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ENTRE MEDITERRÁNEO Y ATLÁNTICO

CIRCULACIONES, CONEXIONES Y MIRADAS,


1756-1867

Antonino De Francesco
Luigi Mascilli Migliorini
Raffaele Nocera
(Coordinadores)

Introducción
Giuseppe Galasso

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Distribución mundial para lengua española

Primera edición, FCE Chile, 2014

De Francesco, Antonino; Mascilli Migliorini, Luigi; Nocera, Raffaele


Entre Mediterráneo y Atlántico. Circulaciones, conexiones y miradas, 1756-1867 / Antonino De Francesco, Luigi
Mascilli Migliorini, Raffaele Nocera (Coordinadores); Introducción de Giuseppe Galasso
Chile: FCE, 2014
642 p. ; 23 x 16,5 cm. (Colec. Historia)
ISBN 978-956-289-123-3

© Fondo de Cultura Económica


Av. Picacho Ajusco 227; Colonia Bosques del Pedregal;
14200 México, D.F.
© Fondo de Cultura Económica Chile S.A.
Paseo Bulnes 152, Santiago, Chile

Registro de Propiedad Intelectual N° 246.316


ISBN 978-956-289-123-3

Coordinación editorial: Fondo de Cultura Económica Chile S.A. / Nicoletta Marini d’Armenia
Imagen de portada: Impresión original de mapa antiguo, cortesía de Jonathan Potter Ltd., Londres. Novissima Totius
Terrarum Orbis Tabula. Por Nicholas Visscher. Publicado en Ámsterdam, c.1679.
Revisión de textos e índice onomástico: Valerio Giannattasio
Diseño de portada: Macarena Líbano Rojas
Diagramación: Gloria Barrios A.

Este libro se publica con una contribución del “Ministero dell’Istruzione


dell’ Università e della Ricerca (MIUR)” y “Progetti di Ricerca di Interesse
Nazionale (PRIN,2009)” y con una subvención del Departamento de
Estudios Históricos de la Università di Milano.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra –incluido el diseño tipográfico y de portada–, sea cual fuera el
medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores.

Impreso en Chile – Printed in Chile

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Índice

Introducción a 1756. Giuseppe Galasso 11


Prólogo. Nuestra América, Mare Nostrum. Luigi Mascilli Migliorini 25
Prefacio. Raffaele Nocera 33

PARTE I. LA RUTA DE NÁPOLES

Un viajero en teoría. Genovesi, las utopías y América del Sur 45


Girolamo Imbruglia
Nápoles: Las Luces en el espacio mediterráneo 57
Elvira Chiosi
Carlos III: la Ilustración entre España y ultramar 73
Gabriel Paquette
Los jesuitas españoles expulsos ante la disputa del Nuevo Mundo 93
Niccolò Guasti
Las trayectorias de la “disputa del Nuevo Mundo” 109
Maria Matilde Benzoni

PARTE II. ECOS DE REVOLUCIONES

El espacio revolucionario transatlántico: una comparación historiográfica 137


Antonino De Francesco
Después de 1776. Pensar la Revolución 151
Susana Gazmuri
La crisis del Antiguo Régimen colonial. Las revueltas en la América
española en la segunda mitad del siglo xviii 171
Federica Morelli
El sueño americano: los orígenes de un imperio naciente 195
Nicoletta Marini d’Armenia
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8 ENTRE MEDITERRÁNEO Y ATLÁNTICO…

Santo Domingo en revoluciones (1789-1825) 211


Raphaël Lahlou
La Revolución de Santo Domingo 225
David Geggus

PARTE III. LIBERTAD Y CONSTITUCIÓN

De Aboukir a Ayacucho o de las guerras revolucionarias a la América


independiente. Imágenes y sensaciones 243
Claudio Rolle
De Cádiz a la América del Sur: el viaje de una ilusión constitucional 255
Juan Luis Ossa Santa Cruz
Algunas reflexiones sobre las Cortes de Cádiz y la contribución de
los delegados hispanoamericanos 279
Marta Lorente Sariñena
Influencias del constitucionalismo inglés en el Mediterráneo 299
Diletta D’Andrea
Leandro Miranda al servicio de la República de Colombia: aventuras
periodísticas y diplomáticas 313
Daniel Gutiérrez Ardila
La “guerra civil borbónica”. Crisis de legitimidad y proyectos nacionales
entre Nápoles y el mundo iberoamericano 341
Carmine Pinto

PARTE IV. HACIA NUEVAS NACIONES

República y Federalismo en América del Sur, entre la Monarquía


hispánica y las revoluciones de Independencia 363
Gabriel Entin
Dictaduras temporales, bonapartismos y caudillismos 393
Raúl O. Fradkin
Latinoamericanos en Europa 421
Rosa Maria Delli Quadri
Londres, capital del exilio mediterráneo. Un estudio comparado entre
la comunidad española y la italiana (1823-1833) 437
Viviana Mellone
Buenos Aires, capital independiente 457
Valerio Giannattasio

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ÍNDICE 9

Los desafíos de la justicia republicana. Profesionalización e independencia


de la judicatura en Chile y Perú durante el siglo xix 477
Pauline Bilot y Pablo Whipple
La larga transición de la esclavitud a la abolición 501
Luigi Guarnieri Calò Carducci
Inserción y dinámicas del sistema hispanoamericano en el circuito
del comercio atlántico 519
Amedeo Lepore

Referencias 545

Índice onomástico 631

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Santo Domingo en revoluciones
(1789-1825)

