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Hace un año y medio la ciudadanía organizada recuperó un edificio que estaba perdido para
la ciudad. Un antiguo bien público de propiedad municipal , Centro de Salud y Centro de la
Uned, donde se daba servicio público en esos dos pilares del Estado de Bienestar que son
la educación y la sanidad, había sido regalado a un arquitecto neoyorquino amigo del
Partido Popular para que construyera un museo dedicado a su persona. Este ejemplo casi
perfecto de la economía del saqueo al que se ha sometido a la propiedad pública mediante
las privatizaciones, se revirtió, no desde la institución municipal, sino mediante un proceso
de autoorganización ciudadana.
No se trata de una simple operación de limpieza para mejorar la salud pública, aunque esta
haya sido indispensable, sino de la aparición de un Centro Social que inmediatamente se
convierte en un vector de transformación de la ciudad y de recomposición comunitaria. El
ser un producto de la ciudadanía organizada implica que el Centro Social no puede estar en
oposición a la ciudad entendida como la gente que la habita, porque no es más que una
extensión de esa misma gente, pero se sitúa inmediatamente frente a los poderes
financieros y inmobiliarios que destrozan sistematicamente las vidas de la gente y los
territorios en los que se desarrollan sus vidas.
La política que aquí sucede no es una política como la de partidos y elecciones. Aquí la
política no es consumo político: “cada cuatro años vota”. La política que aquí sucede es de
recomposición, de generación de nuevos vínculos entre personas a las que una ciudad
dominada por la endeudamiento, la precarización y la mercantilización empuja
permanentemente hacia la individualización y la soledad. En La Ingobernable suceden
actividades constantemente que no tienen nada de extraordinario, son básicamente las
mismas que suceden fuera, pero tienen algo de único en la ciudad neoliberal, son
actividades hechas en común, colectivamente. Y no sólo practicadas en común, sino
también gestionadas y diseñadas colectivamente. No se necesita el permiso de ninguna
instancia burocrática, ni titulación alguna para formar parte de su diseño, su gestión y su
práctica.
Las ciudades vivas son máquinas de producir e innovar sólo por el mero hecho de la
cantidad de interacciones y de mezcla social que contienen. El carácter, lo que tiene de
propio una ciudad es el resultado productivo de los millones de relaciones que tienen sus
habitantes entre sí. Eso por lo que paga el turista, esa localización excepcional por la que el
mercado inmobiliario cobra beneficios extraordinarios, esa capacidad de la que se apropia
el mercado de trabajo, están producidas por la ciudad, por sus habitantes. Cuando una
ciudad se somete a la lógica del precio del suelo, se seca, se reduce el número de
interacciones, se homogeneiza, se pierde la mezcla social y se expulsa a sus habitantes.
Eso mismo es lo que ha sucedido en un territorio como el centro de Madrid donde el
mercado turístico e inmobiliario ha podido hacer y deshacer el territorio a su antojo. La
Ingobernable, lugar de recomposición de vínculos comunitarios, de reagrupación de las
expulsadas por el mercado inmobiliario, de mezcla social y de interacción, es un contenedor
a pequeña escala de eso que hace a las ciudades vivas e innovadoras.
Reconocer que cualquier habitante de esta ciudad tiene todo el derecho del mundo,
también, a vivir una vida que merezca la pena. Derecho a cooperar en vez de competir con
sus iguales, derecho a probar junto a otrxs la propia capacidad, derecho a organizarse
políticamente más allá o más acá de la forma partido, derecho a pasárselo pipa, derecho a
unas bellas vistas del Jardín Botánico, derecho a la delicadeza y a la sofisticación ("lujo
público", que lo llaman). Y, last but not least, en los centros sociales la desnudez de la vida
se vuelve un acontecimiento político: hay que aprender lo que no se sabía y transmitir lo
que se sabía, desde cocinar a arreglar un enchufe, la lógica del servicio carece de sentido
en ellos. Hay gente que desea con toda el alma experimentar esa clase de acontecimiento,
chínchense.
Reconocer la humana necesidad de espacio (común, autónomamente reglado y
cuidado), de lugares para el encuentro, de rincones en los que estar y, si se quiere,
permanecer, de infraestructuras que nos permitan enfrentar el infierno (laboral, social, fatal,
total) allá fuera. Cualquiera, sin dinero, sin titulación ni filiación aparentes puede poner el pie
en La Ingobernable. Y disfrutarla.
Reconocer que no somos criminales. Criminal es Villar Mir y bien que se hicieron la
foto con él en Cibeles cuando la Operación Canalejas. Absolutamente nada justifica que las
reuniones para conversar y/o negociar en relación a este interesantísimo conflicto
POLÍTICO no sean públicas y conocidas de todxs. Respect! Just a little bit.
Hay un sujeto centro social que debe ser reconocido como tal. El ayuntamiento ratifica
rescindiendo el contrato con Ambasz. Indemnización por los múltiples trastornos que ha
generado la cesión, porque aquí se reciben dos órdenes de lanzamiento.
La genesis del proceso de Ahora Madrid. Hasta que no hay un centro social en el centro
que plantea una serie de historias, no se produce un cortocircuito en el modelo de ciudad.
Como es posible que el ayuntamiento no tenga mecanismos para reconocer y fomentar
cuando la ciudadanía se organiza. Hay mecanismos para enfrentarse a los malos incluso
dentro de la institución. La política es posible incluso en el palacio de Cibeles.
Este espacio funciona como una plaza pública. La función de la Ingo dentro de la milla de
oro es llenar de vida un espacio arrasado en una ciudad donde el mercado inmobiliario
dicta. Por eso la cuestión de la localización es crucial. La ciudadanía de Madrid tiene
derecho a las vistas de la ciudad, a las azoteas, al museo del prado, a la amplitud… que
menos que este palacete se merece la ciudad. Los centros sociales son espacios de
desprecarización de la vida.
El lujo público: una infraestructura pública que haga sentirse privilegiada por inclusión. En
un edificio de obra civil bien hecho. Ya no se convive en edificios con paredes de dos
metros de espesor.
Reconocimiento es algo público y notorio, no tiene nada que ver con un ghetto.
Discursivamente, matiz: no referirnos al ayuntamiento como contraparte sino como la otra
parte.
La vida fuera es dura. Individualización, precariedad, deuda. Este es el único lugar para la
abundancia. Fuera de aquí todo es precariedad, individualización, deuda.
Poder llegar desnudo a los sitios, incluso a la política. No hace falta ninguna prueba para
acreditar ninguna filiación. Es un espacio donde cabe cualquiera. Esa entrada no depende
del dinero que tienes, del mercado, de la meritocracia, no depende de lo público, no
depende de que un Montoro decida no dar dinero y cargárselo. Lo público está sometido a
la misma lógica de mercado de manera indirecta. Llega Bruselas y se lo carga. Lo común
está ajeno a esas lógicas, sobrevive a los recortes.
La cuestión organizativa y ligarla a la cuestión del lujo público es un derecho. No nos dejáis.