera dar lugar a la
transmisión irrecuperable de un bien determinado, a la inestabilidad de una empresa, a
su capacidad productiva o el nivel de empleo, o lo exigiera , por inexistencia de liquidez,
la asunción de una carga financiera insoportable (AATC 165/1993 de 27 de mayo de 1993;
663/1993, 52/1989 y de 14 de diciembre de 1992, referencias que tomo de M. PULIDO, La
Ley Orgánica del Tribunal Constitucional , Madrid, 1995, p. 592), pese a que «las
resoluciones judiciales con efectos meramente patrimoniales en principio no causan
perjuicios irreparables» (ATC 185/1998 FJ 2, citando otras).
Es más, pese a la entidad de estos casos que requieren a veces las cautelares solicitadas,
si éstas se dirigen a la suspensión de una disposición de carácter general la regla general
es su no otorgamiento (AATS de 31 de mayo de 1995 FJ 3816; de 4 de septiembre y 6 de
octubre de 1992 FJ 6957 y 7580, 4 de enero, 13 de julio y 13 de octubre de 1993 FJ 35,
5574 y 7359; 10 de octubre de 1995 FJ 7509; STS de 10 de mayo de 1999, FJ 3629).
L. URBANISMO
M. DEMOLICIÓN DE EDIFICACIONES
Sin embargo, la sentencia del TSJ Castilla y León, Valladolid, núm. 100/2006, de 17 de
enero de 2006, recurso de apelación núm. 230/2005 no suspende el requerimiento de
demolición de inmueble pero en un supuesto de declaración de ruina inminente ante la
existencia de riesgo grave para los intereses generales o de tercero derivados del riesgo
de desprendimientos de fachada y ante la acreditación del riesgo mediante informes
municipales, con prevalencia del interés general frente al particular del propietario.
Pero, así todo, de consumarse esta tendencia, ello significaría el cambio o matización de
un criterio jurisprudencial, pese a que el criterio legal sigue siendo el mismo.
En esencia, habrá de otorgarse la cautelar si se aporta aval, aun cuando habrá casos en
que no se precise éste. En casos de recursos contra liquidaciones giradas en virtud de
una reparcelación a los propietarios, se ha otorgado la medida cautelar (así por la STSJ
de Cataluña de 20 de mayo de 2011), decretando la exigencia de aval el órgano
jurisdiccional. Se declara por tanto la procedencia de la suspensión, pero de forma
condicionada a la prestación de un aval «que garantice el importe del principal e
intereses por 5 años, de la totalidad de las liquidaciones giradas por el Ayuntamiento
demandado, con el límite de principal de 360.000 euros». Y tras recabar en los distintos
criterios legales para la aplicación de las cautelares se fija la sentencia en el fumus boni
iuris y en las dudas que le suscita al Tribunal la posición del Ayuntamiento 11).
Esto no quiere decir que pueda ser improcedente la propia exigencia de aval como
condición para la cautelar o para el ejercicio en general de un derecho. En este sentido,
la STSJ de Madrid n.º 396/2002 de 16 abril de 2002 estima el recurso de apelación
declarando improcedente la exigencia del aval, a la que el auto apelado había
condicionado el otorgamiento de la cautelar (si bien en un supuesto de la demolición de
un edificio) 12).
En esta línea, la STS de 17 de marzo de 1992 anula una orden de la Administración por
la que paralizaron las obras objeto de licencia hasta que se otorgara aval que
garantizase la ejecución de las obras de urbanización, y ello ya que para esto último
existen otros medios.
No parece incorrecto tomar el ámbito tributario como referencia en estos casos, donde
está consolidado que «procede la suspensión cuando se asegure suficientemente el pago
de la deuda salvo perturbación grave de los intereses públicos» (tal como explica la STS
de 3 de abril de 1999). En estos supuestos no cabe alegar por parte de la Administración
que la generalización de este criterio podría llevar a una situación de insolvencia por
parte de aquella, «afirmación que por su misma generalidad y carácter simplemente
retórico no requiere ser objeto de un examen especial», dice esta misma STS.
De forma expresiva se llega a decir (en relación con una liquidación tributaria) por la
sentencia del TSJ de Andalucía, Granada, n.º 63/2002 de 28 de enero de 2002: «no sería
coherente que los órganos de gestión de la Hacienda Pública pudieran suspender –hasta
sin caución– la inmediata ejecución de un acto de gestión tributaria y, en cambio, en vía
contencioso-administrativa la suspensión hubiera de quedar limitada a los supuestos en
que el contribuyente pruebe categóricamente la producción de daños o perjuicios de
reparación, nada menos, que imposible o difícil, prácticamente, y sin razón o
justificación alguna, por el mero tránsito de la vía administrativa o económico-
administrativa a la jurisdiccional. De ahí que si, en sede procedimental administrativa,
resulta evidente la primacía del derecho del contribuyente a la suspensión del ingreso
de la deuda tributaria, frente al genérico principio de ejecutividad de los actos
administrativos, la ponderación jurisdiccional de los intereses en conflicto que exige el
art. 130.1 deba tener en cuenta estas consideraciones, y es de toda lógica y coherencia
que, a falta de algún dato que intensifique el interés de la Administración en la
ejecutividad del acto, se mantenga en vía jurisdiccional la prevalencia del derecho a
obtener la suspensión, porque la propia legislación tributaria ha configurado la
suspensión de la ejecutividad del deber de ingreso de la deuda tributaria como una
consecuencia lógica y legítima del uso de las vías de impugnación administrativas, que
sólo son un paso previo a la jurisdiccional. El examen del presente caso a la luz de lo
expuesto nos conduce, tal y como apreció el Juzgado, a estimar correcta la decisión de
otorgar la suspensión del ingreso de la deuda tributaria, dado que el Ayuntamiento
recurrente, pese a intentarlo, no ha conseguido acreditar, a juicio de esta Sala, la
existencia de alguna circunstancia concreta –y diferente de la mera ejecución de una
serie de proyectos ambiciosos de mejora de la infraestructura del municipio y de
algunos edificios pendientes de restauración–, que aconseje otorgar preeminencia al
principio de ejecutividad del acto administrativo, incluso a riesgo de tener que hacer
frente, en el caso de que prosperase el recurso interpuesto, a la devolución de la
cantidad exigida, sin plenas garantías de poder hacerlo con la necesaria rapidez, habida
cuenta de la importancia de su montante económico y de la escasa liquidez de las arcas
de la casi generalidad de los Municipios Españoles. Por otra parte, la hipotética
alegación sobre las consecuencias perjudiciales que para la solvencia de los
Ayuntamientos se derivan de un uso generalizado del derecho al recurso por parte de
los contribuyentes, tampoco es argumento convincente a la hora de ponderar los
intereses en conflicto, pues se contradice con la realidad normativa puesta de
manifiesto por el legislador en el citado art. 30 de la Ley de Derechos y Garantías del
Contribuyente. Aún más, resulta evidente y notorio que no se observa en la práctica un
abuso de la impugnación masiva de los actos tributarios de las Administraciones
públicas, por lo que estas consideraciones no pueden admitirse como un riesgo real de
perturbación grave de los intereses generales, ni obstar a la suspensión de los mismos».
Por tanto, aportando aval el acto ha de suspenderse como regla general. Puede jugar un
papel en estos casos el fumus boni iuris , pese a que en general en las cautelares pueda
ser un principio inoperante. También puede entrarse en la valoración de los intereses
en juego. Obviamente si se llegara a demostrar la plena nulidad del acto no procedería
ejecución alguna ni aval para que se otorgue la cautelar (pero podría aportarse de
forma subsidiaria). La suspensión habría de mantenerse hasta que el Juzgado o Sala se
pronuncie sobre la cautelar.
Podría avanzarse hacia un modelo en que, depositando aval, la cautelar tiene que
otorgarse (lo cual no quiere decir que, si no se otorga el aval, por ello tenga que
denegarse), dejando en el criterio del accionante si obtener o no la cautelar, asumiendo
no obstante el riesgo de tener que pagar los daños causados si la sentencia no comparte
el criterio de la cautelar, similar a como ocurre en las ejecuciones provisionales.
Consecuencia esta última que informa, no obstante, de que las cautelares no son en
general una solución plenamente satisfactoria (véase último capítulo de este tomo 2).
O. DEVENGO DE RECARGOS
La regla general es que el acto está suspendido hasta que el juzgador se pronuncie sobre
la cautelar. Según la sentencia del TSJ de Andalucía (Málaga) n.º 399/2005 de 10 de mayo
de 2005:
«Por lo demás, también el apremio iniciado, objeto del segundo de los recursos presentados,
resultaba claramente improcedente ante la comunicación anterior por parte de la entidad
actora a la demanda de la interposición del recurso Contencioso-Administrativo y de la petición
de suspensión, entonces no resuelta por el Tribunal, que acompañaba a dicha interposición
(folios 11 a 22 del expediente), ya que, como afirma la actora, el despacho de la ejecución en
tales condiciones determinó la imposibilidad de hacer efectivo su derecho a la tutela efectiva ,
derecho que comprende el de esperar la decisión judicial sobre aquella petición de
suspensión, por cuanto que, como afirmó el Tribunal Constitucional en su Sentencia 14/1992,
dicho derecho “... no es tal sin medidas cautelares adecuadas que aseguren el efectivo
cumplimiento de la resolución definitiva que recaiga en el proceso”; por ello, como declaró el
Tribunal en su Sentencia 238/1992, aun reconocida por Ley la ejecutividad de los actos
administrativos... “no puede el mismo legislador eliminar de manera absoluta la posibilidad
de adoptar medidas cautelares dirigidas a asegurar la efectividad de la sentencia estimatoria
que pudiera dictarse en el proceso Contencioso-Administrativo; pues con ello se vendría a
privar a los justiciables de una garantía que, por equilibrar y ponderar la incidencia de
aquellas prerrogativas, se configura como contenido del derecho a la tutela judicial efectiva.
Para que ésta se considere satisfecha, es, pues, preciso que se facilite que la ejecutividad
pueda ser sometida a la decisión de un Tribunal, y que éste, con la información y
contradicción que resulte menester, pueda resolver sobre su eventual suspensión (...)”.
Es lícito pues extraer de todo ello que cualquier actuación administrativa tendente o dirigida
impedir la efectividad de la decisión judicial de alcance cautelar, puede afectar
negativamente el derecho a la tutela judicial efectiva, como así efectivamente ha ocurrido en
este caso, en el que la Administración desoyó la comunicación de la recurrente sobre la
pendencia de solicitud de apertura de la pieza judicial de medidas cautelares, iniciando a
pesar de todo el procedimiento de apremio, con desconocimiento, por lo demás, de lo
expresamente determinado al respecto por el artículo 20.8 del Reglamento General de
Recaudación, aprobado por Real Decreto 1684/1990, de 20 de diciembre (tras su reforma
por el Real Decreto 448/1995, de 24 de marzo)» 13).
Acto seguido esta sentencia de 20 de mayo de 1996, tras fijarse en las alegaciones de la
Administración como parte recurrida 15) y desarrollar distintos razonamientos primero
en pro de la suspensión hasta la resolución del incidente cautelar incoado en vía
jurisdiccional y segundo en favor de no practicar el recargo 16), declara:
«En definitiva, tal y como sostiene la parte recurrente, el auto de suspensión recaído en Autos
119/1993, afectaba a dichas liquidaciones, y la Subdirección de Gestión Tributaria debió
proceder a dejarlas sin efecto cuando tuvo plena y procedimentalmente congruente ocasión
de hacerlo, que lo fue, en términos reales y prácticos, en el momento en que la sociedad
actora interpuso recurso de reposición frente a las mismas, carentes aún de firmeza en vía
administrativa de gestión, comunicándole que la suspensión había sido interesada en vía
jurisdiccional, pues de no procederse así, y teniendo en cuenta los efectos latentes o explícitos
de tales liquidaciones se estaba limitando objetivamente el alcance de la potestad
jurisdiccional de pronunciarse sobre la suspensión de los actos sujetos a su revisión, y
creando dificultades para el acceso al proceso rayanas incluso en la penalización, que es lo
que la jurisprudencia constitucional antes mencionada prohíbe, lo que lleva a la necesaria
conclusión de que la interpretación basada de los apartados 3 y 10 del artículo 81 del
Reglamento aprobado por Real Decreto 1999/1981, de 20 agosto, que ha posibilitado, en
contra por demás de lo que un mes después sería ya derecho positivo en el Territorio
Histórico de Bizkaia, que se dicten actos de ejecución del acuerdo recurrido que se sustraigan
a la suspensión jurisdiccional de aquél y agraven la situación patrimonial y funcional en el
proceso de la parte recurrente, es contraria al artículo 24.1 de la Constitución».
Todo ello sin perjuicio de la defensa contra el recargo en relación con la propia fase de
apremio (STSJ de Castilla y León de 29 de noviembre de 2002).
Las medidas cautelares habrán de proceder sólo (pero siempre que) concurran ciertos
presupuestos jurídico-procesales, junto a los presupuestos jurídico-materiales que ya
han sido estudiados.
– No procede la suspensión cuando el acto «había ya producido todos sus efectos jurídicos, de
suerte que no puede ser objeto de suspensión» (ATS de 30 de enero de 1996).
–Las cautelares también siguen la lógica del contencioso al acto, de tal modo que no procede
la cautelar en relación con un acto no recurrido, lo que sucede si se recurre la adjudicación
provisional (en un contrato) pero se pide la suspensión de la adjudicación definitiva ( STSJ
200/2011 de Castilla-La Mancha de 26 de septiembre de 2011 (JUR 2011, 363788)).
En la práctica procesal se aplica con todo su alcance este principio de congruencia (por
ejemplo, sentencia del TSJ de Madrid 10392/2007 de 18 de mayo de 2007) y no vemos razones
para que ello no tenga que ser así.
En principio, conforme al artículo 129 de la LJCA de 1998 (con una redacción próxima
al artículo 123 de la ley precedente) los interesados pueden solicitar «en cualquier
estado del proceso» la adopción de cuantas medidas aseguren la efectividad de la
sentencia (puede verse en este sentido el artículo 56.2 de la LOTC).
Es importante, para tener éxito en la cautelar, acreditar lo mejor posible los daños que
pueden ocasionarse de no otorgarse la medida cautelar, o bien (del lado del demandado)
acreditar lo mejor posible los daños que se causarían por la concesión de la medida
suspensiva, así en casos de cierres de hoteles, de negativas de suministro de agua a
urbanizaciones, etc. Periculum in mora y acreditación de daños son las dos claves del
éxito de la cautelar.
Saltamos al artículo 131 para conocer la tramitación del incidente cautelar. Éste se
sustancia en pieza separada con audiencia de la parte contraria, que ordenará el letrado
de la administración de justicia por plazo que no puede exceder de 10 días y será
resuelto por auto dentro de los 5 días siguientes. La nueva Ley establece asimismo,
respecto de la audiencia, que «si la Administración demandada no hubiera aún
comparecido la audiencia se entenderá con el órgano autor de la actividad impugnada».
Téngase en cuenta que esta regulación de la LJCA introduce ciertos matices sobre el
artículo 123 de la LJCA de 1956, que pueden sin mayor dificultad advertirse de una
simple lectura comparada de ambos textos.
Los tribunales entienden que este principio de audiencia es «una regla infranqueable y
su vulneración produce la reposición de las actuaciones al momento que tenían a fin de
que se oiga al Ayuntamiento sobre la solicitud de suspensión de la ejecución del acto
impugnado y se determinen con arreglo a Derecho» (STS de 2 de julio de 1996;
igualmente, AATC 834/1985; 56/1989, etc.).
Conforme a este fallo «es incuestionable que concurren todos los requisitos legalmente
exigidos para la estimación del motivo casacional de referencia, toda vez que (...) la
indefensión producida al recurrente es de todo punto indiscutible, al haberse acordado
la suspensión de un decreto de su Alcalde sin haberse podido hacer oír sobre los
motivos que pudieran a su juicio no haberse dispuesto (...). La Sala (...) debió antes de
dictar en esa fecha el auto de suspensión acordar oírle por el preceptivo plazo de cinco
días, máxime si se tiene en cuenta que el auto de suspensión no se debe dictar nunca
inaudita parte respecto de la Administración autora del acto impugnado (...)».