Raphaël Lahlou
Traducción de Marcelo Iturrieta

Los dramas que desgarran a Santo Domingo en los últimos años de


la monarquía francesa (1789-1791), y luego bajo el Consulado de
Bonaparte, se explican en parte por el impacto del movimiento revo-
lucionario que agita a Francia continental a partir de 1789… pero
también, sin duda, por sus efectos públicos, políticos y morales a nivel
local, así como por un profundo quiebre, tanto humano y social, así
como estrictamente demográfico entre negros y blancos. Si bien la isla,
la perla de las colonias francesas en decadencia, aún seguía estando
bien en esta fecha, como lo indica (volviendo con posterioridad a los
acontecimientos) Médéric Louis Elie Moreau de Saint-Méry en sus dos
grandes series de obras (publicadas entre 1796 y 1798), el conjunto co-
lonial de la Corona de Francia era ya un mundo en crisis, y sobre todo:
un dominio ampliamente amputado después de la desastrosa guerra
de los Siete Años terminada en 1763. Por lo tanto, para comprender
la realidad de la revolución “negra” de Santo Domingo, la creación
violenta y progresiva de la República haitiana, es necesario pues, antes
de cualquier posible análisis, dimensionar los diversos parámetros lo-
cales e internacionales que provocarán esta crisis de envergadura. Por
último, en lo que concierne a las elecciones de Bonaparte, delimitar lo
que fueran sus ideas coloniales y su verdadero proyecto “americano”.
Iniciado contra el movimiento de 1789 y, al mismo tiempo, a favor
del espíritu de 1789, según las comunidades y los beligerantes, pero,
finalmente proseguido por las poblaciones negras con gran obstinación,
el ímpetu de revuelta haitiano no está exento de ambigüedades. Si bien

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212 ENTRE MEDITERRÁNEO Y ATLÁNTICO…

la isla alcanza su independencia luchando en última instancia contra


Bonaparte, esta independencia, iniciada en 1791, adquirida en 1803,
no será reconocida sino por Carlos X en 1825: en el corazón de toda
la crisis, se encuentra además la cuestión, compleja, de la esclavitud…

Una figura del “colonialismo francés”:


Moreau de Saint-Méry y su obra

Moreau de Saint-Méry, con quien iniciamos nuestra exposición, amerita algunas


consideraciones y detalles de presentación antes de centrarnos en su obra. Nacido
en 1750 en la Martinica y muerto en París, en 1819, Moreau de Saint-Méry es
un miembro inf  luyente de la sociedad criolla: fue una de las figuras centrales de
la política colonial de su tiempo, desde inicios de los años 1780 hasta 1800. Era
tanto un reformador como un firme monarquista. Emigrado en 1792, una gran
parte de su obra fue editada en Estados Unidos, en donde entabló amistad con
Talleyrand. Desde los primeros momentos de la Revolución francesa y hasta su
partida a Estados Unidos, fue un publicista considerable y una figura política que
se opuso, con energía y talento, aunque terminó fracasando, a las demandas de
abolición de la esclavitud interpuestas ante la opinión pública y ante los órganos
parlamentarios por los miembros activos, también talentosos, de la Sociedad de
los Amigos de los Negros. Ante las instancias parlamentarias nacionales, Moreau
no logró hacer adoptar su visión en 1791. Sin embargo, cometeríamos un error
si viéramos en este actor de primer plano y gran trayectoria una mente estrecha o
brutal. Al servicio de Bonaparte, en los estados de Toscana, supo cumplir una obra
legislativa y jurídica considerable (principalmente en materia judicial y a favor de
la población judía). Fue destituido en 1806 por no haberse atrevido a utilizar la
represión y la fuerza militar en contra de las revueltas populares. Este hombre,
muy ligado a Barbé-Marbois (el ministro cuyo nombre pasó a la historia por la
venta de la Luisiana, pero que, con Luis XVI que la aprobó, hizo además una ca-
rrera administrativa y muy reformadora en Santo Domingo), además de masón,
vivió en una situación de gran dificultad financiera con el regreso de los Borbones
al trono de Francia. Luis XVIII, informado por algunos de los amigos más cerca-
nos del exadministrador y escritor, encargó comprar el conjunto de sus archivos
y manuscritos por la suma de 15.000 francos. Sus principales obras sobre Santo
Domingo se volvieron a publicar en Francia en 1958, y el principal responsable
de la reedición fue el sabio y gran historiador de la Marina, Étienne Taillemite.
Luego de evocar a Moreau, refirámonos brevemente a su obra. Esta se compo-
ne de un conjunto consagrado a la legislación y a la jurisprudencia ligada a Santo

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SANTO DOMINGO EN REVOLUCIONES (1789-1825) 213

