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JUAN Y LA TRADICIÓN
Palabras claves:
Testimonio, encarnación, mundo, luz, verdad, vida, comunión, amor, Unigénito, Verbo,
Yo soy, herejía, gnosticismo, docetismo, apolinarismo, monofisismo, monotelismo,
arrianismo, adopcionismo, nestorianismo, Theotokos, comunicación de idiomas, unión
hipostática, homoousios, homoiousios, naturaleza, individuo, persona, visión beatífica
Objetivo:
Penetrar en la profundidad del pensamiento cristológico del apóstol Juan, ubicándonos
en el horizonte en el que él se ubica para dar cuenta del misterio de Cristo y llegar así a
comprender el sentido de sus términos y expresiones cristológicas particulares y su
utilidad para la labor teológica y la vida práctica cristiana. De igual modo, adquirir una
comprensión global del desarrollo histórico posterior de la doctrina cristológica desde el
siglo segundo hasta nuestros días, en especial del periodo antiguo que nos legó algunos
de los documentos dogmáticos más importantes y vigentes de la historia de la iglesia
que nos permiten seguir identificando, denunciando y combatiendo las viejas herejías
cristológicas que se reeditan bajo nuevas vestiduras, promoviendo una exposición
cristológica que sea fiel a los hechos de Cristo narrados en la Biblia en general y en los
escritos inspirados y veraces del Nuevo Testamento en particular.
Resumen:
El apóstol Juan es el autor que, con su visión cristológica y su punto de vista particular
de la persona de Jesucristo, cierra el canon inspirado de los libros del Nuevo
Testamento que, por lo mismo, se considera autoritativo y normativo para la elaboración
doctrinal posterior de la iglesia, brindándonos una terminología tan profunda y puntual
para la comprensión racional del misterio de Cristo que ha venido mostrando su
innegable utilidad a lo largo de toda la historia del pensamiento cristiano.
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conservar con fidelidad, precisando aún más su sentido y alcance para la vida práctica
cristiana mediante la vivencia del dogma cristológico y la profundización en su
comprensión que establece el lenguaje más adecuado para referirse correctamente a él
sin tergiversarlo ni traicionarlo en el proceso. Una tradición que no es de desechar sino
más bien digna de ser valorada en la medida en que sea fiel a los contenidos
escriturales y ayude a su mejor entendimiento por parte de las nuevas generaciones de
creyentes que pueden, a su vez, formar parte de esta tradición en la que cada nueva
generación cristiana se inscribe para ir haciendo su aporte a la comprensión del
misterio de Cristo para quienes vienen después de nosotros.
Juan es el último de los escritores sagrados del Nuevo Testamento al que debemos
acudir en un estudio de Cristo como el que hemos emprendido aquí. A este apóstol
se le atribuye de manera unánime la autoría del evangelio y las tres epístolas que
llevan su nombre. El Apocalipsis, si bien ha sido discutida su autoría debido a la
existencia en Efeso de un anciano muy respetado en la iglesia que llevaba también el
nombre del apóstol y al cual algunos han asociado el Apocalipsis, lo cierto es que
esta es una posición minoritaria y la posición más amplia y generalizada a lo largo de
la historia de la iglesia es que el apóstol Juan también es el autor de este libro que
cierra el canon del Nuevo Testamento, concluyendo con él los escritos inspirados y
universalmente autoritativos del cristianismo.
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El evangelio de Juan es esencialmente el evangelio de la contemplación y el
amor, al punto que, de manera simplista, se ha llegado a decir que en Juan el
Cristo de la fe evacuó al Jesús histórico, como si contemplación y realidad
histórica se opusieran y fueran mutuamente excluyentes. Dicho de otro modo, los
críticos afirman que el carácter contemplativo de Juan lo lleva a poner su vista en
el cielo a tal punto que sus pies ya no están en la tierra. Pero si bien Juan tiene
su vista puesta en el cielo, también tiene sus pies bien afirmados en la tierra.
Para desmentir estos señalamientos basta ver la importancia que Juan concede
al testimonio histórico directo en multitud de pasajes que vale la pena citar
textualmente:
“Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz” (Jn. 1:8)
“Juan dio testimonio de él, y a voz en cuello proclamó: «Éste es aquel de quien
yo decía: ‘El que viene después de mí es superior a mí, porque existía antes
que yo.’ »” (Jn. 1:15)
“Yo lo he visto y por eso testifico que éste es el Hijo de Dios.»” (Jn. 1:34)
“¡Así que eres rey! le dijo Pilato. Eres tú quien dice que soy rey. Yo para
esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el
que está de parte de la verdad escucha mi voz” (Jn. 18:37)
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“El que lo vio ha dado testimonio de ello, y su testimonio es verídico. Él sabe
que dice la verdad, para que también ustedes crean” (Jn. 19:35)
“Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con
las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida. Esta vida se
manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella, y les
anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y que se nos ha
manifestado. Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también
ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y
con su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1:1-3)
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o tres testigos” (Dt. 19:15; comparar con Mt. 18:16 y 2 Cor. 13:1)
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identificación que Juan hace de Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado como
hombre, tiene como consecuencia que su encarnación ya sea en sí misma un
acto revelador, al margen de lo que el Verbo de Dios haga con posterioridad a su
encarnación.
Así, uno de los mayores aportes que Juan hace a la comprensión del misterio de
Cristo es revelarnos que el mero hecho de la encarnación es ya por sí sola una
obra de redención que está inexorablemente ligada a la pasión de Cristo, siendo
ésta última la coronación de una misión iniciada de manera efectiva desde el
mismo momento de la concepción del Verbo como hombre en el vientre de la
virgen María. En otras palabras, al margen de la muerte y resurrección del Señor,
la encarnación tiene ya un real sentido salvífico.
Para Juan el estado del mundo justifica, de entrada, tanto la decisión de Dios
Padre de enviar a su Hijo al mundo, como el papel que el Hijo comienza a cumplir
en el mundo no más encarnarse como hombre en él. El mundo es un lugar en
tinieblas en el cual el pecado, el engaño y quien los instiga (Satanás) reinan y
campean a sus anchas, de ahí que en sus escritos prevalece el sentido
peyorativo y la consecuente carga simbólica negativa que la iglesia ha atribuido
al término “mundo” en sus dos mil años de historia:
“Ustedes son de aquí abajo continuó Jesús; yo soy de allá arriba. Ustedes
son de este mundo; yo no soy de este mundo” (Jn. 8:23)
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“El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este mundo va a ser
expulsado” (Jn. 12:31)
“No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no
tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo los malos
deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida proviene
del Padre sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el
que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17)
“Sabemos que somos hijos de Dios, y que el mundo entero está bajo el control
del maligno” (1 Jn. 5:19)
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para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn.
