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MIENTRAS EL FUTURO TE ALCANZA

Juan Enríquez Cabot

El autor provoca a los lectores con una lectura poco común no sólo por la manera en
que está diseñada la tipografía de sus páginas, sino por las hipótesis estremecedoras
que plantea a lo largo de quince capítulos que se leen de una sentada. El énfasis del
libro está puesto en el desarrollo de la tecnología y los efectos contundentes, positivos o
negativos, que puede tener para individuos, grupos sociales, sociedades y regiones
enteras del planeta. Sus conclusiones son simples: si no hay la voluntad ni la capacidad
de apropiarse y desarrollar la tecnología, el horizonte que se enfrenta es de rezago y de
muy probable fracaso. Enríquez, cuyo libro se ha convertido en un best seller traducido
a diecisiete idiomas, le ahorra al lector numerosas consultas de libros especializados
en materias que van de la genómica a la bioinformática, de la nanotecnología a la
fotónica, la informática, la robótica y otras más relacionadas con el mundo tecnológico
de punta. Una síntesis valiosa, en suma, para el lector sin mayor entrenamiento en tales
disciplinas o bien para el que posee este tipo de información y requiere actualizar
ciertos datos.

Este libro está escrito para que cualquier persona curiosa pueda leerlo. Para
empezar hay que decir que el conocimiento específico, que cambia casi de una
semana a otra, es lo menos importante. Lo que importa son las tendencias.

Si crees que tu mundo se ha trastornado en los últimos años, espera a ver lo


que viene. Se imprimirá tu código genético en tu tarjeta de identificación. Sabrás
hasta de lo que te vas a morir y también de lo que cualquier aseguradora y tu jefe
pueden concluir de ello. Pero habrá medicinas hechas a la medida de tus
necesidades genéticas que te ayudarán a prevenir aquello de lo que la herencia
biológica te dotó.

Mientras tanto, la velocidad con que cambian las empresas y los países es tan
rápida que apenas deja tiempo para pensar en ello. Algunas empresas llegan a ser
más grandes que muchos países, pero así como crecen se derrumban. A diferencia
del pasado, las industrias que tardaban años en desarrollarse hoy lo hacen en
cuestión de meses. Y ya no dependen, como antes, de la mano de obra sino de un
puñado de mentes brillantes. El conocimiento se torna en la clave de la riqueza.

Ese conocimiento es el que ha permitido descubrir que una naranja y un


disquette que guarda información se vayan convirtiendo en la misma cosa. Ambos
son envases que contienen información. Tu computadora funciona gracias a un
código basado en 1’s y 0’s. El disquette es simplemente el envase de esos unos y
ceros. Si alteras un cero o un uno, el mensaje que quieres enviar a su destinatario
puede cambiar tanto que puedes decir con ese cambio, en lugar de “Te quiero”, por
ejemplo, exactamente lo opuesto: “Te odio”. Lo mismo puedes hacer con el código
genético de una semilla de naranja. Cada una de ellas contiene millones de datos
genéticos de manera que puede programar, o determinar, su tamaño, la forma de
sus hojas y flores, el sabor y el olor de su fruta. Si eres capaz de leer esos datos y
reescribirlos podrás convertir a la semilla de naranja en una vacuna, un
anticonceptivo, un poliéster. No se trata de ciencia ficción. Ya se hizo esto con el
maíz. Lo mismo puedes hacer con un mosquito transmisor de la malaria con sólo
cambiar su información genética para que su saliva, en vez de inocular una
enfermedad, contenga anticuerpos. Y también con los genes de un mono para ver si
se puede introducir en cada célula una cura para enfermedades como el Alzheimer
o el cáncer.

El lenguaje de los genes –su abecedario, por decirlo así– está contenido en tan
sólo cuatro letras: A,T,C,G, y es el mismo para todas las criaturas. Manipulando
este lenguaje puedes introducir en un conejo blanco los genes que producen la
fluorescencia de las aguamalas en la noche, y hacer que brille verde si lo alumbras
con luz negra. El número de mezclas como ésta es ilimitado. Los cambios en el
código genético de cualquier ser vivo ya nos permiten pensar en adquirir un
control directo y deliberado sobre todas las formas de vida del planeta...
incluyendo a nosotros mismos.