Domingo: una suma en seis volúmenes de textos legales, sentencias o decretos. Se


trata de una compilación y no de un proyecto con una explícita finalidad crítica,
aunque de voluntad reformadora, patrocinada entonces por el Ministerio de la
Marina, para el primer libro, que tiene por título Les lois et constitutions des colo-
nies françaises de l’Amérique sous le Vent [Las leyes y constituciones de las colonias
francesas de América bajo el Viento], establecido y publicado de 1784 a 1790.
Esta reforma, legislativa y colonial, condujo a Santo Domingo a una provechosa
especificidad institucional bajo la forma de una autonomía asegurada por la élite
colonial. La obra es en sí misma importante por el momento en que se publicó
(en la víspera de la revuelta del verano de 1791). Esta tentativa de reforma ad-
ministrativa y de reorganización del conjunto del sistema colonial, promovida
principalmente por el ministro Choiseul desde 1761, decaía desde hace treinta
años cuando sobrevino la Revolución. En aquel momento, sin estar ligado a la co-
rriente de los ideólogos (en la cual se hallaba por ejemplo uno de los inspiradores
de Bonaparte en aquel entonces, el abad Raynal), el criollo Moreau de Saint-Méry
estaba directamente conectado al círculo de la residencia de Massiac, que agrupa-
ba a los principales opositores de la sociedad colonial y blanca, contraria a las ac-
ciones antiesclavistas de la Sociedad de Amigos de los Negros. Moreau de Saint-Méry
fue uno de los más claros representantes intelectuales que aspirara a un doble
objetivo: una tentativa de refundar las instituciones coloniales en vigor en Santo
Domingo y la mantención del modelo económico fundado en una lógica esclavis-
ta, organizado de larga data en la isla y en una parte importante del dominio de
ultramar de la Monarquía. El hecho más notable, si no el más importante, sigue
siendo también que Moreau de Saint-Méry se hallaba imbuido de la Ilustración
y que su obra posee una franca vocación enciclopedista, como lo demuestran los
volúmenes de su Description de la partie française de Saint-Domingue [Descripción
de la parte francesa de Santo Domingo], redactados en el exilio, entre 1796 y
1798 y publicados por lo tanto en Estados Unidos, en Filadelfia. Su Description
pertenece claramente al género “topográfico” y ofrece un panorama general de
la colonia, de sus costumbres y habitantes, de su economía y de sus recursos, y
luego una descripción tanto de sus diferentes barrios como de sus parroquias. Esta
mina de informaciones, publicada en plena revuelta de la colonia por un exiliado
voluntario que había vivido allí varios años, sigue siendo una fuente primordial
para delimitar los lugares y los hombres antes de las revueltas de 1791 y antes de
la guerra revolucionaria que condujera a la independencia haitiana.
Como comprenderán, en un espacio tan breve como este nos resulta difícil
citar largos extractos de la Description, pero tampoco descuidaremos la necesidad
que tenemos de hacer referencia directa tanto a la obra como a su autor. Notemos
que mientras tienen lugar los inicios del torbellino revolucionario en Francia, entre
1789 y 1791, Santo Domingo experimenta graves enfrentamientos comunitarios.

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Estos últimos dividen a las comunidades blanca, negra y mestiza de la isla, prin-
cipalmente al interior de las asambleas provinciales acerca de la cuestión del reco-
nocimiento de los derechos de representación, de voto y de propiedad, mientras
por otro lado la isla sigue siendo el primer productor mundial de azúcar y uno de
los primeros de café. Junto a toda la exasperación nacida de los debates acerca de
la esclavitud, así como el juego diplomático y político ambiguo de los colonos, en
ocasiones ellos mismos divididos, y de los esclavos y mestizos, libres o no, aparece
la demanda de autonomía respecto de Francia y la llamada a los ingleses o a los
españoles. El conjunto de este contexto difuso y convulsionado es testigo del inicio
del movimiento de revuelta en la isla, principalmente de la insurrección del verano
de 1791. En realidad hubo varias formas de disputas en Santo Domingo aquel año,
varias oposiciones y revueltas, lo cual también necesita que desarrollemos algunas
explicaciones.

Una isla convulsionada (1791-1801)

Si económicamente la isla es la perla colonial francesa, especialmente f  loreciente


y enmarcada por el régimen del Exclusivo,1 que se funda en un monopolio draco-
niano organizado por Colbert y solo reformado en parte entre 1767 y 1784, esto
se debe a que cuenta con establecimientos numerosos y variados, para los cuales
Moreau de Saint-Méry daba, en vísperas de los acontecimientos de 1791, cifras
precisas: 3.117 plantaciones de café, 789 algodoneras, cerca de 800 azucarerías o
incluso más de 3.000 fábricas de índigo. A ello hay que agregar tintorerías, fábri-
cas de porcelana, fábricas de ladrillos y tejas, fábricas de cacao y de destilado de
tafia, y también un ganado imponente: cerca de 100.000 mulas y caballos, junto
con 250.000 toros, ovejas, cerdos y cabras.
La economía de la parte francesa aportaba 168 millones de producciones co-
merciales y daba trabajo de manera más o menos directa a 20.000 de nuestros
marinos, sin contar los soldados, los funcionarios, los intendentes. Si bien la parte
francesa de Santo Domingo era la perla oceánica, la garante de un gran comercio
marítimo y portuario de la Monarquía en decadencia (solo la isla representaba un
tercio de nuestro comercio exterior), también es cierto que Santo Domingo es una
isla cortada en dos, geográfica y diplomáticamente, desde hace mucho tiempo y,
cortada al menos en cuatro partes social y humanamente hablando. Examinemos
el mapa geopolítico: cuando la Revolución francesa estalló, en el verano de 1789,
la parte occidental de Santo Domingo era posesión de los reyes de Francia desde
1697; la otra parte era española y también estaba bajo control borbónico, pero

1
L’Exclusif es equivalente al Monopolio español (N. del T.).

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SANTO DOMINGO EN REVOLUCIONES (1789-1825) 215

