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EL CAMPESINADO GRIEGO:
DE LA ALDEA A LA PÓLIS
Julián Gallego*
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Julián Gallego
la posibilidad de que en algunos casos dichos edificios hayan sido usados como
instalaciones agrícolas. Pero las pruebas no son concluyentes, y por lo general
puede que las torres encontradas hayan servido de refugio para la población local
o que directamente fueran edificios militares. De modo que a partir de estos datos
no puede concluirse categóricamente que las instalaciones pudieran haber servido
como casas en granjas aisladas. En efecto, la presencia de una torre (pyrgos) ´
puede ser una evidencia de una granja aislada sólo si se tiene en cuenta la función
y la localización de la casa, donde la torre serviría para el resguardo de las provi-
siones agrícolas, el equipo de labranza, e incluso la gente: la torre sería el elemen-
to más característico de la casa rural sólo si se asocia con factores agrícolas tales
como tierras arables cercanas, pisos de trilla y restos de equipamiento agrario9.
Sin embargo, el argumento contrario también ha sido esgrimido: según Morris,
antes de considerar que las torres rurales tuvieron un rol defensivo y comunitario
–opuesto a la seguridad privada–, es preferible tener en cuenta su carácter de asen-
tamientos residenciales y agrícolas, puesto que el uso militar de las torres requie-
re de un contexto histórico específico y un lugar explícitamente estratégico10. De
todos modos, aunque aceptemos que las instalaciones del norte del Ática forma-
ron parte de granjas, esto no permite deducir que hubieran sido usadas por los
labradores que eventualmente las poseyeron para su residencia permanente en fin-
cas aisladas. Como advierten Jameson, Runnels y van Andel11:
“Es dudoso que los usos de todos nuestros sitios puedan determinarse
con certeza. Este estado de cosas se debe en parte a dificultades de
interpretación de los datos arqueológicos, pero es en gran medida el
resultado de los usos cambiantes de los sitios mientras estuvieron ocu-
pados. Sitios de un solo componente que estuvieron en uso por breves
períodos de tiempo pueden haber cumplido varias funciones diferen-
tes. La granja con su torre puede llegar a ser una fortificación, luego
puede convertirse en un corral para los animales y finalmente llegar a
ser un lugar conveniente para los vertidos”.
Otros ejemplos también del Ática resultan más decisivos para verificar la exis-
tencia de edificios agrarios que pudieron servir de vivienda permanente de los pro-
pietarios12. Tal parecen ser los casos de la casa Dema y la ubicada cerca de la cueva
de Pan en Vari. Ambas edificaciones, debido a la distancia que las separaba de las
aldeas más cercanas, indicarían la presencia de moradas continuamente habitadas
desde las cuales sus ocupantes saldrían cada día a cultivar las tierras de las inme-
diaciones de su hogar y llevarían a pastar el ganado en las colinas contiguas13. Y
algo similar podría deducirse a partir de la llamada granja de Timesio situada en el
sur del Ática, más específicamente en la zona minera de Laurion enclavada cerca
de cabo Sunio, finca cuyo análisis se ha enriquecido gracias al hallazgo de unas
inscripciones14. Esta última hacienda se encuadraría en el contexto analizado por
Young, trabajo pionero en el estudio de las fincas aisladas de la zona de Sunio15.
Claro que en estos casos, como en otros, surge el problema adicional de saber si
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aquellos que salían a trabajar cotidianamente los campos de las granjas eran los
propios labradores o los esclavos de propietarios acaudalados16.
Las prospecciones de sitios que se corresponderían con granjas, que habrían
estado buena parte del año o permanentemente ocupadas por los labradores, han
tenido un lugar importante fuera del Ática, y también en estos ejemplos la eviden-
cia recogida avalaría la hipótesis de que la granja aislada constituyó una pauta de
asentamiento representativa de la antigua Grecia17. Se ha comprobado que, en
general, el desarrollo de esta pauta resulta un fenómeno del período clásico, aun-
que no se debe excluir la presencia de granjas aisladas ya en la era arcaica. Y se
ha afirmado, como ya dijimos, no sólo la posibilidad de que existieran tales fin-
cas, sino también que su extendida ocurrencia constituiría un patrón de asenta-
miento con rasgos propios ligado a un sistema agrícola intensivo, libre de explo-
tación y vinculado al mercado18.
Toda esta información especialmente arqueológica pero también literaria y epi-
gráfica, parece no haber sido suficiente para desalentar a los que han visto en el
asentamiento nucleado en aldeas y ciudades el modelo básico de ocupación del
territorio, rechazando la pauta de la granja aislada o restringiéndola a un epifenó-
meno circunscrito a ciertas regiones y períodos19. Así, Osborne, autor particular-
mente sensible a los matices de la documentación, ha sostenido que el modo de
residencia en el Ática y en buena parte de la Grecia continental habría sido el de
la aldea nucleada, y que la presencia de construcciones rurales no insinuaría una
pauta de habitación aislada sino un uso más intensivo del territorio. Aunque reco-
noce que en las islas las aldeas serían más bien raras, siendo más frecuentes las
granjas aisladas20. Para Osborne, el patrón ático centrado en la aldea nucleada no
se ve impugnado por el particular desarrollo del sur del Ática, que obedecería a la
demanda agrícola generada por la concentración de mano de obra esclava en torno
a la región minera de Laurion21. Con diversos matices, el modelo de asentamien-
to nucleado ha obtenido la aprobación de varios estudiosos que han seguido sus
propios juicios o que han adoptado los de Osborne: desde la era oscura, y más aún
durante las épocas arcaica y clásica, los griegos habrían vivido en aldeas nuclea-
das, lo cual haría de las viviendas rurales aisladas algo fuera de lo común22.
Pero tan resuelta como esta postura es la de aquellos que paralelamente han vuel-
to a destacar que la granja aislada constituyó la pauta principal de habitación en el
campo. Roy centra su discusión en el Contra Calicles atribuido a Demóstenes23.
Su interpretación gira en torno a la separación establecida en la oración demosté-
nica entre los vocablos tierra (khoríon) y casa (oikía), y propone que el documen-
to resulta una prueba significativa de que existían granjas aisladas en el Ática.
Langdon argumenta que el caso ateniense, al posibilitar una articulación pertinen-
te entre evidencia literaria, arqueológica y epigráfica, permite señalar con mayor
certeza que para otros casos la existencia de granjas habitadas por sus propieta-
rios, enfatizando que las expresiones griegas khoríon y agrós son las que mejor se
corresponderían con la idea de granja (farm)24. A partir de la información que
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aportan los casos de Delos y Tasos, Brunet ha reflexionado sobre los peligros de
generalizar lo que sería propio del modelo ateniense, concluyendo que la diversi-
dad sería lo característico de los paisajes griegos, contexto en el cual la pauta del
hábitat disperso resulta un factor de suma importancia25. Por su parte, Lohmann
ha verificado todo esto con nuevos datos procedentes del sur del Ática, y señala
que en esta región la pauta de asentamiento sería similar a la establecida para los
demás casos, lo cual avalaría firmemente la conjetura de que los labradores habrí-
an utilizado el patrón de residencia en granjas aisladas26.
