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La obra se divide en cuatro capítulos en los que, aunque puede rastrearse una conexión lógica
y cronológica entre los temas que se abordan, existe una clara y constante imbricación de los
unos en los otros; esto es, más que un ordenamiento temático, la obra posee un constante “ir y
venir” sobre diversos temas ―por ejemplo, la cuestión del trabajo o la familia―. Suponemos
que esta estrategia de escritura ―consciente o inconsciente― es consecuencia del mismo
proceso en que la sociedad argelina se encontraba inmersa, que implicaba marchas y
contramarchas, avances y retrocesos continuos, y que irradió ―también― la obra. Sin
embargo, creemos que algunos criterios pueden ser propuestos para ordenar la obra:
temáticos, metodológicos, temporales, entre otros. Desde nuestra óptica, el criterio más
atinado sería el de dividir la obra en dos partes, una de carácter teórico (capítulo I) y otra más
empírica (capítulo II, III, IV).
En los capítulos II, III y IV se ponen “en acto” las diferencias que en el capítulo I son
presentadas ―y a la vez puestas en suspenso―. En estos apartados, el autor retrata las
discordancias existentes entre las estructuras objetivas y las disposiciones subjetivas de los
actores con ejemplos de orden más empírico.
La pregunta que recorre toda la obra, y que motiva la investigación de Bourdieu, es una de las
interrogaciones clásicas de los teóricos de la modernización y del cambio social. Se busca
analizar cómo opera la transición de una sociedad tradicional a una sociedad moderna, pero,
en este caso, colocando el foco de atención sobre las implicancias sociales de las
transformaciones económicas, como el autor advierte al comienzo del capítulo II. Lejos de
tener consecuencias solamente económicas, éstas infeccionan toda la vida social.
El último tema saliente de este capítulo propone que el orden tradicional solamente es viable
si es reconocido como el “único posible” de los caminos. Una vez introducidos “otros”
ordenes posibles ―el orden capitalista, en este caso―, lo que era una elección, aunque
desconocida, se transforma en una opción ―entre otras― impuesta arbitrariamente.
Las nuevas relaciones de trabajo, en palabras del autor “distantes y frías”, son totalmente
opuestas a las del antiguo orden y motivan, en los actores, sentimientos de nostalgia y
rebeldía impotente. Estas reacciones son más evidentes entre quienes se encuentran
desprovistos de todo tipo de calificación formal, grupo que constituye, según surge de la
lectura del apartado, la gran mayoría de la población.
De la misma manera que las antiguas relaciones de trabajo son quebradas por la introducción
de la noción de lucro y escasez, la familia tradicional, especialmente en ciudades como
Cabila, sufrirá cambios que atentan contra su propia unidad basada en la autoridad del jefe. El
ingreso que cada individuo aporta al conjunto familiar, realizado en moneda comparable,
permite la calculabilidad perfecta de los aportes realizados por las partes y, en última
instancia, la reivindicación de lo propio dentro del total.
En esta diferencia de “ritmos” entre las estructuras objetivas y las disposiciones subjetivas se
puede observar cómo ciertas prácticas y representaciones del antiguo orden prevalecen,
encontrando una función explicativa para los nuevos problemas. Ante la cuestión del
desempleo de los sub―proletarios sin formación formal, los argumentos que reivindican el
trabajo ―por el trabajo mismo, en su función social antes que en su función lucrativa, sirven
para la auto―justificación de aquéllos que “están dispuestos a hacer de todo y conscientes de
que no saben hacer nada”, en palabras del autor. Así, siempre existe la opción de ser
“vendedor callejero”, resaltando que aún en el nuevo régimen el trabajo no ha perdido del
todo la función frente a los otros.
La conciencia de la existencia del desempleo, tema también referido en el capítulo II, supone
la conversión de las percepciones de los actores respecto a la cuestión del trabajo en
comparación con el orden tradicional. Bajo el antiguo régimen, el concepto de desempleo
carecía de sentido, ya que el trabajo tenía una función eminentemente social antes que
lucrativa, y siempre estaba la posibilidad de “tallar la vara propia”. Aunque el nuevo orden
admite también este tipo de estrategias ―“siempre se puede ser vendedor callejero”― por
parte de los actores, la introducción de las nociones de calculabilidad y de lucro implica
intrínsecamente la comparación entre los empleos que son rentables y los que no lo son. Así,
ser “vendedor callejero”, comparativamente tiene una función lucrativa prácticamente nula y,
desde la lógica del nuevo orden, podría considerarse una práctica poco racional. Quizás su
función se reduzca solamente a, como dijimos más arriba, una justificación social frente a los
otros. Además, la conciencia de la situación de desempleo es consecuencia, justamente, de la
utilización de conceptos de la sociedad moderna, tales como desempleo y pleno empleo.
