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Diez

Cartas

Por

L. Ricardo Muñoz


PRÓLOGO

Para cuando Víctor despertó, era demasiado tarde. Se había quedado


dormido e iba, ahora, dos horas tardes al trabajo, por lo tanto, tendría que salir
(de nuevo) dos horas tardes del mismo.
Víctor trabajaba en un gran periódico como columnista crítico. Luego de
su potente éxito con su novela recién publicada, había recibido diversas
oportunidades de empleos en una que otra editorial reconocida del país. El
joven escritor se decidió finalmente por una que, a pesar del fuerte horario, le
brindaba la mejor paga entre todas. Víctor trabajaba seis horas al día, nada
más, que se le contabilizaban de manera acumulativa a lo largo de la semana.
Debía trabajar sus seis horas siempre, fuese el horario que fuese. Lo
importante era, por sobre todo, cumplir sus seis horas laborales.
El chico cogió un par de dólares, se puso una chaqueta de cuero, le regaló
un beso a su esposa y se marchó en su BMW 320 Elegance, con su cabello
castaño más despeinado que de costumbre. Mientras conducía iba pensando en
su próxima novela y el probable éxito que ésta obtendría. Tenía un par de
esquemas de la trama central y su editor quedó encantado cuando Víctor trató
de explicársela. Probablemente sería su éxito final y el que le resolvería todos
sus problemas económicos a la larga.
Era una persona bastante jovial y entusiasta con los planes que se trazaba.
Cuando dejó la universidad para dedicarse de lleno a su novela, decidió pasar
por sobre todas las críticas familiares que recibió por su cruel decisión. Sólo
contaba con el apoyo de Rosalía (su esposa) y pensaba que, ante todo, era el
único que necesitaba. Tuvo muchos obstáculos antes de publicarla finalmente,
como cualquier artista que decide aventurarse en los caminos de la escritura.
Sufría bloqueos que duraban de semanas a meses y, sin embargo, jamás pensó
en abandonar aquél sueño que desde su niñez se había trazado. Para cuando
consiguió publicar su novela, sintió que, a pesar de ello, su sueño no había
culminado, sino, todo lo contrario. Pensó que ahora su compromiso consigo
mismo sería poder publicar una novela cada dos o tres años y que una fuese
mejor que la otra hasta que sus manos no pudiesen más y tuviera que dictar
sus sencillas (pero profundas) palabras a una secretaria especializada en
mecanografía. Era un sueño difícil de cumplir, pero lo lograría.
Víctor no trabajaba tan lejos de su casa. Era sólo un viaje de unos 15
minutos en coche. Usualmente antes de ir a trabajar pasaba por una cafetería
ubicada en una esquina de la calle principal frente a su oficina. Se daba el
gusto de leer algunas revistas especializadas en críticas dónde, alguna que otra
vez, aparecía su novela en primera plana. Para Rosalía, era un gusto y un
orgullo, el que su esposo tuviese tanto mérito por su tan excelente trabajo
literario. Tenía en su habitación, además, algunos recortes de artículos pegados
en un paredón. Hubo incluso una oportunidad, en la que, William Ramírez, un
gran columnista y crítico de la revista ‹‹El Mausoleo››, realizó una muy
objetiva crítica acerca del trabajo de Víctor, dónde la catalogaba de obra de
arte y ejemplo literario para los escritores novatos del género. Incluso dijo, en
un par de líneas, que admiraba la forma de escribir de Víctor y el cómo se
desenvolvía con el vocabulario coloquial sin perder ni una pizca la formalidad
y el estilo que se le hacía tan característico. Para Víctor y Rosalía, esto no fue
más que un corto vistazo del éxito tremendo que se le venía encima al joven y
prometedor talento.
El escritor tenía un pequeño club de fanáticos. Personas que le enviaban
correos y regalos esperando recibir algún acto de gratitud por parte de él.
Víctor no sabía enfrentar la fama y, por lo tanto, se le hacía difícil
corresponder a todas estas virtudes. Sin embargo, más allá de toda esta
cordialidad que amerita la relación de fan-ídolo, había alguien que, aunque
nunca supuso quién fuese, tenía la más grande certeza de que le seguía a todos
lados que iba. No había lugar en la chica ciudad donde no se encontrara este
rostro conocido. Al principio pareció no preocuparle y pensó que, quizá, fuese
cosa del destino el hecho de que ahora se encontrase siempre a esta persona.
Hubo un día, de hecho, en el que Víctor decidió acercarse a hablarle y, justo a
un par de metros del desconocido, el mismo se alejó de Víctor como pudo y se
perdió entre la multitud.
En la cafetería mientras bebía su café y leía la revista a la hora del
descanso, sintió una mirada penetrante que no se le quitaba de encima. Luego
de un corto vistazo, chocó miradas con una dulce señorita de rostro angelical.
Estaba seguro de que le había visto antes y, por lo tanto, decidió saludarla con
un gesto en la mano y una cordial sonrisa desde su asiento. Ella vestía con una
falda un poco floreada de color negra más arriba de las rodillas, una camisa de
mangas largas, de color blanco, un poco desabrochada en la parte de los senos,
dejando ver parte de su sostén negro de encaje. Era una morena no tan alta y
con un rostro bastante juvenil. Rondaba los 19 o 20 años de edad y aparentaba
quizás, los diecisiete. Tenía su cabello rizado y abundante amarrado en un gran
moño, lo que la hacía aparentar más linda de lo que realmente era.
La joven chica se acercó al escritor y, con una sonrisa coqueta y
encantadora, decidió presentarse al fin.
―Disculpa que te haya estado observando por tanto rato. Quizás te
incomodé, o algo por el estilo. Pero estoy casi segura. No. Estoy segura, de
que eres Víctor Martínez, el escritor. Podría considerarme tu más grande fan y
me parece el más grande de los placeres el estar compartiendo contigo, unos
minutos de conversación.
―Es un gusto para mí que alguien me haya reconocido en las calles de
esta pequeña ciudad. ―Respondió con un aire egocéntrico, ella lo había
notado―. Pero más lo sería, si supiese el nombre de mi pequeña acosadora.
Ella sonrió. Él se encantó con su sonrisa perfecta.
―Mi nombre es Rachel. Es un placer conocerte, Víctor.

PRIMERA CARTA

Rosalía se encontraba limpiando la casa para cuando llegó el cartero.


Víctor, su ex esposo, había muerto hacía, aproximadamente, dos años. Desde
su fallecimiento no llegaban cartas a la residencia, por lo tanto, la llegada del
mismo le causó inquietud a la joven señorita. Acababa de pagar los servicios,
los impuestos, la hipoteca, no seguía ninguna revista, hablaba con su familia
por teléfono a menudo ¿por qué debería, a pesar de todo ello, llegar cartas a la
casa? No le prestó atención, pensó que, quizá, el cartero se había equivocado.
Revisaría para cuando tuviera tiempo.
Rosa, cómo le decían sus familiares y amigos cercanos, vivía sola en una
casa bien acomodada en un bonito vecindario de su ciudad. Se convirtió en
viuda bastante joven pues, a sus 25 años, su esposo fue asesinado. Ambos eran
una pareja bastante feliz, hicieron vida rápido y decidieron mudarse juntos
cuando pudieron comprar una casa lejos de toda la escoria social de la que se
encontraban rodeados.
Un gran espejo había en el salón de estar dónde la joven chica solía
practicar yoga para relajar su cuerpo y su alma, cómo solía decir. Además
solía, también, practicar el piano frente a él. Víctor decía que al hacerlo era
una excusa para engrandecer su egolatría al considerarla un prodigio musical.
El piano no se tocaba desde su muerte. Ahora, Rosa, se veía constantemente
en el espejo, con una mirada fría, vaga y vacía, buscando en ella el valor que
su difunto esposo le daba siempre. A veces bailaba para calmar la tensión,
otras, simplemente, lloraba. Lloraba como si le acaban de dar la terrible
noticia. Era una chica bastante rota. La muerte no le sentó bien nunca, se
impregnaba en ella como un perfume bien hecho. Una vez presenció, sólo con
el rabillo del ojo, como un coche arrolló a un gato que cruzaba inocentemente
la carretera. No pudo sacar esa imagen de su cabeza por un tiempo y siempre
se culpaba por no haber podido ayudar al minino.
Ese día no era una excepción a otros. Se encontraba igual de rota que los
demás e, incluso, peor. La llegada de la carta sólo fue una interrupción en su
habitual y absurda rutina que se basaba en; desayunar y ver el noticiero
matutino, limpiar los floreros de mármol que se encontraban a los costados de
la puerta principal, hacer un poco de yoga, regar las plantas del jardín y…
Maldición, ¿qué tan malo tiene que ser alguien para merecer una vida así de
monótona y vacía? Rosa no fue una mala hija, ni esposa, ni ciudadana. Pagaba
sus impuestos a tiempo. Siempre ayudaba a su madre en sus quehaceres y era
buena estudiante. Era, sin exagerar, la mejor esposa que un hombre podría
desear. Era muy buena haciendo el amor, así como la comida. Solía despertar a
Víctor, para ir a trotar o hacer yoga, muy temprano. Víctor sólo respondía
‹‹No›› y Rosa lo convencía con un poco de sexo. Siempre lo despertaba
cuando iba a trabajar y lo esperaba hasta altas horas de la noche. Nunca colocó
objeción alguna cuando su amado la invitaba a hacer algo fuera de lo común.
Lo incluía en todos sus planes y, además, pensaba en él cuando salía a hacer
las compras sin su compañía.
Hermosa piel, blanca como la leche. Pelirroja y perfecta. Mirada color
café, dulce e inocente. Envidia de muchas. Deseo de muchos. Placer de pocos.
Rosalía siempre fue considerada la más hermosa de su familia, entre tantas
generaciones, la única pelirroja entre todos. A la abuela le daba mal augurio,
esperanzas nefastas sobre la vida divina de su nieta. Un terror mortal que
vaticinaba su eterno sufrimiento sobre la vida entera. No durará mucho,
pensaba la abuela, sollozando. 22 años han pasado y el único dolor más grande
de Rosalía, era el de perder a su esposo.
Se conocieron en la universidad, un par de años antes de graduarse. Ambos
eran un par de adolescentes buscando experiencias completamente nuevas,
lejos de lo habitual. Rosa y Víctor se encontraron por primera vez en una clase
cuando les tocó sentarse uno junto al otro por motivo del destino. Víctor la
miró desde su asiento y, cómo por impulso, se presentó ante ella. Moreno y
alto de cabello castaño oscuro, cabello rizado y disparejo que despertó en Rosa
la curiosidad que la llevó a presentarse también. Las siguientes clases fueron
igual, se sentaron uno junto al otro, como amigos de toda la vida.
Compartieron números y se conocieron mientras pasaba el tiempo. Un día,
Víctor, nervioso, invitó a Rosa a pasear un poco y conocerse mejor. Víctor era
un talentoso escritor que tenía como musa a Rosa, nunca le escribió un poema,
pero, en varias de sus historias, ella apareció como personaje principal. Rosa
siempre apoyó a Víctor, incluso cuando dejó a universidad para dedicarse a
escribir su propia novela. Fueron tiempos fuertes, pero, el amor, por supuesto,
puede contra todo.
Eran casi las seis de la tarde cuando Rosa dejó de limpiar la casa completa.
Ahora que estaba limpia se veía más espaciosa, pero más sola. Recordó la
llegada del cartero y se decidió, por fin, ir a buscar la carta. Revisó la misma
antes de abrirla para verificar que la dirección estaba bien escrita. Si, en
efecto, era para ella. Tenía su nombre y dirección ¿lo extraño? No tenía
remitente.
Rosa echó un corto vistazo a los alrededores del vecindario. No había
nadie afuera, toda la calle se encontraba completamente solitaria. Algunas
luces se encontraban encendidas otras, en su mayoría, apagadas. Rosa pensó
que, si en algún momento matasen a alguien, esos desgraciados sólo se
enterarían por el olor meses después.
Entró a su casa con carta en mano en dirección a la antigua oficina de
Víctor. Una habitación bastante grande, llena de libros, un escritorio y, en él,
una pequeña lámpara perfecta para leer la carta. Tomó asiento y comenzó a
abrirla para ver su contenido. Del sobre emanaba un dulce aroma, parecido al
de las rosas o, incluso, el perfume favorito de la chica. Era un olor fascinante,
casi obsesivo, cómo si lo hubiesen creado especialmente para ella. Quitarse el
sobre de la nariz, sería un insulto para el remitente. Si el sobre olía así, la
carta, quizá, era algo mucho más excitante.
Era una hoja escrita por una sola cara con una caligrafía excelente y a
bolígrafo. Se notaba que se había escrito recién porque tenía residuos de tinta
en algunos lugares del papel. Antes de leer, buscó una firma o algo parecido a
ello, no pudo encontrar nada que le diese una idea de quién podría ser el
remitente.
‹‹Sería un craso error decirte mi nombre antes de que todo esto empiece,
también, un gran insulto a los grandes autores del romance ―Shakespeare,
Benedetti, Cortázar―, a quienes debo que hoy me encuentre aquí escribiendo
para ti, lo que jamás he escrito para alguien.
Te parecerá extraño y enfermizo el hecho de que alguien en tiempos
modernos siga enviando cartas en anonimato para expresar amor hacia
alguien. Pero para mí, este es un acto de valor que rompe todos mis esquemas
y planes que en un momento me tracé contigo. Tu existencia en este momento
es, para mí, el regalo más increíble que me ha dado la vida. Y, sin embargo,
me lamento desde siempre no haberla disfrutado desde el principio de ella.
Te parecerá enfermizo y desquiciado el hecho de que un anónimo te envíe
una carta esperando que hagas algo por él. Algo por ese amor irracional que
le conlleva de manera inexorable a pensarte día y noche. Quererte sin
preguntas y que tú le quieras sin respuestas.
Sé que quizás no quieras saber nada del amor y querrás arrancarte el
corazón del pecho para reprimir tus ganas de amar y seguir guardando el luto
que le obsequias a tu difunto esposo. Pero quiero darte a demostrar que el
amor no es más que el compromiso de sentirse feliz con la vida. Somos
humanos y el hecho de simplemente serlos ya es motivo suficiente para sonreír
y amarnos unos a los otros. Reprimir el amor es de cobardes y de cobardes es
la valía de huir. Huir de la vida y de sus obsequios, del mundo y sus colores,
de la alegría y sus olores.
Me llamarás ahora abusador, probablemente, por llamarte cobarde. Pero
estoy seguro de que no huyes de la vida y, aún, confías que la misma puede
traer sorpresas gratas. Eres una mujer demasiado hermosa para desestimar la
oportunidad de vivir y, sobre todo, alguien como tú, JAMÁS, debería
permitirse el pensamiento de dejar de existir.
Eres para mí, lo que jamás pude tener y anhelo obtener algún día. No
quiero en ningún momento tomar lo que no es mío a la fuerza y, mucho menos,
dejar a la deriva mis intenciones contigo y que asumas que sólo quiero
hacerte daño. Vacilas por los senderos de la vida buscando reposo para
finalmente echarte a llorar y yo, como piedra estática e inmóvil, te espero
aquí inmerso en tus rosadas mejillas y tus delicadas manos para que vengas a
llorar en mi regazo. Quiero ser parte de tus días y que tú lo seas de mi vida.
Podría esperar dos o tres años, incluso, por ti. Podría esperar hasta después
de mi muerte, el que tú, princesa, decidas venir a mis brazos y declares tu
amor por mí.
Pero sé que el tiempo es cruel y que si de él no fuese necesaria la espera,
correría yo hasta ti y me pondría de rodillas para implorar tu mano en
sagrado matrimonio y empezar juntos la vida que sólo un par de amantes
podría desear. Por ello estoy dispuesto a enamorarte desde las sombras para
cuando sea el día de mostrarte la luz, estés completamente dispuesta a
entregarte a mí en cuerpo y alma y poder salir victoriosos en la batalla
campal del amor.
Me pongo el límite de diez cartas para enamorarte y, de no ser así, daré
por finiquitado este nefasto intento de ser romántico para obtener tu amor.
Con amor, para ti. ››
Rosa quedó atónita. No sabía qué pensar, qué hacer e, incluso, qué
responder. Mantuvo la compostura un rato, lo suficiente para reprimir las
ganas de llorar que sentía en ese momento. Bajó a la cocina y buscó un vaso
de agua. Necesitaba beber el agua lo más fría que pudiese, para refrescarse los
pensamientos y enfriarse un poco la sangre. Necesitaba respirar, no entendía el
porqué de la carta y el porqué de su reacción ante ella. Era simples letras,
pensaba, no era posible que le desconcertara tanto la misma. No, no era
solamente eso. Había algo más.
Con cabeza fría, volvió a tomar la carta para releerla. Notó, entonces, que
algo se le hacía sumamente conocido. Su tipo de letra quizá. La redacción,
quizá. El perfume embriagador, tal vez. Había algo en aquel manuscrito que
no le daba la comodidad y satisfacción de cualquier carta de amor común.
Podría ser, también, por el hecho de ser de un desconocido, que no le causó la
mayor confianza desde un principio. Ella nunca estuvo acostumbrada a recibir
cartas o poemas, a pesar de ser esposa de un escritor reconocido. Nunca se dio
el gusto de sentirse la Gala de su marido. El hecho de por fin ser merecedora
de una carta le sacó de sus casillas y, de no ser, porque la carta le mencionaba
directamente a ella, no habría dudado en creer que fuese para alguien más.
Rosalía bebía Whiskey en el diván del salón de estar mientras miraba el
cuadro colgado en la pared. No era momento de beber pero la situación lo
ameritaba. Oh, qué haría Víctor si estuviese aquí. Qué haría, realmente, su
marido, de estar presente. Quizá, rompería la carta o, podría ser, que la leyera
y la elogiara. Tan artístico era, que veía arte en todos lados. Tanto, que vio arte
en ella, dónde sólo había desastre.
Dio otro sorbo a su vaso y, justo después, rompió a llorar.