Sin embargo, en virtud del ATS de 24 de mayo de 1996 , «es doctrina reiterada de esta
Sala que la falta de audiencia de las partes en el incidente de suspensión de la
ejecutividad no genera la pretendida nulidad de actuaciones , por cuanto la resolución
que en la citada pieza pudiera recaer, aunque sea estimatoria de la suspensión instada,
no cierra definitivamente la cuestión, habida cuenta que ella por su carácter provisional
y cautelar, puede replantearse en cualquier momento».
En virtud del artículo 132.1 de la LJCA de 1998, las medidas cautelares estarán en
vigor hasta que recaiga sentencia firme que ponga fin al procedimiento en que se hayan
acordado o hasta que éste finalice por cualquiera de las causas previstas en la LJCA.
«Esto equivale a decir que si durante el transcurso del proceso se produce o incrementa
la apariencia de buen derecho del demandante el tribunal no podrá fundar en esta
modificación la adopción de una medida cautelar antes denegada» ( STS 1668/2016 de
7 de julio de 2016 (RJ 2016, 3731)).
Igualmente, la STS de 17 de mayo de 2012 [RJ 2012, 6803] considera que «el paso del
mismo no es un acontecimiento novedoso, las circunstancias fácticas del transcurso del
tiempo eran las mismas al tiempo de la evaluación que hizo la Audiencia Nacional
cuando tomó su decisión; cosa distinta es que la Sala no lo considerara relevante para
denegar la suspensión o siquiera para limitarla, pues lo cierto es que a pesar de
pronunciarse sobre dicha posible prescripción, el auto accediendo a la suspensión no
fue recurrido, dejándole ganar firmeza. El que en 13 de enero de 2011, se declarara
conclusas las actuaciones para sentencia, pendiente de votación y fallo, y al tiempo de la
solicitud que nos ocupa, no se hubiera dictado sentencia, no puede tenerse por cambio
de las circunstancias que llevaron a la Sala a tomar la decisión, en tanto que como se ha
indicado esta posibilidad, esta circunstancia ya estaba presente al ser valorada en el
propio auto».
Asimismo, para la STS de 11 de mayo de 2012 ( [RJ 2012, 5261]; recurso de Casación
3334/2011): «Pues bien, tal como aduce la recurrente, en el presente caso lo que ha dado
pie al levantamiento de la suspensión no ha sido la única causa legalmente prevista (el
cambio de circunstancias), sino una modificación del criterio valorativo de la Sala, causa
expresamente vedada por el reproducido apartado 2 del artículo 132» (también
desestima esta pretensión el ATSJ de Cataluña de 10 de marzo de 2000, recurso
309/1999).
En cambio, se aplica la regla del precepto que es ahora objeto de comentario, por el
ATS de 27 de junio de 1995 (RJ 1995, 6012) (recurso 8095/1992), estando pues vigente la
LJCA anterior:
Implícitamente se nos está negado valor a la cosa juzgada, porque la situación lo merece
y se está aplicando una especie de regla rebus sic stantibus.
«Por lo que respecta a la resolución del TEARC de 24 de marzo de 2002, plantea la misma una
cuestión procesal previa, consistente en determinar si dentro de un mismo procedimiento el
interesado puede reiteradamente instar en el mismo procedimiento la solicitud de
suspensión después de que ésta no hubiese sido admitida a trámite , concluyendo el órgano
administrativo la imposibilidad de reiterar la solicitud de suspensión que fue ya resuelta en
firme, con cita de la Resolución del TEAC de 27 de marzo de 1997, se declara que el art.
74.8 REPREA (RD 391/1996) en absoluto puede significar que, dentro de un mismo
procedimiento de reclamación, el interesado pueda reiteradamente instar la suspensión
cuando ya hubiese recaído resolución firme a la misma, con base al principio de firmeza de
los actos administrativos.
La aplicación del principio de firmeza en relación con cualquier tipo de medidas cautelares
ha de manejarse con sumo cuidado, tanto más cuando la resolución no desestima la solicitud
sino que la inadmite a trámite. Es cierto, desde un punto estrictamente procesal, que de los
acuerdos sobre medidas cautelares debe predicarse el concepto de firmeza, pero con una
esencial precisión: siempre que las circunstancias sean unas y las mismas. De esta forma, las
medidas cautelares se rigen por el principio “rebus sic stantibus ”. Como explica la STC
105/1994, de 11 de abril (RTC 1994, 105) (F. 3.º), “Estos autos [de medidas cautelares], por otra
parte y desde una perspectiva estrictamente procesal, no producen efectos de cosa juzgada
y son esencialmente reformables si las circunstancias cambiaren”. Y la misma sentencia
añade (fj. 4): “Es cierto que el Auto de 25 octubre 1990 era firme y, por lo tanto, ejecutorio,
pero no lo es menos que por su propia naturaleza podía ser revisado en cualquier momento
si las circunstancias cambiaren. El contenido de este tipo de resoluciones está constituido por
medidas cuya subsistencia ha de mantenerse rebus sic stantibus y a ellas han de adaptarse”.
El artículo 133 se enfrenta con el caso en que de la medida cautelar puedan derivarse
perjuicios de cualquier naturaleza: «podrán acordarse las medidas que sean adecuadas
para evitar o paliar dichos perjuicios. Igualmente podrá exigirse la presentación de
caución o garantía suficiente para responder de aquéllos» (sobre este régimen puede
profundizarse consultando los ilustrativos ATC 294/1989, STC 105/1994 y artículo 56.2
de la LOTC).
Segundo. El daño es injusto, ya que no existe razón alguna que justifique el enriquecimiento
de la actora cuando la Administración ha obrado impelida sin ser responsable y sin culpa,
quedando todo ello acreditado por cuanto se ha confirmado una actuación ajustada a la
legalidad, al ser desestimado el recurso que motivó la suspensión del acto recurrido.
Tercero. El daño sufrido tiene su origen y es el resultante de la propia suspensión por cuanto
no habría nacido el concepto de percepción indebida desde el Plano de la actora ni de daño
indemnizable desde el de la Administración, si no se hubiese decretado la suspensión del acto
impugnado y quedado, mediante su ejecución garantizada la integridad del objeto del litigio,
anticipando los efectos que pudieran derivarse de un fallo estimatorio del recurso, si llegase a
producirse y que al no haberlo sido, obliga a restituir el daño causado por injusto e
injustificable, por las razones expuestas, todo lo que debe de conducir a la revocación de la
sentencia apelada y a la estimación de la reclamación incidental formulada por el señor
Abogado del Estado».
«Por ello, no puede reclamarse indemnización por los daños sufridos por actuaciones
administrativas previas a la adopción de la medida cautelar en la vía jurisdiccional (porque el
art. 133.3 LJCA reconoce la indemnización por los daños y perjuicios producidos a
consecuencia del alzamiento de una medida cautelar judicial, pero no por los daños derivados
de la anterior actuación administrativa). Así, debe revocarse la sentencia dictada por el Jueza
quo en lo relativo a la indemnización en 900.000 pesetas que concede al recurrente por el
valor en el mercado del vehículo de motor de la marca Toyota-Supra con placa de matrícula
J-...-Y, ya que su subasta se acordó por resolución administrativa de 3 marzo 1999, frente a la
que se interpuso recurso ordinario sin que se adoptara administrativamente la medida
cautelar de suspensión; siendo ejecutiva dicha actuación administrativa, que operó con
anterioridad a la adopción de medida cautelar judicial, adoptada respecto del Procedimiento
núm. 340/2000 mediante auto de 17 de octubre de 2000; medida que no fue alzada sino más
bien confirmada al tiempo de dictarse sentencia estimatoria del recurso contencioso-
administrativo de 15 noviembre 2000. Además, de las actuaciones no se deriva que
precisamente este bien mueble hubiera sido embargado en ejecución de alguna de las
providencias de apremio y embargo que fueron recurridas ante el Juzgado de lo Contencioso-
Administrativo núm. 2 de Jaén.
Todas estas situaciones evidencian que las cautelares no son una solución procesal. O
bien no se otorgan (lo que redunda en tal idea) o si se otorgan surgen riesgos (véase el
último capítulo de este tomo 2).
Por otro lado, es cada vez más habitual que la Administración requiera contracautelas
para asegurar la posible causación del interés público durante el tiempo del proceso si
finalmente así resulta tras la sentencia 20).
Podemos dudar de las cautelares, en las que se ha confiado mucho doctrinalmente como
remedio universal de los males del contencioso-administrativo. Generalmente no se
otorgan las cautelares, otras veces se conceden con fianza (lo que es también
insatisfactorio) y, por si faltaba poco, con fianza o sin ella se asume al riesgo de tener
que pagar finalmente los daños causados por paralizar la obra o el servicio, en un
sistema procesal donde la Administración tiene muchas opciones de ganar el proceso
finalmente.
Lege lata , la medida cautelar no se llevará a efecto hasta que la caución o garantía esté
constituida y acreditada en autos, o hasta que conste el cumplimiento de las medidas
acordadas para evitar o paliar los perjuicios a que se refiere el apartado precedente (
artículo 133.2 de la LJCA; STS de 3 de diciembre de 1996).
Por otro lado, téngase en cuenta que las Administraciones Públicas no están obligadas a
constituir depósitos, cauciones, consignaciones o cualquier otro tipo de garantía
previsto en las Leyes, aunque en sus presupuestos generales deberán consignar créditos
presupuestarios para garantizar el pronto cumplimiento, si fuera procedente, de las
obligaciones no aseguradas por la exención ( artículo 12 y Disposición Adicional
cuarta de la Ley 52/1997, de 27 de noviembre, de Asistencia Jurídica del Estado e
Instituciones Públicas).
Ha de destacarse, además, el inciso legal que, en favor de una aplicación flexible que
beneficia al interesado, se refiere a que la caución o garantía podrá constituirse en
cualquiera de las formas admitidas en Derecho ( artículo 133.2 de la LJCA).
Ahora bien, es frecuente que se otorgue una cautelar sin fianza, tal como se desprende
del ATSJ de Madrid de 27 de enero de 2014 (RJCA 2014, 219) citado en la STSJ de
Madrid 88/2014, de 25 de marzo de 2014:
«En relación al motivo en primer lugar hemos de decir que no es preceptiva la exigencia de
fianza cada vez que se adopta una medida cautelar de suspensión puesto que es algo que
queda a la apreciación de la Sala , debiendo de tenerse en cuenta que la imposición
sistemática de fianzas muy elevadas supondría una violación del derecho a la tutela
judicial efectiva establecido en el art. 24 de la CE, pues impediría el acceso a la medida
cautelar de suspensión la cual forma parte del derecho a la tutela judicial efectiva, según
tiene dispuesto reiterada jurisprudencia el TS y la exposición de motivos de la LJCA. En este
sentido pensamos que el Auto recurrido cumple todos los requisitos establecidos por la
jurisprudencia para adoptar la medida cautelar y para no imponer fianza a las recurrentes.
Como señala la Sentencia del TS de 2 de febrero de 2012 (RJ 2012, 3313) citando la de
15 de diciembre de 2011 (JUR 2012, 12582) “dicho art (133 LJ) otorga un amplio margen
de apreciación al órgano judicial que debe valorar la conveniencia de establecer la garantía
en cada caso, conciliando y ponderando todos los intereses”».
El artículo 134 de la LJCA regula el auto que acuerda la medida cautelar. Aquél se
comunica al órgano administrativo correspondiente, a efectos de su inmediato
cumplimiento, siendo aplicables las reglas de ejecución de sentencias previstas en la Ley
salvo el artículo 104.2. Esto último puede explicarse, por razones lógicas, considerando
que el artículo 134 se refiere al inmediato cumplimiento y, en cambio, el artículo 104
contiene un plazo de dos meses para el cumplimiento de la sentencia o la determinación
del comienzo de la ejecución forzosa.
Los juicios donde se vienen planteando las cautelarísimas no son infrecuentes, a la luz
de la cantidad de resoluciones que se han dictado hasta la fecha enjuiciando o no su
procedencia.
En esta línea, el Auto del TSJ de Madrid de 10 de julio de 2013 (pieza de medidas
cautelares 674/2013) adopta, a petición del recurrente, la cautelar del artículo 135.1.a
de la LRJCA, considerando que en el caso planteado «concurren circunstancias de
especial urgencia en orden a resolver la medida cautelar inaudita parte, sobre la base de
las alegaciones y datos ofrecidos por la parte recurrente». La cautelar afectó a la
resolución por la que se hacía pública la convocatoria para la licitación del contrato de
servicios denominado gestión por concesión del servicio público de la atención sanitaria
especializada correspondiente a los hospitales universitarios...». El supuesto se refería a
un incumplimiento abierto del régimen legal de fianzas definitivas.
En este último auto la Sala de la Audiencia Nacional acordó “estimar la solicitud de la parte
actora y, apreciando las circunstancias de especial urgencia concurrentes, acordar la medida
cautelarísima de entrada y permanencia provisional en España del recurrente D. Carlos José
(...), dando audiencia por tres días a la Administración demandada para que alegara lo que
estimase procedente sobre el levantamiento, modificación o mantenimiento de la medida”».
En este sentido, puede citarse también la STS 1897/2016 de 20 de julio de 2016 (RJ
2016, 4092) acordando mantener dicha provisionalísima de autorización de entrada y
permanencia provisional en España de la recurrente M. L. decretada previamente en el
Auto de 24 de agosto de 2015.
También puede citarse la STS 3603/2011 de 16 de marzo de 2011 decretando tal medida
cautelar especial, evitando así una demolición inminente (o la sentencia 2070/2003 de
TSJ Andalucía –Granada– de 14 de julio de 2003, etc.).
En todo caso, como pone de manifiesto la STS de 5 de mayo de 2011 (RJ 2011, 5766),
«en el caso en que el tribunal deniegue la medida “cautelarísima” tampoco hay
realmente restricciones a la tutela judicial por el hecho de que el auto desfavorable al
actor no sea susceptible de recurso inmediato. Esta denegación, basada en la
inexistencia de una particular situación de urgencia excepcional, no tiene más alcance
que el de rechazar que concurran los presupuestos extraordinarios a los que se refiere
el artículo 135 citado. Se inserta, pues, en un proceso de cognición muy limitada de
modo que el auto que resuelve la pieza “provisionalísima” no impide que, acto seguido,
el tribunal sustancie el incidente cautelar “ordinario” al término del cual, oídas todas las
partes y tras la valoración y ponderación del conjunto de factores susceptibles de incidir
en el otorgamiento de la media cautelar (entre ellos, el periculum in mora no cualificado
por razones excepcionales), de nuevo dicte un auto –éste sí definitivo– que, previo el
preceptivo recurso de reposición, será recurrible en casación conforme a las reglas
generales previstas en el artículo 87 de la Ley Jurisdiccional. En definitiva, cualquiera
que sea el sentido, favorable o desfavorable para el solicitante, del auto que se dicte en
el marco del artículo 135 de la Ley Jurisdiccional, dicha resolución no “pone término” a
la pieza de medidas cautelares, por lo que no es susceptible de recurso de casación,
conforme a lo establecido en el artículo 87.1.b) de la Ley Jurisdiccional».
Ejemplos de denegaciones:
El artículo 135 de la LJCA consigue dar nuevas opciones en los cauces de defensa. La
adopción de las medidas cautelarísimas procedería solo, pero siempre, que el interesado
haga valer una necesidad de tutela judicial efectiva especial que no puede siquiera ser
resuelta por las cautelares normales.
En estas cautelares del 135 el juez debe limitarse a valorar los intereses y situación
apremiante.
Por otro lado, al resolverse sin audiencia de la Administración, ésta no incurre en coste
alguno, lo que determinaría que no se impongan costas . Ahora bien, dado que si se
deniega, el propio Tribunal debe reconvertir el incidente en la tramitación de una
«cautelar ordinaria» con la consiguiente audiencia a la Administración demandada por
diez días y la ulterior resolución, esta última iría acompañada según criterio
generalizado (aunque no unánime) de la imposición de costas al que finalmente le sean
denegadas.