El código digital, por ejemplo, impulsa y permite el cambio veloz. Permite


fusiones y desastres como los de AOL, Time y Warner, que crecieron semejantes a
la espuma y se fueron abajo de la misma manera. Pocos países, empresas y
personas han entendido este cambio. La mayoría no aprendieron a leer y escribir el
nuevo lenguaje. Pudieron haber producido más y más mercancías, pero se
mantuvieron a distancia de los cambios tecnológicos y pasaron a ser analfabetas
digitales cada vez más pobres. Por ejemplo, Filipinas, que en 1938 era el país
asiático con mayor ingreso per cápita o Birmania, país al que el Banco Mundial
auguraba un gran futuro en 1954. Ambos permanecieron al margen de la
revolución digital... y probablementge ni a ti ni a mí nos gustaría vivir en alguno de
ellos.

No te angusties si se te fue el tren. Tu mundo y tu lenguaje están a punto de


cambiar de nuevo en torno a los dos pares básicos de nucleótidos que codifican
toda la vida: A-T, C- G. El lenguaje dominante y el motor de este siglo va a ser la
genética. En el futuro, la humanidad recordará como una fecha más significativa
que el 12 de octubre de 1492, cuando Colón llegó a América, la del 12 de febrero de
2001. Ese día, cualquiera que tuviera acceso a internet pudo ver el nuevo atlas que
contiene el código genético.

Los cambios en el mundo fueron lentos en el pasado. Hubo civilizaciones


como la vietnamita, la mexicana o la de Uganda, país que recibió el nombre de “la
Suiza de África”, reconocidas por su desarrollo y riqueza hasta antes del desarrollo
de las máquinas. China e India representaron en su momento el 40% del comercio
mundial. Pero el conocimiento, la educación, la revolución industrial, la ciencia y la
tecnología quedaron muy lejos de sus posibilidades. Sólo los países que
desarrollaron máquinas se volvieron más ricos.
Hasta fines del siglo XIX, la diferencia entre lo que una persona producía en
los países más ricos en relación con una persona de los más pobres era de 5 a 1.
Ahora, con la productividad basada en el conocimiento y la tecnología, la
diferencia es de 427 a 1. En pocos años, algunos países pobres entendieron la
necesidad de fincar su desarrollo en la ciencia y las nuevas tecnologías y superaron
a otros que parecían estar en mejores condiciones. Véase la diferencia de salarios
entre unos y otros en la siguiente tabla.

Salarios divergentes por hora

(Salario total en dólares para trabajadores industriales)

México Taiwán Corea del Sur Singapur

1975 1.47 .38 .32 .84

1985 1.59 1.50 1.23 2.47

1995 1.46 5.86 7.29 7.31

2002 2.61 5.81 9.04 7.26

La economía del mundo ha cambiado. Antes era principalmente agrícola.


Después se basó en la manufactura. Ahora el área un tanto vaga a la que se ha
etiquetado como “servicios”... es la que domina. Pero ahora estamos en el negocio
de las ideas. Generamos riqueza manipulando neuronas. La mayoría del valor
agregado en servicios se basa en conocimiento. El componente del conocimiento se
vuelve cada vez más importante. Y la mano de obra menos valiosa. Aun en
procesos industriales prolongados y complejos como la construcción de
automóviles, los programas de cómputo y seguros cuestan más que el acero o la
mano de obra.