bajo el escudo del rey Carlos IV y no del de Luis XVI. Paradójicamente, es el


contexto revolucionario el que desató la gran crisis en la isla y, al mismo tiempo,
aseguró, al menos en principio, si no de manera absolutamente efectiva, el control
del conjunto del territorio insular por los franceses, no solo de aquellos garantes
del sistema monárquico, sino que también en beneficio del gobierno del Direc-
torio (1795).
Lo que sucede es que las noticias revolucionarias venidas desde Francia entre
1789 y 1794 lograron sembrar ambigüedades, fermentos de división e incluso
rupturas radicales entre los diversos habitantes de la isla. Para comprender la mag-
nitud y la naturaleza de estos choques sucesivos, hay que describir brevemente a la
población, sus divisiones y su real situación. De hecho, la población experimentó
relaciones internas muy conf  lictivas y los lazos con Francia continental (la Metró-
polis) eran también muy tensos. Además, el conjunto de la isla permaneció duran-
te mucho tiempo cortado en dos porciones, la parte española fue cedida a Francia
por Madrid con bastante posterioridad, solo una vez caída la Monarquía durante
un periodo de gran efervescencia en la isla. España, en efecto, cedió finalmente a
Francia la parte occidental de sus posesiones en la isla solo gracias a algunas reso-
luciones negociadas en el tratado de Basilea, en 1795 (la provincia española del
norte fue tomada en agosto de 1791), entre François Papillon y Georges Biassou
y otros jefes negros con el resto de la isla. Sin embargo, esta no fue ocupada por
Touisaint-Louverture en 1791, aunque fue directamente vinculado con Biassou,
como lo prueba una carta de octubre de 1791, sino en enero de 1801. El sobre-
nombre de Louverture venía, como se decía entre sus contemporáneos, del hecho
de que este hombre, a quien se creía nieto del rey de Dahomey (actual Benín),
“abría camino” por donde pasaba.
Los “grandes blancos”, propietarios de las grandes granjas agrícolas y los “pe-
queños blancos”, llegados más recientemente, querían hacer fortuna de manera
fácil: era un conjunto de 300.000 blancos que se envidiaba mutuamente; a estos
hay que agregar 30.000 negros libres y mestizos libertos, muy enriquecidos, pro-
pietarios de un cuarto de las propiedades cultivadas e inmobiliarias, y, por último,
a cerca de 500.000 esclavos explotados. Entre 1697 y 1791 el número de blancos
se volvió cuatro veces mayor, el de los libertos se multiplicó por sesenta y el nú-
mero de esclavos por cien.
A partir de los primeros ecos de la Revolución de 1789 acaecida en París y en
las provincias de la Metrópolis, la crisis estalló. Esta se manifestó primeramente
entre los grandes blancos y los pequeños blancos, también llamados “blancos rús-
ticos”, y se cristalizó debido a las escasas posibilidades de voto otorgadas por la
Asamblea Constituyente de la nación francesa a una pequeña parte de los libertos,
principalmente en las asambleas locales. En esta isla, transformada en polvorín
por causa de la mala acogida que allí tuvieron las ideas de 1789, mientras blancos

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y mestizos se organizaban para que estas retrocedieran o para aplicar algunos de


sus principios (desatando operaciones militares opuestas entre sí), estalló, en la
primavera de 1791 y dando un freno a estos ideales, el levantamiento de esclavos
de fines de agosto de 1791. Se sucedieron siete años de guerra interna y civil, or-
questadas masacres por parte de los esclavos, cuyos gritos de guerra eran “¡Corten
cabezas! ¡Quemen casas!”. En 1791, una parte de los blancos abandonó la isla y
buscó refugio en Francia, pero también en Estados Unidos, más cercano. Otros
permanecieron en la isla para luchar, pero ya estamos asistiendo, por parte de la
masa de negros, a una verdadera campaña militar a mano armada para rechazar la
esclavitud. Las intervenciones española (desde 1793 hasta 1795) y luego inglesa
(desde 1793 hasta 1798) no cambiaron en nada este ímpetu de revuelta ni esta
voluntad nacional, de tal modo que los comisarios civiles franceses, de los cuales
el más célebre es Sonthonax, no pudieron sino abolir la esclavitud. Así, el famoso
decreto de la Convención (del 4 de febrero de 1794), por general que sea, no es,
en lo que concierne a Santo Domingo, sino una constatación de impotencia, un
estado de hecho. Debemos agregar que, por meritoria que fuera la medida, dicho
edicto liberaba, sin lugar a dudas, a los esclavos, pero en la práctica no prohibía en
absoluto la trata de negros. Por lo tanto, se trataba de un texto impuesto por las
circunstancias, muy incompleto. No tiene más que el mérito inmediato de insti-
tuir en la isla un ejército aborigen bajo el estandarte de la República francesa y de
formar oficiales, criollos y sobre todo negros, algunos de ellos llamados a un papel
relevante en los años venideros. Sin embargo, incluso después de la partida de los
ingleses (1798), la situación aún no era dominada por las autoridades francesas y
el tema espinoso de la esclavitud seguía siendo ambiguo. Desde 1791 los negros
estaban buscando su libertad y el decreto de la Convención de 1794 fue inútil en
cuanto a la contención de la revuelta, puesto que seguía siendo incapaz de instau-
rar una organización, así como un marco claro y estable y, sobre todo, duradero.
Es así como la isla de Santo Domingo pasó de la angustia de la guerra civil y
social a la lucha contra los enemigos interiores y luego exteriores de la Revolución
francesa. Desde septiembre de 1793, ingleses y españoles supieron reaccionar a
través de la ocupación de puertos y el acaparamiento del comercio: la guerra “ex-
tranjera” completaba entonces el conf  licto social, político e incluso étnico.
Los soldados mulatos y mestizos se enfrentaron victoriosamente contra los
blancos y expulsaron a los ingleses del sur de la isla. Obtuvieron importantes triun-
fos en Leogane y en Tiburón bajo el mando de Rigaud (1761-1811), sobre todo
el año 1794. Rigaud y sus hombres, sin embargo, suscitan la desconfianza de los
jefes blancos y de los militares venidos de la Metrópolis. De este modo, debido a
la desconfianza del general Étienne Laveaux, este puso en contra de Rigaud, por la
necesidad de formar tropas fuertes, la imponente figura de Toussaint-Louverture.
Después de su primera retirada de la escena, Rigaud volvió a Santo Domingo con