Por otra parte, se conocen las precautelares. Según el artículo 136.2 : «las medidas
también podrán solicitarse antes de la interposición del recurso (...)»; «en tal caso, el
interesado habrá de pedir su ratificación al interponer el recurso, lo que habrá de
hacerse inexcusablemente en el plazo de diez días a contar desde la notificación de la
adopción de las medidas cautelares» ( STSJ 228/2014 de Madrid de 9 de diciembre de
2014 (JUR 2015, 34056), STSJ de Cantabria 178/2008 de 28 de febrero de 2008. [JUR
2008, 165830]).
Por tanto, las medidas cautelares puedan solicitarse antes de la interposición del
recurso contencioso-administrativo ( artículo 136.2 de la LJCA; también así el
artículo 123 de la LJCA alemana), pero esta opción se prevé en la LJCA para los casos de
las vías de hecho y la inactividad (STSJ de Galicia de 8 de octubre de 2009 recurso de
apelación núm. 509/2008, y sentencia del mismo TSJ 1051/2005 de 1 de julio de 2005,
[JUR 2005, 229640], en un caso de una vía de hecho, pero denegándola).
No obstante, es claro que si existe un acto los posibles problemas procesales (o la posible
indefensión) se resuelven sencillamente, ya que siempre cabe en último término
interponer la cautelarísima con el recurso contencioso-administrativo (sin perjuicio de
la interpretación abierta, que sería lógico afirmar en aras en todo caso de la
cautelarísima precautelar).
Cuando urge la cautelarísima y no existe acto, no deja de ser preocupante la vía de las
cautelares del 136 en relación con el artículo 29 de la LJCA, por las conjeturas que
plantea en la pura praxis.
Pues bien, en materia de medidas cautelares, los órganos jurisdiccionales entienden que
la tramitación de la pieza de medidas cautelares, una vez solicitada en forma, sólo
puede seguirse entre las partes personadas y la Administración autora del acto (es
totalmente acorde al tenor del artículo 131 de la LJCA), y si con posterioridad a su
resolución se personan otras partes no resulta adecuado ni posible formalmente exigir
la audiencia por dichas partes ni ordenar la retroacción del procedimiento incidental
para la formalización del trámite de alegaciones para que tales partes sean oídas y no se
puede invalidar la resolución dictada por defecto de forma ( ATS de 16 de mayo de
2012 (JUR 2012, 187414), recurso 183/2012; STSJ de 15 de abril de 2008, Sevilla, Rec.
114/2008; SAN de 1 de octubre de 2012 (JUR 2012, 332041), rec. 20/2012).
Este mismo criterio rige en las medidas cautelares ante el Tribunal Constitucional, pues
es práctica constante de dicho Tribunal que la audiencia a las partes se lleve a cabo sólo
con las que estén personadas al tiempo de sustanciarse el incidente ( Auto del
Tribunal Constitucional 104/2012, de 21 de mayo de 2012 (RTC 2012, 104)).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
En general, y junto a los trabajos que se han citado en el texto pueden consultarse
también J. M. ÁLVAREZ-CIENFUEGOS SUÁREZ, «Las medidas cautelares en la Ley de la
jurisdicción contencioso-administrativa de julio de 1998», AJA , 370, 1998; M. BACIGALUPO
SAGGESE, «El sistema de tutela cautelar en el contencioso-administrativo alemán, tras la
reforma de 1991», RAP , 128, 1992, pp. 413 y ss.; y su trabajo en REDA , 94, 1997; R. O.
BUSTILLO BOLADO, RAP , 143, 1997, pp. 285 y ss.; J. CAMARASA CARRILLO, «Aspectos críticos y
jurisprudencia contencioso-administrativa en torno al derecho constitucional a la
objeción de conciencia al servicio militar», Boletín de información del Ministerio de
Justicia , 1662 y 1663, 1993, pp. 1028 y ss. y 1169 y ss.; E. COCA VITA, «A vueltas con la
suspensión de la ejecución de actos administrativos recurridos: Últimas aportaciones
doctrinales y jurisprudenciales», RAP , 127, 1992, pp. 241 y ss.; E. COLLADO GARCÍA-LÁJARA,
«Las medidas cautelares en la nueva Ley de la jurisdicción contencioso-administrativa»,
La Ley , 4682, 1998; A. CORCUERA TORRES, Las medidas cautelares que aseguran el cobro de la
deuda tributaria , 1998; C. CHINCHILLA MARÍN, La tutela cautelar en la nueva justicia
administrativa , Madrid, 1991; C. CHINCHILLA MARÍN, RAP , 131, 1993, pp. 167 y ss.; J. DÍAZ
DELGADO/V. ESCUIN PALOP, «La suspensión de los actos administrativos recurridos en el
proceso especial de la Ley de Protección Jurisdiccional de los Derechos Fundamentales»,
RAP , 117, 1988, pp. 193 y ss.; C. ESCUDERO HERRERA, «De la instrumentalidad de las medidas
cautelares», AA , 25, 1998; J. M. FERNÁNDEZ PASTRANA, «La influencia de la Constitución en la
jurisprudencia sobre suspensión de los actos administrativos», RAP , 120, 1989, pp. 277 y
ss.; T. FONT I LLOVET, «Nuevas consideraciones en torno a la suspensión judicial de los
actos administrativos», REDA , 34, 1982, pp. 477 y ss.; E. GARCÍA DE ENTERRÍA, «La reacción
del contencioso francés a la crisis del modelo: ejecución de Sentencias y medidas
cautelares positivas», REDA , 60, 1988, pp. 501 y ss.; del mismo autor, «Novedades sobre
los procesos en el conflicto de pesca anglo-español», REDA , 64, 1989, pp. 593 y ss.; del
mismo autor, «La nueva doctrina del Tribunal Supremo sobre medidas cautelares: la
recepción del principio del “fumus boni iuris” », REDA , 69, 1991, pp. 65 y ss.; del mismo
autor, «La consolidación del nuevo criterio jurisprudencial de la “apariencia de buen
derecho” para el otorgamiento de medidas cautelares. Silencio administrativo y
apariencia de abuso de la ejecutividad», REDA , 70, 1991, pp. 255 y ss.; del mismo autor,
«Medidas cautelares positivas y disociadas en el tiempo: el Auto de 21 de marzo de 1991
de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia del País
Vasco», REDA , 71, 1991, pp. 377 y ss.; del mismo autor, «La aplicación de la “apariencia
de buen Derecho” como base de las medidas cautelares en el recurso directo contra
Reglamentos», RAP , 125, 1991, pp. 411 y ss.; del mismo autor, «Nuevas medidas
cautelares “positivas”. La imposición por vía cautelar a la Administración de la
obligación de continuar un procedimiento, eliminando un obstáculo inicial sin
apariencia de buen Derecho», RAP , 126, 1991, pp. 297 y ss.; del mismo autor, La batalla
por las medidas cautelares: derecho comunitario europeo y proceso contencioso-
administrativo español , 2.ª Ed., Madrid, 1995; E. GARCÍA LLOVET, «Tutela cautelar y
jurisdicción contenciosa», Aranzadi Repertorio del Tribunal Constitucional , 10, 1998; J.
GONZÁLEZ PÉREZ, «La suspensión de la suspensión del acto administrativo», REDA , 61,
1989, pp. 111 y ss.; S. GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, «La regulación expresa de otra medida
cautelar paralela al efecto suspensivo del acto administrativo en el proceso contencioso-
administrativo», RVAP , 3, 1991, pp. 353 y ss.; S. GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, Transporte y medio
ambiente: tratamiento jurídico del ruido en los transportes en el ordenamiento jurídico
comunitario y en el Derecho comparado interno , Parlamento Europeo, Luxemburgo,
1993; del mismo autor, «El ejemplo de las medidas cautelares positivas ordenadas por el
Tribunal español de Defensa de la Competencia», Derecho de los Negocios , 67, 1996, pp.
28 y ss.; I. DEL GUAYO CASTIELLA, Judicial Review y justicia cautelar , Madrid, 1997; M.
LAFUENTE BENACHES, «Ampliación de las medidas cautelares: la aplicación del artículo
1428 de la LEC al proceso contencioso-administrativo (ATS de 2 de noviembre de 1993)»,
RGD , 596, 1994, pp. 4983 y ss.; F. LÓPEZ RAMÓN, «Límites constitucionales de la autotutela
administrativa», RAP , 114, 1988; J. MARTÍN FERNÁNDEZ, «La suspensión de la ejecución de
los actos tributarios en vía contencioso-administrativa», Jurisprudencia tributaria
Aranzadi , 64, 1995, pp. 15 y ss.; L. L. MEILÁN GIL, RAnAP , 28, 1996, pp. 11 y ss.; J. V.
MOROTE SARRIÓN, REDA , 94, 1997; J. R. PARADA VÁZQUEZ, «Principio de decisión ejecutoria y
proceso contencioso», RAP , 55, 1968, pp. 65 y ss.; M. ORTELLS RAMOS/M. P. CALDERÓN
CUADRADO, La tutela judicial cautelar en el derecho español , Granada, 1996; E. OSORIO
ACOSTA, La suspensión jurisdiccional del acto administrativo , Madrid, 1995; L. PAREJO
ALFONSO, La tutela judicial cautelar en el orden contencioso-administrativo», REDA , 49,
1986, pp. 19 y ss.; J. L. REQUERO IBÁÑEZ, «Las medidas cautelares provisionalísimas en el
proceso contencioso-administrativo: comentarios al ATS de 2 de noviembre de 1993»,
AJA , 132, 1994, pp. 9 y ss.; J. F. RODRÍGUEZ-ARANA MUÑOZ, «De nuevo sobre la suspensión
judicial del acto administrativo», REDA , 64, 1989, pp. 639 y ss.; F. SÁINZ MORENO,
«Suspensión del acto administrativo y caución suficiente», REDA , 15, 1977, pp. 659 y ss.;
P. SALA ATIENZA/M.I. CADENAS GARCÍA, Las medidas cautelares en el proceso contencioso-
administrativo , 2016; J. A. SANTAMARÍA PASTOR, «Tutela judicial efectiva y no suspensión en
vía de recurso», RAP , 100-102, 1983, vol. II, pp. 1609 y ss.; M. SARMIENTO ACOSTA, «Nueva
vía de recurso», RAP , 100-102, 1983, vol. II, pp. 1609 y ss.; M. SARMIENTO ACOSTA, «Nueva
funcionalidad de las medidas cautelares en el contencioso español», RAP , 129, 1992, pp.
385 y ss.; I. SERRANO BUTRAGUEÑO, «Medidas cautelares por competencia desleal», La Ley ,
4149, 1996; F. SOSA WAGNER, «Los estudiantes condenados pueden estudiar (Sentencia de
la Sala de lo Contencioso de Vizcaya de 16 de diciembre de 1975)», REDA , 8, 1976, pp.
170 y ss.; J. SUAY RINCÓN, «Una resolución novedosa en materia de medidas cautelares:
“Auto del Tribunal Supremo de 12 de marzo de 1984”», REDA , 50, 1986, pp. 265 y ss.; J.
TORNOS MÁS, «Suspensión cautelar en el proceso contencioso-administrativo y doctrina
jurisprudencial», REDA , 61, 1989, pp. 119 y ss.
FOOTNOTES
1
Por otro lado, las cautelares no son una solución tan certera como puede suponerse ya que
presentan un problema porque paralizar una obra o un servicio puede acarrear daños a la
parte contraria (la Administración o el codemandado), además del problema en general del
retraso en la ejecución de los intereses públicos. O representan un problema cuando se confía
en la no suspensión (por la codemandada o la Administración) se ejecuta la obra y después la
sentencia sigue un criterio distinto al de la cautelar.
Y, desde la perspectiva del recurrente, las cautelares son excepcionales, e, incluso cuando se
otorgan pueden ser un problema si finalmente la sentencia sigue el criterio opuesto y el
recurrente se ve en la tesitura de tener que indemnizar a la parte contraria por los daños
ocasionados por la suspensión.
En todo caso, no cabe prejuzgar lo que es el fondo del proceso, como confirma el ATC 31/2004:
«Esta circunstancia es determinante para la denegación de la medida cautelar interesada.
Hemos de partir de que lo solicitado por la recurrente en esta sede fue la suspensión cautelar de
la Sentencia impugnada, y no ya otras posibles medidas cautelares. Lo que la peticionaria
parece perseguir con la inejecución de la Sentencia es un efecto de mantenimiento de las
medidas cautelares acordadas durante el proceso judicial antecedente; sin embargo, debemos
recordar que conforme al art. 117.3 CE no corresponde a este Tribunal un
pronunciamiento sobre ese posible efecto. Asimismo, aun cuando entendamos que la petición
cautelar esté dirigida a obtener una medida positiva consistente en una provisional concesión de
la prórroga de baja por enfermedad –a subsistir durante la tramitación del recurso de amparo–,
tampoco cabría que accediéramos a la misma porque, dadas las circunstancias del caso, una
petición en ese sentido excede de los efectos estrictamente cautelares propios de esta pieza, en
tanto que su eventual acogimiento, tal y como apunta el Ministerio Fiscal, implicaría una
anticipación de la concesión del amparo constitucional ».
Asimismo, puede citarse la STSJ Comunidad Autónoma del País Vasco núm. 98/2007, de 8 de
febrero de 2007 (JUR 2007, 127039): «La recurrente pidió la suspensión del acto administrativo
recurrido cuando claramente desde su planteamiento cautelar debería entenderse que lo que se
pide no es sin más la suspensión, sino que el informe de compatibilidad municipal se
entendiera a los efectos de la tramitación del procedimiento de autorización ambiental
integrada como no negativo, en lo que interesa asumiendo el argumento de fondo, cuando se
razona sobre la apariencia a buen derecho, sobre la existencia cautelar de compatibilidad con
el planeamiento urbanístico, lo que inicialmente significa una medida positiva, que en principio
trasciende de lo estrictamente interesado por la recurrente, medida cautelar positiva que la Sala
no estima oportuno ni procedente acordar en este momento, singularmente porque supondría
sustituir la decisión municipal en esta fase cautelar, lo que no se considera necesario por cuanto
que, como hemos dicho, el acto recurrido no impone la clausura o cese de la actividad, que es en
relación con lo que se vienen a trasladar la causación de daños y perjuicios irreparables o de
difícil reparación en relación con lo que significa la paralización de la actividad, o en su caso la
necesidad de traslado, remitiéndonos en relación con ello a las precisiones cuantitativas que la
apelante traslada (...)».
Y la STSJ Comunidad de Madrid núm. 563/2007, de 26 de marzo de 2007 (JUR 2007, 172449):
«El Auto objeto de este recurso de apelación acordó en su parte dispositiva denegar la suspensión
del acto impugnado en el recurso del que dimana la pieza de suspensión, considerando que la
resolución de expulsión del extranjero no se ha dictado, no hay medida administrativa alguna que
vaya a producir efectos inmediatos en perjuicio de la parte actora y sería inadmisible que las
medidas cautelares se empleasen para prevenir la eventualidad de que esa medida se produjera en
el futuro . El recurrente, por su parte, solicitó la adopción de la medida cautelar positiva de
imponer a la Administración la obligación de hacer constar la caducidad y archivo del
expediente de expulsión en el Registro Central de Extranjeros y en su aplicación Informática
“Adextra”. SEGUNDO. La pretensión de la parte actora de que se revoque el Auto apelado no
puede tener favorable acogida por los motivos que a continuación se exponen. El art. 130 de la
Ley Jurisdiccional 29/1998 dispone que (...). En el caso debatido no consta que se haya dictado
acuerdo de expulsión y por ello se pretende por el recurrente la desestimación presunta, por
silencio administrativo, de la solicitud de caducidad y archivo del expediente sancionador,
como se razona en el Auto impugnado en apelación, por lo que no cabe suspensión de un acuerdo
que no se ha dictado y no queda justificado en modo alguno que si no se procede a la adopción de
la medida cautelar solicitada de hacer constar en el Registro Central de Extranjeros la caducidad y
archivo, pudiera hacer perder la finalidad legítima del recurso, como requiere el art. 130 de la Ley
de la Jurisdicción Contencioso-administrativa, por lo que ponderando los intereses en juego,
debe de prevalecer el interés público, sin que por lo demás el recurrente acredite que la
ausencia de la medida cautelar solicitada le produzca daños o perjuicios irreparables, sin
acreditar tampoco ninguna otra circunstancia que aconseje dicha medida cautelar, sin perjuicio
de lo que pueda resolverse frente a la impugnación del acto administrativo originario. Que
debemos desestimar y desestimamos el presente recurso de apelación» (igualmente, la STSJ
Comunidad de Madrid núm. 1505/2006, de 7 noviembre (JUR 2007, 90692), afirmando que el
acto administrativo «impugnado» en la demanda es una resolución «presunta» desestimatoria
de solicitud, de declaración de caducidad y archivo del expediente de expulsión incoado...).
