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Ya el pasado 12 de setiembre del presente año, el diario El Comercio en su sección de política había
presentado la siguiente nota bajo el título de “Cancillería agilizará trámites para recibir a refugiados sirios”,
en el que se lee: “El Ministerio de Relaciones Exteriores anunció que el Perú iniciará coordinaciones con la
Oficina del Alto Comisionado de los Refugiados (Acnur) de la Organización de las Naciones Unidas a fin de
evaluar las condiciones requeridas para recibir familias de refugiados sirios.
“El Estado Peruano anuncia su compromiso de flexibilizar y agilizar los procedimientos de
reconocimiento de la condición de refugiados para los ciudadanos afectados que lo soliciten al llegar a
nuestro país”, indicó a través de un comunicado.
La cancillería lamentó la crisis humanitaria provocada por la “violencia terrorista” del Estado Islámico
en Siria.
En este sentido, consideró que esta crisis requiere una respuesta internacional urgente y coordinada
para realizar u procedimiento eficiente de acogida o reasentamiento de los refugiados.
Hasta la fecha, 25 ciudadanos sirios han sido reconocidos como refugiados en el país.
***
Ahora entendemos que tanto Mohamad y Fadi, son parte del grupo todavía minoritario.
Un alcance crítico y reflexivo hacia el problema nos lo da Mario Vargas Llosa, nuestro Nobel de
Literatura, en su columna quincenal Piedra de Toque, el pasado 20 de mayo del 2015, bajo el título “Niño
muerto en la playa”. Lo reproducimos en su totalidad:
“La fotografía de Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años muerto en una playa de Turquía cuando con
su familia trataba de emigrar a Europa, conmovió al mundo entero. Y sirvió para que varios países europeos
ampliaran su cuota de refugiados –no todos, desde luego– y la opinión pública internacional tomara
conciencia de la magnitud del problema que representan los cientos de miles, acaso millones, de familias
que tratan de escapar del África y de Medio Oriente hacia el mundo occidental donde, creen, encontrarán
trabajo, seguridad y, en pocas palabras, la vida digna y decente que sus países no pueden darles.
Es bueno que haya ahora, en los países más prósperos y libres del mundo, una conciencia mayor de
la disyuntiva moral que les plantea el problema de estas migraciones masivas y espontáneas, pero sería
necesario que, por positivo que sea el esfuerzo que hagan los países avanzados para admitir más refugiados
en su seno, no se hicieran ilusiones pensando que de este modo se resolverá el problema. Nada más
inexacto. Aunque los países occidentales practicaran la política de fronteras abiertas que los liberales
radicales defienden –defendemos–, nunca habría suficiente infraestructura ni trabajo en ellos para todos
quienes quisieran huir de la miseria y la violencia que asolan ciertas regiones del mundo. El problema está
allí y solo allí puede encontrar una solución real y duradera. Tal como se presentan las cosas en África y
Medio Oriente, por desgracia, aquello tomará todavía algún tiempo. Pero los países desarrollados podrían
acortarlo si orientaran sus esfuerzos en esa dirección, sin distraerse en paliativos momentáneos de dudosa
eficacia.
La raíz del problema está en la pobreza y la inseguridad terribles en que vive la mayoría de las
poblaciones africanas y de Medio Oriente, sea por culpa de regímenes despóticos, ineptos y corruptos o por
los fanatismos religiosos y políticos –por ejemplo el Estado Islámico o Al Qaeda– que generan guerras como
las de Siria y Yemen, y un terrorismo que diariamente siega vidas humanas, destruye viviendas y tiene en el
pánico, el paro y el hambre a millones de personas, como ocurre en Irak, un país que se desintegra
lentamente. No se trata de países pobres, porque hoy en día cualquier país, aunque carezca de recursos
naturales, puede ser próspero, como muestran los casos extraordinarios de Hong Kong o Singapur, sino
empobrecidos por la codicia suicida de pequeñas élites dominantes que explotan con cinismo y brutalidad a
esas masas que, antes, se resignaban a su suerte.
