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UNIDAD 5
TEORÍA GENERAL DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL
Concepto:
Desde tiempos muy antiguos el hombre experimentó una reacción lógica
ante la producción de daños que repercutían sobre su persona o bienes. Naturalmente ese rechazo
no siempre fue homogéneo, a punto tal que con el devenir de los años fue depurándose, hasta
asumir un contenido netamente patrimonial.
La producción de un detrimento genera un desequilibrio en todo el orden
social. Esa alteración debe ser corregida y hacia ese objetivo se orienta la responsabilidad civil, que
aparece como una consecuencia lógica y natural de todo daño causado injustamente, y como la
solución más acorde posible orientada al restablecimiento de aquel equilibrio alterado.
Las divergencias que se presentan para definir la responsabilidad civil no son
meramente terminológicas y atañen a la esencia misma de la obligación de resarcir. En nuestro
tiempo aparecen dos factores de atribución principalísimos, que se disputan el fundamento de la
responsabilidad civil: la culpa y el riesgo creado.
Pizarro, entiende que la responsabilidad civil es la obligación de resarcir
todo daño injusto causado por otro. Este contexto se explica en los siguientes términos:
En primer lugar, es menester que siempre exista un daño causado. No hay
responsabilidad civil sin daño patrimonial o extra patrimonial que se haya causado.
Ese daño debe ser injusto, lo cual no necesariamente debe provenir un acto
ilícito atribuible a la culpa de un autor. Existe responsabilidad por hechos lícitos. El carácter injusto
del daño determina que no sea la víctima quien deba soportarlo, y justifica su pretensión resarcitoria
en contra del responsable.
La obligación de resarcir el daño causado tiene una función esencialmente
reparadora. Y debe orientarse fundamentalmente hacia la situación de la víctima. En nuestro
sistema de derecho privado vigente rige el principio de la reparación integral, mediante el cual el
derecho busca recomponer, en lo posible, la situación de la víctima al estado anterior de sufrir el
detrimento.
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modernas de Occidente ha sido fundamental, a punto que bien puede reconocerse en nuestro
tiempo la existencia de un verdadero “sistema romanista” de derecho. Al hacer referencia al
derecho romano con miras al análisis de la institución que nos ocupa resulta necesario tener en
cuenta que el campo de estudio se extiende por un lapso de más de mil años, con las inevitables y
lógicas mutaciones que se produjeron en el devenir del tiempo.
La realidad social exige una permanente adecuación del derecho a las
necesidades de una comunidad cada vez más compleja.
Los romanos, con gran sentido práctico, comprendieron esa realidad y
procuraron en todo momento evolucionar hacia soluciones justas. Experimentaron una reacción
lógica frente a hechos que generaban daños a terceros. En un primer momento, ante la producción
de un daño surgió una instintiva reacción de venganza, que al comienzo no guardaba relación entre
la ofensa y el castigo, luego, aparece la llamada “época del Talión”, en donde se debía penar “ojo
por ojo” y “diente por diente”. Había un verdadero “derecho” del ofendido sobre la persona del
ofensor, lo cual demandaba, en la mayoría de los casos, una represión violenta.
Un primer síntoma de evolución se advirtió cuando la víctima, de común
acuerdo con el ofensor, aceptaba recibir de éste una suma de dinero, que no tenía carácter
indemnizatorio, porque constituía una pena impuesta al ofensor. Recién en el período clásico se llego
a distinguir la pena del derecho de la víctima a obtener un resarcimiento.
La Ley de las XII Tablas (451 a.C.) fue la que rigió durante siglos la vida de
relación de los romanos. Según este instrumento todo daño causado injustamente, cualquiera fuera
la manera que se realizaba, caía en el ámbito de la sanción, faltando un principio general de
responsabilidad civil que contemplara la solución de numerosas hipótesis no reguladas dentro del
casuismo legal.