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SANTO DOMINGO EN REVOLUCIONES (1789-1825) 217

el general Leclerc para posteriormente ser encerrado en el fuerte de Joux, del cual
logró escapar en el mismo momento en que Toussaint-Louverture allí moría. Tomó
el poder de la isla durante un tiempo breve antes de ser a su vez derrocado y, final-
mente, dejarse morir de hambre.
Pero volvamos a Toussaint-Louverture, cuyo perfil ha sido hasta ahora solo
esbozado. Si bien el hombre era de modesta estatura (un metro sesenta y tres) y de
apariencia enfermiza, su carisma y su estatura moral eran bastante excepcionales:
este negro, llamado François Dominique Toussaint, tiene poco más de cincuenta
años (nació hacia 1743 y murió en 1803, detenido en el fuerte de Joux) y posee
algunas hectáreas y esclavos. Es miembro del grupo de negros libres, libertos más
o menos enriquecidos que deseaban ostentar un papel público, social y político.
Sin embargo, nada parecía predestinarlo a tal fin: no solo lo llamaban Louverture,
sino también “Fatras-Bâton”, el deforme, aunque poseía una fina inteligencia.
En 1791 jugó un rol discreto, aunque real, en la insurrección negra, iniciada
en las planicies del norte para luego aliarse con los españoles hasta 1794; en tres
meses, Louverture logró liberar a la provincia del norte, luchó contra los ingleses
en la región de Puerto Príncipe e incluso participó en operaciones de incursión en
los territorios de la parte española de la isla. Mientras que Rigaud, con sus tropas
de mulatos, aún mantenía sólidamente el sur, Toussaint-Louverture adquiere, en
el resto de la isla, cada vez más peso, deshaciéndose así, sin dudarlo, de buen nú-
mero de torpes jefes negros rivales. Sin embargo, los ingleses aún tenían una sólida
posición. En ese momento, entre 1795 y 1797, resurge el problema de la esclavi-
tud en principio abolida. Será protestando contra una nueva política amenazado-
ra de los republicanos de la Metrópolis (se trataba de un estricto restablecimiento
del sistema colonial y de la esclavitud; en 1797 el gobierno francés pretendía
enviar un cuerpo expedicionario y acababa de excluir de los cargos militares a los
oficiales de color) que Toussaint-Louverture radicalizó su posición.
Después de la Convención, caída poco después de la muerte de Robespierre,
se instaló en Francia el régimen del Directorio: Toussaint-Louverture pensaba que
había hecho un buen negocio, en 1795, adquiriendo la parte española de Santo
Domingo, pero ahí la ebullición también reinaba. Ciertamente, las tropas loca-
les se adjudicaban triunfos relativos en contra de los ingleses, pero en 1797 aún
mantenían una buena parte de sus bastiones y puertos. Louverture se impuso
entonces frente a los comisarios de la República francesa y trató directamente con
los ingleses, que se retiraron en 1798.
En 1800, luego de neutralizar a los diferentes clanes divididos en la isla (resa-
bios de los “grandes blancos” y de los “pequeños blancos rústicos” y sobre todo de
los grupos mestizos), deviene el líder indiscutible de Santo Domingo y luego de
imponerse de facto al resto de los jefes negros, se decide a dirigirla y organizarla,
hacerla autónoma o independiente y ¡relanzar la economía totalmente apagada de

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la antigua y f  loreciente colonia! Para ello Toussaint demuestra gran pragmatismo.


Comenzó por poner en marcha un “reglamento general de cultivos”, llamó a los
emigrados blancos para dirigir las plantaciones que les son en parte restituidas
y encargó la redacción de un documento constitucional a una comisión de diez
miembros.
Entre 1800 y mayo de 1801, Toussaint logró concretar la antigua y soñada
autonomía para las diversas comunidades de la isla. Sin embargo, a nivel ma-
cro, esta medida siguió siendo teórica, pues aún una parte de las tropas francesas
permanecía en Santo Domingo y el líder negro disponía aún de su investidura
como autoridad militar francesa y republicana. Pero este nuevo líder no estaba
precisamente solo: se apoyaba principalmente en dos lugartenientes, Dessalines y
Christophe. La isla se unificó bajo su dirección y dispuso de un ejército de cerca
de 40.000 hombres.
El hecho de que se haya vuelto un personaje central luego de su adhesión de-
cisiva a la autoridad francesa en mayo de 1794 no quita que Toussaint siga siendo
paradójico en varios aspectos. Intentemos precisar la situación antes del enfren-
tamiento con Bonaparte. Reconocido en un primer momento por Francia, utili-
zado luego por las autoridades de la República como un instrumento esencial en
su política de división del “grupo de gentes de color”, Toussaint-Louverture está
lleno de contrastes. Guiado además por una inteligencia genuina y un agudo sen-
tido de adaptación, Louverture intentó primero restablecer la economía de la isla,
que la lucha mantenida contra los españoles, los ingleses y contra los propietarios
de las plantaciones y los mulatos de Rigaud había gravemente comprometido. De
este modo, Louverture obligó a los antiguos esclavos a volver al trabajo por un
periodo fijado en cinco años, en las plantaciones que restituyó a los propietarios
blancos que volvieron a la isla bajo ciertas condiciones que podemos resumir del
siguiente modo: la ganancia de explotación de una parte de las tierras.
Poco a poco, entre 1797 y 1801, Toussaint, el “Bonaparte del Caribe”, el “pri-
mero de los negros”, tal como se calificaba él mismo en relación con Bonaparte
cuando escribe cartas exaltadas que mezclan el entusiasmo y la amenaza al “primero
de los blancos”, no sueña más que con la independencia pura y simple y, al final,
con la expulsión de los franceses. Sus posturas políticas y sus métodos se radicaliza-
ron muy rápido, a tal punto que no es exagerado hablar de una dictadura en el más
romano de los sentidos, ejercida abiertamente por Toussaint-Louverture, apoyado
en una casta militar que, en cierto plazo, derivó en una autocracia de los cuarte-
les. Algunos signos son evidentes: Toussaint supo poner en práctica una idea de
libertad en Santo Domingo, la que, una vez independiente, pasó a llamarse Haití,
pero también fue responsable del culto al poder fuerte, con tintes militares. De este
modo, cómo negar que él mismo se promulgó gobernador general vitalicio y que
se invistió a sí mismo del derecho a designar su eventual sucesor.