Ya no es así gracias a la globalización, y, sobre todo, a la gran revolución de las comunicaciones que
abre los ojos a los más desvalidos y marginados sobre lo que ocurre en el resto del planeta. Esas multitudes
explotadas y sin esperanza saben ahora que en otras regiones del mundo hay paz, coexistencia pacífica, altos
niveles de vida, seguridad social, libertad, legalidad, oportunidades de trabajar y progresar. Y con toda razón
están dispuestas a hacer todos los sacrificios, incluido el de jugarse la vida, tratando de acceder a esos
países. Esa emigración no será nunca detenida con muros ni alambradas como las que ingenuamente han
construido o se proponen construir Hungría y otras naciones. Pasará por debajo o por encima de ellos y
siempre encontrará mafias que le faciliten el tránsito, aunque a veces la engañen y conduzcan no al paraíso
sino a la muerte, como a los 71 desdichados que murieron hace algunas semanas asfixiados en un camión
frigorífico en las carreteras de Austria.
La capacidad para admitir refugiados de un país desarrollado tiene un límite, que no conviene forzar
porque puede ser contraproducente y, en vez de resolver un problema, generar otro, el de favorecer
movimientos xenófobos y racistas, como el Front National de Francia. Es algo que está ocurriendo incluso en
países tan avanzados como la propia Suecia, donde la última encuesta de opinión pone a un partido
antiinmigrantes como el más popular. No hay duda que la inmigración es algo indispensable para los países
desarrollados, los que, sin ella, jamás podrían conservar en el futuro sus altos niveles de vida. Pero para ser
eficaz, esta inmigración debe ser organizada y ordenada de acuerdo a una política común inteligente y
realista, como está proponiendo la canciller Angela Merkel, a quien, en este asunto, hay que felicitar por la
lucidez y energía con que enfrenta el problema.
Pero, en verdad, este sólo se resolverá donde ha nacido, es decir, en África y el Medio Oriente. No es
imposible. Hay dos regiones del mundo que eran, al igual que estas ahora, grandes propulsoras de
emigrantes clandestinos hacia Occidente: buena parte del Asia y América Latina. Esta corriente migratoria ha
disminuido notablemente en ambas a medida que la democracia y políticas económicas sensatas se abrían
camino en ellas, los Estados de derecho reemplazaban a las dictaduras, y sus economías comenzaban a
crecer y a crear oportunidades y trabajo para la población local.
La manera más efectiva en que Occidente puede contribuir a reducir la inmigración ilegal es
colaborar con quienes en los países africanos y el Medio Oriente luchan para acabar con las satrapías que los
gobiernan y establecer regímenes representativos, democráticos y modernos, que creen condiciones
favorables a la inversión y atraigan esos capitales (muy abundantes) que circulan por el mundo buscando
donde echar raíces.
Cuando era estudiante universitario recuerdo haber leído, en el Perú, una encuesta que me hizo
entender por qué millones de familias indígenas emigraban del campo a la ciudad. Uno se preguntaba qué
atractivo podía tener para ellas abandonar esas aldeas andinas que el indigenismo literario y artístico
embellecía, para vivir en la promiscuidad insalubre de las barriadas marginales de Lima. La encuesta era
rotunda: con todo lo triste y sucia que era la vida, en esas barriadas los ex campesinos vivían mucho mejor
que en el campo, donde el aislamiento, la pobreza y la inseguridad parecían invencibles. La ciudad, por lo
menos, les ofrecía una esperanza.
¿Quién que padezca la dictadura homicida de un Robert Mugabe en Zimbabue o el averno de
bombas y machismo patológico de los talibanes de Afganistán, o el horror cotidiano que yo he visto en el
Congo, no trataría de huir de allí, cruzando selvas, montañas, mares, exponiéndose a todos los peligros, para
llegar a un lugar donde al menos fuera posible la esperanza? Esas masas que vienen a Europa, desplegando
un heroísmo extraordinario, rinden, sin saberlo en la gran mayoría de los casos, un gran homenaje a la
cultura de la libertad, la de los derechos humanos y la coexistencia en la diversidad, que es la que ha traído
desarrollo y prosperidad a Occidente. Cuando esta cultura se extienda también –como ha comenzado a
ocurrir en América Latina y el Asia– por África y el Medio Oriente, el problema de la inmigración clandestina
se irá diluyendo poco a poco hasta alcanzar unos niveles manejables”.