En la vieja economía, amasar una fortuna de mil millones de dólares requería


de inversiones espectaculares, décadas de trabajo continuo, un poderoso país
anfitrión, miles de trabajadores y miles de escaparates. Hoy un joven con una idea
brillante y un poco de suerte puede hacerse millonarios en cuestión de meses.
Como por ejemplo el inventor del programa Napster, que permitió bajar música de
internet. Pronto 38 millones de jóvenes como él pensaron que se trataba de una
muy buena idea. Los industriales de la música y su modelo quedaron desbancados.
Pero, como dijo uno de ellos: “Treinta y ocho millones de personas no pueden ser
criminales.” Otro ejemplo: Hill Gates, después de ganarle la carrera a Apple con
su sistema “abierto” de Microsoft, se retiró de director ejecutivo en jefe a los 44
años. Entonces su fortuna personal excedía a las reservas de oro de Estados
Unidos en Fort Knox.

Las reglas de la nueva economía basada en el conocimiento y la red son muy


diferentes de las de una economía basada en la manufactura. La velocidad y la
información son dos de sus componentes. Un proyecto para averiguar si existen
otras formas inteligentes en el espacio consistió en pedir a millones de voluntarios
que permitieran donar una parte de la capacidad de procesamiento de su
computadora para conformar la “computadora” más grande del mundo a efecto
de poder comparar y analizar trillones de pedazos de información. El proyecto
podía parecer descabellado, pero lo apoyaron desde la NASA y el Departamento de
Energía de Estados Unidos hasta la Fundación David y Lucile Packard, además de
otra veintena de empresas e instituciones públicas y privadas. Entre más ancha sea
la red... más fácil resulta comunicarse. Así aumenta el valor de cada producto y
sale más barato comprarlo o usarlo. Cada dieciocho meses el costo de los chips de
computadora baja y su habilidad para procesar datos se duplica. Este concepto se
basa en la Ley de Moore. Gordon Moore, fundador de Intel, procedió a la
miniaturización cuántica de los transistores y ello ha permitido que las laptops
actuales sean 55 mil 333 más poderosas que la enorme computadora de la IBM que
en 1970 tuvo un costo de 4,700.000 dólares. Microsoft estaba valuado, antes del
conflicto judicial que enfrentó Gates, en 592 mil millones de dólares: 10 veces las
exportaciones de Brasil o cinco las de México. Brasil tenía 171, 853 126 habitantes
y México 100, 294,036. Microsoft empleaba a 32 mil 902 personas.

El conocimiento genera nueva riqueza. Así que la brecha entre los que tienen
conocimientos tecnológicos y los que carecen de ellos se hará cada día más grande.
En 1990 ninguna de las 10 personas más ricas del mundo era estadounidense. En
2004, 8 de 10 son estadounidenses. Muchos países pobres están desapareciendo. La
grandes potencias del mundo se peleaban por África a mediados del siglo XX.
Ahora a nadie le importa. El sida y el genocidio devastan a ese continente.

Como decía Winston Churchill, “Los imperios del futuro son los imperios de
la mente.” Los países más ricos no son, como antes, los que tienen más recursos
naturales, sino los que están mejor equipados educativa y tecnológicamente. Esos
imperios se caracterizan por manejar la mayor cantidad de información. Y por su
capacidad para sintetizarla. De los demasiados caracteres empleados por algunas
lenguas se ha pasado a códigos cada vez más simplificados. En alguno de sus
extremos, el chino, por ejemplo, emplea cerca de 10 mil caracteres, mientras que el
lenguaje binario, que es el lenguaje de las computadoras, se codifica en tan sólo
dos: 1 y 0. Esto permite que la información se codifique, transmita y decodifique a
gran velocidad. En 1999, los científicos de los Laboratorios Bell lograron
transmitir 1,600,000.000,000 bits de información (1s y 0s)... en un segundo, a través
de una fibra óptica no más ancha que uno de tus cabellos. El mercado de la
información es, por ello, uno de los más disputados. Y esta disputa ha dado lugar a
fusiones como la que efectuaron American On Line y Time Warner. Esta
megaempresa controlaba en enero de 2001 el 33% del tiempo de los
estadounidenses en internet, mientras que Yahoo o Microsoft sólo controlaban el
6% cada una de ellas.

