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LOS LIBROS
DE LAS GAVIOTAS
© Antología de (selección de autores y edición) de José Víctor Martínez Gil
© Los autores: de los textos, que se incluyen amparados por su autorización expresa
para publicaciones de Ediciones COMOARTES o por las Bases
de los Concursos Internacionales de Microficción y de Microtextos “Garzón Céspedes”
Comunicación, Oralidad y Artes (COMOARTES)
Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE)
Madrid, 2012 / ciinoe@hotmail.com
Depósito legal: M-12865-2012
Derechos reservados.
© Diseño de la Gaviota en las cubiertas:
José Víctor Martínez Gil / COMOARTES.
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http://ciinoe.blogspot.com
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CUENTOS : HECHIZOS
Y EXTRAPOLACIONES
LA PALABRA
Y lloró.
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Fue hasta el espejo que siempre le revelaba la historia, pero estaba em-
pañado pese al aire fresco que entraba por las ventanas cerradas.
Le alcanzó a ver el color: era verde. Verde como su pelo, como los ojos,
como la piel. Se había teñido desde hacía mucho tiempo, en una laboriosa y
Soy como soy, había dicho, y nadie la había escuchado. Por eso y por el
arrugado pero no tanto por el paso del tiempo como por haber permanecido
las pintó, las esculpió y las escribió, las habló, las contó y el milagro de ser en-
Muerta de pena las tiró al mar y vio como el agua las llevaba, y entonces
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emitió por única vez un alarido desgarrador.
Fue entonces cuando pensó en los gestos. Podían muy bien llenar el
color pero tal vez pudieran ver sus ademanes de mujer nacida para la ternura.
dos enormes grietas de cansancio, los ojos eran dos súplicas sin retorno.
Fue en un amanecer.
que era el grito, tomó una rama y se cortó las manos. Con las plumas cerró las
heridas y así anduvo con sus muñones hasta que un día volvió al mar para re-
clamarle las palabras, quería que se las devolviera ahora que se había queda-
do sin gestos.
hasta que al final la vieron desnuda, con el pelo verde hasta la cintura.
to la palabra.
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LA LOCURA Y LA MOSCA
volando a mi cuarto para jugar a lo que más me gusta cuando estoy solita. Yo
me gusta mucho! Pero tengo poco tiempo para actuar porque cuando aparecen
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mis hermanos me da vergüenza, ellos me miran y se ríen de mí.
puerta para preguntarme si hoy también estoy segura que no dormiré la siesta.
pintando.
Nunca supe por qué mi mamá me obligaba a dormir cuando había sol.
ella escuchaba todo, hasta el volar de una mosca, cosa que no entendí nunca
Mi mamá desaparece y vuelvo a jugar a ser actriz hasta que los actores
ro dos están sueltas y cuando cenamos, mi mamá reniega con mis hermanos
para que claven las maderas porque el ruido la vuelve loca. Eso tampoco lo
las dos patas traseras quedan en el aire, después apoyo toda la silla en el sue-
¡Eso sí me gusta mucho! Me divierto tanto que me olvido que el ruido y la mos-
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ca que nunca vi vuelven loca a mi mamá.
una de las maderas sueltas de la silla, llamo en silencio al príncipe azul para
mamá cerrando un poco mis ojos para ver mejor. Ella pide que me acerque a
aprieto mis labios para no llorar delante de ella y cuando vuelvo a mi habitación
viendo loca o porque tal vez hay una mosca escondida en mi pieza a la cual yo
del roble. Sus ojos verdes destilaban odio y sus gruñidos abundaban en repro-
Luego colocó su pata encima del menudo pecho blanquecino, clavando todas
sus dagas en aquél que suponía su oponente. Y cuando creyó acabada su ta-
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rea, el felino se marchó arrojándole sus propias culpas y miserias. La calandria
cidos por doquier. Una mujer que en esa contienda inútil llorara aunque ni una
sola lágrima brotara de sus ojos, y gritara aunque ni un solo sonido traspasara
sus labios. Un profundo dolor abatía su alma. Se inclinó y descansó todo el pe-
empaparon su rostro impidiéndole poseer una clara visión, sin embargo logró
dos, adquirió absoluta nitidez. La luz emanada de ese pequeño ser colmaba
la habitación.
La mujer soltó sus manos de la mesa sin apartar su mirada de los ojos
tomó entre sus brazos, la alzó y le pidió un abrazo de ésos que sólo ellas dos
saben darse. Los brazos de la mujer rodearon por completo esa espalda pe-
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queña y la estrechó con la fuerza del cariño, con el poder de la comprensión,
el suelo y volviendo a esos ojitos curiosos y brillantes, expresó con voz tranquila:
–Todo está bien, mi amor, creeme que todo está bien, ¿sí?
incorporó.
ceando un saludo.
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MAR PFEIFFER
(Argentina)
CASAS DE ARAÑAS
de mis abuelos tapitas de casas de arañas. Las sacábamos con un palito y las
aplastábamos.
LA LÁMPARA
Fue un invierno largo. Racionaron el gas. Usó mucha ropa para no sentir
Supo que no pelearía contra la forma que ahora la contenía. Puso en duda su
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LILIANA SAVOIA
(Argentina)
ALIMENTO TENTADOR
pájaros, piensa que hoy es un buen día para el comienzo de la última etapa.
CUERPOS DE PORCELANA
Los vestidos y las máscaras son similares, con sutiles diferencias, al igual
La barca avanza.
acuosos que traen otros espejos, en los cuales el pescador se ve reflejado has-
ta caer la noche, para que otra vez, el caudal amarronado lo vuelva a espejar
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FERNANDO SORRENTINO
(Argentina)
LA LECCIÓN
El edificio constaba de diez pisos, que eran recorridos por cuatro ascen-
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sores. Tres de ellos estaban destinados al uso general del personal, de las je-
rarquías que fueren. Pero el cuarto ascensor, alfombrado en rojo, con tres es-
la compañía, de los miembros del directorio y del gerente general. Esto signifi-
caba que sólo ellos podían viajar en el ascensor rojo, pero no les vedaba utili-
directorio. Pero, cada tanto, veía –siempre desde lejos– al gerente general, con
quien, sin embargo, jamás había cambiado una palabra. Era un hombre de
don Fernando. Así lo llamaban: don más el nombre de pila y sin mencionar el
un señor feudal.
piso del edificio. Nuestra sección se hallaba en el tercero, pero a mí, como el
dos. En el décimo piso sólo había empleados viejos y de mal humor, y mujeres
feas y enfurruñadas; allí funcionaba una especie de archivo donde, cinco minu-
Fernando:
–De ninguna manera, joven –repuso don Fernando, con una sonrisa–.
–No, señor, por favor. No podría hacerlo: después de usted, por favor.
Este “Por favor” fue pronunciado con tal perentoriedad que debí tomarlo
como una orden. Ejecuté una pequeña reverencia y, en efecto, entré en el as-
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censor; detrás de mí entró don Fernando.
que seguiría por nueve pisos hasta la planta baja. No me atrevía a mirar a don
si no me equivoco.
–Sí, señor. Es el señor Biotti
–Y, a usted, el señor Biotti ¿nunca le dijo que debe respetar las jerar-
–¿Có-cómo, señor?
–¿Cuál es su nombre?
–Roberto Kriskovich.
