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Garantías del debido proceso penal

El proceso penal se caracteriza por una serie gradual, progresiva y concatenada de actos previstos por las
leyes mediante los cuales se procura averiguar la verdad y aplicar las sanciones previstas para los autores
de un delito.

En nuestra Constitución (art. 18) está comprendida la garantía del juicio previo conforme a las reglas del
debido proceso, entendidas por nuestra Corte Suprema como el respeto a las etapas mínimas del proceso
penal: acusación, defensa, prueba y sentencia:

1-Acusación: la acusación penal tiene que ser clara, es decir, tiene que describir con precisión la conducta
imputada para que el acusado pueda desplegar con plenitud su derecho a ser oído y ofrecer prueba en su
descargo. Se afecta esta garantía si se condena a alguien por un hecho por el cual no se lo acusó en la
requisitoria fiscal. ¿Cómo debe ser entendida la acusación? A partir del caso “Marcilese” (2002), que
produce una ruptura con respecto a la doctrina asentada en “Tarifeño” (1989), la Corte establece que la
acusación debe ser entendida en un sentido formal y no material. Esto significa que el principio acusatorio
sólo exige la separación entre las facultades de investigar y acusar, por un lado, y juzgar y decidir, por otro.
En otras palabras, el principio acusatorio consiste en que juez y acusador no sean la misma persona y que
por lo tanto la acusación preceda a la sentencia (sentido formal), y no en que la decisión del fiscal sea
vinculante para el juez (sentido material). Así, mientras se cumpla este requisito, no es necesario que el
fiscal del juicio ratifique la acusación hecha en la etapa investigativa (primera etapa del proceso penal). De
este modo, si el fiscal del juicio pide la absolución, esta no es vinculante para el juez, a diferencia de lo
sostenido en “Tarifeño”.

2- Defensa: el derecho de defensa protege fundamentalmente al imputado y al mismo como civilmente


demandado, y también al actor civil, y al tercero civilmente demandado. Con respecto a la víctima, esta
puede disponer de un abogado- que actúa como querellante o particular damnificado a nivel nacional y en la
Provincia de Buenos Aires, respectivamente- , aunque este es un sujeto eventual dentro del proceso penal,
ya que la víctima siempre es representada por el fiscal responsable del ejercicio de la acción penal pública.

Este derecho comprende la facultad de intervenir en el procedimiento penal abierto para decidir acerca de
una posible reacción penal contra él y la de llevar a cabo en el todas las actividades necesarias para poner
en evidencia la falta de fundamento de la potestad penal del estado o cualquier circunstancia que la excluya
o atenúe.
Además de la defensa material, la particularidad del proceso penal reside en la obligatoriedad de la defensa
técnica. Ello se logra sin desconocer el derecho esencial del imputado de elegir un jurista que lo asesore y
defienda (facultad de elección) desde el primer momento del procedimiento seguido en su contra. Aunque el
imputado no designe ningún defensor, el tribunal nombra directamente al defensor oficial llegado el
momento en el cual el debido respeto a la inviolabilidad de la defensa no tolera la ausencia de un defensor
al lado del imputado, en la primera oportunidad, pero en todo caso antes de la declaración del imputado. La
única excepción esta representada por el derecho a defenderse por sí mismo, derecho que todos los
códigos procesales autorizan, pero no de manera absoluta (Siempre que no perjudique la eficacia de la
defensa y no obste a la normal sustanciación del proceso).
El defensor viene a completar o complementar la capacidad del imputado para estar en juicio penal y esa es
la autentica función que él cumple. Ambos poseen facultades autónomas que no se inhiben entre sí
o mutuamente por el ejercicio concreto de ellas en un sentido determinado: si el imputado decide confesar
el hecho y el defensor lo niega, o el defensor acepta que el imputado ejecuto el hecho incorporando la
circunstancia de que se defendió de una agresión, y el imputado niega haber participado en el hecho.

