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MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD
Georg Simmel, primer sociólogo de la
modernidad
David Frisby
Traducción de Francisca Pérez Carreño
Charles Baudelaire
Georg Simmel
y ss.). Benjamin (1980, vol., 2, 2, p. 310) proporciona una breve e interesante caracterización de Simmel redactada para un
diccionario de filósofos judíos, en la que escribió:
«Su típica dialéctica está al servicio de una filosofía de la vida y está centrada en un impresionismo psicológico que, en las
antípodas de la sistematización, se orienta hacia el conocimiento esencial de los fenómenos y la tendencias intelectuales
individuales… La filosofía de Georg Simmel representa ya una transición de la estricta filosofía académica a una orientación
poética y ensayística.»
En mi Fragments of Modernity: Georg Simmel, Siegrfied Kracauer and Walter Benjamin (Frisby, 1985), se encuentran más
referencias a las relaciones entre Simmel y Siegfried Kracauer y Walter Benjamin. El presente ensayo es una adaptación de parte
de la primera sección de este libro.
absolutamente nuevo no es una mera variante de la antigua antítesis de lo eterno y
lo temporal:
Igual que lo transitorio, lo momentáneo y lo contingente sólo puede ser la mitad de un arte
que requiere su otra mitad: lo constante, atemporal y universal, así también la conciencia histórica
de modernité presupone lo eterno como su antítesis… la belleza atemporal no es otra cosa que la
idea de belleza en el estatus de la experiencia pasada, una idea creada por los seres humanos y
continuamente abandonada.
2
La teoría de la modernidad e Habermas ha sido criticada por otros motivos. Véase Martin Jay (1984). Otras críticas están
contenidas en este ensayo. Uno posterior, contiene la réplica de Habermas.
menos que una «prehistoria de la modernidad» que pretendía revelar en «imágenes
dialécticas» la arqueología de la modernidad.
1. Neurastenia
Esta «distancia psicológica» de la que habla Simmel puede tomar la forma extrema
de la agorafobia y la hipersensibilidad. Puede también tomar la forma de la
indiferencia total, una indiferencia que se localiza en la actitud hastiada hacia la
vida:
No hay quizá un fenómeno psicológico tan íntimamente asociado con la metrópolis como la
actitud de hastío. El hastío resulta de la estimulación rápidamente cambiante y de la intensa
contrastación de la estimulación nerviosa… Una vida sin límite de placer hastía porque agita los
nervios en su más fuerte actividad por tan largo espacio de tiempo que finalmente cesa de
reaccionar en absoluto. Del mismo modo, a través de la rapidez ya las contradicciones de los
cambios, las más inocentes impresiones nos obligan a respuestas intensas, golpeando los nervios
aquí y allá tan brutalmente que se gastan sus últimas reservas de fuerza… De ahí surge una
incapacidad para reaccionar a las nuevas sensaciones con la energía apropiada (Simmel, 1903, p.
193).
Sin embargo, Simmel insiste en la idea de que «esta fuente psicológica de la actitud
hastiada metropolitana» está estrechamente ligada con la economía monetaria. El
proceso nivelador que opera en la última –la reducción de cada cosa al común
denominador de su valor de cambio- produce también un tipo de personalidad que
ha perdido por completo el sentido de las diferencias de valor, experimenta todas las cosas como
de un mismo tono mate y gris, sin valor para excitar… Quienquiera que haya sido poseído por el
hecho de que la misma cantidad de dinero puede procurar todas las posibilidades que la vida
puede ofrecer ha de terminar hastiado. Por regla general, el hastío se atribuye razonablemente al
goce saciado porque un estímulo demasiado fuerte destruye la capacidad nerviosa de responder a
él (Simmel, 1978, p.256).
También tiene otro origen opuesto, derivado no de la «atracción de las cosas» sino
de su modo de adquisición, en cuanto que cuando «más mecánico e indiferente es
el modo de llevar a cabo la adquisición, tanto más aparece el objeto descolorido y
sin interés» (Simmel, 1978, p. 257). Lo cual es especialmente cierto en una
economía monetaria avanzada donde casi todo puede ser adquirido mediante
transacciones financieras. Aunque, paradójicamente, la respuesta hastiada a estas
condiciones es buscar atracciones siempre nuevas, fuera de las cuales
emerge el ansia de excitación, de impresiones extremas, de la más rápida velocidad de cambio… la
preferencia moderna por la «estimulación» como tal en impresiones, relaciones e información –sin
que sea importante para nosotros por qué eso nos estimula- revela también el estancamiento
característico, lo cual significa: uno se satisface con este estadio preliminar a la genuina
producción de valores (Simmel, 1978, p. 257).