3:16), destruyendo las obras del diablo en el mundo: “… El Hijo de Dios fue
enviado precisamente para destruir las obras del diablo” (1 Jn. 3:8), y trayendo
en sí mismo la luz y la vida que esta humanidad necesita con urgencia, lo cual
nos conduce al siguiente punto (Jn. 1:4-5, 9-10)
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Es por todo lo anterior que la encarnación es tan importante para Juan, pues
enciende una luz que comienza de inmediato a disipar las tinieblas alrededor de
ella, independiente del hecho de que esta luz vaya incrementando gradualmente
su luminosidad, intensidad y alcance en la medida en que el Verbo encarnado en
Jesucristo crece y se desarrolla como hombre hasta alcanzar la edad adulta y
concluir por medio de sus enseñanzas, sus acciones milagrosas, su muerte
expiatoria en la cruz y su resurrección, ascensión y exaltación final lo iniciado con
la encarnación, como quien enciende una luz graduable en un salón oscuro y va
girando lentamente la perilla desalojando la penumbra en un radio creciente
hasta que ningún rincón del salón deja de estar completamente iluminado.
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simultáneamente la luz, la vida y la verdad. Así, hay tres verbos que describen
bien las formas en que Cristo se amolda a su misión en el mundo: iluminar, como
la luz del mundo que Él es; vivificar, como la vida que Él es; y esclarecer, como la
verdad que Él es. Todo ello de manera simultánea y combinada, de donde en la
experiencia cotidiana del creyente no se pueden separar estas acciones llevadas
a cabo por Cristo, sino tan sólo distinguirlas conceptualmente para propósitos de
estudio y comprensión
Finalmente y sin perjuicio de todo lo anterior, sino más bien utilizándolo como
medio para ello, para Juan el resultado y objetivo final de la misión de Cristo es,
entonces, de manera especial, hacer posible nuestra comunión (o unión común)
con Él en el seno de la Trinidad divina: “para que todos sean uno. Padre, así
como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me
diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Jn. 17:21-22) y
también, como se deduce de lo leído en el pasaje anterior, hacer posible nuestra
comunión con nuestros hermanos en el contexto de la fraternidad de la iglesia:
“Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan
comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo
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Jesucristo” (1 Jn. 1:3)
Esto explica también la centralidad que en los escritos de Juan ocupa el amor
como meta de la vida cristiana. Porque la comunión es un resultado del ejercicio
activo del amor, otro de los temas recurrentes y centrales de Juan (Jn. 3:16;
13:34; 14:15; 15:12, 17; 1 Jn. 2:10; 3:11, 23; 4:7-8, 16, 21; 2 Jn. 5). Así, pues,
el objetivo perseguido por Dios a través de la encarnación del Verbo como
hombre y todas las acciones llevadas a cabo por Él durante su paso histórico por
el mundo no es meramente la salvación de los suyos sino algo más: hacer
posible la comunión entre los salvos, tanto con Dios mismo como entre ellos.
Para ampliar este tema vale la pena leer el texto del sermón “La comunión de los
santos” incluido dentro de los recursos de la materia.
Para cerrar este punto baste decir que el significado teológico de la expresión
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“Unigénito del Padre” complementa y corrige muy bien las falsas
interpretaciones que los arrianos de ayer y de hoy han hecho de la expresión
paulina “primogénito de toda creación” también referida a Jesucristo y contribuyó
decisivamente a identificar, denunciar y combatir las herejías cristológicas
surgidas en los primeros siglos de la iglesia, dando pie al debate alrededor de
palabras griegas centrales en la discusión como homoousios y homoiousios (con
sólo una letra de diferencia entre ellas) que abordaremos con más detalle en el
capítulo sobre la tradición que cierra esta materia y también en la materia
Teología de la Palabra.
Por otra parte y en relación con el Verbo, término alusivo a Cristo utilizado
también con exclusividad por Juan (Jn.1:1, 14; 1 Jn. 1:1; 5:7, Apo. 19:7), hay que
recordar lo ya dicho al respecto en la materia Pensamiento, Conocimiento y
Revelación y ratificado a su vez en la materia Teología de la Palabra en el sentido
de que, a pesar de coincidir como recurso conceptual con la filosofía griega, su
significado en Juan procede directamente de la tradición judía fundamentada en
la Biblia, en la que el Verbo se relaciona y arraiga en la teología de la palabra, de
la sabiduría y de la ley características del pensamiento hebreo y no en la
tradición filosófica griega.
Como quiera que sea, la gran utilidad apologética de este término es indiscutible,
sirviendo de puente desde épocas tempranas a los más capaces cristianos para
emprender un diálogo crítico y constructivo, con altura intelectual, con lo mejor
de la cultura y la filosofía pagana de los griegos, como podemos verlo en los
llamados “apologistas griegos” y una gran parte de los padres posteriores de la
iglesia de la época de la patrística y aún los grandes pensadores cristianos de la
Edad Media. También en esto el estudiante puede revisar lo dicho al respecto en
materias como Historia del Cristianismo I, Filosofía y Cristianismo e Introducción
al Pensamiento Cristiano.
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Verbo preexistente que es el aspecto filosófico de la cristología ocupará toda
la materia de Teología de la Palabra, lo único que es preciso decir aquí a manera
de abrebocas es que a pesar de que haya un acercamiento o evidentes puntos
de contacto entre ambas concepciones del Verbo o Logos (la griega y la bíblica,
tal como la expone el apóstol Juan) es necesario indicar que no son iguales.
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El demiurgo (en griego: Δημιουργός, Dēmiurgós), en la filosofía gnóstica, es la entidad que sin ser
necesariamente creadora es impulsora del universo. También es considerado un semidios creador
del Mundo y autor del universo en la filosofía idealista de Platón y en la mística de
los neoplatónicos. Por tanto, demiurgo significa literalmente: maestro, supremo artesano, hacedor;
aunque resaltando el griego significaría creador, término que sin embargo no se identifica
necesariamente con Dios, o por lo menos no con el Dios supremo, en la filosofía griega, como si
sucede en el pensamiento bíblico en el que Dios y Creador son términos intercambiables.