SEGUNDA CARTA

Rosa solía estar dentro de la galería de arte, que había instalado junto con
su marido dentro de la casa, un tiempo atrás, toda la tarde. Ambos lo hicieron
con el fin de que la señorita retomara nuevamente el pincel y el lienzo. Ella
tenía mucho talento y él, como todo artista empedernido, la apoyaba en todo lo
que fuese necesario para que ella cumpliera su sueño de montar su propia
galería artística. Era, además, la típica artista de inspiración y no de
dedicación. Podría hoy entrar a la habitación y salir ocho horas después con
todas las manos llena de pintura y una sonrisa hermosa de satisfacción que
enamoraba cada día más a Víctor. Así como, también, abandonar los pinceles
por semanas y meses y no tener remordimiento alguno de ello. Víctor la
regañaba y le decía que los grandes artistas se formaron con constancia y
dedicación y que, de no ser por la sistematización de sus pasiones, no habrían
conseguido tan increíbles logros a lo largo de su existencia.
―Me parece una maravilla tus trazos y el cómo te desenvuelves en ellos.
Ustedes los pintores son tal y como los escritores. ―Dijo Víctor un día, en
clases de pintura. Nunca dejaba de elogiar el talento de Rosalía―. Pintan con
precisión y orden y, aunque al principio no tiene forma alguna, finalmente,
hacen maravillas. Nosotros, en cambio, escribimos con precisión y orden y, de
la misma forma, finalmente, luego del desastre, hacemos maravillas. Y es
increíble el hecho de que ambos mundos están tan relacionados y tan
distanciados a la vez. Finalmente ambos son arte y eso es lo que
verdaderamente debería de importar, ¿no?
Rosalía no hacía más que sonreír. No dejaba de pintar jamás.
―Podría decirse, claro, que tienes razón. ―Respondió Rosalía mientras le
daba algunos retoques a su pintura. Sin embargo, querido Víctor, la diferencia
entre ambos mundos es que tú (el escritor) creas los mundos y, en cambio, yo
(la pintora), los hago realidad.
El par de artistas se querían como nadie y, al mismo tiempo, se odiaban
como ninguno. Eran el par más dispar de la facultad y, sin embargo la pareja
más envidiable de todas. Ambos buscaban superarse el uno al otro con sus
increíbles talentos. Muchas veces, cuando recién se iban conociendo, Rosa le
regalaba algunos lienzos que pintaba inspirada en los libros favoritos de Víctor
e, incluso, en él. Víctor, por su lado, cuando escribía alguna historia o relato
corto, ponía a un personaje bastante parecido a Rosalía, tanto en personalidad,
como físicamente. Ambos se amaban de la manera más artística posible y, por
lo tanto, su final fue tan dramático y pintoresco como jamás pudo haber sido.
Aquella habitación estaba compuesta por algunas réplicas y originales
colgados en paredes blancas para que resaltase cada color de las mismas. La
habitación tenía un ventanal en vista al jardín por el que pasaba bastante luz.
Algunos cuadros estaban perfectamente posicionados para dar una impresión
de grandeza y admiración. Como, por ejemplo, el cuadro ‹‹El dormitorio de
Arlés›› de Vincent Van Gogh. Era una réplica bastante bien hecha y costosa
que había conseguido en una subasta. Era su más grande posesión y su mayor
inspiración a la hora de pintar. No le concebía como la gran obra de arte de
todos los siglos, sino, todo lo contrario. Era la simplicidad y el detalle de los
trazos que podía dejar a Rosalía atrapada por más de veinte minutos, cada día.
No entendía qué había en aquel arte postimpresionista que le cautivaba tanto.
Incluso, a veces, cuando pintaba, lo hacía con la idea de que era un joven
Vincent, en aquella habitación francesa, fría y solitaria, pintando su propio
dormitorio para darle, al fin, un aire pintoresco.
Días como hoy, se sentía como un joven Vincent. En una habitación fría y
solitaria, buscando enmarcarla en un lienzo. Se sentía cómo aquél joven
Vincent que se inundaba en la melancolía y tristeza y era sometido por
aquellos largos trazos de soledad y desolación. Buscaba, al igual que él,
mostrar su sentimiento por medio de alguna pintura. Pero no era más que
agarrar un pincel, para que fuese suficiente motivo de romper a llorar y, una
vez más, pensar que, realmente, no era tan buena para ello. Mas sin embargo, a
pesar de todo ello, Rosalía tenía un boceto ya listo para lo que sería otro
cuadro más de su creación. Era una mujer, sentada en una silla mecedora, en lo
que parecía ser una biblioteca dentro de su casa. Su mirada estaba además de
apagada y triste, centrada en lo que debía ser una biblia. Se veía un semblante
oscuro dentro del hogar y, fuera de él, a través de una ventana, se veía el frío
anochecer atacado por una gran tormenta. Además, fuera de la casa, también,
se veía una silueta de una persona. No se distinguía el sexo, ni la edad, apenas
la altura. Miraba hacia adentro con la misma apariencia espectral y
omnipotente de cualquier deidad maligna. Afuera en la fría lluvia, la larga
sombra, acechaba a la inocente y deprimida mujer.
Rosalía se sentía, al igual que en el cuadro, acechada por la soledad y la
desesperación, buscando el más mínimo motivo para entrar en su hogar y
arrebatarle, de una vez por todas, la poca cordura que quedaba en ella. Aquel
sentimiento de soledad la impulsaba a escaparse unos cuantos días a casa de
sus padres, fuera de la ciudad. Sin embargo, amaba tanto estar dentro de su
casa, que procuraba estar más ocupada para pensar menos en aquellas
nimiedades, que fuera de ella e inundada en tristeza.
Cuando Rosalía volvió a tocar el piano, la paz interior que sintió dentro de
sí fue tanta, que entendió el refugio que utilizaba la gente en la religión. En su
niñez tocaba el piano con tanta constancia, que obtuvo bastante experiencia
para cuando cumplió sus 15 años de edad. Era parte de la orquesta juvenil de
su país y, además, del orgullo de toda la familia. Cuando empezó la
universidad, lamentablemente, tuvo que dejar atrás las clases y dedicarse de
lleno a su nuevo proyecto. Esto fue para ella un gran golpe al corazón, pues, a
pesar de algunos problemas que tiene todo músico, decía que el piano era su
vida. Sin embargo, Rosalía solía tocarlo cuando llegaba a su casa, luego de
clases, con aquella emoción producto del amor que recién comenzaba a sentir
por Víctor. Ahora, lo hace con aquella melancolía que le dejó la partida de su
querido ex esposo.
Habían pasado ya, aproximadamente, ocho días después de la primera
carta. Rosa ya había olvidado medianamente la misma y no le daba más
cabeza a ello. Tenía la mente centrada en el piano y sus pinturas. Se sentía
verdaderamente feliz de volver a lo que le gustaba y, además, le ayudaba lo
suficiente para mantener la mente distraída de lo que le mortificaba la vida.
El que la primera carta le dejase tan atónita y sorprendida, no fue, sino, el
hecho de que la misma fue redactada justo como lo hacía Víctor al escribir
algún poema. Este acto le heló la sangre de manera atroz, pues, no entendía
cómo alguien podría ser tan cruel para hacerle algo así. Pasó por su mente que
quizá sería alguna broma de uno de los amigos de Víctor, pero no creyó que
alguno jamás sería capaz de hacer una cosa así. Además, el hecho de que debía
de esperar 9 cartas más, le impacientaba demasiado.
Esa misma tarde, después de pasar todo el día pintando dentro de aquella
habitación blanca, fue interrumpida de forma abrupta cuando, de repente,
tocaron la puerta principal del hogar de forma exagerada para alguien a quién
no está buscando la policía. Rosalía se inquietó bastante e, incluso, pensó en
salir corriendo para esconderse. Tras un par de minutos eternos, el golpeteo
incesante en la puerta paró y volvió el silencio escandaloso y abrumador que
acostumbra rondar por las calles del vecindario. A Rosa casi se le salía el
corazón del susto y, realmente, no tenía ni las más mínimas ganas de salir a
ver quién podría ser el que tocaba la puerta de tal manera. La policía no podría
ser porque nunca tuvo algún problema con la ley, un familiar desesperado
menos porque sólo tenía contacto con sus padres y algunos tíos cercanos. Rosa
tenía miedo de que quizá, después de todo, fuese algún ladrón o secuestrador
que, seguramente, en aquel momento, podría estar dentro de la casa ya.
Rosalía dejó los pinceles sobre su mesilla de instrumentos y se encaminó
hacia la puerta principal, con un nudo en la garganta y unas ganas inmensas de
llorar. Era una chica con unos nervios de punta, cualquier sobresalto la hacía
correr o gritar del terror, no se acostumbró jamás a situaciones de ese estilo y,
por lo tanto, se le hacía aterrador vivirla por primera vez.
Al abrir la puerta no encontró a nadie. Rondaban las seis o siete de la tarde
y parte de la calle comenzaba a oscurecerse ya. A pesar de la puerta estar
vacía, no le quitó la incomodidad que sentía. Seguía pensando que, quizá,
alguien podría estar dentro de la casa intentando robarle o hacerle daño. Echó
un vistazo a lo largo de la calle y, al no ver a nadie más afuera, decidió entrar
nuevamente. Sin embargo, justo antes de cerrar la puerta se encontró con una
caja cerrada y una pequeña nota pegada a ella. Volvió a dar un vistazo, pensó
que vería a la persona que le dejó aquel presente. Desconfió por un momento,
se imaginó vulnerable, tomando la caja y luego siendo golpeada y amordazada
para despojarle de sus pertenencias y, después, de su vida. Tragó saliva y tomó
la caja entre sus manos, entrando finalmente a su casa.
Se sirvió un trago de vodka con hielo antes de abrir el paquete que le
esperaba. Algunos años atrás, en su época universitaria, era amante del
alcohol. Víctor, en alguna oportunidad, dentro de los primeros meses de
noviazgo, le tocó llevar a Rosalía hasta su casa por alguna borrachera mal
controlada de parte de la joven. El muchacho, en cambio, no bebía tanto. Sin
embargo, ahora que Rosalía estaba sola, había procurado dejar el licor,
empero, estos extraños regalos que le estaban llegando a su propia casa le
ponían los nervios de punta y prefería opacarlos con un poco de alcohol.
La nota que estaba pegada en la caja decía, con la misma caligrafía de
antes; ‹‹Hace algún tiempo, Cortázar escribió, cómo pensando en ti y en mí
‹‹Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para
encontrarnos. ›› Ahora, queriendo yo dejar de buscarte, porque finalmente te
he encontrado, prefiero utilizar ese tiempo que me sobra en enamorarte. ››
Rosa sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, cuando leyó la
nota. Se sentía sumamente halagada y encantada por aquellas palabras que
recibía del desconocido. Rompió la envoltura color blanco seda que cubría la
caja, para finalmente ver qué contenía la misma. Dentro de ella había una
preciosa rosa blanca junto a otra carta, encima de un hermoso vestido negro de
noche con bordados de encaje. Tomó el vestido y lo desdobló con mucho
cuidado. Era corto, más o menos un poco más abajo de la rodilla, con algunos
detalles de encaje por encima del pecho. Las mangas eran hasta los hombros,
dándole así un estilo un más juvenil. Era sumamente hermoso y, para Rosalía,
fue un increíble regalo porque, además, era justo de su talla. Dejó el vestido a
un lado y la rosa, luego de admirarla, la puso en agua para que no se
marchitara tan rápido.
Para Rosalía fue una sorpresa encontrar ese vestido dentro de la caja
porque, hacía algunos días, cuando salió a hacer compras para la casa,
encontró ese vestido en un anaquel de una tienda sumamente costosa. Pensó
que podría comprárselo algún día, pues, a pesar del precio, no sería un gran
golpe a su economía, más sin embargo, el verdadero problema era que casi no
iba a fiestas. Para ella, la muerte de su ex esposo significó un gran y verdadero
cambio rotundo a su vida entera. Era una joven con exuberantes ganas de vivir
y, justo después de aquella gran desgracia, no podía decirse lo mismo de ella.
Usualmente iba a las reuniones alocadas de sus compañeros de facultad donde
muchas veces se embriagó de forma exagerada y cuando se graduó, luego de
la muerte de Víctor, solía visitar las galerías de arte a las que sus compañeros
le invitaban para que no se sintiese tan sola. Siempre fue, para Rosalía,
aquellos gestos que hacían un cambio en su vida.
Notó la carta y tragó saliva. Le regaló un sorbo a su vodka, que ya se
encontraba rebajado por el sudor del hielo. Era más que claro que aquella era
la segunda carta de las 8 que faltaban, sintió nervios para leerla. Sin embargo,
la espera la impacientaba y la curiosidad la mataba. La carta desprendía el
mismo olor embriagante de la primera y fungía la misma labor de aquella;
hundirla en el nerviosismo. Volvió a beber de su vodka, ahora le quedaba
menos de la mitad del vaso.
La carta tenía escrita, por encima de ella, un número dos que hacía alusión
a la serie de cartas que vendrían después. No tenía firmas, ni posdatas, ni
dirección del remitente. Nada que le diera una idea a Rosa de quién podría ser
aquel acosador enamorado. Cuando la abrió, se dio cuenta de que esta no
completaba la hoja. Eran un par de poemas y, al final, una pequeña
dedicatoria. No leyó la carta aún. No antes de estar lo suficientemente ebria
para que los nervios no volvieran a atacar como la primera vez.
Sirvió lo que quedaba del vodka en el vaso con hielo. Era una botella de
Absolute, que había comprado hacía ya medio año. Cuando estaba sola no
solía beber, pues, no encontraba los verdaderos motivos para hacerlo. Sin
embargo, ahora con esta presión que siente al recibir las cartas, se siente
motivada a darse algunos tragos de vez en cuando.
‹‹‹Pureza e inocencia convertida en piel
Mentira y verdad definida en miradas.
Fuerza y dolor gritada entre sonrisas.
Labios sabor a licor,
llamas que se sostienen sobre tus hombros,
déjame pasar más allá
de tu risa.
Chica de vista corrompida,
déjame ser más que una visita.
Suave y blanca piel,
déjame convertirme en caricia.
Tus labios, filosofía hecha religión,
verdad taxativa,
pasión y deseo incontrolable.
Dejemos la confianza a merced del viento
y convirtámonos en fábula mal narrada.
Démosle fin al principio del arrepentimiento,
y seamos juntos,
lo que no queremos ser. ››
Algunas veces, por aquellas personas sin sensibilidad, no nos damos
cuenta del arte que somos. Incluso, por aquellas personas que se jactan de
artistas y no nos consideran sus lienzos, musas o más grandes composiciones,
nos sentimos menospreciados. Este poema te lo dedico a ti, que con tus
pequeños trazos de óleo y tu delineado en tinta china, logras cautivar en mí, a
aquel artista que hice perdido hacía algunos años.
Te pido, por favor, uses ese hermoso vestido que con todo el cariño del
mundo te regalo, la noche del sábado en la galería de arte que será celebrada
en el centro. Estaré presente y dejaré para ti, la siguiente carta ahí. De no
asistir, lo tomaré como un no rotundo de tu parte y daré por finiquitada esta
serie de manuscritos. Te dejo la invitación dentro de la caja.
Sin más nada que aclarar,
con amor, para ti. ››
Tras terminar de leer la carta e intentar interpretar de manera constante y
errónea los poemas, corrió al baño para dejar salir todo ese licor y angustia
reprimida. Estaba en un punto de su vida dónde no reconocía cuál de las dos
opciones podría ser la correcta; vivir o morir. Mientras lloraba en el borde del
excusado, con la botella sobre sus piernas, sintió que, realmente, no fue
querida lo suficiente ―o al menos, lo que se merecía―. Víctor nunca le
regaló poemas, ni historias, sólo personajes con vidas trágicas o endebles.
Personajes principales en historias abandonadas o secundarios en historias
jamás publicadas. Se sentía una musa transparente o, incluso, un pincel
inservible.
No comprendía realmente el porqué de sus angustias luego de cada
manuscrito. Podría ser, quizás, que comenzaba a abrir los ojos sobre quién
realmente era Víctor y el cómo ella le tenía completamente idealizado. Rosalía
comenzaba a ver algunas cosas que, para ella, antes no estaban a simple vista.
‹‹La noche del sábado›› era dentro de dos días. La galería de arte que se
celebraría ese día en el centro, en un gran local de tres pisos bastante lujoso.
Era sólo con invitación o, en su defecto, una entrada que podría costar un
riñón. Solía celebrarse de forma bianual en el mismo local. Era una
celebración dedicada a los artistas del podio, donde suelen asistir reconocidos
críticos del arte y celebridades del mundo del espectáculo y la farándula.
Cuando Rosalía estaba comenzando a notar su talento, pensó que algún día sus
obras serían expuestas en aquél local y aclamadas por todos los críticos del
momento. Quería ser una artista del podio y se había prometido cumplirlo.
No asistiría aquella noche. La situación le ponía los pelos de punta y lo que
menos quería era que le siguieran llegando cartas. Pensó, incluso, en tirar la
invitación por el excusado cuando vio, de nuevo, aquél hermoso vestido de
noche que venía junto con la carta. Pensó que sería una grosería de su parte no
asistir aquella noche luego de tan precioso regalo. Dejó la entrada junto al
vestido y cerró la caja. Seguiría pensando aquello por la mañana siguiente.
Se tambaleó hasta su cama con aquella gran borrachera que llevaba a
cuestas. Un pequeño dolor molestaba su sien. Era hora de tomarse aquellas
pastillas salvavidas que siempre le alejaban de aquella agonía inexorable luego
de cada borrachera. Dejó un vaso de agua a un costado de su cama luego de
tomarse las píldoras y, justo antes de quedarse dormida, vio a Víctor de pie en
la puerta de la habitación.

TERCERA CARTA

Sábado por la tarde. Era el gran día. Rosalía se preparaba para no salir y
quedarse ―como siempre― otro sábado dentro de sus cuatro paredes de
confort. Sus vecinos no solían dar paseos y los que lo hacían, no eran lo
suficientemente amigables como para entablar una buena conversación. Todos
los sábados, solía alquilar alguna película vieja o simplemente elegir una del
catálogo de Netflix.
Tenía alrededor de un día y medio sin dormir. No lograba conciliar el
sueño por más que lo intentara y, lamentablemente, los medicamentos no
lograban surtir los efectos. Había sido atacada por una pesadilla que no le dejó
cerrar los ojos en toda la noche. Culpó de ello a su consumo excesivo de
alcohol aquella noche y aquel par de pastillas que bebió después. Supuso que
sería algún tipo de delirio que revelaba todas las culpas que guardaba en su
interior. Desde aquella noche, no bebía más.
Rosalía, aquel sábado por la tarde, se encontraba pintando en aquella
habitación de paredes blancas. Con su pincel lleno de tinta china, sobre un
lienzo con algunos trazos coloridos de óleo, pintaba diversas sombras
alrededor de un muy lindo paisaje. Las sombras no llegaban a tener forma,
pero se sobrentendía que eran humanas. Estaban todas dispersas por un amplio
campo de girasoles, conviviendo entre sí. Aquellas sombras eran la pizca de
oscuridad en aquel pintoresco paisaje. Le colocaría como nombre, al futuro
cuadro; ‹‹Humanos››, pues en él quería interpretar a una comunidad de
personas sin personalidades, sin forma ni motivo, aquellos seres que divagan
en la vida para ser parte de la historia de otros, y no dueños de las suyas. Ella
se veía en ese campo de girasoles, como aquella sombra que recoge algunas
rosas para llevárselas a su hermana que pronto se casará. O aquél que sacaba
pétalos, contando uno por uno, para saber si el destino le deparaba su amor. O,
incluso, como aquél que se encontraba bajo la sombra del inmenso caobo, que
sólo estaba ahí; existiendo.
Probablemente, aunque su don fuese el de pintar muy bien, no era el de
pintar algún cuadro que transmita algún sentimiento feliz. Desde sus primeros
pasos en el mundo del arte del pincel, Rosalía ha ido pintando cuadros con
temáticas oscuras y profundas sobre su propia vida y algunas visiones
filosóficas que iba teniendo con la experiencia que le otorgaban los años. No
ha pintado jamás, como el gran Maurice Denis, algún cuadro religioso. Se
había arraigado a sus miserias internas y las revelaba de forma inconsciente
sobre aquellos lienzos hermosos. Hubo incluso una oportunidad cuando
cursaba bachillerato que pintó, para la clase de Artes, un cuadro con crayones
y carboncillo, donde se mostraba en un acantilado como una madre lanzaba a
su hija al vacío, mientras la tenía amarrada con una cuerda a la muñeca.
Trataba de personificar, en esa escena, aquellos sacrificios que hacen los
padres al liberar a sus hijos de sus cadenas. Los lanzan al acantilado porque
prometen confiar en su capacidad de nadar en aguas turbulentas y, sin
embargo, luego de empujarlos, los vuelven a recoger bajo sus brazos
fraternales.
Para Rosalía no fue fácil convivir con sus padres. Razón por la cual no iba
a vivir definitivamente con su madre y dejar esa grande y solitaria casa.
Cuando comenzó a estudiar, comenzó a sufrir de la presión incontrolable de su
padre para que fuese una buena estudiante. La madre de Rosa no solía
presionarla y, al mismo tiempo, frustrarla, tal como lo hacía su padre. Sin
embargo, su madre no solía apoyarla en sus discusiones. Cuando Rosa empezó
la universidad, tuvo mayor aceptación de sus padres a pesar de su elección
nada sorpresiva. Fue ahí, cuando empezó a tener una mejor relación con ellos.
La primera noche que Rosa pasó fuera de casa fue con Víctor. Él la invitó a
una noche de películas, en sus primeros meses de relación y ella, con gusto,
aceptó. No fue fácil para ella poder conciliar el sueño, a pesar del masaje que
Víctor le regalaba a su cabello.
―La adaptación de los seres humanos a diversos estándares naturales y/o
artificiales duró cientos de miles de años, no fue algo de la noche a la mañana.
― Respondió Rosalía a las 6:30 a.m., cuando Víctor advirtió que no había
podido dormir en toda la velada.
No era costumbre de ella estar lejos de sus padres, a pesar de la cantidad de
peleas y discusiones que tuvieron a lo largo de toda su adolescencia. Fue
cuando entró a la universidad que decidió liberarse un poco más de su cadena
sobreprotectora. Procuraba salir más de día y de noche, no llegaba
directamente a la casa y, muchas veces, prefería simplemente no ir a dormir.
Ahora el que Rosa esté completamente sola, después de tanto tiempo,
conviviendo consigo misma, preocupa a sus padres y alerta sobre su salud
mental.
La velada del sábado no la motivaba mucho, pues, a pesar de que ya había
elegido la película del día, no quería quedarse en casa, por miedo a quedarse
dormida. Recordó enseguida la carta de invitación que el anónimo le había
enviado, hacía algunos días. Vaciló un poco en su decisión final, sin embargo,
logró convencerse a sí misma de que sería una noche interesante, sin duda
alguna. No tardó mucho en ducharse y colocarse el hermoso vestido de color
negro. Peinó su pelirrojo cabello y se puso algo de labial en sus carnosos
labios. Se roció aquella loción embriagadora que le encantaba a Víctor y, justo
después de tomar una chaqueta, encendió el BMW que Víctor había dejado
para ella luego de fallecer.
Usualmente, los sábados por la noche, el Centro Comercial City Taman se
llena de gente por la cantidad de eventos nocturnos que hacen allí. Los
estacionamientos quedan abarrotados de gente y es bastante difícil
estacionarse, sin tener que caminar, después, cuadra y media para llegar al
ascensor. Con suerte, la invitación constaba con un puesto de estacionamiento
apartado para ese tipo de situaciones, pues, contaban con la presencia de
muchas personalidades importantes del mundo artístico.
El Urban Couple era el salón de eventos donde se celebraba el mismo,
constaba con tres pisos completamente espaciosos y bien distribuidos para el
disfrute de los invitados. Cuando Rosalía llegó al salón, acaba de abrir sus
puertas y aún había personas haciendo fila para entrar. Todos iban vestidos
sumamente elegantes, tacones altos, trajes pulidos y planchados, perfumes y
colonias de olores deliciosos. Rosa no se sentía cómoda al principio, pero
luego de ir paseando por las galerías, se relajó muchísimo. Recordó cuando
―siendo estudiante del bachillerato― iba a aquellos eventos organizados por
el museo para la apreciación artística y la cultura, dónde colocaba sus cuadros
a participar en los diversos concursos. Tuvo la oportunidad de obtener el
primer lugar en dos. No se daba por vencida para cumplir su sueño de
convertirse en una excelente pintora, aún después de aparentemente
abandonarlo.
Se fijó, en la sección de postimpresionismo, en aquella delicada réplica de
su cuadro favorito de Vincent, posada sobre una repisa. Podría decirse que se
asemejaba muchísimo al original por la calidez de sus trazos. Sin embargo,
Rosalía sabía que no era el mismo. Lo que le llamó la atención del cuadro fue
su semejanza con el original y el cómo fue puesto allí para que pudiese ser
notado. En la repisa, justo encima de la placa de bronce que indicaba la
información correspondiente a la pintura, se encontraba un sobre con el
número tres dibujado con tinta china. Rosa estaba segura de que era para ella
y, luego de echar un vistazo a su alrededor, tomó el sobre y lo guardó en su
bolso de mano.
Rosa estaba segura de que el desconocido tenía información sobre ella.
¿Cómo podía ser posible que alguien, aparte de Víctor, supiese que ese era su
cuadro favorito? Además, el hecho de que, por mera casualidad, pusiera el
sobre allí, carecía de sentido. Él sabía que el cuadro le llamaría lo suficiente la
atención para que ella se acercara y así podría encontrar la tercera carta.
Se marchó hasta lo que era el restaurante (dentro del evento) y, luego de
tomar una de las copas de vino tinto repartida por los meseros de forma
gratuita, comenzó a abrir el sobre en búsqueda de las respuestas a sus
preguntas. Al abrir el sobre, encontró en él un brazalete de plástico color
negro, con el título del evento y una banda dorada en cada borde del mismo.
Junto a él, se encontraba una nota plegada que decía; ‹‹Este brazalete te
funcionará para entrar a la sala de Op-art sin problema alguno. Allí, entrarás
a la exhibición de luces dónde, si no tienes miedo, me encontrarás. ››
Se sintió un poco insegura. Echó un vistazo a su alrededor y volvió a leer
la nota. No sabía si era seguro asistir a aquella reunión con el anónimo. Se
terminó de beber la copa de vino para pensar mejor. ¿Qué podía perder si
entraba a la exhibición? Él no podía hacerle nada allí porque todo estaba
monitoreado, asistirían en su ayuda instantáneamente. La curiosidad la estaba
matando y no podía darle el gusto de quedarse con ella.
Después de colocarse el brazalete caminó en dirección a la exhibición de
op-art. Era el último piso del salón, completamente dedicado a ello. El arte
visual era, en ese momento, un boom para los artistas. Muchos se creían la voz
de una generación por la originalidad con la que llegaban a pintar,
convirtiéndose así en pioneros del género. Muchos otros, simplemente,
seguían técnicas y, a partir de ahí, se hacían sus propios caminos. El arte de
luces de neón, era el favorito ―dentro del género― de Rosalía. En el
momento que entró a la habitación llena de varias obras realizadas con luces
de neón, se percató de que en aquella exhibición no se encontraba nadie. Al
parecer, aquellas entradas; eran limitadas o muy caras.
El número tres gigante le llamó la atención enseguida. Fue hecho en
perspectiva para que desde un punto específico pareciese un tres y, desde otro,
algún símbolo extraño. Era evidente que fue realizado para captar su atención
y, sobre todo, darle un mensaje. Rosa se acercó al muro junto a los tubos de
neón y, luego de revisar detalladamente el mismo, encontró un sobre color
negro con un número tres pintado de un verde fosforescente. Volvió a detallar
su alrededor. No había absolutamente nadie en aquella habitación oscura. Sólo
ella y el incesante zumbido realizado por los tubos de luz. Tenía la pequeña
esperanza de encontrar a su acosador anónimo y que éste le respondiera
algunas preguntas. Se sintió como cuando embarcan a una persona que espera
ansiosa a otra. Incluso, pensó en quedarse más tiempo por si de casualidad,
llegaba alguien al salón. Decide, luego de un par de minutos inútiles,
marcharse finalmente.
Dentro del coche, Rosa abrió la carta. Ésta sí abarcaba la página completa.
Nuevamente, no tenía firmas, posdatas o algo que identificara quién era el
remitente. Era una página en blanco por un lado y llena de letras por otro. No
tenía nada fuera de lo normal. El sobre sólo tenía ese papel y ya. Rosalía echó
un corto vistazo al estacionamiento, no vio a nadie en el mismo y se calmó un
poco. Con toda esa situación, se sentía vigilada en todo momento. Algunas
veces sentía que era seguida o perseguida a dónde quiera que fuese. A veces,
sentía que no soportaría la cantidad restante de cartas ―La impaciencia la
calcinaba en múltiples ocasiones―. En otras oportunidades, esperaba horas
junto a la ventana, para notar la llegada del cartero y poder leer cuanto antes
los escritos. Se estaba obsesionando un poco con el sentimiento ególatra que le
dejaba leer las cartas. El hecho de sentirse importante, le cambiaba por
completo la autoestima. Pasaba de ser la miserable viuda, a la codiciada joven
que algún día creyó ser. Era más por ese sentimiento ególatra y de la intriga,
que sentía el deber de esperarlo. Además, sentía que esa simple situación
colocaba un poco más de emoción en sus días.
Decidió leerla en casa, en el escritorio de su ex marido, como solía hacer
cuando leía. El camino en carretera no fue distinto a los comunes, sin
embargo, esta vez, le prestó más atención a la ciudad desde el elevado de la
autopista. Eran, aproximadamente, las once de la noche. Gran parte de la
ciudad se encontraba con sus habitantes dormidos y, la otra, con aquellas luces
despampanantes que le daban el brillo, que hacía tan hermosa la noche. En una
oportunidad, salió a dar un paseo con Víctor en coche. Ambos eran jóvenes y
sin responsabilidades, amaban salir de noche a ver las estrellas en aquél
mirador de la montaña. No sentían pena ni gloria por lo que hacían,
simplemente se preocupaban por vivir aquel momento. Eran jóvenes y libres,
conscientes de que la libertad es espiritual. Solían conducir a toda velocidad
por la autopista, con los vidrios del coche abajo y música a alto volumen. Se
creían los enamorados inmortales, que el mundo jamás detendría. Para Rocío,
pasar por esas carreteras acompañada de la soledad, le daba un vuelco al
corazón terrible. Estaba acostumbrada a su vida con Víctor y vivir sin él, le dio
un giro por completo a su vida. Las lágrimas ya no salían, pero los recuerdos
seguían atormentando.
* * *
Al llegar a su hogar, se quitó aquellos tacones negros de gala que llevó a la
galería. Pensaba, para distraerse un poco de la carta, en aquellos cuadros del
arte renacentista que se encontraban en la exposición. Así, también, en los del
postimpresionismo, género favorito de Rocío. Sentía que aquella visita fue un
alivio para su espíritu artístico y un pequeño escape de imaginación y
creatividad.
Comenzó a leer la carta en su lugar favorito. Ahí se sentía más segura.
‹‹La mejor manera de disfrutar el arte, es en un museo o una galería. Con
todas aquellas personas llenas de sensibilidad admirando tales creaciones.
Pensé que en un museo se me sería más fácil poder apreciar el arte de una
manera más objetiva, pero tú brillas en cualquier lugar dónde estés. Con
todas aquellas musas danzantes en búsqueda de artistas solitarios. La mejor
forma de disfrutarte a ti, es en un museo o una galería.
Ver lo hermosa que te ha quedado ese vestido fue, para mí, el mayor
regalo que pude obtener en toda mi vida. Escribir esta carta mientras te veo,
también. Has deambulado, de cuadro en cuadro, con aquel rostro curioso,
cómo abeja en floral. Buscas la emancipación de la realidad, por medio de la
proclamación de lo imaginario. Quieres ser parte de esos mundos de óleo y
tinta china, en esos lienzos bien tratados. Quieres escapar del mundo, lo noto
en ti y en tu movimiento tan apacible, triste y vacío. En tu mirada posa la
esperanza de encontrar un nuevo amor, lejos del verdadero. Es esa tristeza
enmarcada en rojo vino tinto y blanco, la que me ha hecho llegar hasta aquí.
Quiero ser parte del día a día de tu rutina y las falsas esperanzas de darle
fin algún día a ella. Quiero ser, también, parte del intento desenfrenado
porque así sea. Ser parte de tus libertades y borrar las inseguridades que ha
causado el tiempo en ti. No quiero volverte loca ante mis virtudes y una
sumisa ante mis defectos. Quiero que aprendamos a querernos, a pesar de la
deficiencia de alguno de ellos.
Si crees que soy un loco por hacer esto, quiero recalcar que soy humano y
es de humanos equivocarse, aun cuando del amor se trata. El lápiz tiembla y
siento que mi mundo lo hace también, cada vez que te veo pasar de habitación
en habitación, con aquella despreocupación, que resalta en tu pálida piel.
Me resulta gracioso el hecho de que has pasado por mi lado en diversas
ocasiones y no te has imaginado qué soy quién está enamorado de ti. En una
oportunidad quise tomarte de la mano y que entendieras que estoy aquí,
esperando por ti. Pero no quise romper la promesa de las 10 cartas y dañar la
incógnita en la cuestión.
Si estás leyendo esto, seguramente es porque decidiste ir a conocerme.
Pero, lamentablemente para ambos, la situación no es todavía la indicada.
Quiero asegurarme que de verdad tienes las intenciones de desenmascarar
este crimen pasional antes de que sea cometido. No podría permitirme
incomodarte ante la llegada de mis cartas; mi única intención con esto, es la
de enamorarte.
Pronto llegarán para ti un par de obsequios que te acercarán más a mí y te
ayudarán a sentirte menos impaciente con todo esto. Las cartas seguirán
llegando, hasta llegar a la última, en distintos intervalos de tiempo. Quiero
hacerte entender que, aunque no me ves, permanezco presente.
Será una lástima para mí, verte marchar sin haberte podido ver tus ojos
más de cerca por primera vez. Pero me parece el momento correcto para
dejarte la carta y poder seguir con esta disparatada historia de amor.
Gracias por deambular en tu verdadera forma esta noche, por aquella
galería.
Con amor, para ti. ››
Para Rosalía aquella declaración de amor fue más que un bonito mensaje.
Se sintió desprotegida ante los ojos de un desconocido. Sintió que sus
sentimientos se encontraban resguardados bajo una coraza indestructible. El
anónimo rompió ese esquema y ahora se sentía completamente sumisa. Sin
embargo, fue ese mismo sentimiento de inseguridad la que le hizo querer
salvaguardarse entre los brazos de alguien. Aquél anónimo le desenmascaró el
alma y le hizo ver en quién se estaba convirtiendo. Fue un movimiento cruel
―Pero certero―, para impulsar a Rosalía a un cambio en su vida.
Rosa dejó la carta dentro de un cajón, junto con las otras, en el antiguo
escritorio de Víctor. Era cierto, quería escapar de todo. Se sentía encerrada en
aquellas cuatro paredes de su hogar. Hacía mucho que no salía o pasaba más
de dos noches en casa de sus padres. Aquel auto confinamiento era el que la
estaba volviendo loca, a fin de cuentas.
Pensó que sería buena idea ir a la casa de campo de sus padres, por al
menos, un par de semanas. Desestresarse un poco y llevarse algunos lienzos
para pintar paisajes a tiempo real. Se desaparecería de todo el bullicio citadino
y el escandaloso silencio vecinal de cada noche.
Se sirvió un trago de vodka con hielo para no perder la costumbre de estar
ebria después de cada carta. Esta no le angustió tanto como la anterior.
Admiraba sentirse tan halagada y deseada, que ese sentimiento le sirvió como
base para no derrumbarse. Le gustaron cada una de las palabras redactadas en
el escrito, sin embargo, no podía aún permitirse confiarse de ello. Los poemas
y frases bien citadas, no eran suficiente para que Rosalía comenzase a sentir
algo por alguien. Mucho menos sin conocerle en persona. Mucho menos, sin
saber quién era.
El miedo de sentirse acosada por algún tipo de psicópata, no dejaría de
existir. Pero no por ello quería dejar de recibir esas cartas. Era el toque
interesante que hacía su vida de otro color. A diferencia del alcohol, los
escritos no la dejaban al borde de la muerte, pero, ambos cumplían la labor de
cambiarle de ánimo por completo.
Decidió dar por terminada la noche y acostarse a dormir. Terminó de beber
su vodka y, tambaleando del sueño, se dejó caer sobre su cama matrimonial
llena de almohadas. Estuvo a punto de cerrar sus ojos cuando, nuevamente,
Víctor apareció en la puerta de su habitación.

