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“Conflicto” y Conflictividad” en los contextos culturales latino-

americanos.

-Introducción

El presente trabajo se propone dedicar unas páginas al desarrollo y la aplicabilidad


de la Ética Intercultural -en tanto marco teórico-, en los actuales contextos
Latinoamericanos, más específicamente considerando un grupo de la juventud emergente en
la periferia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el primer cordón del Conurbano
Bonaerense, (espacio emplazado en el conjunto de las nuevas figuras urbanísticas
denominadas“Megaciudades”1).

Para atender el objetivo teórico, se explorará el alcance del modelo de análisis propuesto por
Ricardo Salas Astrain - tal como él lo describe en su texto “Ética Intercultural. Lecturas del
Pensamiento Latinoamericano”2- indagando el par de conceptos “conflicto”y
“conflictividad” y la articulación funcional que pueda existir entre ellos.

En relación con el potencial de aplicabilidad del modelo y a fin de poder aproximar las
características que emergen actualmente como lo “propiamente conflictivo” en nuestros
contextos culturales latinoamericanos, se planteará :

- Identificar los componentes emergentes que permiten que el escenario cultural


escogido pueda ser designado como “ vulnerable”, a la luz de algunas características
relevantes, intervinientes en la construcción actual de la eticidad de los “contextos
culturales conflictivos” latinoamericanos.

-identificar la peculiaridad que asumen dichas configuraciones axiológicas , signo


propio de las “megaciudades” latinoamericanas en general, en Argentina y en las periferias
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Conurbano Bonaerense en particular.

Sin intención de hacer del presente trabajo un diagnóstico sobre las actuales configuraciones
culturales en Argentina, entendemos que puede resultar provechoso introducir el tema
dedicando unas pocas líneas a desagregar , impactar y ajustar las disposiciones de los
contextos culturales latinoamericanos, sobre el recorte del escenario histórico y social de
Argentina según lo enfocaremos en este estudio.
Para ello, nos interrogaremos acerca de los aspectos comunes y particulares que presenta
este país, en tanto comunidad que aplicaría a la categoría de “contexto cultural conflictivo”3,
especialmente a partir del 2001 y luego enfocaremos el recorte específico de Buenos Aires.

1 1
Nos ajustaremos a la definición clásica de megaciudad, entendida como un área metropolitana con más de
10.000.000 millones de habitantes, una densidad poblacional de 2.000 personas por km cuadrado.
2
Salas Astraín, Ricardo; Ética Intercultural. (Re) Lecturas del Pensamiento Latinoamericano. Ediciones USCH.
Santiago, Chile. 2003.
3
Por ser parte de Latinoamérica.
Finalmente, en el marco de este propósito, y para ejemplificar los alcances de la
aplicabilidad del modelo, se aproximarán las condiciones de producción de valor que definen
el universo simbólico de aquellas “identidades emergentes” polarizadas, encarnadas en
cierto sector de la juventud pauperizada, y que irrumpen funcionalmente en este escenario de
interacción sociocultural crítica.
Adelantando una de las hipótesis centrales de este escrito, al hablar de “ escenarios de
interacción sociocultural crítica” nos referiremos a los sistemas socioculturales en los cuales
el proceso recursivo de “producción – reproducción” del valor, pierde su rol de “habilitador
cultural” y se presenta como espectáculo- tanto en el plano simbólico como institucional-
de una tensión intracultural irreductible entre las subjetividades emergentes y el sistema
sociocultural vigente, a manera de “polarización vincular ”, “iterativa, “inofensiva” y
finalmente, “invisible”.
No en tanto “negación absoluta de lo otro”, sino en el modo particular de “simulación de
inclusión” y homologación. Un modo particular de estigmatización al que no aplican de
manera concluyente, los modelos teóricos que suponen sólo el gesto de “negación radical
del otro” y que a partir de allí construyen la interpretación de la voz replicante de los
absolutamente oprimidos.
En cambio, las configuraciones vinculares a las que haremos referencia, estimamos que
parten de un reconocimiento incipiente del otro, aunque claramente insuficiente como para
madurar su impulso.
Es posible que dicho análisis nos permita acercarnos con más precisión a las peculiaridades
del fenómeno que nos interesa comprender, a saber, el dispositivo de conflictividad propio
de nuestros contextos culturales y, si los hubiere, los modos de viabilizar una constitución
identitaria real, contextualizada, integrada y protagónica.
1-Conflictividad del conflicto:

En el texto citado4 Ricardo Salas Astraín entiende que una de las fortalezas
fundamentales de la ética intercultural se asienta en el compromiso y la aptitud de la misma
para aprehender las categorías de pensamiento pre-reflexivo y reflexivo que conforman el
devenir moral de comunidades inscriptas en “contextos culturales conflictivos”.

Contemplaremos como recurso el tratamiento que el autor otorga a los términos“ conflicto”
y “conflictividad”, a lo largo del desarrollo de los conceptos vertidos en la Introducción del
texto citado.

Propongo entonces partir de la siguiente pregunta .¿Cuáles son las características


diferenciales que determinan -según el texto- que estos “ contextos culturales conflictivos”
se distingan de otros contextos culturales posibles?

Para responder este interrogante, deberíamos en principio acompañar el desarrollo que el


mismo autor manifiesta en relación con dos tratamientos distintos del término “ conflicto”
y esperar que esta aclaración semántica permita ponderar en este trabajo, algunos de los
aportes sustanciales que realiza la ética intercultural para la demarcación conceptual de los
escenarios a estudiar en Latinoamérica.

1.1.El carácter funcional del conflicto:

"
”
Heráclito. (Fragmento 80)5

Hay un primer sentido del término “conflicto”-en el que el autor sigue claramente la línea
argumental propuesta por Ricardo Maliandi- tomándolo como “operador lógico” habilitante
del juego dialéctico de intereses y de la dinámica del cambio social.
Esta primera acepción sería aplicable a la totalidad de las situaciones humanas de relación
sostenida y de convivencia, siempre que acordemos con Maliandi, (entre otros), en definir
el conflicto como la “tensión estructural de la realidad” y como tal, un “a priori”6, a manera
de “existenciario” social7.
4
Salas Astraín, Ricardo; Ética Intercultural. (Re) Lecturas del Pensamiento Latinoamericano. Ediciones USCH.
Santiago, Chile. 2003
5
“Conviene saber que el combate es universal, que la justicia es lucha, y que todas las cosas nacen según las
exigencias de la lucha y la necesidad” Cita de fragmentos de Heráclito de Efeso, del texto “Heráclito, filósofo
de todos los tiempos” de Jean Brun. Edit. Edaf. Madrid. 1976.
6
No pretende discutirse en este trabajo sobre las posibles dimensiones “ metafísicas” de esta definición
funcional de “ conflicto”. En este sentido, tomaremos esta propuesta del autor, entendiendo que el carácter
estructural del conflicto es en sí una configuración histórica , estructural desde su rol funcional, pero no un
imperativo natural de toda forma de sociedad futura.
7
En Maliandi el conflicto es tan a priori como la tendencia de la realidad a la armonía. Ver del autor “La Ética
cuestionada, prolegómenos para una ética convergente” en particular la Introducción: Convergencia Ética.
Parafraseando lo anterior, el conflicto, el “pólemos” de Heráclito, es atinente a toda
comunidad humana, puesto que de él se deriva su movimiento de constitución.
Sumemos ahora a esta hipótesis conceptual, una segunda hipótesis factual, a saber: nuestras
sociedades son contextos donde coexisten “diversidad de subjetividades”, cada una de las
cuales responde a un sistema axiológico genuino y diferenciado.
Aceptado este factum, una tercera hipótesis propone que esta “diversidad” se expresa en
conflicto, en un sentido funcional, tal como lo hemos descripto en los párrafos precedentes.
¿Porqué?
Porque desde esta perspectiva, el rol del “conflicto” haría posible que la diversidad de los
sistemas axiológicos construyan y articulen el habitar de lo común, mediante el juego de la
mostración de las diferencias.
Una cuarta hipótesis puede proponer que el despliegue de las distintas configuraciones
culturales, expresado en perspectivas diferenciadas para los distintos campos de la praxis
social ( el orden político, el económico, el ético, el estético, etc) es condición de posibilidad
del mas genuino juego de los modos organizativos de las democracias actuales.
Claro que, por razones que huelga profundizar aquí, ha sido más natural en el plano teórico,
desde su comienzo, aceptar este carácter funcional de las diferencias constitutivas como un
derecho privado inalienable de los sujetos-persona, antes que algo aplicable de los sujetos-
pueblo.
Si la confluencia de este conjunto de hipótesis conforma el escenario deseable para la
construcción de una eticidad saludable y cualquier otra configuración vincular sería un
desvío social, ¿qué dispositivos pueden estar impidiendo, en nuestras sociedades, total o
parcialmente, el despliegue funcional del conflicto como dispositivo motorizador de una
convivencia enriquecida por la pluralidad?