La Ley Aquilia (284 a.C.) es una ley surgida con la finalidad de lograr una
represión razonable y adecuada contra los autores de ciertos daños. Incorporó un nuevo delito: el
“daño injustamente causado”, confiriendo a la víctima una acción contra el dañador que tenía por
objeto el monto del perjuicio. Algunos autores sostienen que en esta ley se exige, por primera vez un
factor de atribución subjetivo de carácter intencional: la culpa del agente para la aplicación de una
sanción.
Durante la Edad Media se logra un paso importante. Se distinguió
conceptualmente la responsabilidad civil de la penal. La influencia del cristianismo se hizo sentir en
el pensamiento jurídico, que se orientó a la consideración de aspectos subjetivos, hacia el reproche
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moral como condición necesaria para el resarcimiento de todo daño. En esta época, tampoco existe
un sistema general de responsabilidad civil y mucho menos, sustentado en la idea de culpa, que
sigue teniendo un papel secundario.
Hacia el siglo XVII el derecho comenzó a experimentar una profunda
transformación por obra de la influencia del derecho canónico y del pensamiento jus naturalista
racionalista. Dos son los progresos que se advierten: a) la admisión creciente del elemento
intencional (culpa) al lado de la mera causalidad objetiva; b) la distinción neta entre pena pública e
indemnización de daños y perjuicios, de carácter privado. Se destaca en este período el aporte
realizado por DOMAT, que constituyo el antecedente fundamental del Código Civil Francés. A partir
de este autor, el centro de la cuestión no está en la idea de daño, ni tampoco en la víctima; se ha
desplazado hacia el dañador, que sólo responde si puede reprochase dolo o culpa en su conducta.
La responsabilidad se nutre de un sustento subjetivista.
La historia del derecho civil habría de tener un hito de extraordinaria
importancia a comienzos del siglo XIX: la sanción del Código Civil Francés en 1804. Este cuerpo
legislativo que ejerció sobre legislaciones posteriores una gran influencia consagró normativamente
las ideas de Domat en materia de responsabilidad civil (“pas de responsabilite san faute”: no hay
responsabilidad si culpa).
Con posterioridad, habrían de producirse profundas transformaciones
sociales y económicas, generadas por la irrupción del proceso de industrialización, que obligaron a
replantear la cuestión, toda vez que la culpa, como fundamento exclusivo de la responsabilidad
civil, se mostraba insuficiente para el logro de soluciones justas.
Surgieron entonces, nuevas doctrinas con el propósito de fundamentar la
responsabilidad sobre la base de factores objetivos de atribución (primero en la legislación laboral y
luego en la civil), pudiendo citarse muy especialmente la teoría del riesgo creado.
Las modernas corrientes del derecho de daños parecen inclinarse en nuestro
tiempo hacia un propósito definido socializar los riesgos, mediante la adopción de sistemas de
seguridad social, que garantizan la reparación del daño a la víctima, con prescindencia de todo
elemento subjetivo y de su mayor o menor solvencia patrimonial.
TEORÍAS SOBRE EL FUNDAMENTO DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL
¿Cuál es la razón para justificar la obligación de reparar el daño causado?
Existen distintas corrientes de opinión que han intentado brindar una solución al problema.
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provisoria, obligaciones de dar, hacer o no hacer, según corresponda; debe ponderar los criterios de
menor restricción posible y de medio más idóneo para asegurar la eficacia en la obtención de la
finalidad (art. 1713 CCC).
Finalmente, el art. 1714 del C.C.C. regula lo que se denomina la punición
excesiva, disponiendo que “si la aplicación de condenaciones pecuniarias administrativas, penales o
civiles respecto de un hecho provoca una punición irrazonable o excesiva, el juez debe computarla a
los fines de fijar prudencialmente su monto”. Asimismo, en este supuesto el juez puede dejar sin
efecto, total o parcialmente, la medida (art. 1715 CCC -Facultades del juez. En el supuesto previsto
en el artículo 1714 el juez puede dejar sin efecto, total o parcialmente, la medida-).
