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Alejandro Esteban Carrasco Luna

Informe N°7
Me gustaría resaltar tres elementos planteados en el texto de Joan Scott. En primer lugar,
quiero dar cuenta de lo “central” de una primera dimensión del concepto de género. Contraria
a una visión limitada al sistema de parentesco, centrado en el hogar y la familia, Scott apuesta
por una visión más amplia de género, la cual debería incluir el mercado del trabajo, la
educación, el régimen gubernamental, la política, en síntesis, todas las relaciones sociales.
No obstante, no concibe que el género actúe “sobre” las relaciones sociales, sino más bien
plantea que todas las relaciones sociales están atravesadas por las relaciones de género.

En segundo lugar, otra dimensión del género, tal como lo plantea el título del segundo
capítulo, radica en su constitución como una categoría útil para el análisis histórico. Si todas
las relaciones sociales están atravesadas por las relaciones de género, la disciplina histórica,
al ser ejecutada por hombres de carne y hueso en el marco de una sociedad patriarcal, no se
escapa. Suponer que la jerarquía y el poder son inherentes a los procesos mediante los que se
ha configurado el conocimiento, permite a las historiadoras feministas realizar una
evaluación critica de la disciplina histórica, necesaria para conseguir el objetivo de constituir
a las mujeres en sujetos históricos. Porque “la historia también crea sus significaciones a
través de la diferenciación y de esta manera organiza el conocimiento del mundo en esta
dirección”. La ausencia de las mujeres en las narrativas históricas, su conocimiento limitado
al estudio de lo domestico y lo privado, indica una política disciplinaria que funciona con
ciertas prioridades, que esconde a algunos sujetos y concede mayor importancia a otros. En
palabras de Scott “la historia produce a través de sus prácticas, un conocimiento sobre el
pasado e inevitablemente, también sobre la diferencia sexual. En este sentido, la historia
opera como un tipo particular de institución cultural que aprueba y anuncia las construcciones
de género”. La categoría de genero no solamente permitiría la constitución de las mujeres
como sujeto histórico, sino también desplegar una crítica radical a la disciplina histórica en
particular, y a las formas en las que se ha configurado el conocimiento en general. En palabras
de Scott, la historia feminista “se convierte no solo en el intento de corregir o suplir el registro
incompleto del pasado, sino en una forma de comprensión critica de la manera en que opera
la historia como espacio de producción del conocimiento sobre el género”.
Finalmente, para Scott, lo señalado anteriormente no se limitaba a un simple ejercicio
académico. El género, al presentarse como una categoría para el análisis histórico, habilitaría
a su vez, la posibilidad de una vocación transformadora por parte de las feministas. En lugar
de existir “una separación entre la política feminista y los estudios académicos sobre género,
ambos forman parte del mismo proyecto político que consiste en el intento colectivo de
enfrentarse a la actual distribución del poder y cambiarla”. Así es como se puede interpretar
el mundo mientras se intenta cambiarlo. Sobre esta vocación transformadora, al leer el texto
de Scott se me venía a la cabeza el concepto de performatividad, el cual haría referencia a los
efectos propios de las teorizaciones que los investigadores hacen sobre sus objetos de estudio,
implicando no solamente una descripción o interpretación de la realidad, sino que, además,
la propia conformación de aquella realidad, o sea, de los propios procesos de lucha. Dicho
de otra forma, al construir la realidad teóricamente, esta también tendría una consecuencia
práctica. Y quizá precisamente la potencialidad de la mujer como actriz política, implicaba
la aparición de ella en el relato histórico. Dicho de otra forma, ¿Cuánto tendrá que ver la
fuerza y potencialidad transformadora del movimiento feminista actual -además de las
fundamentales contradicciones materiales que viven las mujeres hoy- con esos esfuerzos
germinales y posteriormente consolidados por instalar a la mujer como sujeto histórico?

Otro escenario en el cual se han relacionado las discusiones teóricas con las políticas, se ve
en la tensión sobre la legitimidad del uso del concepto de patriarcado. Por una parte,
encontramos a Sheila Rowbotham, quien señala que el problema no es la diferencia sexual,
sino más bien las desigualdades de género. Por otra parte, tanto Sally alexander como Barbara
Taylor ponen la centralidad en la diferencia sexual, a la vez que proponen desnaturalizar
aquellos aspectos de la vida que se han considerado normalmente biológicos, lo que
permitiría hacer frente “no solo a las practicas sociales cotidianas de que se valen los hombres
para ejercer su poder sobre las mujeres, sino también al mecanismo a través de los cuales las
pautas de autoridad y sumisión pasan a formar parte de la personalidad sexuada misma”.