A través de la «medida cautelar positiva» se canalizarían todas las peticiones de tipo positivo,
sin necesidad del artículo 136 de la LJCA. En esta línea, es significativo que el acertado
artículo 128.2 del Proyecto de LJCA (BOCG, 30 septiembre 1995) impidiera plantear la medida
cautelar de la suspensión del acto para obtener derechos o facultades cuyo otorgamiento
hubiere sido denegado por el acto impugnado, «sin perjuicio de la adopción, en su caso, de las
medidas cautelares a que se refiere el artículo 133 (medida cautelar positiva)»7.
Puede verse también F. PLEITE GUADAMILLAS, «¿Cómo suspender una sanción administrativa?»,
Actualidad Administrativa , N.º 3, marzo 2017.
10
Precisemos que, según el artículo 129.2 de la LJCA, «si se impugnare una disposición general,
y se solicitare la suspensión de la vigencia de los preceptos impugnados, la petición deberá
efectuarse en el escrito de interposición o en el de demanda».
11
Igualmente, la STSJ del País Vasco de 15 de enero de 2003 revoca el Auto por el que había
denegado la suspensión de una liquidación urbanística considerando que el interesado había
prestado aval y en atención a la «relevancia de la cantidad liquidada que asciende a 270.759,54
euros».
12
13
Asimismo, puede citarse la STS de 14 de junio de 1997 en el caso de una liquidación de una tasa
por licencia de obras reaccionando enérgicamente contra un apremio de la Administración
alegando ésta que el Auto judicial de suspensión de la liquidación carecía de eficacia porque «se
había pasado a la vía de apremio». El TS con expresividad afirma que «difícilmente puede
encontrarse un ejemplo más depurado de la mala fe procedimental y del mal uso de la
prerrogativa de la acción de oficio por un órgano administrativo como el que se ofrece en el
caso presente por el Ayuntamiento de H.».
14
Continúa la recurrente: «de otra parte, tal tesis viene a ser corroborada por el hecho de tener
afianzada ante la Sala no sólo el principal sino también los intereses de demora, lo que está
reñido con la posibilidad de que venga obligada la parte actora, a la vez, a hacer efectivos los
intereses devengados en el transcurso de la vía económico-administrativa o a tenerlos que
afianzar nuevamente en este nuevo proceso. Pero en cualquier caso, la práctica de las
liquidaciones por intereses que se recurren, en tanto que ejecución parcial del acuerdo
recurrido, vulnera el principio constitucional de tutela judicial efectiva y trae consecuencias
agravatorias para el recurrente, tal y como el que se devenguen intereses de esos intereses y
que se deriven numerosos gastos de defensa jurídica y de afianzamiento, citándose al respecto
que con fecha de 21 de mayo de 1994 se han practicado Certificaciones de Descubierto relativas
a tales liquidaciones de intereses, con aplicación de recargo de apremio del 20 por 100 –
documentos 2 a 4 del escrito de demanda–, por lo que termina por pedir la anulación de tales
liquidaciones y el restablecimiento de la situación jurídica individualizada consistente en la
condena a restituir los gastos de aval derivados de aquéllas».
15
16
«Desde la premisa de los anteriores elementos debe abordarse ahora la cuestión de la validez de
las liquidaciones de intereses que se practican en el espacio intersticial que definen dos
sucesivas suspensiones de los actos administrativos recurridos con carácter principal y
originario». Para llegar a dicho punto de partida debe darse por sentado que tal liquidación de
intereses es un gravamen accesorio –SSTS 4 mayo 1987 y 10 junio 1994–, que trae causa de la
desestimación de la reclamación económico-administrativa originaria –n.º 2101/1991–, y
aunque no constituya en sentido directo la ejecución del mismo en sus estrictos
pronunciamientos, toma a aquél como «condictio iuris» a efectos de integrar la deuda tributaria
confirmada por el Tribunal de lo Económico-Administrativo con un elemento accesorio más de
los tipificados por el artículo 58.2 de la Ley General Tributaria y su concordante foral, por
lo que materialmente es un efecto del acuerdo que queda por ello sometido a las pautas de
eficacia ejecutiva inmediata o suspensión que afecten al mismo acuerdo para el caso de ser
sometidos a revisión jurisdiccional, sin poderse sostener el carácter autónomo de tal liquidación
de intereses de demora en relación con la deuda principal ni poderse abanderar la
independencia de su ejecutividad a desdén de que el acuerdo haya sido objeto de provisional
suspensión.
Y desde tal óptica la conclusión a que debe llegarse es la de que por parte de la Administración
demandada, en la práctica actuando en función de esa «autonomía» de la deuda por intereses,
funda su validez en una interpretación de la legalidad que no es propicia legal ni
constitucionalmente. En efecto, carecería de relieve la cuestión planteada si giradas las
liquidaciones de intereses de 30 de diciembre de 1992, una vez conocida la suspensión
decretada en el ámbito jurisdiccional tales actos de gravamen tributario no tuviesen, más allá
de su preformulación aritmética, otra consecuencia eficaz, a la espera del pronunciamiento
sobre la deuda principal. Sin embargo, el hecho de que se hayan dictado y mantenido en su
eficacia a despecho de aquella medida cautelar recayente sobre la ejecutividad del Acuerdo del
Tribunal Económico-Administrativo 13 octubre 1992 de que traían causa, como lo prueba el
hecho patente de que un año después de suspendido aquel se anunciaba su exigencia en vía de
apremio con imposición de recargos y agravamiento de la situación del deudor,
injustificadamente compelido a interponer nuevos recursos y a prestar nuevas garantías para
impedir la ejecución, no teniéndolos por suspendidos la Hacienda Foral sino a partir del Auto
dictado en este nuevo proceso en fecha de 14 junio 1994, no hace sino patentizar la
disconformidad a derecho de interpretar el art. 81.10, en el sentido de que no sólo cabe ejecutar
el acuerdo del TEA una vez notificado y en tanto no recaiga eventual suspensión jurisdiccional
sobre el mismo, sino que procede dicha ejecución en cuanto a los intereses a pesar de que el
acuerdo haya sido ejecutoriamente suspendido.
17
Cabe citar también el Auto del Tribunal Supremo de 12 de julio de 2000 (RJ 2000, 7781) (Rec.
490/2000) cuando afirma que el derecho a la tutela judicial efectiva y el principio de
ejecutividad de los actos administrativos «se concilian cuando se hace posible que la
ejecutividad del acto administrativo pueda ser sometido a un Tribunal para que adopte la
medida pertinente sobre su suspensión, especificando, además, que mientras se toma la
decisión judicial sobre las suspensión cautelar, ésta no debe verse impedida por la ejecución del
acto». La misma doctrina es aplicable a los recursos y reclamaciones en vía administrativa, de
suerte que solicitada la suspensión, no procede la ejecución del acto sin antes resolver sobre la
suspensión. En esta línea, puede citarse la STS de 19 de julio de 2017 (RJ 2017, 3552) (RCUD
2731/2016).
18
Según el artículo 736 de la LEC: «Aun denegada la petición de medidas cautelares, el actor
podrá reproducir su solicitud si cambian las circunstancias existentes en el momento de la
petición». Y en virtud del artículo 743 LEC: «las medidas cautelares podrán ser modificadas
alegando y probando hechos y circunstancias que no pudieron tenerse en cuenta al tiempo de
su concesión o dentro del plazo para oponerse a ellas».
Según el artículo 233.4 LGT 58/2003: «el tribunal podrá suspender la ejecución del acto con
dispensa total o parcial de garantías cuando dicha ejecución pudiera causar perjuicios de difícil
o imposible reparación. En los supuestos a los que se refiere este apartado, el tribunal podrá
modificar la resolución sobre la suspensión cuando aprecie que no se mantienen las
condiciones que motivaron la misma, cuando...».
19
Termina razonando este ATS: «OCTAVO. Ante tal confrontación de intereses, aparece como
especialmente merecedor de protección el particular frente al general, del que se llama
defensor el Ayuntamiento apelante, porque de consumarse la ejecución de la cuestionada
Unidad de Actuación por el sistema de expropiación (a cuyo fin se han empleado toda clase de
medios, incluidos los ilícitos, lo que determinó la condena penal del Alcalde Presidente del
referido Ayuntamiento, quien se resistió y desobedeció a la autoridad judicial) devendría
ilusorio el derecho de la entidad solicitante de la suspensión, al no ser posible ejecutar tal
actuación urbanística por el sistema de compensación, tan legítimo como el de expropiación
para llevar a cabo la previsión del planeamiento con respecto al polígono industrial, en el que
están incluidas las fincas, propiedad de aquélla, por lo que, en aplicación de lo dispuesto por el
artículo 122.2 de la Ley de esta Jurisdicción y de la aludida doctrina jurisprudencial
interpretativa del mismo, debemos acceder a la suspensión interesada por considerar
prevalente el interés de la solicitante a obtener una efectiva tutela judicial de sus derechos
frente al público en ejecutar la actuación urbanística por el sistema de expropiación, sin que tal
suspensión requiera la prestación de caución alguna, porque aquélla no es susceptible de
causar daños y perjuicios a los intereses públicos o de tercero, único supuesto en que dicha
caución sería exigible como dispone el artículo 124.1 de la Ley de esta Jurisdicción».
20
«La doctrina apunta que esta contracautela guarda una relación de instrumentalidad negativa
con la suspensión de la ejecución y positiva con la sentencia principal, en cuanto asegura
preventivamente la realización práctica del derecho al resarcimiento de los daños que
encontrara su título en la providencia principal, cuando este haya revocado por injusticia la
provisoria» (P. CALAMANDREI, Introducción al estudio sistemático de las providencias cautelares ,
Buenos Aires, 1992, p. 65).
Asimismo, «es un hecho incuestionable que la Administración no aparece ante el juez como una
parte procesal en régimen de igualdad (con el particular que con ella enfrenta). La
administración pública ni ante el juez deja de ser un sujeto privilegiado, que goza de una serie
de prerrogativas de hecho, en pugna abierta con la justicia. Se ha llegado a hablar de la
institucional inferioridad del particular frente a la administración» (J. GONZÁLEZ PÉREZ, Derecho
procesal administrativo hispanoamericano , Bogotá, 1985, p. 98).
21
Con la regulación anterior, lo significativo era que el Juez o Tribunal adoptaba en estos casos la
medida sin oír a la parte contraria (inaudita parte) , mediante auto contra el que no se daba
recurso alguno, y, en la misma resolución, el Juez o Tribunal convocaba a las partes a una
comparecencia, que se celebraba dentro de los tres días siguientes, sobre el levantamiento,
mantenimiento o modificación de la medida adoptada. Y posteriormente, el Juez o Tribunal
dictaba auto recurrible conforme a las reglas generales.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Sexta Parte. Disposiciones comunes a los títulos IV y V
Capítulo L. Incidentes e invalidez de actos procesales (artículos 137 y 138 LJCA)
Capítulo L
Sumario:
El artículo 137 afirma que las cuestiones incidentales se «sustancian sin suspender el
curso de los autos» . No se suspende el curso de los autos, pero en realidad desde un
punto de vista práctico lo que se observa es que los propios incidentes que se
mencionan (salvo las medidas cautelares, por tramitarse en pieza separada) se
sustancian en el proceso mismo (por ejemplo, la fijación de la cuantía...). La LJCA
menciona distintos momentos en los que debe tramitarse un incidente, conteniendo
algunas veces reglamentaciones de tipo procedimental y, en defecto de éstas, habrá que
estar a lo que determina al efecto la LEC (STS de 22 de noviembre de 1996), aplicable
en virtud de la Disposición Final primera de la LJCA. Los casos más relevantes con
regulación propia son los siguientes:
– En relación con la fijación de la cuantía del recurso el artículo 40 establece que cuando el
demandado no estuviere de acuerdo con la cuantía fijada por el demandante lo expondrá por
escrito dentro del término de diez días, tramitándose el incidente con arreglo a lo dispuesto
para estos casos en la Ley de Enjuiciamiento Civil.
– Asimismo, del escrito formulando alegaciones previas se dará traslado por cinco días al
actor, el cual podrá subsanar el defecto, si procediera, en el plazo de diez días. Evacuado el
traslado, se seguirá la tramitación prevista para los incidentes (artículo 59).
– En este contexto, el artículo 110 (posibilidad de extender los efectos de la sentencia en favor
de terceros) prevé que la petición al órgano jurisdiccional se formulará en escrito razonado
sustanciándose por los trámites establecidos para los incidentes, pero sin que haya lugar a la
celebración de vista.
– En materia cautelar, el artículo 131 prevé que el incidente cautelar se sustanciará en pieza
separada, con audiencia de la parte contraria, en un plazo que no excederá de diez días, y
será resuelto por auto dentro de los cinco días siguientes.
En este sentido, nuevamente a los efectos de reclamar una indemnización (en este caso,
por haberse levantado la medida cautelar por sentencia), el artículo 133.3 de la LJCA
afirma que podrá solicitarse una indemnización por los daños sufridos, ante el propio
órgano jurisdiccional, por el trámite de los incidentes.
La Ley de Enjuiciamiento Civil dispone en su artículo 231 que «el tribunal cuidará de
que puedan subsanarse los defectos en que incurran los actos procesales de las partes,
siempre que en dichos actos se hubiere manifestado la voluntad de cumplir los
requisitos exigidos por la ley», lo que lleva al demandante a veces a citar esta causa en
sus escritos.
Conforme al artículo 138.1 de la LJCA, cuando se alegue que alguno de los actos de las
partes no reúne los requisitos establecidos por la presente Ley, la que se halle en tal
supuesto podrá subsanar el defecto u oponer lo que estime pertinente dentro de los diez
días siguientes al de la notificación del escrito que contenga la alegación.
Una cuestión que se plantea es la relativa a la función del órgano jurisdiccional cuando
el defecto se alega por la parte procesal.
Para el TS, una interpretación conforme con la Constitución de los números 1 y 3 del
artículo 138:
–En principio, no impone que, habiéndose alegado el defecto en el curso del proceso, el
órgano jurisdiccional requiera en todo caso de subsanación antes de dictar sentencia de
inadmisión.
–Sin embargo, «también se indica allí que tal requerimiento sí resulta necesario en
algunos casos, lo que se explica en los siguientes términos: (...) alegado el defecto, sólo
será exigible el requerimiento previo del órgano jurisdiccional cuando sin él pueda
generarse la situación de indefensión proscrita en el artículo 24.1 de la Constitución; lo
que ocurriría si la alegación no fue clara, o si fue combatida, bien dentro del plazo de
aquellos diez días, bien en cualquier otro momento posterior; pues si fue combatida y el
órgano jurisdiccional no comparte los argumentos opuestos, surge una situación en la
que, como una derivación más del contenido normal del derecho a la tutela judicial
efectiva, es exigible una advertencia implícita, a través del previo requerimiento, de lo
infundado de esos argumentos y de la confianza nacida de ellos de obtener una
sentencia que, como demanda aquel contenido normal, se pronuncie sobre el fondo de
la cuestión litigiosa...» ( SSTS de 29 de enero de 2008 (RJ 2008, 443), casación 62/2004;
de 31 de enero de 2007 (RJ 2007, 289), casación 6157/03; y de 3 de marzo de 2010).
–Se permite que se ofrezca una nueva oportunidad de subsanación a quien ya subsanó
un vicio de forma inadecuada, pero ello siempre en función del supuesto fáctico, así, por
ejemplo, cuando se hubiera advertido en la actuación de la parte que ha incurrido en el
vicio o defecto un mínimo de credibilidad y diligencia en la subsanación del defecto y
aun así lo ha subsanado inadecuadamente.