También luego de tratar la función preventiva, el nuevo cuerpo normativo se
ocupa de una de las funciones primordiales de la responsabilidad civil: la resarcitoria. En el artículo
1716 se unifica la responsabilidad civil contractual y extracontractual, abandonando el sistema dual
del Código velezano. Esta disposición que establece respecto del deber de reparar, que es la
consecuencia jurídica de dicha función, que: “Deber de reparar. La violación del deber de no dañar
a otro, o el incumplimiento de una obligación, da lugar a la reparación del daño causado, conforme
con las disposiciones de este Código”.
EL ACTO ILÍCITO CIVIL.
Noción.
Según Borda es todo acto contrario a la ley, atribuible a una persona por
culpa o por dolo y que ocasiona un daño.
Para que el acto ilícito genere responsabilidad, dentro de nuestro sistema
jurídico, es menester la presencia de cuatro elementos:
1. Antijuridicidad
2. Culpabilidad
3. Daño patrimonial o moral
4. Relación de causalidad entre el hecho y el daño.
Desde el punto de vista tradicional, puede decirse que, en principio, no existe
acto ilícito punible (o que de lugar a resarcimiento) sin que medie culpabilidad en el agente, hoy
como venimos viendo, se han presentado una serie de otras circunstancias que pueden generar
responsabilidad con independencia de la existencia de culpa, como es el caso del “riesgo creado”.
DIFERENCIA CON LOS ACTOS ILÍCITOS DEL DERECHO PENAL.
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cuenta las condiciones del lugar y aunque medie autorización administrativa para aquéllas. Según
las circunstancias del caso, los jueces pueden disponer la remoción de la causa de la molestia o su
cesación y la indemnización de los daños. Para disponer el cese de la inmisión, el juez debe ponderar
especialmente el respeto debido al uso regular de la propiedad, la prioridad en el uso, el interés
general y las exigencias de la producción”.
2) FACTORES DE ATRIBUCIÓN:
En el Derecho Privado cabe distinguir, según como se producen:
Daños por el hecho del hombre (responsabilidad por el hecho propio):
Daños por el hecho de las cosas. Abarca todos aquellos supuestos en los
cuales una cosa interviene activamente en la producción del daño, escapando al control de su
guardián. Esta categoría admite una subdivisión:
Daños con las cosas: cuando el daño es causado por una cosa que por su
naturaleza o por el uso normal no ofrece peligro
Daños producidos por el riesgo o vicio de la cosa: Cuando el daño se
considera causado por una cosa que por su naturaleza, estado o modo de utilización engendra
riesgos a terceros.
Elemento subjetivo de atribución (Responsabilidad directa o por el hecho
propio)
Para la doctrina de la responsabilidad clásica (Orgaz: La Culpa) no basta la
atribución material del daño para originar la responsabilidad del agente, porque el derecho no
considera al individuo humano como mera fuerza física, sino como persona, esto es como ser capaz
de conducta, en otros términos, de actos en que se traduce su esencia espiritual. Es necesario
también atribuir moralmente el hecho al sujeto. La relación entre la persona y su acto, presupone un
sujeto capaz de voluntad, en general, y que en el caso concreto esa voluntad no haya sido
trastornado por circunstancias anómalas e inevitables.
Imputabilidad Es el presupuesto o primera condición, previo a indagar la
culpabilidad, se refiere a la capacidad genérica o abstracta para realizar actos voluntarios. El sujeto
puede carecer de ellas por circunstancias de edad, de salud mental, etc.
Las causales de inimputabilidad están contempladas en el art. 261: “Es
involuntario por falta de discernimiento: a) el acto de quien, al momento de realizarlo, está privado
de la razón; b) el acto ilícito de la persona menor de edad que no ha cumplido diez años; c) el acto
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lícito de la persona menor de edad que no ha cumplido trece años, sin perjuicio de lo establecido en
disposiciones especiales”.
Culpabilidad. Es la relación que existe entre el querer del agente y su acto. Es
una conducta espiritual del agente, desaprobada por la ley (Von Thur). Es la atribución moral de un
resultado dañoso a su autor. Existen dos formas de culpabilidad: culpa en sentido estricto y el dolo.