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Un panorama cuantitativo del real problema vivido en Europa a partir de las inmigraciones lo hizo
Adafe Martín Pérez, desde Bruselas, en el diario El Comercio, el sábado 22 de agosto, bajo el título “Una
huida desesperada”:
“Europa vive una crisis de refugiados sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Solo en julio
llegaron a los 28 países de la Unión Europea –entran principalmente por Grecia e Italia– 107.500 personas.
Desde enero suman casi 350.000 personas (en el mismo periodo del 2014 fueron 123.500).
Más de 2.300 han muerto en el trayecto y posiblemente nunca se sabrá la cifra de desaparecidos. En
el 2014 pidieron asilo en la UE 625.920 personas. Esa cifra podría más que duplicarse este año, pues solo
Alemania espera llegar a los 800.000.
La mayoría de los que llegan a través de las islas griegas sigue una ruta, en trenes o directamente a
pie, desde la ciudad griega de Tesalónica sube hasta Macedonia, atraviesa Serbia para llegar a Hungría –que
está construyendo una valla para pararlos y amenaza con cuatro años de cárcel a quien dañe esa barrera
metálica– y sigue hacia Austria y, sobre todo, hacia Alemania.
La mayoría de los que llegan a Italia desde Libia atravesando el Mediterráneo son eritreos y
nigerianos.
El drama alemán
Alemania es el principal destino de estas personas. Un informe del Ministerio del Interior germano
asumía el miércoles que este año podrían llegar a Alemania hasta 800.000 refugiados procedentes de Siria,
Iraq y Afganistán.
Alemania no ha recibido tantos refugiados desde que en 1992 llegaron 438.000 huyendo en el peor
año de las guerras de los Balcanes. El ministro del Interior, Thomas de Maiziére, dijo el martes al diario
“Handelsblatt” que ese flujo de refugiados “no exige, pero no nos desborda, lo lograremos”.
Frontex, agencia europea de control de fronteras, pide –por ahora en vano– a los 28 países del
bloque que pongan los medios necesarios para ayudar a Grecia e Italia a gestionar el flujo de llegadas.
La Comisión Europea pretende que los 28 países del bloque acuerden un sistema permanente de
cuotas para repartirse a los refugiados que vayan llegando, pero hay fuertes divisiones en Europa. Bruselas
tardó semanas en conseguir que los 28 acordaran repartirse en dos años a 16.00 refugiados llegados a
Grecia y 24.000 a Italia. Es una gota de agua porque solo la semana pasada llegaron otros 20.000 a Grecia.
Los países del este del continente –con el añadido de una España que acepta incluso menos que
países como Portugal– rechazan en su mayoría a acoger más a pequeños grupos simbólicos, mientras
Alemania y Suecia se quedan con más de la mitad de los refugiados que llegan a Reino Unido monta el
escándalo del verano porque apenas el 3% intenta llegar a las islas británicas desde el puerto francés de
Calais.
Eslovaquia, por ejemplo, aseguró que solo recibirá 200 personas con la condición de que sean
cristianas. Un porta voz del Gobierno justificó la discriminación alegando que el país “no tiene mezquitas”.
Se instala el odio
El principal problema en Alemania son los ataques que los centros de refugiados está sufriendo por
grupos ultraderechistas, principalmente en la regiones que formaron la antigua Alemania Oriental, las zonas
del país que tienen menos población inmigrante.
Un informe del Ministerio del Interior apunta que los ataques racistas a manos de grupos neonazis
aumentan en los cinco estados federados que formaron la Alemania Oriental.
Varios edificios vacíos que habían sido destinados a recibir a refugiados fueron incendiados por
grupos de extrema derecha y en varias localidades hubo incluso manifestaciones para protestar por la
llegada de refugiados. De enero a junio hubo 199 ataques a centros de refugiados, más del doble que el año
anterior en el mismo periodo. También ha habido agresiones, pero por ahora no hay víctimas mortales que
lamentar. También hay detalles de refugiados agradecidos con el país: una mujer de Ghana refugiada en
Alemania bautizó a su recién nacida como Angelamerkel”.