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SANTO DOMINGO EN REVOLUCIONES (1789-1825) 219

Sin embargo, su capacidad de organización siguió siendo brillante. Se inspiró


en parte en el sistema francés, heredado de la Revolución y organizado también
por la autoridad consular de Bonaparte, a quien toma tanto de modelo como de
contrario: de este modo, Toussaint divide la isla en seis departamentos y, por su
iniciativa, la ciudad de Gonaïves fue erigida como capital. Para bajar las tensiones,
pues no debe olvidarse que la revuelta de 1791 se inició a partir de ceremonias
vudú, Toussaint-Louverture favoreció el culto católico por sobre el vudú, quizá
por razones de piedad personales, pero también por una voluntad de estabiliza-
ción social y moral. ¿Cómo no pensar entonces que se inspiraba en Bonaparte
y en las negociaciones del Concordato? En este momento es necesario volver al
duelo entre Toussaint y Bonaparte, pero primero a los principios y proyectos de
este último.

Las ideas de Bonaparte

Después de diez años de disturbios, entre 1800 y 1801 Toussaint parecía dominar
la situación en Santo Domingo. Por otro lado, desde fines de 1789, otro gene-
ral insular, el corso Bonaparte, nuevo soberano de Francia, puso término a diez
años de agitaciones revolucionarias internas y externas en Francia. Bonaparte es un
hombre de acción, un hombre apresurado, como lo calificará en 1969, en un en-
sayo brillante, Paul Morand, quien también consagró una hermosa y perturbadora
novela corta a Haití, Le tzar noir [El zar negro] en 1926. Pero Bonaparte, que tiene
veintiséis años menos que Louverture y que pasó por una larga carrera militar antes
de volverse un maestro de la política, es también un hombre de formación inte-
lectual y de cultura libresca considerable. Además, es un hombre de una pasión a
veces fría (o de rabias lúdicas), pero capaz también de ser un jugador y, su reacción
frente a la situación de Santo Domingo se inscribirá en estas diversas formas de su
carácter y de su intelecto. Pues, si bien ha leído los escritos de Moreau de Saint-
Méry (que utilizó entonces durante un tiempo como administrador en Italia), se
halla sobre todo marcado por las ideas del abad Raynal, otra figura importante del
tiempo de la Ilustración. Bonaparte, de hecho, está inf  luenciado por las ideas de la
Monarquía y de la época revolucionaria al mismo tiempo. Se vale tanto de los ad-
ministradores del antiguo reino borbónico como de hombres nuevos. Sin embar-
go, tanto a sus ojos como a los de muchos de sus contemporáneos, la Revolución
debía terminarse, aunque encarnaba una herencia que se debe mantener y por lo
tanto conservar. Raynal (cuya obra principal data de 1770, se trata de una Histoire
philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les
deux Inde [Historia filosófica y política de los establecimientos y del comercio de
los europeos en las dos Indias]), como Voltaire, aprobaba la presencia francesa en

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220 ENTRE MEDITERRÁNEO Y ATLÁNTICO…

Canadá. Bien sabemos hasta qué punto la pérdida de Canadá, en 1763, condujo a
Choiseul a favorecer la conquista francesa de Córcega. Bonaparte no podía igno-
rarlo. La otra tesis de Raynal, que Bonaparte tampoco debía desconocer, consistía
en que, para el autor, Francia había cometido un error al ceder Luisiana a España
en 1762: esta concepción política en Raynal encontrará de nuevo en la opinión
pública de 1800 un eco correspondiente a una crítica generalizada del reino de Luis
XV. Sin embargo, Raynal, en su lógica americana, asignaba un gran precio tanto a
la Luisiana como a Santo Domingo y a las Antillas. De este modo, se esboza una
voluntad de reorganización y de reapropiación de las colonias francesas perdidas
del Atlántico hasta el Caribe. Esto respondía también a una necesidad económica,
agravada, luego del reino de Luis XV y de la Revolución, por la desorganización
de nuestra Marina.
Así, más allá del aspecto crítico e ideológico de las visiones de Raynal y de al-
gunos otros autores, Bonaparte deseaba profundamente que Francia recuperara en
el mar la inf  luencia que había perdido y, era en América, desde las Antillas hasta el
Caribe (probablemente con la inf  luencia de Josefina, aunque la de figuras guber-
namentales y políticas como F  leurie y Barbé-Marbois, o incluso el cónsul Lebrun,
por ejemplo, era más importante), que el Premier esperaba encontrar los medios
para hacerlo, reanudando, en resumen, la política colonial y marítima de la Monar-
quía, único medio seguro de contener a los ingleses. Era necesario concretar estas
ideas, estas ambiciones. Para eso, las decisiones coloniales debían estar avaladas por
leyes especiales (como lo estipulaba la Constitución del Año VIII, poco después
del 18 Brumario, en su artículo 91). Que los representantes coloniales ya no fueran
tolerados en las asambleas nacionales (los electos blancos o criollos) no frenaba
completamente los lobbies coloniales. Según el círculo de Bonaparte y el de los
otros cónsules, era necesario tener en cuenta los principios de los medios mercanti-
listas y también una obligación casi mesiánica de la herencia de 1789. Por lo tanto,
lo que importa, junto a futuras operaciones en Luisiana, devuelta secretamente por
España y aún lejos de ser vendida a Estados Unidos –recordemos que la Luisiana
francesa tenía cerca de 1.700 km2, y que abarcaba parcial o totalmente 21 de los
50 estados actuales de Estados Unidos –, era retomar las riendas de la situación
en Santo Domingo, puesto que algunos rumores comienzan a agitar a los medios
diplomáticos acerca de una posible cesión de la F  lorida española a los franceses.
Santo Domingo, colonia f  loreciente por sus exportaciones antes de 1791, estaba
también en el centro de una gran jugada oceánica estratégica ¡por su posición clave
frente al golfo de México! Se trata de un Imperio francés de América que fracasó
por el desprestigio de la Monarquía en Luisiana y en Canadá, que podría recons-
truirse entre Santo Domingo, F  lorida y Luisiana (recordemos que Napoleón, en
Santa Elena, aún planeaba establecerse en Luisiana o en México). ¿No era más que
un sueño? ¡Para nada! Sin embargo, ¡este sueño fracasará!