–Pero no se le puede ofrecer esa segunda oportunidad de subsanación por parte del
órgano jurisdiccional cuando sea manifiesto que la parte, una vez advertido el defecto
por el propio juzgador o la parte contraria, actuó de forma no diligente. Es ilustrativa la
STC 266/1994, que reproducimos a continuación:
«Conviene recordar, en efecto, que es doctrina consolidada de este Tribunal que el contenido
normal del derecho a la tutela judicial efectiva consiste en obtener una resolución de fondo,
pero ello no impide que el derecho también se satisfaga cuando la resolución es de
inadmisión, siempre que se dicte en aplicación razonada de una causa legal, debiendo el
razonamiento responder a una interpretación de las normas legales de conformidad con la
Constitución. En virtud de dicha doctrina, aunque el recurso de amparo no es una tercera
instancia que tenga por objeto idóneo el revisar la interpretación y aplicación que los Jueces
y Tribunales hagan de la legalidad, procederá, en todo caso, examinar si la causa de
inadmisión, que impide el acceso a la resolución de fondo, es o no arbitraria.
6. Así las cosas, se debe examinar, en primer lugar, si la causa de inadmisión en que se basa
la Sala Tercera del Tribunal Supremo, es o no arbitraria, o, lo que en este caso sería lo mismo,
si el órgano judicial ha cumplido con su obligación de dar oportunidad a la parte para
subsanar el incumplimiento de los requisitos procesales. Cierto es que la Ley Reguladora de
la Jurisdicción Contencioso-Administrativa prevé dos modalidades de apreciación de los
defectos procesales y de su posible subsanación: la apreciada de oficio ( arts. 57.3 y
129.2 LRJCA, en la que el órgano judicial, reseñando el defecto, otorgará un plazo para su
subsanación) y la apreciada a instancia de parte ( art. 129.1 LRJCA), pudiéndose remediar
el defecto dentro de los diez días siguientes al que se notificare el escrito que contenga la
alegación del defecto. Cierto es, además, que en el presente caso, el órgano judicial no
requirió a la parte de oficio , ni en el momento de interposición del recurso ( art. 57.3
LRJCA) ni antes de dictar sentencia ( art. 129.2 LRJCA), para que subsanara el defecto de
acreditación que luego le sirvió para inadmitir el recurso. Pero cierto es, también, que la
actora tuvo oportunidad para subsanar su defecto de acreditación, dado que conocía
que la excepción de inadmisibilidad del Abogado del Estado se basaba en la falta de
aportación del certificado, en el que constara el acuerdo por el que el órgano competente
decidía entablar la acción y de los Estatutos del Sindicato, que permitieran conocer cuál era el
órgano competente del mismo a estos efectos.
O también hemos de referirnos a la doctrina de las SSTC 110/1992 y 158/1994 en las que
se pone de manifiesto que no se conculca el derecho a la tutela judicial efectiva si la
resolución judicial de inadmisión estima que no puede resolver sobre la cuestión
sustantiva del pleito fundándose en la falta de un requisito esencial del proceso,
habiendo tenido la parte perjudicada la posibilidad de subsanar la carencia de ese
requisito sin aprovecharla.
Estamos pues ante una regla o principio general de subsanación que, debe atemperarse
a la propia lógica procesal, a las circunstancias fácticas y evitando siempre la
indefensión del justiciable. La subsanación, por supuesto, se refiere a los «defectos»
subsanables pero no a los requisitos procesales insubsanables, como por ejemplo, la
interposición fuera de plazo del recurso o la legitimación (STS de 11 de junio de 1996).
A. RÉGIMEN JURÍDICO
En este sentido, la LJCA anterior se separaba del régimen del artículo 742.2 de la LEC de
1881, que establecía la inadmisibilidad del incidente de nulidad remitiendo la cuestión
de los vicios de nulidad de actuaciones a la interposición de los recursos contra las
sentencias.
Las sucesivas reformas posteriores de la LOPJ terminaron por admitir que el juez
declarase de oficio o a instancia de parte la nulidad de actuaciones antes de que haya
recaído sentencia definitiva. En esta línea la LO 6/2007, de 24 de mayo, de modificación
de la LOTC, aumenta las facultades de la jurisdicción ordinaria para la tutela de los
derechos fundamentales y evitar de esta forma en sede judicial ordinaria las posibles
indefensiones y el acceso masivo al TC. Se ha recuperado pues el incidente de nulidad de
actuaciones (tras la reforma en la LOPJ y estos antecedentes normativos) y la posibilidad
de que el órgano jurisdiccional lo aplique de oficio antes de sentencia. E igualmente se
pronuncian en esta línea los artículos 227 y 228 de la nueva LEC 1/2000.
2. Sin perjuicio de ello, el juzgado o tribunal podrá, de oficio o a instancia de parte, antes de
que hubiere recaído resolución que ponga fin al proceso, y siempre que no proceda la
subsanación, declarar, previa audiencia de las partes, la nulidad de todas las actuaciones o de
alguna en particular.
En ningún caso podrá el juzgado o tribunal, con ocasión de un recurso, decretar de oficio una
nulidad de las actuaciones que no haya sido solicitada en dicho recurso, salvo que apreciare
falta de jurisdicción o de competencia objetiva o funcional o se hubiese producido violencia o
intimidación que afectare a ese tribunal.
Por su parte, el artículo 241, tras la reforma operada por la LO 6/2007, de 24 de mayo:
Será competente para conocer de este incidente el mismo juzgado o tribunal que dictó la
resolución que hubiere adquirido firmeza. El plazo para pedir la nulidad será de 20 días,
desde la notificación de la resolución o, en todo caso, desde que se tuvo conocimiento del
defecto causante de indefensión, sin que, en este último caso, pueda solicitarse la nulidad de
actuaciones después de transcurridos cinco años desde la notificación de la resolución.
2. Admitido a trámite el escrito en que se pida la nulidad fundada en los vicios a que se
refiere el apartado anterior de este artículo, no quedará en suspenso la ejecución y eficacia
de la sentencia o resolución irrecurribles, salvo que se acuerde de forma expresa la
suspensión para evitar que el incidente pudiera perder su finalidad, y se dará traslado de
dicho escrito, junto con copia de los documentos que se acompañasen, en su caso, para
acreditar el vicio o defecto en que la petición se funde, a las demás partes, que en el plazo
común de cinco días podrán formular por escrito sus alegaciones, a las que acompañarán los
documentos que se estimen pertinentes.
En cuanto al artículo 242 dice: «las actuaciones judiciales realizadas fuera del tiempo
establecido sólo podrán anularse si lo impusiere la naturaleza del término o plazo».
1. «La nulidad de un acto no implicará la de los sucesivos que fueren independientes de aquél
ni la de aquéllos cuyo contenido hubiese permanecido invariado aun sin haberse cometido la
infracción que dio lugar a la nulidad.
4. Los actos de las partes que carezcan de los requisitos exigidos por la ley serán subsanables
en los casos, condiciones y plazos previstos en las leyes procesales».
«El art. 241 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, en la redacción dada por la Ley
Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, señala que (...). En el mismo precepto se establece la
tramitación del incidente, exigiéndose el traslado del escrito de promoción, junto con la copia
de los escritos que se acompañasen, en su caso, para acreditar el vicio o defecto en que la
petición se funde, a las demás partes (...).
En este sentido, debe precisarse que no se trata de olvidar la necesidad de superar la rígida
distinción entre legalidad ordinaria y derechos fundamentales, y ello por entender que la
protección del derecho fundamental o libertad pública no será factible, en muchos casos, si
no se tiene en cuenta el desarrollo legal de los mismos. Esto es, las cuestiones de legalidad
ordinaria se encuentran en ocasiones de tal modo entrelazadas con las referidas
propiamente a los derechos fundamentales que el examen de aquéllas resulta ineludible para
la protección de éstos. Pero sí debe recordarse que cuando no existe tal implicación de las
cuestiones de legalidad ordinaria con el ámbito de afectación de los derechos fundamentales
el examen de aquéllas en el incidente del artículo 241 LOPJ resulta improcedente.
CUARTO. Con carácter general, para abordar las cuestiones expuestas, debe tenerse en cuenta
los siguientes criterios:
a) Uno de los elementos integrantes del derecho fundamental invocado a la tutela judicial
efectiva es el del acceso a los recursos establecidos , en cada caso, por el ordenamiento
jurídico, aunque, bien es cierto, que con una menor exigencia y alcance que la primera y
básica manifestación de dicho derecho consistente en el acceso a la jurisdicción para obtener
en la instancia una resolución judicial fundada en Derecho sobre el fondo de la pretensión.
En efecto, siguiendo la STC 37/1995: “(...) El sistema de recursos se incorpora a la tutela
judicial en la configuración que le dé cada una de las leyes de enjuiciamiento reguladoras de
los diferentes órdenes jurisdiccionales, sin que ni siquiera exista un derecho constitucional a
disponer de tales medios de impugnación, siendo imaginable, posible y real la eventualidad
de que no existan, salvo en lo penal (STC 140/1985, 37/1988 y 106/1988). No puede encontrarse
en la Constitución ninguna norma o principio que imponga la necesidad de una doble
instancia o de unos determinados recursos, siendo posible en abstracto su inexistencia o
condicionar su admisibilidad al cumplimiento de ciertos requisitos; que la regulación, en esta
materia, pertenece al ámbito de libertad del legislador (STC 3/1983), que el principio
hermenéutico “pro actione” no opera con igual intensidad en la fase inicial del proceso, para
acceder al sistema judicial, que en las sucesivas, conseguida que fue una primera respuesta
judicial a la pretensión que es la sustancia medular de la tutela y su contenido esencial, sin
importar que sea única o múltiple, según regulen las normas procesales el sistema de
recursos y que es distinto el enjuiciamiento que puedan recibir las normas obstaculizadoras o
impeditivas del acceso a la jurisdicción o aquellas otras que limitan la admisibilidad de un
recurso extraordinario contra una sentencia anterior dictada en un proceso celebrado con
todas las garantías STC 3/1983 y 294/1994 (...)”. En definitiva el principio hermenéutico “pro
actione” no opera con igual intensidad en la fase inicial del proceso, para acceder al sistema
judicial, que en las sucesivas, y es distinto el enjuiciamiento que puedan recibir las normas
obstaculizadoras o impeditivas del acceso a la jurisdicción y aquellas otras que limitan la
admisibilidad de un recurso extraordinario contra una sentencia anterior dictada en un
proceso celebrado con todas las garantías STC 3/1983 y 294/1994 (...)».
c) La exigencia de que la cuantía del recurso supere el límite legal es materia de orden público
procesal que no puede quedar a la libre disponibilidad de las partes , de aquí que su examen y
control corresponda inicialmente al Tribunal a quo –ante el que se debe preparar el recurso–
y posteriormente, en su caso, al Tribunal Supremo».
Si no se introduce esta dimensión fáctica o jurídica sería inservible tal nulidad, por ser
reiterativa, es decir, el efecto de retroacción de actuaciones que conviene al recurrente.
Esta resultaría la doctrina aplicable (y en este contexto, es decir, sobre este debate
pueden citarse las SSTC 91/2000, 2/2002, 131/2003, sobre la necesaria alegación de
indefensión material; SSTC 1/1996, 219/1998 sobre la utilidad de la alegación; J. GARBERÍ
LLOBREGAT, «Nulidad de actuaciones e indefensión por falta de emplazamiento: dos
exigencias condicionantes del éxito de la pretensión de nulidad», La Ley n.º 1, 2005,
págs. 1790-1793, incidiendo en que la indefensión por falta de emplazamiento ha de ser
material no formal y en que en el escrito de nulidad de actuaciones es preciso acreditar
que la anulación y retroacción pretendidas han de resultar útiles y no reiterativas de las
actuaciones anuladas; añadiendo que a su juicio en el caso concreto del proceso
contencioso-administrativo, al ser la Administración quien realiza los emplazamientos
de los interesados, el posible error imputable a la Administración en los
emplazamientos, no se imputa al órgano jurisdiccional, con lo que la solicitud de
nulidad resulta en este caso rechazable, quedando a los interesados la vía de la
responsabilidad patrimonial contra la Administración de los daños y perjuicios
sufridos).
3. Este Tribunal ha señalado, con anterioridad a la reforma operada por la Ley Orgánica
6/2007, de 24 de mayo, que la formulación del incidente de nulidad –que para agotar la vía
judicial previa era preciso interponer con carácter preceptivo– “tan sólo tiene el sentido de
dar ocasión a los órganos de la jurisdicción ordinaria para reparar la vulneración que
pretendidamente se causó a los demandantes” ( ATC 124/2010, de 4 de octubre (RTC 2010,
124), FJ 2). Por ello se afirmó que los reproches que se dirigían frente a un Auto por el que se
inadmitía el incidente de nulidad “más que integrar lesiones autónomas de derechos
fundamentales, pondrían en evidencia que tal incidente no surtió el efecto que está llamado a
producir, esto es, reparar la lesión pretendidamente ocasionada en el proceso a quo” (ATC
124/2010, FJ 2).
Sin embargo, el incidente de nulidad de actuaciones asume, tras la configuración del nuevo
amparo constitucional, una función esencial de tutela y defensa de los derechos
fundamentales que puede y debe ser controlada por este Tribunal cuando las hipotéticas
lesiones autónomas que en él se produzcan tengan “especial trascendencia constitucional”.
No puede considerarse como un mero trámite formal previo al amparo constitucional sino
como un verdadero instrumento procesal que, en la vía de la jurisdicción ordinaria, podrá
remediar aquellas lesiones de derechos fundamentales que no hayan “podido denunciarse
antes de recaer resolución que ponga fin al proceso y siempre que dicha resolución no sea
susceptible de recurso ordinario ni extraordinario” ( art. 241.1 LOPJ). En definitiva, el
incidente de nulidad de actuaciones sirve, como así ha querido el legislador orgánico, para
reparar aquellas lesiones de cualquier derecho fundamental que no puedan serlo a través de
los recursos ordinarios o extraordinarios previstos por la ley; su función en materia de tutela
de derechos es, por tanto, la misma, en el ámbito de aplicación que le otorga el art. 241.1
LOPJ, que la realizada como consecuencia de la interposición de un recurso ordinario o
extraordinario y como tal debe ser atendida por los órganos judiciales.
Una deficiente protección de los derechos denunciados por parte del órgano judicial puede
dejar al recurrente sin ningún tipo de protección en aquellos casos en los que las
vulneraciones en las que supuestamente incurriera la resolución impugnada a través del
incidente de nulidad de actuaciones, carecieran de trascendencia constitucional. Es por ello
que el órgano judicial debe, salvo que se den las causas de inadmisión de plano, en el que
podrá realizarse una motivación sucinta ( art. 241.1 LOPJ), realizar una interpretación no
restrictiva de los motivos de inadmisión, tramitar el incidente y motivar, en cualquier caso,
suficientemente su decisión. Como se dijo en la STC 185/1990, de 15 de noviembre (RTC
1990, 185), FJ 5, “será preciso interpretar las normas procesales que integren alguna vía
rescisoria de Sentencias firmes en el sentido más favorable para permitir la tutela en fase
jurisdiccional de los derechos fundamentales”.
4. Como afirmáramos en la STC 107/2011, FJ 5, “el protagonismo otorgado por la Ley Orgánica
6/2007 a los Tribunales ordinarios acentuando su función como primeros garantes de los
derechos fundamentales en el ordenamiento jurídico, con el fin de lograr que la tutela y
defensa de esos derechos por parte del Tribunal Constitucional sea realmente subsidiaria,
debe ser puesta en conexión con la especial trascendencia constitucional a que hizo
referencia la STC 43/2010, de 26 de julio (RTC 2010, 43), FJ 5, al afirmar que ‘el incidente de
nulidad de actuaciones era un instrumento idóneo para la tutela del derecho fundamental en
cuestión, y que su resolución debía tener presente que –de no tener el caso trascendencia
constitucional– se trataría de la última vía que permitiría la reparación de la vulneración
denunciada’”. Ya se señaló en la STC 155/2009 de 25 de junio (RTC 2009, 155), y como ya
hemos anticipado, se ha reiterado en la STC 107/2011, de 20 de junio (RTC 2011, 107), FJ 5,
que en el requisito de la especial trascendencia constitucional “se plasma la opción del
legislador, en el ejercicio de la habilitación que constitucionalmente le confiere el art.