Entendemos que la ética intercultural, al asumir sin restricciones la legitimidad de la


diversidad cultural, y al ponderar las potencialidades que dicha diversidad ofrece para la
construcción de valor, está dando una respuesta clara respecto de la genealogía y dinámica
de los universos colectivos en América Latina.
Esta lectura toma distancia de teorías y axiomas básicos que proponen considerar a los
sujetos colectivos como “dopados culturales”, víctimas pacientes del sistema y sus viejas
estrategias coercitivas, liberándonos a todos de cualquier compromiso con la hermenéutica
de la “agencia” comunitaria.

Aun cuando se acierte al describir que la lógica del mercado tiende a fagocitar las identidades
colectivas, es poco probable, a la luz de los hechos8, afirmar que esa aparente preeminencia
de la razón técnica sobre el conjunto social sea el dispositivo final capaz de explicar todo
movimiento y proyección identitaria, o dicho de otra forma, que su desarticulación se
transforme en el único recurso a considerar para reconstruir con equidad la trama social.

Fundamentalmente, y al enfocarnos en la dinámica intracultural de nuestras comunidades


plurales, la aclaración anterior parece aun más contundente.

8
Cuando decimos “a la luz de los hechos” nos referimos a la diversidad de respuestas ante la lógica del
mercado, que están dando las distintas comunidades. Este repertorio no es infinito pero tampoco resulta ser
simplemente homologable a las clásicas reivindicaciones sociales
Al ser tan compleja nuestra constitución, exige cierto cuidado en la identificación de
invariancias que puedan dar cuenta de la existencia de “reacciones comunes”.
Por el momento, nada nos habilita a afirmar la total traductibilidad de las configuraciones
significativas de los universos simbólicos, de tal modo que se pudiese construir un sistema
único de significación, “superador” de la diversidad y capaz de representar lo neutral-común,
o de ser afectado de la misma manera por el mismo factor.
La multiplicidad no es algo de lo cual haya que sobreponerse, pero tampoco es algo que se
deba “tolerar” pasiva y neutralmente, condenando al ostracismo solipsista todas las
expresiones plurales, y desestimando sus potencias constructivas de valor y la posibilidad de
un modo viable de convergencia.
Tampoco podríamos fundamentar de manera concluyente lo contrario, que estas
“diferencias” entre los distintos colectivos que nos constituyen interiormente, impliquen
necesariamente la “irreductibilidad absoluta”de los valores en juego o, para decirlo de
manera mas radical, la “inconmensurabilidad” de estas expresiones plurales.9
En medio de ambos extremos (el de irreductibilidad radical y la absoluta homologación), es
preciso identificar una serie de articulaciones de la pluralidad que apliquen a una idea de
“identidad” múltiple y dinámica, que no se agote en la reducción forzada de modelos
relativizadores de la complejidad.
Para ello podemos invocar una quinta hipótesis a saber: Existe un horizonte posible y
pragmático de “encuentro” , un rango no invasivo de “ traductibilidad” que poseen los
sistemas axiológicos expresados en la diversidad.
Y, tal como lo interpretamos, en ello se centra la propuesta de la ética intercultural: en el
desafío de encontrar los modos de articular (prerreflexiva y reflexivamente) esta pluralidad
de expresiones valóricas prefiguradas en el ethos americano.
No se niega la expresión conflictiva de las diferencias ni se pondera el negocio de lo
irreductible.

En síntesis, “conflicto” no implica aquí el despliegue agónico de reductos identitarios en


eterna pugna, “lucha sin descanso”, sino más bien, “motor del cambio”, modo en el que se
articula el juego de “producción y reproducción “del valor, y que llama a “ hacerse cargo”
política y socialmente, con los reflejos bien afilados, de cada escenario puntual en el cual
emergen intereses divergentes, de ser posible, antes de que la violencia haga su propio
negocio.
Entonces, desde esta perspectiva, lo grave sería que su despliegue -el del conflicto- se viese
obstaculizado, que no fuese operado como un recurso de enriquecimiento y maduración
social, entendiendo que la “conflictividad” del “conflicto” consistiría entonces en que este
último no pueda actualizarse10.
Y esto puede ocurrir, según se ha podido ver hasta ahora, conforme diferentes figuras
sociales.

9
Sobre todo porque no estamos haciendo pié exclusivamente en” diferencias de clase”, diferencias que se
fundan en el negocio de los intereses económicos estructuralmente contrapuestos .

10
En el sentido aristotélico del término.
1.2. La “conflictividad” del “conflicto”: La cualidad “conflictiva” de nuestros contextos.

La otra acepción del término “conflicto”, es la que alude a cierto modo “conflictivo”
de ser, en tanto adjetivación, categoría distintiva -tal como la define el autor- de los
contextos culturales latinoamericanos.
Es decir, debemos entender entonces que, además de la manifestación “estructural”,
“apriorística” de lo conflictivo, inherente al juego de relación de toda comunidad consigo
misma y con otras comunidades potenciales, las sociedades latinoamericanas evidencian una
particular manifestación del conflicto, o un “tratamiento” del mismo que, paradójicamente,
vuelve “conflictivo” el despliegue del “conflicto”, anulando su funcionalidad y relativizando
el alcance de su carácter impulsor.
Esperaríamos visualizar en esta aproximación breve- siempre siguiendo los argumentos del
autor- , el modo en el que los contextos conflictivos propios de Latinoamérica, presentan
algún obstáculo concreto para el despliegue funcional del conflicto, bloqueando la
motorización de los actores y petrificando las subjetividades en juego.

1.2.1. La conflictividad fundacional y sus refuerzos en los aspectos distópicos del proyecto
moderno.

Cabe preguntarse ¿Cuáles son entonces, al menos algunos de los dispositivos histórico-
culturales que han hecho del “conflicto” algo “conflictivo” en América latina?

Enumeraré una serie de particularidades en el tratamiento del conflicto que-tal como


se expone en el texto analizado- pertenecen al despliegue del mismo en nuestras sociedades:

1- Las “subjetividades emergentes”11 se encuentra ahogadas: Vivas prioritariamente en el


plano de los simbólico, dichas subjetividades parecen no tener acceso directo a la existencia
institucional, y quedan opacadas por el “ modelo homogeneizado”.

2- El “modelo homogeneizado” es producto de la racionalidad instrumental, eficiente y


eficaz, propio del proyecto mercantilista, para el cual lo humano es un “útil”, un “recurso de
producción” .

3-El modo particular de “opacar” y “reducir a útil” que posee el modelo hegemónico se
caracteriza por ocultar el repertorio de las diferencias, mediante simplificaciones estratégicas
de “estigmatización” .

4- La “estigmatización” a su vez, se manifiesta como una “folklorización, reducción y


recorte simbólico” de los otros universos en juego. Lo que se oculta es la histórica y

11
Salas Astraín, Ricardo; Ética Intercultural. (Re) Lecturas del Pensamiento Latinoamericano. Ediciones
USCH. Santiago, Chile. 2003 “ Se entiende por subjetividades emergentes a las configuraciones plurales de
identidad que se van forjando en los nuevos contextos” Entre ellas el autor incluye a jóvenes, pobres, indígenas,
campesinos desplazados, emigrantes. pag. 15
fundacional diferencia y la dificultad que poseen las otras configuraciones de sentido para
realizar su despliegue vital.

5- Esto es leído desde categorías modernas como una “opresión sistemática” que produce
una profunda inequidad y desigualdad entre los mundos valóricos en juego. En “antiguas y
nuevas prácticas de dominación que afectan a las subjetividades humanas12.

6- La “opresión sistemática” convierte a estos contextos en escenarios de segregación y


exclusión de las subjetividades emergentes.

7- Y finalmente, esta “opresión sistemática” es expresión clara y vigente de una crisis


civilizatoria sostenida y creciente de los sentidos” que somete el horizonte simbólico cultural
de las comunidades, a la violencia interpretativa de una “ universalidad fáctica” inmune a
toda contrastación posible. Puesto que las “ diferencias” y asimetrías ya no se discuten, han
sido naturalizadas.
Es verdaderamente, un círculo fatal.

