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Ordenes normativos locales,

Hacia una coherencia de las políticas públicas en Sibaté II.


Camilo Alberto Zubieta Castilla.

(621823)

La legitimidad basada en consensos:

En la primera parte mostramos que no es suficiente con la existencia de un documentó de


política pública, que una política es mucho más que un documento, es entre otras cosas un
conjunto de acciones estatales dirigidas a una población con el fin de desarrollar algún
asunto considerado como problemático. Que es necesario además el interés de las entidades
gubernamentales por legitimar sus acciones más allá de los procedimientos jurídicos, y que
en cuanto a la juventud es necesaria la reducción de nociones “adultocentrista” y
paternalistas de la acción estatal (MATIN Celina,2010).

Felix Heidenreich en su reseña sobre el escrito de Habermas titulado “Zur Diskussion Mit
kardinal Razinger” dice sobre procesos de legitimación, que la legitimación vía
procedimientos presupone que los ciudadanos participen como legisladores, que sean ellos
los autores de las leyes construidas a partir de procedimientos establecidos participando en
los debates y en las elecciones (Heidenreich, 2005).

Por su lado la posición de Quintana es muy diciente en este asunto y sintetiza gran parte de
los planteamientos de la primera parte, para él “en un contexto funcional posmoderno, e,
incluso, en el racional-estratégico de la modernidad, la eficacia simbólica del derecho no es
sino la expresión y la prueba fehaciente de su ineficiencia socio-funcional. El derecho, en el
esquema weberiano, parsons-luhmanniano o posmoderno solo justifica su existencia en
tanto posibilita la institucionalización de la acción racional-instrumental o sistémico-
funcional a nivel social” (Quintana, 1993, 14).

Las limitaciones del derecho en los procesos de construcción, implementación y evaluación


de las políticas públicas conllevan la necesidad de buscar una forma de justificación de la
acción estatal más allá de lo sistémico-funcional, que valiéndose de los procedimientos
legitime. Es claro que en efecto existe un desencantamiento por parte de los jóvenes de las
cosmovisiones tradicionales del mundo, donde el poder cohesionador y vinculante varia
rápidamente de acuerdo a las relaciones con los entornos. Además se a desacralizado las
acciones de las organizaciones y del estado, el tipo de legitimación sistémico-religioso fue
limitado ya sea por la racionalización del derecho que posibilito “la institucionalización de
la acción racional individual en sistemas de acción racional con arreglo a fines” (Quintana,
1993,4), o por que se emprendieron procesos de construcción y mutaciones de identidad y
acción gubernamental de forma centrifuga. (Chevalier, 1983).
Los documentos de política como también los decretos que representan el ordenamiento
jurídico local, establecen procedimientos, muchos buscando la sanción o la imposición de
obligaciones. Se evidencia que en cuanto a la juventud se ha renunciado a que dichos
procedimientos posibiliten el dialogo, se margino éste hacia la esfera ejecutiva como
función de la administración desligada de su dimensión legal. No se ve el consenso como
diálogos y compromisos entre las partes sino como simple intercambio de voluntades
vulnerables a cambios coyunturales, inestable en el tiempo y difícilmente operantes. La
idea de volver hacia el paradigma consensual rawlsiana para introducir correctivos
normativos a los ordenes jurídicos locales, es intentar poner de nuevo procesos de diálogo y
decisión institucional, abierto a la ciudadanía y a las poblaciones que se ven afectadas sin
salirse del modelo democrático, al contrario será democratizar y legitimar la acción
gubernamental local y de paso la democracia constitucional.

La legitimación de la acción independientemente si es estatal o no, pasa por el filtro de las


ideas preconcebidas de lo que es el joven. Ideas que son construcciones sociales, que para
ser consideradas como aceptables socialmente deben pasar por el consenso. Proceso en el
cual los principios y valores de los actores entran en juego arbitrados por los
procedimientos legales, el derecho, que se debe suponer neutral. Sin embargo la noción de
justicia publica y participativa que nos acerca a Rawls solo seria funcional plenamente en el
contexto de las organizaciones juveniles como cristalizaciones de múltiples objetivos
individuales potenciados por cosmovisiones comunes. Esto en cuanto que la división de la
población joven entre mayores y menores de edad ha imposibilitado el posicionamiento del
joven menor como ciudadano con pleno derecho, se ha despreciado la autodeterminación
del joven. Al individuo joven menor se le niega su condición de ciudadanos y por ende su
participación directa en los asuntos que le interesan, impidiendo su participación en
procesos sistémico-funcionales como las elecciones y las discusiones sobre temas que los
afecta directamente.