161.1 b) CE, en relación con su art. 53.2, por una nueva configuración del recurso de amparo,
toda vez que, en principio, tras la reforma llevada a cabo la mera lesión de un derecho
fundamental o libertad pública tutelable en amparo ya no será por sí sola suficiente para
admitir el recurso, pues es imprescindible, además, su especial trascendencia constitucional,
frente a la configuración por la que esencialmente se caracterizaba en su anterior regulación,
en tanto que recurso orientado primordialmente a reparar las lesiones causadas en los
derechos fundamentales y libertades públicas del demandante susceptibles de amparo”. Y es
a través de la nueva regulación ampliada del incidente de nulidad de actuaciones como se
refuerza el protagonismo que han de asumir los Jueces y Tribunales ordinarios como
guardianes naturales y primeros de los derechos fundamentales y el carácter subsidiario del
recurso de amparo (SSTC 155/2009, de 25 de junio, FJ 2, y 43/2010, de 26 de julio, FJ 5)».
Téngase pues en cuenta (STC 041/2014) la inadmisión del recurso de amparo por falta de
agotamiento de la vía judicial previa al no haberse promovido incidente de nulidad de
actuaciones.
Pero considérese también que este incidente previo al amparo lleva aparejadas costas
procesales. Puede haber sorpresas en cuanto a tales costas de este incidente, porque
puede pasar desapercibido este hecho, al ser considerado, pese a lo expuesto, un mero
trámite para poder plantear el recurso de amparo. En la práctica se observa bastante
confusión al respecto, y el problema es que no se descarta claramente que las costas se
cuantifiquen en función de la posible cuantía del asunto que quedó enjuiciado en la fase
judicial ordinaria, y no en función de ser un trámite poco útil anterior al recurso de
amparo en que el jurista está pensando.
Este criterio no es, a nuestro juicio, acertado, ya que el recurrente ha hecho lo más
diligente, es decir, interponer sendos escritos (de nulidad de actuaciones y de error
judicial) en los plazos que legalmente se establecen, sin que tenga sentido que termine
penalizándose a quien cumple más estrictamente con el ordenamiento cumpliendo con
los plazos legales de nulidad de actuaciones y de error judicial. Es cierto que existen
sentencias que han admitido, finalmente, el error judicial una vez se había pasado el
plazo legal, por el hecho de que el justiciable esperó a la resolución del incidente de
nulidad (sentencias que cito en el Tomo 1 de este Tratado, al comentar el artículo 32.7
de la 1)
LPAC) .
En todo caso, el legislador debería resolver mejor estos puntos un tanto inciertos que
hemos comentado, dejando claro, en su caso, que el escrito planteando el error judicial
puede hacerse una vez se resuelva el incidente de nulidad de actuaciones; y que no es
oportuno penalizar a quien sigue la interpretación más próxima a la ley, que es aplicar
los plazos legales de sendos trámites.
Tras explicar el régimen jurídico de tal incidente, y ejemplificar con textos de los
tribunales la alta consideración que aquel para estos merece, mi opinión en cambio, es
que estamos ante un trámite inservible, además de una traba para el justiciable a la
hora de ejercitar sus derechos y un elemento de incertidumbre y riesgos, también de
costas por cierto, cuando se quiere recurrir una sentencia.
En fin, recomendamos que se suprima este incidente, con lo que no se pierde nada, y
ello pese al enorme énfasis (que no ignoramos) que ponen los altos tribunales en este
tipo de trámites y ciertas doctrinas que lo caracterizan como todo un logro.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
D. ARIAS LOZANO, «La resurrección del incidente de nulidad de actuaciones», Boletín del
Colegio de Abogados de Madrid, 134, 1997; J. CABRERA BAZÁN, «La prueba en el proceso de
trabajo», Revista de Política Social , 82, 1969; J. A. CAPILLA BOLAÑOS, «La nulidad de
actuaciones en el proceso laboral», Actualidad Laboral , 22, 1997, pp. 523 y ss.; J. F.
GARNICA MARTÍN, en Revista Justicia , 1990, pp. 897 y ss.; J. DE LAMO RUBIO, «El nuevo
incidente de nulidad de actuaciones judiciales», La Ley , 4597, 1998; del mismo autor,
sobre el mismo tema, en: AJA , 136, 1994; F. MEDINA FERNÁNDEZ, «La reforma del artículo
240 de la LOPJ», Boletín del Colegio de Abogados de Madrid , 135, 1998; A. NARVÁEZ
RODRÍGUEZ, «El nuevo incidente de nulidad de actuaciones contra resoluciones judiciales
definitivas», Boletín del Ministerio de Justicia , 1831, 1998; F. PERA VERDAGUER, Comentarios
a la Ley de lo Contencioso-administrativo , 6.ª ed., Madrid, 1998; F. SAINZ DE ROBLES, «La
nulidad de actuaciones», Revista Tapia , enero-febrero, 1998; J. SOUTO PRIETO, «Sobre la
posibilidad de decretar la nulidad de actuaciones una vez recaída sentencia definitiva»,
Actualidad Laboral , 2, 1993.
FOOTNOTES
1
Fíjese el lector en lo siguiente (tomado de la STS de 22 de septiembre de 2015): «Es cierto que
esta Sala venía estableciendo que el plazo para la interposición de la demanda para el
reconocimiento de error judicial no se interrumpía por la formalización y desarrollo de un
Incidente de nulidad de actuaciones ni tampoco por la interposición de un Recurso de amparo,
sin embargo, a partir de la STS de 23 de septiembre de 2013 de la Sala Especial del artículo 61
de la Ley Orgánica del Poder Judicial ( REJ 9/2013)» se admite esa otra interpretación. Lo
cual no quiere decir, a mi juicio, que cumplir los plazos no sea posible.
La STEDH de 4 de junio de 2011 llegó a considerar que era correcto el hecho de que, por
interponer un incidente de nulidad, y esperar a que este se resolviera para interponer después
el amparo, después resulte que se haya podido pasar el plazo para presentar el amparo, porque
el incidente no interrumpió el plazo de recurso (de amparo), ya que «esta interpretación de la
legislación interna efectuada por el Tribunal Constitucional no puede ser calificada de
arbitraria, poco razonable o de tal carácter que desvirtúe la equidad del procedimiento» y por
tanto procede a declarar inadmisible la demanda presentada ante el TEDH.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Sexta Parte. Disposiciones comunes a los títulos IV y V
Capítulo LI. Costas procesales (artículo 139 LJCA)
Capítulo LI
Sumario:
Este criterio de la LJCA, sin embargo, no fue respaldado por la Ley 62/1978 de
protección jurisdiccional de los derechos fundamentales (artículo 10.3), ni tampoco
por la Ley 10/1992 de 30 de abril de Medidas Urgentes –que introdujo el recurso de
casación en la jurisdicción contencioso-administrativa–, que se situaban en sintonía con
el criterio del vencimiento, quedando, con todo ello, en solitario la LJCA de 1956.
Sin embargo, a raíz de una modificación aprobada por el Pleno del Congreso de los
Diputados justamente antes de que el texto del Proyecto de Ley reguladora de la
jurisdicción contencioso-administrativa fuese remitida al Senado para su aprobación
definitiva (BOCG, Congreso de los Diputados, Serie A, 8 de abril de 1998, n.º 70-12), la
opción final del legislador fue la adopción del criterio o regla de las condiciones para
la primera o única instancia, por entenderse que este sistema facilita el acceso a la
jurisdicción contencioso-administrativa.
La LJCA de 1998 en los artículos 139 y siguientes establecía así un sistema mixto, según
el cual para la primera o única instancia regía como regla general el criterio de las
condiciones y para los demás instancias o grados el de que se impondrán al recurrente
si se desestima totalmente el recurso, lo cual no coincide tampoco exactamente con el
criterio civil del vencimiento. Interesa destacar que, en este sentido, la imposición de las
costas podrá ser a la totalidad, a una parte de éstas o hasta una cifra máxima (
artículo 139.3 de la LJCA) y que en ningún caso se impondrán las costas al Ministerio
Fiscal (artículo 139.5 y véase también, en este contexto, el artículo 68.4 de la LBRL,
en materia de costas procesales), regulaciones estas últimas originales respecto de la
LJCA de 1956.
De acuerdo con el párrafo primero del artículo 139.1, «En primera o única instancia, el
órgano jurisdiccional, al dictar sentencia o al resolver por auto los recursos o incidentes
que ante el mismo se promovieren, impondrá las costas a la parte que haya visto
rechazadas todas sus pretensiones, salvo que aprecie y así lo razone, que el caso
presentaba serias dudas de hecho o de derecho. En los supuestos de estimación o
desestimación parcial de las pretensiones, cada parte abonará las costas causadas a su
instancia y las comunes por mitad, salvo que el órgano jurisdiccional, razonándolo
debidamente, las imponga a una de ellas por haber sostenido su acción o interpuesto el
recurso con mala fe o temeridad».
A raíz de tal modificación, por Ley 37/2011, se aplica así en la fase de instancia en la
jurisdicción contencioso-administrativa el criterio del vencimiento que viene rigiendo
en el proceso civil según el artículo 394 LEC.
Para la STC 117/1989 «la actitud del recurrente al afirmar, en el trámite del artículo 50, haber
cumplido la ineludible exigencia de la invocación previa del derecho supuestamente
vulnerado, sin que ello respondiera a la realidad , permite entender que el solicitante de
amparo, que ha contado con preceptiva asistencia letrada, ha actuado con manifiesta
temeridad en esta vía del proceso...».
O según la STS de 14 de marzo de 2007 son razones que llevan a entender que se incurre en
temeridad y mala fe procesal en el caso de dilaciones inexplicables por una de las partes
para dar cumplimiento a algo que le favorecía y el hecho de que como consecuencia de ello se
mantuviese un proceso carente de viabilidad jurídica.
Para la STSJ de Galicia de 18 de junio de 2008; se basa el órgano en que la formación como
letrado del recurrente le permite efectuar una interpretación rigurosa y desapasionada de
la normativa legal de aplicación que habría concluido en la improcedencia del recurso
contencioso-administrativo articulado, que se sostuvo sobre premisas extravagantes, no
poseyendo ninguno de los requisitos que las bases exigían para concurrir a la convocatoria
controvertida: y ni siquiera teniendo la intención de participar en ella, como demuestra el
hecho de que no haya presentado solicitud alguna: por lo que su único interés apreciable es
una supuesta vulneración de la legalidad abstracta , lo que configuraría un comportamiento
de temeridad procesal.
Por otra parte, existe una regulación general establecida en el artículo 139 LJCA pero
también numerosas reglas particulares :
– En cuanto a los gastos que ocasione la extensión de los efectos de las pruebas periciales a los
procedimientos conexos (que pueden decretarse tanto de oficio por el Juez como a instancia
de las partes) se entiende, a efectos de la imposición de costas, que son parte todos los
intervinientes en los procesos sobre los cuales se haya acordado la extensión de sus efectos,
prorrateándose su coste entre los obligados en dichos procesos al pago de las costas (
artículo 61.5 de la LJCA).
– El artículo 54.3 prevé, igualmente, que los gastos ocasionados por la copia del expediente
administrativo han de abonarse por los demandados 1).
Una vez se produjo la modificación por Ley 37/2011, decíamos en pasadas versiones de
esta obra que habría que estar atentos a la evolución de este tema de las costas
procesales y cómo los distintos órganos jurisdiccionales podían ir matizando el rigor de
las cifras resultantes.
Pues bien, se aprecia que paulatinamente se han ido produciendo fallos que han ido
obviando el criterio del vencimiento. Pero persiste la excesiva discrecionalidad judicial
(en todo caso, el problema procede de la legislación no de la judicatura, obviamente).
En todo caso, la estimación parcial del recurso evita las costas, así la STSJ 413/2016 de
Castilla-La Mancha de 22 de junio de 2016: «al estimarse en parte el recurso no se hace
pronunciamiento en cuanto al pago de las costas procesales causadas según lo dispuesto
en el art. 139 de la LJCA».
«Si bien, la Sala, haciendo uso de la facultad que le concede el artículo 139.3, limita a 3.000
euros la cantidad máxima que la Abogacía del Estado puede reclamar por todos los
conceptos, sin que tenga derecho a participar en esas costas D. Bienvenido que no ha
realizado ninguna actuación procesal relevante más allá de su personación como
codemandado, dado que en sus escritos procesales de contestación y conclusiones se ha
limitado a adherirse sin más a lo manifestado por la Sra. Abogada del Estado».
Pese a estos posibles fallos que excepcionan la imposición de costas (algunos de los
cuales se desarrollan, además, a fin de beneficiar a la Administración, como acabamos
de ver), no puede perderse el horizonte, de un criterio de imposición de costas que recae
como una losa sobre el recurrente, que estadísticamente, pierde más procesos que la
Administración. A veces la injusticia es tal que el particular puede haber sufrido un
daño, pese a que finalmente (por algún tema formal o puramente interpretativo, bajo un
telón de fondo favorable a la Administración) no consiga imputarse a dicho poder
público: el particular sufre el daño y además tiene que pagar las costas a quien se lo
causa.
El artículo 139.2 de la LJCA 29/1998 prescribía que en las demás instancias o grados
se impondrán al recurrente si se desestima totalmente el recurso, salvo que el órgano
jurisdiccional, razonándolo debidamente, aprecie la concurrencia de circunstancias que
justifiquen su no imposición.
En todo caso, con esta regla se plasma un criterio que, como puede apreciarse no
coincide exactamente con el criterio del vencimiento pero podría catalogarse como tal,
aunque se matiza considerablemente cuando se deja al órgano jurisdiccional la
posibilidad de excepcionar este criterio totalmente (o de limitar las costas a una parte de
éstas o hasta una cifra máxima de acuerdo con el 139.4 LJCA, STS de 23 de septiembre de
1997).
En general, como ya hemos dicho, estamos ante una situación grotesca porque se
somete a la parte procesal a la inseguridad jurídica respecto de las consecuencias
económicas que pueden derivarse de perder en caso de interponer cualquier recurso.
Un ejemplo de aplicación del criterio del «vencimiento mitigado» puede ser la STSJ
Cataluña n.º 997/2004, de 7 de octubre de 2004 (en un recurso sobre la cuestión de los
efectos ultra partem de las sentencias, del artículo 110 de la LJCA):
«Por fin, conforme a lo dispuesto en el artículo 139.2 de la Ley 29/1998 reguladora de esta
Jurisdicción, las costas procesales se impondrán al recurrente en la segunda instancia si se
desestima totalmente el recurso, salvo que el órgano jurisdiccional, razonándolo debidamente,
aprecie la concurrencia de circunstancias que justifiquen su no imposición. Se recoge de esta
forma el principio del vencimiento mitigado, que aquí debe conducir a la no imposición de
costas habida cuenta de que la singularidad de la cuestión debatida veda estimar que se halle
ausente la “justa causa litigandi ” en la apelante (“serias dudas de hecho o de derecho” en el
caso, teniendo en cuenta la jurisprudencia recaída en casos similares para apreciar a estos
efectos que el caso era jurídicamente dudoso, tal como señala el artículo 394.1 de la Ley
1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil)».
La regla del artículo 139.2 es aplicable igualmente respecto del procedimiento (antes
denominado recurso) de revisión . Para este tipo de recursos ya venía rigiendo también
el criterio de la imposición de costas a quien lo promueve y ve desestimadas en su
totalidad sus pretensiones, pues el artículo 102.c).2 de la LJCA de 1956, al igual que hace
hoy el artículo 102.2 de la LJCA de 1998, se remitía en esta materia a la LEC, que en
los demás grados o instancias diferentes a la primera instancia recoge un criterio
coincidente con el criterio de la LJCA. Esto lo confirmaba la praxis. Así, la STS de 31 de
octubre de 1997 FJ 3: «En consecuencia ha de declararse improcedente el recurso de
revisión, con la condena al pago de todas las costas del juicio y pérdida del depósito a
quien lo promovió conforme impone el artículo 1809 de la Ley de Enjuiciamiento Civil,
aplicable por la remisión expresa del n.º 2 del referido artículo 102 de la Ley de la
Jurisdicción». En el mismo sentido, la STS de 29 de octubre de 1997.