Amedrentado, obedecí.
general.
meses da treinta y seis. Quiere decir que yo soy treinta y seis veces más anti-
gerente general. Por último, usted tiene diecinueve o veinte años, y yo tengo
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cincuenta y dos. ¿No es así?
latín.
–De todos modos, hay que ver si llega a terminar la carrera. En cambio,
–Y, siendo esto así, ¿no le parece que merezco una consideración
especial?
no conforme con semejante osadía, en la planta baja salió antes que yo.
–Bueno, señor, no quise ser impertinente ni pecar de tozudo. Como us-
sor antes que yo. Ni tampoco salir antes que yo. Y, mucho menos, contra-
decirme: ¿por qué me dijo que su apellido es croata si yo le dije que era
polaco?
–¡Pero qué raro! –don Fernando abrió los brazos, en gesto de asombro–.
–Es que, debido a un conflicto familiar y judicial, mis cuatro abuelos emi-
–Yo soy un hombre mayor, y creo que no merezco ser tomado en solfa.
le ocurre que yo podría creer en esa fábula tan descabellada? ¿No me dijo an-
–Así es, señor. Estoy de acuerdo con todo lo que usted dice.
–Me parece muy bien, y hasta estoy por valorarlo un poco, al verlo tan
dócil y razonable. Pero quiero someterlo a una última prueba. Hemos tomado
causarle ningún placer pagarle el café al gerente general, que, en un mes, ga-
na más que usted en dos años. Entonces, le ruego que no me mienta y que me
Llamé al mozo y pagué los dos cafés. Salimos –don Fernando primero,
–Muy bien, joven. Debo dejarlo. Sinceramente, espero que haya inter-
don Fernando, pero siempre desde lejos, de manera que nunca volvió a impar-
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LUIS ALBERTO PORTUGAL DURÁN
(Bolivia)
EL ECO DE LA LLUVIA
en la penumbra.
Acostumbrado como estaba a ponerse a la sombra del sauce llorón y gri-
Sin embargo, esta vez, no hubo respuesta: el Silencio había gritado an-
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JULIO CÉSAR PÉREZ MÉNDEZ
(Colombia)
ESCORPIONES
tento. Sin embargo, continuó probando una y otra vez, esperanzado en poder
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PROCESOS PEDAGÓGICOS
LA SILLA
hora de comer. Aquella visita, que se repetía cada año durante semana santa,
que había que sustituir por otras en cada trayecto. Era en ese momento de
reunión, agazapada en las sillas, como linces dispuestos a devorar esos dulces
volvía a contar el cuento que tanto divertía a Zulema. El de la nana, esa escla-
de la plancha en su culete. Blanca lloró del susto. Pero lloró y gritó más aún,
cuando vio que la nana huía despavorida en dirección al monte, aterrorizada
noche. Blanca siempre terminaba así su cuento, mientras servía a todos ese
zumo afrodisíaco, hecho de papaya, mamey y plátano, cuyo sabor hacía tocar
el cielo.
Ahí está la silla, testigo del tiempo transcurrido entre bisabuela y bisnieta.
El tiempo insatisfecho, inacabado, que resbala mudo entre el respaldo y las vuel-
mal visto una mujer divorciada, se llevó dos de aquellas sillas, y cuando murió,
tan sólo quedaba una en pie, que fue a parar a casa de la madre de Zulema,
hasta que ésta, que ha vivido apegada a muy pocas cosas: unas joyas; regalos
del suegro que era joyero, una cotorra que sólo se entendía con ella, un libro: “El
país de las sombras largas”, decidió despojarse de sus objetos más cercanos y a
medio siglo de ese trozo fugaz que es la vida. Y está frente a su primera derrota.
Se le escapa el amor. ¿Qué no sabe hacer ahora? Ella, que está acostumbrada a
vida ha sido el de estratega del éxito; cada revés convertido en triunfo. No ha sido
fácil su andar pero nada la ha detenido; sin embargo, ahora no controla. Sabe que
debería partir, pero sigue sobre la silla inventándose razones para quedarse.
cada vez más la melodía interior de cada uno. Está aferrada a aquella imagen
que la enamoró, cuando él sin conciencia de que eso se llama fraude, dibujó
cada detalle de lo que podía hacerla feliz para después mostrarse tal cual es.
No quiere aceptar este fracaso. Era tan simple lo que necesitaba. Es tan sim-
Se levanta. Sabe que tiene que tomar una decisión. Vuelve a dar vueltas
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alrededor de la silla. La inmoviliza su respiración cercana a ella. Una nueva
viejito Chichi. Allí su hermana, una niña de hermosos rizos y enormes ojos y
pestañas de color negro como el azabache, había sido contratada para mos-
trar en el país del son y la rumba, sus especiales habilidades en la danza es-
pañola, mientras que Zulema, entonces una niña delgaducha, de pelo liso y
Siempre ganó y cada vez recibió con orgullo los múltiples regalos que el
Viejito Chichí daba, sobre todo aquellas latas de galletas de sal. Fue tanto
el ganar, que un día Chichí le pidió a su madre que no la llevara más, aunque a
zas, se pregunta Zulema. Y lo organiza todo. Una silla en el medio del salón, la
suya, la única para ella. Deja suficiente espacio para dar vueltas a su alrededor.
iniciado el juego. Ella le llama, él viene. Ha sido invitado a un juego que definirá el
Muy pronto se ven dando vueltas. Permuta el tiempo una balada triste por
uno buscaba su espacio. La piel tiembla. Juegan a ganar como si en ello les fue-
ra el aire que respiran. Zulema está en su terreno; a este juego siempre gana.
campeón, ohé, ohé, ohé... y como siempre no ve ni escucha más que sus pro-
pias palabras.
tomaba una taza de café. No pudo evitar seguirla hasta la habitación contigua.
ESTUPOR
Luna llegó temprano como no acostumbraba, llegó a ese café del Madrid
de los Austria donde en más de una ocasión se había encontrado con Adolfo a
desnudar sus almas. Ocupó una mesa, la de siempre, y por primera vez ob-
servó que estaba rodeada de espejos. Dirigió la vista hacia uno, el de enfrente.
LA PERCHA
gin tonic y la caja de música de la que salía una única melodía: “Yesterday”.
Ese día Fernando no llegó, ni al otro, ni al otro. Sencillamente no llegó.
La vistieron con el viejo gabán de Fernando, que nadie nunca supo por
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FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
(Cuba / España)
ha detenido por una herida en su pie izquierdo. Ella está acercándose. Él,
humo rojo que no cesa y que puede ocultarla a ella. Imagina que cada boca-
bién desaparece.
a él esto le parece raro y le molesta. Ella lo percibe porque si alguien te mira y lue-
go vuelve a mirarte y luego vuelve… se siente cual si fuera tacto. Ella termina por
perder el impulso, por no poder. ¿Es todo? Es todo. Excepto el incluir que antes
ella se levanta con su taza de té caliente en la mano, a buscar más azúcar cuando
ya tiene bastante, se acerca a él, finge tropezar con su mesa, y le derrama encima
la bebida, para, mientras sigue hacia la barra, farfullar un insulto como si fuera una
coge y se lo come. Ella dibuja una gota de agua. Él va a beberla, pero la gota
ojos él vuelve a ver la gota. Y descubre que no todo lo dibujado por ella podrá 37
comérselo.
al agua de la pecera y la firma se desprende. Hilo de tinta que flota sin des-
lo. La altura es la de una sexta planta. Cada mañana, desde la calle o desde
hacer reiterados ademanes como de quien arranca las malas hierbas; y, luego,
como de quien encuentra diminutas piedras y las lanza a la calle. Cada uno de
los maceteros está vacío. Ella lo observa desde un lejano balcón y lo piensa.