Culpa y dolo.
La culpa se caracteriza, negativamente, por la falta de propósito o intención
de dañar y, positivamente, por la imprevisión de un daño que era previsible para el agente, o por la
omisión de diligencias necesarias que las circunstancias imponían para evitarlo.
Existen tres versiones de la culpa en sentido estricto: la negligencia (omisión
de prever lo que era previsible), imprudencia (el agente tomo todas las precauciones aconsejadas, y
no siendo estas suficientes para evitar el daño previsible se decidió, no obstante a la acción con la
esperanza de que el daño no se produjese, se asume en forma conciente un riesgo extraordinario), y
la impericia (se omite aplicar las reglas del arte o profesión).
El dolo se caracteriza porque el autor del acto contrario a derecho lo realiza a
sabiendas (conciencia de ilicitud) con intención de dañar a la persona o los derechos de otro.
El CCC define en el art. 1724: Factores subjetivos. Son factores subjetivos de
atribución la culpa y el dolo. La culpa consiste en la omisión de la diligencia debida según la
naturaleza de la obligación y las circunstancias de las personas, el tiempo y el lugar. Comprende la
imprudencia, la negligencia y la impericia en el arte o profesión. El dolo se configura por la
producción de un daño de manera intencional o con manifiesta indiferencia por los intereses ajenos.
La responsabilidad puede basarse tanto en factores subjetivos cuanto
objetivos, estableciendo como norma residual, que ante la ausencia de la ley, el factor de atribución
es la culpa. Ambos factores hoy tienen la misma jerarquía.
El artículo 1721 nos habla de los factores de atribución y establece que
“Factores de atribución. La atribución de un daño al responsable puede basarse en factores
objetivos o subjetivos. En ausencia de normativa, el factor de atribución es la culpa”.
En cuanto a la responsabilidad civil directa, el art. 1749 establece como,
Sujetos responsables. Es responsable directo quien incumple una obligación u ocasiona un daño
injustificado por acción u omisión.
El autor de un daño causado por un acto involuntario responde por razones
de equidad (1750, CCC). El acto realizado por quien sufre fuerza irresistible no genera
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responsabilidad para su autor, sin perjuicio de la que corresponde a título personal a quien ejerce
esa fuerza.
Si varias personas participan en la producción del daño que tiene una causa
única, se aplican las reglas de las obligaciones solidarias. Si la pluralidad deriva de causas distintas,
se aplican las reglas de las obligaciones concurrentes (art. 1751, CCC).
Finalmente, el nuevo cuerpo legal regula una figura que no estaba en el
anterior Código Civil. El supuesto del encubridor, que responde en la medida que su cooperación ha
causado daño (art. 1752 CCC).
El factor de atribución objetivo en el CCC
En las legislaciones modernas la responsabilidad objetiva ha sido acogida, sin
perjuicio del principio general de la culpa.
Esa responsabilidad asumió la forma genérica de garantía (responsabilidad
del principal por los daños de los dependientes) y, en ciertas situaciones, la más específica del riesgo.
Con esta última expresión la ley alude a un supuesto de peligro mayor que el ordinario, riesgo
significa “contingencia o proximidad de un daño”.
La teoría del riesgo creado puede ser sintetizada de la siguiente manera:
QUIEN SE SIRVE DE COSAS QUE POR SU NATURALEZA O MODO DE EMPLEO GENERAN RIESGOS
POTENCIALES A TERCEROS, DEBE RESPONDER POR LOS DAÑOS QUE ELLAS ORIGINAN.
Esta teoría responde plenamente a la concepción solidarista del derecho,
para la cual no resulta indiferente que existan daños injustamente causados sin la debida reparación
(Catan Tobeñas). También armoniza plenamente con la doctrina social cristiana que la Iglesia Católica
pregona desde hace varias décadas a través de varias encíclicas. Esta concepción fue introducida
nuestro sistema de responsabilidad por la ley 17711 y la mantiene el CCC.