El argumento más radical a favor del modelo de residencia aislada en el campo
ha sido el de Hanson27. Sin dejar de reconocer que hubo sectores que vivieron en
caseríos nucleados, aldeas rurales o centros urbanos (los que no tenían relación
directa con la agricultura, o los pobres que poseían pequeños lotes, o la vieja aris-
tocracia que seguía teniendo sus propiedades cerca de las ciudades), el autor sos-
tiene taxativamente que los labradores dedicados a la labranza intensiva adopta-
ron el patrón de asentamiento en su propia finca. El conjunto de la documentación
sería para Hanson prueba incuestionable de que, en lo que se refiere a los granje-
ros independientes, la preferencia habría sido la granja aislada. Esto no implica
descartar total y palmariamente la posibilidad de que una parte de los labriegos
vivieran de manera nucleada. Si bien ratifica la importancia de la vida permanen-
te en la propia hacienda, insinúa asimismo al menos tres patrones de residencia:
aldeas nucleadas, agrupamientos en caseríos de pocas familias labradoras, habita-
ción en el centro urbano de la pólis. Y así como Hanson concede lo anterior,
Osborne hace lo mismo al indicar las dos pautas de asentamiento ya vistas, según
se trate de las regiones continentales (donde predominó la aldea nucleada) o de las
islas egeas (donde prevaleció la finca dispersa). Pero además de esto, el autor traza
un balance de los factores a favor y en contra implicados en ambos tipos de resi-
dencia: habitar en granjas aisladas supone explotar extensiones compactas de
terreno usando una fuerza de trabajo más variada pero con mayores riesgos; vivir
en aldeas entraña una posesión fragmentada en la que el paisaje es trabajado
menos eficazmente, dado que los lotes cercanos reciben más atención que los leja-
nos, pero con un rendimiento más parejo a lo largo de los años28.
Preciso es concluir, pues, que el problema no radica en privilegiar un modo de
poblamiento rural sobre otro, por más que haya ejemplos en los que por una u otra
razón un modelo se halle más extendido que otro. En un cuadro general, el mode-
lo mixto parece corresponderse mejor con los testimonios y las diversas interpre-
taciones abordadas. Todo depende de los datos que se posean para cada caso; pero
aun así, no se puede dejar de reconocer el peso que tienen las interpretaciones e
hipótesis que los autores han propuesto en la presentación de sus investigaciones.
Como vimos, el caso del Ática se ha prestado a diferentes explicaciones. Según
ha señalado Burford29:
“Algunos asentamientos eran los centros culturales, sociales y admi-
nistrativos de los demos, que muy a menudo eran aldeas, como gene-
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que podían disponer de algunos esclavos –que trabajaban a la par de los compo-
nentes de la familia– los consideraban parte de la familia, más allá de que a veces
necesitaran venderlos45. Pero, en segundo lugar, esta diferencia de tamaño no
tiene que ser pensada como algo fijo e irreversible sino que podía existir una
movilidad derivada de los ciclos de vida del hogar campesino: formación con el
matrimonio, nacimiento de los hijos, adultez y partida de éstos, ancianidad y fin
de la unidad; a medida que crece la unidad puede incorporar más tierras, y cuan-
do decrece, a la inversa. Esto no debe interpretarse como la inexistencia de dife-
rencias entre agricultores ricos y pobres. Sin embargo, en el marco global la dife-
renciación podía dar paso a una equiparación, debido a la partición de las
unidades más ricas y la extinción o fusión de las más pobres. De manera que,
tanto desde el punto de vista del ciclo vital como desde la perspectiva del movi-
miento económico, las tendencias centrífugas de la diferenciación y las centrípe-
tas de la nivelación se compensaban a través de movimientos multidireccionales
y cíclicos46, fases ascendentes y descendentes que nos llevan a modificar esa
imagen fija que sólo da cuenta de los extremos del arco social, esto es, el labra-
dor pobre que suplía los ingresos empleándose como jornalero, o el agricultor
rico que poseía algunos esclavos y producía excedentes para vender en los mer-
cados. Bajo estas condiciones, la minimización del riesgo en función de hacer
frente a las necesidades de subsistencia no tiene por qué contraponerse a la maxi-
mización de la ganancia por medio de la producción y venta de excedentes. En
efecto, según los ciclos mencionados los pequeños productores agrarios podían
por momentos disponer de más remanentes vendibles, o tener una menor inser-
ción en el mercado y utilizar las reservas para hacer frente a los riesgos de ham-
bre: mientras los hogares más pobres se centraban en un sistema intensivo de cul-
tivo para asegurar la subsistencia, los más ricos adoptaban los métodos de
producción intensiva en función de conseguir una ganancia. Entre uno y otro
comportamiento había toda una gama de posibilidades, según los momentos de
los ciclos y aquellas circunstancias consideradas como aleatorias desde el punto
de vista de las economías familiares, porque carecían de capacidad de control
sobre ellas. Todo esto nos vuelve a conducir al problema de la autonomía de la
economía doméstica y su posible relación con la presencia de granjas aisladas y
dispersas. Pero como ya vimos, este tipo de asentamiento no inhibía la posibili-
dad de que los labradores participaran con sus pares de las mismas formas de vida
social, cultural, religiosa, etc., que se desplegaban en costumbres y hábitos en
común que articulaban la pertenencia a una comunidad determinada.
El análisis de la organización concreta de las comunidades agrarias de la Grecia
antigua conlleva observar los momentos de su constitución efectiva a partir de
determinadas prácticas de diversa índole, todas ellas organizadas de acuerdo con
unas pautas culturales que les conferían su sentido social preciso47. A nuestro
entender, los conceptos más apropiados para encuadrar dichas prácticas son los de
“habitus”48 e imaginario social, pues la agricultura campesina griega implicaba
tanto prácticas seculares como rituales religiosos mediante los cuales los labrado-
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res establecían una asociación entre sí al mismo tiempo que entraban en comunión
con los dioses: las tradiciones y los vínculos de solidaridad, los modos de coope-
ración y ayuda mutua, las pautas de identidad local, los lazos de amistad, son algu-
nos de los patrones sociales que colaboraban en la institución de una identidad, un
universo mental colectivo que se manifestaba de modo pleno por medio de fiestas
y celebraciones religiosas, bodas y ritos de fecundidad y fertilidad, juegos, cancio-
nes, danzas. Estas ceremonias, así como los pleitos y disputas, nos hablan de un
mundo compartido; participar de él significaba insertarse en la serie de prácticas
de sociabilidad mencionadas. De este modo, los campesinos se veían y eran vis-
tos, se reconocían entre sí como compañeros y reconocían a los otros en tanto que
extraños. Invitar al prójimo a tomar parte de la mesa era una forma de delimitar
escrupulosamente al vecino del que no lo era, pero también distinguir al buen
vecino del malo, al hombre virtuoso del corrupto. Tales comportamientos otorga-
ban relevancia a determinadas ideas en torno a lo justo y lo injusto, lo legítimo y
lo ilegítimo, elementos que nos muestran las creencias y valores morales vigentes
en las pequeñas localidades aldeanas. Eran, pues, estas prácticas de sociabilidad
las que instituían a la comunidad aldeana como tal, y no el hecho de habitar ais-
lada o conjuntamente, por más que en ciertas circunstancias esto último pudiera
tener su peso.