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ÉL Y ELLA Y LA OFRENDA
pájaro regresa una, otra vez. Él decide dejar que lo pique. Tras un rato de
cumplir con su destino, el pájaro resbala por el borde del hueco y queda atra-
pado. No puede abrir las alas. No puede salir. Él busca un sombrero y acude a
la cita con ella en el parque. Se para de cabeza. Y el sombrero cae con el pája-
que le da asco aplastar a la hormiga con un dedo, la hace caer. Unos minutos
hablar de futbol.
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MÁXIMO ACUÑA CARVALLO
(Chile)
BUEN DÍA
A través del vapor tibio del café de la mañana, ve su rostro frente a él.
DESACOSTUMBRAMIENTO
Solió.
FINIS MUNDI
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Je, y dicen que hoy es el fin del mundo, serán estúp
SEGUNDO EN BLANCO
EGOÍSTA
SECRETO
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Ella se mira al espejo, los poros de su piel emanan una leve luz dorada y
sabe que él la ama. Él aún no se ha dado cuenta de que también está lleno de
luz. No será ella la que le diga que se han intercambiado el alma, aún no quiere
asustarlo.
TEMORES
Y de repente el silencio.
A BOCAJARRO
–Quiero acabar contigo –dijo él–. Quiero acabar mis días contigo.
BUENAS NOCHES
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Antes de irse a dormir, la mujer se hace ilusiones y relata en voz alta to-
dos los sueños que le quedan por cumplir. Él tiene la cabeza en esos mismos
DESCONECTAR
habitual.
LA MÚSICA
la pandereta. Eran casi unos ancianos. Él tenía los dientes demasiado grandes
y ella, una verruga en el labio superior, pero sonreían mucho. Tocaban todo el 44
tiempo sonriendo, con entusiasmo, como si fuera la primera vez o como si aca-
dos los días. Cuando terminaron, mientras esperaban a que se abriesen las
CASA DESHABITADA
ENIGMA
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O el espejo.
TESOROS
a dormir, sube corriendo las escaleras rumbo al cuarto que comparte con sus her-
manos mayores, salta sobre el mullido colchón de lana y se arrebuja con la manta
que su madre le tejió con tanto amor. Durante la emocionante espera a menudo se
cubre con ella hasta la nariz. Y entonces le parece percibir el olor de las hábiles ma-
nos. Observa hechizado las elegantes grecas en las que ella combinó sabiamente
mimado de todos. Además, su llegada al mundo sirvió para restañar una te-
desta felicidad.
Era consciente de que, sin ser ricos, gozaban de una cierta estabilidad
que siempre podía encontrar buenos amigos con los que jugar una partida de
cartas. La carne y la lana para fabricar ropa de abrigo tampoco les faltaban,
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pues parte de los beneficios de la taberna habían sido reinvertidos en un en-
vidiable rebaño. Cada dos días horneaba el pan amasado con el fruto de los
pueblo donde la perpetua sequía hacía muy difícil cultivar con éxito otros ve-
veces, la mantenía despierta por las noches. Temía que los inmortales les
melancolía.
mente los grandes montones de mullida lana, los extendió al sol, los tiñó con un
gusto exquisito y los cardó e hiló pacientemente. Tejía el ajuar con premura,
pues tenía todavía mucho trabajo por delante. Aun así, no renunciaba a gozar de
cada vuelta que añadía a sus trabajos con las largas agujas de lana o con las
cortas de ganchillo, de cada puntada realizada para coser los remates y cenefas.
Esperaba que su nuevo hijo fuese tan dulce y despierto como su herma-
no, una criatura muy precoz aunque de salud delicada. Sin embargo, mientras
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pasaba la palma de la mano por su abultado vientre, temía que también resul-
tase ser tan inteligente como él. Todos se empeñaban en decir que el pequeño
había muerto por ser demasiado listo. La sabiduría popular sostenía que el ex-
cesivo estudio terminaba siendo perjudicial para la cabeza y el resto del cuer-
hinchado cuerpo. Pero la tentación fue más fuerte que el temor, y esa costum-
firme tradición y se prolongó durante toda la infancia de Rafael hasta casi rozar
su adolescencia.
cedor del latín, motivo por el cual acabó siendo sacristán de su pueblo.
partidas de mus ―en las que cada día iba perdiendo más dinero― con la re-
dacción y lectura de cartas que iban y venían hacia y desde el frente, llenas de
mente por amor a la palabra ―la mayor pasión que compartía con su esposa―
y al prójimo.
lengua castellana encuadernado en piel de cerdo. Ése con el que al final de sus
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días, ya viudo, vagaba de casa en casa aguantando como mejor podía los re-
proches de sus nueras, que se revelaron mucho más quisquillosas que sus
a duras penas que las corrigiese mientras hablaban o que las interrumpiese
para preguntarles por el significado de los localismos que cada una de ellas
empleaba.
poder ver crecer a sus nietos durante esas estancias en casa de sus hijos ―en
las que, con extrema paciencia, daba de comer a los más inapetentes y ayuda-
ba con el álgebra a los más torpes― y, sobre todo, tener la certeza de que vol-
allí como Orfeo y Eurídice. Y esa vez sería para siempre. Pues el jugador de
afortunados se han querido desde que el mundo es mundo. Como poca gente
solía quererse entonces, porque no corrían buenos tiempos para el amor.
Quizá por eso después de su muerte nunca más volvió a jugar a las cartas. El
barco que se alejaba de la isla con la esperanza de lograr hundirlo. Sin embargo,
sar de su corta edad, da muestras de un tacto exquisito y por nada del mundo
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desearía ofender o disgustar a su madre.
―Sí, sí. De verdad que me ha gustado. Sólo que… hay algunas cosas
―Polifemo es muy malo, y yo no creo que todos los cíclopes sean así.
terno, que en efecto no perdió el buen humor ni siquiera cuando una espiga le
saltó años atrás un ojo mientras segaba los campos y, aun tuerto y ya viejo,
sigue presumiendo ante la atónita mirada de sus jornaleros de ver correr inexis-
cíclope?
―Tú has dicho que los cíclopes son gigantes con un sólo ojo.
perdido el otro. Además, lo tienen en el centro de la frente. Está claro que éste
¿cuál es el que te gusta más? ―pregunta con la firme convicción de que esa
―El de Ícaro.