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solamente una realidad de la que tenemos que dejar constancia, como de un
dato real, sino que es esencial al misterio redentor siendo su humanidad tanto la
manifestación como el instrumento de su divinidad.
Otra de las características de Juan es el uso que hace del número 7 (el número
de la perfección y la plenitud de Dios en la Biblia) como criterio de selección en
su evangelio. Es así como Juan recoge siete declaraciones por las que Cristo se
presenta a sí mismo con el nombre más personal de Dios en al Antiguo
Testamento, el inefable tetragramatón YHWH que significa “Yo soy”, tal y como
Dios se lo reveló a Moisés en el libro del Éxodo (Éxo. 3:13-15), como dando
cumplimiento al reiterado anuncio hecho por el profeta Ezequiel: “De esta
manera mostraré mi grandeza y mi santidad, y me daré a conocer ante muchas
naciones. Entonces sabrán que yo soy el SEÑOR” (Eze. 38:23).
Esto explica también que en otra ocasión igualmente registrada por este apóstol,
Jesucristo dijera: “Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera,
¡yo soy!” (Jn. 8:58). Se explica esta manera de hablar en parte en el hecho de
que, aunque Jesucristo como hombre es posterior en el tiempo a Abraham, como
Dios es anterior a él. Pero no se trata sólo de eso, pues si así fuera al Señor le
hubiera bastado con decir: “antes de que Abraham naciera, ¡yo era!” o “¡yo fui!”.
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Sin embargo, dado que Él no está aquí conjugando el verbo ser, sino dándonos a
conocer quién es con nombre propio, la construcción gramatical utilizada aquí
por Jesucristo es correcta para lograr identificarse así como el mismo Dios que
dijo a Moisés: “Yo soy el que soy”. Para abordar estas siete declaraciones
acudiremos a un material extraído textualmente de la segunda parte del sermón
“Ser o existir. El gran dilema” que transcribiremos a partir de este momento:
“Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará
hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed” (Jn. 6:35).
Jesucristo es la provisión, el sustento de la vida humana, quien satisface
nuestras necesidades materiales y espirituales otorgándonos los recursos
que necesitamos para vivir. Él es el Verbo de Dios, la Palabra de Dios
hecha hombre que nos recuerda también que: “No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’” (Mt. 4:4).
Porque la sed y el hambre verdaderas no son las físicas, sino las
espirituales, como lo profetizó Amos refiriéndose, espero, a los días en
que vivimos: “»Vienen días —afirma el Señor omnipotente—, en que
enviaré hambre al país; no será hambre de pan ni sed de agua, sino
hambre de oír las palabras del Señor” (Amos 8:11)
“Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: Yo soy la luz del
mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de
la vida” (Jn. 8:12). Jesucristo es la luz del mundo. Esa luz que: “…
resplandece en las tinieblas y las tinieblas no han podido extinguirla” (Jn.
1:5), aunque no cesa de intentarlo sin éxito. Jesucristo ilumina nuestro
entorno, nuestras circunstancias, nuestro entendimiento, nuestra mente,
nuestro corazón. Nos saca de la confusión, de la desorientación, de la
ambigüedad y la perversidad de las tinieblas. Pero para poder
beneficiarse de su luz hay que acercarse dócilmente a Él y permitir que
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con su ser ilumine nuestra existencia, aunque al principio no nos guste lo
que veamos, pues: “Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al
mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus
hechos eran perversos. Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz, y
no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto. En
cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea
claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios” (Jn. 3:19-21).
“«Ciertamente les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los
que vinieron antes de mí eran unos ladrones y unos bandidos, pero las
ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta,
que soy yo, será salvo. Se moverá con entera libertad, y hallará pastos”
(Jn. 10:7-9). Jesucristo es el único medio de acceso al terreno seguro en
que los creyentes se pueden mover con entera libertad y disfrutar de los
buenos pastos, sin temer las acechanzas y engaños de los enemigos de
Dios, ladrones, bandidos y lobos vestidos de oveja que buscan destruir y
explotar al rebaño infiltrándose en el redil trepando por las paredes y no
entrando por la puerta, como lo denuncia el apóstol Pablo: “Sé que
después de mi partida entrarán en medio de ustedes lobos feroces que
procurarán acabar con el rebaño. Aun de entre ustedes mismos se
levantarán algunos que enseñarán falsedades para arrastrar a los
discípulos que los sigan. Así que estén alerta…” (Hc. 20:29-31).
Porque hoy abundan los que no entran por la puerta. Falsos maestros y
“pastores” que no honran ni obedecen a Cristo teniéndolo en la más alta
estima y siguiendo su ejemplo de vida virtuosa e íntegra, y que no
pertenecen, por tanto, al rebaño de Dios. Por eso, la mejor prueba para
saber si un presunto pastor sirve realmente a Dios y a su causa es el
concepto que tenga de Jesucristo y el lugar que Jesucristo ocupe en sus
afectos, en sus devociones y en su estilo de vida y conducta. Sin olvidar
que el Señor también nos advierte diciendo: “»Entren por la puerta
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estrecha. Porque es ancha la puerta y espacioso el camino que conduce a
la destrucción, y muchos entran por ella. Pero estrecha es la puerta y
angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la
encuentran.” (Mt. 7:13-14).
“»Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El
asalariado no es el pastor, y a él no le pertenecen las ovejas. Cuando ve
que el lobo se acerca, abandona las ovejas y huye; entonces el lobo ataca
al rebaño y lo dispersa. Y ese hombre huye porque, siendo asalariado, no
le importan las ovejas. »Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas, y
ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco
a él, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este
redil, y también a ellas debo traerlas. Así ellas escucharán mi voz, y habrá
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un solo rebaño y un solo pastor” (Jn. 10:11-16). Quien esto predica es un
pastor, pero únicamente Jesucristo es el buen pastor.
Porque por más que los pastores nos esmeremos en ser buenos pastores
y lo hagamos por convicción, vocación y llamado auténticos que
disfrutamos, nunca nos acercaremos al desempeño perfecto del buen
pastor y nuestro trabajo es escuchar la voz del buen pastor, aprender a
identificarla y enseñar a nuestros hermanos, ovejas como nosotros del
este redil, a hacerlo de igual manera, pues en la iglesia podemos existir
muchos pastores legítimos, pero al final sólo Jesucristo es el buen pastor.