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Cabe decir que Hungría es uno de los países menos desarrollados de la UE, que hasta ahora no
estaba acostumbrado al fenómeno de la inmigración y que estos no tienen como objetivo asentarse en este
país, sino cruzarlo para llegar a Alemania o Suecia.
Una crónica periodística, publicada en el diario El Comercio, el pasado sábado 5 de setiembre,
retrata –desde el interior–, el indeseado drama de los inmigrantes. Se titula “El éxodo sique a pie”:
“Hungría es el país europeo en el que, como lugar de tránsito de miles de refugiados, explota hoy la
crisis inmigratoria. Muchos varados en Budapest iniciaron la dura marcha a la frontera, antes de que el
Gobierno les ofreciera buses “sólo para limpiar la vía”.
¡Vengan con nosotros! Sus hijos se lo agradecerán”, clama en árabe a través de un megáfono un
hombre, que tiene el cabello pegado a la frente por el sudor. Diez jóvenes que lo rodean repiten una y otra
vez: “Levántense, levántense, ¡vayamos a Alemania a pie!”. Y dos de cada diez de los aproximadamente
3000 mujeres, hombres y niños que se encuentran varados en la estación este de Budapest siguen el
llamado.
“¡Vamos! Traigan las mantas y dejen lo demás”, le dicen un sirio a una mujer. Pero Shesud
Jodeiralawi duda. A sus 22 años, tiene dos niños pequeños y está embarazada. “¡Vamos! ¿Qué esperas?”, le
dice su marido. “No hay otro camino”.
“Iremos andando, no hacemos mal a nadie, no somos criminales. Solo quiero llegar algún país en el
que pueda terminar mis estudios”, explicó, aún en Budapest, Nasir al Omar, alumno de Arte y Literatura en
la Universidad siria de Alepo.
Más de un millar de refugiados, exasperados por su larga permanencia en dos estaciones ferroviarias
en Hungría, decidieron ayer comenzar a marchar hacia la frontera con Austria. Un grupo formó una columna
de 800 metros de largo, en tanto el otro huyó de un centro para refugiados sin que la policía pudiera
detenerlos.
De la conciencia a la acción
La imagen del cuerpo de Aylan Kurdi, de tres años, en una playa turca, atrajo las miradas del mundo
a la crisis de los migrantes. Y parecen que está pasando a acciones tangibles.
Donaciones que superan récords, fondos de emergencia y movilización popular: la terrible foto
provoca una ola de solidaridad con los migrantes sin precedente en Europa.
En Holanda, donde la población era relativamente pasiva, la imagen fue “un enorme catalizador”
para dar mayores aportes, según empleado del Consejo para los Refugiados.
El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur) también registró “un aumento de
centenares de miles de dólares” en donativos”.
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El otro lado del problema, el que compete a Alemania, nos lo cuenta Pablo Paz, un antropólogo
peruano que trabaja en el centro de la Cruz Roja en Hamburgo, donde se atiende a cientos de personas que
solicitan asilo, en una entrevista para El Comercio el 12 de setiembre de 2015:
“–¿Cómo llegó a trabajar con refugiados en Alemania?
Desde joven me interesó el tema de las migraciones. Vine a Europa a los 21 años habiendo empezado
Antropología en la PUCP. Estudié en Millán y luego en Francia. Aprendí árabe, trabajé en Mauritania. Me
especialicé en poblaciones musulmanes y luego de una breve visita al Perú decidí que mi futuro estaba en
Alemania.
Trabajé en un primer momento en Arzte der Welt (Médicos del Mundo), en Múnich. Ahora soy parte del
equipo encargado del primer centro para solicitantes de asilo en Hamburgo gestionado por la Cruz Roja.
Claro. Dentro de la política de integración. Creo que en la medida que se le brinde oportunidades para
abrirse paso como profesionales y se evite la guetización, se puede avanzar.