Derecho a ser oído (contradicción): la base esencial del derecho a defenderse reposa en la posibilidad de
expresarse libremente sobre cada uno de los extremos de la imputación. Incluye la posibilidad de agregar
todas las circunstancias de interés para evitar o aminorar la consecuencia jurídica posible o para inhibir la
persecución penal. La ley reglamentaria debe prever actividades previas y consecuencias posteriores en
relación al ejercicio de esta facultad, a fin de que ella se pueda constituir en el núcleo del derecho de
defensa en juicio.

Imputación necesaria: para que alguien pueda defenderse es imprescindible que el imputado conozca de
qué tiene que defenderse, cual es el hecho u omisión contrarios al ordenamiento jurídico que se le atribuye.

La imputación correctamente formulada es la llave que abre la puerta de la posibilidad de defenderse


eficientemente, pues permite negar todos o alguno de sus elementos para evitar o aminorar la consecuencia
jurídico-penal a la que, se pretende, conduce o, de otra manera, agregar los elementos que, combinados
con los que son afirmados, guían también a evitar la consecuencia o reducirla. Ello significa describir un
acontecimiento-que se supone real- con todas las circunstancias de modo, tiempo y lugar que lo ubiquen en
el mundo de los hechos temporal y espacialmente. Quien es oído no podrá ensayar una defensa eficiente
pues no podrá negar ni afirmar elementos concretos, sino, a los sumo, le será posible afirmar o negar
calidades o calificativos.

La imputación no debe comprometer al tribunal que juzga, esto es, no debe partir de él: para conservar su
imparcialidad y evitar toda sospecha de parcialidad, todo compromiso con la hipótesis acusatoria que
conforma el objeto del procedimiento. Esta es la máxima fundamental del principio acusatorio.

Conocimiento de la imputación: nadie puede defenderse de algo que no conoce. Es por ello que el próximo
paso, a fin de garantizar el derecho del imputado a ser oído, consiste en ponerlo en conocimiento de la
imputación correctamente deducida; darle a conocer al imputado aquello que se le atribuye se conoce
como intimación. El acto de la intimación debe reunir las mismas calidades que el de la imputación: la
intimación debe ser integra, clara, precisa y circunstanciada del hecho.

Audiencia: El derecho a ser oído alcanza su expresión real en la audiencia del imputado ante el tribunal. La
facultad del imputado de pronunciarse frente al tribunal sobre la imputación que se le dirige, no sólo es
necesaria durante el juicio que ofrece el fundamento de la sentencia definitiva, sino también durante el
procedimiento previo (instrucción) como previa a la decisión sobre su mérito, que autoriza diversas medidas
de coerción que pueden recaer sobre el imputado y es presupuesto de la acusación.

También cuando se coloca en manos del ministerio público el procedimiento preparatorio del deber de
escuchar al imputado es uno de los presupuestos formales de la acusación. Aparte de estas oportunidades,
en las que la concesión de la audiencia significa un presupuesto de validez de actos posteriores (la
sentencia, el procesamiento o auto de mérito instructorio) el imputado está facultado a requerir que lo
escuchen en cualquier momento del procedimiento.

Para que las manifestaciones del imputado representen la realización práctica del derecho a ser oído, como
parte integrante del derecho a la defensa, la constitución nacional ha prohibido toda forma de coerción que
elimine la voluntad del imputado o restrinja la libertad de decidir acerca de lo que le conviene o quiere
expresar. El imputado es un sujeto incoercible del procedimiento, cuya libertad de decisión debe ser
respetada.
Para que la declaración del imputado represente su toma de posición frente a la imputación exenta también
de errores que vicien su voluntad, de la misma manera que la coacción, las leyes procesales establecen que
las preguntas serán siempre claras y precisas sin que por ningún concepto puedan hacérsele de un modo
capcioso o sugestivo.

Completa el sistema la facultad de abstenerse voluntariamente de declarar que todos los códigos adjudican
al imputado, sin que su silencio se pueda interpretar como elemento de prueba en su contra.

La falta de audiencia para el imputado o la inobservancia en ella de las reglas estudiadas conducen a la
ineficacia absoluta de la resolución judicial en relación a la cual se concede el derecho de audiencia, cuando
ella perjudica al imputado; ambos comportamientos lesionan el derecho a ser oído, como elemento
fundamental del derecho de defensa.