“... Entonces Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en
mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá
jamás…” (Jn. 11:25-26). Jesús es la resurrección y la vida. Porque sólo
mediante la fe en Él podremos llegar a experimentar, a semejanza suya,
la resurrección con cuerpos incorruptibles y gloriosos para entrar en la
vida eterna, que es la vida verdadera de la cual ésta es sólo un pálido
anticipo, en un mundo renovado de tal manera que la muerte no tendrá la
última palabra para los creyentes que mueren en Cristo y que, debido a
ello es posible que dejemos temporalmente de existir, pero nunca
dejaremos de ser. Es gracias a que Jesucristo declaró ser la resurrección y
la vida que el gran teólogo alemán Karl Barth declaró en la portada de la
revista Time de abril del 62 que: “La meta de la vida humana no es la
muerte, sino la resurrección”, en contravía con lo sostenido por la filosofía
existencialista que llegó a glorificar la muerte mediante su invitación al
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suicidio.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida le contestó Jesús. Nadie llega al
Padre sino por mí” (Jn. 14:6). Jesús no sólo es la puerta, sino también el
camino. Se entra por Él, pero también se anda y se avanza por Él. El
domingo pasado recordábamos que la creencia en que todas las
religiones conducen a Dios era una engañosa extrapolación de la
proverbial expresión acuñada por los antiguos romanos en el sentido de
que: “todos los caminos conducen a Roma”. Porque esto podrá haber sido
más o menos cierto en el antiguo imperio romano, pero es una completa
falsedad en lo que tiene que ver con Dios. Por el contrario, la Biblia
advierte: “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban
por ser caminos de muerte” (Pr. 14:12). De ahí la recomendación del
profeta Jeremías: “Así dice el SEÑOR: «Deténganse en los caminos y miren;
pregunten por los senderos antiguos. Pregunten por el buen camino, y no
se aparten de él. Así hallarán el descanso anhelado…” (Jer. 6:16). Porque
el sendero antiguo por el que debemos preguntar; el buen camino es uno
solo: Jesucristo. El único camino en el que hallamos el descanso
anhelado.
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los filósofos griegos por más de cinco siglos, no había obtenido una
respuesta satisfactoria ni accesible al común de la gente. Con su
declaración Cristo desmintió la creencia de que la verdad se descubre
después de una ardua y calificada dedicación, sino que más bien la
verdad se revela a sí misma. E hizo además dos cosas que ningún filósofo
había podido hacer. Dio una respuesta concreta y categórica a la pregunta
y la colocó al alcance de todos los hombres. En efecto, la verdad no es un
concepto abstracto, difícil y limitado a unos pocos, sino una persona,
Jesucristo de Nazaret, a quien todos podemos conocer personalmente si
lo invocamos con humildad, arrepentimiento y fe.
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señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están
registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida…
Jesús hizo también muchas otras cosas, tantas que, si se escribiera cada una de
ellas, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo entero” (Jn. 20:30-
31; 21:25).
No nos tomaremos en este caso el trabajo de comentar una a una las siete
señales milagrosas incluidas por Juan en su evangelio, pues su carácter de
“señales” otorga a cada de ellas un significado teológico tan profundo en sus
detalles que cada una de ellas daría para un sermón por lo menos. Nos
limitaremos entonces a identificar y mencionar cada una de ellas, señalando que
cinco de ellas son exclusivas de Juan y no se hallan en los sinópticos, ampliando
así nuestro marco histórico conocido de la vida de Jesucristo. Las señales son,
pues, las siguientes, concluyendo con esta lista el capítulo correspondiente a la
cristología del apóstol Juan:
La alimentación de los cinco mil (Jn. 6:6-13). Este milagro tiene tal
significación que Juan no duda en incluirlo a pesar de que lo hayan hecho
antes que él los evangelios sinópticos.
Cuestionario de repaso
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2. ¿Cuál es el acontecimiento relativo a Cristo en el que Juan pone el énfasis en su
evangelio?
6. ¿Cuál es el sentido bíblico del término “Verbo” utilizado por Juan para referirse a
Cristo y en qué se diferencia del verbo utilizado por los griegos en su filosofía?
6. La Tradición
Con el cierre del canon bíblico la reflexión cristológica, lejos de amainar, recibe un
impulso renovado al poner en manos de la iglesia un cuerpo autoritativo de
documentos reconocido por toda la cristiandad como inspirado por Dios que está, por
lo mismo, en condiciones de dirimir las discusiones y debates alrededor de la
persona de Jesucristo al ser estudiado e interpretado de manera adecuada por los
dirigentes más preparados y piadosos de la iglesia quienes, por consenso y previas
las reflexiones y el tratamiento del caso, van estableciendo a través de los
pronunciamientos de los primeros concilios ecuménicos y sínodos regionales la
doctrina cristológica correcta u ortodoxa plasmada en los credos y designada en el
Nuevo Testamento como la “sana doctrina”.
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que es justamente lo que hemos llamado aquí “la tradición”. Ahora bien, la tradición
eclesiástica no consiste en una nueva revelación, sino que tiene más bien como
propósito conservar el depósito de la revelación, haciéndolo, no de manera mecánica
como si éste fuera algo inerte, sino viviéndolo, adquiriendo mayor conciencia de ello,
trasladándolo a la vida cotidiana y defendiéndolo contra toda tergiversación,
confiando, por supuesto, en la obra del Espíritu Santo para preservar y dirigir esta
labor. Y dado el volumen de material disponible para estudio y la cantidad de siglos
transcurridos hasta hoy, nuestro tratamiento aquí, más que en cualquier otro capítulo
previo, debe ser muy panorámico y a vuelo de pájaro.
De cualquier modo y contra todo pronóstico, las herejías, sin dejar de ser hechos
lamentables, prestaron sin embargo de manera providencial una gran utilidad al
inducir de forma casi forzosa a la iglesia a precisar aspectos difusos del dogma,
algo que tal vez no hubiera emprendido de manera tan diligente en ausencia de
las herejías. No olvidemos, por ejemplo, que la herejía de Marción obligó a la
iglesia como un todo a hacer el primer pronunciamiento oficial sobre los libros
que conforman el canon, ante la pretensión del hereje Marción de establecer y
determinar él, de manera inconsulta y a título individual, el canon presuntamente
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cristiano de las Escrituras.