Hasta aquí podríamos encontrar que América presenta en su expediente, una experiencia que
apenas si difiere de lo Africano (para mencionar un ejemplo de intrusión “ civilizatoria”), en
detalles empíricos de intensidad y cantidad de “culturas” que la habitan, y modos de
colonización, pero la “apropiación”, el intento de “jibarización simbólica” por parte del
vencedor, la pobreza en los gestos de reconocimiento del valor de las otras culturas, la lógica
del dominio, la “ negación del otro”, la inequidad, la desvirtuación de la vida humana y el
trabajo como valores primordiales del ser humano, no son propuestas excluyentes de
América Latina, y eso parece claro .
Podría resultar un camino mas fértil buscar lo propio en un modo propio de devenir, en un
modo específico de respuesta que ha dado América, ante gestos históricos similares.
Debemos atender y justipreciar el modo americano de manifestación, y las reacciones
culturales que hemos ido planteando a partir de una realidad categorialmente homóloga.

Puede ser entonces el momento de retomar la pregunta del principio: ¿En qué consisten,
cuáles son los aspectos propiamente “conflictivos” del “conflicto” en nuestros actuales
contextos socioculturales latinoamericanos?
La prudencia metodológica y fáctica nos obliga a abandonar, al menos en un comienzo, la
pretensión de dar una respuesta absoluta a esta pegunta, para todo Latinoamérica en general.
Una invariancia tal, desatendería de suyo la pluralidad de configuraciones y aristas que ha
presentado y está presentado en la actualidad la dinámica de producción de valor en
Latinoamérica y su consecuente institucionalización.
Se reconoce en ella un carácter fundacional común, allende las “ muchas conquistas” que se
aprietan bajo un mismo relato histórico.
Se reconoce en ella el pasaje del proyecto moderno, sin perjuicio de la variedad de reacciones
que nuestros pueblos han activado ante el mismo.
Y en estos momentos estamos reconociendo aun en terreno, el impacto de la globalización
en nuestras latitudes.

12
Ibidem. Pag 19.
Con las reservas anteriormente descriptas, acordamos con el autor en que, siendo la ética
intercultural una propuesta que “ se plantea la conflictividad inherente al reconocimiento de
la diversidad cultural”13, es posible que la clave de la particularidad latinoamericana se centre
en el “modo” de “reconocimiento de la diversidad” al que se hace referencia. En otros
términos, en los modos de “ estigmatización” (gesto general que ha estado presente a lo largo
de todo proceso de colonización en el mundo) de las identidades emergentes y su rol en la
comunidad, las caricaturas de un “pensamiento de los extremos” que sólo juega como
dispositivo para tensionar subjetividades fantásticas e inoperantes.

1.2.2. La conflictividad específica de la megaciudad post ilustrada: la “ estigmatización


encubierta”y la lógica del disimulo de lo políticamente correcto.

Decir que los países y regiones hegemónicas deben “justificar” menos que América los
argumentos que fundamentan sus políticas y decisiones, es una verdad a gritos que en estos
últimos años se ha manifestado más crudamente, en especial ante el fenómeno de las
políticas migratorias donde los avances del humanismo no parecen ser una preocupación que
trascienda la cosmética del discurso en algunos intelectuales de la izquierda europea.
Hay sin lugar a dudas, mucho trabajo de los foros internacionales y del mundo del
pensamiento, pero la tinta no ha llegado con la velocidad necesaria a los cursos y discursos
gubernamentales.
La estigmatización del otro en el mundo que encabeza este escenario de globalización, parte
de otro “absoluto” y explícitamente negado.
Un mundo que sólo en la actualidad se ve totalmente expuesto a tener “ al extrajero” en su
propio territorio, jugando en sus espacios.
No todos los gestos de reducción simbólica que caracterizaron la colonización en el mundo
por parte del poder hegemónico, devinieron en espacios de “ cohabitacionalidad”.
Incluso algunos, han sabido ser radicalmente exterminadores de “lo otro”.
Esta “cohabitacionalidad” podría indicar una particularidad latinoamericana, aunque es justo
decir que América Latina comparte esta característica con algunas otras comunidades (
salvando las distancias históricas) tales como Canadá y Australia, por citar un ejemplo.
Sostendremos la hipótesis de que es más maduro ( socialmente hablando, claro) cohabitar
que negar. Negar parte claramente de una fantasía de polarización, producto de , a veces,
siglos de vulgar desconocimiento.
Pero, también es justo advertir que cohabitar no es un hecho que inercialmente resulte en la
“madurez social”.
Tal como mencionamos anteriormente, es un hecho el carácter fundacionalmente plural de
nuestras comunidades y también es indiscutible que en función de dicho carácter plural , la
operacionalización del conflicto a la hora de habilitar el diálogo, involucra un esfuerzo de
articulación y asimilación mayor que el que puede demandarle a comunidades que puedan
poseer una menor cuota fundacional de diversidad. Pero no tanto por un tema de “ cantidad”
de núcleos colectivos convergentes sino mas bien por el escenario de genealogía asimétrica
y descuidada en el que se han ido encastrando.
Esta pluralidad ha sido en América un recurso de capital social no explotado ( para ponerlo
en términos de mercado) y su despliegue se ha librado a la suerte del devenir cotidiano, es
decir que se ha dejado que sea el curso de los poderes de turno el que fuera marcando su

13
Ibidem .Pag 40
destino. Es significativo que siendo la pluralidad originaria de nuestras sociedades, no hayan
existido gestos institucionales que den cuenta de una gestión responsable de la diversidad
cultural. Todo ha quedado librado a la emergencia de conflictos puntuales, resueltos a medias
y siguiendo la lógica de la negociación.
En síntesis. pluralidad es desafío, pero la minimización de esta compleja realidad social se
puede comprobar claramente en las austeras y poco articuladas “políticas de integración
cultural” ( acompañadas por paupérrimos presupuestos).
Sin embargo, lo específico de la “conflictividad” latinoamericana , y Argentina en particular
, lo más propio de nuestros contextos culturales parece comenzar a prefigurarse justo allí
donde estas comunidades, atravesadas por una diversidad cultural política e
institucionalmente desatendida, se muestran como sociedades donde los sujetos
mayoritariamente “mestizados” “conviven y a veces sólo sobreviven en medio de los
cuestionamientos crecientes a sus certezas y creencias morales”14.
La “ mestización” se ha confundido con “homologación” y ha empujado “collages”
identitarios no legitimados.
En el caso particular que nos ocupa, y asumiendo el riesgo de “ empujar” realidades en
categorías, Argentina hace convivir en su seno, por lo menos tres “ estigmatizaciones” de
las configuraciones identitarias, bien diferenciadas.
1-Podemos hablar de un “ interior profundo”, “ premoderno”, que no ha variado desde que
Rodolfo Kusch supo describirlo con tanta intuición, donde prevalece el habitante originario
en estado de aislamiento y petrificación cultural, jurídica, económica y política.
2-Luego tenemos un interior de pueblos y ciudades, mayormente organizado en actividades
agrícolo-ganaderas, o de explotación de recursos, conformado étnicamente, por un lado, por
el mestizaje de inmigrantes trabajadores , con una pobreza estructural sostenida y por otro
una clase económica y políticamente influyente que deviene en su mayoría de familias “
patricias” tradicionales de hacendados o profesionales.
3-Por último está Buenos Aires, su ciudad y sus cordones, esa “máquina de picar carne de
un interior sin proyecto y de las clases mas desfavorecidas de los países limítrofes” , como
única promesa de progreso, urbe con un pasado “ilustre”, una pluralidad “tolerada” y una
naturalización de su violencia simbólica en franco crecimiento.
La presencia del “ interior” y “ la ciudad” en países como Argentina desde tiempos políticos
fundacionales ( pelea conceptual que venimos dando desde la vieja controversia : unitarios y
federales) aparece en Latinoamérica como una variable en común. El interior citadino,
preservando valores compartidos con la cultura colonizadora, el interior profundo en la
vivencia aislada de sus valores originarios, y la megaciudad, Buenos Aires, asumiendo que
está en condiciones de responder por los valores conforme una “ moderada” y pragmática
posmodernidad, que no cuestiona el progreso como meta y se define como el centro de un
“país emergente”.
Esa megaciudad, que está creciendo en base a los desarraigos internos y externos, tratando
de cumplir con su fama de “ la ciudad mas europea de América” y llenando los espacios que
la separaban de La Plata y Zárate, ( extensiones de su norte y su sur) a través de
asentamientos de bolsones marginales que conviven con los barrios cerrados o countries.
La megaciudad Buenos Aires, no ha “ domesticado” a las clases mas desfavorecidas,
negándoles explícitamente cualquier otro destino, sino que en estos contextos se enmascara
la igualdad de oportunidades, a veces incluso de la manera mas absurda.