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―Claro, es un cuento muy bonito ―se le dibuja una enigmática sonrisa
evitar sentirse orgullosa de haber traído al mundo a un soñador. Pero, por otro
vía posible para sobrevivir. Y le duele pensar que, creciendo, la vida habrá de
enseñarle esa dura lección. Sólo espera que consiga guardar su capacidad se
soñar en algún lugar recóndito, que logre custodiarla celosamente hasta poder
darle rienda suelta de nuevo cuando los tiempos sean más propicios.
con poder volar y ha corrido por los campos agitando los brazos desesperada-
mente, como el torpe polluelo que en realidad es. Sin embargo, a pesar del
dudas, es la libélula.
destellos que deja en el aire su zumbido metálico de motor eléctrico. Son seres
para alegrar con sus piruetas y acrobacias las tristes vidas de quienes se ven
obligados a pasar su existencia con los pies pegados al suelo. Las tonalidades
de sus cuerpos suelen ser muy llamativas, y a veces incluso sus alas poseen
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bellos colores tornasolados. Sin embargo, lo que el pequeño admira verdade-
―Claro que no. En otros pueblos de la provincia hay ríos y charcas. Los
bros, mientras piensa que lo que él realmente echa de menos son las libélulas.
los pueblos donde el agua es abundante, los árboles y verduras crecen frondo-
sos y dan frutos mucho mayores. Pero, al tener más agua dentro, su sabor se
concentra menos. No encontrarás melones tan dulces como los nuestros, por
pequeños y deslucidos que éstos sean. Es la esencia lo que cuenta, hijo mío, y
no la apariencia.
pues su pensamiento ahora vuela lejos, tras la estela brillante de unas alas.
no hay más que pizarras y trigo. Es un secarral castigado por un sol ineludible
que recalienta las rocas. Sin embargo, como todos los críos de su edad, él es
esas piedras ardientes. Por eso corre aquí y allá a la caza de refugios atracti-
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vos para los que los muchachos suelen llamar alacranes, unos animalillos con
tran especialmente el calor, de forma que puede imaginar el calvario de los po-
see la vista del experto. Levanta sólo algunas piedras, en las que unos ojos neófitos
no advertirían ninguna señal que hiciese presagiar un huésped. Para cuando las
voces llegan hasta él, ya pasea con una hebra de lana entre las manos. A la extre-
paso, casi como lo haría un perro bien amaestrado. Es ése un pasatiempo bastante
apreciado entre los chicos de su edad. Aunque hay quienes disfrutan más acosando
boca. ¿Por una vez no podrías probar a hacer lo que se te dice sin más? Ya están
todos allí. Encima que me molesto en venir corriendo a avisarte, vas a conseguir
que me lo pierda ―responde su primo, que es un par de años mayor que él, mien-
tras se inclina hacia delante y se apoya en las rodillas llenas de costras, dispuesto a
―Todos son todos. Todo el pueblo está allí. Hasta los hombres que es-
taban en la era han saltado de los trillos. Están todos en los campos del tío
―¿En los campos del tío Pascual? ―pregunta perplejo―. Pero si allí no hay más
que trigo. Como en el resto del pueblo. No veo qué puede haber allí tan interesante…
piedra.
habrá de iluminarle los ojos cuando recuerde aquella tarde de sol aun en la
vejez.
debido de romper el motor, porque salía muchísimo humo de ahí ―dice seña-
lando el morro―. El piloto está en casa del tío Pascual, recuperándose del
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susto.
mundo. Como si su cabeza estuviese muy lejos del suelo, entre las nubes.
se aproxima un creyente al objeto de culto más sacro para él. Las rodillas le
antes de que éste naciera. Tiene tantos años que, en algunos puntos, las cene-
fas se han descosido. Pero el tiempo ha respetado los sutiles juegos de colores
con los que las manos diestras tejieron elegantes grecas. De vez en cuando la
saca del armario en el que la conserva amorosamente. Mientras acaricia la
suave lana, recuerda las historias que su abuelo le contaba de pequeña e ima-
cuando se queda dormida sobre el sofá del salón, abrazada a esa manta en la
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FÁTIMA MARTÍNEZ CORTIJO
(España, Madrid)
ENTRE SOMBRAS
vaciaron sus instintos bajo la luz de la luna. Años más tarde los dos buscaron
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NUEVO LABERINTO
lugar de atacarlo, pactó con él. Pero el acuerdo sigue siendo desconocido para
todos, incluso el mundo desconoce que el Minotauro salió de allí vivo, y que
respondió.
PAQUETE TURÍSTICO
Un niño extiende su mano hacia el turista. Ese día comerá. O no. Visita
laberintos y clama con la mirada. Cruza callejas hasta las avenidas donde otro
.
MÓNICA RODRÍGUEZ JIMÉNEZ
(España, Madrid)
LA INMUTABILIDAD DE LA ESENCIA
La que antaño fuera sirena, añoraba el azul de sus viejos días, mien-
tras tocaba las piernas que habían sucedido a su cola de pez. Pero cada vez
que se dejaba invadir por la nostalgia y las lágrimas anegaban sus ojos, ella las
LA ESPERA
enorme custodia. Pasaron las horas y el mar se hizo calmo y sus aguas oscuras.
Se tumbó en la arena y miró al cielo donde una falsa estrella, piloto de avión, le
guiñaba un ojo. “No estará, lo sabes”, le dijo su madre con un temblor de llanto
en la voz. Pero ella estaba segura de que uno de aquellos atardeceres, el viento
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que lo empujó desde el acantilado, arrastrándolo mar adentro, se lo devolvería.
METAMORFOSIS
Noche de luna llena. El acróbata trabaja sin red. Agarrado a la barra del
dibuja sobre las cabezas de los niños, la curva de una amplia sonrisa, suelta
las manos, se gira en el aire, y cae en la pista sobre las almohadillas de sus
cuatro patas.
PECADOS CAPITALES
VENGANZA
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el color; que debería ser más rojo. Él suspiró resignado. No quería líos con la
cabeza le dio con su denuncia. Cuando murió el padre, de viejo según él, in-
toxicado según ella, pudo cambiar de carnicero pero no lo hizo y volvía puntual,
todas las mañanas. Retiró el papel con la montaña de carne y echó nuevos
trozos en la picadora.
JUAN YANES
(España, Islas Canarias)
esta ventana abierta a la noche cuando me odiabas más y rompías los bordes
muerto de hartura de ti esperando con las carnes abiertas ya vencido a que baja-
ras al fin los labios a comer de esta memoria débil de algunos momentos de pla-
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cer que recuerdo como puñales o palabras con las que olvido la piel sobre la que
escribo esas ínfimas prolongadas quejas que hablábamos como pequeños que-
jidos que se van juntando en los días siglos eras geológicas quejitas del tiempo
de la vida tan terriblemente próximo tan corto tan pegado tan vasto lejano que tú
ya no puedes manejar a tu antojo como cuando reinabas sobre los mares de las
ventanas que son el deseo que no se alcanza porque estamos encerrado en ca-
sa definitivamente para destruirnos mejor ahora que es el orto del cuarto men-
guante y todo está despojado de besos de los crueles besos de los que habla-
mos a veces.
REALIDAD SÚBITA
Había un reloj que cortaba el tiempo detenido de los relojes. Una calle in-
somne que atravesaba las demás calles. Un río dentro de otro río por el que pa-
saban infinidad de ríos menores, vacíos. Una lágrima en un llanto que lloraba
lágrimas. Caras enmascaradas con los ojos fijos dentro de caras enmascaradas.
Había un continente sin fronteras que terminaba nada más empezar. Una pared
maestra invisible que sostenía el universo. Había una tela de seda cuya trama se
extendía hasta más allá del horizonte y caía como un arambel. Había un soldadi-
llenos de jarrones con flores marchitas y palomas ausentes. Había escalones sin
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escaleras y sin rampas para subir. La vida entera estaba escrita en un libro sin
páginas que pasaba un niño inmóvil, como una melodía de silencios en medio
del vacío. Todo parecía detenido por la ausencia del deseo. Entonces sucedió.