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primeros padres de la Iglesia, cuya argumentación giraba alrededor de la verdad
básica de la realidad de nuestra redención2, bajo el principio implícito pero no
precisado aún de que “nada se salvará de lo que no haya sido asumido” 3.
2
Es decir que ningún cristiano estaba dispuesto a admitir ninguna doctrina o enseñanza que, ya
sea de manera directa o indirecta, pusiera en tela de juicio la convicción axiomática de que en
virtud de nuestra fe en Cristo, ya estamos redimidos y nada puede cambiar ya este hecho.
3
Este principio como tal no fue formulado hasta la Edad Media, pero sin ser formulado con
precisión ya se encontraba operando desde el segundo siglo de la era cristiana para identificar y
combatir las herejías cristológicas. Ya veremos cómo opera cuando nos ocupemos de las herejías
más conocidas de manera más precisa.
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de manera directa (de ahí también que se ufanaran en fingir una humildad que
les impediría acceder a Dios sin todos estos intermediarios). Adoración de
ángeles similar a la promovida hoy por la Nueva Era con la que el gnosticismo,
por cierto, tiene mucho en común.
26
sede en Antioquía), las que nos interesan para nuestros propósitos son las dos
de Oriente, pues Roma con su espíritu pragmático poco dado a la especulación
teológica se involucró muy poco en las discusiones y debates doctrinales que se
dieron en Oriente entre los exponentes de la teología alejandrina y la antioqueña,
frecuentemente enfrentados entre sí por sus distintos énfasis particulares. Roma
por lo general se mantuvo al margen como observadora para entrar a sancionar y
respaldar una de las dos posturas al final del debate con pronunciamientos
oficiales y concluyentes que, hay que decirlo, usualmente se inclinaban hacia la
posición de Antioquía más que a la de Alejandría.
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a la naturaleza humana.
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Entendido el término no como lugar espacial, sino como elemento constitutivo de la naturaleza
humana
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poseía un cuerpo humano, un alma humana, pero no un espíritu
humano, razón por la cual la naturaleza humana de Cristo se
hallaría mutilada e incompleta, dominada por el Verbo de tal
modo que no podría afirmarse de Cristo que fuera plenamente
hombre.
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teológicas de Oriente alrededor de la herejía de Nestorio, teólogo
antioqueño que fue obispo de Constantinopla y a quien nos
referiremos con mayor detalle más adelante, la postura de
Alejandría se radicalizó una vez más en su intención de tomar
distancia de Antioquía, reafirmando la condenación que en su
momento se hizo de Nestorio. Así, Eutiques, un monje alejandrino
que llegó a ser abad (superior) de su monasterio, enemigo
enconado del nestorianismo, formuló el monofisismo, la herejía
más típica y representativa de la escuela teológica de Alejandría.
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monos, uno y thelein, desear). Surgido en el siglo VII d.C. como
una solución de compromiso entre la cristología trinitaria oficial y
el ya condenado monofisismo, trato de resolver la disputa
apelando a lo que podría describirse como una modificación del
apolinarismo original que no logró resolver, sin embargo, el
problema que este último representaba, sino que lo más que
logró fue trasladarlo a otro lugar.
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Recordemos que nosotros, los cristianos tricótomos, afirmamos que el ser humano está
constituido por espíritu, alma y cuerpo; mientras que los dicótomos sostienen que está constituido
tan sólo por cuerpo y alma o espíritu, siendo estos dos últimos sinónimos e intercambiables entre
sí. Los tricótomos afirmamos, además, que el alma está constituida a su vez por mente, emociones
y voluntad.
31
Cristo que no puede ser plena o completamente humana si no
posee una voluntad humana en propiedad como el resto de seres
humanos a lo largo de la historia. La agonía de Getsemaní parece
echar por tierra la idea de que en Jesucristo su voluntad es plena
y exclusivamente divina de tal modo que no experimentaría los
conflictos que caracterizan la voluntad humana, como lo
pretenden los monotelitas. Mas bien, Getsemaní muestra que en
Jesucristo, poseyendo como nosotros una voluntad humana, ésta
se encuentra subordinada a la voluntad divina y dirigida por ella.
32
Sexto Concilio Ecuménico.
33
más grande exponente de la teología antioqueña, tal como lo
hemos señalado ya en la materia Introducción al Pensamiento
Cristiano.
6
Aunque Arrio afirmaba que Cristo, después de ser creado por el Padre como la primera y más
elevada de sus criaturas, se encargó a su vez de crear el universo con todo lo que existe, en un
papel más cercano al del demiurgo del pensamiento griego de Platón o de los gnósticos que al del
Verbo divino eternamente preexistente encarnado en Cristo revelado en el Nuevo Testamento.
34
arrianismo fue condenado finalmente como herejía, como
resultado de lo cual se redactó tal vez el credo más conocido de
la antigüedad cristiana: el credo niceno7 que hemos venido
citando aquí repetidamente.
7
Aunque hay que decir que la versión del credo niceno que hemos venido citando no es
estrictamente la que surgió del Concilio de Nicea en el 325 d.C., sino la versión más acabada de él
redactada en el Concilio de Constantinopla en el 381 d.C., conocida por ello como el Credo
Nicenoconstantinopolitano.
35
concepción y desde siempre antes de su encarnación, sino que
fue un hombre de vida intachable que llegó a ser adoptado por el
Padre como su Hijo en algún momento de su vida terrenal debido
a los méritos que exhibió como hombre. Según esta creencia,
Dios fue gradualmente exaltando la humanidad de Cristo hasta
concluir en su divinización, destacándose en este proceso el
bautismo en el que el Espíritu Santo descendió sobre Jesús y la
deificación final de Cristo luego de su resurrección.
36
Opositor del monofisismo con el que estuvo permanentemente
enfrentado, cayó en el extremo contrario al enfatizar de tal
manera las dos naturalezas divina y humana de Cristo y
distinguirlas tan enfáticamente entre sí, que llegó a formular que
en Cristo no había tan sólo dos naturalezas diferentes, sino dos
personas diferentes: una divina y otra humana.
37
virgen María muy bien capitalizado por los católicos
para promover la condenable mariolatría o culto a la
virgen para no ser tachados de herejes adopcionistas
o nestorianos indistintamente (e incluso arrianos),
toda vez que suscribimos sin reservas las decisiones
cristológicas de los seis primeros concilios
ecuménicos, incluyendo, por supuesto, el de Efeso,
que es el tercero de ellos, con su condenación de
Nestorio.