CUARTA CARTA

La casa familiar de Rosalía, era una bonita cabaña de campo de dos pisos.
Con una chimenea para el invierno y aire acondicionado para el verano. Tenía
4 habitaciones y 2 baños, lo bastante cómoda para alguien solitaria como
Rosalía. Se encontraba ubicada a mitad de un bosque, con salida a una laguna
cercana. De niña, solía ser su lugar favorito. Pretendía pasar unos tres días en
la cabaña, para luego volver a su hogar.
Los primeros meses después de la muerte de Víctor fueron, para Rosalía,
extremadamente difíciles. Empezar a vivir sin Víctor ―después de haberlo
hecho, por al menos, siete años―, era para Rosalía una fuerte situación.
Después de haberse acostumbrado a su rutina, el rompimiento tan abrupto de
la misma, fue el punto de quiebre para el declive mental en ella. Era alguien
muy dependiente y el hecho de perder de esa manera a su esposo, la
quebrantaba por completo.
Usualmente solía llorar hasta tarde luego de sus solitarios días. En diversas
oportunidades, después de unir algún somnífero con cualquier tipo de licor,
comenzaba a tener visiones y algunos ataques de pánico por las noches. A
veces veía a Víctor despertando junto a ella, a pesar de estar en el medio de la
noche y él estar muerto. Otras, sin embargo, solían ser apariciones
aterrorizantes de un Víctor fallecido, parado en el borde de la puerta, juzgando
a Rosalía por sus acciones.
Los últimos días, para Rosalía, se habían convertido en un infierno. Solía
ver a Víctor, noche tras noche, parado en el marco de la puerta, sin decir
palabra alguna. Culpó en diversas oportunidades al exceso de alcohol, después
de cada noche solitaria. Pero eso no sería suficiente para detener aquellas
atroces pesadillas. Pensó que pasar algunos días en contacto con la naturaleza,
le haría olvidar todos aquellos tormentosos episodios que estaba volviendo a
tener en la mente.
La primera vez que Víctor volvió a aparecer, después de tanto tiempo, fue
después de recibir la segunda carta. Aquella gran carga de culpabilidad que
sentía Rosalía por querer seguir recibiendo las cartas, la condujeron a tener
aquella atroz visión de un Víctor moribundo, parado a un costado de la puerta
de su habitación. Iba vestido con el traje de bodas y dentro del bolsillo del
saco, llevaba una rosa negra. Sus ojos se encontraban perdidos y vacíos y de
su boca azul no salía ningún tipo de sonido. Su piel tenía un color azul pálido
que se camuflaba con la oscuridad de la habitación. Sus manos se veían frías y
mortíferas.
La segunda vez, en cambio, fue en algunas pesadillas, dónde Rosalía se
veía así misma en un ataúd y Víctor era quien la lloraba. Luego, finalmente,
ella despertaba agitada y sollozando, para ver nuevamente aquel espectro en el
marco de la puerta observándola fijamente. Para Rosalía, después de eso,
dormir era todo un reto. Aquella mirada tan aterradora, sólo comunicaba
muerte y rencor. No podía cerrar los ojos sin creer que aquel espectro se
abalanzaría sobre ella y le haría daño. No hacía más que llorar y rezar para que
éste se marchara.
La última vez fue luego de recoger la cuarta carta en aquel museo, Víctor
apareció de manera diferente. Ya no tenía aquel semblante luctuoso, sino, uno
más vivo y reluciente. Tenía una playera de colores llamativos y unos
bermudas de un gris muy claro. Tenía un aspecto más juvenil y estaba tan
despeinado como cuando Rosa lo conoció. Se veía claramente que era el
Víctor del que Rosa se había enamorado y venía a hacerlo una vez más. Esta
vez sus ojos no indicaban muerte ni juicio, sino, jovialidad y gusto. Su piel era
clara y hermosa como la canela. Rosa no supo cómo reaccionar, creyó un
momento, incluso, que él estaba vivo. Se acercó a ella y le extendió la mano.
Sonrió y, con una voz llena de paz, le dijo:
―He venido por ti, amor. No he podido esperar más. Ven, las cosas acá
son diferentes. Sólo seremos tú y yo contra nada, porque ya todo lo habremos
conseguido.
Rosa pensó en tomar su mano, pero sabía que aquella visión no era más
que un espejismo creado por su subconsciente culpable. No se sintió capaz de
responder y lo único que supo hacer en ese momento; fue romper a llorar.
Miles de voces retumbaban en su oído mientras ella gritaba llena de odio y
dolor. Aquel espectro era sólo una visión egoísta de un Víctor idealizado que
Rosa se había creado apenas él murió. Las voces que retumbaban en su mente
sólo vociferaban odio y rencor hacia ella por no aceptar marcharse con él.
El escape a casa de sus padres fue una excusa excelente para dejar por
algunos días aquella casa que sólo la llenaba de melancolía. La casa también
tenía un piano, los padres de Rosalía se lo habían regalado cuando se graduó
del bachillerato para que pudiese tocarlo mientras permanecía de vacaciones.
Cuando llegó, lo primero que hizo fue limpiar y afinar aquél hermoso piano de
color negro que tanto amaba de niña. Sus sesiones diarias de sonatas y
conciertos en piano, duraban de una a dos horas ininterrumpidas de hermosas
melodías de la época barroca. Solía tocar, particularmente, piezas de Sebastián
Bach y Shostakóvich ―como su favorito―. Para ella nunca fue un fastidio
practicar de vacaciones, era entretenimiento y, mayormente, extremado gozo.
Había escrito un par de canciones y, justo en ese momento, se encontraba
componiendo un concierto para piano. Rosa había decidido dejar de adjudicar
su falta de éxito en el mundo del arte, al creciente éxito de Víctor en el mismo.
Tenía pensado vender un par de cuadros al fin y había enviado algunos lienzos
a diversas casas de arte para que la tomasen en cuenta a la hora de realizar
alguna exposición artística. Sentía que al fin su verdadera musa había llegado
y debía sacarle provecho tanto cómo pudiese.
Cuando Rosa iba de niña a esa casa, solía encerrarse en el ático a leer con
una linterna. Su padre entraba cuidadosamente y la llamaba para la cena.
Muchas veces, la encontraban dormida sobre algunas cajas de cartón que
tenían amontonadas. Después de eso le regalaron un poof en el que se sentaba
a leer y dormir con más comodidad. Incluso en la adolescencia, al visitar
aquella hermosa vivienda, se sentaba a leer por horas en el ático hasta
quedarse dormida. Le había comentado a su mamá, que cuando fuese grande y
mayor, iba a mudarse a esa casa y hacer eso de por vida.
Una fría tarde de noviembre, Rosa tenía una linterna en su diestra y un
libro en su zurda. Estaba atrapada en las letras de Puzo y el cómo describe de
forma tan fiel la vida de una familia italoamericana en la Nueva York de
antaño. Descansaba de tanto estrés, al fin. El frío de las paredes ayudaba a
Rosa a relajar los huesos un poco, para poder leer bien. Se sentía conforme
con lo que tenía en aquella casa de veraneo y, por ello, se sentía cómoda
también.
Cuando estudiaba en la universidad, decidió invitar a algunos compañeros
para hacer una pequeña reunión en aquella casa del bosque. Se compraron
algunas cervezas y bocadillos para pasar la noche, además de alquilar algunas
películas para ver. Pensó que era una excelente idea para invitar a Víctor a
pasar una noche con ella sin que se viese tan atrevida.
Lo que empezó como una noche calmada entre 15 amigos universitarios,
se convirtió en una pequeña fiesta bastante descabellada. Rosa estaba muy
ebria para poder controlar todo y sus compañeros se encargaron desde un
principio que así sería. Jugaron algunos juegos calientes y, luego de algunas
miradas furtivas entre Víctor y ella, se fueron juntos a la cama.
Aquella fue la primera vez de Rosa. No fue con velas ni pétalos de rosa, ni
siquiera estaba sobria para cuándo pasó. Sin embargo, no se arrepintió en
ningún momento de haberse acostado con Víctor. Más allá de eso, muchas
veces dudó de sus verdaderas intenciones con ella. Sentía que él la usaba sólo
para tener sexo y se aprovechaba que ella estuviera tan enamorada. No fue,
sino, el hecho de que él verdaderamente le demostró que la amaba, para que
ella pudiese lograr confiar al fin en Víctor.
Ambos solían visitar aquella casa del bosque para permanecer juntos un fin
de semana y luego volver a la ruidosa ciudad. Le llamaban el escape y era su
excusa preferida para poder hacer el amor en el silencio total. Víctor solía
llevar alguna botella de Champagne y Rosalía cocinaba algo para pasar la
noche. Por las mañanas, ambos iban al lago a beber café y charlar por un rato.
Era su lugar favorito y, desde la muerte de Víctor, no había sido visitado más
por Rosa. Los padres de ella (verdaderos dueños de la casa) tampoco solían ir
y, por lo tanto, la casa no estaba tan limpia cuando ella llegó. Rosa se despejó
un poco y recordó viejos momentos en aquel hogar mientras limpiaba como
podía.
Aquellas paredes también estaban llenas de melancolía. No fue fácil
disipar aquellos buenos recuerdos que causan tan malos sentimientos. Prefirió
utilizar aquella melancolía que reinaba en el ambiente para seguir
componiendo su concierto para piano. Deslizaba su muñeca con completa
soltura sobre las teclas del piano, para después, al cabo de un rato, anotar en su
cuaderno pentagramado aquellos arreglos que tenían un buen sonido para toda
la pieza. Se embriagaba lentamente con el dulce sonido del piano, amaba hacer
arte y, afortunadamente, era lo mejor que sabía hacer.
Rosa practicó y escribió aquel concierto por, al menos, hora y media.
Estaba pasando sus partituras a la computadora ―para tenerlas de manera
digital y tener un respaldo más fidedigno que el papel―, en el momento en
que llamaron a la puerta de la casa.
Rosalía no recibía visitas en la ciudad, así que mucho menos en el bosque.
Cuando ella iba con sus padres, su papá le comentaba que muchas veces
llegaban personas perdidas pidiendo ayuda o algún teléfono prestado. Él no
abría las puertas jamás, por miedo a como fuese a actuar el extraño. Rosa
nunca abriría la puerta, pues no sabía cómo podía actuar alguien que llamaba a
la puerta de una casa en medio del bosque.
Llamaron una segunda vez. En esta oportunidad fue un toquido incesante
que retumbó en los oídos de Rosa. Pensó que debería llamar a la policía, antes
de poder salir y enfrentar a quien sea que estuviese afuera. Hasta que cesó.
Nadie volvió a llamar por más de cinco minutos.
Rosa salió de la casa con las piernas temblando del horror. Pensaba que de
alguna manera alguien la raptaría y estuvo a punto de romper a llorar cuando
no vio a absolutamente nadie afuera. Rondaban las 5:30 de la tarde,
comenzaba a oscurecerse y la humedad del bosque creaba una espesa capa de
neblina. No se podía ver nada desde su lugar hasta cinco metros de distancia.
Se sentía acorralada o vigilada por alguna especie de psicópata o ser
sobrenatural que quería hacerle daño. Detalló su alrededor por un buen rato,
quería asegurarse de que no había nadie afuera. El frío insolente que
comenzaba a hacer, advirtió a Rosalía de que era hora de encerrarse y tomar
abrigo. Antes de entrar, por su mente pasó ver hacia el suelo y ver si alguien
había dejado algo. No había nada.
Cuando iba de niña a aquella casa, solía colocar alguna película de Disney
para tomar chocolate caliente antes de ir a dormir. Aquella noche, para Rosalía
fue imposible hacerlo, pues, al momento de servir el chocolate, soltó la taza de
la impresión que le causaba encontrar un sobre con un número cuatro
dibujado, sobre la barra de la cocina.
Rosa en medio del desespero y la impresión, entró en pánico. Pensó que
alguien la estaba siguiendo y, aparte, se encontraba dentro de su hogar. No
podía sentirse segura fuera de la casa y, mucho menos, dentro de ella. Con
lágrimas en los ojos y un pulso quebrantado, Rosalía tomó su teléfono y, justo
antes de marcar al 911, rompió a llorar.
Para ella era sumamente difícil controlar sus nervios, se encerraba en sus
miedos y era muy difícil poderla sacar de ahí. Sus ataques de pánico iban
acompañados con una ansiedad abrupta. Pensaba que si lograba llamar a la
policía, aquella persona que la estaba persiguiendo la atacaría por hacerlo.
Creía también que, si no lo hacía, nadie acudiría en su rescate y encontrarían
su cuerpo, algunos días después, en estado de descomposición sobre el piso de
su sala de estar. Sus manos temblaban y sus ganas de gritar, entre cada sollozo,
se agrandaban de manera inexorable. No podía mantener la mente clara y
poder pensar mejor. Miraba a su alrededor, intentando encontrar a su
acechador y poder hacerle frente de una vez por todas, pero, dentro de la casa
sólo veía una soledad asesina y, fuera de ella, una neblina mortífera. Se sintió
rodeada por su eterna soledad una vez más y sintió que ya no le quedaban
fuerzas para seguir llorando.
Con el teléfono entre sus manos y un nueve marcado, prosiguió marcando
los demás números. Sin embargo, sus fuerzas se desvanecieron completamente
y se le hizo imposible poder marcar los demás. Su pecho le dolía, su cabeza
también. Respirar le era insoportable y, cuando intentó caminar para tomar
asiento, se desplomó al suelo.
En la inconsciencia, Rosalía veía luces que giraban de un lado a otro de
manera interminable. Nunca aumentaban la velocidad, ni la reducían. Escuchó
voces de muchísimas personas a la lejanía. No podía moverse, ni voltear la
mirada. No veía nada más que no fuesen las luces. Pensó que estaba muerta y
era la hora de que fuese juzgada. Creyó, incluso, se le avecinaba un fuerte
castigo por todos los pecados que había cometido a lo largo de su vida. Por su
inherente ateísmo con el que creció, varias veces le advirtieron sobre el
infierno y su imposible entrada al reino de los cielos. Pensaba que al final todo
era cierto y que ahora sería condenada por el resto de la eternidad por sus
malas decisiones. Le atemorizó la idea de encontrarse a Víctor y, sin embargo,
no poder estar con él por la distancia de paraísos a los que fueron enviados.
Aún después de muerta, Rosalía seguía teniendo miedo.
Cuando la joven retomó la consciencia, tenía una linterna en el ojo que le
encandiló por un momento. Tenía muchas náuseas y un mareo increíble, se
encontraba en el interior de una ambulancia, junto a algunos enfermeros. Por
lo que logró ver desde la camilla en la que se encontraba recostada, estaba en
la carretera principal antes de entrar al bosque en el que se encontraba la
cabaña. Le ofrecieron agua y le preguntaron si ya se encontraba mejor. Rosalía
no entendía nada y quería hacer muchísimas preguntas, pero, el mareo y las
náuseas eran tal, que estuvo a punto de vomitar un par de veces antes de poder
hablar. Le pidieron su versión de los hechos, para poder pasar la declaración a
la policía ―que ya se encontraban investigando en la cabaña―. Rosalía pidió
respuestas, después de ella dar las suyas.
―Se nos fue remitida una llamada de emergencia de una posible
desmayada en las cabañas veraniegas del bosque. Se recibió como emergencia
por la policía y el hospital, por la ubicación y el tipo de llamada que se realizó.
―Relató el médico encargado de la emergencia. Encendió un cigarrillo antes
de continuar―. ¿Está usted segura que estaba acompañada antes de
desmayarse? La centralita dice que llamó usted misma. Sin embargo, la policía
sigue investigando la casa, pues, quieren evitar que esté siendo usted seguida
por alguna especie de psicópata y éste se encuentre alrededor del bosque. Le
recomendamos no vuelva más por un tiempo, al menos hasta que la ‹‹marea››
baje. Es peligroso para su integridad que usted continúe por aquí tan sola.
El médico era una persona mayor de apariencia italiana con, al menos,
unos 60 años de edad. Su cabeza estaba cubierta de una fina capa de cabello
blanco. Era un señor pequeño y regordete que se notaba a leguas que usaba su
gran sabiduría para humillar a quién se le complaciera. Con el humo del
cigarrillo y su grave voz a la hora de expresarse, daba un aspecto más
intimidante. De no ser por la bata blanca, Rosalía lo habría confundido con un
pezzonovante.
El Padrino sacó un sobre de su bata, luego de terminar de hablar. Antes de
entregárselo a Rosalía, le comentó:
―Esto estaba contigo cuando te encontramos. El número cuatro me causa
curiosidad, pero como no son asuntos míos, la dejo en tus manos. Espero no
sea nada de lo qué preocuparse.
El sobre contenía un juego de llaves y un pequeño papelito con algo
escrito. Las manos de Rosalía temblaron al darse cuenta que las llaves dentro
del sobre eran de su propia casa y la cabaña dónde se estaba quedando. El
papel sólo decía ‹‹Las he encontrado. Con amor, para ti. ››
Rosalía se desmayó nuevamente después de notar que, sorpresivamente,
eran las copias de las llaves de Víctor. Aquellas que la policía no había
logrado encontrar tras su muerte.