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vimos podía significar no sólo una propiedad agraria sino también el lugar de resi-
dencia de la familia; por otro lado, la aldea construida de acuerdo con determina-
das pautas de integración, pues las unidades domésticas no se hallaban caótica-
mente dispersas en los territorios que ocupaban; finalmente, la ciudad, que no era
una unidad indivisa sino que se hallaba integrada por aldeas en torno a las cuales
se nucleaban los oîkoi. Éstos, más allá de su autonomía, no se encontraban ente-
ramente librados a su suerte en el territorio de la pólis: entre la ciudad y la casa,
entre lo “público” y lo “privado”, se percibe el papel articulador que cumplía la
comunidad aldeana, que a diferencia del oîkos destinado a satisfacer las necesida-
des de manutención de sus integrantes mediante la producción y el consumo dia-
rios, no resolvía las exigencias cotidianas sino aquellas derivadas de la unión de
los hogares por el parentesco, los antepasados comunes, etc.
El testimonio de Aristóteles no ha tenido una aceptación unánime en lo que res-
pecta a su reconstrucción del advenimiento de la pólis, que ha sido considerada
como totalmente teórica, lo cual implicaría una mirada enteramente especulativa
acerca del proceso formativo de la ciudad. Últimamente, la percepción de los
aportes de Aristóteles para el análisis del surgimiento de la pólis ha estado marca-
da por el estudio de Demand sobre las relocalizaciones urbanas en las épocas
arcaica y clásica. Según sus dichos, el sinecismo físico es uno de sus intereses
centrales, dejando de lado en su investigación el sinecismo puramente político.
Remitiendo a las lecturas del célebre pasaje de la Política, la autora propone que
buena parte de las interpretaciones sobre los orígenes de la pólis ha girado en
torno al sinecismo físico de asentamientos aldeanos. En este sentido, si bien admi-
te la posibilidad de una explicación del texto aristotélico en clave de una unifica-
ción más política que física, concluye que el argumento del filósofo sobre la for-
mación de la pólis se debe a proyecciones anacrónicas a partir de su conocimiento
de póleis creadas en los siglos V y IV por medio de un sinecismo físico51.
Pero el sinecismo de las aldeas en la pólis no supone la desaparición de aqué-
llas. Si bien es cierto que en Aristóteles la vida katà kómas aparece como un esta-
dio más primitivo que la vida en pólis52, de esto no se deduce que el sinecismo
aludido por Aristóteles fuera necesariamente físico. Los argumentos de Hansen en
favor de un sinecismo que debe ser político y físico a la vez, dado que el sinecis-
mo puramente político sería una total ficción, y su consecuente interpretación de
las dificultades del modelo de Aristóteles en el terreno histórico, debido a lo difí-
cil que resulta hallar ejemplos de emergencia de póleis mediante un sinecismo
físico de varias kômai vecinas, no resultan para mí convincentes53. Demand, de
quien Hansen toma ciertos argumentos sobre Aristóteles, sugiere que en algunos
mitos podemos hallar elementos para entender lo que los griegos pensaban de sí
mismos. En esos relatos, las póleis creadas mediante sinecismo físico resultarían
de casos de invasión de nuevos pueblos, pero serían situaciones inusuales y no una
etapa normal en la formación de la pólis. Si Aristóteles es tributario de esas pro-
yecciones hacia atrás de eventos más tardíos, entonces debería compartir la idea
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de lo excepcional que sería el sinecismo físico, lo cual entrañaría que más que la
presunción de una unificación física lo que estaría presente en su formulación
abstracta sería la noción general de una congregación política de las aldeas54.
En esta dirección podríamos retomar aquí la interpretación de Morris del cita-
do pasaje de Aristóteles, que ha señalado cierta compatibilidad entre los argumen-
tos del filósofo y algunos de los rasgos que muestran las comunidades de los poe-
mas homéricos55. Según el autor, en el siglo VIII el despegue del estado se realizó
en muchos lugares de Grecia a partir de la generalización de los principios del
simple encuentro aldeano, lo cual explicaría por qué la pólis se parecía a una cor-
poración campesina, por qué fue persistentemente un sistema social más igualita-
rio que otros del Mediterráneo oriental y por qué de Homero a Aristóteles se la
consideró como una estructura más segmentaria que jerárquica. Donlan parece
coincidir con este razonamiento al proponer que “el estado-pólis emergió a partir
de comunidades establecidas de granjeros libres, con una antigua tradición de
derechos ciudadanos dentro del dêmos”56, lo cual supone el funcionamiento de
corporaciones campesinas en las que esas antiguas prerrogativas se manifestarían
concretamente a través de las asambleas aldeanas.
Según esta perspectiva, el modelo segmentario aristotélico acerca del surgi-
miento del estado griego tendría elementos importantes que aportarnos respecto
del análisis de este proceso histórico. En este sentido, la percepción de Aristóteles
de los albores de la pólis podría articularse no sólo con Homero sino también con
Hesíodo. El punto de articulación entre ambos residiría en la relación entre pólis,
basileía y kóme, aunque la ponderación de estos términos sea diferente en cada
caso. En efecto, los Trabajos y días permiten percibir el momento en que la aldea
es confrontada con la ciudad, contexto en el que los mecanismos aldeanos, y en
especial una imagen igualitaria de base agraria, se invocarán como pilares del fun-
cionamiento de la ciudad justa57. La Política, por su parte, asume el proceso desde
el resultado postulando la bondad de la existencia de la pólis para la vida humana
así como para sus partes integrantes: aldeas y casas.