14
Ibidem Pag 20
Es claramente una ciudad liberal, en sus aspectos positivos y negativos.

Entonces, de todo el despliegue que pudo haber presentado la conquista de América, nos
ocuparemos en este espacio de aquellas comunidades en las que no ha habido una “ negación
absoluta de lo otro”, una absoluta reducción a objeto, sino, tal como menciona el autor, un
“ cuestionamiento” (prerreflexivo y reflexivo) acerca de la legitimidad y modos de
vincularidad de su existencia. Existe mas bien una estrategia práctica a mitad de camino del
reconocimiento y el desconocimiento, que se expresa en un “ como si…los reconociera como
iguales”, que ha desarrollado todo un despliegue técnico y ha logrado mostrarse con el
tiempo- y sobre todo fortalecida por ciertos discursos posmodernos-de manera políticamente
correcta, dando lugar a una producción jurídica prolífica e impecable.
Al no haber una “negación absoluta” del otro- incluyendo en esta categoría a las identidades
emergentes-, al menos en el plano discursivo y formal, no hay reconocimiento por oposición
dialéctica, por ende el modo de resistencia de las subjetividades no es directo ni se juega en
el plano reflexivo. No invita al negocio de lo agónico, pero tampoco demanda alguna
resolución de convergencia.
Durante las últimas décadas y salvo contadas excepciones que cabe analizar por separado,
las comunidades latinoamericanas, proyectadas en sus megaciudades y que han establecido
un diálogo mas activo con la ilustración europea, no se han expresado en hostilidades
radicales, a manera de enfrentamientos étnicos-raciales abiertos de conflicto total.
Se necesitaría para ello una “ fijeza ontológica” propia de categorías ideológicas de la
modernidad temprana, léase, nacionalismos clausurados. Precisaríamos un factor aglutinante
ideológico que en muchas megaciudades, ( en función de su marcada labilidad , su riqueza
simbólica y la flexibilidad identitaria de sus colectivos,) no se proyecta por lo menos en el
futuro mediato.
En este sentido podemos decir que, lo mismo que en apariencia nos hunde – la falta de
solidez identitaria- nos salva de ciertas experiencias flagrantes de la xenofobia absoluta.
Aun cuando muchos teóricos pugnan por presentarnos bajo la lógica de una constitución por
oposición, encontrando un enemigo-demonio responsable de todas nuestras demandas
insatisfechas, pintando a los sujetos comunitarios como a “dopados culturales”15 y aun
cuando exigen un significante flotante que nos aglutine, la realidad de nuestras comunidades
es tan multifacética que difícilmente la representación simbólica de nuestros deseos sea un
acto de voluntarismo intelectual que pueda pasar por encima del reconocimiento de las
complejas identidades emergentes.
Incluso, en los extremos, la corriente de democracia y razón popular, desestima la “
participación” y toda propuesta de “diálogo” por considerarla “ estructuralmente” propia de
la mentalidad “ colonizadora” y boga por la “representación liderada” del sujeto pueblo”
sujeto al que, desde ya, invitaríamos a vivenciar con mas atención.

Por ahora, y coincidiendo con el autor, la multiplicidad que nos constituye, no tiene impacto
político, no estima como recurso ni las formas de la “ destitución abrupta de lo opuesto”, ni
las formas “ participativas” de la democracia, y parece haber encontrado cierto anclaje en los
modos exclusivamente delegativos y representativos cuasiplebiscitarios.

15
Esta expresión es utilizada frecuentemente por Anthony Giddens en sus crítica al dualismo sociológico.
Para ponerlo en términos de Kush, lo “ popular” no se desvela por ocupar un lugar en lo
“público” y por ende lo “público” es deficitario de lo cultural.16.

Todas las proactividades participativas y dialógicas que podrían hacer a la idea de ciudadano,
caen en estas perspectivas, como hojas inútiles del proyecto ilustrado europeo.

En este marco, aquellas formas distópicas17 que adopta el ethos de la posmodernidad, a saber:
Anomia.. relativismo axiológico , “ politeísmo valórico”18, pasatismo como motor de lo
cultural, moralidad como farsa, etc, si bien comparten y replican el discurso del desencanto
mundial19, aquí en Buenos Aires “ adoptan la forma de una “simulación técnica” de un
“como si” que es particularmente inhabilitante del aspecto funcional del conflicto.
Toma la forma de un encuentro protocolar, vacío de contenidos y desvinculado del resultado.
Llegamos entonces a una estigmatización ciertamente compleja , disfrazada de “ buena
voluntad y convergencia” , que no confronta, no niega, e incita a jugar el juego de la libre
determinación, en su propia cancha y con sus propias reglas. Es decir, de manera casi infantil,
supone que el encuentro y la consolidación de la identidad, ocurrirá inercialmente o través
de viejas luchas partidarias.
Podrá decirse que esta ficción es, a la larga, tan contradictoria como la negación absoluta,
sólo que, cuenta con la ventaja de hacer manifiesto cierto pudor social que ha evitado la
negación explícita y burda del otro.
Este pasaje históricamente constitutivo nos ha aportado un “ prurito básicol” que no llega a
ser “ confianza en la legitimad del otro” pero que se mantiene en la visualización de su
existencia, esta “ vergüenza inicial” que recoge la sospecha de cierta injusticia social y
cultural previa que deberíamos reparar, de cierto destino que deberíamos nivelar, es más
que lo que otros tienen y es el camino que deberíamos nutrir y avanzar.
Habría, entonces, una conflictividad propia de las sociedades multiculturales que redunda
en una mayor complejidad simbólica y funcional y que en ciertas megaciudades de América
ha asumido la forma de una homologación forzada pero mediada por cierto registro práctico
que evidencia la simulación de su absorción.

Hasta aquí, podríamos decir, los motivos que rastreamos para el análisis de la
“conflictividad” de nuestros “ conflictos”, se han circunscripto a visualizar los reactivos
simbólicos que hemos sabido configurar ante las distintas estrategias de colonización y
dominación fundacional y ante los roles mayormente deficitarios con los que nos inscribe
el proyecto moderno.

1.2.3..El aporte de la globalización a la conflictividad en las megaciudades post- ilustradas.

16
Entendiendo en este contexto lo “popular” como el conjunto de las subjetividades emergentes y lo “ público”
como la estructura formal institucional de la sociedad”.
17
Utilizamos el término “distópico” en el sentido que le asigna el Dr. H D Dei en su texto “Poder y Libertad en
ls Sociedad Posmoderna” Ed. Almagesto. Buenos Aires, 1995.
18
Salas Astraín, Ricardo; Ética Intercultural. (Re) Lecturas del Pensamiento Latinoamericano. Ediciones
USCH. Santiago, Chile. 2003. Pag 20
19
Como el mismo autor lo refiere, estas características forman parte del “ conjunto de diagnóstico crítico de
una modernidad occidental europea”.
Sumemos ahora a la constelación de factores fundacionales, lo que para el autor merece un
apartado especial: el análisis de la incidencia de la globalización en el crecimiento de la “
conflictividad” en América Latina.