QUINTA CARTA

Rosalía cambió la cerradura de las puertas de ambas casas, un par de


semanas después de lo ocurrido. La policía no halló rastros de presencia de
una segunda persona dentro y fuera de la casa. Sin embargo, montaron un
cuadrante de vigilancia algunas noches después por si se le ocurría volver.
Rosa se marchó a casa de sus padres, pues, no podía soportar dormir en un
lugar dónde no se sintiese segura.
Las noches siguientes, durante un par de semanas, fueron completamente
normales para ella. Rosa no trabajaba, pues, las ganancias de las obras de
Víctor le alcanzaban lo suficiente para vivir sin preocuparse por un empleo. La
pareja había planeado tener hijos luego de la publicación brillante del libro que
Víctor estaba escribiendo. Ahora que Víctor está muerto, Rosalía no tenía que
preocuparse por otras responsabilidades, a parte de ella misma.
La editorial le había dado un adelanto por 20.000 dólares para que este
pudiese comenzar a escribir el libro y centrarse en ello. Como al morir Víctor,
Rosa automáticamente pasó a ser su albacea literario, la editorial se comunicó
con ella para, al menos, recuperar algo de lo que había escrito de ‹‹su gran
obra maestra››. Fueron sorprendidos con que Víctor realmente no tenía nada.
La editorial no tomó represalias legales acordando obtener un porcentaje extra
de las ventas de su novela inicial, hasta saldar la deuda completa.
Sorpresivamente, después de la muerte del joven escritor, las ventas de los
libros aumentaron en cantidades exuberantes y la deuda fue pagada en tan solo
unos meses.
El tiempo libre que le sobraba a Rosalía, lo usaba para correr en su
caminadora y ejercitarse un poco. Ya que en casa de su madre no tenía una,
solía correr por el parque cada mañana, mientras escuchaba música a través de
sus audífonos. Solía despejarse con ello y, cuando podía descansar, le gustaba
admirar la vista del sitio. Su madre vivía en una modesta casa en las colinas en
un pueblo, a las afueras de la ciudad, a pocos metros de un parque peatonal
bastante concurrido. El parque funciona de mirador por la ubicación dónde
está, ya que se enfoca gran parte de la ciudad. Cuando Rosalía vivía con su
madre, solía sentarse ahí a pensar y desestresarse. Ahora que ha vuelto, hace
exactamente lo mismo.
Han pasado aproximadamente dos semanas desde que se fue de su casa.
No ha pensado más en las cartas, pues, se había convertido en un severo dolor
de cabeza para ella. La última había sido el detonante, para decidir no querer
saber más sobre ellas. Esperaba que, yéndose de su casa algunos días, dejarían
de llegarle las mismas.
En casa de sus padres había dejado de pintar algún tiempo, sólo dibujaba
algunos bocetos para no perder la técnica, pero nada que fuese digno de
montar en lienzo. Practicaba su concierto en piano todos los días, sólo le
faltaba un poco para dar por finalizado el último movimiento, pero, no lograba
darle el final que se merecía.
Rosalía quería transmitir con el concierto la paz que se siente con la
soledad y, al mismo tiempo, toda la melancolía que la misma genera. Tenía un
tono suave y a la vez estridente que, acompañado con algunas notas altas,
generaban esa sensación de paz que en un principio quería dar. Sin embargo,
la parte que debería comunicar melancolía; comunica terror. Rosa no entendía
aún qué debía cambiar para que eso fuese lo contrario. Pasaba noches enteras
tocando y borrando, esperanzada en que algún momento podría cambiar la
dirección que estaba tomando la pieza. Rosa pensaba que la soledad no inspira
terror y desesperación, inspira libertad y muchas veces tristeza. Incluso creía
que nadie podía estar solo sin sentir alguna vez que algo le faltaba. Muchas
personas llenan sus vacíos con animales u objetos, creyéndose así
acompañados eternamente por un amor indistinto ―Pero la posesión no
significa amor y viceversa―. Para Rosa era algo imposible que alguien pueda
sentirse libre, cuando está preso de soledad y se carcome lentamente con la
melancolía que causa el aislamiento.
Para ella un cuadro o una partitura, debían ir más allá de lo que eran. No
podía ser solamente un trazo en un lienzo o algunas notas en un pentagrama.
Tenían que comunicar algo; tenían que transmitir mucho más de lo que eran.
Su objetivo es que cada uno de sus trabajos debía convertirse en verdadero
arte.
Cuando estudiaba en la universidad, solía tener algunas conversaciones
con Víctor sobre la percepción del arte desde un punto de vista ignorante. No
dejaban de mencionar el cómo la ignorancia podría dar hincapié a una
percepción más objetiva del mismo. Víctor comentaba que, a veces, saber
vuelve ciegas a las personas a nuevos conocimientos, pero, para los
ignorantes, cada cosa nueva es un hallazgo impresionante y magnífico.
Rosa quería ser ignorante en el momento que pintaba o tocaba el piano.
Quería dejar de saberlo todo para comenzar a aprender de nuevo. No se
permitía tener bases o inspiraciones en autores célebres o piezas famosas;
indagaba mucho más allá de sus propias posibilidades. Su meta era la de ser
pionera en nuevo estilo, un nuevo género, una nueva generación. Estaba
comprometida con la pintura y la música, como Víctor lo estaba con la
escritura.
Adaptarse a la constante práctica artística, fue costoso. Rosalía estaba
acostumbrada a ser esclava de la musa y no hacer nada hasta que la misma
apareciera. Después de los constantes regaños por parte de Víctor y su fuerte
decisión de volver de manera definitiva al arte, convirtieron a Rosalía en una
persona más mecanizada. Usualmente solía pintar en su casa un par de horas al
día, para luego comenzar a tocar piano, otro par de horas más. Todos los días,
solía sentarse a leer sobre diversos estilos de pintura e historia del arte. No
podía permitirse volver a abandonar sus sueños por su desidia y culpar a
segundos o terceros de sus frustraciones personales.
Había pasado, más o menos, mes y medio desde que Rosalía se marchó de
su casa. Aún no tenía ganas de volver a su antiguo hogar, pues, se encontraba
muy despejada en aquella vivienda familiar. Tenía una pintura en proceso
sobre su caballete que pronto terminaría. En la obra se encontraba una niña
con un pequeño vestido color azul, tomada de manos con una mujer joven con
un vestido del mismo color. Ambas daban la espalda al espectador y
denotaban paz y tranquilidad. Ambas se encontraban paradas al borde de un
horizonte, con toda la ciudad ante sus pies. Aquella pintura significaba para
Rosa como, a pesar de tantos años, las memorias siempre la devuelven al
pasado. En esa pintura se retrataba a sí misma al borde del parque que amaba,
agarrando de la mano a esa pequeña niña que se crio en esas calles.
Los paseos por la zona donde viven sus padres, siempre le reconfortaban el
alma y le aclaraba la mente. Se regresaba a casa a pie, cada mañana, para
disfrutar más de la vista y calmar las pulsaciones de su corazón luego del
subidón de energía. Algunas de las canciones de su celular le seguían
brindando la energía suficiente para llegar sin querer desplomarse del
cansancio en el camino.
Los padres de Rosalía preparaban el almuerzo y, para cuando ella llegaba,
sólo se sentaba a comer y descansar. Ambos se sentían orgullosos de Rosalía y
era para ellos un honor tener a su hija almorzando en su mesa, a pesar de que
ella se había criado en ese lugar.
Los paseos por el parque ahora eran más constantes y solía quedarse ahí
por bastante rato, leyendo o escuchando música. Se concentraba en buscar
aquella última parte que le faltaba a su partitura para finalmente terminar.
Solía desesperarse ante la constante falla, pero, entendía que no podía hacerlo
ante semejante trabajo que estaba por completar. Aquellas tardes de paz y
estudio eran las que le abrían la mente de vez en cuando.
Una cálida tarde que Rosalía leía bajo un árbol, mientras esperaba a que se
anocheciera para contemplar la luna desde allí, es interrumpida por una joven
morena de sonrisa entusiasta. Aparentaba, al menos, 17 o 18 años de edad. Se
sentó junto a ella sin pleno aviso y, antes de que Rosalía dijera algo, ella habló.
―El crepúsculo es justo eso que nos enseña que un hermoso rayo de luz,
puede amalgamar la llegada de una fría oscuridad. Las ilusiones, sueños,
metas; son ese pequeño rayo de luz que nos alientan antes de perder la luz
interior. No podemos permitir perdernos en los caminos a los que estamos
destinados. Debemos seguir adelante antes de que la luz finalmente
desaparezca y quedemos totalmente a oscuras.
Rosalía quiso interrumpirla un par de veces para saber quién era y qué
quería, pero, mientras iba hablando, pudo obtener interés en lo que decía la
joven chica. Ella hablaba y, bajo la sombra de aquel árbol, mantenía su mirada
fija en lo que decía ser el crepúsculo del día. Era una inefable vista que
Rosalía jamás había sabido disfrutar desde aquel punto de vista. Pensó que
guardar silencio y sólo observar, era lo mejor que podía hacer.
―Somos sólo pequeños rastros de existencia a lo largo del universo.
Somos energía que viaja a través de cuerpos materiales con fecha de
caducidad. Tenemos poco tiempo para disfrutar y tampoco debemos
permitirnos quedarnos atados al pasado, pensando que podremos lograr algo
de esa manera. La vida es una, el día es uno, cada minuto cuenta y cada hora
más aún. Somos seres efímeros, pero de nosotros depende ser eternos.
La joven chica se levantó con una sonrisa y una rápida mirada a los ojos de
Rosalía. Emanaba un aura de seguridad y libertad que fue envidiado
rápidamente por la joven artista. Le preguntó el nombre varias veces antes de
que desapareciera en la lejanía del parque. Aquella extraña y ‹‹profunda
conversación›› con aquella mujer le heló la sangre. Pensó que era justo el
mensaje que estaba esperando de alguien. Quería saber quién era y por qué se
había sentado para conversar con ella sobre aquello.
La luna comenzaba a brillar entre la oscuridad de la noche y Rosalía estaba
preparándose para finalmente marcharse. Cuando se levantó de la raíz del
árbol en el que estaba sentada notó un sobre a su lado con un cinco dibujado
con lápiz labial. Por su mente pasó un rápido pensamiento de que, quizá, sea
de la chica que se sentó a conversar con ella, pero, el cinco era la confirmación
más obvia de que era para Rosalía.
De no ser por la gran curiosidad de Rosa, ella habría dejado la carta en
aquella raíz del árbol y dar por finiquitado aquel juego que se comenzaba a
tornar peligroso. Había algo en aquellas palabras que la reconfortaba y le
hacían ver algunas cosas desde alguna perspectiva diferente. No podía olvidar
aquel sentimiento de angustia y terror en el que poco a poco se estaba
hundiendo cuando vivía en su hogar, pero tampoco aquél de iluminación luego
de recibir la segunda y tercera carta. Aquellas letras se habían convertido en su
zona de confort y, aunque se negara, algunos días esperó con ansias la quinta
carta.
Se marchó del parque con sobre en mano y un extraño escalofrío que
transcurría su cuerpo. Las calles solas la pusieron inquieta y pensó que
caminar un poco más rápido sería lo mejor. El sentimiento de que la
observaban volvió después de aquella carta y, por algunos instantes, Rosa
pensó que sería mejor si la botaba y no sabía más de ella. Recordó la sonrisa
tan brillante de la misteriosa chica y se dio un poco de calma a sí misma. Sólo
estaba paranoica por la carta, no era primera vez que caminaba por esas calles
y estaba segura de que nada le pasaría, simplemente, estaba muy nerviosa.
El lápiz labial que dibujaba el cinco tenía un dulce aroma a cerezas, era de
un rojo vino tinto fuerte que probablemente quedaría bien en aquella piel
pálida. El sobre no tenía nada de un lado ni de otro, como siempre. Estaba
ansiosa por abrir la carta y ver qué podía decir aquél acosador sobre su
aterradora presencia en su cabaña o, también, de que forma la halagaría
aquella noche.
Cuando llegó a casa de sus padres, pasó directamente a su habitación cómo
lo hacía de niña. Estaba sumamente excitada por lo que encontraría en aquella
carta. Sabía que pronto se volvería a convertir en su dolor de cabeza, sin
embargo, estaba decidida a aguantar lo que fuese necesario después de esta.
El sobre contenía un colgante de un color dorado muy brillante que,
claramente, era oro. Tenía un dije, en forma de reloj de arena, con la inicial de
su nombre del mismo material y algunas piedras sintéticas que le adornaban.
El mismo le pareció un regalo maravilloso y, antes de leer la carta, se lo probó.
A Rosalía le quedaban bonitos los colores brillantes, pues, resaltaban en su
blanca piel y su cabello rojizo. El espejo en el que se veía, reflejaba una dulce
joven de un aspecto precioso. Tenía un vestido blanco un poco más arriba de
las rodillas con mariposas de colores. Parecía una dulce niña de 17 años,
enamorada por primera vez.
La carta seguía siendo la de siempre; una página entera, sin firmas, ni
direcciones, ni posdatas. Sólo aquel perfume embriagador.
‹‹Las casualidades, son las causalidades más imprevistas de la vida.
Aquella visita fue realmente un intento desesperado por estar cerca de ti. La
razón por la que hui en un principio, fue mi temor ante hablarte por primera
vez, pues, no sabía cómo reaccionarías. Llegar a esa cabaña fue sumamente
sencillo, no hizo falta indagar más allá de un par de preguntas para dar con
el lugar indicado. Juro no te estaba siguiendo, simplemente quería entregarte
la carta a tiempo. Dejar la carta dentro de tu casa fue, sin duda, la broma más
pesada que he podido jugar alguna vez y, por ende, quisiera pedirte mis más
sinceras disculpas.
El tiempo es un regalo que los humanos nunca hemos sabido apreciar, por
eso, quisiera regalarte el mío como máxima ofrenda. Aquel reloj de arena,
más que hermoso, es simbólico. Indica que, a partir de ahora, el tiempo juega
a nuestro favor. Cada carta será un intervalo menos de tiempo, para
finalmente conocernos.
Imaginé alguna forma de alejarme del pecado, pero te convertiste en mi
mayor tentación. Quise caminar en dirección contraria y, con tu andar tan
peculiar, me condujiste a la correcta. Eres lo inverso en lo incorrecto y lo
verdadero en lo real. Tu mirada tan distante y desenfocada, detiene el tiempo
que pretende esposarnos, mientras, intento descifrar por medio de una
psicología barata si estás pensando en ti o en mí. Es esa seguridad tan
insegura la que te hace lucir preciosa ante los ojos de lo mortal, es aquel
pasar tan despreocupado y tu forma de hablar tan desenfrenada, que conduce
a cualquier ser consciente; a la locura total.
Tienes un aura tan brillante y adictiva, que cualquier ser con algo de
cordura quiere embriagarse de ella. Aquellos pinceles con los que juegas, te
dan el color perfecto que necesitas para finalmente ver las cosas de otro
modo; y yo, desde aquí, poder notar que brillas antes todo. Eres esa pequeña
parte del universo que llamamos infinito, eres aquél efímero ser que llamamos
tiempo, eres aquella desesperante agonía que llamamos vida.
Con tu mirar tan ensimismado, he logrado iluminar un par de noches en
las que la oscuridad se ha cernido. En mi claro de luna te has convertido,
pues cada noche he decidido cantarte una sonata distinta.
Son más las razones para perder el juicio que para mantenerlo, pues, en la
primera opción, siempre estarás presente en mi consciencia. Tu brillo tan
único, da luz en mis rincones eternos de soledad. Has logrado hacerme más
feliz en unos minutos, de lo que yo pude hacer en varios años. Danzas libre sin
control sobre mi papel y yo que no sé bailar, prefiero quedarme observándote
siendo así; tal y como eres.
He pensado en qué hacer para cuando nos toque conocernos, pero, estoy
seguro que no harán falta más de dos vasos de licor para conocerte, sino,
algunas risas casuales en un par de aceras distintas en las que estoy dispuesto
a esperarte cada que quieras.
Recuerda, el tiempo es el único obstáculo que nos queda por atravesar.
Con amor, para ti. ››
Rosalía no pudo evitar asustarse un poco, como siempre, con la idea de
conocer a aquél anónimo. Se asomó por la ventana de su habitación, creyendo
que alguien, quizás, la observaba. La calle se encontraba solitaria, iluminada
por algunos faroles y la humedad del frío nocturno. Las luces de las casas
vecinas se encontraban apagadas y en las calles no caminaba ni un gato
despreocupado. Pensó que, finalmente, aunque estuviese en su casa o la de su
madre; no dejaría de estar sola.
Aquella carta la hizo olvidarse, por mucho, de aquella visita imprevista que
le causó un desmayo. Comenzaba a sentir gusto de carta en carta y el
sentimiento de desespero y ansiedad, crecía de palabra a palabra. No estaba
segura de si realmente era lo que quería, pero sus impulsos, decían
completamente todo lo contrario.
Jugueteó por un momento con su nuevo collar, mientras pensaba qué
apariencia tendría aquél enamorado anónimo. Víctor ya no pasaba por su
mente, como después de las cartas anteriores. Usualmente solía meterse en su
subconsciente para juzgarla por sus acciones. Ahora que Rosalía entendía que
realmente no estaba haciendo nada malo, sentía una paz interior inmensurable.
Aquella noche fría de noviembre, Rosalía, comenzó a tocar el piano con
tanto sentimiento que logró entender por fin, el significado de la soledad. Si,
genera paz y tristeza, pero además, ayuda a conocerse en el interior y a amarse
como nunca. Entendió que para verse en un espejo, no es necesario estar
acompañado. Para crecer, no necesitaba un dupla. Para ser Rosalía, necesitaba
ser ella y nadie más. Si, obviamente necesita ser amada, así como necesita
amar, pero, Rosalía, prefería estar sola, para poder ser ella.
Aquel jueves frío de noviembre, Rosalía, entendió que; lo que le faltaba a
la pieza no era melancolía, sino: amor.