En Hesíodo, la basileía resulta un factor singular para entender la organización
de las prácticas sociales de comienzos del arcaísmo. En efecto, la pólis hesiódica
se presenta como una comunidad comandada por los basileîs en el marco del
ágora, las disputas, las deliberaciones58. Pero ello no comporta una unidad políti-
ca, social y cultural que dé cabida plena a los campesinos sino una relación de pre-
eminencia en la cual éstos se ven obligados a gratificar a los basileîs mediante
regalos59, a partir de una función de carácter judicial en la que parecen ejercer un
arbitraje entre las partes en disputa60. Al hablar de estos árbitros con el idioma
propio de la reciprocidad61, el poeta parece destacar la alteración que esta lógica
estaría sufriendo, hecho que se suma a la perversidad con la que se caracteriza al
espacio de la pólis. Así, el aldeano observa el mando impuesto por los nobles
desde la ciudad como algo externo a su propia comunidad que es la aldea: aqué-
lla representaría una instancia de dominación sobre ésta62.
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ticipaban del gobierno de la pólis. No obstante esto, en todos los casos encontra-
mos formas de organización social que responden a la especificidad propia deli-
mitada por la presencia de la comunidad aldeana que, como conjunto conforma-
do por la articulación de unas prácticas sociales y ciertos modos de apropiación
del suelo, forjaba modalidades concretas de estructuración del espacio rural. Lo
anterior pone en claro que la aldea se hallaba en la base de los procesos sociales
de la ciudad-estado, puesto que la ciudad no puede divorciarse de su campo. Esta
extendida presencia de la aldea en la pólis implicaba una base campesina de la
sociedad88. Así pues, muchos de los rasgos agrarios típicos eran compartidos por
la mayoría de las ciudades griegas, en las que las comunidades aldeanas ocupaban
un papel central en la organización social del territorio agrícola así como en la for-
mación de un imaginario basado en costumbres, valores, pautas y conductas que
eran comunes al campesinado. La pólis, por lo tanto, se conformó morfológica y
socialmente con arreglo a la comunidad de aldea, puesto que ésta aportó a la ciu-
dad-estado su infraestructura espacial y demográfica, es decir, tanto una unidad
local con su consiguiente ordenación del territorio como el grupo humano que la
habitaba con sus formas específicas de vinculación social. Ciertamente, la confor-
mación de la pólis traería aparejada consigo transformaciones (unificando comu-
nas, induciendo migraciones, etc.). Pero, de una manera u otra, las condiciones
aldeanas seguirían operando bajo las nuevas circunstancias establecidas.
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ción. La nueva impugnación del concepto proviene del reciente análisis de Hansen
sobre su aplicación a la pólis griega, trabajo que se encuadra en los sistemáticos
esfuerzos del autor y del Copenhagen Polis Centre por establecer el sentido del
término pólis en las fuentes griegas. Hansen se propone verificar si las variables
del modelo de Sombart se cumplen en la Grecia antigua, de modo tal que el
mismo pueda seguir utilizándose en relación con el funcionamiento de la pólis110.
Sus conclusiones apuntan, obviamente, a la inaplicabilidad de dicho modelo a par-
tir de diversas pruebas que le permiten establecer: 1) que la mayor parte de la
población vivía en el centro urbano, tal vez en una proporción de 2:1 respecto de
la rural; 2) que muchos eran labradores ciudadanos que vivían en la urbe pero tra-
bajaban fuera de las murallas (en el campo), siendo amplia mayoría en las póleis
pequeñas, un sector significativo en las medianas y aun importantes en las gran-
des; 3) que, por ende, la mayoría de la población urbana no estaba constituida por
los consumidores sino por los agricultores (junto con los pescadores, artesanos y
tenderos), siendo los terratenientes que vivían de rentas una pequeña fracción de
los habitantes urbanos. Tal vez el punto más importante del argumento radique en
la generalización de ciertos resultados obtenidos por las recientes prospecciones
arqueológicas intensivas del paisaje para afirmar la idea de que la mayor parte de
la población era urbana, incluyendo al sector social, política y demográficamente
significativo de los labradores, que salían por la mañana a labrar los campos y vol-
vían al anochecer. El razonamiento a partir de los datos parece irrefutable, y ten-
dería a reforzar la idea de que la mayoría de las póleis estuvieron constituidas por
labradores ciudadanos111.
Lo que por nuestra parte quisiéramos destacar es el rol del modelo aldeano en
el contexto de lo desarrollado por Hansen, que más allá de reconocer la existen-
cia del patrón de residencia en granjas aisladas termina señalando la preponderan-
cia de la pauta nucleada de asentamiento112. En primer lugar, si en las póleis
pequeñas la población vivía generalmente nucleada –lo cual podría resultar lógi-
co teniendo en cuenta las escasas distancias entre el centro urbano y los campos
de labor–, esto podría igualmente obedecer al “carácter aldeano” de tales ciuda-
des, tanto en lo concerniente a su conformación a partir de los principios aldea-
nos según el modelo segmentario de surgimiento del estado griego como en lo ati-
nente a la semejanza morfológica entre estos pequeños estados y la estructura de
la aldea. Como hemos visto, muchas ciudades griegas nunca llegaron a ser más
que aldeas, o fueron consideradas kômai en situación de dependencia respecto de
una pólis pero que internamente reunirían todos los requisitos propios de una
pólis113, configuración que nos indicaría la vigencia de la base aldeana.
En segundo lugar, en las póleis medianas el sinecismo no siempre supuso la
erradicación de aldeas preexistentes114 –esto también sería aplicable a las ciuda-
des pequeñas en caso de haber surgido por sinecismo de varias aldeas–: en algu-
nos casos pudo efectivamente ocurrir, mientras que en otros las aldeas pudieron
conservarse. El caso de Mantinea analizado por Hansen supone, en definitiva, que
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NOTAS
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KELLER & WALLACE (1988), para Caristia en Eubea; BRUNET (1990), para Delos; CHERRY,
DAVIS & MANTZOURANI (1991), 285-98, aunque con reservas, para el Norte de Ceos. En su
estudio del caso de Olinto, NEVETT (1999), 36-37, 83-85, 95-98, 151-52, se centra en el
ámbito del oîkos y lo relaciona con algunas de las granjas mencionadas. MORRIS (2001),
para Leucas, reafirma fuertemente el patrón de residencia aislado. Cf. la reciente síntesis
de WHITLEY (2001), 376-99.
ˇ
18. Al respecto, PECIRKA (1973), 114; VAN ANDEL & RUNNELS (1987), 164-65; JAMESON
(1990), 94-95; JAMESON, RUNNELS & VAN ANDEL (1994), 381-94; HANSON (1995), 127-78.
ˇ
19. PECIRKA (1973), 115-22, ya había hecho esta comprobación al sintetizar las posiciones sos-
tenidas en torno al asunto, postulando la necesidad de analizar la granja aislada como un tipo inde-
pendiente de establecimiento. Cf. por ejemplo, explicaciones tan disímiles como las de SEMPLE
(1931), 539, y FINLEY (1952), 62, que no obstante coinciden en afirmar que la población rural no
vivía en sus propias granjas sino en aldeas (los labradores) o ciudades (los terratenientes).