La globalización, facilitadota del “ adormecimiento ético”, hace posible la “ perdida


vinculante de la acción social “20 y la “domesticación “ de los mundos de la vida que
conforman el acervo simbólico que da sentido al anclaje cotidiano de los proyectos de los
pueblos.
En síntesis, si la conquista dificultó el reconocimiento de la otredad y la modernización
instaló ( en su faz distópica) el pensamiento único etnocéntrico, pero al menos nos “ toleraban
“ a distancia, la globalización ha logrado minimizar los motivos que pudiesen aun existir
para alcanzar algún nivel de “ equidad” ontológica.
Ya ni siquiera, desde la mala conciencia hegemónica, somos deficitarios, ya ni siquiera nos
constituimos desde la falta, ahora se trata de que cada uno se petrifique para siempre en la
posición en la que cayó justo cuando el juego autodenominado “posmodernidad” comenzó.
Y eso es todo, dice el discurso.
No hay motivos para rebelarse ni motivos para “superarse”. La búsqueda de una identidad
nacional o regional sólo se concibe como útil si puede posicionarse como “ marca” en el
mercado internacional.
¿Cuál es entonces el aporte de la globalización a la “conflictividad” de nuestros contextos
latinoamericanos?
En medio de ella ( la posmodernidad) , el “ juego de las diferencias” aparece habilitado pero
desanclado, “ fractalizado”21 , descontextualizado, vacío de contenido.
Hacia el interior de nuestras comunidades, las identidades emergentes, apenas surgen, son
rápidamente referenciadas por el discurso oficial y los medios que lo representan, desde
configuraciones históricas anteriores, tomando forma y figura de eventos que ya han pasado
y que han sabido ser otrora, respuestas legítimas al momento histórico que les dio existencia.
“Nacen viejas” y mueren por inanición.
El sujeto comunitario ya no es visto como el recreador , que desde el lenguaje, al decir de
Picotti, “ indica” mas que describe, su experiencia de habitar la realidad “ que le ha tocado
en suerte”22.
La globalización también es procesada en este contexto como una estrategia más de
simulación.
Entonces, para poder hacer un uso justo de esta categoría de “contexto cultural conflictivo”,
podríamos avanzar en identificar alguna invariancia en lo que al devenir de la construcción
de nuestro ethos actual se refiere, que atraviese tanto los aspectos fundacionales como las
configuraciones “posmodernas” actuales.
Y en esta primera búsqueda pareciera que se erige con cierta preeminencia la sistemática
vinculación opacada del otro, simulada y caricaturizada, desfigurada en formato de
identidades “ reconocibles” , fácilmente manejables y desestimables.

20
Ibidem. Pag 21
21
Ver J. Boudrillard: La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. Primera Edición.
Editorial Anagrama. Barcelona. España.1991
22
Picotti, Dina, El Descubrimiento de América y la otredad de las culturas. RundiNuskin Editor. Buenos Aires.
1990. Pag 20.
Si bien, la asimetría estructural en nuestros países constituye un diagnóstico consensuado
por todos los sectores, existen algunos factores que modifican el impacto que dicho dato
puede generar en las definiciones políticas y sociales.
Particularmente la globalización del mercado, en tanto fenómeno de homologación de los
ritmos y las espacialidades de los grupos humanos, inhibe la visibilidad a las asimetrías
detrás de un horizonte de valores asociados mas con el destino único de las sociedades
postergadas y sus compromisos de aggiornamiento, que con la consolidación interna de un
proyecto propio y dinámico.
En ese escenario, toda referencia a "identidad" o fortalecimiento y articulación de las
identidades es desestimada, por considerar que las asimetrías no se corrigen en un proyecto
de igualdad en la heterogeneidad sino que se encarrilan empujando a todos los actores a
cumplir con los encuadres propuestos por una homologación de recorte simplista y
empobrecedora de la experiencia humana, casi en sus argumentaciones recurrentes a
"naturalezas humanas" incluso premetafísicas.

Esto genera entonces una doble exclusión, (el olvido del olvido...) sustentado en sofisticados
mecanismos ( conscientes y/o inerciales) de opacamiento de la desigualdad: “si quieres
esconder algo, ponlo en el lugar más visible."
Reglas del juego que parecen impecables, para situaciones iniciales sumamente desiguales.
Ahora sumamos una cuasi-aceptación descontextualizada, lo que entorpece aun más la
posibilidad del vínculo .
El lado positivo de este escenario es que los sujetos comunitarios no han perdido su capacidad
simbólico-propositiva, ( indicadora) pues si bien existe un período de violencia interpretativa
en la vida de toda identidad emergente,-que pone a prueba sus capacidades de supervivencia-
los reflejos sociales no son tan veloces ni tan atávicamente xenofóbicos como para ahogar
los sucesos simbólicos.
Si bien, como señala el autor en párrafos ya citados, está presente la violencia interpretativa
de una “ universalidad fáctica” inmune a toda contrastación posible, la historia no está
cerrada y es posible que los “excedentes” simbólicos que sobreviven a la anulación
estigmatizada, puedan en un futuro ser resemantizados y recuperados con la legitimidad
normativa que merecen.
Nuestras sociedades no han tenido oportunidad de rechazar o reformular los aspectos
distópicos del proyecto moderno y responder proactivamente a las encrucijadas que ofrece.
Para ello será preciso visualizar al diálogo como un punto de llegada, el cual requiere un
reconocimiento previo de los registros simbólicos por vías distintas a la lógica de la
negociación puramente estratégica " ...el presupuesto elemental tiene que ver con la enorme
dificultad de alcanzar un diálogo entre iguales , en países marcados por la inequidad y por
el dominio de perspectivas unilaterales de concebir la realidad que fácticamente debe
existir". 23

23
Salas Astrain, R; Etica Intercultural. Pag. 195
2- Encuadre general del Escenario local:
Argentina presentó en el 2001 un escenario particularmente complejo que la colocó no sólo
en el foco de las miradas de la región sino que profundizó las inequidades jurídicas y
económicas de sus habitantes.
Fracasada la promesa de ingreso al “primer mundo”, estallaron una serie de medidas de
“emergencia” ( expropiaciones de ahorros, remates de viviendas, despidos masivos) tomadas
por los bancos y sin reacción oportuna por parte del Estado, dejando en evidencia que, en
algunos momentos de la historia, la ley sigue sin discriminar con claridad la diferencia
prioritaria entre el derecho a “ no perder todo” y el derecho a “ no dejar de ganar algo”. Quedó
claramente al descubierto que la estructura jurídica respondía a un modelo conservador
recalcitrante, “…que lleva a privilegiar lo individual por encima de las estructuras
institucionalizadas de la intersubjetividad cooperativa24”
Surgieron entonces las denominadas identidades emergentes, grupos o colectivos nucleados
detrás de desafíos, reclamos o carencias específicas y circunstanciales, al tiempo que los
grupos históricamente más desfavorecidos mutaban o eran fagocitados por el colapso del
sistema.
No sería legítimo en esta instancia hablar de "crisis" porque las crisis parecen estadios
transitorios que conllevan amenazas “potenciales”.
Aquí, lo que era un riesgo se concretó, se objetivó en un " daño o perjuicio" , abandonó el
estatus de " amenaza " u "oportunidad" (como les gusta proyectar a la crisis a los amigos de
la minimización ), la caída económica y social del país arrastró a millones, consolidó el
poder de unos pocos y amplió su rango de pobreza estructural.
A partir de allí, los grupos emergentes reformularon con alto nivel de movilidad sus criterios
de aglutinamiento, sus códigos, y se consolidaron al margen o con mecanismos distintos a
los que solían darse en décadas anteriores, donde las identidades se ligaban a constituciones
sectoriales. En general y como respuesta a la celeridad con que se sucedieron en este contexto
de desarticulación, fragmentación y rupturas de las redes de fiabilidad, la mayoría de los
grupos vulnerables no alcanzaron, a los ojos del discurso oficial, lo que el horizonte de la
modernidad denominaría " madurez política" como para esgrimirse en la arena social con
algún grado de reflexividad política o sectorial, con conciencia explícita de pertenencia y
pautas de identidad, según los criterios de racionalidad discursiva.
En cambio se desplegó un interesante acervo simbólico (pre reflexivo), un conjunto de
registros prácticos manifestados principalmente en algunos actos de reclamo público y en el
caso que nos ocupa, en algunas expresiones de la cultura popular.
Tal vez es esa misma rapidez del fenómeno la que impide a los científicos sociales ponderar
aun hoy la profundidad de la huella.
Los grupos y colectivos emergieron de manera acelerada, dinámica y en un contexto de
globalización mediática cuyos horizontes de aspiración promovieron, como oferta única y a
la mano, la homologación de valores y proyectos propios de los grupos dominantes.
Los grupos de poder lideraron la construcción del horizonte, armaron el catastro del
“paraíso” y la gran mayoría de los grupos emergentes, visualizaron esos horizontes como

24
Sauer, James. Consenso, conflicto y valores: El discurso como relación inteligible entre la esfera privada y
la pública. Traducción de la Dra. Alcira Bonilla.
expectativas, midiendo diariamente las distancias, cada vez más extravagantes, que los
separan de ellos.
Diríamos que en Argentina, la irrupción del quiebre social de los grupos más vulnerables no
los obligó a examinar el cuestionamiento frontal de sus certezas morales, sino mas bien
los enfrentó, inicialmente, con la indiferencia moral de los discursos oficiales.