SEXTA CARTA

Más allá de las apariciones; las pesadillas también se volvieron comunes


para Rosalía después de la muerte de Víctor. Era inusual que ella pudiese
dormir alguna noche en paz, sin tener que mezclar algunos somníferos con
alcohol antes. La culpabilidad algunas veces terminaba sometiéndola a tener
que implorar perdón en plena madrugada. Tanto era, que sus padres intentaron
(muchas veces) ayudarla, pues, su situación era deplorable.
Rosalía, después de las últimas cartas, había dejado de ver a Víctor en su
habitación y en sus sueños. Sin embargo, a pesar de que no se sentía mal
después de cada escrito ―como sucedía inicialmente―, aún seguía teniendo
un sentimiento de culpa dentro de sí. En su adolescencia, Rosa solía tener
mucho ego por su impresionante belleza, sin embargo, era alguien sumamente
dependiente y con una autoestima muy baja. Solía esconder sus verdaderos
sentimientos y, finalmente, actuar de manera muy ruda para que nadie se diese
cuenta de ello.
Aquellas actitudes terminaron llevando a Rosalía a convertirse en quién era
ahora; un desastre. Algunas veces, cuando se veía en el espejo, no podía evitar
romper a llorar. Cada noche, antes de dormir, miraba fijamente a la puerta,
pensando que en algún momento entraría Víctor bronceado, con una sonrisa y
algún bolso de viaje. Para Rosa seguía siendo imposible olvidar a su ex
esposo, a pesar de todos los intentos de que así fuese.
Rosa se encontraba, ahora, en su hogar y a un par de días de su primera
galería de arte, donde exhibiría un total de 7 cuadros, entre ellos; soledad y
humanos. La mayoría de las obras presentadas eran del género
postimpresionista en el cual se especializaba. Eran aproximadamente las tres
de la madrugada cuando Rosalía elegía el vestido que usaría para la misma. Se
encontraba un poco ebria, pues, había estado bebiendo en celebración de la
aceptación de sus obras en la exhibición que organizaba el museo de la ciudad.
El concierto de piano ya había sido terminado y entregado al conservatorio
nacional, por el cual recibió una remuneración de 5.000 dólares. Los últimos
días, para Rosalía, se estaban convierto en los mejores después de tanto.
Finalmente estaba viendo frutos a todas las cosas que estaba realizando, y
pensó que los días buenos finalmente estaban llegando. Tenía una sonata en
proceso que presentaría para mediados de año en un concierto individual
organizado por la orquesta nacional. Además, el conservatorio le había
invitado a dar clases por una excelente paga. Su economía había mejorado
exponencialmente y decidió usar el dinero para realizar un viaje.
París siempre fue el país soñado por Rosalía para conocer. Visitar el Museo
de Louvre con Víctor era su más grande objetivo de la relación, después de
volverse famosos juntos. Rosa siempre quiso ser la Gala de Víctor, pero,
lamentablemente él no era Dalí.
Víctor y Rosalía no disfrutaron la prematura riqueza de Víctor cómo
pudieron haberlo hecho si se lo proponían. Antes de la muerte de Víctor, él ya
ganaba por su novela publicada; 27.000 dólares mensuales. Lo suficiente para
haber ido a París un par de veces si les daba la gana.
Víctor tenía otros objetivos, antes de viajar a París con Rosa, los cuales
eran; comprar una casa, un coche y tener un hijo. Para Rosa, en cambio, vivir
su juventud de la manera correcta era más importante que aquellas cosas
materiales. El tiempo siempre fue su mayor preocupación y haberlo
desperdiciado, para ella, era su más grande frustración.
Ir a París serviría para Rosa como motivación para seguir con el arte.
Pretendía pintar la torre Eiffel o el Jardín de las Tullerías. Quería comenzar a
especializarse en el realismo y creía que estar frente a aquellos paisajes le
ayudaría a pintar mejor. Sin embargo aquello también era una excusa gigante
para poder salir, una vez más, del encierro de su hogar.
El vestido negro que el anónimo compró para Rosa, se había convertido en
su favorito. Pensó que sería buena idea volver a lucirlo, por si aquél
enamorado decidía visitar aquella galería. El colgante del reloj de arena, lucía
perfectamente con el vestido y los tacones. Estaba segura de que ese día
deslumbraría con su majestuoso talento y su encantadora belleza.
La botella de vino estaba por terminar y Rosalía, ahora decidía qué
accesorios debería llevar con el vestido. No se decidía entre algún brazalete
brillante o un bolso de mano. Su estado de ebriedad, le hacía querer decidir las
cosas con más seguridad y parsimonia. Fue justo antes de que soltara todo lo
que tenía en las manos, que decidió olvidar todo ello, cuando vio a Víctor
parado nuevamente en el borde de su puerta.
Las luces de la habitación se encontraban encendidas. Rosalía estaba
completamente segura de que estaba despierta y que, obviamente, aquello sí
estaba pasando. Se quedó inmóvil ante la aterradora presencia de aquél alma
en pena que atormentaba sus noches en vela.
Víctor lucía fatal. Estaba semidesnudo, con muchas cortadas en su cuerpo,
las cuales se encontraban cicatrizadas. Tenía un semblante pálido/azul que
comunicaba fielmente su estado de muerte. Su cabello castaño despeinado,
que siempre enamoraba a Rosalía, lucía con un color más grisáceo y
deplorable. Su rostro no comunicaba ningún tipo de expresión, incluso, sus
ojos, no tenían iris. Aquél ser sin expresión, no paraba de observar a la chica.
Para Rosa fue inevitable no gritar del terror al ver a semejante atrocidad.
La voz de Víctor retumbaba en su cabeza, vociferando memorias y recuerdos,
los cuales ya Rosa había dado por sepultados. Tapó su cara con sus manos y su
cabello y no paraba de gritar al espíritu que se marchara de su hogar y
finalmente la dejara tranquila.
No era primera vez que aquello sucedía, sin embargo, fue una de las más
reales. Rosa por un instante creyó, incluso, que Víctor sí estaba vivo y volvía
para buscar algún tipo de venganza hacia ella. El pánico que sentía en aquel
momento, no era comparado con ningún otro que haya tenido en su vida.
Escuchar a aquella presencia hablar, respirar cerca de ella e, incluso, caminar
hacia ella, le daban un vuelco al corazón tremendo.
Rosalía decidió abrir los ojos para enfrentar su miedo y los errores del
pasado, pero, ya era tarde. Víctor no estaba y las voces habían cesado. Rosa
quedó atónita, pensó que se estaba volviendo loca al sentir todo aquello tan
real. El miedo cesaba poco a poco, pero, su impotencia crecía cada vez más.
Se sentía una inútil por no haber hecho nada otra vez. Aquellas visiones
estaban agotando la poca cordura que le quedaba, era necesario buscar ayuda
urgente o, de lo contrario, terminaría suicidándose.
Habían pasado 8 días, exactamente, desde que había vuelto de casa de sus
padres. Había estado tocando el piano todos esos días, abandonando así su
caballete de pintura. Sin embargo, aquella noche de insomnio y desesperación,
encontró la forma más agradable de pasar la misma en vela.
Con una taza de té a un lado y una pequeña lámpara junto a su lienzo,
comenzó a pintar lo que sería su obra de arte. Estaba inspirada en Víctor y
quería saber si igualaba a aquel ‹‹magnífico›› trabajo que estaba haciendo él
con su novela nunca publicada. Aquella madrugada fue de trazos fuertes con
óleo y pinceladas llenas de impotencia. Ella estaba segura que no acabaría
aquél cuadro aquella noche, pero cuando lo termine, esperaba que finalizara
todo.
Aquella mañana se sirvió una taza de café y subió a leer una revista a la
terraza de su hogar. Aquel sitio de descanso constaba con un par de muebles,
algunos helechos bien ubicados y una parrillera que nunca se usó. El alba
comenzaba a dar los primeros destellos de luz del día y, Rosalía, con sus
manos llenas de pintura, se secaba las lágrimas que aún seguían brotando de
sus ojos.
Hacía mucho tiempo desde que Rosa se sentó en aquella terraza de
madrugada. La última vez, acompañada de Víctor, desayunaban juntos luego
de una velada preciosa. Víctor había decidido escribirle una canción por su
aniversario y aquella noche decidió cantársela. Para Rosa fue una hermosa
sorpresa, pues, Víctor, nunca había sido realmente bueno con los instrumentos
y ese día logró cantar y tocar la guitarra al mismo tiempo de una forma
excelente.
Rosa se encontraba sola en la terraza mientras tarareaba la canción que su
ex esposo le había regalado. El invierno comenzaba a acercarse y la neblina
matutina empezaba a bajar a las casas del vecindario. Algunos vecinos
comenzaban a salir a trabajar y otros a pasear a sus mascotas. Algunos
regalaron sonrisas y miradas furtivas a Rosa, además de unos gratos saludos.
Rosa no supo congeniar con sus vecinos al punto de convertirse en sus amigos
o, incluso, conocerlos todos. Sin embargo, solía saludar a algunos que vivían
en su misma manzana por simple educación y cortesía.
Desde aquel lugar, vio a la lejanía a la joven morena, que se le acercó en
aquel parque peatonal cerca de la casa de sus padres, mientras trotaba. Pensó
confundirla, pero para su sorpresa, aquella joven muchacha volteó a verla y,
con una encantadora sonrisa, la saludó desde lejos. Era obvio que aquella
persona ya sabía que Rosalía estaba sentada ahí, pues, no habían encontrado
miradas siquiera, para cuando aquella chica le saludó.
Rosa se levantó rápidamente de la silla y bajó hasta la acera frente a su
casa. Sin embargo, para ella fue sorpresa que, justo después de salir de su
hogar, aquella muchacha ya no se encontraba por ningún lugar de la calle. No
era posible que se desapareciera de esa manera y, mucho menos, de forma tan
rápida. Se quedó inmóvil por unos instantes, detallando todo su alrededor para
poder entender, al menos, qué era lo que había pasado. Dio con la conclusión
de que, quizás, aquella desconocida vivía en alguna de esas casas y, por lo
tanto, de ahí la conocía. Sólo esperaría a verla de nuevo y, probablemente,
todas sus preguntas serían finalmente contestadas.
* * *
Aquel día para Rosa fue completamente monótono. No hizo más que
limpiar la casa y leer algunas revistas. Pensó en llamar a sus antiguas
compañeras de la universidad, pero simplemente, creyó que lo mejor sería
estar sola. El sueño aún no logra dominarla y la ansiedad cooperaba con ello.
Tenía miedo de quedarse dormida y tener alguna espantosa pesadilla que
probablemente le quitaría el sueño por un par de días de más.
Comenzó a arreglar las maletas para el viaje que realizaría justo después de
la exhibición de sus obras. Llevaría lo más esencial, a parte de su caballete y
pinceles. No quería llevar más peso, pues, en París pretendía comprar muchas
cosas más. Cuando Rosa entró a su salón de pintura, se encontró con una
(aunque preocupante) grata sorpresa; una carta con un número seis escrito en
una esquina.
La procedencia de las cartas cada vez interesaba menos para Rosa.
Simplemente el hecho de que ella recibiera alguna de ellas, era un alivio más
que esperanzador. Le reconfortaba el alma saber que aquél anónimo realmente
quería enamorarla con sólo diez manuscritos. No pensó, ni siquiera, que aquél
desconocido había irrumpido en su privacidad y dejado una carta en su salón
más preciado. Para ella sólo importaba lo que contenía la carta y lo que venía
después de ella.
Notó que, donde encontró la carta, fue en la base del caballete donde yacía
el cuadro que recientemente estaba pintando. Aquella obra de arte que
probablemente se convertiría en su mayor y mejor trabajo entre todos.
Aquellos trazos fuertes, delicados y, a la vez, tan banales; hacían de aquél
trabajo uno con mucho sentimiento. No tuvo que llegar al Arco del Triunfo
para aprender sobre realismo. Fue aquel sentir tan real el que la llevó a tomar
los pinceles con aquella determinación y hacer de aquel lienzo, una libreta de
historias.
Rosalía recorrió toda la casa, para llegar hasta la terraza nuevamente. Con
carta en mano y un café casi frío; comenzó a leer ésta, como si fuese la última
de todas.
‹‹Convertirme en parte de ti, ha sido para mí, el más grande objetivo. No
son simplemente las inseguridades que la soledad causa, es mucho más allá,
incluso, del deseo carnal que puedas provocar en alguien.
Para mí ha sido complicado dejar de escribirte, luego de haber admirado
un par de minutos aquella sonrisa efímera, que se graba de forma permanente
en mí. Aquél existir tan despreocupado y aquella forma de vivir tan ansiosa,
convierten mi historia en algo digno que contar. Es aquel color de tu cabello,
que resalta tanto con el de tus mejillas, que me convierten a mí, en otro artista
maldito que entrega su alma al fuego del amor.
Y es aquel sonido de tu voz que, poco a poco, suele quedarse en mi
recuerdo, como aquel cántico angelical del que los dioses se proclaman
dueños. Son aquellos lunares tan bien ubicados que te convierten, en lo más
hermoso de mi universo
Y es todo aquello que eres, que te convertiste en mi más grande delirio y,
por su puesto, en mi principal prioridad. Quisiera entregarte más que el todo
y la nada, así que, por lo tanto, prefiero entregarte mi tiempo y dedicación que
espero sepas valorar.
Podría decirse que estoy obsesionado de ti y todo lo que pretendes ser.
Podría decirse, incluso, que soy un tonto por escribirte a pesar de que,
probablemente, te alejes cuando me acerque a ti. Pero así como te dije en la
primera y, probablemente te diga cuando te vea; soy humano y cometo
errores; más aún cuando del amor se trata.
Más aún cuando de ti se trata.
Te has convertido en mi día a día y pretendo convertirme en el tuyo
también. No quiero hacer promesas que probablemente nunca cumpliré, pero
si quiero advertirte que cuando al fin estemos juntos, no hay nada que pueda
faltarnos.
Cada vez nos acercamos más al final de esta historia y mis palabras cada
vez menos logran salir, empero, son todos los sentimientos que tengo para
entregarte; que las letras se me hacen lo menos importante en esta
oportunidad.
Quisiera desearte la felicidad aún sin mí, pero estoy seguro de que yo me
encargaré de que la tengas. Dulce Rosalía, te convertiste en el amor que
Platón quiere que tengamos y yo en aquél que todos quieren que exista.
Somos un par de transeúntes destinados a encontrarse en las calles de la
vida, para llegar al mismo destino juntos. Quiero tomar tu mano ante las
adversidades y, cuando enfrentemos aquellas nimiedades que atormentan
nuestro existir, podamos pelear juntos por ello.
Te convertiste en mi más preciada verdad y, es a partir de ella, que quiero
mostrarte la realidad.
Con amor, para ti. ››
Después de cada carta, era imposible para Rosa no querer leer la siguiente.
Se asomó un par de veces por la ventana, en distintos intervalos de tiempo,
con la esperanza de encontrar a aquél anónimo fuera de su hogar. Quería
conocerlo cuanto antes, porque estaba segura que la desesperación
probablemente la terminaría carcomiendo.
Pensaba la mayor parte del día, cómo reaccionarían ambos al encontrarse
por primera vez para estar juntos al fin. Era sorprendente como alguien puede
generar tanto sentimiento, con sólo un par de palabras escritas en un papel.
Para ella, aquella persona podría ser la que estaba esperando tanto tiempo,
después de su primer amor.
Rosalía estaba segura, desde luego, que aquél anónimo podía seguirla hasta
París si se lo proponía y era aquella seguridad y obsesión que sentía por parte
de él, que a ella le volvía loca. Es incierto el como ella terminó sintiendo
aquello por aquél ser de dudosa procedencia, con sólo seis manuscritos y un
par de sustos inhumanos, pero, también es muy cierto que comenzaba a
depender de una forma egocéntrica de aquellas cartas. En sus tiempos libres,
Rosa solía sentarse a leer las cartas y a olerlas, pues, cada una estaba
impregnada con el olor embriagador del mismo perfume que venía en la
primera. Comenzaba a sentir un poco de obsesión por aquel sentimiento de
importancia que cada carta le transmitía. Hacía mucho tiempo que no lograba
atraer completamente la atención de alguien y el que ahora lo esté haciendo, le
cambiaba los días por completo.
Guardó la carta en aquel cajón del escritorio de la biblioteca de Víctor,
junto a las demás. Tenía la esperanza de que la otra llegue en los próximos
días, para poder llevarla con ella a París y mantenerla como un bonito
recuerdo mientras estaba lejos de su hogar.
Estar en aquella habitación, con aquellas cartas en mano y un sentimiento
de amor hacia alguien que no fuese Víctor, la llenaba ―por algunos
instantes―, de un sentimiento efímero de culpabilidad. Aquellas fotos
familiares que adornaban el escritorio, recordando aquellos viajes a la playa o
la montaña ―que realizaron mientras estaban en la universidad―, influyen en
Rosalía, por supuesto, una melancolía tremenda que le provocaba tirar todo a
la basura nuevamente.
Era más que claro que no iba a dejar de extrañar a su esposo, luego de
encontrar otro amor. Probablemente lo superaría, pero jamás terminaría de
olvidarlo, pues, él ya era parte de ella, como ella de él. Su amor iba incluso
más allá de todo lo terrenal y lo carnal, Víctor fue el primero y más grande. El
que la muerte le haya tomado por sorpresa, no era excusa suficiente para que
ella le arrancara de su vida como de su corazón, sin embargo, tampoco lo es
para abandonar su propia vida y dejarla a merced del destino.
Rosalía quería auto superarse y sentía que, quizás por ese sentimiento,
comenzaba a ser egoísta y dejaba a un lado al Víctor que había hecho tanto por
ella, además, probablemente de ahí provenía aquel sentimiento de culpa que la
atormentaba. Pero ella sabía que no era así.
Rosa guardaba un cierto rencor por Víctor que no logró eliminar jamás por
completo de su subconsciente. Algunas veces comenzaba a odiarlo sin razón
aparente, Rosa, se excusaba diciendo que sólo era la frustración de no haber
conseguido sus sueños y él, por su parte, haber alcanzado los de él; sin ella.
Sin embargo, no era este el motivo suficiente para los arranques de ira que a
veces desencadenaba hacia él, cuando se encontraba en vida. Muchas veces
Víctor tuvo que llamar a los padres de Rosalía para que estos pudieran
controlarla en aquellos episodios de pánico y ansiedad que se desencadenaron
luego de alguna pequeña discusión.
Cuando Rosalía escuchaba aquellas voces en su mente, era Víctor
recordando aquellos momentos que pensaba ya olvidados. Quería sepultar
todos aquellos pésimos recuerdos y quedarse solamente con los más hermosos.
El amor entre Rosa y Víctor, a pesar de lo hermoso que era ante los ojos de
terceros, era en realidad, un infierno para ambos. Rosa lo amaba de una
manera obsesiva y tóxica, en cambio, Víctor la quería de una manera pura y
sumisa. Era este complemento de personalidades que daban como resultado
una relación nefasta, llena de inseguridades y frustraciones.
Para Rosa la atención era lo primordial ante todo, en cambio, para Víctor,
eran los logros individuales y en conjunto que ambos podían obtener, por ello,
para Rosalía le era frustrante los constantes rechazos que obtuvo por parte de
su amado, ante la posibilidad de disfrutar su juventud y relación de la manera
correcta.
Aquella tarde, en aquella biblioteca, Rosalía lloraba con una fotografía
tomada el día de su boda. Entre sollozos, pedía perdón por todos los errores
que algún día cometió; incluso el último.