Simmel define la ciudad en términos de sus fronteras sociológicas más bien que
territoriales. Aunque la ciudad es un espacio distintivo que «actúa
fundamentalmente sobre interacciones sociales dentro de él», no es «una entidad
especial con consecuencias sociológicas, sino una entidad sociológica formada
especialmente» (Simmel, 1903, p. 35). La metrópolis no es sólo el punto central de
la diferenciación social y de las complejas redes sociales, sino también el lugar de
colectividades indefinidas –masas cuyos impulso y entusiasmo descanse en parte
en el hecho de que «se encuentran en un espacio muy amplio» (Simmel, 1903, p.
38). Esta apertura, que se manifiesta en la ciudad como un centro de transportes en
el que están juntos diversos estratos sociales, contrasta crudamente con la
distancia social que significa una «minoría concentrada» en un ghetto. En términos
más generales, la ciudad provee la posibilidad de la indiferencia total hacia los
propios vecinos, no sólo en el sentido de aquel que vive en la proximidad sino
también de aquel con el cual uno se enfrenta en la interacción cotidiana.
Enfrentando a la masa en sus potenciales interacciones, el individuo busca alguna
forma de autopreservación que en los habitantes de la ciudad se asocia con la
indiferencia. Eso es también el resultado de otro rasgo que Benjamin (1973, p. 151;
Simmel, 1908ª) destaca en su análisis de la vida urbana:
La persona que es capaz de ver, pero incapaz de oír está mucho más… preocupada que la
persona que es capaz de oír pero incapacitada para ver. Esto es algo… característico de la gran
ciudad. Las relaciones interpersonales en las grandes ciudades se caracterizan por un énfasis más
fuertemente marcado en el uso de los ojos que de los oídos. Se puede atribuir principalmente a la
institución de convenciones públicas. Antes de que los autobuses, metros y tranvías fueran
completamente introducidos durante el siglo XIX, la gente no había sido puesta en la situación de
permanecer uno junto a otro durante minutos e incluso horas sin interrupción y sin cambiar una
palabra.
Simmel mantiene que «los más hondos problemas de la vida moderna derivan
de la afirmación del individuo por preservar su autonomía ya la individualidad de su
existencia cara a las ocultadoras fuerzas sociales, la herencia histórica, la cultura
social ya la técnica de la vida» (Simmel, 1903ª, p. 187): La sociología debe buscar
resolver «la ecuación que estructuras como la metrópolis sitúan entre los
contenidos individuales y supraindividuales de la vida» e investigar «como la
personalidad se acomoda en las articulaciones de las fuerzas exteriores». Lo cual
se afirma bajo al asunción de que «la persona se resiste a ser nivelada devastada
por un mecanismo socio-tecnológico» tal como la metrópolis.
Pero esta diversidad de intereses que requiere tan exacta coordinación es ella
misma el resultado de otro factor –la división del trabajo y la diferenciación social y
funcional.
Hemos visto ya que la respuesta a la cultura objetiva alienante es, por parte
de sus víctimas, una creciente indiferencia hacia la gente y los valores, un hastío
creciente indiferencia hacia la gente y los valores, un hastío creciente hacia el
mundo y un retraimiento en la esfera interior. Indiferencia y hastío pueden ser
fácilmente incorporados a una más amplia estetización de la realidad, que pretende
enfatizar la distancia entre el individuo y el mundo. Para ciertos estratos de la
sociedad –especialmente para la Kulturbürgertum del cambio de siglo- el
retraimiento, la espiritualidad y el intérieur se combinaban fácilmente con el
embellecimiento (Verschönung) de la vida desde un punto de vista subjetivo. La
reserva e indiferencia como mecanismos de defensa en la metrópolis pueden ser
usados más fácilmente por aquellos estratos sociales que, desde una posición
social relativamente segura, están en condiciones de atreverse a adoptar esta
respuesta.
La metrópolis bien podía ser el foco de una nueva clase de sociabilidad -«una
amigabilidad general» (Hamann, 1907), pero sólo para algunos estratos sociales.
Tanto la representación de las relaciones sociales en la metrópolis como su
concepción de la misma en términos de convergencia e intersección de capas
sociales diversas, produce una imagen de la metrópolis como un todo armonioso
que bien puede existir en la experiencia de estaros específicos de esta
configuración, pero que difícilmente refleja en su plenitud la naturaleza de la
metrópolis en torno al cambio de siglo. La forma indiferencia en la que las
relaciones sociales se entremezclan y convergen en la metrópolis sugiere una
imagen que se aplica también a la noción de sociedad de Simmel, a saber, el
laberinto.