Correlación entre la imputación y el fallo (congruencia): La reglamentación rigurosa del derecho a ser oído,
no tendría sentido si no se previera que la sentencia solo se debe expedir sobre el hecho y las
circunstancias que contiene la acusación, que han sido intimadas al acusado y sobre a aquellos elementos
de la imputación acerca de los cuales él ha tenido oportunidad de ser oído; ello implica vedar que el fallo se
extienda a hechos o circunstancias no contenidos en el proceso que garantiza el derecho de audiencia. La
regla se expresa como el principio de correlación entre la acusación y la sentencia.
La regla fija el alcance del fallo penal, su ámbito máximo de decisión que se corresponde con el hecho
descripto en la acusación con todas sus circunstancias y elementos, tanto materiales como normativos,
físicos y psíquicos.

La base de la interpretación esta constituida por la relación del principio con la máxima de la inviolabilidad de
la defensa. Todo aquello que en la sentencia signifique una sorpresa para quien se defiende, en el sentido
de un dato con trascendencia en ella, sobre el cual el imputado y su defensor no se pudieron expedir lesiona
el principio estudiado.
La regla no se extiende a la subsunción de los hechos bajo conceptos jurídicos. El tribunal que falla puede
adjudicar al hecho acusado una calificación jurídica distinta a la expresada en la acusación. Lo que interesa
es el acontecimiento histórico imputado, como situación de vida ya sucedida que se pone a cargo de alguien
como protagonista, del cual la sentencia no se puede apartar porque su misión es decidir sobre él.

Los delitos agravados y privilegiados son los primeros que merecen atención. En principio, el hecho punible
básico está comprendido tanto en el delito agravado como en el privilegiado (por ej, homicidio
preterintencional, por emoción violenta) por lo que la acusación por cualquiera de estos últimos permitiría
concluir, en la sentencia, imputando el hecho punible básico, al menos con la prevención anticipada de
advertir a quien se defiende de la posible variación del punto de vista jurídico en su perjuicio (acusación por
infanticidio y sentencia por homicidio simple). Sin embargo, ello solo es posible cuando el hecho punible
básico (homicidio) esta completamente incluido en los agravados o privilegiados (homicidio agravado o
infanticidio). No ocurre lo mismo cuando las figuras son secantes, esto es, cuando los elementos de una no
están íntegramente incluidos en la otra, lo que regularmente sucede con normas complejas que prohíben
comportamientos de ordinario permitidos (por ej, el acceso carnal) en circunstancias muy especiales, o
como en el caso de la violación por inmadurez sexual y el estupro.

No puede pasarse de la infracción dolosa a la culposa, pues significan la descripción de hechos distintos,
por mas que el resultado sea idéntico: el dolo supone la voluntad de realización del resultado y la acción
consumativa de el, circunstancia subjetiva que debe ser objeto de la acusación para poder ser reconstruida.

Algo similar ocurre cuando al lado del delito de acción, se pretende la condena por el mismo delito, pero por
una omisión: será necesario describir detalladamente la situación de vida en la que se hallaba el agente, de
la cual emerge el deber de garante del bien jurídico tutelado y el de evitar el resultado.

El tribunal puede, en la sentencia y de oficio, introducir circunstancias que eliminan o aminoran la


imputación, es decir, que benefician al imputado. Es posible, así, que la sentencia incorpore, de oficio, si
resultara del debate, una causa de justificación, o una de inculpabilidad, o una excusa absolutoria e, incluso,
alguna que aminore la culpabilidad o proviniendo de una justificante transforme la reacción por el hecho.
Incluso es posible para la sentencia disminuir del tipo básico al privilegiado o del agravado al básico o al
privilegiado o, en las infracciones progresivas, de la mayor a la menor, afirmando de oficio la circunstancia
que aminora la reacción penal, pero ello únicamente cuando la figura más grave contiene íntegramente a la
menos grave p se le agrega a ella sola la circunstancia que aminora la reacción penal.