SÉPTIMA CARTA

El día de la exhibición de arte, en el que Rosalía se presentaría, se


preparaba desde muy temprano. Llamó a un par de compañeras de la
universidad, que la ayudarían con el maquillaje y el cabello. Quería lucir tan
hermosa, que los críticos terminarían por enamorarse de ella así como de su
arte. Sabía que era preciosa y quería utilizar ello a su favor.
El cabello pelirrojo de Rosa que llegaba un poco más abajo del busto,
destacaba por lo ondulado y brillante que era. Aquellas pecas retocadas en sus
mejillas rosadas, resaltaba su hermoso rostro. Aquel labial rojo vino tinto, la
hacía lucir un poco mayor, sin embargo, parecía tener experiencia y eso era
algo sumamente atractivo para los varones. Era cada detalle en su vestimenta,
maquillaje y cabello, que hacía de Rosalía una obra de arte.
La primera vez que Víctor y ella durmieron juntos, Rosalía se avergonzó
por su nefasta apariencia al despertar, mas sin embargo, el joven enamorado la
elogió muchísimas veces apenas abrió los ojos. Aquél joven estaba enamorado
sin dudas de aquella niña llena de inseguridades. Para Rosalía sería un placer
que Víctor estuviese en aquel momento, pues, seguramente se abalanzaría
hacia ella para llenarle de besos.
Los primeros meses de relación, Víctor y Rosa estaban cada vez más
unidos. No se conocían al completo, sin embargo, era aquella travesía de irlo
haciendo mientras el tiempo iba transcurriendo, que hacía más emocionante la
aventura de estar juntos. Ambos asistieron a una galería, organizada por la
universidad en la cual serían destacados los mejores trabajos realizados por
alumnos de la misma. Entre aquellas obras expuestas, resaltaba una de
Rosalía.
Aquella obra era del género arte protesta, el primero y único realizado por
Rosalía a lo largo de su carrera artística. En él se veía una mesa larga, con
muchas personas a los laterales con platos rebosantes de billetes, en vez de
comida. Cada uno de los presentes tenía un semblante robusto y bien
alimentado, en cambio, los meseros que se veían muy al fondo, resultaban
estar completamente delgados, casi al punto de la desnutrición. Aquello era
una crítica directa hacia la corrupción y el enriquecimiento inconmensurable
de los grandes empresarios y gobernantes.
Aunque Rosalía no recibió la mayor atención de aquella exhibición, Víctor
logró darle muchísimos ánimos a lo largo del día por aquel magnífico trabajo.
Él elogiaba y alababa siempre que podía cada uno de los logros que Rosa
conseguía. Sentía que aquello lo ganaban en conjunto y era toda esa
cooperación lo que hacía que ambos se quisieran tanto.
En la exhibición a la que Rosalía se estaba preparando, acudirían múltiples
críticos famosos del mundo del arte en general. Necesitaba el apoyo de
alguien, pues, sus padres no podían asistir aquella noche. Aquel sentimiento de
soledad que siempre acompañaba a Rosa, esa noche influyó más en ella. Le
era complicado y, al mismo tiempo, deprimente, tener que entender por qué
siempre debía estar sola en cada una de las cosas que hacía.
Esa noche condujo algunos kilómetros de más en su BMW Elegance que
siempre cuidaba muy bien. Llevaba consigo una botella de Whiskey que
llevaba a su boca en cada semáforo que se encontraba. Su maquillaje de gala
se había convertido en uno de Halloween a causa de sus lágrimas. Faltaban
sólo un par de horas para comenzar la exposición y Rosalía sólo se encontraba
dando vueltas por toda la ciudad como una desquiciada.
Eran aquellos arranques impulsivos los que provocaron varias veces
fuertes discusiones entre Víctor y Rosalía. Justo en su primer año de relación,
ambos pensaban ya en vivir juntos al fin. La pareja solía visitar algunos pisos
y apartamentos para decidir donde comenzar su vida nueva. Fue justo antes de
que Víctor publicara su primera novela, que ambos habían decidido ahorrar
para cumplir aquel sueño juntos. Sin embargo, un par de meses más tarde,
Víctor, debía pagar algo de dinero para que la editorial pudiese publicar su
libro por primera vez. Luego que descompletó el dinero, Rosa, lo trató de
egoísta y le reclamó por haber gastado sus ahorros luego de que ambos ya
hubiesen planeado todo. Luego de que terminaran discutiendo por las palabras
de Rosa, ella decidió desaparecerse de la vida de Víctor por un par de
semanas.
Para Víctor aquellas acciones eran comunes, pues, a Rosalía le fascinaba
llamar la atención ante todo. Sin embargo, le era sumamente molesto tener que
recurrir a la
auto humillación para poder obtener el perdón de Rosa y que ésta volviese
nuevamente a sus brazos.
Luego de detenerse por algunos minutos en un mirador de la ciudad,
rompió a llorar en la soledad del lugar, mientras, tomaba a chorros el Whiskey
que sostenía. Rosa se encontraba en un estado deplorable y, junto a él, uno
nefasto de ebriedad. Tenía tantas ganas de vomitar como de morir y apenas
faltaban diez minutos para que la galería comenzase.
Mientras se tambaleaba subió a la cabina del vehículo y manejó sólo
algunos minutos hasta la galería, que era celebrada en un salón de fiestas de un
hotel lujoso de la ciudad. Para Rosa no fue costoso conducir, pues, era ya
común manejar en estado de ebriedad, sin embargo, cuando llegó a la sala, no
tardó mucho para perder el equilibrio con los tacones. El staff le recibió en
seguida llegó al Lobby, llevándola así al backstage dónde sería maquillada y
perfumada para evitar las malas críticas. Rosa corrió algunas veces hasta el
baño, para terminar de vomitar todo el licor ingerido.
La organización del evento tuvo una muy mala impresión de Rosa. Una
artista que llega completamente ebria a su primera exhibición, deja mucho que
decir. Probablemente para Rosa no sería el fin de su carrera, sería, sin
embargo, el comienzo de una leyenda en su biografía. Debía mantener la
compostura y el civismo, nada más, para poder ocultar su deplorable estado y
podría culminar la noche con el éxito sobre sus hombros.
La joven pelirroja de las mejillas coloradas, fue la sensación de la noche.
No por su apariencia o, incluso, sus obras, sino, por su forma de actuar y
hablar tan incoherente que causó un par de risas en el momento de su
exposición.
Rosa no pudo parar de llorar durante un par de horas, antes de volver hasta
su hogar. Fue aquella botella de Whiskey su mayor consolación, cuando ni la
soledad se encontraba con ella. Necesitaba que alguien le diese un abrazo o un
balazo, pues, estaba segura de que alguno de los dos, era realmente la mejor
solución.
Decidió no ir hasta su casa, sino, hasta los de sus padres. Fue aquella
decepción de sí misma tan fuerte, que pensó que si seguía sola un par de horas
más, terminaría por suicidarse finalmente.
Mientras conducía a alta velocidad, estando muy borracha, no dejaba de
pensar en lo estúpida que había sido al haber decidido llegar de esa manera a
la galería. Estaba harta de sus acciones inconscientes, y el cómo era capaz de
dañarse a sí misma de forma tan deplorable.
Fue justo antes de entrar al pueblo donde viven sus padres, en un semáforo
en rojo; que Rosalía decidió aumentar más la velocidad, sin percatarse de la
joven morena que iba cruzando la calle.
Luego de ver directamente a los ojos a la chica con la que había estado
hablando aquella tarde en el parque, fue imposible para Rosa olvidar aquella
apariencia. Una joven muy hermosa, con sonrisa encantadora. La misma que
acababa de golpear de forma contundente, haciéndola volar algunos metros
lejos del vehículo.
Para Rosa fue imposible ver el golpe, no abrió los ojos sino hasta después
de haber frenado con dificultad. Tenía miedo de ver un cadáver a causa de ella,
pero pensaba que si aquella persona estaba viva, era mejor que fuese auxiliado
lo más pronto posible.
El humo de los neumáticos quemados al momento de frenar, nublaron por
unos segundos la carretera. Cuando Rosa salió del vehículo, se le dificultó
poder ver hasta el cuerpo de la joven. Fue hasta que aquel humo se disipó por
completo, que Rosa pudo ver a través de él y, notar que, realmente, no había
arrollado a nadie.
Rosa no estaba loca y, si aquello no había pasado, es porque comenzaba a
estarlo. El vehículo tampoco tenía abolladuras ni nada que demostrase que
realmente había golpeado a alguien. Culpó (una vez más) al alcohol de
aquellas alucinaciones tan feroces. No entendía ahora, quién podía ser aquella
mujer y por qué ahora se aparecía en todos los lugares que frecuentaba Rosa.
Luego de vomitar un par de veces más, y retomar la compostura, decidió
volver al vehículo. Era necesario que llegase a casa de sus padres y descansara
de tan pésima noche. Sin embargo, al entrar en la cabina del piloto, pudo darse
cuenta que, en el asiento del copiloto, se encontraba el regalo más esperado
por Rosa. Un sobre con un siete dibujado con un creyón azul.
Rosa se asomó fuera del vehículo un par de veces, antes de entrar
finalmente. Todo cada vez perdía más el sentido, y no sabía qué entender
ahora, luego de cada carta. Aún se sentía lo suficientemente borracha para
leerla, así que aprovechó que se encontraba orillada y, con la luz del vehículo
encendida, comenzó a leerla.
‹‹Para los suicidas, cualquier acercamiento con la muerte; es más que un
regalo. Para los enamorados, cualquier acercamiento con el amor; es más
que un suicidio.
Nos hemos criado con la imagen de un amor impuro y corrupto, doloroso
y cruel, vacío y sin sentido. El amor verdadero, nos hace diferentes en
cualquier sentido. Queremos dar más de nosotros, por alguna cuestión moral
y psicológica. Nos cerramos ante las nuevas emociones y nos bloqueamos
ante las ideas más racionales. Cuando lo hacemos de forma altruista,
recibimos acciones altruistas; pero, cuando lo hacemos de forma interesada,
todo se destruye.
El amor, en tiempos de guerra, es la mayor arma. Amarse a sí mismos, es
(ante todo) el mejor escudo a las críticas y situaciones fuertes. Amar lo que
haces, es el mejor apoyo que puedas recibir. Amar quién eres, es el mayor
regalo que alguien te puede dar.
Esta noche te vi brillar tanto, que pensé que eras parte de la galería. Son
aquellas grandes obras de arte que has hecho con tus manos, insuficientes,
para describirte a ti misma como la que eres.
Te vieron temblar y titubear, sin embargo, no desvaneciste ante sus
miradas acusadoras que te juzgan sin saber. Te mantuviste fuerte y erguida,
ante las fuertes críticas indirectas que escuchabas mientras caminabas por la
galería. Hablaron más allá de tu talento y dedicación e ignoraron todo el
esfuerzo que realizaste para llegar hasta donde estás ahora. Sin embargo,
fueron todas aquellas cosas, que te hicieron acreedora de la máxima atención
en la exhibición de hoy. Muchas personas hablaban de forma positiva de tu
trabajo, ignorando por completo el estado en el que te encontrabas. Te
felicitaban y elogiaban, aún sin hacerlo directamente, pero, estabas tan
ensimismada en todo lo malo que ocurría a tu alrededor que decidiste dar por
nulo todo lo bueno.
Eres una excelente artista y con tu puño y sangre lo has hecho notar. Tus
lágrimas fueron hoy la recompensa por el esfuerzo que has realizado por
tantos años. Acabas de crear un fuerte, en el que se apoyarán todos tus logros.
Poco a poco, nos vamos acercando al epílogo de esta novela mal narrada,
donde somos protagonistas, aun queriendo ser personajes secundarios. Busco
la manera de hacer de esta, una historia sin final, pues, los finales (por muy
buenos que sean) significan que todo acabó.
Dicen que nada es para siempre, entonces, a pesar de querer que seas mi
todo; el día de hoy te invito a ser mi nada.
Con amor, para ti. ››
Luego de las diversas cartas que Rosalía había recibido en los últimos
meses, llorar ya no era una reacción común en ella, a diferencia de las
primeras. Sin embargo, eran tantas las emociones encontradas, por todo lo
ocurrido en aquella galería, que rompió a llorar luego de terminar de leer la
carta.
Aquellas palabras de aliento y apoyo, fueron más que suficientes para
brindarle un gran alivio a Rosa, empero, su estado de ánimo era tan pésimo,
que aquello no fue completamente suficiente para poder sentirse mejor.
Aún quedaba un cuarto de la botella de Vodka que estaba bebiendo desde
hacía un rato. Mientras conducía lentamente, a lo que es la casa de sus padres,
llevaba la botella a su boca para dar fuertes tragos desde ella. No fue, sino,
hasta que pudo estacionar el carro frente a la residencia, que dejó de beber.
Salió del vehículo como pudo, pues, su estado de ebriedad tan deplorable
no la dejaba mantenerse recta. Su sentido del equilibrio y percepción de la
realidad estaba completamente afectado y alterado. Al punto dónde, si Rosa no
se sostenía, podría caer al suelo con extrema facilidad.
Detalló a lo largo de la calle. La casa de los Martínez era hermosa, era un
bonito piso de 3 niveles que quedaba justo en frente de la casa de sus padres.
La quinta de los Blanco, que quedaba un par de casas después, también. Rosa
pensó que era una bonita avenida y recordó su niñez en esas calles, con
aquellos coches a los lados de la carretera y algunas farolas defectuosas que a
duras penas funcionaban de iluminación para la carretera. Sintió por unos
instantes un inmenso asco, se sentía rodeada de hipócritas. Con un impulso de
rabia, tomó el valor para tirar la botella unos metros lejos de ella, haciendo que
se estrellase contra el suelo, rompiéndose por completo. El sonido estruendoso
activó las alarmas de un par de vehículos a la redonda. El sonido de las
alarmas retumbaba en la silenciosa noche y los perros de algunos de los
hogares cercanos, comenzaron a aullar y ladrar.
Se mantuvo firme por unos minutos antes de desvanecerse por unos
segundos. Su vista se tornó completamente nublada por un momento y sus
fuerzas se desvanecieron también. No pudo sostenerse, antes de por poco
desmayarse y separarse algunos centímetros del vehículo en un intento
instintivo de mantener el equilibrio. Se paró a la mitad de la calle y, fue justo
después de empezar a vomitar, que sus padres acudieron en su rescate.
Rosa fue atendida rápidamente, pues, su estado de ebriedad era bastante
incontrolable. Le dieron una ducha de agua fría y le prepararon un café
bastante fuerte sin nada de azúcar. Eso la hizo mantenerse despierta un par de
horas, antes de decidir finalmente acostarse para pasar la borrachera.
Con un tambaleo constante, caminó hasta la habitación donde dormía. Se
asomó por la ventana y detalló lo solitaria y silenciosa que estaba la calle otra
vez. Podía ver desde lejos los destellos del vidrio roto que se esparcieron por
todo el piso.
Se acostó en su cama y la mente no le dejó conciliar el sueño, con tantas
vueltas que le daba. Comenzó a pensar, para relajar la mente, en aquella carta
que recibió de manera tan extraña. También recordó a la joven morena, pues,
fue la que en un principio se acercó a hablarle. Era extraño verla ahora en
tantos lugares y, por ejemplo, creer haberla arrollado hacía algunas horas.
Cada cosa que ocurría tenía menos sentido que la otra. La cabeza le daba
vueltas y poder concentrarse se le hacía imposible. Pensó en tomar algunos
somníferos, pero su cuerpo estaba tan intoxicado, que sabía muy bien que
aquello sería una dosis mortal.
Se sentó en el borde de su cama con un dolor incesante en la sien. Estaba
segura de que todo aquello que estaba pasando no era normal. La impaciencia
y la incertidumbre la estaban calcinando, pero más allá de todo eso, era la
cantidad de situaciones incoherentes por las que estaba pasando.
Salió de su habitación para buscar un vaso de agua y alguna pastilla para el
dolor de cabeza. Aquella bonita casa familiar de dos pisos, tenía todas las
habitaciones en la segunda planta y la cocina, la sala de estar y el baño, en la
primera. Rosa bajó sosteniendo su cuerpo con las paredes y, para bajar las
escaleras, se sostuvo con fuerza del pasamano. Aun sufría los efectos
secundarios del alcoholismo desmedido y no era capaz de controlar su
equilibrio.
Cuando llegó al final de las escaleras, dirigió su vista hacia la cocina. Rosa
quedó inmóvil, nuevamente, cuando vio aquella horrible imagen de Víctor
sentado en uno de los banquillos de la barra. Estaba de espalda, no había visto
a Rosa, pero Rosa sabía que era él. Su mismo cabello, su misma espalda, su
misma aura. La chica intentó no gritar y, mucho menos, desmayarse. Quería
llamar a sus padres, pero sentía que sólo sería una pésima idea. Comenzó a
subir lentamente las escaleras sin hacer el mínimo de ruido posible para evitar
ser descubierta por aquella tortuosa presencia. Su respiración fallaba al punto
de comenzar a quedarse sin oxígeno. Tenía más ganas de llorar que de vivir,
pues, odiaba ver aquella imagen una y otra vez frente a ella, sin que ella
pudiese hacer nada.
Tras llegar de forma sigilosa hasta la planta de arriba, corrió lo más rápido
posible hasta su habitación para cerrarla con seguro finalmente. Tras tirarse a
su cama para pegar algunos gritos de horror y soltar muchísimas lágrimas de
dolor, sintió como un brazo la rodeó para reconfortarla. Su sorpresa fue,
cuando levantó la mirada, ver aquel rostro juvenil y hermoso del que se había
enamorado ofreciéndole una sonrisa llena de entera empatía. Rosalía guardó
silencio entre lágrimas, sabía que todo aquello no era real, más aún cuando
Víctor, luego de mirarla tan ensimismado, le dijo entre susurros: eres culpable.

OCTAVA CARTA

Rosalía estaba preparando su viaje a París con muchas ansias. Realmente


necesitaba despejarse y, de esa manera, podría volver a centrarse en su
proyecto artístico. Quería dejar todo, antes de irse, bastante bien organizado,
para que cuando volviese no preocuparse nada más que por practicar piano y
terminar de ensamblar la sonata que presentaría para el concierto que iba a
celebrar próximamente.
Había retomado aquella pintura a la que le estaba colocando tanto esmero
y dedicación, pues, sabía que esta le brindaría el suficiente impulso que
necesitaba para convertirse en alguien reconocida. Los pinceles corrían cada
vez más con mayor dedicación y soltura, pues, la pintura poco a poco se iba
haciendo más real.
Víctor y Rosalía, justo antes de la muerte del joven, comenzaron a
distanciarse. El trabajo comenzó a agobiar a Víctor y éste, buscando un
respiro, empezó a llegar muy tarde a casa. Rosa siempre lo esperaba despierto,
viendo alguna película, leyendo algún libro o, algunas veces, tocando el piano.
Ella aún estudiaba y Víctor no le permitía trabajar, pues, él tenía el dinero
suficiente para suplir todas las necesidades de ella y que su prioridad fueran
siempre los estudios.
Rosa siempre le reclamaba por llegar tan tarde y nunca dispuesto a darle
atención. Ella lo extrañaba tanto, por tanto tiempo y él sólo llegaba con ganas
de dormir y descansar. Sólo los días que Víctor tenía libre, los aprovechaban
para pasar tiempo juntos. Sin embargo, la editorial estaba presionando al joven
para la publicación de la nueva novela que tenía en proceso y tenía que tomar
esos días de descanso, para trabajar también. Esto a Rosa le enfurecía y, para
evitar distraer a su esposo de su labor, prefería irse a casa de alguna amiga o,
simplemente, pasar algunos días en casa de su madre.
La relación entre Rosa y Víctor comenzaba a quebrantarse poco a poco.
Rosa amaba mucho a Víctor y estaba segura de que él, la amaba también.
Aquello no era más que situaciones normales que afronta una pareja que
comienza a convivir. Sin embargo, la inseguridad siempre fue parte de
Rosalía.
El viaje a París, estaba programado para dentro de dos semanas. Rosa
había recibido un correo electrónico de un crítico de arte que estaba muy
encantado con su trabajo y la invitaba a una entrevista que sería publicada en
una revista de arte que es publicada en España. Por lo tanto, necesitaba tiempo
antes de poder despegarse de todas sus obligaciones.
Aquella noticia la esperanzó un poco más antes de dar por perdida toda su
carrera artística por aquella presentación tan nefasta. Había leído algunas
menciones honoríficas en cuanto a su trabajo en algunas columnas en internet,
pero más allá de eso, sólo fue ignorada.
Aquel incidente quedó en su mente con un pequeño trauma que, de sólo
recordar, la hacía cambiar de humor. Más aún con aquella aparición que
violentaba su paz, haciendo que terminara en la sala de un hospital debido a un
desmayo.
Pensó haber dejado atrás aquellas visiones y pesadillas, pero cada vez más,
la culpabilidad la atormentaba. Estaba segura de que se estaba volviendo loca
y que todos aquellos secretos que guardaba, eran cómplices de su agonía.
Habían pasado varios días y, aun así, conciliar el sueño era una ardua tarea.
Se llenaba las manos de somníferos y se los tomaba con suficiente agua para
poderlos pasar. Prefería dormir hasta 14 horas, que estar despierta y volver a
ver esa mirada luctuosa y mortífera que la culpaba con violencia.
Muchas veces pensó en visitar un psiquiatra y que le explicara qué estaba
pasando, pero, estaba más que segura que todo aquello sólo lograría agrandar
el problema. Culpó en muchas oportunidades al alcohol, pues, aquél horrible
espectro sólo aparecía cuando Rosa se encontraba ebria.
Decidió bajar la dosis de alcohol que usualmente bebía, pues, estaba más
que segura que no podía dejarlo por completo. Algunas veces sufría de
ansiedad, ya que se había convertido en una alcohólica de pasión, sin
embargo, sabía controlarla bebiendo mucha agua o, en general, durmiendo
mucho.
Siempre vigilaba al cartero cuando pasaba por el vecindario. Algunas
veces pasaba por casa de Rosalía a dejar revistas, recibos o cualquier otra
cosa; excepto cartas. Rosa estaba cada vez más desesperada por leer la octava
carta y que todo fuese terminando lo más rápido posible. Estaba segura de que
aquel anónimo jugaba con su tiempo a su completa merced y eso le enfurecía
muchísimo. Quería leer la octava carta antes de irse a París y así no sufrir por
más tiempo la incesante agonía de la espera.
Sus padres siempre la llamaban, preguntado por su estado mental, físico y
sentimental. Ellos estaban seguros de que su hija se encontraba devastada y
poco a poco se iría quebrando por dentro. Sin embargo, Rosa estaba decidida a
dejar todo eso atrás y poder continuar sin que ello le afectara. Tenía muchos
planes y objetivos y estaba segura de que todo aquello, sin dudas, debía
lograrlo.
Cuando Víctor y Rosalía empezaron a salir solían, usualmente, visitar
museos. Mayormente visitaban el Bellas Artes, pues, coleccionaba una gran
variedad de piezas artísticas de gran valor histórico y de talento, además, tenía
la mejor cafetería de la zona, ubicada en un jardín bastante bien cuidado. Las
primeras tardes solían sentarse a beber algún café, acompañado de un pastel o
algunas galletas. Se tomaban fotos y se conocían poco a poco uno con otro.
Sus conversaciones, principalmente, eran sobre arte, pues, pocas veces se
desviaban del tema y hablaban sobre sí mismos. Víctor era alguien bastante
cerrado, pues, no se había acostumbrado a convivir con alguien de la forma en
que lo hacía con Rosa. Había tenido algunas parejas en el pasado, sin
embargo, con aquellas no sentía aquella energía que con Rosa se hacía
especial.
Las conversaciones entre ambos fluían de manera natural. Ambos hablaban
con completa soltura sobre historias de la infancia, traumas, sueños y miedos.
Revelaron sus identidades y cuando menos lo esperaron, terminaron
completamente enamorados.
Luego del primer beso, Rosa tenía miedo de que Víctor buscara algo más,
que ella aún no podía ofrecerle. No fue sino, hasta después de unos meses, que
dejó de preocuparse por ello. Víctor realmente la quería y, para todos, eso era
más que claro.
El museo para Rosa se había convertido en un lugar completamente
sagrado. Aquel sitio, luego de la muerte de Víctor, era el oasis perfecto para
despejarse, además, le servía siempre de completa inspiración cuando se
hallaba en los usuales bloqueos que sufre un artista. Caminar por aquellas
exposiciones, por las que un día caminó con el amor de su vida, le gratificaban
un poco el alma, pues, sabía que, aunque Víctor había fallecido, sus recuerdos
lo mantenían vivo.
Para Rosa era horripilante verlo luego de haber muerto, pues, sabía que
aquel espectro no era él, sino, su subconsciente torturándola. Ella estaba
satisfecha con la imagen que tenía de un Víctor jovial y vivo, que amaba con
todo su ser.
Algunas veces, cuando se encontraba sola, solía ver las fotos que se
tomaban juntos y algunos videos que habían grabado. Aquello era la dosis de
cianuro necesaria para matar lenta y dolorosamente a una persona, sin
embargo, todo eso no era en lo absoluto parecido con el sentimiento de
desolación y decepción, que sentía luego de dos años de él haber muerto.
Aquél nefasto sentimiento que la calcinaba por dentro, no se parecía al que
tuvo cuando él recién murió. Sentía que el corazón le ardía y la cabeza le iba a
explotar cada que recordaba que Víctor jamás volvería. Pensó que era parte
del luto y que, en realidad, era normal que todo aquello ocurriera, pero, junto
con las apariciones y los horribles recuerdos que se hicieron claros, una vez
más, sabía que todo estaba yendo de mal en peor.
La fecha de la entrevista llegó finalmente y Rosalía se preparaba con
muchas ansias para enfrentarse al mundo. El crítico resultó ser una persona
bastante preparada y, además, sumamente objetiva. Elogió y criticó el trabajo
de Rosalía desde un punto de vista centrado, realizó las preguntas correctas y
trató con mucha receptividad a Rosa. Le daba preguntas relevantes, para
recibir respuestas útiles.
Algunos minutos antes de que la entrevista terminara, el crítico se removió
un poco en su asiento, luego de tomar un sorbo de agua desde su vaso. Lucía
seguro, sin embargo, fue bastante claro que la pregunta que formuló, dejaría en
tención el ambiente, pues, se trataba sobre el estado de ebriedad en el que se
encontraba Rosalía el día de la galería.
Rosa, al principio, no supo qué responder. Tiró un par de sonrisas distantes,
mientras titubeaba un poco. Aquella situación tan vergonzosa por la que pasó
aquella noche tan importante, aún la ponía sumamente susceptible, sin
embargo, tomó las fuerzas suficientes para responder que no veía justo que
fuese juzgada de esa manera por un error que podía ser enmendado con el
harto esfuerzo y dedicación que colocó en la presentación de su galería.
Quería impresionar a todos con su talento y que, finalmente, entendieran que
ella era más de lo que dio a entender ese día. El crítico se vio bastante
complacido con la respuesta de Rosalía y, unas palabras de ánimo y apoyo
después, la entrevista se dio por terminada.
La misma fue publicada, un par de días posteriores en la dichosa revista
española. Estaba segura de que aquello, sólo era el comienzo de una lenta
escalada hasta la cúspide de un éxito rotundo. Se dio cuenta, incluso, que la
última pregunta no fue siquiera publicada, por lo tanto, no sabía si alegrarse o
decepcionarse, pues, quería que todos entendieran la posición en la que se
encontraba.
Rosalía era fiel cliente de una cafetería a un par de cuadras de su casa. Era
una quinta de dos plantas bien amoblada, para dar una apariencia más a
restaurant. Algunas veces hacían eventos en la terraza y, además, los servicios
que brindaban eran muy buenos. Muchas tardes la pasó ahí sentada, leyendo
algún libro o, simplemente, revisando sus redes sociales mientras se acababa
algún café o un par de cervezas frías.
Un día de vuelta a casa, se dio cuenta de que en su buzón, se encontraban
las típicas correspondencias a las que estaba suscritas y, además un encargo
que había pedido recientemente en un catálogo. Ya Rosa no buscaba la octava
carta en el buzón, pues, sabía que no llegaría aún, así que ya no se emocionaba
tanto.
Tras ordenar los recibos y empezar a revisarlos para ir a pagarlos, se
percató de que el paquete que tenía entre manos, no era en realidad el que
había pedido en un principio, pues, no tenía ninguna etiqueta ni señal que
comunicara de dónde provenía realmente aquél envío. Tenía el tamaño de un
teléfono y, realmente, no pesaba casi nada.
Lo destapó con aquella curiosidad que siempre destacó en Rosa, ya que
necesitaba descartar que fuese la octava carta. El que fuese inesperada,
siempre alimentaba el aura misteriosa que caracterizaba aquella relación. Poco
a poco se iba acercando más al final de todo y estaba ansiosa por descubrir a
quién se tomaba el tiempo para enamorarla con aquellas letras.
Lo que descubrió la dejó completamente atónita y sin palabras. Un
poderoso nudo apretó su garganta, al punto de quitarle por un momento la
respiración. Lo que contenía el paquete, era el teléfono de Víctor, aquél que la
policía tampoco pudo encontrar jamás. Estaba intacto y apagado. Tenía
dibujado, en la parte de atrás un gran ocho con rotulador rojo. Era claro que
había algo dentro de él y Rosa debía descubrirlo.
Tras dejarlo algunos minutos cargando, Rosa lo encendió y, al recordar el
número de bloqueo de Víctor, logró acceder a él. Estaba completamente
intacto, aún tenía las últimas llamadas, mensajes, fotos y archivos que Víctor
tenía almacenado, antes de fallecer. En la pantalla principal no se encontraba
nada, excepto un archivo de texto.
El archivo tenía como nombre ‹‹8›› y, al abrirlo, se mostraba la esperada
octava carta. No tenía firmas, posdatas ni nada que relacionase quién había
sido el emisor.
‹‹Te has convertido en, ya para mí, aquel futuro que espero llegue con
ansias. Entiendo que probablemente a estas alturas, aún te dé miedo
conocerme, y no te culpo porque así sea. He decidido contarte algo de mí,
para que empieces a conocerme y comiences a familiarizarte.
Crecí con unos padres sumamente amorosos, en una casa bien acomodada
a las afueras de la ciudad. Me apasioné por el arte, al igual que tú, más o
menos a los 10. Desarrollé aquella sensibilidad, con la que nacen algunos, de
apreciar lo hermoso, tal y como es. Me crie bajo las perfecciones del arte y
me embriagué de una excitante melancolía cuando vi tus cuadros, pues,
siempre quise pintar de esa manera tan hermosa. Me crie entre octavas y
escalas, y mis dedos se fueron haciendo parte de las teclas de un estridente
piano. Me volví amante y enemigo de mis propios sueños y fue cuando los vi
enterrados, que empecé a extrañarlos.
Tengo secretos, al igual que tú, que deben ser resguardados hasta el lecho
de mi muerte. Sin embargo, la culpabilidad no me marchita lentamente, a
diferencia de ti. Lamento tanto la situación por la que pasas actualmente.
Debe ser horrible sentir que te quemas por dentro, y no poder hacer nada
para apagar el fuego.
Algunas veces, aquellos sentimientos irracionales de culpabilidad y
desprecio por lo que aparentas ser, son los que te incitan a accionar de
manera tan impulsiva. Permíteme aconsejarte; confieses (de alguna manera)
aquellos misterios que escondes tan dentro de ti, que son los que, poco a poco,
te destruyen por dentro. Los secretos son como las frutas; luego de comenzar
a podrirse, arrasan con la cosecha entera.
Los seres humanos buscamos redención en lo divino y la superación en lo
material. Nos engañamos con creer que lo espiritual queda en segundo plano,
cuando aquello es lo primero en lo que nos debemos sostener. El equilibrio
espiritual, impulsa a tener una consciencia limpia y pensamientos más claros.
Un cuerpo con equilibrio mental y espiritual, es un cuerpo sumamente
sano. Sin embargo, son todos aquellos rencores y remordimientos, ahogados
en el paso del tiempo que, por guardarlos, marchitan sin mesura nuestra vida
entera.
Es importante, amor mío, que mantengas un equilibrio contigo misma y
logres librarte de todos esos males que te acomplejan. Estoy seguro que ello
logrará resolver, la mayoría de tus problemas actuales.
Si alguna vez decides hablar, no dudes en hacerlo conmigo que, con todo
el gusto del mundo, estaré dispuesto a leerte o, en tal caso, a escucharte.
Quiero ser para ti, una base firme de la que te apoyes, cuando sientes que
todo a tu alrededor se desploma.
Quiero que entiendas, que voy a apoyarte en todo lo que necesites y, desde
luego, ser tu cómplice en todo lo que te propongas.
Con amor, para ti. ››
Rosa temblaba llena de impotencia. Tenía un sentimiento de rabia
combinado con uno de miedo. No se sentía sola y, al mismo tiempo, estaba
segura de que no lo estaba. Pensó que la estaban vigilando justo en ese
momento y corrió para cerrar todas las ventanas y puertas de la casa. Rosalía
no pensaba en nada más que no fuese; no estar allí. Sentía un miedo
desgarrador, que cortó su respiración de paso en paso, cuando intentó llegar al
minibar y servirse un trago.
Todo cada vez se hacía más confuso. Para Rosalía se hizo muy complejo
entender todas esas palabras. Era más que claro lo que el anónimo intentaba
decir, y eso le atemorizaba. Lo que no entendía, era de dónde aquella persona
había sacado el teléfono y, por ejemplo, las llaves de su cabaña. La policía no
pudo encontrar nunca, ninguna de los objetos, pues, desaparecieron de la
escena del crimen.
Bajo las sombras de su grande y solitaria casa, Rosalía no podía mantener
la fuerza para beberse el Whiskey que guardaba para ocasiones especiales.
Sostenía el teléfono de Víctor entre sus manos, con una extraña sensación de
tristeza y culpabilidad que no la dejaban pensar en paz. Revisó las fotos y
encontró la última que se tomaron, antes de que Víctor muriese.
Visitaron el parque más grande la ciudad, un par de días antes de que
Víctor falleciera, con la intención de volver a intentar las cosas, luego de una
fuerte discusión que culminó con su relación finalmente. Caminaron por
algunos lugares famosos del mismo, así como pasearon un rato en los botes
del lago. Ambos conversaron un poco sobre cosas sin sentido, mientras
comían algodón de azúcar. Rosalía lo veía con ojos de amor y él,
ensimismado, pensaba en nada.
Se detuvieron en un estacionamiento, para sentarse a conversar un rato y
poder descansar luego de la larga caminata que ofrecía el parque tras su larga
extensión. Fue de Rosalía la idea de tomarse una foto, que quedaría
inmortalizada para el resto de la vida.
Rosa tomó a Víctor de la muñeca impulsivamente y lo jaló con ella, a unos
arbustos un poco alejados del bullicio. Quiso hablar, pero la garganta se le
quebró antes de que pudiese decir algo. Sólo rompió a llorar y a golpear con
fuerza el pecho de Víctor, mientras pedía mil veces perdón por existir. Rosa
amaba de forma irracional a Víctor, él en cambio; ya no.
Rosa lloraba de forma desgarradora en aquel minibar, luego de recordar el
penúltimo encuentro con su amado. Detrás de esos arbustos, se dieron un beso
apasionado, que la hizo lamentarse durante mucho tiempo por haberlo
convertido en el último de todos.
Los registros de llamadas y mensajes estaban intactos, como todo lo
demás. Rosa revisaba meticulosamente cada uno de ellos, con la esperanza de
encontrar algo esperanzador y que la llenara de alegría una vez más. Sin
embargo, ese no fue el resultado cuando, tras revisar los mensajes, encontraría
el último que había recibido.
Rosa casi deja caer el teléfono de la punzada que se hundió en su pecho,
cuando leyó el mensaje que le había enviado a su amado la noche en que
murió.
<Rosalía>
Recibido el 02/09/16 a las 20:34.
espero logres perdonarme, cómo yo lo hice cuando me traicionaste
te amo mucho, mío
<Responder>
Dejó salir un grito de dolor cuando vio todo con claridad. Su alma se
encontraba cegada por un odio y rencor irracional hacia todo lo que era el
pasado. Estaba segura de que, si intentaba olvidarlo todo, las cosas seguirían
su rumbo normal. Pensó que su humanidad se había desaparecido, cuando
aquella noche recibió la noticia de que su esposo había sido asesinado.
Un vaso de licor no era suficiente para calmar todo ese dolor que sentía por
dentro. Quería gritar y desahogarse al fin. Se sentía más sola que nunca y,
entre la oscuridad creciente del atardecer, hasta su sombra optó por
abandonarla.
Sentía la necesidad de dar por finalizada su vida aquella tarde, pero, el
terror era tanto, que tenía miedo de encontrarse a Víctor después de la muerte,
y volviera a juzgarla, cómo lo hacía aún en vida.
Tomó el teléfono con fuerza y lo lanzó al otro lado de la cocina,
estrellándolo con fuerza contra la baldosa de la pared. La pantalla del teléfono
se reventó inmediatamente y, fue luego de caer al suelo, que el teléfono se
apagó.
El licor fue el consuelo de aquella noche y, luego de estar los
suficientemente ebria para dejar de beber, tomó los pinceles y se fue a la
habitación de las pinturas.