AL FINAL
Eso fue lo último que le dijo, en un acto, según él, de infinita dignidad. La
dejó entreabierta, y él, que detestaba las medias tintas, las medias voces, se
sentó en su sillón, prendió su cigarro y pensó que no importaba. Era mejor que
se hubiera marchado. Más valía acabar con algo tan ambiguo. Nadie tenía
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derecho a hacerle daño.
CÍRCULO
truye una tina donde el agua tibia cubre su cuerpo desnudo. Pasa sus manos
por en medio de sus piernas; inunda su boca mientras registra el latido de sus
dibuja el Universo y conquista nuevas formas. El Otro se fue. Surgen las esca-
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MERCEDES GÓMEZ BENET
(México)
MARIPOSA DESPISTADA
Una Mariposa Despistada, así, con mayúsculas, cruzó por dentro, como
Serían las doce y el sol pegaba duro, aunque no tanto como los operati-
DESPERTÓ
tomó los tenis, se los puso, amarró los listones. Se levantó; se posó frente al
espejo como todos los días, miró su cara ensangrentada, sus manos heridas,
su ojo colgando sobre su pómulo inflamado. Con sus dedos temblorosos abrió
su boca hinchada, miró sus dientes rotos, su lengua incompleta. Miró hacia
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abajo; su calzón y sus piernas vueltos púrpura, metió la mano, miró lo que ya
no tenía. Levantó la cabeza, se miró al espejo, vio que no era él, se volvió a
dormir.
Desperté, me posé frente al espejo como todos los días, vi que no era
SUBTERRÁNEOS
Volví a despertar de madrugada. Tenía una semana de abrir los ojos au-
tomáticamente en las primeras horas del día, sin poder dormir de nuevo. Las
últimas noches mis sueños ocurrían en un espacio extenso y oscuro por el que
me hacía despertar como acto reflejo. Por la luz incipiente que percibí a través
de la cortina adiviné que serían alrededor de las cuatro. Desde la cama, miré el
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plano que coloqué en la pared de la habitación. Sobre el mapa, la línea roja
Hacía seis meses de eso. El deseo por explorar esos corredores que habitan
bajo nuestros pies se iba acrecentando conforme nos preparábamos para ello.
yecto. Nos alternábamos para realizar pequeñas pruebas sobre lo que nos en-
ello habría que aplicar formas de supervivencia con los mínimos recursos. In-
tentamos habituarnos a las zonas sin luz y aguzar otros sentidos, el tacto, el
oído. Reconocer con el movimiento del cuerpo la densidad del aire alrededor,
percatarse de los objetos cercanos antes de tocarlos con los pies o las piernas.
funcionamiento para advertir lo antes posible la puerta que se abriría ante mí.
mayor. Comencé a reconocer las sutilezas y textura del sonido sobre azulejo,
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parquet, alfombra y baldosas. Registré los sonidos de la ciudad a diferentes
Por las mañanas iba a la alberca olímpica a nadar durante dos horas. Recorría
rias noches por semana, David y yo íbamos a correr al parque deportivo. Él fue
quien tuvo la idea de explorar los conductos pluviales. Era mi amigo desde la
la Facultad de Derecho. David había intentado varias carreras antes sin acer-
común. Durante los años escolares en que coincidimos no fuimos del grupo
de obreros después del trabajo, mujeres con bolsas de mandado, perros calle-
sitios sin hacer nada. Nuestra zona de exploración se expandió un día cuando
Aquello era terreno fértil para todo lo que éramos capaces de imaginar: podía-
mos ser espías, cazadores, excursionistas. Por eso comenzamos a buscar lu-
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gares abandonados. Casas o edificios. Ensayábamos rutas nuevas en nuestros
con paciencia. Nuestro código era ingresar únicamente cuando el territorio es-
tuviera solo. La técnica era entrar por algún resquicio, nunca por la puerta prin-
cipal. Podía ser por la entrada trasera o la ventana del baño. Hacíamos un re-
zado, una libreta, todo nos era importante. Luego escribíamos una lista de po-
sonas que lo habitaron, el motivo por el cual había sido abandonado. Llené mis
cuadernos de la escuela con apuntes sobre nuestros descubrimientos. David y
secundaria y, aparte del regaño en casa, aquello no fue importante para noso-
tros. En ese momento creímos haber descubierto la esencia de los objetos que
nos rodeaban, condición que sólo puede revelarse si nos apartamos del objeto
o somos abandonados por ellos, cuando fuera de todo contexto adquieren ese
aspecto inútil. Éramos en gran parte lo que poseíamos, pero también lo que
mos buscar un lugar secreto en mi casa para cuando ésta fuera abandonada.
Pero cómo, en qué momento se abandona por completo una casa, me pre-
mos otros amigos, surgieron otros intereses. Algunos fines de semana hacía-
y acampábamos una noche o dos. Tanto a él como a mí nos gustaban los sitios
solitarios. Allí hablábamos de nuestras cosas. Era yo quien rehuía los temas
pasados en mi afán por entrar a la vida adulta. Ambos notábamos que se abría
una brecha natural de la vida que nos separaba. Al graduarnos perdimos por
completo el contacto.
Debo admitir que no me extrañó su presencia a finales de invierno para
sureste del país para recorrer las aguas interiores de un río subterráneo. Des-
bajo tierra, probablemente el más extenso que existiera, se despertó aún más
Por ello mejoré mi condición física sobre todo a nado. Llevaba una bitáco-
do en el afluente cercano a las costas del Caribe. Llevaría los mínimos elemen-
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tos requeridos para bucear. Había investigado sobre ello. Debía ir ligero para
resistir el recorrido el mayor tiempo posible. Planeaba llevar unas cuerdas y unas
conducirme en la oscuridad, nadaba algunas veces con los ojos cerrados y per-
cibir por las ondulaciones del agua los extremos de la piscina. Cada movimiento
era una propagación de energía que, según su alcance, hacía sentir cerca o le-
jos los cuerpos. Al menos era mi forma de entender lo que me ocurría. Comencé
manera tal mi inquietud que al cabo de algunos meses iba a la alberca olímpica
mo saltos sobre el vacío o piruetas sobre muros. Era bastante ágil. Intentaba
enseñarme pero yo aprendía sin mucho rigor, pese a que tal habilidad podría
servirme para mi propio desafío del que nada le había contado. Hablábamos
a las que nos habíamos aventurado hacía poco por el terraplén de San Jacinto.
A mitad de la noche, recorríamos uno a la vez con una larga soga como hilo de
Ariadna. Aquel laberinto bajo tierra era también nuestro minotauro. La humedad
de los largos pasillos, el eco del continuo goteo y del agua escurriendo me
insectos que huían a mi paso. Mis manos además de mi ropa estaban llenas
mano para distinguir las líneas que añadía sobre un papel, trazos indispensa-
bles para confirmar o corregir el mapa de nuestra ruta. Intuíamos que esas cor-
tas excursiones eran solamente el umbral de una ciudad ignota que estábamos
sólo me parecía que deliraba, pero presté atención cuando habló de los expe-
sueño durante varias noches en el que recorría un espacio vacío. Una especie
“No pienses en nada más que en el movimiento de tus piernas y tus manos,”
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me dijo, “en cómo tus pies se posan brevemente sobre el suelo.” De manera
siquiera era una línea continua. No existía el camino, sólo estaba yo y el cielo
oscuro, despejado; a mis lados podía sentir extenderse un territorio sin límites,
fuerza y me detuvo.
en su periplo por las diferentes carreras. Julián era el único que sabía sobre
convenció de las habilidades de Julián, de que sería más seguro ir los tres que
sólo él y yo.