Pero si la revolución digital ha cambiado las cosas, el cambio que nos espera
es aún mayor con la revolución genética. Su lenguaje será el lenguaje dominante.
Desde los experimentos del monje austriaco Gregorio Mendel con unos sencillos
chícharos, los científicos no han dejado de experimentar en torno a la herencia
genética. Gracias a los conocimientos obtenidos no nos hemos muerto de hambre,
entre otras cosas. Hasta 1953 no supimos como se codificaba la genética y menos
leerla a detalle. Entonces James Watson, un joven científico, y el profesor ortodoxo
Francis Crick de origen británico descubrieron que los rasgos que heredamos de
nuestros antepasados dependen de una molécula compleja de nombre difícil de
pronunciar: ácido desoxirribonucleico (al que conocemos por sus siglas... ADN). El
ADN contiene el código de toda vida. Su estructura es como una escalera y sus
peldaños están formados por cuatro sustancias: Adenina, Timina, Citosina y
Guanina (A-T,C-G). Nuestro código genético consta de tres mil millones de letras
(A, T, C y G) y este código se duplica en cada una de nuestros cien millones de
millones de células. Para leer el genoma humano de cada una de ellas se requeriría
el equivalente a 248 directorios telefónicos como el de la ciudad de México. Una
línea típica se leería así...

AAATTCCTTTAGGGATTTAGGCCCTGAGAAAATCCGGCCC-

Si alguien pasara su vida leyendo una copia del genoma de una persona no
completaría... y casi no entendería ni podría recordar lo que leyó.

Los cambios un código genético, por mínimos que sean, producen enormes
consecuencias. De ahí la gran variedad de rasgos que observamos en los humanos.
Tres letras de tres mil millones pueden generar una gran diferencia. Si te falta CTT
en un punto específico de tu genoma, eso significa que eres portador de fibrosis
psíquica. En el futuro, la vida dependerá cada vez más de entender el código
genético. Pero mientras que la riqueza aumenta y la longevidad ya empieza a ser
parte de las sociedades de occidente, en Zimbabwe, por ejemplo, entrenan a tres
ejecutivos para cada empleo porque dos pueden morir de sida en un entorno de
gran pobreza.

En 1995, Robert Fleisman y Craig Venter publicaron el primer mapa


completo del genoma de una bacteria llamada Haemophilus influenzae. Ello
permitió tratar la meningitis y las infecciones del oído con mayor eficacia. A largo
plazo, ese descubrimiento marcó el principio de una nueva era. Venter combinó el
poder de un laboratorio con el de una computadora y así asistimos al surgimiento
de la Biología, ya no in vitro, sino in silico. Venter desató una avalancha de
conocimiento.

Uno de los efectos de los nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos fue


buscar su protección intelectual. Para 1998 los científicos estaban patentando no
sólo bacterias o plantas sino animales enteros. En 1991, la Oficina de Patentes y
Marcas de Estados Unidos registró 4 mil patentes genéticas; apenas cuatro años
después, en 1995, registró ya 22 mil y para el 2000 las patentes genéticas superaban
a las patentes de cómputo o internet. Pero como Batman diría... aún falta lo peor.
Para competir a nivel global se requiere patentar en Estados Unidos o en Europa.
En 2003, esa misma oficina otorgó 20 patentes a los venezolanos, 70 a los
argentinos, 92 a los mexicanos, 180 a los brasileños... y a Corea del Sur 4 mil 132
patentes. De las 187 mil 083 patentes otorgadas, Japón recibió este mismo año el
20%; Canadá sólo el 2.1%. Y de las 15 empresas más grandes que patentan, sólo
cuatro eran estadounidenses. En México, no son los mexicanos quienes patentan
sino, sobre todo, las grandes empresas dedicadas a la industria farmacéutica.

Las empresas que se dedican a procesar las patentes por computadora se


hallan abrumadas por datos. La Escuela de Medicina de Harvard, donde George
Church vive rodeado de computadoras, una comuna de ingenieros, físicos, biólogos
moleculares y médicos, y muchos de los estudiantes más talentosos del mundo
están tratando de darle sentido a los 400 terabits de datos que salen cada año de
ese lugar.