El fenómeno de segmentación poblacional entre quienes poseen o no plenos derechos como


ciudadanos dentro de una misma población a forzado a que las relaciones jóvenes-Estado
den un giro hacia la institucionalización, es decir, entramos en lógicas institucionalistas y
más exactamente a las lógicas de “botes de basura” del nuevo institucionalismo (Olsen y
March, 1997), visión que a pesar de tener en cuenta la racionalidad con arreglo a fines
plantean que los actores poseerán una racionalidad limitada en cuanto carecen de la
información completa y además tiene presente que este recurso estará distribuido
inequitativamente entre los distintos actores.

La concepción publica y participativa de la justicia cimentada en la simetría de principios


rectores, con carácter moral y una base consensual que los legitime y a la vez se constituya
como mecanismo de argumentación de los ciudadanos es posible, y en los procesos locales
con jóvenes se pueden apreciar algunas cosas generales. En primer lugar, La discusión por
principios rectores se reduce a la existencia de un orden normativo nacional que direcciona
vía lineamientos el accionar local, segundo las cargas morales de los actores tiene más
peso y determinan los cursos posibles de las negociaciones, en especial los imaginarios
negativos, estigmatización del joven, juega un papel importante en los procesos de
negociación entre organizaciones y estado. Tercero el lenguaje jurídico se toma como
mecanismo de presión para el cumplimiento o no de los pocos compromisos a los que se
llegan, justificando posibles arremetidas a las acciones no compartidas ideológicamente.

Dado que el contexto de los procesos de juventud en especial de política pública se muestra
una ambigüedad extrema y una incoherencia creciente, los tres momentos del paradigma
consensual están presentes permanentemente, en ocasiones uno más que otro. En
momentos de crisis los actores recuren a la base y a la discusión pública para lograr
modificar a favor los consensos mínimos sobre los jóvenes, trabajos de las organizaciones
juveniles con los temas de género o de tercera edad para lograr adeptos a la
desigmatizacion del joven como amenaza o consumidor de alucinógenos demuestran la
capacidad de dichas organizaciones de movilizar recursos humanos y técnicos con la misma
eficacia que la administración local, su capacidad de regateo, negociación y ejecución en
este escenario se equipara gracias a que el gobierno local delego funciones en las
organizaciones y se alejo de su función de ejecución de la política pública de juventud por
un tiempo, todo dependería entonces de la capacidad operativa de los actores en el
momento.

Si bien el momento prejurídico rawlsiana pone como prioridad a la justicia como equidad
esto no pasara con los actores locales, puesto que sus visiones de justicia serán
determinadas en primera instancia por el ordenamiento jurídico nacional y también por sus
concepciones ideológicas adaptadas a este. El velo de la ignorancia puede verse entonces
más hacia el lado de la racionalidad limitada de los actores participantes para direccionar
sus acciones. Además tenernos en cuenta que “en este nivel debe considerarse el disenso
como condición estructural en el marco de los procedimientos de consensualización, lo que
no es otra cosa que asumir como idea regulativa la posibilidad de disentir y la necesidad de
que ello sea tenido en cuenta y obligue a la subsunción de la posición alternativa en la
definición del consenso minio final” (Quintana, 1993, 53).

El momento jurídico es el que termina siendo el punto de referencia para cada una de las
rupturas del proceso, es donde se an originado las firmas de los acuerdos municipales y los
decretos que son objeto de discusión ahora, cuando la opinión de la ciudadanía fue más
homogénea se genero procesos sistémico-funcionales que generaron documentos de
política, pero al no cumplir con el componente consensual se perdió parte de la valides del
momento jurídico. Cuando la toma de decisión se desvió irreversiblemente hacia el
totalitarismo administrativo, el clientelismo exacerbado del consejo o hacia la “anarquía”
de las organizaciones juveniles se rompió el momento jurídico y se dio marcha atrás en más
de una ocasión.
Desde la lectura del momento jurídico que realiza Quintana sobre otros cuatro factores que
intervienen en el momento jurídico de Rawls (Quintana, 1993, 55), podemos ver que “la
consideración de normas de prioridad” se ha mantenido ya que depende más de los ordenes
normativos nacionales que de los locales, “el principio de resistencia” se garantiza y se
hace efectivo gracias a la existencia de procedimientos jurídicos externos a lo local como
por ejemplo los organismo de protección de los derechos como la procuraduría y la
contralaría, como con el derecho decreciente a la protesta entre otros, esto en los escenarios
donde la crisis no fuerza el retroceso al momento pre jurídico. “la dinámica dialógica de las
visiones omni-comprehensivas que, a nivel macro-político, define los límites de la regla de
mayoría” ha permitido que la administración reasuma su función de ejecutora de de la
política pública remitiéndose a los momentos más estables del momento jurídico que
instauro los mínimos para la toma de decisión. Finalmente “el auditaje y control públicos”
que también se escapa de la esfera local y se articula a las normas de prioridad (la
constitución) permiten que el monopolio de acciones por parte de algunos de los actores se
vea restringido para salvaguardar la concepción publica del joven a nivel nacional y
garantizar la constitucionalidad de las acciones emprendidas unilateralmente.