En esos días dejé de ir por completo a clases aunque estaban cerca los
los estudios. Pretexté a mi profesor que mi madre estaba enferma y debía ayu-
Ese sábado desperté otra vez inquieto. Era temprano, así que traté de
dormir de nuevo pero sólo conseguí dar vueltas por la cama, agitado. Cerré los
rayos del sol cruzaban nítidos el lecho cristalino. Una línea oblicua luminosa dio
una visión esmeralda a profundidad. La evocación fue tan clara que me sentí
Preparé mis cosas y durante la tarde hablé por teléfono un par de veces
dije que me quedaría con él esa noche para salir a acampar muy temprano la
meable una brisa fresca que amortiguaba el calor intenso de la tarde anterior.
polvo del terreno baldío. Del lado opuesto, Julián se aproximaba a pie. Revisa-
posible todo aquello que no correspondiera a la vida bajo superficie. David bajó
bocanada de aire y miré la parte delantera del auto que sostenía la soga. Me
deslicé experto, con la habilidad que me habían dado las prácticas de prueba.
El primer tramo del túnel era bajo y angosto por lo que caminamos largo
rato encorvados hasta saltar a un altillo. El techo ganaba altura, pero la vereda
por la que podíamos andar era imprecisa. David, al tener más equilibrio y elas-
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ticidad, iba a la vanguardia dando indicaciones del camino. La linterna alum-
braba poco, así que sólo la utilicé para mirar el mapa. Nos acostumbramos
por cuánto tiempo más caminamos. Debió haber sido por horas. En medio de la
de todo lo que habitara en esa larga cueva. Creo que estábamos sobre todo
cansar. El agua con barro que escurría por el suelo ni siquiera cubría nuestro
calzado. Del boquete de luz que daba al exterior apenas distinguí el ruido de
los autos. Era domingo, probablemente cerca de las doce. Un día de verano a
esa hora, eran pocos los que se aventuraban a transitar por las calles. Julián
repartió las barras energéticas. Comimos sólo una para extender en lo posible
lián miró a David para tener su aprobación. Él iba a protestar, pero debió
haberme visto un poco débil porque no dijo nada. Sentía los músculos entumi-
pared y luego se sentó sobre el suelo húmedo. Nuestras voces, junto con el
tir los varios caminos que se nos presentaban. David estaba serio, pero su se-
nuestra vista. Aun así, era posible percibir toda una ciudad construida bajo tie-
rra que respiraba con exhalaciones lentas y caldeadas como un dragón ador-
sentido durante su trayecto. La humedad fría y los vapores variaban según las
que terminaba en muro y que seguramente nos comunicaba con los cruces del
metro porque el sonido metálico de las aspas de los trenes contra las vías era
más claro, estridente, y el movimiento de los vagones sacudía con más fuerza
la construcción en la que estábamos. El estremecimiento de las paredes me
llegaba a todos los músculos, inclusive a los del rostro. Reíamos ante lo nuevo
que experimentábamos —el blancor de los dientes de David y Julián era lo úni-
nos comunicara con el resto de la ciudad. Nuestro propósito era llegar a los
mos una entrada amplia donde escurría menos agua. Julián y yo nos instala-
mos. Por la excitación tal vez, David parecía no estar cansado. Me pidió el pla-
no de ruta y dijo que haría una pequeña excursión a los alrededores para
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ubicar el trayecto. Me quedé dormido por no sé cuánto tiempo. Tuve otra vez el
sueño sobre el espacio oscuro sin bordes. Luego de caminar sobre el sueño
una idea clara de si estaba aún soñando o no. Sentí el cuerpo entumido por
sos. Julián aún dormía y David no estaba cerca. Me levanté, estiré brazos y
que en el último tramo cargó David. La había dejado cerca de nosotros. Saqué
de ahí una botella de agua y algo para comer más por ocio que por hambre.
adivinaba que hacía pesas. No era robusto, pero aun así me parecía que sus
que a mí. Oía casi imperceptible una lluvia quizá ligera en un sector lejano de
escuchar eran los pasos de David. Esperamos en un lapso que me pareció lar-
go. Nos alertó primero el chillido, luego el recorrido que nos constató la presen-
cia de decenas de ratas corriendo de sur a norte. Por suerte nosotros nos en-
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contrábamos en un altillo y sólo pudimos sentirlas pasar abrazados de nuestras
rodillas, hechos ovillo. Algo ocurría del otro lado. Propuse a Julián que caminá-
ramos en la misma dirección que los roedores. La precipitación del agua se oía
más cercana y más fuerte. Era momento de salir, no importaba por qué verte-
puesto que David se había llevado la linterna junto con el mapa. Íbamos por
rutas erróneas que nos hacían desandar el camino y elegir otras que en nada
nos aseguraban que fueran las correctas. Debía ser de noche porque ninguna
luz externa me guiaba hacia una posible salida. El agua se deslizaba rápido por
no lo dije. El agua nos hacía avanzar más lento y teníamos menos percepción
del suelo. Julián tropezó con una hendidura y se lastimó un tobillo. Lo ayudé a
incorporarse. Tomé la mochila y busqué un sitio en alto donde poder sentarnos.
mentos, tal vez. Orines. Alguien o algunos habitaban allí y habían estado hacía
unas horas porque el hedor de los desechos era reciente. Seres de subterrá-
neos que fantaseé escuálidos con los ojos grandes abiertos más de lo huma-
namente posible, con las órbitas oculares perdidas por los tóxicos inhalados.
te tiempo atrás de imaginarnos este mundo bajo nosotros. Desde mucho antes
territorio habitado, otorgando nombres y trazando rutas que sus nativos habían
hecho de antemano sin mapa, brújula o linterna, sólo con la memoria del reco-
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rrido cotidiano. Éramos la calca borrosa de los conquistadores españoles sobre
tros, pero perdí enseguida el rumbo que tomó en medio de aquella oscuridad.