NOVENA CARTA

Rosa despertó en la silla que utilizaba para descansar cuando pintaba.


Tenía una jaqueca terrible y el cuello le dolía mucho. Frente a ella se
encontraba la pintura en la que tanto había trabajado. Aún le faltaba un
pequeño detalle que, a pesar de todos sus años de práctica, se le hacía
imposible dibujar.
En la pintura realista se encontraba un dorso masculino con tez pálida, con
una cantidad innumerable de cortadas sin suturar. De las cortadas, salían
pequeñas flores que, a pesar de no haber florecido aún, muchas ya estaban
completamente marchitas. El cuerpo estaba perfectamente detallado con aquel
color pálido y azulado que daba una extraña sensación de muerte y soledad. Al
fondo, en la esquina inferior izquierda del cuadro, sobresalía una etiqueta
amarilla con alguna frase ininteligible y, en la derecha, se hallaba un espacio
en blanco que causaba un ruido visual muy bestial en el cuadro.
Rosalía estaba segura que resolvería pronto aquel dilema, pero, primero
debía ocuparse del dolor de cabeza tan mortal, que la estaba asesinando
lentamente. Con una taza de café en mano, y un par de aspirinas en la boca,
revisó la hora en su teléfono. Aún era bastante temprano para pensar sobre el
trabajo.
Sentía las náuseas respectivas luego de intoxicarse con alcohol y aguantó
algunas veces, aquella cantidad de gases que vaticinan un vomito. Rosalía
estaba acostumbrada a ese tipo de sensaciones y sólo se concentró en lo
brillante que se veía el día desde la comodidad de su terraza.
La neblina bajaba desde la montaña más grande la ciudad, y tapaba parte
de los techos de los rascacielos del este que desde allí se veían. El frío daba
una sensación reconfortante de seguridad, que Rosalía intentó usar a su favor.
Aquella mañana la pequeña ciudad estaba vestida de blanca, con un pequeño
toque mostaza debido al primer destello matutino.
La casa aún se encontraba bajo llave y con las ventanas cerradas. Todavía
permanecía con el miedo de ser seguida y, en algún momento, atacada por
algún psicópata que estuviese obsesionado con ella.
Se peinó su pelirrojo cabello y se lavó la cara con bastante agua fría y
jabón. Se percibió unos segundos en el espejo. Aquellas pecas castañas y aquel
color rojizo en su cabeza, hacían una excelente combinación con la tez
blanquecina de su piel. Recordó que sus amigos de la infancia la llamaban
caperuza, en honor a ello. Intentó sonreír un poco, al menos tenía recuerdos
buenos en su memoria.
Caminó por toda su casa, como un caminante sin rumbo, al menos un par
de veces, antes de detenerse frente al teléfono destrozado en la cocina. Lo
levantó y en un acto de completo desprecio, lo tiró a la papelera.
Nocturne, era la sonata favorita de Rosalía, compuesta para piano en Do
menor por Chopin. Siempre le pareció un reto tocar aquella excelente pieza,
considerada una obra de arte bajo criterio propio. Era su sueño poder tocarla a
la perfección, cuando estudiaba en la academia, pues, la consideraba una obra
que emanaba suma delicadeza y belleza musical.
Ahora con suma experiencia, toca esa pieza con un ardiente fervor y pasión
ante lo místico. Estaba segura de que bajo esas notas se encontraba la
verdadera respuesta, ante todo lo que estaba pasando. Necesitaba la fuerza que
nadie le brindaba y, era aquel tempo, que le brindaba la seguridad que hacía
mucho estaba buscando.
Sus manos se deslizaban con completa certeza por el piano, mientras
pensaba, aún sin dejar de estar concentrada en la melodía, en todo lo que había
ocurrido en tan pocos meses. Faltaba poco tiempo para dar por finalizado
aquél juego de incógnitas que le estaba carcomiendo el alma. Sus secretos
comenzaban a dar luz y, era aquella extraña sensación de vulnerabilidad, que
la hacía sentir tan temerosa.
Recordó en un principio, como aborrecía esas cartas al punto de querer
quemarlas. Se hizo parte de aquel juego de papel y letras como una
insignificante peona y había caído en sus extrañas técnicas de seducción. No
había momento libre de Rosalía por el que no pasara la gran incógnita de
quién podría ser aquél anónimo. Rozaba el borde de la obsesión, cuando
esperaba al cartero con suma esperanza a que le entregaran su preciado recado.
El segundo movimiento de aquella pieza, resultaba para Rosalía,
sumamente nostálgico. Recordó cuando, tocando para sí misma, Víctor la
sorprendió con una inesperada visita. Vigilándola desde una esquina en su casa
de crianza, con una media sonrisa, no pronunciaba palabra mientras Rosalía,
practicaba aquél precioso movimiento.
Rosalía volteó, como sintiendo la punzante mirada de su enamorado y,
luego de una cálida sonrisa, prosiguió tocando el piano para él. Víctor se
acercó por detrás, con un paso más lento que de costumbre y, con sus suaves
manos, acarició el suave cuello de Rosalía.
Era esa endulzante capacidad artística, de ambos personajes, para conectar,
que, podría decirse, fueron hechos el uno para el otro. Usualmente solían tener
las mismas opiniones sobre temas de los que nunca habían entablado
conversación, además, solían entender los mismos chistes y usar los mismos
modismos para referirse a las cosas. Víctor describía aquella relación como
esa pequeña parte de esperanza cuando de la guerra del amor se trata.
Víctor solía ver a Rosalía cuando tocaba el piano. Amaba ver en su rostro
aquel romanticismo del que se proclamaba dueña cuando pasaba sus dedos por
aquellas teclas. Eran aquellos movimientos tan delicados, que Víctor guardaba
en su mente, para los momentos de extrema soledad, a los que él se enfrentaba
cuando Rosa le hacía la ley del hielo.
Algunas veces, cuando Rosa y Víctor discutían, Rosa se sentaba a tocar
melodías estridentes para hacer enfurecer más a Víctor. Él prefería quedarse
tranquilo ante las provocaciones, además de que, obviamente, Rosalía tocaba
muy bien el piano y él disfrutaba de aquella sesión privada.
Discutir para ambos era, muchas veces, rutina del día. Los días antes de su
ruptura final, las discusiones se hicieron tan frecuentes, que Víctor prefería no
pasar la noche en aquella casa y desaparecer por hasta un fin de semana
completo. Rosalía lo odió tantas veces, que un día le deseó la muerte a su
esposo.
Tras terminar de tocar el piano, Rosalía recordó que debía terminar el
cuadro en el que estaba dedicando tanto tiempo y esfuerzo. Hacía falta un solo
objeto que pudiera sustituir aquel espacio en blanco que tanto ruido visual
causaba.
No tenía nada más planeado para el día que no fuese pintar y dar por
finalizado aquel detallado trabajo del que estaba tan enamorada. Sabía que
había algo más escondido dentro de aquella obra, que ella no notaba aún. Le
sorprendía muchísimo su talento para adaptarse a nuevos estilos y el cómo
imprimió aquel mensaje que aún no entendía qué era, de forma tan sencilla.
Aquel boceto se basó en un extraño sueño que tuvo Rosalía. Se encontraba
en lo que parecía ser una habitación blanca y, frente a ella, se hallaba un
espacio lleno de tierra, del que emanaban unas florecillas marchitas y resecas.
Junto a aquel espacio, tirada en el suelo, se encontraba una pala que, sin
esperar ordenes, Rosalía utilizó para empezar a sacar tierra del hueco. Fue
hasta que llegó a una profundidad en concreto, que se dio cuenta de que, lo
que había debajo de la tierra, era nada más y nada menos, que un cuerpo
humano. Del que (sorpresivamente) emanaban también aquellas flores
marchitas, que se encontraban sembradas dentro de aquella caja torácica.
Sucumbida por una extraña sensación de sofocamiento, Rosalía despertó llena
de sudor y jadeante.
Ahora, plasmado tan fielmente en aquel boceto, no podía ver aún qué
lograba significar todo aquello. Qué era lo que su subconsciente quería sacar a
la luz desde hace tiempo. Qué tenía que hacer para que toda aquella pesadilla
al fin terminara, y pudiese descansar, después de tanto.
Cuando Víctor tenía bloqueos artísticos, solía fumarse un cigarrillo en la
terraza de su casa, mientras escuchaba alguna canción de fondo. Rosa solía
acompañarlo con alguna taza de café para detener el estrés. Aquellas tardes,
ambos guardaban mucho silencio, hasta que Víctor terminaba de fumarse su
cigarrillo y se marchaba para continuar escribiendo.
Víctor y Rosa solían hacer acuerdos entre ambos, para mantener un cierto
límite dentro de su relación y, uno de ellos, era no dirigirse la palabra,
mientras él meditaba.
Víctor solía ser muy distante antes de que ambos rompieran. Tras
desaparecer por varios días, volvía a la casa como si nada hubiese pasado. A
continuación, comenzaba a tratar de forma un poco tosca a Rosalía.
Claramente, se notaba el hastío que Víctor sentía hacia Rosa.
Aquella fría tarde, Rosa estaba encendiendo un cigarrillo en la terraza de
su casa, cuando se percató de la increíble vista que tenía desde ahí: a su
derecha, tapada por una densa neblina que comenzaba a tocar la carretera, se
encontraba el glamoroso Este de la ciudad capital. A su izquierda, la falda de
la imponente montaña que conectaba la ciudad con la costa norte, cubierta con
una espesa capa de neblina que descendía cada vez a mayor velocidad.
Frente a ella, la calle solitaria de su avenida le hizo pensar en cuán sola
estaba, una vez más. Sonrió de manera irónica cuando, un gato negro saltó
sobre la baranda de la cerca de la terraza en la que Rosa se encontraba
apoyada. ‹‹Al menos los tengo a ellos.›› Pensó en aquel momento mientras lo
acariciaba.
La nicotina sirvió de calmante ante los nervios producidos por la incesante
espera de las ideas. Rosa no podía mantener la concentración, sin que pasaran
por su mente, los horribles recuerdos que sólo aparecían en esas pesadillas que
se habían hecho costumbre, aquellas noches interminables en las que el
alcohol se hacía dueño de Rosalía.
Algunas lágrimas bajaron por las mejillas de Rosa, que instintivamente
secó con la manga de su sweater tipo camisón, que solía usar cuando el frío de
la montaña descendía hasta su casa. Una fuerte briza ululante, pasó bajo las
rendijas de las puertas y estas, con un sonido fantasmagórico, rompieron el
silencio en el que se había hundido Rosa. Un fuerte escalofrío resbaló por su
nuca, hasta su espalda, que le hizo dar un respingo. Se peinó un poco su
cabello rojizo cuando, de un momento a otro, sintió las manos de Víctor,
rodeando sus caderas.
Como si fuese una situación de rutina, Rosalía cerró los ojos y apoyó su
cabeza en el hombro de su alto esposo. Aquellos brazos la apretaron de
manera confortante y, el humo del cigarrillo, dejó de ser el último olor
esperanzador de la tarde. Fue aquel olor embriagante, que desprendía el amor
de su vida, que ocasionó que en la comisura de sus labios se formara una
pequeña sonrisa.
Pasó sus manos por el cuello de su amado y enredó sus dedos en aquél
despeinado y liso cabello castaño. Le dio otra calada a su cigarrillo y,
expulsando el humo hacia otro lugar, tomó la mano de su amado con fuerza.
Estaba segura de que si abría los ojos, sólo se encontraría con el gris cielo y la
eterna soledad de la que siempre estaba acompañada. Prefirió embriagarse con
aquella fantasía y quedarse así, hasta el fin de los tiempos.
Fue el sonido del toquido a la puerta de su casa, lo que interrumpió aquel
momento de intimidad entre Rosalía y el espectro de su difunto esposo,
haciendo despertar a Rosalía de su trance y encontrándose, cómo lo había
pensado en un primer momento: con nada.
Desde su terraza, se asomó para ver quién tocaba su puerta. Fue atacada
por un fuerte dolor al pecho, cuando desde aquella altura, se veía claramente la
silueta de una mujer morena, bastante parecida a la que Rosalía había
arrollado, hacía un par de semanas atrás.
Rosa bajó los escalones de dos en dos, mientras escuchaba los golpeteos en
la puerta. Cuando llegó a la puerta, abriéndola con bastante velocidad,
preparada para empezar a hacer preguntas, se encontró con… un cartero de
FedEx.
En la puerta de la Quinta Roma, un joven cartero de FedEx miraba
desconcertado a Rosa, que lo miraba de la misma forma. Como quién recibe
una visita inesperada. Ambos guardaron tanto silencio, que se convirtió en los
30 segundos más incómodos en la vida de ambos.
Después de que el cartero explicara que debía entregar un paquete a
Rosalía, que ella, por su parte, debía firmar para que la empresa tuviera
constancia de entrega y poder hacer el cierre del expediente, Rosa aún no
entendía que, en realidad, él era la única que persona que estaba parada ahí,
aparte de ella misma.
Rosa quedó en shock, luego de haber confundido de manera tan
significativa a aquel cartero, con aquella mujer que vio en repetidas ocasiones.
Buscaba las respuestas a aquella incógnita dentro de su mente, intentando ver
su rostro, antes de aquella extraña conversación en aquel parque.
El rugir del motor de la camioneta Van de FedEx y el peso en las manos de
Rosalía, la hicieron despertar de aquel ensimismamiento en el que se
encontraba. A continuación, revisó el paquete que, a diferencia de otros, sí
tenía los datos del emisor.
Rosa tuvo que mantener la compostura, cuando un fuerte mareo y unas
desorbitantes nauseas la atacaron, tras leer el nombre que se encontraba en la
caja. Sus manos temblaron y su boca se secó, al punto de cortarle el habla,
cuando leyó en aquella etiqueta que se encontraba pegada en la esquina
superior izquierda de la caja, el nombre de Víctor Martínez. El escritor que fue
asesinado hacía más de dos años.
No pudo frenar la necesidad del alcohol que comunicó su cuerpo, tras
aquel encontronazo de emociones. Las manos y las piernas de Rosa temblaban
de forma sumamente exagerada. Llegar hasta el mini bar de su casa, se hizo
casi imposible, pues, la respiración de Rosa fallaba de manera constante. Tras
servir algunos vasos de agua y, seguidamente, el primero de Whiskey, Rosa
aún no daba crédito a lo que se encontraba en la barra, frente a sus ojos. Un
paquete enviado por su difunto esposo.
El hielo del Whiskey retumbaba en los bordes del vaso de vidrio, debido al
incesante temblor en las manos de Rosa. Ella pensaba que era improbable que
aquel paquete de verdad fuese enviado por él, podría ser algún error de la
empresa o alguna coincidencia terrorífica ¿cuántas personas alrededor del
mundo tienen como nombre; Víctor Martínez? ¿Por qué no puede ser un error
en la base de datos? Pero si de alguno de ambos era el caso, ¿por qué recibiría
ella un paquete de, casualmente, una persona llamada igual que su difunto
esposo? ¿Acaso todo aquello era una broma de mal gusto?
Rosa se veía invadida por unas ganas inmensas de querer vomitar, sin
embargo, el licor ahogaba aquel sabor ácido de su boca y le relajaba un poco
los pensamientos. Sólo miraba la caja desde lejos, con unas ganas muy
intrínsecas de abrirla y ver su contenido de una vez por todas. Pero era el
miedo de no saber lo que se encontraría, que se apoderaba de ella; que no
dejaba a Rosa dar el paso inicial para acercarse a la misma.
Pensó en llamar a la policía incluso, para denunciar un robo de identidad
muy severo. Pero creyó que hacerlo, sería agraviar las cosas. Recordó las ocho
cartas anteriores y reconoció un patrón que estaba notando, después de que
recibió el teléfono perdido de su difunto esposo. Aquella caja era otra prueba,
de que el anónimo buscaba jugar con las emociones de Rosa y hacía muy
relevante, cada vez más, su actitud de psicópata.
Quería tirar aquella caja a la basura, pero tal era su curiosidad, que no se
permitiría hacer una cosa así, sin antes ver su contenido. Se sirvió otro trago
de Whiskey, tras haber terminado de beberse el primero. Con un cierto mareo,
producto del licor y toda la presión a la que se encontraba sometida, tras todo
lo que estaba ocurriendo, se encaminó para detallar, finalmente, la caja
misteriosa.
Cuando Víctor le pidió matrimonio a Rosalía, la sorprendió en su casa con
una entrega de FedEx, de varios paquetes con diferentes alturas y ancho. Para
Rosa fue una sorpresa firmar todos los paquetes y, luego de destaparlos, ver
que eran auténticas pinturas de diversos pintores conocidos del país. Cada una
de las pinturas, tenían que ver con algo en específico: una boda.
Rosa llamó a Víctor para pedirle explicación por aquél hermoso regalo que
le produjo varias lágrimas de felicidad. Víctor, antes de que ella hablara, le
dijo con un titubeo y una risa nerviosa bastante notable, las palabras que
marcaron un antes y un después en la relación de ambos: ¿Quieres casarte
conmigo?
Incluso la ceremonia de bodas, fue celebrada en una iglesia de arquitectura
gótica, dónde se enamoró, por primera vez, de un vitral religioso. Rosa solía
ser supersticiosa ante las cuestiones religiosas, pero, siempre reconoció
aquella afición por el arte, de parte del clero, para adornar sus grandes iglesias
y catedrales de una manera tan sublime.
Ahora, se arraigaba a la idea de que existía un Dios y comenzaba a
castigarla. Mientras se acercaba a la caja, pedía perdón por todos aquellos
pecados que en algún momento cometió. Se sentía atemorizada de lo que
podía conseguir y lo que podría pasar después de ello. No le cabía duda
alguna, que aquella entrega fue organizada por aquél anónimo que proclamaba
su amor por ella.
Tomó la caja entre sus manos y, sin levantarla, la abrió. Dentro de ella se
encontraba otra caja ―casi del mismo tamaño― de color blanco, con una nota
que fungía de sello para la misma.
Con la misma caligrafía impecable que destacaba en las cartas anteriores
―cómo por si lo irónico fuese necesario en aquel momento― se encontraba
escrita una frase bastante citada de la biblia:
‹‹Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libre. ››
Rosa ahogó un grito, luego de notar el pequeño nueve en la esquina
inferior derecha de la nota, a medio de firma. Sus suposiciones fueron las
correctas; aquella era una de las cartas faltantes.
Seguidamente, Rosalía, abrió la caja que contenía la novena carta. Para su
sorpresa, el contenido indicó mucho más de lo que quería saber. Entre
lágrimas de dolor y una sonrisa victoriosa, Rosa cerró la caja y se dirigió a su
cuarto de pinturas. Al fin supo lo que le faltaba a su obra de arte.
* * *
Un par de horas después, luego de la cantidad suficiente de trazos, Rosalía
terminó por fin aquel hermoso cuadro. En el espacio en blanco que traicionaba
la belleza de su lienzo, pintó el objeto que se encontraba dentro de la caja: un
cuchillo.
En la barra de la cocina, posaba el paquete que Rosalía recibió. Dentro de
aquella caja blanca, cuidadosamente enrollado en un pañuelo del mismo color,
se encontraba un cuchillo lleno de sangre seca; el mismo cuchillo que
utilizaron para asesinar a Víctor.