Ya vimos que el artículo 1721, CCC, prescribe que la atribución de un daño al
responsable puede basarse en factores objetivos o subjetivos.
La nueva legislación civil y comercial establece que el factor de atribución es
objetivo cuando la culpa del agente es irrelevante a los efectos de atribuir responsabilidad. En
tales casos, el responsable se libera demostrando la causa ajena, excepto disposición legal en
contrario (1722, CCC Factor objetivo. El factor de atribución es objetivo cuando la culpa del agente
es irrelevante a los efectos de atribuir responsabilidad. En tales casos, el responsable se libera
demos-trando la causa ajena, excepto disposición legal en contrario).
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el hecho dañoso acaece en ejercicio o con ocasión de las funciones encomendadas. La falta de
discernimiento del dependiente no excusa al principal. La responsabilidad del principal es
concurrente con la del dependiente.
No todo hecho del dependiente compromete la responsabilidad del principal.
Es menester que haya una relación entre las tareas encomendadas o permitidas y el hecho dañoso
(el daño debe haber sido producido por el dependiente en ejercicio o en ocasión de sus tareas o
funciones. Según Borda la responsabilidad del principal debe admitirse siempre que haya una
razonable relación entre las funciones y el daño. Condiciones de la responsabilidad:
a) que haya una relación de dependencia entre el responsable y el autor del
daño,
b) que el daño haya sido cometido con motivo del trabajo,
c) que el daño haya sido originado en un hecho ilícito, es decir que debe
mediar dolo o culpa del dependiente.
ARTICULO 1754.- Hecho de los hijos. Los padres son solidariamente
responsables por los daños causados por los hijos que se encuentran bajo su responsabilidad
parental y que habitan con ellos, sin perjuicio de la responsabilidad personal y concurrente que
pueda caber a los hijos. ARTICULO 1755.- Cesación de la responsabilidad paterna. La
responsabilidad de los padres es objetiva, y cesa si el hijo menor de edad es puesto bajo la vigilancia
de otra persona, transitoria o permanentemente. No cesa en el supuesto previsto en el artículo 643.
Los padres no se liberan, aunque el hijo menor de edad no conviva con ellos, si esta circunstancia
deriva de una causa que les es atribuible. Los padres no responden por los daños causados por sus
hijos en tareas inherentes al ejercicio de su profesión o de funciones subordinadas encomendadas
por terceros. Tampoco responden por el incumplimiento de obligaciones contractuales válidamente
contraídas por sus hijos.
ARTICULO 643.- Delegación del ejercicio. En el interés del hijo y por razones
suficientemente justificadas, los progenitores pueden convenir que el ejercicio de la responsabilidad
parental sea otorgado a un pariente, sin perjuicio de lo establecido en el artículo 674. El acuerdo con
la persona que acepta la delegación debe ser homologado judicialmente, debiendo oírse
necesariamente al hijo. Tiene un plazo máximo de un año, pudiendo renovarse judicialmente por
razones debidamente fundadas, por un período más con participación de las partes involucradas.
Los progenitores conservan la titularidad de la responsabilidad parental, y mantienen el derecho a
supervisar la crianza y educación del hijo en función de sus posibilidades.
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El CCC también ha incorporado una norma similar a la del art. 902 del código
de Vélez y este dispositivo es importante pues apunta a la situación particular de cada uno de los
sujetos que provocan un daño y así el artículo 1725, dice Valoración de la conducta. Cuanto mayor
sea el deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor es la diligencia
exigible al agente y la valoración de la previsibilidad de las consecuencias. Cuando existe una
confianza especial, se debe tener en cuenta la naturaleza del acto y las condiciones particulares de
las partes. Para valorar la conducta no se toma en cuenta la condición especial, o la facultad
intelectual de una persona determinada, a no ser en los contratos que suponen una confianza
especial entre las partes. En estos casos, se estima el grado de responsabilidad, por la condición
especial del agente.