hasta encontrar una salida. El sonido del temporal era más intenso. La lluvia
via apagaba nuestros llamados. Julián se reintegró para seguir con la búsque-
da. Tomé la mochila y al poco rato comencé a sentirla con más peso, la co-
rriente había alcanzado altura hasta la mitad de mi espalda. La solté creyendo
que no era indispensable. Sólo saqué de ahí la soga con la que nos sujetaría-
Finalmente adiviné por el sonido más claro de los autos una salida. Co-
para que abriera la boca de metal. Hicimos varios intentos pero no lograba
pude cargarlo por mucho tiempo. Probé sin conseguirlo, yo subido a él. El agua
iba en ascenso, le dije que sería mejor buscar otra salida, aquella por donde los
roedores y los nativos lo habían hecho, pero cuál. Debía estar cerca. Sin em-
bargo, por el sentido que tomaba la corriente adivinaba que había varios con-
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ductos. Teníamos que ser rápidos. De pronto dejamos de caminar para ser
arrastrados por la corriente. Los conductos perdieron altura o era yo el que flo-
taba más allá de mi propia estatura, porque el techo estaba a unos palmos de
hundió por el peso del tirón. Me sobrepuse pese a que Julián estaba asido a
rastreando. Julián me pidió que no lo dejara solo pero creí que así perderíamos
tramo encontré varias rendijas, sin embargo eran demasiado pequeñas para
ción por la corriente espesa que llevaba pedazos de basura y restos de anima-
cance, eso me hizo tener una esperanza. Pronto me topé con un muro. Temí
estar en un falso camino, así que deduje que había nadado en círculo y que me
sin rumbo. Mis sentidos estaban embotados por el continuo golpear del agua-
para guiarme por el eco de mi voz, pero no pude sacar ningún sonido. En lugar
hasta agotar mis fuerzas. Allí estaba, indefenso ante aquellos corredores oscu-
ros que nos habían derrotado. Su minotauro parecía cobrar por fin su tributo en
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una contienda mal jugada por nosotros. El agua llegaba en oleadas, chocaba
te. Traté de calmarme pensando en el río subterráneo a donde iría cuando todo
de las aguas donde habían estado los exploradores. Cerré los ojos para atraer
cada vez más lejano porque, vencido, solté la cuerda que nos ayudaría a salir a
MISTER WHITE
tros de calle que separan su casa de la tienda del chino, sin que necesariamen-
do. Él mismo talló con su mano sana su rústico bastón de palo de guayaba,
pero siempre más rápido que él, los caminantes, bicicletas, patines, patinetas,
perros, autos y buses que le arrojan nubes de polvo o ráfagas de barro, según
lluvia decolora cada día esas bardas tan bien pintadas en la navidad pasada.
de aquí, los akee del vecino de allá o la cabeza de guineo patriota del vecino
de acullá.
que reviven en dos postales y tres tarjetas al año, o de vez en cuando surgen
como voces lejanas que le hablan por el hilo telefónico, acerca del frío que
hace en los “states”. Siempre finalizan la llamada con promesas de pronto re-
tencia: a ver quién llega primero a la tienda del chino, y le apuesta una cerveza
bien fría. Mister White espanta la nube de recuerdos; le hacen apretar los dien-
tes. Murmura que acepta aunque ya no toma cerveza. Varios vecinos escuchan
cho se adelanta de un salto, con una piedra marca en la calle el punto de parti-
casa de una amiga, a la que le prometió enseñarle sus trofeos deportivos. Lue-
te sentado donde siempre, sobre una caja de sodas vacía con un refresco a medio
consumir en la mano y una sonrisa de oreja a oreja. El muchacho paga sin chistar la
cuenta, obedece la señal que el viejo le hace para que se siente en otra caja junto a
él, y escucha en silencio, al igual que los otros parroquianos, como Mister White –
negro impedido jubilado de la Zona– les cuenta muy lentamente, subrayando las
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VERANERA MORADA
gritarme:
–¡Oiga, dice don Fede que lo está esperando, para tomar café…!
llos de cemento bajo un techo de tejas coloradas, que un abuelo santeño mol-
–¡Qué bueno está el café…! ¿Quién era el tal Jacinto Morales? –pregunto.
Don Fede suspira con el último buche de café que de caliente le agua
los ojos. Me mira con sus ojos inquisitivos achicándose por el humo de la pipa.
–Es pura curiosidad. La otra vez me adelantó que él vivió en esta casa
pues –le digo, mientras le alcanzo la bacinilla para que escupa la saliva
achocolatada.
86
–Pues sabrás que la historia no es nada agradable. Jacinto Morales era
un matón que asoló las tierras altas de Chiriquí, hace bastantes años. Se le
cuando andaba tras un hombre que le debía algo y por eso quería sacarlo del
La pipa crepita. Don Fede enciende otro fósforo y nos quedamos calla-
co me contó sobre la bocaracá amarilla, una serpiente tan brava que cuando se
buscó a sol y sombra. El olor del miedo lo condujo hasta el pueblo donde éste
estaba escondido.
Morales llegó a medianoche, en medio de un temporal. Se guareció bajo
cientos de totorrones, extrañado porque cantaran en esa época del año. Algo
más lo sacó del sueño. Presentía como si una fiera lo acechaba y le pesaba su
el momento cuando la flama que encendió un cigarrillo iluminó por medio se-
gundo el rostro curtido del asesino. Los totorrones callaron al unísono. El hom-
señas y susurros le señaló una ventana trasera por donde podían escapar y
llevarse al niño que dormía en un moisés. El hombre le gesticuló que no, que la
ceder nada al niño, pues el negocio de Jacinto Morales era con él, que ella de-
irse Jacinto, regresarían por el niño o le pedirían a algún familiar que lo recogie-
el hombre conocía.
cuarto del rancho. Como una fiera buscó a su víctima. Al convencerse que no
estaba, que había escapado de su furia, quiso acallar el llanto del niño que
–Pues sí. Jacinto nunca había matado a nadie por la espalda, y menos
sino un guapo, un hombre agresivo y rencoroso que arreglaba por las malas las
que sabían le agradaba, y en una pelea de gallos era una locura apostar contra
–Ahora te cuento...
–¿Lo asesinaron?
–¿Nadie lo visitaba?
último de sus crímenes. Estaba en los puros huesos y tan débil que casi no
podía caminar.
–¿La vejez?
–No era viejo, más bien de edad madura. Me contó que su problema era
el no poder comer.
–¿Una enfermedad?
–No lo dejaban comer. Cada vez que Jacinto Morales levantaba la cuchara con
carne regresara al plato. Cada vez que iba a beber un vaso de leche el niño
riendo echaba la leche en la veranera rellena de flor blanca. Ésa que está allá.
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¿La ves? –señaló Federico, disparándome con certeza un chorro de humo.
DAVID C. RÓBINSON
(Panamá)
LA SERVILLETA
cuarto de baño. Y mientras orinaba, ella leía y releía lo escrito en el papel por el
mejor cliente de la noche anterior. Según aquel tipo, él podría sacarla de la “vi-
reiterar sus intenciones para con ella. Él estaba ebrio. Ella no. Una servilleta
90
rayada. Ella en el cuarto de baño. Ella y una servilleta arrugada y mojada. Una
Amaba tanto, con tanto fervor a su vehículo, que en sus últimos suspi-
ros, y tras el accidente automovilístico que sufrió pidió ser enterrado dentro del
mismo (o de lo que del mismo quedaba). Tal fue su última voluntad y tal se dio:
EL CABALLO ARDIENTE
savia aunque se sequen sus vetas y vaga sin rumbo buscando el sueño. Pero
el mundo gira y la arena cae desorbitando sus ojos. (Aún recuerdo la ternura de
su cuello).
muslos. Mira la sal en sus mejillas, el grito en sus pupilas y el azul en su alma.
dale de beber con tus manos el agua pura del olvido, antes de que deje de ver
las estrellas.
MANUEL CHAPUSEAUX
(República Dominicana)
PREGUNTAS
¿Quién eres tú? Preguntó ella ¿Y tú? Respondió él. Yo pregunté prime-
ro, dijo ella. Sí, pero yo lo hice con más convicción, ripostó él. Pero mi pregunta
fue más explícita, replicó ella. Y la mía más precisa y exacta, argumentó él. La
mía expresaba más, intentó ella. Pero la mía sugería más, apresuró él... En eso
estuvieron hasta que ambos olvidaron cuál había sido la pregunta que se hicie-
93
ron. Entonces se miraron en silencio y ahí, sin proponérselo, encontraron todas
sus respuestas.