38
son los más grandes exponentes de la teología
alejandrina.
39
únicamente a su naturaleza humana, algo que esta
sobrentendido por todo cristiano de manera tácita. El
credo atanasiano8 (no confundir con el credo niceno-
constantinopolitano), incluido también en el apéndice,
es una de las mejores explicaciones de lo que la
comunicación de idiomas busca establecer.
8
Su nombre técnico es Quicumque Vult por las palabras en latín con las que se inicia y aunque se
le conoce popularmente como Credo Atanasiano, lo cierto es que es muy improbable que Atanasio
haya tomado parte en su elaboración y redacción, aunque refleje ideas que Atanasio de seguro
hubiera suscrito y firmado.
40
de algún modo la nefasta y censurable mariolatría, es
conveniente entonces dejar de lado la comunicación
de idiomas para aclarar con mayor precisión que
María es la madre de la naturaleza humana de
Jesucristo, pero no de su naturaleza divina.
41
misma naturaleza” que el Padre, por contraste con el término
homoiousios (de naturaleza o sustancia semejante) que los
arrianos querían atribuir al Verbo en relación con el Padre para
hacer de Él una criatura, negándole su eterna divinidad9.
9
La dificultad para precisar el significado de estos términos y elegir el más conveniente entre ellos
es ilustrada por el hecho de que, previamente, para combatir a los sabelianos o modalistas que
negaban la doctrina de la Trinidad y hacían del Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, meros modos
diferentes y prácticamente indiferenciados en que Dios se manifiesta, los padres de la iglesia
utilizaron el término homoiousios (de semejante sustancia o naturaleza) para señalar las
diferencias personales entre el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo que los sabelianos y modalistas
querían eliminar y negar acudiendo al término homoousios. Sin embargo, en el contexto diferente
de la controversia arriana, los padres terminaron apelando al término inicialmente combatido y
rechazando el término inicialmente defendido en contra de los sabelianos y modalistas. Así, de
estos dos términos, homousios fue el que terminó finalmente imponiéndose como ortodoxo o
correcto para referirse a la relación ontológica entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en el seno
de la Trinidad.
42
sí misma en una naturaleza espiritual que se concreta muy bien
en lo que la psicología moderna designa como el “yo”. La noción
de persona lleva de manera inherente la noción de
responsabilidad que a su vez revela otro aspecto propio de la
condición personal como lo es su necesidad de relacionarse con
otros individuos que ostenten también la condición de personas.
10
Sin perjuicio de los debates posteriores alrededor del monotelismo y la condenación de los
llamados “Tres capítulos” en el Quinto Concilio Ecuménico (segundo de Constantinopla) en el año
553 d.C. que no fueron más que estertores de los herejes de parte y parte (Alejandría y Antioquía)
que se resistían agónicamente a acoger y aceptar los términos finales de la muy precisa “Definición
de Calcedonia”.
43
o conjetural y no se puede, por tanto, ser dogmáticamente
concluyentes al respecto.
Más allá de esto, no podemos saber con precisión los límites que
la kenosis implicó para la psicología de Cristo, en especial en
11
Aunque no se puede dogmatizar al respecto, el planteamiento de que la ciencia de los
bienaventurados o visión beatífica fue una posesión ininterrumpida de Cristo desde su concepción
está abierto a la discusión, considerando la queja del Señor en la cruz preguntando a su Padre por
qué lo había abandonado. Es posible, a la luz de pasajes como Isaías 53:6 “… pero el SEÑOR hizo
recaer en él la iniquidad de todos nosotros” y Habacuc 1:13 “Son tan puros tus ojos que no puedes
ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento…” que la copa o el caliz al que el Señor
Jesucristo hace alusión en la oración de Getsemaní, como lo señalan numerosos teólogos, no
represente meramente el sufrimiento físico y emocional que la pasión conlleva sino la posibilidad
real de que, en vista de que Cristo tendrá que cargar con el pecado de toda la humanidad, el Padre
tenga a su vez y muy a su pesar que apartar su vista durante un breve pero dramático instante de
su hijo amado privando al hijo de esa visión de la que, efectivamente, ha disfrutado desde el mismo
momento de su concepción, situación cuya sola consideración es la que lleva a Cristo a sudar
angustiosas gotas de sangre en el huerto. La discusión sigue, entonces, abierta a la comprensión
del sentido en que Cristo pudo haber sido abandonado de algún modo por el Padre cuando se
encontraba muriendo en la cruz por nuestros pecados.
44
cuanto al conocimiento de todo tipo que Él poseía en el curso y a
través de las diferentes etapas de su vida terrenal. La teología ha
querido distinguir en Cristo tres tipos de conocimiento: el
conocimiento de los bienaventurados o visión beatífica, el
conocimiento infuso o ciencia profética y el conocimiento
experimental o adquirido propio de todos los seres humanos.
45
involucrado, como todos los demás hombres, en un proceso
ineludible de aprendizaje y no nació con todo aprendido.
12
No deja de ser significativo que, entre todos los dones del Espíritu Santo, el Señor nunca
aparezca hablando en lenguas o interpretándolas en ninguna circunstancia.
46
debido a que es siempre justo lo que debe hacer. Y en cuanto a lo
segundo, las Escrituras afirman de Cristo que él es nuestro sumo
sacerdote. Uno muy peculiar y único que se diferencia de todos
los sumos sacerdotes humanos que lo habían precedido en que:
“… ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros,
aunque sin pecado” (Heb. 4:15).
47
seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el
pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la
muerte” (St. 1:14-15).
El teólogo Neil Anderson dice que hay dos formas en que los
creyentes pueden vivir. Hacerlo al modo de Dios en lo que él
llama “Plan A” que puede asimilarse al “sueño de Dios para el
hombre”, al decir del pastor Darío Silva-Silva; o vivir a nuestro
modo o “Plan B” que corresponde a su vez al “sueño del hombre
para Dios”. Visto así, la tentación es, entonces, una invitación o
incitación para vivir adoptando el “Plan B” para nuestras vidas,
que no necesariamente es inmoral, pero que siempre será
inferior al “Plan A” y acarrea tarde o temprano indeseables,
perjudiciales e inevitables efectos colaterales que en el mejor de
los casos, reducen ostensiblemente la calidad de vida de la
persona.