Benjamin mantenía que la tercera experiencia social que proporcionaba las ideas
de Baudelaire sobre la modernidad era la del consumidor. En el caso de Simmel
debemos extender esta experiencia hasta cubrir la de la economía monetaria en su
conjunto. Para Simmel, la prehistoria de la modernidad estriba en el desarrollo de la
economía del dinero. Esta última, más que el capitalismo, fue la responsable de la
transformación de las relaciones sociales y de los orígenes de los rasgos más
importantes de la vida en la metrópolis.
Para Simmel «no hay un símbolo más impresionante del carácter totalmente
dinámico del mundo que el dinero… el vehículo del movimiento en el que cada cosa
que no está en movimiento se extingue por completo. Se trata de algo así como un
actus purus» (Simmel, 1978, p. 510-11). De todos modos, el dinero es también
capaz de encarnar la tendencia contraria representando no sólo «un simple valor
económico» sino también «un valor económico abstracto en general». En otras
palabras, «como un elemento tangible, el dinero es la cosa más efímera en el
mundo práctico-exterior; aunque en su contenido es la más estable, ya que
permanece en el punto de indiferencia y hace la balanza entre el resto de los
fenómenos del mundo» (Simmel, 1978, p.511). El dinero no simboliza el mero
movimiento dentro de la sociedad concebida como un laberinto; su función dentro
del intercambio también crea todas las conexiones que constituyen el laberinto
económico. Es la araña que teje la tela de la sociedad.
P
or el contrario, «la diferenciación consecutiva» de las mercancías se
manifiesta más claramente en la moda. En general, la moda es una
forma social, que combina «la atracción de lo diferente y el cambio
con lo similar y la conformidad» y que se localiza normalmente en el
seno de las clases para expresar diferencias sociales. Pero la debilidad de las
barreras de clase y el incremento de la movilidad ascendente, junto con «el
predominio del tercer estado» ha acelerado el ritmo de los cambios en la moda. La
profundidad y la rapidez de la extensión de la moda crea la ilusión de que la moda
misma es «un movimiento independiente, una fuerza objetiva y autónoma que sigue
su propio curso independientemente de los individuos». En otras palabras, «se
convierte en menos dependiente del individuo y el individuo menos dependiente de
la moda. Ambos se desarrollan como mundos de evolución separada» (Simmel,
1978, p. 461-2). La creencia de que el individuo se hace menos dependiente de las
modas parece contradecirse con el análisis anterior de Simmel de las exposiciones
comerciales y su discusión subsiguiente de la pluralidad de estilos. Más
notablemente, el análisis de las modas parece aquí y en su tratamiento más
completo en otros lugares, da poca importancia a los factores que Simmel ya había
descrito en su ensayo sobre la exposición de Berlín, a saber, la producción de
mercancías. Más bien, la moda se relaciona con la «naturaleza dualista» de lo
humano, «las tendencias antagonistas de la vida», las tendencias duales «en el
alma del individuo tanto como en la sociedad», «la tendencia psicológica hacia la
imitación», y así sucesivamente. La moda misma es considerada como «un
fenómeno universal en la historia de nuestra raza». En otras palabras, este
tratamiento de la moda es sintomático de la tendencia de Simmel a reducir la
modernidad a la eternidad, debido a su interés último por un análisis social sub
especie aeternitatis.
no tanto el surgir un artículo en cualquier lugar se convierte en moda sino que más bien los
artículos se producen con el propósito expreso de ser moda. Cada cierto intervalo de tiempo, una
nueva moda es requerida a priori, y ahora existen creadores e industrias que se encargan
exclusivamente de esta tarea. La relación entre abstracción como tal y organización social objetiva
se revela en la indiferencia a la moda como forma de alguna significación que descanse en su
contenido específico –y en su relación cada vez más determinada con las estructuras económicas
socio-productivas (Simmel, 1923, p.36).
Entre las razones por las cuales la moda domina hoy las conciencias se encuentra el hecho
de que las convicciones mayores, permanentes e incuestionadas han perdido su fuerza. En este
sentido, los elementos fugaces y mudables de la vida han ganado mucho más espacio. La ruptura
con el pasado… concentra la conciencia cada vez más en el presente. Este énfasis en el presente
es claramente, al mismo tiempo, un énfasis en el cambio… (Simmel, 1923, p. 43, el subrayado es
mío).
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