BEATRIZ COCINA
(Uruguay)
UNA MARIPOSA
a la soledad.
Apoyó su mano sobre el vidrio con tal timidez que la mariposa se posó
94
entre sus dedos. Sonrió. Intentó acariciarla.
Retiró con rapidez la mano de la ventana, inclinó la cabeza sobre los pa-
peles y se dijo:
EL ACCIDENTE
mero la boca roja, luego las mejillas blancas y finalmente los ojos delineados
da triste, un hombrecito sin más, sólo un par de ojos oscuros, nariz corriente y
IGUALDAD
ordenador dando problemas de nuevo, el dentista del niño (“¿otra vez?”, pre-
del marido, menudo día, qué había de cenar, preguntó él, tras dejarse caer en
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ÍNDICE
LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS
CUENTOS IBEROAMERICANOS:
99
100
MARTÍNEZ GIL, José Víctor (México, 1967). Premio Iberoamericano “Chamán” / España/México 2005. Premio
Comunicarte / Uruguay 2009. Medalla de Honor del CELCIT entregada en Almagro / Ciudad del Teatro / Espa-
ña 2011. Uno de los más prestigiosos artistas contemporáneos de lo oral, tanto para niñas y niños como para
adultos y jóvenes. Narrador oral escénico, profesor y experto internacional en oralidad y comunicación.
Escritor. Es el Director Ejecutivo de la CIINOE y de sus eventos en varios países. Es el Director Artístico de
la Compañía la Aventura de Reinventar (CIINOE). Trabaja desde hace años con Arte Promociones Artísticas
(PROMOART) en diferentes proyectos de esta gestora cultural y, entre otras instituciones, colabora con los
Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, con Entrebastidores, con el Máster Arteterapia del Instituto de Socio-
logía y Psicología Aplicadas, y con la Universidad Complutense de Madrid... Ha sido Jurado de Premios Inter-
nacionales de Oralidad o Literatura, y recientemente del Concurso Literario Bonaventuriano de Poesía y Cuen-
to de la Universidad de San Buenaventura – Cali, Colombia, de cuyo libro 2010 escribió el prólogo, y del
Concurso Literario Internacional “Ángel Ganivet” de la Asociación de Países Amigos, Finlandia. Ha desbordado
de público teatros, salas, de la Península y Canarias, de Valladolid a Madrid, de León a Málaga, de Albacete a
Cuenca, de La Palma a Zaragoza, de San Lorenzo de El Escorial a Barcelona… Participando con gran brillan-
tez en otras acciones en Bilbao, Salamanca, San Sebastián… Ha narrado con éxito tanto en España y México
como en Alemania; Argentina, Finlandia, Italia, Suiza, Uruguay, Venezuela… En México y Suiza en espacios
como la Sala “Manuel M. Ponce” del Palacio de Bellas Artes de México y la Maison de Quartier de la Junction
(Ginebra). En Madrid, codirigido por Francisco Garzón Céspedes, ha triunfado en el Teatro Fernán Gómez /
Centro de Arte, en Casa de América (Clausura del Aula Iberoamericana para los Niños ante el Cuerpo Di-
plomático) –donde de nuevo en el 2011 desbordó de público su Auditorio con el espectáculo Cuentos y Jue-
gos- y en el Instituto de Lenguaje y Desarrollo; en las aulas magnas de la Universidad Complutense de Madrid
–donde ha codirigido un curso de extensión durante ocho años y una Muestra desde 1998 hasta la actualidad-
y de la Carlos III, y por tres años en las Galas de los Cursos de Verano de la UCM en El Escorial. Televisión y
radio lo han entrevistado numerosas veces y dedicado espacios a sus narraciones: del Informativo Telenoticias
/ TELEMADRID a Radio Exterior de España, de TVE2 a Radio Nacional, y más recientemente en Miradas 2 de
TVE. Ha realizado viajes para impartir cursos y presentarse, u otros de investigación sobre la oralidad, a: Ale- 101
mania, Argentina, Finlandia, Francia, Inglaterra, Italia, Marruecos, Portugal, Suiza, Túnez, Uruguay, Venezuela
y por España. Con frecuencia cuenta en los colegios e institutos de enseñanza media españoles o con las
universidades, siempre con éxito. Ejerció de anfitrión de la Muestra (NOE) en el Festival Internacional de las
Artes de Albacete 2007. Hace poco fue incluido con varios textos en la Antología Mil y un cuentos de una
línea, Aloe Azid, Thule Ediciones, Barcelona, y en La Pájara Pinta de la Asociación Prometeo de Poesía (Es-
paña). Ha publicado los libros de hiperbrevedades y brevedades narrativas La línea entre el agua y el aire y La
solidez de lo invisible, y los cuadernos Diecisiete veces ja –con los textos traducidos al italiano y al inglés– y
Contando los dedos del ciempiés. Y en fecha reciente fue incluido en un número antológico sobre microficción
iberoamericana de Asfáltica (México). Ha dado conferencias, participado en mesas redondas y coloquios o
presentado espectáculos, de la Biblioteca Nacional (Uruguay) al Ateneo Español (Suiza), del Instituto de Len-
guaje y Desarrollo (Madrid) a la Capilla Alfonsina de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes INBA /
CNCA (México) y a las Embajadas de México (Uruguay, Alemania, España). Y, entre mucho más, en el 2009,
el Primer Encuentro Nacional de la Oralidad a la Lectura / Uruguay, del Centro Nacional Comunicarte, aseso-
rado por la CIINOE, giró en torno a sus tres cursos, presentaciones, conferencias…), ocasión en que recibió el
Premio Comunicarte 2009 a la Oralidad y la Comunicación. En el 2010 participó contando en eventos interna-
cionales como la Convención Gobernanza de Ciudades por el Mediterráneo de la Fundación Baile de Civilizacio-
nes y la Comuna de Cagliari en Cerdeña, inaugurando con sus historias el Congreso por la Paz de ese evento
junto a Francisco Garzón Céspedes, y en el reconocido Festival Berliner Märchentage donde contó, además de
en la Embajada de México en Alemania con adultos, con niñas y niños y adolecentes, en el Instituto Latinoameri-
cano de la Universidad Libre de Berlín. En el 2010 cerró con un espectáculo las celebraciones del Bicentenario
(Independencia) y el Centenario (Revolución) en el Instituto de México en Madrid. En el 2011 se presentó en el
Auditorio de Caixa Forum dentro de la celebración del III Aniversario de la Fundación Baile de Civilizaciones y en
el Espacio Fuentetaja de la Librería Fuentetaja dentro de “Contar con Madrid”, así como en la Feria del Libro de
Madrid con la UCM. En el 2011 el CELCIT, por su 35 Aniversario, además de otorgarle su Medalla, lo nombró
en España, Miembro Honorario. La prensa y la crítica le han dedicado elogios tales como: “enloqueció al públi-
co e hizo que la sala se volcara”. Cuenta y es divertido, entrañable e impactante.
102
TÍTULOS EDITADOS EN LA COLECCIÓN
LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS
Números extraordinarios
104
105
OTRA DIMENSIÓN DE LA COLECCIÓN GAVIOTAS DE AZOGUE
Número Extraordinario X
ANTOLOGÍA DE CUENTOS IBEROAMERICANOS EN VUELO
Selección de José Víctor Martínez Gil
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