Los recursos de casación han dejado de seguir –desde el 22 de julio de 2016, tras la
reforma de la LJCA por la LO 7/2015 por la que se modifica la L.O. 6/1985– las normas
del artículo 139.2 LJCA (criterio del vencimiento) y se aplica el sistema o criterio de
las condiciones. Efectivamente, según el actual 139.3, en el nuevo recurso de casación se
impondrán las costas de conformidad con lo previsto en el nuevo artículo 93.4 LJCA,
es decir, que en principio cada parte abonará las causadas a su instancia y las comunes
por mitad. No obstante, se podrán imponer las costas a una sola de las partes cuando la
sentencia aprecie, y así lo motive, que ha actuado con mala fe o temeridad, pudiéndose
en tal caso limitar su importe a una parte de ellas o hasta una cifra máxima.
Una situación distinta es cuando la parte es condenada en costas por la Sala o Juzgado y
luego obtiene sentencia estimatoria del recurso de amparo dictada por el TC. En tal
caso, se plantea como obtener el reintegro de las costas 2).
5. TASACIÓN DE COSTAS
No son infrecuentes los litigios sobre tasaciones de costas (STS de 5 de abril de 1997; de 9
de junio de 1997, entre otras muchas), ya sea por haberse incluido en ellas partidas de
derechos u honorarios cuyo pago no corresponde a la parte condenada en costas, ya sea
porque se considere excesiva alguna partida o concepto correctamente incluido. La
regulación se recoge en los artículos 245 y 246 de la LEC (puede verse el Anexo a
este capítulo recogiendo la regulación de la LEC sobre la tasación de costas).
Litigar contra la Administración no es fácil, pero desde el año 2011 todo ha cambiado
radicalmente, porque antes de esa fecha el recurrente no tenía que soportar
consecuencias económicas adversas si perdía su contencioso, mientras que actualmente
tiene que pagar las costas.
Por contrapartida, deberían quedar claras las consecuencias económicas del proceso al
comienzo del mismo, y no al final. Y sobre todo, lo que se impone es conseguir unas
costas razonables que disuadan al recurrente temerario pero que no impidan el acceso a
la jurisdicción, o continuación del proceso, para el justiciable. En la actualidad, la
aleatoriedad es la única ley que se aprecia.
Se ha solucionado en los últimos años el problema del justiciable con su propio abogado,
al haberse liberalizado esta relación de servicios. Pero persiste el problema de los
honorarios del «letrado contrario» y con el procurador contrario e incluso propio, cuyos
honorarios se fijan, asimismo, siguiendo unos aranceles a veces tampoco acordes a la
realidad del caso enjuiciado.
El Tribunal Supremo «suele» limitar las costas (por ejemplo, a un máximo de tres o
cuatro mil euros) y algunos piensan que de esta forma se resuelve el problema. Pero ¿y
si el TS no limita las consecuencias económicas? Pero sobre todo, ¿por qué el TS «sí», y
«no» los TSJ ni los Juzgados? No parece razonable quedar a la espera de eventualidades.
Las costas no tienen por qué ser bajas necesariamente, pero sí primero certeras y
segundo adecuadas a la entidad del caso.
Las soluciones son claras lege ferenda : o bien el Letrado de la Administración de justicia
se convierte en responsable de lograr ese reto de una adecuación entre entidad del caso
y costas resultantes. O bien en último término, si dicho letrado sigue pasivo en este
ámbito (donde sería adecuado potenciar las facultades del referido letrado), dejar a
estimación judicial las costas, siguiendo la práctica o criterio del TS de imposición de
costas entre cuatro y seis mil euros, salvo que la entidad del asunto se aprecie
claramente mayor o menor. O bien reformar los criterios de los colegios de abogados,
que en la práctica están determinando de forma injusta costas con resultados
disparatados.
El particular que se cae en la calle y sufre una lesión grave, si no consigue finalmente
imputar suficientemente el daño a la Administración o si resulta que ha prescrito por un
día la acción de daños, tendrá no solo que asumir el daño, sino también pagar las costas
a quien le ha causado el daño, y además con unas cifras posiblemente excesivas o
desproporcionadas.
Estamos ante una falta de criterios racionales, haciendo recaer las consecuencias de las
costas de forma aleatoria sobre aquellos que no pueden ocultar la «cifra» de la
reclamación o de la sanción, y solo por ese hecho, sin importar la auténtica entidad del
asunto en cuestión.
Otras veces se ha afirmado que no cabe imposición de costas a la parte que pierde la
pieza cautelar. Este criterio parece mejor en general en materia de costas: si, en
definitiva, la estadística dice que el particular es quien pierde más procesos que la
Administración es claro que, en general, el criterio del vencimiento no favorece
entonces al ciudadano.
En esta línea la AP de Sevilla sec 5.º mediante Auto de 29 de junio de 2012 señala que en
el auto acordando medidas cautelares no procede hacer imposición de costas, dado que
lo único que existe es una imposición de la parte actora y que no dependen en absoluto
de la posición del demandado, por lo que no tiene por qué hacerse cargo de las costas
procesales que se generen.
Igualmente el Auto de la AP de Madrid sec 21.º, de 2.º de marzo de 2012 determina que,
como el artículo 735 que regula el auto acordando medidas cautelares carece de
previsión sobre imposición de costas, debe entenderse que dicho artículo no es de
aplicación al auto que acuerda las medidas cautelares y que como regla general no cabe
imponer las costas del procedimiento de medidas cautelares a los demandados.
Según este precepto, salvo lo dispuesto en la Ley de Asistencia Jurídica Gratuita, cada
parte pagará los gastos y costas del proceso causados a su instancia a medida que se
vayan produciendo. Se considerarán gastos del proceso aquellos desembolsos que
tengan su origen directo e inmediato en la existencia de dicho proceso, y costas la parte
de aquéllos que se refieran al pago de los siguientes conceptos:
1.º Honorarios de la defensa y de la representación técnica cuando sean preceptivas.
2.º Inserción de anuncios o edictos que de forma obligada deban publicarse en el curso del
proceso.
3.º Depósitos necesarios para la presentación de recursos.
4.º Derechos de peritos y demás abonos que tengan que realizarse a personas que hayan
intervenido en el proceso.
5.º Copias, certificaciones, notas, testimonios y documentos análogos que hayan de solicitarse
conforme a la Ley, salvo los que se reclamen por el tribunal a registros y protocolos públicos,
que serán gratuitos.
6.º Derechos arancelarios que deban abonarse como consecuencia de actuaciones necesarias
para el desarrollo del proceso.
7.º La tasa por el ejercicio de la potestad jurisdiccional, cuando sea preceptiva. No se incluirá
en las costas del proceso el importe de la tasa abonada en los procesos de ejecución de las
hipotecas constituidas para la adquisición de vivienda habitual. Tampoco se incluirá en los
demás procesos de ejecución derivados de dichos préstamos o créditos hipotecarios cuando
se dirijan contra el propio ejecutado o contra los avalistas.
Por otro lado, las costas en principio son un crédito en favor de la parte no del letrado (
STS de 2 de noviembre de 2006 (RJ 2006, 7709) recurso 3214/1999).
Y en relación con la cuota litis «lo que se prohíbe no es tanto cobrar por resultados sino
más bien cobrar solo por resultados, por el riesgo de que esto suponga no obtener una
remuneración razonable por la labor profesional, es decir por el riesgo de que no se
llegue a cobrar nada por ella o solo una cantidad manifiestamente inferior a lo que
pudiera entenderse como unos honorarios mínimos razonables» ( STS de 4 de
noviembre de 2008 (RJ 2009, 338), rec. 5837/2005).
No solo interesa objetivamente saber si son posibles entre las partes, pactos sobre
costas, en el sentido de pactar por ejemplo, una determinada cantidad en caso de
perderse el proceso, ante las incertidumbres de este, por parte de la parte perdedora a la
vencedora. Además, ante lo ridículo y aleatorio de las cifras resultantes de costas, se
plantea si es posible un pacto de no reclamación de costas por parte del acreedor de las
mismas contra el deudor. Por ejemplo, en un contencioso de responsabilidad
patrimonial se plantearía el debate de si se puede pactar entre las partes una cifra
máxima de costas y no las disparatadas cantidades que resultan de aplicar los criterios
al efecto. Y ello ya que las costas no solo son nocivas (cuando son desproporcionadas)
para el recurrente sino también para la Administración que, si pierde, tiene que
pagarlas. Ya nos consta que si, por ejemplo, está en juego el derribo de una casa (en un
contencioso) es posible que la cuantía del proceso no sea finalmente la cuantía de la
casa sino indeterminada, siempre que la Administración no proponga ese otro criterio.
En cambio, en un contencioso similar (en que directamente se plantee una «cifra», por
ejemplo, contenciosos de responsabilidad patrimonial) la cuantía será determinada
irremediablemente, con lo cual este sistema actual es claramente inconstitucional, ya
que atenta contra la más mínima igualdad entre los justiciables, considerando que el
primer justiciable podría permitirse un juicio racional en cuanto a las consecuencias
económicas del proceso, y el segundo estará en cambio sometido a la irracionalidad
inevitable.
El criterio del vencimiento en materia de costas plantea este debate. Sin perjuicio de las
limitaciones que en este debate pueda plantear los límites de la Administración, a la
hora de establecer transacciones, siempre debatible, o al menos lege ferenda, el primer
postulado (en torno a esta discusión) sería la propia jurisprudencia del TS o
jurisprudencia menor, en sede civil, sobre esta cuestión, ya que ni siquiera en esta sede
es pacífica la cuestión planteada.
En realidad, el problema se planteará cuando haya tales pactos y una parte no los
cumpla, llegando entonces el pacto en cuestión al juzgado o tribunal, planteándose el
alcance de su validez.
Para la STS 476/1998 de 12 de mayo de 1998 (RJ 1998, 3577) este tipo de acuerdos no
vinculan al órgano judicial, lo que es lo mismo que decir que prima la normativa
aplicable sin poder oponerse con eficacia un pacto tal:
«SEGUNDO. Como motivo de impugnación se alega en primer lugar que, entre las partes, se
pactó que “en el presente recurso, cada parte se haga cargo de sus propias costas, si esta Sala
hiciera mención expresa sobre las mismas”. Según reiterada doctrina de esta Sala tanto
anterior como posterior a la Ley 6 agosto 1984, los pactos sobre costas no tienen carácter
vinculante para el órgano jurisdiccional ; así la Sentencia de 17 mayo 1993 (RJ 1993,
3801) dice que «el pacto sobre costas vulnera lo dispuesto en el art. 1168 del Código
Civil, que reserva la decisión sobre las judiciales a los Tribunales “con arreglo a la Ley de
Enjuiciamiento Civil”»; y la Sentencia de 1 marzo 1994 (RJ 1994, 1637) establece que «en
cuanto al pacto sobre abono de gastos judiciales... que, en opinión del recurrente, debió dar
lugar a que no se le impusieran las costas causadas en la instancia, ha de negarse la eficacia
del mismo que se pretende, pues a partir de la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Civil por
la Ley 6 agosto 1984, ha de estarse a lo dispuesto en la misma ( art. 1168 del Código Civil)
sin que los órganos jurisdiccionales se hallen vinculados por los posibles pactos entre las
partes, dado el carácter imperativo de la norma procesal»; doctrina acogida igualmente en la
Sentencia de 22 enero 1997 (RJ 1997, 118) a cuyo tenor «la sentencia de esta Sala contenía
el pronunciamiento de imposición de costas a la parte recurrente, por consiguiente han de
ser satisfechas por ella, en cuanto no contengan partidas indebidas»: Lo expuesto lleva a la
desestimación de esta causa de impugnación.
Es posible pactar una cantidad una vez estemos en tasación de costas, mediante acuerdo
que será convalidado judicialmente, tal como informa el ATS de 8 de mayo de 2012
(JUR 2012, 168850) (recurso 1782/2010):
«Por los Procuradores D.ª Mercedes Caro Bonilla y D. Miguel Torres Álvarez, en la
representación que cada uno de ellos tiene acreditada, se presentó escrito conjunto en fecha
trece de abril de dos mil doce, manifestando que ambas partes habían llegado a un acuerdo
transaccional en fecha treinta de marzo de dos mil doce, que aportaban como documento
número 1. Terminaban suplicando la homologación del mencionado acuerdo, sin imposición
de costas.
II. RAZONAMIENTOS JURIDICOS ÚNICO. No está incurso lo convenido por las partes en
prohibición legal ni en limitación alguna por razones de interés general o en beneficio de
tercero que pudiera resultar de los artículos 1255 y 1810 a 1814 del Código Civil.
Permite el apartado 3 del artículo 19 de la Ley de Enjuiciamiento Civil la transacción
judicial en cualquier momento del proceso. Procede homologar dicho convenio a tenor de lo
dispuesto en el apartado 2 del mismo artículo 19 antes citado, y declarar terminado el
presente incidente de tasación de costas, sin que proceda condena en cuanto a las generadas
en el mismo».
Puede citarse también el ATS de 25 de noviembre de 2003 (JUR 2004, 38672) (recurso
1589/1997).
Un trabajo interesante es el de J.A. DE VEGA RUIZ, «La validez del pacto contractual sobre
pago de costas», justicia n.º 375 (internet), exponiendo las dos líneas jurisprudenciales
(con citas de sentencias clásicas) en la materia, positiva o negativa a tales pactos,
decantándose el autor en favor de la postura que admite los acuerdos sobre costas entre
las partes. A veces las sentencias aluden a la evolución del asunto (así la SAP de Valencia
476/2004, de 20 de septiembre de 2004. O la SAP de Córdoba de 1 de febrero de 2002) 5).
Sin embargo, el criterio actual mayoritario parece ser contrario a estos pactos incluso en
la vía civil, pese a que, a mi juicio, lege ferenda, no vemos inconveniente para que se
retornase a la interpretación previa a la STS de 3 de enero de 1952 procurando en efecto
una interpretación en tal sentido favorable, si bien es claro que si estos pactos
provienen de lo absurdo del sistema actual de costas (en relación con las cifras
resultantes) los remedios deben buscarse en la reforma general del sistema, bien la
moderación de las cantidades que resultan de los libros de honorarios colegiales, bien la
intervención más discrecional de los Letrados de la AJ para corregir tales consecuencias.
Y todo ello con conocimiento de las consecuencias económicas del proceso al comienzo
del proceso. En conclusión, penalización y costas sí, pero con proporcionalidad debida.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
TÍTULO VII.
DE LA TASACIÓN DE COSTAS.
1. Salvo lo dispuesto en la Ley de Asistencia Jurídica Gratuita , cada parte pagará los
gastos y costas del proceso causados a su instancia a medida que se vayan produciendo.
Se considerarán gastos del proceso aquellos desembolsos que tengan su origen directo e
inmediato en la existencia de dicho proceso, y costas la parte de aquéllos que se refieran
al pago de los siguientes conceptos:
1. Honorarios de la defensa y de la representación técnica cuando sean preceptivas.
2. Inserción de anuncios o edictos que de forma obligada deban publicarse en el curso del
proceso.
4. Derechos de peritos y demás abonos que tengan que realizarse a personas que hayan
intervenido en el proceso.
1. Cuando hubiere condena en costas, luego que sea firme, se procederá a la exacción de
las mismas por el procedimiento de apremio, previa su tasación, si la parte condenada
no las hubiere satisfecho antes de que la contraria solicite dicha tasación.
2. La parte que pida la tasación de costas presentará con la solicitud los justificantes de
haber satisfecho las cantidades cuyo reembolso reclame.
3. Una vez firme la resolución en que se hubiese impuesto la condena, los procuradores,
abogados, peritos y demás personas que hayan intervenido en el juicio y que tengan
algún crédito contra las partes que deba ser incluido en la tasación de costas podrán
presentar ante la Oficina judicial minuta detallada de sus derechos u honorarios y
cuenta detallada y justificada de los gastos que hubieren suplido.
4. Se regularán con sujeción a los aranceles los derechos que correspondan a los
funcionarios, procuradores y profesionales que a ellos estén sujetos.
