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Cuerpos que importan.

por Arturo Caballero


Artículo publicado el 05/03/2015

A Michel Foucault le interesó sobremanera


el poder performativo del saber científico sobre los cuerpos. EnHistoire de la
sexualité(1976), señaló que el biopoder, el poder sobre la vida, se desarrolló desde el siglo
XVII a través de dos modalidades que se yuxtaponen. La primera se ocupó del cuerpo como
máquina (educación del cuerpo, desarrollo de aptitudes, incremento de su rendimiento y
docilidad, inserción del cuerpo en sistemas de control) que conjuntamente configuran una
anatomopolítica del cuerpo humano. La segunda, formada hacia la mitad del siglo XVIII, se
enfocó en el cuerpo-especie (regulación de la mortalidad y natalidad, nivel de salud pública,
longevidad, etc.) y está controlada por una biopolítica de la población. En Histoire de la folie
à l’âge classique (1961) y Naissance de la clinique (1966), Foucault analizó cómo la
psiquiatría y la medicina, respectivamente, construyeron sus objetos de estudio que
simultáneamente eran resultado y fundamento de un sistema de exclusiones, es decir,
resultado en tanto fueron originados dentro de un saber científico, y fundamento porque se
emplearon para diferenciar fronteras disciplinarias.
Sin embargo, si el autor de Surveiller et punir (1975) fuera testigo de esta época, convendría
con nosotros en que hoy la biopolítica del saber científico está siendo desplazada por
biopolítica de las industrias culturales. En primer lugar, porque aquella ya perdió su «encanto
seductor», es decir, sus propósitos son explícitos o fácilmente reconocibles. En cambio, la
cultura de masas ofrece placer anticipado, inmediato y sin restricciones. En segundo lugar, el
capitalismo, que tuvo en el saber científico un aliado estratégico, ahora viene prescindiendo
de sus servicios en favor de las industrias culturales. Quizá, luego de observar este
panorama, Foucault hubiera abandonado el análisis del saber científico y avanzado sobre el
análisis de la cultura pop. Y tal vez Roland Barthes abordaría el cuerpo en
nuevas Mythologies.
Desde que la cultura de masas fijó el cuerpo como un territorio a conquistar, sus
representaciones han variado significativamente. Los certámenes globales de belleza, los
torneos deportivos, la industria pornográfica, el reggaeton y la cultura fitness nos
demuestran que el cuerpo es mucho más que su materialidad. Estas son las nuevas áreas
disciplinarias donde se evidencia el poder performativo de las industrias culturales sobre el
cuerpo. En pleno apogeo del hedonismo posmoderno, el culto al cuerpo es uno de los
grandes credos de la cultura pop. Por ello es que las industrias culturales están tanto o más
interesadas que las ciencias en disciplinar el cuerpo.
Si la Realidad es el gran sistema semiótico, el Cuerpo bien puede ser el segundo. El cuerpo
es hoy un territorio en disputa en parte porque, así como la realidad, el cuerpo es objeto de
interpretaciones y transformaciones. La industria del espectáculo lo erotiza, el deporte lo
reviste de un aura sagrada, la publicidad racializa su imagen, la religión lo convierte en
templo, la pornografía lo comercia. Todos son discursos que disciplinan el cuerpo.
Los cuerpos disciplinados son objeto de veneración. El culto al cuerpo joven posterga la
pregunta por el futuro, pues el presente es el tiempo que lo domina. Es tal su influencia que
no solo se empeña en retrasar el envejecimiento sino en apresurar el advenimiento de la
juventud. La maduración precoz de los cuerpos infantiles devenidos adolescentes y de
inmediato jóvenes se acentúa conforme el cuerpo joven modela formas de pensar, sentir y
actuar cada vez más determinantes en la vida pública y privada.

Celebridades del deporte, la farándula y el espectáculo en franco declive profesional


compiten en realities juveniles contra rivales que aparentemente no están a su altura. Sin
embargo, la lógica de esta competencia no tiene como propósito consagrar a figuras
anteriormente exitosas en su actividad, sino, al contrario, exponer la decadencia de sus
cuerpos en contraste con el ascenso de otros, desconocidos, inexpertos, vacuos, apolíneos,
dóciles, explícitamente heterosexuales y más jóvenes. Estos son los cuerpos que importan a
las industrias culturales hegemónicas.
La finalidad del rigor físico impuesto a los cuerpos es garantizar la supremacía de unos sobre
otros a través del combate. Se entrenan para vencer. La competencia los somete a pruebas
que confirmen o desestimen, y en consecuencia, premien, castiguen o expulsen al cuerpo en
disputa. La competencia jerarquiza los cuerpos. Físicamente exhiben los atributos que los
han hecho merecedores del triunfo. Otros compensan lo físico con lo estético. Los más
afortunados conjugan ambos aspectos. De este modo, el acercamiento de los cuerpos
perfectos, triunfantes y hegemónicos es inexorable. La admiración del cuerpo joven adquiere
mayores dimensiones cuando su performance es colectiva.
El mayor obstáculo que enfrentan las sexualidades-otras (lesbiana, gay, transgénero,
bisexual) está en las representaciones del cuerpo heterosexual como determinante
categórico de un género sobre la base de un sexo. Los realities de competencia juvenil,
concursos de belleza, torneos deportivos y fuerzas armadas conciben el cuerpo como un
instrumento al servicio de la heterosexualidad normativa, es decir, de esta concepción
inmóvil por la cual sexo y género son categorías recíprocas y predeterminadas por una
condición anatómica y genética. EnGender Trouble (1990) y Bodies that matter (1993) Judith
Butler desmanteló este determinismo entre sexo y género, contraviniendo el sentido común
por el cual el sexo es lo natural y el género lo cultural, y sosteniendo que en realidad sexo y
género son construcciones discursivas, historizables y performativas, es decir, que el
discurso sobre sexo y el género es el que ha construido la correspondencia entre ambos, así
como los roles sociales que los sujetos (y sus cuerpos) deben asumir en consonancia con esa
correspondencia. Los cuerpos de las sexualidades-otras son los cuerpos que no importan a la
industria cultural hegemónica.
El cuerpo es atravesado por variadas categorías disciplinares de la corporalidad. Boxeo,
básquet, tenis, fútbol, rugby darían mucho que hablar sobre los cruzamientos entre sexo,
género, clase, nacionalidad y raza, pero en particular, sobre las determinaciones sexo-
raciales que históricamente han operado sobre los cuerpos protagonistas de esos deportes.

Estas representaciones son síntomas de discursos sobre el cuerpo al que usan para
autoafirmarse. La emancipación de un cuerpo dócil implica comprender que existen
estructuras de poder que no emplean la fuerza, por el contrario, seducen en vez de
coaccionar. La biopolítica de los cuerpos que la cultura de masas divulga a través del
entretenimiento triunfa cuando nos convence de que se trata de nuestro cuerpo, de que el
cuerpo nos pertenece, de que el zapping nos salvaguarda de ver lo que no queremos ver, de
que hay que complacer lo que el cuerpo pide.
La mejor forma de combatir esas representaciones hegemónicas es subvirtiendo los cuerpos
que importan, pues si realmente la sociedad desea un cambio, debe estar dispuesta a
contemplar, también, dentro y fuera de la pantalla, los cuerpos que no le importan.

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