Cuando se trata de responsabilidad derivada de un incumplimiento
contractual, el art. 1728, en lo que atañe al nexo causal y las consecuencias por las que se responde,
dice: “Previsibilidad contractual. En los contratos se responde por las consecuencias que las partes
previeron o pudieron haber previsto al momento de su celebración. Cuando existe dolo del deudor,
la responsabilidad se fija tomando en cuenta estas consecuencias también al momento del
incumplimiento”.
La nueva legislación ha regulado en forma sistemática las eximentes que
interrumpen el nexo causal: hecho del damnificado, caso fortuito y hecho de un tercero. Veamos que
dicen las normas:
ARTICULO 1729.- Hecho del damnificado. La responsabilidad puede ser
excluida o limitada por la incidencia del hecho del damnificado en la producción del daño, excepto
que la ley o el contrato dispongan que debe tratarse de su culpa, de su dolo, o de cualquier otra
circunstancia especial.
ARTICULO 1730.- Caso fortuito. Fuerza mayor. Se considera caso fortuito o
fuerza mayor al hecho que no ha podido ser previsto o que, habiendo sido previsto, no ha podido ser
evitado. El caso fortuito o fuerza mayor exime de responsabilidad, excepto disposición en contrario.
Este Código emplea los términos “caso fortuito” y “fuerza mayor” como sinónimos.
ARTICULO 1731.- Hecho de un tercero. Para eximir de responsabilidad, total
o parcialmente, el hecho de un tercero por quien no se debe responder debe reunir los caracteres
del caso fortuito.
A los fines de explicitar un tema que resulta sumamente empírico y
casuístico, se suministran algunos ejemplos que aporta la doctrina:
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resultaban previsibles (caso del hijo que fallece y frustra la expectativa de ayuda que pudieran tener
sus padres para su vejez), como así también el daño estético (cuando la afección física, produce,
además de un daño moral, alguna consecuencia en la actividad de la víctima, caso de la modelo que
sufre una lesión en su rostro, lo que perjudica su profesión), tales variantes se conocen como lucro
cesante.
Art. 1737, “Concepto de daño. Hay daño cuando se lesiona un derecho o un
interés no reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga por objeto la persona, el patrimonio, o
un derecho de incidencia colectiva.
Art. 1738, “Indemnización. La indemnización comprende la pérdida o
disminución del patrimonio de la víctima, el lucro cesante en el beneficio económico esperado de
acuerdo a la probabilidad objetiva de su obtención y la pérdida de chances. Incluye especialmente
las consecuencias de la violación de los derechos personalísimos de la víctima, de su integridad
personal, su salud psicofísica, sus afecciones espirituales legítimas y las que resultan de la
interferencia en su proyecto de vida”.
Art. 1739, “Requisitos. Para la procedencia de la indemnización debe existir
un perjuicio directo o indirecto, actual o futuro, cierto y subsistente. La pérdida de chance es
indemnizable en la medida en que su contingencia sea razonable y guarde una adecuada relación
de causalidad con el hecho generador.
Art. 1740, “Reparación plena. La reparación del daño debe ser plena.
Consiste en la restitución de la situación del damnificado al estado anterior al hecho dañoso, sea por
el pago en dinero o en especie. La víctima puede optar por el reintegro específico, excepto que sea
parcial o totalmente imposible, excesivamente oneroso o abusivo, en cuyo caso se debe fijar en
dinero. En el caso de daños derivados de la lesión del honor, la intimidad o la identidad personal, el
juez puede, a pedido de parte, ordenar la publicación de la sentencia, o de sus partes pertinentes, a
costa del responsable”.
Indemnización de las consecuencias no patrimoniales (daño moral)
El CCC no habla más de daño moral, porque ahora regula este último bajo la
denominación de indemnización de las consecuencias no patrimoniales.
El artículo 1741 al regular estas últimas dice: “Indemnización de las
consecuencias no patrimoniales. Está legitimado para reclamar la indemnización de las
consecuencias no patrimoniales el damnificado directo. Si del hecho resulta su muerte o sufre gran
discapacidad también tienen legitimación a título personal, según las circunstancias, los
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ascendientes, los descendientes, el cónyuge y quienes convivían con aquél recibiendo trato familiar
ostensible. La acción sólo se transmite a los sucesores universales del legitimado si es interpuesta
por éste. El monto de la indemnización debe fijarse ponderando las satisfacciones sustitutivas y
compensatorias que pueden procurar las sumas reconocidas.