A propósito de lo señalado más arriba, podemos encontrar los esfuerzos por situar a la mujer
en la historia, en los escritos de Anna Davin y Michelle Perrot. Esta última, plantea que las
mujeres han quedado largamente excluidas del relato histórico, y que esto tendría su
explicación en las formas hegemónicas del que hacer histórico, desde su invención hasta bien
avanzado el siglo XX. Podríamos sintetizar estas formas de hacer historia en tres elementos:
1) El primer factor seria la menor participación de las mujeres en el espacio público (Estado,
política, las guerras, los reinados, etc.), que seria precisamente el espacio que por mucho
tiempo fue casi el único interés del relato histórico. Las mujeres, relegadas al trabajo del
hogar y la familia, serian invisibles para el relato de la historia. Un ejemplo de esto, sería lo
que Anna Davin concibe como una concepción estrecha de la historia del trabajo, limitada al
trabajo asalariado, al de la mina, el taller, la obra, y por contraparte, la exclusión del trabajo
no asalariado. Así mismo, a propósito de la tensión entre el socialismo utópico owenista y el
socialismo científico posterior que señala Barbara Taylor, el problema de las luchas laborales
y de la transformación de la sociedad también se ha definido parcialmente, centrándose en
problemas relativos a los salarios o el empleo, y dejando afuera los que no tienen lugar en el
campo de la producción. El problema de las mujeres o la cuestión femenina, queda subsumida
por la cuestión de clase, por un llamado a la unidad frente a un enemigo de clase, y hasta
acusando al feminismo como una desviación liberal y burgués. En esencia, la centralidad de
la lucha proletaria, significo la marginación política de todos aquellos que, bajo la noción
científica de socialismo, no eran proletarios, o sea, las mujeres. 2) esta exclusión de las
mujeres de la esfera pública también explica que dejen pocas huellas directas, escritas o
materiales. Su acceso a la escritura fue más tardío y han centrado sus fuerzas en la producción
doméstica. Incluso ellas mismas han borrado sus propias huellas al no creerlas interesantes.
Esta exclusión a propósito de la naturaleza de las fuentes, también es compartida por Anna
Davin, quien añade que la información de los hombres se encuentra con mucha más facilidad,
se conservan registros de organizaciones de obreros. Los periódicos, por ejemplo, enfocaban
a través de largos reportajes, las injusticias del mundo laboral asalariado, y dedicaban muy
poco espacio a las huelgas “espontaneas y breves” de las mujeres. 3) y en el caso que los
historiadores o cronistas -hombres en su mayoría- le presten atención al mundo doméstico,
esta seria guiada por estereotipos. Las mujeres no serian las que hablan, sino mas bien serian
imaginadas o representadas, dando cuenta de lo que Perrot entiende como una “asimetría
sexual de las fuentes”.

Gran Bretaña y Estado Unidos en la década de los sesenta, y Francia en los setenta, fueron
cuna para el surgimiento de una historia de las mujeres. Según Perrot, diversos factores se
habrían imbricado para propiciar dicha respuesta. En términos científicos, en los años setenta,
la crisis de algunos sistemas de pensamiento (marxismo, estructuralismo), la modificación
de alianzas disciplinarias y el crecimiento de la subjetividad, va construyendo una
sensibilidad mayor hacia disciplinas como la antropología o la demografía, cuyos intereses
en datos de natalidad, nupcialidad, matrimonio y mortalidad, comienzan a dar cuenta de la
dimensión sexuada del comportamiento humano, encontrándose con la mujer como sujeto
ineludible. A lo anterior, hay que sumarle factores tanto sociológicos como políticos. En
términos sociológicos, la presencia en constante aumento de las mujeres en la universidad.
En términos políticos, la aparición del movimiento de liberación de las mujeres en los años
setenta, cuyo efecto para la historia radicaría en su búsqueda por las pistas, huellas e historia
no contadas de las mujeres, y en términos teóricos, la critica a los saberes constituidos -y
presentados como naturales- fuertemente masculinos.

Me quiero detener en el problema de las fuentes. Según Perrot, hay una carencia de fuentes,
pero “no sobre las mujeres -y menos aún sobre la mujer-, sino sobre su existencia concreta y
su historia singular”. En efecto, hay gran abundancia de discursos sobre las mujeres,
imágenes, literatura y arte, la mayoría, obra de los hombres. En este sentido, el problema no
es que no existan fuentes, sino más bien la mediación de la historia y los historiadores con
esas fuentes: su construcción (discurso, imagen), su rechazo o su indiferencia. Citando a
Perrot, “de las mujeres se habla. Sin cesar, de manera obsesiva. Para decir lo que son, o lo
que deberían ser”. Todos los ejemplos que se señalan en el texto de Perrot, creo que son
expresión precisamente de lo que dice Scott, cuando señala que la concepción de genero no
solamente implicaría la constitución de la mujer como sujeto historico, sino que además el
cuestionamiento a las formas en las cuales se ha construido ese saber que relegó a la mujer,
en el mejor de los casos, a la historia de la familia. Y la construcción de la historia y sus
“métodos”, entre ellas el uso -o no uso y rechazo- de fuentes, es un espacio atravesado por
las tensiones de género. Si el concepto de genero implico una tensión en la propia disciplina
de las ciencias sociales y la historia en particular, este también tendría sus repercusiones – a
propósito de la relación entre interpretación y transformación del mundo- en las discusiones
políticas, en las distintas concepciones que había sobre feminismo, patriarcado y, por tanto,
en las discusiones sobre el horizonte emancipador de las mujeres.

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