En este marco, la ciudad de Buenos Aires y sus periferias, - incluyendo primer y segundo
cordón del conurbano bonaerense 25 -.“megaciudad” de configuración socio-política
profundamente contradictoria-, se afirmó entonces como el laboratorio viviente de la
exclusión, como la portadora de un inocultable estigma de crecimiento geométrico de la
pobreza26, dueña al mismo tiempo de un discurso “maníaco”, que pone siempre en el futuro
el “ ilimitado desarrollo potencial” de sus recursos.
Sólo como muestra, pudo observarse como la parición masiva de personas que comenzaron
a revisar las basuras de los barrios de la ciudad para poder comer, lejos de provocar un
rechazo político y una consiguiente definición “prioritaria” de cursos de acción que reviertan
la situación, terminaron siendo “ administrados” y legitimados en el discurso corriente.
Lo que es un retroceso en la figura de la dignidad laboral de cualquier ciudadano, pasó a ser
una alternativa no tan “terrible” para lograr la supervivencia. Incluso se llegó a proponer que
la comida que se desechaba se colocara en la basura separada en “ bolsitas” para que los “
cartoneros” la puedan identificar mas fácilmente.
No es gente que, como en la india, con cruel asunción, vive de los deshechos de otros, aquí
eran “ cartoneros”, pretendiendo actualizar la vieja profesión del “botellero”, pero ocultando
las condiciones de insalubridad e indignidad en las que estaban inmersas esas personas.
Hasta este punto de naturalización hemos llegado.
Este entorno constituyó el marco propicio para hacer visible el despliegue distintas tensiones
entre valores aparentemente excluyentes, y para cuya ejemplificación recurriremos a
describir sucintamente las identidad emergente representada por cierto sector de la juventud
pauperizada, y como clase complementaria divergente, la masa crítica de la sociedad media
urbana.

25
Buenos Aires posee a julio del 2009 un total de 15.300.000 habitantes aproximadamente distribuidos de
manera desigual en 138 partidos. En contraste , solamente el primer, segundo y tercer cordón del conurbano
bonaerense está constituido por un número de 26 partidos que reúnen una población promedio proyectada a
julio 2009 de 9.998.939 habitantes, sin contar su expansión hacia el norte (Zarate-Campana, con un total de
208.100 habitantes ).
Esta región está atravesada por importantes bolsones de pobreza estructural en crecimiento y con un vínculo
laboral y financiero, cultural y de salud de alto nivel de dependencia con la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires. La línea demarcatoria ( Avda Gral Paz, Riachuelo hacia el sur…) es sólo geopolítica, pero desde el punto
de vista de la generación y administración de recursos y empleos, el conurbano provee la mayor cantidad de
mano de obra no especializada que trabaja en una gran ciudad.
26
Tal como lo muestran los últimos registros y fotos satelitales , las grandes ciudades de la “ cuenca del Plata”
( La Plata- Buenos Aires,-Zárate) se van uniendo entre sí por franjas de población de características extremas:
bolsones de emergencia , por un lado y barrios cerrados o countrys, por el otro. En medio de ello, la trama social
se realiza y ocurre en la zona pública de barrios del conurbano y en la gran ciudad.
2.1 Un ejemplo de las condiciones de producción del valor: La juventud en situación
de exclusión.

No toda “juventud” encarna este vínculo complejo.


Para el caso particular que nos ocupa, haré mención de una “subcultura” – no tribu27- cuyos
registros culturales más genuinos se expresan a través de un subgénero musical denominado
“ cumbia villera”.
Jóvenes en riesgo, objeto de atención por parte de los medios de comunicación, más que por
su terrible nivel de exposición a todo tipo de carencia social, por ser considerados los
protagonistas privilegiados de una nueva “delincuencia”.
Blanco fácil de los que promueven y viven de las adicciones, engrosadores de las filas de la
deserción escolar, excluidos del universo laboral …
Grupo doblemente vulnerable dada la antigüedad del destino de desarraigo que poseen por
lo menos desde 3 generaciones atrás , producto de la oleada constante de inmigración interna
y limítrofe, del consiguiente abandono de sus lugares de origen y sus cuasi estrategias de
supervivencia en la megaciudad.
El flujo de transmisión e influencia de valores identitarios, raras veces ocurre desde lo
originario hacia lo urbano. En el caso de la megaciudad, que opera con una fuerza
claramente centrípeta respecto del interior, por concentrar recursos y acciones, carece aun
hoy, absolutamente de políticas de integración entre los actores convivientes, dejando a los
inmigrantes internos y externos “asentados” en bolsones de pobrezas delimitados,
identificados y paradójicamente “naturalizados”.
Como característica general de esa mutación, y al tiempo que se produce un creciente margen
de fijación social de esas situaciones de exclusión, la ecuación se presenta de la siguiente
forma: a mayor vulnerabilidad, menor permeabilidad a los pocos caminos de reconstrucción
de la red social de contención e inclusión. Es decir, a mayor exclusión, mayor fragmentación.
Coincidimos con el autor en " demostrar que las diversas formas de resistencia a la
homogeneización que elaboran las comunidades de vida a partir de sus tradiciones, se nutre
de las prácticas intersubjetivas de los mundos de la vida!28 Pero agregaríamos que en esta
coyuntura particular, los grupos emergentes enfrentan el desafío no sólo desde las distancias
epocales de sus tradiciones, desde el bombardeo constante del aun persistente discurso único
" monocultural" sino que vivencian un destierro concreto de sus territorios de referencia, un
desarraigo absolutamente congruente con el proyecto homogeneizador plasmado en las
megalópolis que absorben con potencia centrípeta todos los proyectos de vida de las
comunidades del interior.
Esto hace menos cercano el recurso a la "resistencia" explícita, tan propio de otros actores
que se nuclean en función de “ reivindicaciones” clásicas de derechos perdido u olvidados.

27
Es interesante resaltar que estas expresiones de la juventud marginal no son reconocidas ni por los legos ni
por los científicos sociales como una “ tendencia” que el adolescente escoge para lograr una identificación
social. Se atribuye a un grupo de “ ciudadanos de segunda” al cual se le da un estatus definido
fundamentalmente desde la falta : grupos de jóvenes con falta de recursos, de educación formal, de acceso al
trabajo, de inserción social, etc.
28
Salas Astrin, R; Etica Intercultural. Lecturas del pensamiento latinoamericano. Ed. Pag. 24
En el caso particular que nos ocupa, la juventud marginalizada y pauperizada, la emergencia
de esta identidad debe indagarse en los registros refractarios de sus valores y tradiciones
articulables.
Partiendo de estas hipótesis y sosteniendo el opacamiento y omisión del discurso moral de
los sectores mas desfavorecidos, no proponemos en el presente trabajo sumar un esfuerzo
en dirección al análisis y la aplicación del marco teórico propuesto por la ética intercultural,
sobre los valores morales del grupo doblemente vulnerables: " juventud en riesgo".,
recurriendo a la lectura de los registros discursivos de referencia, y aspirando a que pueda
en algún momento sostenerse política y socialmente el proyecto de resemantización
adecuado para poner a los ciudadanos en diálogo de manera equitativa y digna.

2.2. El fenómeno cultural “Cumbia Villera”:

El subgénero musical “cumbia villera” ha surgido como la variación de un género popular