Este daño no patrimonial (moral) importa una minoración en la subjetividad
de la persona derivada de la lesión a un interés no patrimonial.
Se trata de una modificación disvaliosa del espíritu, en el desenvolvimiento
de la capacidad de entender, querer o sentir, consecuencia de una lesión a un interés no patrimonial,
que habrá de traducirse en un modo de estar diferente de aquel que se hallaba la persona antes del
hecho, como consecuencia de éste y anímicamente perjudicial (angustia, dolor, tristeza, etc.). Sus
requisitos son: cierto (actual o futuro), personal, lesiona un interés no patrimonial del damnificado
moral.
Tiene que ver con la afección que sufre quien ve modificada su apariencia
física (por la pérdida de un miembro, la presencia de cicatrices, etc.), que cambian su vida de relación
y la manera de afrontar la vida, a lo que se agrega el padecimiento de aquel que, consecuencia de
hecho, no puede seguir con su actividad laboral o, directamente queda postrado de por vida. No hay
que confundir con la pérdida de ingresos (que será lucro cesante), de lo que aquí se trata es del
padecimiento que sufre quien se encuentra afectado por una situación disvaliosa.
También puede suceder que del hecho se derive la muerte de la víctima, en
este caso la ley admite que ciertas personas pueden reclamar por el padecimiento que esa muerte
les produce.
En el CC esta posibilidad estaba limitada a los herederos forzosos
(ascendientes, descendientes y cónyuge -art. 1078- CC-), hoy esta limitación legal no se mantiene y
ya se encontraba en crisis pues la doctrina y jurisprudencia ampliaron la posibilidad de reclamo a a
otras personas que pueden acreditar igual o mayor afección espiritual que los mencionados (sería el
caso de hermanos, concubinos -hoy, convivientes-, novios o aquellos que demuestren una relación
con la víctima cuya desaparición física ha provocado un daño resarcible), la cuestión resulta
sumamente delicada y si bien no debe cerrarse la posibilidad de esa ampliación, también hay que
tener en cuenta que se trata de un daño intangible que, en definitiva, queda librado la prudente
arbitrio judicial, por lo que debe ser muy cauto el avance que sobre el punto llegara a concretarse.
Cuando del hecho no se deriva la muerte inmediata de la víctima, sino que
ésta se produce luego de un lapso de padecimiento, el reclamo por el daño moral correspondiente a
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esa circunstancia (el padecimiento de la víctima hasta el momento de su muerte), solo puede ser
continuada por los herederos cuando la acción ha sido promovida en vida por la propia víctima, de lo
contrario no es posible su iniciación, sin perjuicio de la acción que les competa como sucesores. La
acción por el padecimiento sufrido antes de la muerte de la víctima tiene carácter hereditario, el
reclamo por el daño moral motivado en la muerte del causante, es propio del heredero.
Alcances: principio de la reparación integral. Lo que se procura es, en la
medida de lo posible que se vuelvan las cosas al estado anterior al del hecho. En caso de que ello no
sea posible la cuestión se resuelve con una indemnización expresada en dinero.
El texto aludido ponía en evidencia los estrictos términos con que el
legislador decidió, en su momento, introducir la cuestión en el derecho positivo argentino (la norma
fue incorporada por la ley 17.711, sancionada, según sabemos, en el año 1968) y así se dispuso
limitar a los herederos forzosos la posibilidad de reclamar la reparación del daño moral ante el
fallecimiento de la víctima, y si bien ello en absoluto supone afirmar que hasta allí se limita el
abanico de posibles personas afectadas, ni mucho menos, lo que sucede es que, simplemente -o no
tanto-, y por una cuestión de lo que podría llamarse política legislativa, el objetivo ha sido
determinar cuáles son las personas legitimadas para reclamar una reparación de índole económica
por un sufrimiento que otras, también, pueden padecer y que el texto legal deja fuera de la
posibilidad de reclamo.