48
tendría ninguna cabida. Cristo pudo haber sido tentado entonces
de dos formas. Primero, sintiéndose inclinado a optar por
alternativas que, sin ser pecaminosas ni mucho menos y siendo
ampliamente permitidas, legítimas e incluso recomendables para
cualquier otro ser humano diferente a Jesús, contando en estos
casos con la aprobación divina; a él le estaban sin embargo
vedadas en vista de su especial llamado y vocación: redimir a la
humanidad. Por eso no deberíamos escandalizarnos rasgando
nuestras vestiduras y poniendo el grito en el cielo para
descalificar y condenar con manifiesta ignorancia las licencias
especulativas que algunos directores de cine se permiten al
poner en escena la vida de Cristo.
49
hubiera dejado avanzar las cosas en esta dirección dándole
esperanzas infundadas a María sobre la posibilidad de
comprometerse mutuamente, desposarse y llegar a formar un
hogar, algo que ciertamente no corresponde con su vocación y
llamado pero que no vulnera la ética cristiana en la medida en
que ésta no puede atribuir a una decisión de este estilo un
carácter pecaminoso.
50
que Cristo pudo ser tentado fue considerar en un momento dado,
como sucedió en Getsemaní, un camino diferente y
personalmente menos difícil y sufrido para redimir a la
humanidad. Sobre todo ante la proximidad de la cruz, momento
supremo en el cual el Padre tendría que abandonarlo de algún
modo plenamente indefinible pero de todos modos
angustiosamente real, durante ese breve pero imponderable
momento previo a su muerte en que estaría llevando sobre sus
hombros todo el peso del pecado de toda la humanidad. Jesús no
estaba negándose a redimirnos ni mucho menos, ‒como si se
halla implícito en las conjeturales formas de tentación que
acabamos de bosquejar‒, pues eso a estas alturas ya no tenía
reversa. Pero deseó tal vez hacerlo mediante un “plan B” de
contingencia y no a través del ya acordado “plan A”.
51
considerar si valdría la pena su sacrificio por nosotros. El
momento de sopesar a fondo los “pros” y los “contras” de su
muerte en la cruz y concluir si tenía o no sentido llegar hasta el
final de la manera acordada. El momento de la tentación
suprema que nos permite afirmar que aunque no haya sido como
las nuestras, la tentación de Cristo fue tanto o más real que las
nuestras.
Cuestionario de repaso
3. ¿Con que base fueron rechazadas de plano las herejías inicialmente, sin debatirlas
metódica y sistemáticamente?
4. ¿Cuál es el principio implícito, pero no precisado aún, utilizado por la iglesia primitiva
para rechazar la herejía docetista de los gnósticos?
7. ¿Cuál es la precisión de términos que hay que hay que acometer, desde una
perspectiva filosófica, antes de emprender una reflexión teológica acerca de la
“unión hipostática”?
8. ¿Cuáles son, desde una perspectiva psicológica y especulativa, las tres distinciones
que pueden hacerse en la ciencia o el conocimiento que Cristo como hombre
poseía?
52
de su santidad?
APÉNDICE
Fe y Orden van juntos. En adición a los serios retos para la Ortodoxia Cristiana que
aquellos contradictores representaron, los Concilios Primitivos afirmaron aspectos
fundamentales del Orden de la Iglesia, la preservación del Ministerio Apostólico, la
Administración de los Sacramentos, la Organización y Gobierno de la Iglesia, y otros
aspectos prácticos necesarios para la auténtica proclamación del Evangelio y de la vida
y testimonio de la Iglesia.
Estos Siete Concilios son llamados “Ecuménicos”, lo cual significa “de todo el mundo”,
porque todos los Obispos del mundo estuvieron presentes o representados y porque sus
determinaciones fueron aceptadas por toda la Iglesia a través del mundo, cuando aún
no se había fraccionado ni dividido la Iglesia de Cristo.
53
Convocado por el Emperador Constantino, y trató las siguientes herejías y
desviaciones: El Triteísmo, el Sabelianismo y el Arrianismo. El Triteísmo sostenía
que El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo son tres Dioses separados. En reacción a
esta desviación, Sabelio, Presbítero de Roma, y sus colegas dijeron que: “Padre”,
“Hijo” y “Espíritu Santo” eran meramente tres “modos” temporales de ser del Único
Dios, por lo cual se conoce también esta doctrina como Modalismo.
54
postura es que si Cristo no tuvo espíritu humano, El no pudo ser completamente
humano, así entonces, no pudo haber redimido al hombre completo.
Desde este Concilio fueron añadidas algunas partes y frases al Credo Niceno para
afirmar la verdadera Humanidad así como también la Deidad de Jesucristo.
También se condenó la doctrina de Macedonio que negaba la Divinidad del Espíritu
Santo, apareciendo también este rechazo a la herejía en el Credo Niceno,
conociéndose el Credo a partir de este momento como el “Credo Niceno
Constantinopolitano”.
55
naturaleza Divina, doctrina Ortodoxa que fue brillantemente defendida en el “Tomo”
de San León, Obispo de Roma.
Convocado por el Emperador de Oriente, Justiniano, para tratar sobre los derivados
del Nestorianismo, particularmente los escritos favorables a éste, contenidos en los
llamados “Tres Capítulos” (Obras de Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e
Ibas de Edesa). Este Concilio también condenó los errores de Orígenes, teólogo
Alejandrino del Siglo III.
Convocado por el Emperador de Oriente, Constantino VI, para tratar sobre una
furiosa y violenta controversia acerca de la veneración de Iconos, (Imágenes
Sagradas), la cual algunos consideraban una violación al Segundo Mandamiento
(Ex. 20:4). Los argumentos teológicos de los Iconoclastas (destructores de
imágenes), fueron refutados por el gran estudioso y escritor de Himnos Cristianos,
San Juan de Damasco, el cual afirmó la distinción existente entre Latría (Adoración
y Culto a Dios). Deut. 6:5; S.Mateo 22: 37) y la dulia (Veneración a los Siervos de
Dios y mayores en la Fé), tributado en servicio y reverencia requerido por el Quinto
56
Mandamiento hacia los padres y a aquellos que nos “dirigen, presiden y sirven en el
Señor” (Efesios 6:1 y 1º de Tesalonicenses 5: 12-13), lo cual abarca
apropiadamente a los Santos y Siervos de Dios.
El Concilio afirmó la licitud de la Veneración de los Iconos Cristianos (Jn. 1:1, Jn.