Como se ve, la educación y la investigación son la clave para ganar las


guerras intelectuales. Estados Unidos gasta cerca de 2.6% de su derrama anual en
investigación y desarrollo; México sólo el 0.4% de su PIB en la misma rama. En
2000, Estados Unidos invirtió 182.000.000,000 de dólares en su base de
conocimientos; México 1.444.000,000. O sea, 130 veces menos. Tan sólo la
Universidad de California gasta 21% más de lo que México invierte en
investigación y desarrollo y genera seis veces más patentes estadounidenses. En
términos generales, México genera muy poco conocimiento propio, sólo ensambla.
Por esta misma razón, Estados Unidos y los países europeos con mayor potencial
exportan tecnología en cantidades a las que no pueden ni siquiera aproximarse los
países de América Latina, Asia y África. Sin embargo, las importaciones superaron
a las exportaciones de Estados Unidos para 2004 en 35%. De aquí se deduce que
para seguir creciendo este país requiere exportar más. Pero se pudiera estar ante
un callejón sin salida. La mayoría de los países se están volviendo relativamente
más pobres y por ende compran menos, pues su capital y sus cerebros han
emigrado a Estados Unidos. La emigración no es sólo de talentos, sino de empresas
y brazos. El número de personas que vive en un país distinto al cual nacieron se ha
duplicado desde 1965.

Y mientras, la revolución digital (1s y 0s) va convergiendo con la revolución


genética (A, T, C, y Gs). El resultado es una nueva disciplina... la Bioinformática.
De las 500 computadoras más grandes del mundo 500 se hallan en Estados Unidos,
36 en el Reino Unido, 34 en Alemania, 34 en Japón, 16 en Francia. Las mentes más
brillantes emigran hacia los países donde se efectúa este fenómeno. Todavía en
1990, Garry Kasparov, el gran jugador de ajedrez, pudo derrotar a una
computadora. La computadora llamada Big Blue de IBM lo derrotó en 1996;
Kasparov lloró. Y aunque el ajedrecista pudo ganarle más tarde tres partidas, en
1997 la computadora, ya mejorada, lo derrotó para siempre. Cuando perdió, la
computadora no lloró; Kasparov sí. La siguiente generación de computadoras de
IBM, llamada Blue Gene puede llevar a cabo un billón de operaciones cada
segundo. Las máquinas de la era digital pueden permitir que una persona duplique
su capacidad mental mil, un millón o un billón de veces.
La competencia entre instituciones públicas y empresas y entre unas y otras
entre sí es por ver quién puede procesar más datos en espacios más pequeños para
leer mejor el código genético.

Los primeros chips de computadora estaban concentrados en un pequeño


pedazo de silicón. En 2003, algunos llegarán a contener cerca de mil millones de
componentes. A este proceso de miniaturización se ha dado el nombre de
nanología. Cuando se construye a nanoescala, las cosas se miden en millonésimas
de pulgada.

Por su parte, la genómica ha seguido avanzando y ha llegado a crear nuevos


fenómenos y retos para la humanidad. Hoy la vida creada en probeta es un hecho.
La clonación de animales y plantas se ha extendido. Y no está lejos el momento,
por más polémica moral que se haya suscitado y se suscite al respecto, de que un
ser humano sea clonado. El mundo volvió a experimentar un gran cambio el 23 de
febrero de 1997 cuando nació en Escocia la ovejita llamada Dolly. Se la gestó a
partir de una célula adulta obtenida de una glándula mamaria de su “madre”. Eso
implica que un día podremos sacar copias de cualquier célula de nuestro cuerpo y
hacer algo más impresionante que lo dicho en el Génesis (1:26): “Hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza”.

J.M. Roberts, en su libro Historia del mundo, al final de mil páginas llega a
dos conclusiones: La historia cambia más rápido de lo que uno esperaría y la
historia cambia más despacio de lo que uno espera.

Mientras el futuro nos alcanza, Juan Enríquez Cabot; Círculo Cultural Azteca México,
2004. 259 págs.

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