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SANTO DOMINGO EN REVOLUCIONES (1789-1825) 221

La reacción militar francesa y la ruptura final

Provisoriamente en paz con Inglaterra y por lo tanto con el Atlántico libre de


conf  lictos, las tropas francesas desembarcaron en Santo Domingo en febrero de
1802. El primer objetivo era restaurar la autoridad francesa en el conjunto de la
isla. En segundo lugar, se trató de orquestar, bajo las órdenes civiles de un pre-
fecto colonial, Pierre-Clément de Laussat, y bajo la autoridad militar del general
Victor, una verdadera operación de reconquista en Luisiana. Nos referimos a la
famosa expedición de F  lessingue, cuyo verdadero objetivo era navegar hacia Nue-
va Orleans. Santo Domingo fue la cabeza de un gran proyecto de reconstrucción
del Imperio francés de América, un primer escalón fundamental. La magnitud
de los medios desplegados en Santo Domingo, tal como el abad Garnier, en su
pertinente obra Bonaparte et la Louisiane [Bonaparte y la Luisiana] lo demostró,
prueba que en el verano y el otoño de 1802 los proyectos americanos de Bonapar-
te eran expansionistas y obedecían a un vasto esfuerzo colonial. Al menos desde
un punto de vista militar, la campaña de Santo Domingo no fue prematura. Sin
embargo, no se había previsto una derrota. El reclutamiento francés de tropas en
Santo Domingo era masivo, de 250.000 hombres, entre los cuales se contaban
tropas polacas venidas del ejército del Rin, de las cuales varias se aliaron con los
rebeldes haitianos y pasaron a formar parte de la población local de la isla. Las
tropas parecen haber sido escogidas, de manera totalmente predeterminada, entre
los efectivos de los ejércitos franceses del Norte y del Rin por su tenacidad en la
lucha. Quizá debamos interpretar que esa fue una de las causas de nuestra derrota
final, debido esencialmente a una devastadora epidemia de fiebre amarilla, poco
conocida en las riberas del Rin. Además, deben hacer frente a una intensa guerri-
lla, mezcla de emboscadas y de incendios.
No obstante, entre abril y mayo, la experiencia militar francesa logró im-
ponerse. Uno a uno, los generales negros se rindieron. Una tregua, en mayo de
1802, permitió a Toussaint-Louverture, fuertemente acorralado, respirar. Luego
declaró su rendición y se retiró a sus tierras. El 7 de junio de 1802, mientras todos
los generales negros se habían sometido desde abril a pesar de una encarnecida
resistencia las primeras semanas del desembarco francés, Toussaint fue detenido
por sorpresa luego de fuertes sospechas que lo acusaban de mantener aún pode-
rosas redes hostiles a los franceses. Este arresto se produjo a pesar de los com-
promisos asumidos al momento de la rendición hecha en mayo; sin demora, fue
transportado en barco y deportado a Francia, donde morirá de frío, en prisión,
en 1803. Su captura no perturbó a los generales, que los franceses mantuvieron
en sus grados, y su muerte no causó ninguna agitación en la isla. Sin embargo,
la situación cambió radicalmente en detrimento de Francia. También es verdad
que los jefes de Santo Domingo pasaron bastante tiempo ocupados disputándose

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222 ENTRE MEDITERRÁNEO Y ATLÁNTICO…

el poder. El papel esencial de Toussaint-Louverture no fue celebrado en Haití


sino varios años más tarde.
Sin embargo, para la fecha en la que Leclerc, cuñado de Bonaparte, obtuvo la
rendición de los jefes de la rebelión negra, era posible creer que todo le sonreía a
los ambiciosos proyectos del primer cónsul: Santo Domingo fue reconquistada y
la Luisiana no tardó en volver a la órbita de Francia. ¡Bonaparte puede considerar
su sueño realizado! Sin embargo, ¡no faltan las derrotas! Leclerc se mostró, a pesar
de algunas habladurías, a la altura de su misión militar así como de su misión
como administrador (reimpulsó la economía de la isla y retomó el Reglamento
acerca de los cultivos perfeccionado por Toussaint, aunque su trabajo también es
difícil –por la falta de provisiones y de logística, por debilidad de las tropas, y por
un estado sanitario cada vez más penoso, producto del cual morirá–. Sin embargo
su trabajo fue notable, comparable en varios aspectos al de Bonaparte en Egipto).
Si la situación se volvió trágica para Leclerc –muerto a principios de noviembre
de 1802– y sus sucesores fue por causa de los ingleses, quienes para asegurar pri-
mero su nuevo despliegue en el Mediterráneo, volvieron al Atlántico y al Caribe
una vez rota la “falsa paz” de Amiens: serán capaces de cualquier cosa con tal de
que sea definitiva la renuncia de Bonaparte al “sueño oriental” (en Egipto o en el
resto del Oriente, desde la India hasta Persia y Turquía) y, naturalmente, a todo
proyecto americano o caribeño que amenazara su situación comercial. Recorde-
mos que la esclavitud no está en tela de juicio sino indirectamente al momento
de nuestra derrota en Santo Domingo, a pesar de la mantención de una parte de
nuestras colonias en 1802: el 25 de diciembre de 1799 una proclamación consular
de Bonaparte declaró irreversible la abolición de la esclavitud en Santo Domingo
y, en marzo de 1801, Toussaint-Louverture fue nombrado primer agente de la
República francesa porque había, voluntariamente, ultrapasado sus instrucciones,
en enero de 1801, al ocupar la zona española, lo que conducía a una ruptura
de hecho en materia de derecho colonial, pues este dependía directamente de
París. Recordemos también que la libertad de los negros fue proclamada por los
cónsules en su declaración a los habitantes de Santo Domingo: la esclavitud será
definitivamente abolida.
Si la situación cambió poco antes de la muerte de Leclerc fue porque las po-
blaciones de Santo Domingo se enteraron del restablecimiento de la esclavitud en
la Guadalupe (en el marco de la expedición de reconquista dirigida por el general
Richepanse). La Guadalupe, sin embargo, no estaba incluida en la ley de mante-
nimiento de la esclavitud de 1802. Por lo tanto, el miedo de un retorno al antiguo
orden, a pesar de los deseos de Leclerc, inf  luyó en la nueva insurrección de 1802.
Además, la fiebre amarilla destruyó, junto con el paludismo, a las tropas francesas
entre abril y octubre: los combates no fueron los principales responsables de las
pérdidas militares francesas, incluso aunque Leclerc no logró más que un desarme