20. OSBORNE (1985a), 17-42, 190-95; (1985b); (1987), 53-74; (1992); (1998), 82. Cf. sin
embargo CHERRY, DAVIS & MANTZOURANI (1991), 327-47, que encuentran que en el Norte
de la isla de Ceos, en el territorio de lo que fue la pólis de Coreso, el patrón de residencia
aislado no fue necesariamente el predominante. Dado el reducido tamaño de dicha pólis, la
residencia permamente se dio en el marco del centro urbano y no en aldeas. Y lo mismo
señala el propio OSBORNE, en CHERRY, DAVIS & MANTZOURANI (1991), 319-25, en el análi-
sis de la evidencia epigráfica referida a Cartea, otra de las cuatro póleis que se desarrolla-
ron en la isla de Ceos. En ambos trabajos se reconoce que la relación entre las póleis y sus
respectivos territorios variaba de una pólis a otra.
21. Cf. OSBORNE (1985a), 31-34, que examina la hipótesis de Young respecto de las fin-
cas de Sunio.
22. Cf. HUMPHREYS (1978), 130-35; GALLANT (1982), 118-19; DONLAN (1985), 301-2;
MORRIS (1987), 5; WOOD (1988), 102. Véase asimismo HODKINSON (2003), 140-41;
JAMESON (1990), 93-94.
23. ROY (1988). En su análisis el autor se refiere a OSBORNE (1985a), 17-18. ROY (1996)
ha vuelto sobre el problema de las granjas aisladas con nuevas críticas a Osborne a partir
de los datos que brinda el teatro ateniense, en especial, el ejemplo ya visto de la Electra de
Eurípides y las comedias de Menandro. Ver DEMÓSTENES, Contra Calicles (LV), 3-4; 10-16;
20-21; 23-26; cf. PLATÓN, Leyes, 844c; TEOFRASTO, Caracteres, 4.
24. LANGDON (1991). Respecto de la interpretación de la terminología referida a la granja es
de notar la divergencia de opiniones o traducciones sobre el vocablo agrós. Considérese el caso
de los pasajes de TUCÍDIDES (II, 14, 2; 16, 1) en los que se dice que los atenienses habían vivido
en toîs agroîs. ¿Se trata de una referencia general que deberíamos traducir “in the fields”, o más
técnicamente “in the country” –como dice BURFORD (1993), 59–, aunque sin descartar la posi-
bilidad de que la expresión implique que muchos de los agricultores atenienses no vivían en
aldeas sino en su tierra? ¿O se trata, más resueltamente, de traducir la palabra agrós como gran-
ja, e interpretar en consecuencia que el pasaje significa “in the farms” –como argumenta
HANSON (1995), 453 n. 6–? Para OSBORNE (1985a), 20 y n. 17, cuando en los textos epigráficos
(cf. Inscripciones Graecae, I3, 427, 70) aparece la palabra agrós, lo hace con el sentido de “in
the country”. Cf. JONES (2004), 42-44. El problema sigue abierto a las exégesis.
25. BRUNET (1992), comentario crítico de OSBORNE (1985a); (1985b); (1986); (1987); (1988).
26. LOHMANN (1992), con una discusión posterior entre el autor y Osborne. El propio OSBORNE
76
Julián Gallego
(1996), a diez años de haber escrito su libro (1987), ha respondido a todas las críticas que acaba-
mos de exponer en un artículo destinado a ponderar las propuestas por él sostenidas.
27. HANSON (1995), 50-60; cf. (1998), 44-48, 214-17.
28. OSBORNE (1987), 68-70; cf. (1996), 59-60, donde el autor insiste, ante las críticas que
sus análisis han recibido, en que lo suyo no supone un modelo exclusivo sino que se trata en
todo momento de atender a la variedad de situaciones que presenta el uso del campo griego.
29. BURFORD (1993), 59 (subrayado original); cf. 56-62, para el conjunto del análisis del
tema. Sobre la coexistencia de pautas de asentamiento, ver VAN ANDEL & RUNNELS (1987),
164-68; ISAGER & SKYDSGAARD (1992), 67-82; JAMESON (1990), 93-95, 103; (1994), 61 n. 33.
30. Obsérvense las precisiones de MARX (1971b), 436-44, sobre las comunidades de tipo
antiguo y de tipo germánico, cuya diferencia central radicaría en la presencia o no de un
centro urbano, que serviría para identificar a la comunidad vista “desde afuera” pero no
para generar entre aquellos que la integran un mayor o menor grado de identificación con
los valores comunitarios. En una entidad cuyas relaciones se definen cara a cara, las nor-
mas y pautas morales, los determinantes ideológicos, tienen tanto peso como las construc-
ciones comunitarias o la residencia conjunta. Mientras que en la comuna antigua estos
valores se materializan espacial y arquitectónicamente, en la germánica la unidad viene
dada por los vínculos imaginarios, invisibles si sólo se observan las huellas materialmente
tangibles de las formas de asentamiento en el campo.
31. En su conjunto, este apartado se basa en las conclusiones alcanzadas a partir de
investigaciones desarrolladas en varios artículos (cuyas referencias se brindan en los luga-
res oportunos). El objetivo central aquí no consiste en volver a analizar lo ya estudiado en
esos trabajos sino en articular los problemas que vamos a indicar sintéticamente con el pro-
ceso de aparición de la pólis y la importancia de la aldea en dicho marco histórico.
32. GALLEGO (2004), con referencias bibliográficas más completas, analiza los proble-
mas inherentes al desarrollo agrícola de la Grecia antigua.
33. El modelo de agricultura intensiva aquí expuesto también fue propuesto para la época
prehistórica y la edad del bronce; cf. HALSTEAD (1981), 327-33; (1987); (1989). Por su
parte, FOXHALL (1995) indica una continuidad entre los sistemas agrícolas de las economí-
as palatinas micénicas y los de la edad oscura, con las elites locales, que antes actuaban
intermediando entre el palacio y las comunas rurales, usufructuando de ciertos beneficios.
34. Para esto último es esencial MILLETT (1984); véase también el análisis comparativo
de WALCOT (1970), 9, 13-15. EDWARDS (2004), 3-8, 127-58, ha puesto en duda la idea de
que Hesíodo pueda ser considerado un campesino y ha criticado también la interpretación
que percibe en los Trabajos y días elementos compatibles con una agricultura intensiva;
pero ha destacado al mismo tiempo la importancia de la sociedad aldeana descrita por
Hesíodo, relacionándola con formas de vida social propias de la edad oscura.