El solicitante de asilo y el refugiado son totalmente distintos. El primero es una persona que se encuentra en
proceso de evaluación por el país de acogida. Para pedir el asilo (en Alemania) debes pasar directamente a
Alemania sin haber pisado ningún pisado ningún país de la Unión Europea (UE) previamente. Luego pasas a
esperar a que evalúen tu caso durante cerca de tres meses, los cuales pasarás en un campo de acogida para
refugiados, hasta que el Ministerio de la Migración y los Refugiados emitan un documento indicando el
nuevo estatus. En la práctica la gente se queda 8 o 9 meses, porque el ministerio se demora.
Puede apelar, son otros 6 meses de espera. No pueden trabajar ni estudiar en una universidad. Tienen que
esperar las entrevistas y los resultados. A eso súmale que algunos vienen traumatizados por la guerra.
Si, varias veces. Una vez llegó un señor a mi oficina. Eran un sirio. Me empezó a contar desesperadamente,
en un dialecto árabe, mientras lloraba, que un hijo suyo había sido atacad. No le entendía bien. Me mostró
la foto de un niño de 5 años, que tenía yeso y había recibido un balazo. Luego me habló de otro hijo suyo,
también pequeño. Había muerto. Estaba desesperado por traer a su familia y tenía que explicarle que
tardaría al menos 3 meses. Luego me dijo que había sido detenido en Italia, entonces le expliqué que
tomaría más tiempo aún.
Este hombre enorme nos pidió ir a un psiquiatra. Decía que no podía dormir. Solo había un psiquiatra que
hablara árabe y este le dio cita para después de 5 meses. Estaba tan ansioso que un día les pegó brutalmente
a cuatro compañeros de su cuarto por haber puesto música. Tuvimos que mandarlo a emergencias y
felizmente había un paciente que hablaba árabe. Lo medicaron con antidepresivos. Recién lo han transferido
a un alojamiento más cómodo. Su familia sigue esperando.
–¿Cómo fue asumida la foto de Aylan Kurdi en el campo de refugiados en el que trabaja?
La foto describe lo que ya sabemos. Escuchamos esas historias todos los días por parte de los refugiados. Lo
que veo que ha cambiado es la percepción de la gente sobre el problema. Yo trabajé en un centro de
primera acogida para refugiados en Múnich y el recibimiento con ropa y comida que hubo la semana pasada
en ese lugar habría sido impensable hace un año. Eso no significa que hayan venido pocos refugiados sirios.
Al contrario, están llegando desde el 2012.
Sí. Me molesta que se hable de crisis migratoria. No son migrantes: son refugiados. Está clarísimo. La prensa
alemana es la única que informa acerca de una crisis de refugiados y creo que escoger el término correcto es
fundamental. La elección de migrante en vez de refugiado no es gratuita. Con ello algunos políticos quieren
fomentar políticas antiinmigración y cerrar fronteras, hacer creer que acoger a sirios e iraquíes no es
necesario porque su situación no es tan grave como parece. Ver a un niño muerto en la orilla hacer ver que
son gente que está huyendo de la guerra y no tiene más opción que meter a su familia en un barco.
***
Ya desde una perspectiva global, Banki-Moon, secretario general de la ONU, nos ilustra sobre lo que se ha
avanzado en favor de la crisis de inmigrantes a Europa, en una entrevista para el El Comercio cuando estuvo
en Lima. Llegó a la capital para intervenir en un seminario sobre desarrollo sostenible dentro de las
reuniones anuales del FMI y el Banco Mundial (BM), luego se iría a Bolivia para participar en una conferencia
mundial sobre cambio climático:
–Existe hoy una dramática situación en Europa, la de los migrantes refugiados de Siria y otros países
asiáticos y africanos. ¿Piensa que los esfuerzos de Europa son suficientes o pueden hacer más?
En sus principios generales, la ONU indica que, en primer lugar, debemos proteger a las personas. Hablamos
de gente que está huyendo de la guerra y cuya dignidad debe protegerse plenamente. Sigo incentivando a
los países europeos a que entreguen la ayuda humanitaria requerida para salvar vidas. He venido dialogando
con la mayoría de líderes europeos.
–¿Qué argumentos son los que más recalca usted en estas conversaciones?