El momento posjurídico, aquel donde el producto jurídico queda sometido a la refrendación


de la ciudadanía a través de procedimientos preestablecidos como el plebiscito, la consulta
o el referendo garantizados por fuera de lo local, puede verse de dos formas en mi opinión.
Por un lado un momento difícil de llegar, prácticamente nulo en los procesos de juventud,
donde dicha refrendación queda reducida en el mejor de los casos y se dará por la
reelección de los cargos de elección popular que consideraron adecuados en los procesos de
toma de decisión. Dada la existencia de la segmentación poblacional de la juventud se
impide que esta población se exprese en su totalidad en las urnas o en el mecanismo de
participación ciudadana cualquiera que sea. Por el otro lado, se puede ver que en caso de
rechazo a las medidas se ha tomado más comúnmente la vía de la desobediencia civil, la
protesta pacífica y la utilización de recursos jurídicos coercitivos con el fin de inviabilizar,
detener o modificar la decisión. Ejemplo de esto es la movilización de jóvenes en plaza
pública para que se cumplan acuerdos de ejecuciones de proyectos culturales, los boicots a
otras instancias administrativas no encargadas de juventud que desvían los presupuestos o
invisibilizar a los jóvenes, entre otras acciones generalmente no violentas.

En cuanto a este último momento, que requiere de participación ciudadana quintana hace
énfasis en que su desarrollo en Colombia está por verse, que hay un déficit de participación.
Y además a nivel mas general considera que “no hay democracia mientras no ésta no sea
convalida por la participación activa y efectiva de la ciudadanía en todos y cada uno de los
aspectos que conciernen la vida diaria, máxime cuando ellos afectan sus más elementales
derechos de subsistencia y respeto a su dignidad humana” (Quintana, 1993, 63).

Esto nos lleva a plantearnos que el paso del momento jurídico al momento posjurídico no
se ha dado realmente, que muy a pasar de los procesos participativos que se han
emprendido con los jóvenes, del momento jurídico se ha retrocedido repetidamente al
momento prejurídico por falta de refrendación ciudadana efectiva. Además
lamentablemente en el contexto actual el joven menor no es visto como sujeto con pleno
derecho como ciudadano, por lo cual no tendría la posibilidad de participar ni incidir en los
aspectos de la vida que le interesan y conciernen. Situación fuerza a replantear la relación
Joven-estado a la relación organización-estado con todas las connotaciones que eso
conlleva.

Entre algunas de las implicaciones que nos trae y que nos conectara al análisis sistémico de
la siguiente parte encontramos que las acciones organizativas dependerán de los recursos a
sus disposición he irán modificando progresivamente sus procedimientos, rutinas y medios
correspondiéndose con retraso a los medioambientes de los jóvenes y sus comunidades.

Es de tener presente que en el análisis sistémico basado en organizaciones, recursos y sus


entornos, no se necesitan acciones directas para incidir de alguna forma a la población
joven, acciones aparentemente sin conexión con los jóvenes desencadenan procesos y
modificaciones culturales o subculturales, en la medida en que se integran varios sistemas a
un mismo problema. Por ejemplo políticas que afecten la estabilidad laboral de las personas
cabeza de hogar, afectara rápidamente a los jóvenes ya sean porque son ellos los
responsables de la familia o porque dependen económicamente directamente de la cabeza
de hogar. Toda acción estatal afecta entonces a la población joven, el construir
legislaciones especificas hacia ellos es secundario.

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