preexistente denominado simplemente “cumbia”, de origen preeminentemente colombiano,
difundido desde hace décadas por toda Latinoamérica .
El epíteto de “villera” explica simplemente su lugar de origen: los asentamientos marginales,
las villas de emergencia, de las periferias de Ciudad de Buenos Aires, y los cordones del
conurbano bonaerense.
La industria cultural que posibilitó e hizo crecer este fenómeno, reconoció rápidamente el
negocio de bajísima inversión inicial y riesgo cero que implicaba invertir en seleccionar un
pequeño grupo de jóvenes ( de ser posible con un historial nutrido de transgresiones y
infortunios) y ponerlos al frente de un grupo musical, expresando de la manera menos
metafórica posible, sus experiencias desde los bordes del sistema, sin entrar, por supuesto,
en la crítica política, ni en el viejo género de las canciones de protesta. Por el contrario, el
negocio es el espectáculo crudo de la ponderación de las experiencias de marginalidad
extrema.
Lejos de la picaresca, de la música pegadiza con letras de “ doble sentido”, esta música se
sostiene en tonos simples, pero las letras despliegan la crudeza, y la impiedad de esa nueva
escalada de segregación social propia de la marginalidad urbana.
La violencia del mensaje, ha dejado perplejo a educadores y científicos sociales, “Nos coloca
en la intersección entre un proceso de restricción impulsado por la estructura
socioeconómica y la agencia expresiva de los sectores mas crudamente afectados por ella”.29
La cumbia villera se perfila, para sus grupos protagonistas, como un dispositivo para “zafar”
( salvarse) de su situación inicial al tiempo que su estética y mensaje, ponderan , antes que
condenar, aquello de lo cual se quiere escapar.
Si bien el fenómeno de la cumbia villera no es un fenómeno absolutamente homogéneo, nos
enfocaremos en el subtipo de los “ pibes chorros” quienes mayormente representan el sistema
moral de las identidades mas vinculadas con conductas delictivas.
Su argot está compuesto por terminología que se utiliza en las instituciones carcelarias, en
los circuitos de adicción al “paco”30.
“ yo no miento,
29
Miguenz, Daniel, Entre santos, cumbias y piquetes.pag.34.
30
El paco es el nombre de calle de una droga denominada pasta base, de bajo costo, compuesta por cocaína de
baja calidad, bicarbonato de sodio, cafeína y anfetamina. Sus efectos son altamente destructivos e
irreversibles.
Solo engaño, fumo, tomo y
meto caño.
Tomando mucho vino y aburrido,
Buscando algún autito que cortar…” ( “ El pibe tuerca” Los Pibes Chorros).

“somos cinco amigos, chorros de profesión,


No robamos a los pobres porque no somos ratones”

Los Pibes Chorros distinguen un nuevo estilo de delincuencia denominada “profesional”. Un


trabajo , como otros, donde no se roba a los pobres- todavía hay códigos- sino a
organizaciones impersonales ( supermercados, bancos, camiones de caudales, etc). Esto
implicaría una evolución cualitativa en la carrera delictiva, donde el retorno a la figura del
trabajo socialmente aceptado, es virtualmente imposible.
Sin embargo, no son pocos los registros de deseo de aceptación y pertenencia.
Cada tanto asoma la nostalgia casi “tanguera” de “ no defraudar” los valores de la “ vieja”,
que trabaja para darle de comer a sus hijos, o el afán de crecer y “progresar”.
Solo así se comprende la aparición del término “Rescatarse” en la jerga de la cumbia villera.
Cuando lo escuché por primera vez, pensé que se trataba de un error de dicción y que en
realidad hablaban de “ retractarse , de deshacer algo mal hecho en el orden del discurso.
Pero no. Es notable como un verbo claramente transitivo, que excede la órbita de aplicación
del sujeto, , es decir, que solo puede referir a “ algo que se hace por otro u otra cosa”, toma
un tono autista, autoreferencial, en el cual, extrañamente, se reclama a alguien que se “
rescate- a sí mismo- de las situaciones de riesgo en las que se encuentra,( droga, alcohol,
delincuencia, riesgos varios…).
“Guacho, guachito,/que jugaste con la chala,/rescatate,/largá la María Juana” ( de Gira en
Gira, Eh Guacho).
O esta otra estrofa del grupo “ Damas Gratis”: “ te olvidás cuando andabas conmigo, re-loca,
tomabas vino, y ahora sos una mina rescatada, que ya no andás empastillada”

Asume un carácter intransitivo, donde toda la responsabilidad de salvarse o terminar con una
conducta perjudicial, recae sobre el mismo sujeto que la sufre.
La primera pregunta que cabe es ¿de qué motivaciones psicológicas o morales puede emerger
la necesidad de auto-rescatarse? Cómo “darse cuenta” en medio del descontrol, y al mismo
tiempo desplegar los recursos necesarios para quitarse de la situación?
Y en orden obligado ¿por qué no tienen lugar los otros, por qué no hay una estrategia
activamente solidaria?
Entonces, ¿por qué comportarse correctamente, porqué rescatarse, en una sociedad donde
el discurso oficial es capaz de hacer gala de la más radical amnesia, y naturalización de la
desigualdad?
No es rescatarse para los valores hegemónicos del sistema.
Es una manera entre inocente y desoladoramente solitaria de intuir el valor del trabajo, del
esfuerzo y de los afectos de la amistad y la familia. Menos claro y frecuente aparece el valor
de pertenencia comunitaria o la ciudadanía como un valor.
La llamada del rescate se enfoca en los círculos de fiabilidad primaria. Es de alguna manera
jugarse por valores que han logrado sobrevivir en el imaginario de los grupos más
marginales, aun tapados debajo de cualquier repertorio exitista. Valores cuyo acervo
simbólico, estimamos, los científicos sociales deberían ayudarnos a indagar, para poder
comprender su arraigo y su potencia.
Pero, lo sintomático, lo conmovedor, es la renuncia y a la vez la conciencia de la
imposibilidad de que la ayuda venga de otros de manera directa.
De manera indirecta, el “otro” puede recordarme que debo “rescatarme”, pero es un
imperativo, un consejo, un reclamo, no acompaña el cuerpo, la intervención concreta, el
compromiso.31
Esta desestimación del rol de los otros para la construcción de la propia identidad que sufren
los jóvenes en situación de marginalidad,, habla, por un lado, de la impotencia y
vulnerabilidad grupal y por el otro de la profunda herida en las redes de apoyo y contención
social que dejó la cultura del individualismo de los 90.
Se transgrede, profundizando el daño, minimizando el poder del enemigo (la droga, los
grupos de mafias organizas, los transas…) al punto de gritar que uno puede rescatarse, si
quiere, aunque mayormente, no pueda…
Carne de “estigmatización” funcional, huelga preguntarse quiénes son sus interlocutores
imaginarios, más allá de sus pares, contra quienes construyen los bordes de su identidad los
jóvenes en situación de exclusión.
Al decir de Miguenz “las estrategias de construcción identitaria proceden a la vez indicando
diversos tipos de “otros” con los que se guarda una relación de oposición lisa y llana…”32
En el otro extremo del hilo vincular, no está la Elite, o los “hacendados”, dueños de capitales
nacionales, internacionales o los “oligarcas”. Tal es la distancia de regionalización entre
este grupo vulnerable y los sectores altamente favorecidos que no existe posibilidad alguna
de que se visualicen o encuentren en algún punto de la estructura.
Los “ caretas” o los “chetos”, términos con los que estos grupos de jóvenes hacen referencia
a los personajes hipócritas, falsos o indiferentes, no refieren tanto a los operadores reales del
hegemón como a aquellos que aspiran a sostenerse en la lógica del mercado, sin ser ellos
mismos los poderosos.
En este caso, parece más grave e imperdonable, querer pertenecer al poder indiferente y
segregador, que “ser” el mismísimo poder indiferente y segregador.
El blanco de los reclamos y las críticas, en las letras de las cumbias villeras, la verdadera
“clase complementaria” la ocupan las clases medias-baja y media- media, masa crítica
heterogénea, sin identidad autodefinida y conceptualmente devaluada por las corrientes
denominadas “populistas”33, clase que finalmente constituye el único interlocutor visible y a
la mano de la juventud marginalizada, para actuar como frente de acción y réplica.
La realidad es que uno le grita al único que lo escucha.
Un hecho sintomático de este último año es que la cumbia villera comenzó a sonar
públicamente en los trenes y colectivos, de la mano de jóvenes que encienden el volumen de
sus celulares y exponen a todo los pasajeros a escucharlos.
Vale cuestionarse: ¿Quiénes viajan en esos trenes, aparte de ellos?

31
Es justo aquí mencionar el rol diferencial de la mujer en los gestos de “rescate colectivo”. La mayoría de
los comedores populares, son liderados por mujeres y “las madres del paco” están jugando en este momento
un papel protagónico en la lucha contra el flagelo de una droga que mata niños y jóvenes en menos de un año
de consumo.
32
Miguenz, Daniel. Entre santos, cumbias y piquetes. Las culturas populares de la Argentina reciente. Pag.
39.
33
En este contexto el término hace referencia a las corrientes que separan a la clase media del pueblo, por
considerarla parte fundacional de los ideales del capitalismo burgués.
En un 99% gente que trabaja y también vive en la periferia de la ciudad. Pero, tienen trabajo,
y desde afuera parecen tener una vida organizada…
Este colectivo de clase media se encuentra mayormente ausente de las prerrogativas políticas
y resulta particularmente sensible a la lógica de la supervivencia económica.
Blanco de todas los escarnios neoliberales, paradójicamente siguen aún siendo sus
emprendimientos de supervivencia, las PyMES (pequeñas y medianas empresas) las que
cubren el 70 % de la oferta laboral del país.
Su perfil está diversificado en múltiples tendencias, unificada por el desencanto, lo cual
impide otorgarle una característica de unidad política diferenciada. Finalmente, en este
conjunto, el gesto mayoritario también es el del rescate individual, tan magistralmente
anticipado por Enrique Santos Discépolo en su tango Yira Yira “ verás que todo es mentira/
verás que nadas es amor/que al mundo nada le importa/ yira!°, yira!/Aunque te quiebre la
vida/aunque te muerda un dolor/no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un dolor.
Este himno de la decadencia de una clase media trabajadora que vió temblar sus valores bajo
la lógica impiadosa del mercado, marca una decepción más radical.