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SANTO DOMINGO EN REVOLUCIONES (1789-1825) 223

parcial de los agricultores negros. Finalmente, la última causa de la derrota de Bo-


naparte fue la ruptura de la Paz de Amiens, en 1803. Luego de ello, los franceses
que habían podido resistir fueron tomados por sorpresa, bloqueados en los puertos
de la isla por la f  lota inglesa. Como dijimos, la fiebre amarilla mató a 15.000 o
incluso, según las fuentes, hasta a 19.000 de nuestros soldados.
La expedición a Santo Domingo se saldó, por lo tanto, con una derrota dra-
mática cuyo propio jefe, el general Leclerc, morirá, el 2 de noviembre de 1802, sin
haber capturado a todos los cabecillas negros ni restablecido el Exclusivo, es decir,
el principio esencial de la economía colonial. Su reemplazo por Rochambeau,
quien impuso una impotente política del terror, impidió a los franceses mante-
nerse en el poder. Un puñado de hombres, bajo las órdenes del general Ferrand, se
mantuvo hasta 1808 en la parte española, después de que Dessalines fuera derro-
tado en 1805. Barquier tuvo la ciudad Santo Domingo hasta 1809. A su retirada,
¡ya no quedaba ningún francés en el conjunto de la isla!, pues en la parte francesa
Rochambeau se rindió ante los ingleses desde que estos retomaron la guerra: entre
1803, 1805 y 1809, la ruptura entre Santo Domingo, cuya independencia fue
proclamada oficialmente en las Gonaïves por Dessalines y sus oficiales, el 1 de
enero de 1804 –la isla retomó entonces su antiguo nombre aborigen de Haití–, y
Francia, ¡será definitiva!
Entonces, Bonaparte fracasó, incluso habiendo vencido a Toussaint. Con pos-
terioridad, tuvo lugar en Haití un largo periodo de luchas por el poder entre los
jefes negros, mestizos y criollos: el norte y el sur de la isla se disputaron y desfilaron
imperios, dictaduras militares (general Christophe) y tentativas constitucionales;
la historia haitiana es épica, trágica y desafortunada al mismo tiempo. Reunificada
en 1820, la parte francesa se logra independizar. La época de los blancos había
terminado y se descartó la implantación polaca, presente hasta el día de hoy. En lo
que concierne a la población establecida con anterioridad al conf  licto, a partir de
ese momento quedó muy reducida, a pesar del llamado de Toussiant-Louverture y
de algunos de sus sucesores, ¡emperadores o presidentes! Al término del conf  licto
la población blanca no representaba más que una décima parte del total.
En varias oportunidades, en Santa Helena, Napoleón considerará que, produc-
to de las inf  luencias, la manera como había tratado el problema de Santo Domingo
fue su mayor error de administración, ya que estaba convencido de que habría sido
necesario llegar a un acuerdo con Toussaint-Louverture, pues Bonaparte lo estima-
ba, aunque el carácter del líder haitiano no era tan fascinante como se había dicho
en su tiempo. Después del repliegue de 1803 se planeó otra expedición que nunca
llegó a realizarse. Napoleón, consciente de sus debilidades en ciertos planos y tam-
bién del hecho de que la parte decisiva ya se había jugado en Trafalgar –batalla que
condenó al antiguo imperio colonial heredado de la Monarquía–, en 1805 declaró
a Les Cases, en Santa Elena: “El sistema colonial que vimos terminó para todos;

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terminó para todo el continente europeo; nosotros tenemos que renunciar a él y


conformarnos con la libre navegación de los mares y con la completa libertad de un
comercio universal”. En cuanto a Toussaint-Louverture, démosle la última palabra,
no menos utópica que la de Napoleón: “Derrotándome, no han abatido en Santo
Domingo más que el tronco del árbol de la libertad de los negros, este volverá a
crecer desde las raíces porque estas son numerosas y profundas” (palabras pronun-
ciadas por Toussaint al general divisionario francés Jean Savary en el momento del
embarco del futuro cautivo de Joux en la fragata La Créole).
De un sueño a una utopía, ¿fue esta acaso la idea final de Napoleón? Sin duda.
Pero es conveniente no caer en la tentación de hacer de Napoleón este “conquista-
dor profético”, según la bella y rigurosa expresión de Eric Ledru, un mundialista
actualmente a la moda. En cuanto a la independencia de la República Haitiana,
adquirida hace más de veinte años atrás, esta no fue reconocida por los franceses
sino hasta 1825, por el rey Carlos X. Una onerosa indemnización (150 millones,
luego bajada a 90 millones en 1838) se pagó hasta 1883 a los colonos despojados.
Pero, como dice Kipling, esto es “otra historia”.

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