14:9, Col. 1:15, Exodo 25:17-22, 26:31; Números 21 :5- 9; San Juan 3: 14; Josué
4: 7; Segunda de Reyes 23: 17 –18; San Mateo 23:2- 29) y definió sus límites en
concordancia con el Segundo Mandamiento.
CREDO APOSTÓLICO
57
Padre Todopoderoso,
Creador del Cielo y de la tierra,
Y de todas las cosas visibles e invisibles.
Creemos en un solo Señor Jesucristo,
Hijo Unigénito de Dios,
Engendrado del Padre antes de todos los siglos.
Dios de Dios,
Luz de Luz,
Verdadero Dios de Verdadero Dios,
Engendrado no hecho,
Consustancial al Padre,
Por Quien todas las cosas fueron hechas,
Quien por nosotros los hombres
Y por nuestra salvación,
Descendió del cielo,
Y fue encarnado del Espíritu Santo y la Virgen María,
Y fue hecho hombre,
Y por nosotros fue crucificado bajo Poncio Pilato,
Padeció y fue sepultado,
Resucitó al tercer día según las Escrituras,
Ascendió a los cielos,
Y está sentado a la diestra del Padre,
Y vendrá otra vez con gloria,
A juzgar a los vivos y a los muertos,
Cuyo Reino no tendrá fin.
Nosotros creemos en El Espíritu Santo,
Señor y Dador de vida,
Procedente del Padre y del Hijo*,
Quien con el Padre y el Hijo,
Juntamente es adorado y glorificado,
Quien habló por los Profetas.
58
Nosotros creemos en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.
Nosotros reconocemos un Bautismo para el perdón de los pecados.
Y esperamos la resurrección de los muertos,
Y la vida en los siglos venideros.
QUICUNQUE VULT,
comúnmente llamado:
EL CREDO ATANASIANO
59
Y, sin embargo, no son tres Dioses, sino un solo Dios.
Así también, Señor es el Padre, Señor el Hijo, Señor el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor;
Porque así como la verdad cristiana nos obliga a reconocer que cada una de las
Personas de por sí es Dios y Señor,
Así la Religión Católica nos prohibe decir que hay tres Dioses o tres Señores.
El Padre por nadie es hecho, ni creado, ni engendrado.
El Hijo es sólo del Padre, no hecho, ni creado, sino engendrado.
El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo, no hecho, ni creado, ni engendrado, sino
procedente.
Hay, pues, un Padre, no tres Padres: un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres
Espíritus Santos.
Y en esta Trinidad nadie es primero ni postrero, nadie mayor ni menor:
Sino que todas las tres Personas son coeternas juntamente y coiguales.
De manera que en todo, como queda dicho, se ha de adorar la Unidad en Trinidad, y la
Trinidad en Unidad.
Por tanto, el que quiera salvarse debe pensar así de la Trinidad.
Además, es necesario para la salvación eterna que también crea correctamente en la
Encarnación de nuestro Señor Jesucristo.
Porque la Fe verdadera, que creemos y confesamos, es que nuestro Señor Jesucristo,
Hijo de Dios, es Dios y Hombre.
Dios, de la Substancia del Padre, engendrado antes de todos los siglos y Hombre, de la
Substancia de su Madre, nacido en el mundo;
Perfecto Dios y Perfecto Hombre, subsistente de alma racional y de carne humana;
Igual al Padre, según su Divinidad; inferior al Padre, según su Humanidad.
Quien, aunque sea Dios y Hombre, sin embargo, no es dos, sino un solo Cristo:
Uno, no por conversión de la Divinidad en carne, sino por la asunción de la Humanidad
en Dios;
Uno totalmente, no por confusión de Substancia, sino por unidad de Persona.
Pues como el alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo
Cristo;
60
El que padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, resucitó al tercer día de
entre los muertos.
Subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, Dios todopoderoso, de donde ha
de venir a juzgar a vivos y muertos.
A cuya venida todos los hombres resucitarán con sus cuerpos y darán cuenta de sus
propias obras.
Y los que hubieren obrado bien irán a la vida eterna; y los que hubieren obrado mal, al
fuego eterno.
Esta es la Fe Católica, y quien no lo crea fielmente no puede salvarse.
Por tanto, siguiendo a los santos padres, todos nosotros, de común acuerdo,
enseñamos a los hombres que confiesen al mismo y único Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, a la vez perfecto en Divinidad y perfecto en humanidad, verdadero Dios y
verdadero hombre, consistente también de alma racional (contra Apolinar) y cuerpo, de
la misma substancia (homoousios) con el Padre en cuanto a su Divinidad (contra Arrio)
y, a la vez, de la misma substancia con nosotros en cuanto a su humanidad (contra
Eutiques); semejante a nosotros en todo respecto, excepto en el pecado; en cuanto a su
Divinidad, engendrado del Padre antes de todos los siglos (contra Arrio); sin embargo,
en cuanto a su humanidad, nacido, por nosotros los hombres y por nuestra salvación,
de María la Virgen, la “portadora de Dios” (Theotokos) (contra Nestorio); uno y el mismo
Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, reconocido en dos naturalezas, inconfundibles,
inmutables (contra Eutiques), indivisibles, inseparables (contra el Nestorianismo); sin
ser anulada de ninguna manera la distinción de las naturalezas por la unión (contra
Eutiques), más bien siendo conservadas y concurrentes las características de cada
naturaleza para formar una sola persona y subsistencia, no divididas ni separadas en
dos personas (contra el Nestorianismo), sino uno y el mismo hijo y Unigénito Dios el
Verbo, el Señor Jesucristo; así como desde los tiempos más remotos, los profetas
hablaron de él, y como nuestro Señor Jesucristo mismo nos enseñó, y como el credo de
los santos padres nos ha transmitido.
61
Nota: Las porciones resaltadas no se encuentran originalmente de manera explícita en
la Definición, pero si están implícitas y se han introducido y resaltado para que el
estudiante sepa más fácilmente contra qué herejía en particular va dirigida la
correspondiente afirmación en la Definición.
Bibliografía Básica:
El Misterio de Cristo en los escritos de Juan y la Tradición.pdf
Bibliografía complementaria:
González Justo L. (1993). Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo 1 (Caribe). Miami
Criterios de Evaluación:
Obtención de una visión profunda de la cristología joanina arraigada en la eternidad en
el pasado y sus términos cristológicos particulares, junto con una aproximación
satisfactoria a su significado y consecuencias prácticas para la vida de los creyentes de
todas las épocas.
62