35. Al respecto, entre otros, ver MILLETT (1984), 86, 93; OSBORNE (1998), 173-74; TANDY
(1997), 206; NELSON (1998), 36-39; THOMAS & CONANT (1999), 149-51; MARSILIO (2000),
21-24, que aportan distintas perspectivas al problema de la existencia real de Hesíodo. Véase
asimismo FRANCIS (1945); REDFIELD (1956), 105-42; WALCOT (1970), 12-15.
36. AMOURETTI (1986), 239-55; cf. parte II, para lo que concierne a las técnicas de ela-
boración del pan y el aceite. También MORITZ (1958), 1-61. Sobre la evidencia arqueológi-
ca para la producción de aceite y el instrumental utilizado, ver FORBES (1992); (1993);
FOXHALL (1993); (1996a), 258-62; AULT (1994); (1999), 559-64.
77
El campesinado griego: de la aldea a la pólis
37. En cuanto a las estrategias adaptativas de los pequeños labradores, véase en general
BARLETT (1980).
38. Ver HALSTEAD (1987), 81-83; GARNSEY (1996), 135-37; (1998), 206-11; GALLANT
(1991), 52-56; BURFORD (1993), 121-25. Cf. JAMESON (1977/78), 128-31; (1994), 56;
HANSON (1995), 63-68, 74-79. Cf. las críticas de ISAGER & SKYDSGAARD (1992), 22-24, 49,
108-14; SKYDSGAARD (1988), 81-83. Sobre las distintas alternativas, AMOURETTI (1986),
51-57, destaca la importancia de las legumbres en la dieta de los antiguos griegos y su rela-
ción con el barbecho bienal. OSBORNE (1987), 41, se muestra cauto respecto de si la rota-
ción de cultivos limitó el barbecho bienal; cf. (1995), 32. SALLARES (1991), 385-86, sostie-
ne que el barbecho bienal era algo regular.
39. Al respecto, SNODGRASS (1986), 20-23; (1991), 14-16; cf. SALLARES (1991), 42-293;
WHITLEY (1991), 41-43. OSBORNE (1998), 91-112, descree de una explosión demográfica
durante el siglo VIII y relaciona el aumento de la evidencia arqueológica (enterramientos)
con transformaciones en las prácticas funerarias y la organización de un poder comunita-
rio que impone pautas sociales diferentes sobre sus miembros: delimitación más precisa de
las funciones comunales; reglas más estrictas en torno a lo que puede hacerse y lo que no
tanto en el ámbito privado como en el público; etc. En definitiva, hubo crecimiento pero de
modo lento y desde antes del siglo VIII. Véase también MORRIS (1987), 23, 72, 110-39,
156-67; cf. (1992); (2000), que corrige los cálculos excesivamente optimistas de Snodgrass
con respecto al aumento de la población y que no atribuye el aumento del material funera-
rio hallado a partir del siglo VIII exclusivamente a una expansión demográfica sino a lo
podría llamarse una suerte de «igualación» en el uso de bienes funerarios y formas deco-
rativas hasta entonces reservados a una elite.
40. Respecto de este punto, ver GALLEGO (2001b).
41. Véase, por ejemplo, SHANIN (1971); (1976); GALESKI (1977), 45-162; WOLF (1971);
WORSLEY (1984). En alguna medida, los dos últimos autores siguen las ideas de REDFIELD
(1956).
42. FINLEY (1974), 132. Volveremos sobre este problema en el penúltimo apartado.
43. A pesar de lo que dice JAMESON (1994), 61-62, citando a OSBORNE (1985b), 127, en
cuanto a que “para el pobre simplemente no tenemos evidencia” (arqueológicamente agre-
go yo). Cf. HODKINSON (2003), 140-41; FOXHALL (1992), 157.
44. Cf. JAMESON (1994), 58: “La impresión que uno recibe, y por ahora no podemos ir
mucho más allá de impresiones, es de granjeros acomodados que apuntan a producir signi-
ficativamente más que para las necesidades de subsistencia de sus familias”.
45. GALLANT (1991), 11-12, 30-33, 127-28. Cf. GALLEGO (2001a); (en prensa).
46. Sobre estos movimientos, SHANIN (1983), 97-172.
47. Respecto del problema de la constitución de la aldea de acuerdo con las pautas de
sociabilidad campesina, cf. GALLEGO (2003a), donde estos aspectos se desarrollan en pro-
fundidad.
48. Sobre el concepto de “habitus”, BOURDIEU (1991), 91-111, 137-65. Para un contexto
plenamente agrario, cf. la utilización que de este concepto hace THOMPSON (1995), 118-212.
49. Así parece que debe interpretarse un fragmento de FERÉCRATES, Salvajes, fr. 10, Kock
= ATENEO, VI, 263b, en el que la referencia a la aldea (kóme) implicaría una evocación de
un tiempo previo al desarrollo de la pólis. Cf. VIDAL-NAQUET (1983), 207; LÉVY (1986),
120; CASEVITZ (1986), 129.
78
Julián Gallego
50. ARISTÓTELES, Política, 1252b 12-28. Sobre el análisis de este pasaje, cf. GALLEGO
(2006), 68-70.
51. DEMAND (1990), 9-10, 14-15 y nn. 1-3, 26-27. Véase, sin embargo, SAKELLARIOU
(1989), 244-46. Para visiones críticas del uso de Aristóteles como evidencia para los oríge-
nes de la pólis, ver HANSEN (1995), 52-56, y MORGAN (2003), 7 y n. 42, 172, que siguen a
Demand; también DAVIES (1997), 26-27, que señala que se trata de la respuesta de
Aristóteles al argumento sofístico de que el orden social es artificial, no natural. En este
sentido, mucho del pensamiento aristotélico revestiría este carácter, puesto que la naturali-
zación es un rasgo de su forma de concebir el orden del mundo: dar con la naturaleza de
algo significa encontrar sus causas; cf. LEAR (1994), 30-72.
52. Esta vida katà kómas, ligada en buena medida a la condición campesina, no implica
una situación necesariamente igualitaria desde el punto de vista social, aunque sí tal vez
desde una perspectiva imaginaria.
53. HANSEN (1995), 52-61, cf. 56 n. 46, y 57-58. Ver los atinados reparos que señala
EDWARDS (2004), 168 n. 8, a la argumentación de Hansen contra la pertinencia de
Aristóteles como fuente para el sinecismo.
54. DEMAND (1990), 26, cf. 14-27. Ver CAVANAGH (1991), 105-10; MORGAN (2003),
172-73.