Que esta no es una crisis de números, sino una crisis de solidaridad global. Recalcó que estos migrantes, que
están en situación de desamparo, suponen grandes recursos humanos y pueden ayudar para mejorar la
realidad social y económica de los países que los acojan.
–¿Usted se ha sentido decepcionado por la actitud de algunos países europeos?
No lo dije así. Mi mensaje ha sido que reconozco que los países europeos enfrentan sus propios desafíos,
pero simultáneamente digo que todos los países europeos tienen la capacidad de ayudar, de eso no tengo
duda. Hay que seguir incentivando la compasión y la solidaridad en esa parte del mundo.
–Por el lado de Europa se arguye que hay que ir a la raíz del problema, la situación en los países de los que
se huye.
Por supuesto, hay que atacar el problema de raíz, los migrantes dejan atrás sus hogares porque no hay
ninguna otra opción para ellos. ¿Qué está pasando en esos países? La ONU está trabajando en el terreno con
las partes involucradas para llevar paz y estabilidad en los países sometidos por tanta violencia.
–¿Qué piensa sobre la construcción de muros en las fronteras de países europeos?
No quiero referirme específicamente a ninguno. Pero la Unión Europea se rige por el tratado Schengen, que
propugna fronteras abiertas para todos, y eso debe continuar así. En vez de construir muros, se debe
proveer apoyo humanitario.
–¿Es optimista o cree que la situación empeorará?
Espero que con los esfuerzos coordinados que hacemos con Europa y con el comienzo del reparto de
refugiados a través del sistema de cuotas la situación mejore, pero lamento decir que la cifra de refugiados
seguirá aumentando mientras no se ataque la situación política y económica en los países de origen. De ahí
que se ha intensificado mis reuniones con los integrantes del Consejo de Seguridad y los actores de la crisis
en Siria. Son tantos los escenarios en que se debe actuar.
–¿Tiene usted más trabajo que nunca con tantas crisis?
(Suspira) Estamos viviendo realmente en la era del peligro y de la crisis, pero me anima mucho observar
líderes mundiales. Hace dos semanas, por ejemplo, adoptaron de forma unánime la agenda del desarrollo
sostenible para el 2030. Es una visión a largo plazo. Acuerdos como esos debemos buscar en otros campos.
–¿El mundo está perdiendo o ganando la batalla contra el Estado Islámico (EI)?
Ellos no pueden ganar. Es una situación inaceptable para el mundo lo que hace el EI. El extremismo terrorista
no se puede aceptar y no podemos flaquear. Estamos desarrollando un plan para combatirlo y lo vamos a
lanzar a principios del año entrante. Queremos aportar lo nuestro y combatir el fenómeno yihadista entre
todos.
–¿Siente usted que hoy los gobiernos nacionales hacen más o menos caso a las recomendaciones de la
ONU?
(Sonríe) Bueno, nosotros trabajamos muy de la mano con los estados miembros. Aun cuando cada estado
tiene su propia perspectiva, a través de la discusión y la concertación llegando a acuerdos globales.
–Pero no siempre…
Hay temas que llevan mucho tiempo de debate, y en ocasiones no logramos consensos satisfactorios, pero
en general las Naciones Unidades han mostrado su fortaleza para abordar temas de interés global.
–La ONU tiene 16 misiones de paz en el mundo y acaba de sufrir algunas bajas en África. ¿Cuándo lo
inquietan las amenazas en estas misiones?
En la medida en que enfrentando tantas crisis a la vez, inevitablemente las operaciones de paz se han
ampliado. Hoy tenemos a 125 mil cascos azules y autoridades civiles trabajando en puntos candentes del
planeta. Su mandato es proteger las vidas humanas y, particularmente, a la población civil.
–Pero también protegerse ellos mismos
A eso iba. Estamos mejorando nuestras operaciones y capacitando más y perfeccionando a nuestro personal.
Por falta de recursos y de formación, hemos sufrido atentados y bajas que lamentar. Es muy sacrificada la
labor de nuestras fuerzas de paz. Hemos preparado recomendaciones para asegurar que los casos azules
operen en mejores condiciones logísticas.
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