Los actores van a elaborar argumentos propios para comprender el nuevo fenómeno del
desempleo, que se basan en lo que Bourdieu denominó “cuasisitematización afectiva”. El
concepto alude a la forma en que la situación de desempleo es explicada, a partir de los
sentimientos, y donde los culpables son siempre entidades como Dios, los europeos, los otros,
los franceses, etcétera. La falta de trabajo no es entendida como parte de una coyuntura
socio―económica específica relacionada con el desfasaje ocurrido en el pasaje de la sociedad
tradicional al nuevo orden, sino como producto de alguna entidad trascendental malvada.
Finalmente, el capítulo IV vuelve nuevamente sobre la incompatibilidad existente entre las
disposiciones subjetivas de los campesinos argelinos y las nuevas estructuras objetivas, y se
propone otro ejemplo empírico para mostrarla: la cuestión habitacional.
Los campesinos argelinos sin ingreso y empleo asegurados y, como sostiene el autor, sin un
conjunto coherente de expectativas racionales y una organización del tiempo presente y
futuro mínimamente calculado, se encuentran “como extraviados”. El autor utiliza distintos
conceptos, tales como mala adaptación, inestabilidad, incoherencia, futuro sin referencia y
presente no racional, imposibilidad de dominar el porvenir, entre otras apreciaciones
parecidas para ejemplificar esa situación. Sin embargo, todas las expresiones aluden a una
misma cuestión: la relación inadecuada en el nuevo orden entre las disposiciones subjetivas
de los campesinos y las nuevas estructuras económicas de la sociedad argelina. No está de
más decir que no se trata de un simple apego a la tradición por parte de los campesinos, o de
un cambio personal y reflexivo que los actores deberían operar sobre sus conciencias, sino de
un habitus que no podrá ser alcanzado sin las condiciones objetivas ―medios o recursos
económicos―.
Sin recursos económicos suficientes, dado que los ingresos se reducen a los provenientes del
jefe del hogar en la nueva forma de organización de la vivienda, los actores tenderán a
reproducir estrategias parecidas a las que tenían en los antiguos barrios. Así, la vieja familia
extendida desintegrada en el pasaje, en muchos casos vuelve a reconstituirse en los nuevos
asentamientos a fin de aumentar el número de personas económicamente activas en el hogar y
conseguir un mayor ingreso común. Antes que un tradicionalismo retrógrado, se trata de un
apego a los viejos modos de forma forzada, ya que la reconversión del habitus de los actores
implica, antes que una predisposición al cambio, una completa “transformación cultural” de
las prácticas que solo podría tener lugar cuando las condiciones materiales de existencia lo
permitan.
A modo de cierre, nos gustaría exponer una serie de comentarios que la lectura de la obra nos
ha suscitado. En primer lugar, es necesario resaltar la importancia del trabajo del autor
intentando entrelazar la biografía individual de los individuos con los cambios estructurales
económicos en que la sociedad argelina estuvo inmersa en aquellas dos décadas. Aunque la
situación de desempleo es vivida por el “parado” como un estado particular no encadenado a
procesos más complejos, así como las justificaciones para auto―explicar su fracaso laboral
suelen ser elaboradas en base al principio de “cuasisistematización afectiva”, o en otros casos
la culpa suele recaer sobre el mismo actor, las biografías individuales nunca son
independientes de las condiciones objetivas de existencia de los actores ―aunque ellos no
sean conscientes de ello― y la sociología debe realizar una tarea fundamental intentando
revelar este estado de cosas.
En segundo lugar, también debemos ser críticos y expresar cierto escepticismo alrededor de
las idealizadas relaciones tradicionales familiares que surgen de la lectura del trabajo. La
conversión fallida de las relaciones familiares por parte de los campesinos argelinos, desde el
antiguo al nuevo orden, es remarcada por Bourdieu a lo largo del libro. Consideramos que los
sentimientos de rebeldía impotente y nostalgia expresados por los actores, retratados en el
trabajo de campo, son algo idealizados, a partir de la nostalgia de un supuesto pasado mejor
que, al menos, requiere un análisis de mayor complejidad. Desde nuestro punto de vista, la
noción de familia del antiguo orden utilizada, supuestamente basada en la cohesión y la
unidad perfecta del grupo, excluye a priori el conflicto, elimina la subjetividad y la
competencia entre sus miembros sin tener elementos a mano que permitan llegar a tales
conclusiones.
En último lugar, sería pertinente repensar la capacidad de iniciativa de los actores para crear
estrategias propias frente a los condicionamientos estructurales. Si los sistemas de
disposiciones de los campesinos argelinos solo pueden ser analizados bajo las condiciones
materiales de existencia, las respuestas elaboradas por los campesinos constituyen tan solo
estrategias reproductivas del orden establecido. Creemos, al contrario, que las estrategias que
elaboran también contienen algún tipo de innovación que sobrepasa el orden establecido y
que, por lo menos, no constituyen respuestas mecánicas.