55. MORRIS (1994). Para su interpretación el autor se apoya (p. 52) en HOMERO, Ilíada,
I,22-25, 376-79; II, 243-77; XVIII, 503-4; Odisea, I, 272; II, 6-8, 14, 26-28, 192-93, 239-40,
257; VI, 267, entre otros pasajes, y señala que es la aldea la que brinda la imagen de la orga-
nización social, a partir de la asamblea o encuentro aldeano. Por otra parte, si bien no con-
sidera que ARISTÓTELES, Política, 1252a1-1253a39, se base en un conocimiento histórico
exacto (p. 50), es posible que su visión teleológica se apoyara en opiniones sobre la estruc-
tura del estado que eran comunes en el siglo IV; cf. idem (1987), 6-7, y (1991), sobre el
surgimiento del estado. En cuanto al tipo de organización político-institucional que se per-
cibe en los poemas homéricos, ver POSNER (1979); RUNCIMAN (1982); HALVERSON (1985);
(1986); cf. EDWARDS (1993). Para una examen meticuloso y razonado de las fuentes escri-
tas sobre el despegue de la pólis, ver RAAFLAUB (1993).
56. DONLAN (1997), 40 y passim. Esta coincidencia entre ambos se da, sin embargo,
junto con una disidencia mayor. Donlan resalta las continuidades fundamentales existentes
entre las organizaciones pre-estatales y los primeros estados, posición también sostenida
por QUILLER (1981), aunque su planteo es menos taxativo: la reciprocidad sobre la que se
basaban los basileîs homéricos contiene las semillas de su transformación en las nuevas
relaciones sociales de la pólis. En cambio, MORRIS (1987), 8-9, 93-96, 171-210, 216-17,
privilegia la discontinuidad que supone el surgimiento de la pólis a la que ve como una
invención que permite superar las desigualdades económicas entre agathoí y kakoí por
medio de la igualdad política incorporando a estos últimos a la ciudadanía; cf. idem (1991);
(1994); (2000); asimismo FORREST (1966), 45-66; WHITLEY (1991), 39-45. FINLEY (1984),
103-23, había señalado este asunto, que es sostenido ahora con fuerza por HANSON (1995),
aunque con otro enfoque. Ver también TANDY (1997), passim, 1-6, y THALMANN (1998),
253-55, 272-81, que hacen especial hincapié en los poemas homéricos privilegiando lo que
podría denominarse una visión “desde arriba”, ya que, con distintas perspectivas, subrayan
los privilegios que adquirió y consolidó la aristocracia.
57. Cf. HESÍODO, Trabajos y días, 225-237.
58. Ibid., 29-30, 280, 402: agorá, agoreúo; 29-30, 33, 35, 332: neîkos, neikeío; 222, 227,
79
El campesinado griego: de la aldea a la pólis
240, 269, 527: pólis. De acuerdo con LORAUX (1997), 20, Hesíodo traza una equivalencia
entre agorá y neîkos, entre el lugar del debate de palabras y los conflictos, encarnación
lamentable de la mala Eris.
59. HESÍODO, Trabajos y días, 39, 221, 264: dorophágoi. Como indicaba FINLEY (1984),
170-71, la idea de obligación existía tanto en los vínculos asimétricos como en los simétri-
cos, siendo el don una expresión de esto.
60. HESÍODO, Trabajos y días, 792-793. En Teogonía, 80-93, 434, se indica el rol de los
buenos basileîs que, inspirados por las Musas, interpretan las leyes divinas y dictan rectas
sentencias (itheíesi díkesin) en una disputa (neîkos), compensando a los hombres cuando
sufren ofensas en el ágora. Cf. HOMERO, Ilíada, XVIII, 497-508. THÜR (1996) y CANTARELLA
(2003), 284-88, ambos con bibliografía previa, interpretan al hístor mencionado en este
pasaje como una figura separada de los ancianos, aunque por distintos motivos. Al igual
que Thür, estoy convencido de que es entre los gérontes donde debe buscarse a aquél que
se lleva el regalo, y no entre los propios litigantes como cree Cantarella. Los ancianos pro-
vendrían de los basileîs, y por ende se asemejarían a aquellos que Hesíodo veía como doro-
phágoi. Ver GERNET (1980), 190-94; LORAUX (1997), 19-20.
61. El caso de los basileîs dorophágoi parece corresponderse con la noción de recipro-
cidad negativa acuñada por GOULDNER (1960), 172. Respecto de este problema, ver tam-
bién las ideas de SAHLINS (1978), 214-23. En cuanto al uso de estas nociones en el contex-
to griego antiguo, VAN WEES (1998), 20, 23-24; DONLAN (1998), 55 (n. 5); ZANKER (1998),
88-89; EDWARDS (2004), 88-102; ver asimismo SEAFORD (1994); MITCHELL (1997).
62. La visión más extendida de la situación que reflejarían los Trabajos y días se basa en
buena medida en el análisis de REDFIELD (1956), 105-42, que propone no sólo la inclusión
de la aldea de Ascra en el engranaje de la ciudad de Tespias sino sobre todo la dependen-
cia del campesinado con respecto a la elite urbana. Cf. también el enfoque de FRANCIS
(1945). Entre los autores que desarrollaron esta idea ver Éd. WILL (1957); WALCOT (1970),
94-117; TANDY (1997), 203-34. Analizando la perspectiva que ofrecen los Trabajos y días
en el contexto de los inicios de la pólis, TANDY (2001) ha propuesto el modelo de la ciudad
consumidora y, correlativamente, la aplicación del concepto de campesino como clase
explotada a la situación del labrador descrita por Hesíodo. A su entender, el poeta detalla-
ría el accionar de una elite aristocrática que desde la ciudad vivía a expensas de los exce-
dentes que podía extraer de los campesinos asentados en las comunidades de aldea que la
ciudad comenzaba a subordinar. Nuestro enfoque no asume todos los aspectos planteados
por estas interpretaciones sino sólo la idea de la inclusión de la aldea en el marco de la pólis
mediante sinecismo.
63. ARISTÓTELES, Política, 1252b 15-30.
64. GALLANT (1991), 170, basándose en ARISTÓFANES, Asambleístas, 673-675, señala que
el gran oîkos como metáfora de la comunidad se halla en el corazón de la antigua noción
griega de pólis. LUDWIG (2002), 2, 18, 343, indica que el intento de convertir el gobierno
(polity) en un gran hogar se basa en la unión de las ciudadanos mediante vínculos de afec-
to mutuo, hecho que el autor va a analizar a lo largo de todo su libro (cf. 57-59, 64, 93-94,
97-101, 105, 192-95, 212-15, 340-41). Véase asimismo PLATÓN, Leyes, 680b-681a;
HOMERO, Odisea, IX, 112-115; ARISTÓTELES, Política, 1252b 22-23.
65. Cf. MOGGI (1976). Véase las sugerencias de SNODGRASS (1986), 31-32, 37, y en espe-
cial, VAN EFFENTERRE (1985), 168-92. Recientemente, ver DEMAND (1990); CAVANAGH (1991).
66. Véase la síntesis de BURFORD (1993), 18-19.
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Bowden, van Wees y Raaflaub citados en la nota anterior. Para la bibliografía reciente sobre
el combate homérico y la aparición de la falange hoplítica, DUCREY (1997), 128-31.
