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La producción alfarera en Michoacán


Un vistazo al pasado y al presente de un hecho cotidiano

Israel D. Lara Barajas


Giovanni A. Chávez Morales
Génesis L. Escobar Lacunza
Eduardo A. Miranda Paniagua

Presentación

Tanto para la Arqueología como para muchas otras disciplinas, la supervivencia humana es
un tema central de discusión, entender cómo es que se adaptó y se expandió a regiones tan
lejanas que los llevaron a vivir en ambientes tan diversos son tan sólo dos de las cuestiones
que se plantean en su investigación. Muchas han sido las respuestas y han ido en
direcciones tan opuestas como controversiales y aunque se han ido respondiendo con el
paso de los años, aún queda mucho por saber a cerca de la forma en que los grupos
humanos se adaptan y apropian del espacio en que habitan.
En el proceso de apropiación de un ambiente determinado y de la explotación de los
recursos disponibles surgen los procesos de producción de artefactos de uso o consumo
entendidos como satisfactores de una necesidad. Tales necesidades surgen de la
supervivencia individual y colectiva o de la expansión y adaptación de un nuevo espacio
para la continuidad del grupo. De acuerdo con algunas de las ideas que se han discutido en
clase, la producción se puede definir como el proceso social determinado por el desarrollo
que se relaciona directamente por el consumo y la necesidad y hace uso de diversas
técnicas, instrumentos y fuerza de trabajo humana.
Las producciones de bienes de satisfacción humana derivan de una actividad
doméstica en simbiosis con la producción de satisfactores, en palabras de Hirth (2011:18)
“el entorno doméstico proveía el medio más estable para la producción artesanal. Fue su
compatibilidad con la economía doméstica lo que hizo de la producción artesanal la
columna de la antigua Mesoamérica”.

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Una vez que el hombre dominó el fuego, logró manufacturar productos que
sustentaron el desarrollo de la humanidad, como la cerámica y la metalurgia (Mirambell
2005:
46), a partir de los anterior, los avances e innovaciones tecnológicas se sucedieron
unas a otras o simplemente se fueron perfeccionando dando lugar a centros de producción
especializada que proveían productos de alto valor (comercial o simbólico) a otros grupos,
contribuyendo así a la complejización de algunas sociedades.
Algunas investigaciones arqueológicas han aportado información sobre tres
procedimientos principales para la cocción de la cerámica: la oxidación, la reducción y la
cocción diferencial. La oxidación puede ser completa, obteniendo colores claro
principalmente anaranjados. En la reducción parte de la pasta no se oxida y produce una
serie de tonalidades beige, café, gris y en algún caso negro. La cocción diferencial es una
forma de cocción oxidante incompleta hecha de manera intencional, con la cual se trató de
obtener un aspecto bicolor en la superficie de la vasija (Daneels 2006:399).
El tema de la cocción resulta importante si consideramos que ésta tiene que ver con
el tipo de horno en el que se lleva a cabo este proceso en las piezas de barro y alguna que
otra técnica de decoración. Lo más importante respecto a este quehacer, es el control de la
temperatura, lo cual depende en gran medida del nivel tecnológico alcanzado por el grupo
que la realiza. Así tenemos una cocción en hornos abiertos, al aire libre, para el que no hay
necesidad de construcción alguna (Mirambell 2005:63-64).
De acuerdo con lo planteado por Lorena Mirambell (2005:64), algunos estudios
físico-químicos indican que la temperatura mínima para cocer barro es de 480-550 °C y ésta
puede obtenerse con facilidad en hornos de tipo abierto.
Como se mencionó, el control de fuego y de la atmósfera de cocción tiene relación
con algunas técnicas de decoración y/o acabado, como es el caso del ahumado o el
negativo. El primero es una técnica que se aplica al finalizar la cocción de la cerámica, se
logra mediante el quemado de materias orgánicas que despiden humo negro cargado de
hollín que se deposita en la superficie de la vasija y la deja con coloraciones negras o grises
(Daneels 2006:399). El segundo acabado es una técnica más sofisticada de ahumado en la

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que se aplica una sustancia impermeable al hollín en parte de la vasija, de manera que al
ahumarse los motivos quedan claros sobre un fondo oscuro (Daneels 2006:399). Lo anterior
nos indica que el control del fuego en el proceso de cocción de barro jugó un papel
importante y fue un factor tecnológico de gran relevancia para los sitios de especialización
de cerámica en la región Huasteca.
El desarrollo de ciertas decoraciones que tiene como base principal el control de
temperaturas, muestra que el grado de especialización de la población prehispánica era
alto, permitiéndoles elaborar, comerciar e intercambiar sus productos con otros centros de
población de la región. Probablemente esto abrió distintas vías de comunicación e
intercambio a larga distancia que se verán reflejadas en bienes foráneos o materias primas
provenientes de otros lugares, lo cual les permia vincularse culturalmente con otras
regiones de Mesoamérica.
En el presente trabajo presentaremos diversos aspectos relacionados con la alfarería
contemporánea que rescató la técnica de decoración al negativo, misma que fue muy
característica de las sociedades prehispánicas de Michoacán. Es una primera aproximación
a la forma en que se organiza un taller de alfarería, a la forma de vida de los artesanos y de
su percepción patrimonial sobre su quehacer cotidiano.

La cerámica al negativo. ¿Un misterio o un reto para la arqueología?