No por nada dejamos expresada la fecha (por lo demás, conocida por todos,
por la trascendencia de esa reforma) en que se incorpora la figura al CC, pues ello pone en evidencia,
cuanto menos dos cosas: por una parte que el reconocimiento jurídico -inserción legislativa
mediante-, es relativamente reciente en nuestro derecho positivo (medido en términos de evolución
de una figura legal) y, por la otra, que la sociedad -y en particular la Argentina- ha experimentado en
ese lapso (cercano al medio siglo -que no es mucho, pero sí, intenso-) numerosos y muy profundos
cambios que, en lo que aquí nos ocupa, involucran una clara modificación en la mirada, entre otras
muchas cosas, de la parejas que conviven sin estar casadas, formando, verdaderas familias
constituidas, con todo el cúmulo de afectos que es propio entre dos personas que comparten la vida
a través de un proyecto en común, más allá de que esa unión de vida no se haya visto formalizada.
Desde el punto de vista axiológico, en función de la modificación de la
plataforma fáctica que, en su momento pudo haber inspirado la norma, se produce la necesaria tarea
de interpretación que procure la vigencia del dispositivo (el trialismo en cuanto doctrina que
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propone el análisis del mundo jurídico desde los tres grandes elementos que lo integran -conductas,
normas y valores-, suministra una visión adecuada sobre la cuestión y facilita su entendimiento).
Estos profundos cambios habidos en la sociedad y, fundamentalmente, la
recepción que ha tenido en ella, conducen a pensar que, a la luz de las actuales circunstancias, la
limitación que el precepto contiene, en cuanto excluye de la posibilidad de resarcimiento a
determinadas personas, por la condición que revisten y no en función del daño sufrido, se muestra
contrario a principios resarcitorios hoy generalmente atendidos.
En esa mirada, se afecta el principio de igualdad (art. 16, CN) con la limitación
que la norma establece e “implican una disparidad de tratamiento”, toda vez que la CSJN tiene
reconocido expresamente que el derecho a la reparación del daño tiene jerarquía constitucional
(Fallos, 308:1160; 308:1109).
El resarcimiento del daño moral ha mostrado un proceso de evolución que
tiene que ver con la propia concepción de la persona y su protección jurídica, y que se traduce en la
posibilidad de admitir como circunstancias tutelables a aquéllas que antes no lo eran, siendo
menester que nos mantengamos atentos a circunstancias que, por los nuevos enfoques sobre la
sociedad, la economía y la propia visión del hombre (como sujeto y objeto del derecho, en cuanto
destinatario final de toda regulación normativa). Las miradas nuevas o distintas a las que antes se
tenían de determinadas cuestiones hacen que hoy aparezca evidenciado como una válida manera de
percibir aquello que antes no era reconocido.
Esa apertura en la concepción, en este caso resarcitoria, supone estar
(pre)dispuestos a brindar respuesta a situaciones que antes no eran atendidas, por no haber sido así
percibidas o, derechamente, ignoradas. El cambio de paradigma exige, cuanto menos, evaluar la
posibilidad de otra mirada y así, será posible evaluar la posibilidad de indemnizar por daño moral a la
persona que ha convivido con la víctima en estado de aparente matrimonio, a un hermano u otros
familiares o, incluso personas unidas por una amistad que, por las características de cada caso,
demuestren la efectiva existencia de ese daño.
Esta corriente de pensamiento ha recibido expresa recepción legislativa,
ampliándose el ámbito de la posibilidad de alcance de los sujetos activos de este reclamo, de una
manera más acorde a los conceptos actuales y, fundamentalmente, a la realidad familias actual.
Desde que la convivencia de no casados ha recibido tratamiento legislativo (Unidad 8), no reconocer
la posibilidad de resarcimiento al conviviente por la muerte injusta del otro, representada un
contrasentido insostenible.
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