94. RAAFLAUB (1997), 55. Todo este artículo apunta a demostrar cómo se constituye el
triple soporte de la pólis relativamente igualitaria (granjeros que poseen sus lotes, integran
la falange hoplítica y participan de las decisiones). El desarrollo más amplio y consistente
de todo este proceso se halla en HANSON (1995), passim; cf. SAMONS (1998). También se
encontrarán elementos de interés sobre estos puntos en STARR (1977), 32-33, 126-27, 178-
80; (1986), 53-54.
95. ARISTÓTELES, Política, 1297b 16-24; cf. 1279b 2-4, establece una suerte de explica-
ción histórica del desarrollo de la falange hoplítica. Si bien RAAFLAUB (1997), 58 n.5,
puede tener razón al considerar su modelo evolucionista aplicado a la Grecia temprana
totalmente teórico, no son para desechar las ideas de CARTLEDGE (2001), 159, no sólo sobre
el “estricto isomorfismo entre poder político y función militar”, sino también “porque
sobre la base de su profunda reflexión acerca de y su comprensión analítica de la pólis de
su propia época encontró ‘natural’ y útil formular un modelo de su desarrollo histórico tem-
prano en términos precisamente militares”. La perspectiva aristotélica debe considerarse de
manera similar a su percepción de la organización segmentaria de la pólis que hemos dis-
cutido anteriormente.
96. Cf. DETIENNE (1965); (1981), 87-101.
97. MITCHELL (1996), 95-96; véase también OSBORNE (1987), 138-49.
98. RUNCIMAN (1990), 348, propone que la pólis no es una ciudad-estado sino un estado-
ciudadano, entre otras cosas porque no siempre encontramos un centro urbano dominando
un territorio rural. WHITLEY (2001), 165-68, sigue las ideas de Runciman y extrae las con-
secuencias de su concepción de la pólis. Los aportes del Copenhagen Polis Centre sobre los
significados del término pólis y sobre el concepto de ciudad-estado resultan de singular
relevancia. Cf. HANSEN (1993); (1994a); (1994b); (1997a); (1998); (2000); también
HANSEN (ed. 1993); (ed. 1997). Ver LONIS (1983), que analiza esto a partir de las inscrip-
ciones áticas; también SAKELLARIOU (1989).
99. En el sentido en que FINLEY (1990) precisa la idea para el mundo antiguo.
100. Sobre los inicios de la pólis según Hesíodo, GALLEGO (2006), 71-77.
101. DOMÍNGUEZ MONEDERO (1993), 98-101.
102. FINLEY (1983b); (1986a); véase también MEIER (1985), 953. Cf. DARBO-
PESCHANSKI (1996).
103. Respecto de esta cuestión, véase MEIER (1988), 53-148.
104. FINLEY (1974), 173-208 (cita en 194-95); (1984), 35-59.
105. Cf. FINLEY (1974), 150: “[Los grandes terratenientes] tenían una pasión muy cam-
pesina por la autosuficiencia en sus posesiones, por muy espléndidos que se mostraran en
sus desembolsos urbanos”; ibid., 195-6: “En el curso de la historia antigua, el nivel de con-
sumo ascendió a veces hasta alcanzar proporciones fabulosas... De tiempo en tiempo, las
autoridades trataron de contener los excesos... La meta siempre fue la misma: impedir la
autodestrucción de la elite local, atrapada bajo las poderosas presiones creadas por los
requerimientos del status”. Cf. BURFORD (1993), 83-88, 172. OSBORNE (2003) ha rechaza-
do la idea de actitudes campesinas de los terratenientes en el marco de la Atenas clásica: la
elite invertía en negocios que consideraba rentables buscando obtener beneficios, lo cual
entraña algo distinto de la mentalidad de un campesinado de subsistencia.
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El campesinado griego: de la aldea a la pólis
para con lo que ocurre en Mantinea. Su conclusión es elocuente: si bien sólo en este caso
son claros los lazos entre aldea, habitantes y tierras cultivables de la khóra, en Megalópolis
la aldea conserva importantes funciones religiosas, seguramente preexistentes, que incluso
permitieron que los de Licosura no fueran ajusticiados al oponerse a la unificación tras
haber dado anteriormente su consentimiento (PAUSANIAS, VIII, 27, 6). Estructuralmente
hablando tanto los asentamientos que pudieron seguir siendo póleis como aquellos que se
habían transformado en aldeas de Megalópolis no presentaban diferencias significativas.
Lo cual era de esperarse debido a la morfología semejante.
128. Cf. HODKINSON & HODKINSON (1981), 287: “El sinecismo por sí mismo no marcó
pues una dramática transformación de la sociedad mantinea. Derechos sociales importan-
tes tales como los de intercambios matrimoniales entre hogares de diferentes aldeas y el
derecho a poseer propiedad de tierras en cualquier parte de la Mantinica fuera del área de
la propia aldea ancestral sin dudas habrán existido antes de la fundación de la ciudad. El
limitado flujo de población hacia la ciudad puede, sin embargo, haber ayudado a incremen-
tar los intercambios matrimoniales entre hogares de diferentes partes de la comunidad, y
así intensificar los sentimientos de solidaridad”.
129. HANSEN (2004), 31-32. Sobre la oposición entre lo urbano y lo rural en Atenas,
GALLEGO (2003b), 70-73.
130. Esto justificaría la analogía de ISÓCRATES, XII, 179, entre las póleis periecas y los
dêmoi áticos, puesto que estos últimos han sido vistos tanto como aldeas cuanto como póleis
en microcosmos; OSBORNE (1985a), 37, 40-41, y WHITEHEAD (1986), XVIII, respectivamente.
EREMIN (2002) analiza a las comunidades periecas en Esparta como kômai, y METENS (2002)
las considera como subdivisiones cívicas del estado lacedemonio.
131. OSBORNE (2003), 186-87.
132. MARTIN (1973); HUMPHREYS (1978), 130-35; BOYD & JAMESON (1981). Para las
colonias, LEPORE (1973); para Turios, MOGGI (1987); para Esparta, CARTLEDGE (2001), 9-
20; para Atenas, CHEVITARESE (2000), 134-81.
133. FINLEY (1974), 173-77; ISAGER & SKYDSGAARD (1992), 120-34; BURFORD (1993),
33-48; HANSON (1995), 39-40; HODKINSON(2000), 76-90.
134. OSBORNE (1987), 193.
135. MARX (1971b), 442.
136. Ibid., 436-39. Sobre sus ideas, HINDESS & HIRST (1979), 86-95; FINLEY (1986b),
104-32; GARLAN (1989), 209-14; BRYANT (1990), 485-86, 497.
137. BURFORF (1993), 16-17.
86