DÉCIMA CARTA

‹‹ Buscaba que abrieras los ojos a través de aquellas cartas y, aunque


nunca las respondiste, estoy segura que de cierta manera lo he logrado,
porque de lo contrario; no estaría escribiendo la última de todas.
Hace un par de años atrás, juntas, decidimos unirnos para dar el mensaje
más claro que alguna vez hemos transmitido. Éramos fuertes, jóvenes e
intocables y él no veía eso en nosotras. Sentía la rabia y el odio en ti, cada
que te desvelabas esperando y él llegaba tan cansado, que no tenía tiempo
para ti. O aquellas oportunidades donde, preocupada, esperabas aquellas
noches en la soledad de tu habitación por su llegada y él, en cambio, llegaba
días después con un aire sumamente despreocupado.
Ambas sentimos, muchas veces, aquel olor a perfume de mujer en su ropa,
pero, lo dimos pasar por alto; porque lo amamos. No éramos capaces de
aceptar, de esa manera, que el amor de nuestras vidas, nos traicionaba de una
manera tan vil como aquella.
Podría decirse, incluso, que fuiste tú quién me dio vida, cuando aquella
noche, le deseaste la muerte entre lágrimas. Fue aquél odio tan irracional que
me dio vida, pues, alguien tan pura como tú no podía soportar este
sentimiento tan despreciable, que ha dañado la cordura de muchos.
Nos convertimos en la una para la otra, de cierta manera, cuando notamos
que Víctor ya no estaría para nosotras. Fuimos destinadas a encontrarnos y
brindarnos el apoyo necesario, en aquellos largos intervalos de soledad a los
que nos sometimos incontables veces.
Sé que te impresionó conocerme, pero estoy segura que de no haber sido
de esta forma, jamás lo habrías hecho. Quería darte a demostrar, desde un
principio, que nunca estuviste sola. Aun cuando te veía llorar, luego de leer
cada carta escrita por mí, tuve la necesidad de correr a abrazarte y auxiliarte
en tus peores momentos.
Ahora estamos juntas, nuevamente, luego de aquél largo tiempo que nos
dimos para estar solas. Ahora, que entendiste que la soledad no es la mejor
compañía, estoy dispuesta para ti, como siempre ha sido.
Es hora de deshacernos de todos aquellos objetos, que supondrían la
ruptura de nuestra libertad. Aquellos que nos relacionan de cierta manera,
con el sádico asesinato del joven escritor más prometedor del país. Aquellos
objetos que desaparecieron de la escena del crimen, importantes para resolver
el caso.
Las llaves, el teléfono e, incluso, el cuchillo, siempre los tuviste bajo tus
narices y no fue hasta que yo te los mostré nuevamente, que abriste los ojos
sobre la gravedad del asunto.
Me alegra de cierta manera, que hayas podido despertar de aquel trance
en el que te habías hundido. Ahora te convertiste en lo que en un principio ya
eras y me siento completamente orgullosa de ti.
Te amo más de lo que alguien pudiese amarte alguna vez. Somos una y
todo al mismo tiempo. Nada es más fuerte que nuestro amor y, es por ello, que
doy por finalizado este juego de cartas.
Con amor, para ti.
―Rosalía. ››
‹‹ ¿Buscamos redimirnos de nuestros pecados para estar bien con Dios o
con nosotros mismos? Usualmente buscamos el refugio en lo divino, cuando
de nuestros errores carnales se trata. Solemos ver a personas culpando a
terceros de los errores que cometieron con sus propias manos, pues, no están
dispuestos a pagarlos en vida.
Algún tiempo atrás, decidí cometer lo que sería, el mayor pecado hacia
Dios y el mundo. Y, no fue hasta que el mismo me convirtió en lo que soy, que
decido confesarme ante ambos.
Logré encontrar refugio en mi subconsciente lo suficientemente rápido,
cómo para que mi consciencia no lo notara. Pero fueron aquellos escritos los
que me incitaron, de manera tortuosa, a salir del encierro al que me confiné.
No duré el resto de mi vida, como pensé que pasaría, disfrutando de mi
soledad. Fueron aquellos terroríficos momentos de desolación a los que me
sucumbía, que el hecho de recordar todo lo que en un momento planee
olvidar, fue lo que me mantuvo viva hasta el fin de mi cordura.
Aprendí a redactar, cuando me sentaba junto a mi marido mientras
escribía su novela. En la universidad, realizar un informe escrito siempre
había sido una odisea para mí. Ahora, en cambio, escribir diez páginas ha
sido toda una aventura.
Cuando me miraba en el espejo y no veía, sino, una gran mentira, me
dispuse a convertirme en ello a toda costa. Usualmente, no me sentía yo
misma, sino, lo que realmente quise ser. Eran aquellas tardes y noches llenas
de licor, que me convirtieron en esto.
La última carta de todas, me ha sacado de mis cabales completamente. No
logro soportar más esta presión a la que me he sometido y, por ende, he
decidido buscar ayuda antes de cometer otro error catastral ―Adjunto todas
para mayor comprensión.
He comenzado a tener miedo de mi misma y nadie a la vez. Sé lo que he
hecho y lo que mi subconsciente me ha obligado a ver desde entonces. No he
podido dormir y cuando lo hacía, soñar con aquel momento hacía cuestionar
cuanto tiempo me quedaba de cordura. Sé que escribí todas esas cartas y
ahora logro entender por qué lo hice. Mi consciencia estaba desesperada y me
quería dar las respuestas que siempre busqué.
Mis manos tiemblan mientras escribo esto y pido disculpas de antemano
por si tiene algunas gotas provenientes de mis lágrimas que dañen la estética
del papel. Pero ya mi cuerpo no es capaz de soportar esto, sin sucumbir al
llanto.
Ahora entiendo por lo que he pasado todos estos meses. Todas las visiones,
pesadillas e, incluso, la autodestrucción a la que me estaba sometiendo. Mi
mente está débil y, sin embargo, mi cuerpo lo estaba aún más.
Nadie sabe mi espantosa verdad, de la que varias veces me intenté ocultar.
Y, es por la imagen de mi esposo, que he decidido confesarla al fin, para
detener este espantoso karma espiritual que se me ha concebido.
Yo maté a Rachel Penaut y a Víctor Martínez, la noche del 2 de septiembre
del 2016.
Ha sido suficiente el tiempo de espera, para poder dar la verdad ante mi
misma y el mundo. Estoy completamente segura, que algún ente divino
intervino para darme la luz al fin.
Me someto al castigo terrenal y espiritual al que debo ser destinada, pues,
lo peor ya lo pasé. Mi carrera de artista, estoy seguro no se verá afectada,
pues, el morbo siempre ha alimentado el alma del ser humano.
Mis manos se encuentran manchadas de sangre y, con ella, he pintado
varias piezas con suficiente significado para mí. Fueron todos aquellos lienzos
y bocetos, que me daban, poco a poco, la clarividencia necesaria para
entender todos esos mensajes que mi subconsciente intentaba comunicarme.
Ahora que por fin he logrado despertar y, finalmente, confesarme, debo
decir que cuando Víctor murió, no sentí en absoluto la sensación de soledad y
pérdida. Fue hasta que me di cuenta de su falta, luego de un largo lapso de
tiempo, que entendí lo que realmente había pasado.
Entonces todas aquellas imágenes de un Víctor en estado de putrefacción,
se hicieron dueñas de mi cordura. Todas esas oportunidades en la que un
joven difunto, aparecía en el marco de mi puerta, comenzaron a asesinarme
lentamente.
Arrepentirme a estas alturas, sería un insulto a su imagen y memoria, sin
embargo, puedo seguir enorgulleciéndome de decir que nadie lo amaba más
que yo.
Este asesinato fue en honor al arte. Por ello, debía ser artístico.
Para: Las autoridades competentes del caso. ››

EPÍLOGO

Rachel y Víctor disfrutaban de una hermosa relación secreta. Rachel sentía


por Víctor tanta admiración, que pensaba amarlo lo suficiente como para morir
por él, en cambio, Víctor, veía a Rachel como su mayor escape ante los
problemas del mundo.
Rachel se encontraba en su último año del bachillerato. Muchas veces,
Víctor fue a buscarla al colegio, dónde atrajeron varias miradas, por lo
descabellada de su relación. El escritor, pagaba noches en hoteles, para
quedarse junto a su amada y hacerle el amor hasta el cansancio. El
remordimiento de conciencia no lo atacaba, a diferencia de Rachel, que
muchas veces preguntaba qué pasaría si se enterase Rosalía.
Rachel era menor de edad aún, pero, Víctor tenía algunos contactos que
hicieron lo posible para permitir la entrada a Rachel a distintos lugares en los
que se le sería denegada.
Ambos eran jóvenes y felices, llenos de hormonas y deseosos uno del otro.
Solían reunirse, sólo para hablar de libros y hacer el amor. Muchas veces, el
asiento del copiloto del BMW fue testigo de aquella pasión a la que ambos
enamorados sucumbían.
Víctor sabía que Rachel no era para siempre, en cambio, Rachel, estaba
segura que en algún momento Víctor y Rosalía se separarían, y ella pasaría a
ser la nueva esposa del muchacho.
Para nadie era certero que ambos jóvenes tuvieran una relación, sin
embargo, en sus miradas se notaba una cierta química sexual que se vuelve
evidente apenas se ve.
Rosalía conoció a Rachel, cuando, en una firma de libros de Víctor ella
llegó a buscarlo. Éste la recibió con mucha cordialidad y, fue cuando ambos se
vieron a los ojos, que ella lo notó. El nerviosismo de Víctor se hizo evidente
cuando, después de llevársela a un lugar privado por, al menos, dos minutos;
ella salió limpiándose las lágrimas de las mejillas.
Rosa no entendía qué era lo que tenía ella, para que Víctor comenzase a
preferirla más. Él negó muchas veces su relación con ella e, incluso, decía que
rompería la amistad sólo para que Rosa se quedase tranquila.
En una oportunidad, los amantes decidieron irse un fin de semana a la
playa. Víctor alquiló una suite con vista al mar y, luego de hacer el amor
incontables veces en aquel balcón, decidieron sentarse a beber un par de
copas.
La romántica velada fue interrumpida cuando, luego de incontables veces,
el teléfono de Víctor seguía sonando. A continuación, Víctor respondió, con
un aire de hastío, pues, la que estaba llamando era Rosalía. Le explicó
detalladamente, que se encontraba en un viaje de la editorial, por la
publicación del libro en el interior del país. Que regresaría a casa al día
siguiente. Que por favor, dejase de llamar.
Rachel se sentía mal cada que Víctor trataba de esa manera a Rosa. Ella
estaba segura de que no se lo merecía. Una vez quiso decírselo y recibió, por
parte de Víctor, una fría respuesta: ‹‹Ese no es asunto tuyo. ››
Luego de un par de meses, Rachel y Víctor se encontraban haciendo el
esquema de la nueva novela del escritor. Tenía planeado escribir un romance
dramático, que terminara en un crimen pasional. Rachel le dio la idea de los
amantes que, luego de un tiempo de amor secreto, fuesen asesinados por la
esposa del protagonista.
Víctor sabía que era un chiste de mal gusto por parte de Rachel. Ambos
bromeaban con esa situación las veces en que, luego de hacer el amor,
encendían algún porro de marihuana para charlar. Sin embargo, la idea le
agradó lo suficiente, como para enviarle el esquema a la editorial y recibir el
visto bueno, para comenzar a escribir.
Víctor agregó la idea de las diez cartas, que serían escritas por la esposa
como método de amenaza para los amantes. El editor de la editorial quedó
encantado con la trama central y el esquema de la novela corta. Dieron un
pago por adelantado que, para su suerte, bastaba y sobraba para otro fin de
semana junto con su amante.
Rosalía se encontraba en la computadora, revisando sus redes sociales
cuando un correo electrónico interrumpió la música en sus audífonos. Rosa
identificó el nombre instantáneamente y, al notar que Víctor no estaba lo
suficiente cerca de ella, como para evitar que lo leyera; abrió el mismo.
‹‹Remitente: Rachel A. Penaut.
<rachel.and.pen@gmail.com>
Convencer a mis padres ha sido una completa tortura, pero lo he logrado.
Espero que este fin sea tan mágico como todos. Necesito un desestrés
completo, y estoy segura de que, como describiste aquella cabaña, lograré mi
cometido.
Ansío volver a verte, cariño. Te extraño tanto. ››
Rosalía estaba segura de a qué cabaña se referían y para ella fue un golpe
fuerte a su dignidad. Aquella en la que había perdido su virginidad. Aquella en
la que había pasado tantos días de su infancia. Aquella cabaña sagrada que
usaba con Víctor para escaparse de lo real.
Para ella fue imposible no romper a llorar, sin embargo, estaba segura de
que, si lo hacía, sólo llamaría la atención de Víctor y dañaría todos sus planes.
Necesitaba que estos se llevasen a cabo y, por lo tanto, poder
desenmascararlos a ambos de una vez por todas.
La espera se hacía interminable, faltaban dos días para el mágico fin y
Rosalía sentía que era el mes siguiente. Planear como llegaría, sin que fuese
escuchada, era un reto para ella. Llegar a pie a la cabaña, tomaría más tiempo
de lo normal, sin embargo, sería más silencioso. Una fuerte decisión, pues,
entendía que si algo salía mal, no lograría nada.
El odio comenzaba a hacerse parte de ella, cada que veía a Víctor llegar de
su trabajo. No podía, incluso, tener sexo con él, sin imaginarse que él pensaba
que Rachel estaba ahí. Sentía un asco inmensurable hacia los besos y caricias
de Víctor y, no fue hasta que desapareció una vez más el viernes por la noche,
que Rosalía se sintió en paz.
* * *
Rachel y Víctor estaban cumpliendo un año de haberse conocido. Un 2 de
septiembre en la cafetería, bajo aquél gran edificio de la editorial.
Aquella cabaña sería el lugar de celebración, motivo a su aniversario. Un
par de velas a la luz de la luna y una cena lujosa, bastaban para que ambos
amantes se sintieran cómodos en medio del bosque.
Víctor sabía que Rosalía jamás se enteraría de su estancia en aquel lugar,
pues, luego de haberle dado las copias de aquella cabaña, le comunicó que no
la visitaría más, si no era con él.
La noche se hizo dueña del lugar y, la oscuridad, se cernió entre las
ventanas del hogar. Ninguno de los dos aguantó a la provocación que entre
miradas se transmitían. Y, haciendo el amor entre las velas, Rachel sintió el
cuerpo de su amado extremadamente pesado. Un líquido caliente que goteaba
sobre su abdomen y que, mientras más pasaba el tiempo, se hacía mucho
mayor, fue lo que la alarmó. Antes de que notara que Víctor se encontraba
muerto encima de ella, logró ver a los ojos a su asesino. Sin embargo, para ella
fue imposible gritar, pues, antes de hacerlo; un cuchillo se enterró en su
garganta.
* * *
Rosalía siguió a Víctor cuidadosamente, desde un taxi que pagó para ello.
Esperó a que recogiera a Rachel y, luego de ello, la llevara hasta la cabaña en
el bosque. Pagó el taxi en el borde de la carretera, antes de entrar a la
residencia veraniega. Esperó hasta que el sol se posara detrás de las montañas,
para comenzar a caminar hacia la casa. Eran diez minutos, más o menos, de
caminata hasta el hogar de su infancia. Lo suficiente para que Rosa pensara
con claridad las cosas.
Sacó su teléfono y, en un acto de confianza, llamó a Víctor. El teléfono se
encontraba sin señal, sería sumamente difícil que él respondiese la llamada.
Rosa prefirió enviarle un mensaje.
Tras llegar a la cabaña, su primera decisión fue, para verificar que sus
suposiciones eran correctas, revisar tras las ventanas. En la sala de estar no se
encontraba nadie. La oscuridad estaba enmarcada perfectamente entre los
muebles y la madera oscura del lugar. Al final, sobre las escaleras, se veía una
luz amarillenta que se movía al paso del viento. Seguramente estaban en la
habitación principal, pensó Rosa.
Con sumo cuidado, abrió la puerta con la llave original, causando el
mínimo ruido posible. La madera rechinaba, en cada paso que Rosa brindaba
en dirección a la verdad. Las piernas y las manos de la muchacha temblaban,
mientras subía las escaleras en dirección hacia lo desconocido. Creía que
tendría las fuerzas para ver y poder enfrentarse de una vez a su mayor miedo,
sin embargo, las sombras que formaban las velas fueron suficientes para darle
a entender los verdaderos motivos por los que estaba ahí.
Como poseída por algo que ella no lograba identificar, bajó con cuidado
hasta la cocina y, tomando el cuchillo de carnicero, se volvió en dirección a la
habitación. Sentía que su sangre corría más rápido y los latidos de su corazón
retumbaban en el silencio de la casa. El crujir de la madera, mientras Rosalía
subía las escaleras, la impulsaban a actuar con más parsimonia.
Víctor se encontraba sobre Rachel, buscando encontrar el clímax lo más
rápido posible. Rachel, rasguñaba la espalda del muchacho, mientras sus
gemidos ahogaban el silencio de la noche.
Rosalía no pudo permitirse seguir mirando, pues, por impulso, comenzó a
apuñalar varias a veces a ambos amantes; hasta que ambos dejaron de respirar.
Aquella noche fue eterna para Rosalía. La joven morena había muerto con
los ojos abiertos, mirándola fijamente. Tenía aquella imagen grabada cuando,
luego de arrastrar uno por uno al lago, los dejó flotar hasta el fondo del
mismo.
Limpiar la casa tomó más de un día. La fuerza de Rosalía estaba agotada,
cuando pasadas las cuatro horas, el suelo aún tenía manchas de sangre y
semen. Tenía que sacar todas las pruebas del sitio, antes de que alguien se
diese cuenta de que allí pasó algo. Entonces, sonó el teléfono de Víctor.
Las notificaciones de llamadas perdidas y un mensaje recibido, advirtieron
a Rosa de lo que tenía que hacer en un principio: esconder todo lo que
incriminaba la relación de los amantes con la cabaña.
* * *
El incompetente cuerpo policiaco no hizo las investigaciones pertinentes al
caso de la desaparición de un tutor y su estudiante. Hicieron preguntas a los
familiares de ambos, incluso a Rosa, que fue quién hizo la llamada para
preguntar por la estancia de su marido.
El caso se quedó abierto, como posible desaparición, hasta que el cuerpo
de Víctor fue encontrado, dos semanas después, al otro lado del lago, repleto
de puñaladas en su torso y espalda. Pasó tanto tiempo bajo el agua, que
algunas plantas comenzaron a crecer en su interior. Rachel, en cambio, jamás
fue encontrada.
Se le dio santa sepultura y un velorio católico rodeado por los amigos y
familiares de Víctor. Rosalía no pudo asistir a su velorio, pues, luego de que
fue llamada a reconocer el cuerpo, algo se rompió dentro de ella. El amor por
él aún se mantenía, en cambio, su valor propio; había desaparecido.

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