Entre ambas identidades desplegarán un juego que no encuentra hasta el momento un punto
de reconocimiento mutuo, de legitimidad y de explicitación y que cumple con todos los
requisitos anteriormente descritos de la estigmatización descontextualizada.
Esta "polarización funcional" se consolida finalmente con la estereotipia de los grupos
emergentes más vulnerables, quienes a su vez se asumen de manera reactiva como
encarnando aquellos disvalores que el mismo modelo moral imperante desprecia y cuyas "
transgresiones" reserva sólo como privilegio para los grupos de poder.
Paradójicamente, esta polarización funcional estigmatizadora y en gran parte, tan inercial e
impersonal que ha perdido contacto con su motor político, contribuye con “...los intentos de
"domesticación" de los mundos de la vida en que se forman los saberes y prácticas cotidianas
de los sujetos".34
Sí puede arriesgarse como hipótesis que la brecha social se profundiza a través de este
particular diálogo de sordos destinado a lograr “menos de lo mismo”, recargado por los
medios de comunicación con un lenguaje moralizante, judicializador y pacato, que apunta a
generar una repulsión casi “ontológica” contra esos” monstruos descarados”, ese “ flagelo”
que no respeta la vida ajena y que quiere acceder a las mismas cosas que cualquiera, pero
por otros caminos con atajo.
Y desde los discursos oficiales se oscila entre el silencio y el temor al intervencionismo, más
allá del asistencialismo previsto.
Todo este argumento de “ jardín de infantes ”, pidiendo por un lado, como máxima medida
de justicia social, que se baje el nivel de imputabilidad de los menores delincuentes, y por
otros , que no se “ exagere” esta realidad “ aislada”, no está dispuesto poner pensamiento en
las condiciones iniciales en las que se construye esta subjetividad destratada y marginal.
Debiéramos dejárselo a una especie de milagro autogestivo, y cada niño que nace en medio
de la más absoluta adversidad, cuando sea joven, deberá, si es creyente, comenzar a orar
para que, además de contar con los recursos genéticos, neurológicos o lo que sea como para
estimarse a sí mismo y estimar la vida de otros, pueda esperar que el sistema lo incluya, de
verdad.

34
Salas Astrin, R; Etica Intercultural. Lecturas del pensamiento latinoamericano. Ed. Pag. 21
No se mencionan la falta de previsiones casi inocultables, ni de lo imposible que resultaría
ser “decente” o “querer a otros” cuando todo, absolutamente todo, desde el más originario de
los comienzos, nos es adverso.
No se mencionan las responsabilidades del estado, más allá del asistencialismo fragmentado
e insuficiente, ni de la esquizofrenia entre legislación y políticas.
Si la paradoja del “rescate” le llega a la clase media de primera mano, tal vez sea porque está
tan lejano que sería, como dicen los andaluces, como chumbarle a la luna.
Tal vez pueda acertarse en describir a este desencuentro como a una interpelación
desesperada entre los sectores medios que se aferran individualmente a las promesas
modernas de progreso y el sector más vulnerable que pone en evidencia con la violencia de
su impotencia, la farsa de un proyecto político que no logra recuperar la trama social
“completa e inclusiva” y salir del destino polarizador y solipsista.
La palabra “rescate” es una esperanza en el sentido de que, aun de forma contradictoria y
compleja, ofrece una alternativa ante la entrega a la violencia total (contra sí mismo y contra
los otros).
Es decir, es una puerta simbólica de entrada al diálogo entre los primeros afectados.
Al mismo tiempo es posible que, esté evitándonos tener que hacer un análisis sesudo de
cuales son la prioridades. Esta es la prioridad. No solo por su gravedad sino porque puede
ser resuelto (tal como lo formula Salas Astraín en el 4to criterio para el diálogo intercultural).
Atender este emergente,( la divergencia entre la masa media urbana y la juventud
criminalizada) implicaría una oportunidad única para subsanar desequilibrios que trascienden
a los directamente involucrados, haciéndose extensivos a inequidades pasadas y previniendo
injusticias futuras para los implicados directos y potenciales en su conjunto).
Y por último, armar un diálogo asumiendo estos reclamos, permitiría ir educando a ambos
colectivos en el ejercicio de una ciudadanía más participativa, menos expectante de las luces
que podrán tener o no los líderes de turno. Más protagonista de su historia institucional.
A modo de conclusión:
Diríamos que en Argentina hay escenarios tan sofisticados que merecen un tratamiento
especial, pues son sumamente eficaces para inhibir la “capacidad de maniobra” y dejarnos
por un tiempo, muy a merced del camino.
Tal vez nuestra experiencia del conflicto implique un desenlace paradojal que interpone una
instancia de simulación de equidad, capaz de opacar la manifestación de las identidades
emergentes y circunscribirlas a una identidad definida desde la “falta” más que desde la
“propuesta”. Por ello entendemos que la conflictividad gravita en la supresión de la
evidencia de conflicto como base que expresa la diversidad y motoriza el cambio.
Es decir, tal como señaláramos anteriormente, lo valorativamente disfuncional y patológico
del conflicto se instituye cuando el grado o el tipo de tratamiento que se le da a la emergencia
del conflicto, logra “opacarlo” al punto de minimizarlo como recurso para el cambio , u
obstaculiza la dinámica de construcción de los valores culturales .
La “generación de valor” no implica exclusivamente ni la constitución por oposición al
hegemón, ni un gesto instintivo, prerreflexivo de insatisfacción con el establishment.
No toda afirmación identitaria es el reflejo representativo de un número de carencias o
insatisfacciones.
El comportamiento y las configuraciones móviles de la subjetividad colectiva aquí
anticipada, implica una complejidad que obliga a considerar sus movimientos insulares
también como un conjunto de variables que abarcan el rango de lo simbólico tradicional, las
respuestas a los rechazos que el sistema presenta frente a esa configuración, los gestos de
acercamiento al contexto más accesible, y la puesta en lenguaje de sus horizontes de sentido.
Todo ello informa acerca de un grado inalienable de elección significativa.
No se entiende de “qué” otra forma podría concebirse un sujeto para el diálogo, sin agencia.

También es cierto que, este grupo emergente, ( el de los pibes chorros) al estar restringido a
su manifestación más reactiva, y recortado de sus horizontes de sentido, se disuelve mas
rápidamente como un fenómeno inocuo, aislado de otras configuraciones identitarias.
Con lo cual, la conflictividad se instala cuando estas manifestaciones rompen el proceso de
intercambio, apropiación y resignificación de aquellos aspectos “traducible” que pueda tener
cada subcultura.
La cumbia villera, de no mediar un giro simbólico, es el tipo de producto cultural que,
convertido en objeto exclusivo de consumo masivo, se exorciza consumiéndolo..
Se desestima por “rústico” y no circula como para permitir emerger los aspectos
intuitivamente propositivos descriptos anteriormente.
Por lo tanto, si la demagogia no deja lugar a la lectura responsable y dinámica de los registros
discursivos, si sólo es visto como un desahogo de cierto sector marginal, será confinado a
una existencia simbólica imposible de recuperar para la construcción institucional.

Miriam Laura Pereyra


Enero del 2011
Referencias Bibliográficas
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Artículos de Revistas:
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Artículos en prensa:
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y la pública. Traducción de la Dra. Alcira Bonilla.

Páginas Web
-www.geocities.ws/lunfa2000. “ El verbo rescatarse” Artículo de Nora López.
-www.polylog.org. Artículos varios vinculados con identidades emergentes.
-www.hacercomunidad.org. “ El desafío de la megaciudad”
-www.fantásticodeonce.com. “ Los pibes chorros”
www.infobar.com.” Nestor Kirchner. Yo banco a la cumbia villera”. Artículo periodístico de Juan
Gionvanelli, del 05/08/ 2004

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