1. Practicada por el Secretario Judicial la tasación de costas se dará traslado de ella a las
partes por plazo común de diez días.
1. La tasación de costas podrá ser impugnada dentro del plazo a que se refiere el
apartado 1 del artículo anterior .
4. Cuando sea impugnada la tasación por haberse incluido en ella partidas de derechos
u honorarios indebidas, o por no haberse incluido en aquélla gastos debidamente
justificados y reclamados, el Secretario judicial dará traslado a la otra parte por tres días
para que se pronuncie sobre la inclusión o exclusión de las partidas reclamadas.
El Secretario judicial resolverá en los tres días siguientes mediante decreto. Frente a
esta resolución podrá ser interpuesto recurso directo de revisión y contra el auto
resolviendo el recurso de revisión no cabe recurso alguno.
6. Cuando una de las partes sea titular del derecho a la asistencia jurídica gratuita, no se
discutirá ni se resolverá en el incidente de tasación de costas cuestión alguna relativa a
la obligación de la Administración de asumir el pago de las cantidades que se le
reclaman por aplicación de la Ley de Asistencia Jurídica Gratuita.
FOOTNOTES
1
Por otro lado, la STSJ de la Comunidad Valenciana n.º 286/2017, de 1 de marzo de 2017 (JUR
2017, 149711), afirma que, al estimarse el recurso de apelación, no hay costas obviamente para
la apelante. Sin embargo, se produce la imposición de costas respecto de la instancia para que el
que había ganado en dicha instancia y ha perdido en apelación.
Una primera podría ser la petición de aclaración de sentencia del TC para incorporar
pronunciamiento relativo a la devolución de costas de la instancia, pero es probable que se
conteste diciendo que no es asunto de su competencia. Una segunda vía sería solicitar al
Juzgado o Tribunal, en el marco de la ejecución de la sentencia revocada por el Constitucional,
que se disponga la devolución de las costas por indebidas, pese a que la contestación puede ser
que esta pretensión queda fuera del procedimiento de ejecución. Como tercera vía, puede
plantearse la nulidad de actuaciones frente a la sentencia de instancia por la vinculación
reconocida de la condena en costas a la tutela judicial efectiva por la STS de 4 de Abril de
2016 (RJ 2016, 4137) (rec.7/2015), pese a que podría rechazarse si se aprecia que no se vulneran
derechos fundamentales. Una cuarta vía sería solicitar la devolución de ingresos indebidos ante
la administración que cobró las costas procesales. En este caso quizá responda diciendo que las
devoluciones de ingresos indebidos se refieren a tributos pero no a costas procesales ( STS de
11 de Junio de 2015 (RJ 2015, 2934) rec.1801/2012: “el procedimiento de devolución de ingresos
indebidos, regulado en los artículos 213, 216 y 221 y ss. de la Ley 58/2003, se refiere a tributos
y sanciones tributarias, como advierte el Abogado del Estado; STS de 11 de Junio de 2015,
rec.1801/2012)”. Una quinta vía sería una acción de responsabilidad por enriquecimiento
injusto de la administración (STS de 20 de marzo de 2006, rec.5690/2002: «es incuestionable que
la permanencia indebida de un dinero ajeno en las arcas del Tesoro supone un enriquecimiento
cierto para el Estado»). En el ámbito civil la SAP de Málaga de 7 de abril de 2016 (rec.834/2013)
estima el derecho al reembolso de las costas pues considera que «no hay obligación que
sustente el pago, o lo que es lo mismo, no hay obligación de cumplir y lo entregado queda
desprovisto del carácter del pago de lo debido (...) En suma, es erróneo el pago de lo que no se
debe, el pago hecho por deuda que no existía, que es lo que en este caso ocurre» (tomo estas
referencias del blog del magistrado J.R. CHAVES).
El tema llega a su «punto culminante» cuando observamos que, de todos estos temas tan
sensibles, no están bien enterados los órganos jurisdiccionales. Una sentencia del TSJ de
Madrid (de 6 de noviembre de 2013, [RJCA 2014, 56]) llega a sorprenderse de que las partes
hayan propuesto cuantía indeterminada cuando resulta que está muy claro que la cuantía son
43 millones de euros. ¿Sorprenderse por ello? Y eso que el contencioso era entre dos
Administraciones. Lo que el tribunal debería preguntarse es por qué se fuerza la cuantía como
indeterminada. Y si no debería él mismo aportar alguna solución a este problema, en vez de
fijarse en que «por ley» la cuantía debió ser la de 43 millones de euros. Todo ello además en un
sistema procesal donde por regla general prima lo interpretable, y la aleatoriedad de los
criterios no está al margen de los fallos.
Según M.J. DOMINGO ZABALLOS, en el Diario La Ley, N.º 8452, Sección Dossier, 5 de Enero de 2015,
Año XXXVI, Boletín Jurídico, con fecha de 6 de febrero 2015: «mostrándome de acuerdo con la
posición de principio de la propuesta, habría de mejorar notablemente la redacción, pues la
apreciación de la temeridad o la mala fe en el incidente cautelar no puede valorarse por el
órgano jurisdiccional (no siempre el Juez, se olvida en el texto a los Tribunales) sino al dictar el
auto con el que concluya, careciendo de sentido que se posponga a la sentencia. Por lo que toca
a la prohibición de imponer las costas cuando se trate de alguno de los supuestos de los arts. 29
y 30, no veo la razón por la que desaparezca la posibilidad de imponer las costas a la parte
recurrente frente a supuestas vías de hecho o inactividad, si se quiere puede abandonarse en
tales casos el criterio del vencimiento, pero no cerrando que proceda su imposición de apreciar
el órgano jurisdiccional concurrencia de temeridad o mala fe; repárese en que el recurrente
puede forzar la calificación de calificar el objeto del recurso como inactividad o vía de hecho
para beneficiarse de lo dispuesto en el art. 136.1 de la Ley jurisdiccional, adopción
cuasiautomática de la medida cautelar instada de su parte».
Puede verse también E. GARCÍA-GALÁN, «Pacto sobre el pago de futuras y posibles costas
procesales: su validez o nulidad» (internet); M.J. ACHON BRUÑEN, «La prohibición del pacto sobre
costas», (internet); R. YÁÑEZ VELASCO, capítulo octavo, costas procesales, cuadernos prácticos,
p.359; J.L. VÁZQUEZ SOTELO, «El pacto sobre costas y el nuevo art.523 de la LEC», La Ley 1986-
2, p.1017.
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Sexta Parte. Disposiciones comunes a los títulos IV y V
Capítulo LII. Disposiciones Derogatorias y Finales
Capítulo LII
Sumario:
1. Disposiciones derogatorias
2. Disposiciones finales
1. DISPOSICIONES DEROGATORIAS
La LJCA deroga en primer lugar «todas las normas de igual o inferior rango en lo que se
opongan a la presente Ley» (Disposición Derogatoria primera: «cláusula general de
derogación»).
b) Los artículos 114 y 249 de la Ley 118/1973, de 12 de enero, texto refundido de la Ley
de Reforma y Desarrollo Agrario, supuesto al que nos hemos referido supra .
2. DISPOSICIONES FINALES
La Disposición Final primera afirma la supletoriedad de la Ley de Enjuiciamiento Civil,
estableciendo concretamente que, en lo no previsto por esta Ley, regirá como supletoria
la de Enjuiciamiento Civil 1).
La Disposición Final tercera de la LJCA afirma que la presente Ley entrará en vigor a los
cinco meses de su publicación en el Boletín Oficial del Estado, sin perjuicio de lo
establecido en la Disposición Adicional quinta. Esta Disposición Adicional quinta
establece que en «el plazo de nueve meses desde la entrada en vigor de esta Ley, el
Gobierno remitirá a las Cortes Generales un Proyecto de Ley para incorporar a la Ley de
Procedimiento Laboral las modalidades y especialidades procesales correspondientes a
los supuestos del anterior número 2. Dicha Ley determinará la fecha de entrada en vigor
de la atribución a la Jurisdicción del Orden Social de las materias comprendidas en el
número 2 de este artículo».
FOOTNOTES
1
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Sexta Parte. Disposiciones comunes a los títulos IV y V
Capítulo LIII. Reflexiones finales. posibles reformas
Capítulo LIII
Sumario:
Para corregir este problema, generalmente se invocan las medidas cautelares . Estas
medidas, sin embargo, en la práctica procesal, o bien no se otorgan (con lo cual el
problema queda ab initio sin resolver) o bien, cuando se otorgan, son un elemento de
tensión en el proceso contencioso-administrativo. Primeramente, si la sentencia
finalmente sigue un criterio distinto de tal cautelar, el «agraciado» por la referida
medida cautelar tiene que asumir los daños y peruicios causados a la Administración o
al codemandado (adjudicatario del contrato, funcionario cuya plaza se ve impugnada,
inversor cuya obra con licencia se vio paralizada...) como consecuencia de la (siguiendo
los ejemplos expuestos) paralización de la obra, no ejecución del contrato, ausencia de
cobro de prestaciones... A veces se considera un éxito procesal conseguir una
suspensión cautelar sin tener que prestar caución, y otras veces este resultado se
aprecia como una solución acorde a la tutela judicial efectiva, ya que condicionar el
ejercicio de una cautelar al hecho de prestar una caución, puede llegar a entenderse
como un obstáculo para el logro efectivo de la cautelar que interesa. Es más, es habitual
que se planteen recursos de apelación cuando el otorgamiento de la medida cautelar se
condiciona a la prestación de una caución cuyo sentido es garantizar los posibles
perjuicios que pueda ocasionar la cautelar, apreciándose como un logro la obtención de
la cautelar sin caución. Sin embargo, incluso así, no se descarta ese posible riesgo de
tener que asumir los perjuicios originados a la contraparte por el otorgamiento de la
medida cautelar. Y, si se otorga con caución, la cosa es incluso peor, obviamente.
Pero también del lado contrario, las cautelares presentan igualmente riesgos que hacen
dudar de que estemos ante una buena solución de sistema. Cuántas veces, por el hecho
de no otorgarse la cautelar, el codemandado y la Administración entienden que puede
proseguir la obra objeto de licencia por que no ha sido suspendida, pese a que
finalmente la sentencia puede decretar la anulación del acto y consiguiente demolición.
En general, puede ser hasta mejor no obtener la cautelar que obtenerla: casi es
preferible la no concesión de la medida cautelar para situarse uno en una posición más
cauta de acreedor y no de deudor en relación con los posibles perjuicios en el momento
de ser éstos evaluados cuando se dicta la sentencia. Riesgos remotos a veces, pero
existentes.
Por si fuera poco, tampoco pueden pasarse por alto los riesgos de imposición de costas
en torno a la pieza cautelar pero además con especiales incertidumbres, ya que no se
habrá aún fijado la cuantía del recurso. Es decir, en el procedimiento principal siempre
cabe valorar incluso la posibilidad de desistir del recurso una vez se ha fijado la cuantía
en atención a las costas que puedan resultar (reflexión un tanto triste pero realista).
Ahora bien, en las cautelares la situación es aun peor, ya que uno se enfrenta con
riesgos de costas elevadas sin remedio posible.
Así pues, este tipo de problemas esenciales que comentamos afectan básicamente al
plano de la relación entre la sentencia de instancia y la situación fáctica con la que se
enfrenta (afectan por tanto al momento el primer enjuiciamiento judicial), y no tanto a
la fase de recurso contra la sentencia, ya que, una vez contamos con una primera
sentencia, ya existe una resolución ejecutable, con el consiguiente debate en torno al
doble efecto de la apelación y casación y el paliativo de la ejecución provisional, cuya
ratio está precisamente (en especial tras las recientes reformas de la LEC) en la
posibilidad del ejecutante de beneficiarse del fallo de instancia, a costa de asumir los
riesgos de tener que devolver la cantidad, más los daños y perjuicios, con costas e
intereses ( artículo 533 de la LEC).
En aras de buscar soluciones a todo esto, las claves de un nuevo sistema de garantías
procesales del ciudadano en sus relaciones con la Administración podrían ser las dos
siguientes: la primera, que haya un (primer) enjuiciamiento sobre el fondo en el
momento mismo de dictarse el acto . Se trata de que haya una resolución sobre el
fondo en tal momento impidiendo los efectos del acto, realizado con rapidez, para lograr
que haya al menos un (primer) enjuiciamiento pleno y adecuado, de la concreta causa.
Se trata, por tanto, de que haya un fallo adecuado a los intereses de las partes con efecto
plenamente útil, por una instancia bien judicial, bien independiente, a modo de los
Tribunales administrativos centrales de recursos contractuales, o de la Comisión
Nacional del Mercado y de la Competencia.
Una vez cuentan, las partes con un (primer) pronunciamiento de fondo, sobre la causa
llamada a ser enjuiciada, cambia la valoración misma de la jurisdicción contencioso-
administrativa y lo que podemos esperar o exigir de ella, como juristas o incluso como
sociedad civil. El caso es que, habiendo gozado la causa con un pleno enjuiciamiento
inicial en el momento de ser dictado el acto administrativo, nos permitimos relativizar
(cosa que no es posible conforme a la configuración actual del proceso y de la
jurisdicción contencioso-administrativa) el alcance del problema comentado
inicialmente en torno a la eficacia de las sentencias de esta jurisdicción, hasta el punto
de que sí sería entonces justificable (una vez ha existido un primer pronunciamiento
sobre el fondo previo a esta segunda fase) llevar a cabo incluso un juicio de
proporcionalidad a la hora de valorar si ejecutar o no (o en qué términos) la sentencia
en sus propios términos, sopesando los daños que pueda causar su ejecución a la luz de
la situación fáctica creada por entonces, relativizándose el efecto frustración de no
poder cumplir el fallo, o el otro efecto (peor aún) de que la ejecución de la sentencia es
un medio que solo causa un daño desproporcionado. Una vez que las partes han tenido
un primer fallo sobre el fondo del asunto, se descarga psicológicamente de
responsabilidad a la jurisdicción contencioso-administrativa al menos a la hora de
valorar la ejecución de sus fallos.
Lo ideal sería que este primer enjuiciamiento con una resolución de fondo en el
momento de dictarse el acto, se lllevara a cabo por la jurisdicción contencioso-
administrativa mediante juicios sumarios, si bien aquella no parece dar muestras de
capacidad para resolver estos retos fundamentales de la justicia administrativa, llevando
a un posible debate de posibles tribunales administrativos centrales de recursos
urbanísticos.
Existen otros temas de debate, a la luz de los comentarios que hemos hecho al articulado
de la LCJA.
Otro segundo debate, a la luz de las observaciones hechas supra en este libro, es el
concerniente a las costas procesales, que igualmente nos limitamos a recordar. El temor
a las posibles cifras resultantes de costas (en atención a la cuantía del proceso), provoca
a veces indefensión absoluta ante la imposibilidad de seguir el proceso ante unas costas
que pueden ser absolutamente desproporcionadas. La situación es esperpéntica porque
ni siquiera se respeta la igualdad entre los justiciables: por el hecho de que un particular
tenga un contencioso-administrativo sobre responsabilidad patrimonial o sobre
sanciones, o lo tenga sobre otra materia, ello puede significar poder tener un proceso o
no tenerlo.
El tercer debate podría ser (bajo el telón de fondo de la comentada supra STC de 17 de
marzo de 2016 (RTC 2016, 58) rec. 5344/2013, pero en general sobre la justicia
administrativa) lege ferenda proponer la posible conversión –en jueces– de otros juristas
cualificados, esto es, los Letrados de la Administración de Justicia o incluso profesores
de Universidad, para aumentar el número de jueces. En este sentido, el 24 de mayo de
2016 Iustel publica en su Newsletter esta noticia: «SISEJ propone que parte de los
letrados de la administración de justicia se integren en el Poder Judicial como jueces de
primer grado. SISEJ ha propuesto que parte de los Letrados de la Administración de
Justicia –antiguos secretarios judiciales– se integren en el Poder Judicial como jueces de
primer grado para resolver casos de menor complejidad, incluyendo delitos menos
graves».
FOOTNOTES
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Puede verse VARIOS AUTORES, Informe sobre la justicia administrativa, 2017, Madrid 2017
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