Los errores de subsunción o puramente jurídicos en el encuadramiento del comportamiento atribuido no


dañan la defensa ni limitan la decisión, mientras esta se mantenga dentro de la acción u omisión descriptas
y sus circunstancias. Es por ello que se puede fallar como concurso real lo que para la defensa fue un
concurso ideal siempre que la discrepancia sea meramente jurídica, es decir, la sentencia no agregue una
circunstancia (temporal, espacial o de modo) no contenida en la acusación.

3- Prueba: en materia de prueba, nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo, ni a declarar
(principio de incoercibilidad de la confesión) ni a prestar juramento. Los medios probatorios obtenidos
mediante procedimientos condenados por la ley son inadmisibles para fundar una condena (doctrina del
fruto del árbol venenoso). El sujeto puede ser utilizado como objeto de prueba (extracción de sangre para
análisis de ADN, por ejemplo), ya que son actos que no consisten en proporcionar información por el relato
de hechos, y para los cuales no es necesario el consentimiento de la persona afectada; pero nunca puede
ser utilizado como órgano de prueba, es decir, su voluntad no puede ser viciada en el relato de los hechos
de tal forma que la averiguación de la verdad dependa de la coerción que sobre él pueda ejercerse.
En cuanto a la valoración de la prueba rige el principio de libre convicción, basado en la sana crítica y en la
fundamentación.

4- Sentencia: el litigante tiene derecho a contar con una sentencia judicial firme, pues la sentencia dictada
en forma regular integra las reglas del debido proceso del art. 18 CN. Cuando se niega al justiciable la
posibilidad de obtener un pronunciamiento judicial que resuelva sus pretensiones se produce un caso de
privación de justicia o de estado de indefensión.

Presunción de inocencia: todo sujeto al que se le atribuye un delito es considerado inocente hasta tanto se
determine lo contrario en sentencia condenatoria firme. El imputado es inocente o culpable al momento del
hecho, sólo que el orden jurídico recién puede considerarlo culpable cuando existe sentencia firme en tal
sentido.
A su vez, la declaración de condena no significa la culpabilidad, sino que ella es la única forma de señalar a
un sujeto como autor responsable de un hecho punible.
Este principio limita la aplicación de medidas de coerción personal previas al dictado de la sentencia, tales
como la detención y la prisión preventiva, que sólo podrán aplicarse ante la existencia de peligros
procesales, ya que la regla es que el imputado-por reputarse inocente- debe gozar de libertad durante toda
la sustanciación del proceso.

Vinculado a este principio se encuentra el de In dubio pro reo, que exige que la sentencia de condena sólo
puede fundarse en la certeza plena del tribunal sobre la culpabilidad del acusado. La falta de certeza
representa la imposibilidad del Estado de destruir la situación de inocencia que ampara al imputado, razón
por la cual ella conduce a la absolución. Cualquier otra posición del juez respecto de la verdad, la duda o
aun la posibilidad, impiden la condena y desembocan en la absolución.

Onus probandi: derivado de la necesidad de afirmar la certeza sobre la existencia de un hecho punible para
justificar una sentencia de condena, se ha afirmado también que la carga de la prueba de inocencia no le
corresponde al imputado sino al acusador. Según Maier, la carga de la prueba no incumbe a nadie, porque
el deber del acusador público no reside en verificar el hecho punible sino en verificar la verdad objetiva
acerca de la hipótesis delictual del objeto del procedimiento, tanto en perjuicio como a favor del imputado,
deber similar al que pesa sobre el tribunal.

Imparcialidad: la imparcialidad ha sido definida por la Corte como la ausencia de prejuicios e intereses del
juzgador en relación a las partes y a la materia (caso “Llerena”). La imparcialidad puede ser objetiva, cuando
se refiere a los actos objetivos del procedimiento, sin cuestionar la moralidad o personalidad del juez o
subjetiva.
A su vez, la violación de esta garantía puede afectar la de la doble instancia judicial (caso “Dieser”), porque
si los mismos que dictan una resolución son los que deben resolver la resolución recurrida, no habría doble
instancia judicial sino doble revisión por los mismos sujetos.

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