La cerámica con decoración al negativo ha estado presente desde hace muchos años, de
acuerdo con Filini (2014) es una técnica tecnológicamente enigmática según la
caracterización de Demarest y Sharer (1982). Para Mesoamérica, la distribución es
altamente amplia en distintas áreas culturales como la maya y la zapoteca por ejemplo. Se
considera que es una cerámica ritual, ya que una gran cantidad de vasijas con esta
decoración se han localizado en contextos funerarios, como las tumbas del Opeño, en
Michoacán (Oliveros, 2004:86).
De acuerdo con este mismo autor (2004:86-87), da la impresión de que algunos
detalles decorativos regulares se estamparon por medio de un sello impregnado con cera,

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en especial los puntos que son todos del mismo diámetro, o quizá aplicando pastillas
removibles de arcilla o arena impregnada con algún tipo de brea, las cuales, con el calor se
desprendieron dejando su huella al negativo.
En la actualidad, existen diversas regiones de México y Latinoamérica en las que se
sigue realizando la cerámica al negativo, los artesanos que las realizan han experimentado
durante décadas para reproducir la técnica y la persistencia de ésta técnica es un indicador
de la persistencia cultural y tecnológica milenaria (Vásquez 2017:7). Las investigaciones
realizadas al respecto han permitido entender un poco sobre el proceso de elaboración de
tales objetos y han permitido plantear diversas hipótesis sobre las técnicas y los procesos
productivos en época prehispánica. Sin embargo, al no contar con evidencia más precisa
sobre tal técnica decorativa, algunas de esas hipótesis han sido puestas a prueba mediante
estudio de corte etnoarqueológico.
Como arqueólogos, conocemos las dificultades de realizar interpretaciones a partir
de los materiales arqueológicos sin considerar otras disciplinas o estrategias que permitan
complementar nuestra información. La multiplicidad de artefactos y elementos que se
pueden encontrar en el contexto arqueológico, muchas veces, dificultan la elaboración de
inferencias obligando a la disciplina a desarrollar nuevas estrategias que permitan
acercarnos al estudio de aquellas sociedades que estudiamos. La Etnoarqueología como
una estrategia metodológica incorporada a la arqueología, permite realizar analogías de las
sociedades del pasado, a través de conocer y vincular las actividades propias de un grupo,
con la cultura material de los contextos arqueológicos.

Sin embargo, su aplicación en la arqueología ha tenido dificultades y ha llegado a


considerarse como peligrosa, pues se supone que las sociedades actuales no mantienen
poca o ninguna relación con las del pasado y por lo tanto, no es posible construir vínculos a
partir del presente. Ante esta premisa, Binford uno de los precursores en el tema de las
deducciones arqueológicas, dice que para realizar inferencias correctas de los datos
arqueológicos primero, se debe entender la dinámica de los sistemas actuales y estudiar las
consecuencias estáticas (Binford, 1991: 109). Bajo esa premisa, argumenta que “la única
posibilidad de desarrollar métodos arqueológicos de inferencia es a través del estudio de

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pueblos contemporáneos vivos, o mediante la práctica de la arqueología en situaciones
cuyo componente dinámico estaba documentado históricamente” (Binford, 1991: 112).

No obstante, las críticas se mantienen frecuentes y el empleo de la etno-arqueología


como estrategia útil se cuestiona constantemente. Gosselain (2016:215) en su texto “al
diablo con la etnoarqueología” argumenta que ésta estrategia tiene dos problemas
principalmente. El primero, tiene que ver con la metodología pues de acuerdo con el autor
ésta es parte de:

“...una ideología evolutiva, y racista, que divide el mundo entre las sociedades
occidentales modernas y las sociedades exóticas pre-modernas. Segundo, la
búsqueda de modelos universales de interpretación lleva a los etnoarqueólogos a
minimizar la contingencia histórica y las especificidades culturales, lo que no solo
los priva de una buena comprensión de los contextos etnográficos, sino que
también contribuye a restringir las aplicaciones etnoarqueológicas a una mera
búsqueda de similitudes (o disimilitudes) en el registro material”.

Aunado a ello, la formación de arqueólogos carece de suficientes cursos y prácticas


de campo, que den cuenta de la etnografía y del trabajo antropológico de sociedades vivas
(Gosselain, 2016:221), y además las investigaciones, muchas veces, buscan forzar los datos
para alcanzar los resultados que se esperan, y se omiten contextos que contradicen lo que
las hipótesis están considerando. Por ejemplo, “En África occidental, […] existen subgrupos
endogámicos de cazadores asociados con sociedades altamente jerárquicas. Pero ninguno
de ellos ha sido visitado por un etnoarqueólogo, probablemente porque no corresponde a
nuestra imagen preconcebida de personas prehistóricas” (Gosselain, 2016:219).

Cabe mencionar que, aunque Gosselain tiene razón, algo que no está considerando
es que probablemente esos grupos que no se toman en cuenta, pertenecen a un grupo con
un modo de vida o una formación económica distinta, que no puede servir como puente
para realizar analogías con las sociedades del pasado. Si bien, las analogías deben tomarse
con el cuidado de no suponerlas como legítimas, puede decirse que permiten la
construcción de principios generales que pueden aplicarse de acuerdo a determinadas

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características de grupos sociales, pertenecientes a una formación económica social
específica (Gándara, 1990). Además, el autor no está considerando el uso de otras
estrategias como la etnohistoria, que permiten reforzar los resultados y ayudan a sustentar
las analogías que refuerzan los vínculos entre la etnografía y la arqueología.

Coincidimos con González-Ruibal en tanto que la etnoarqueología es una


herramienta que nos permite acercarnos a contextos difíciles, en el que se pueden utilizar
“métodos y teorías arqueológicas con el doble propósito de producir una arqueología
menos centrada en el Oeste e inspirar nuevas ideas e interpretaciones del registro
arqueológico (González-Ruibal 2003 en González-Ruibal, 2016:1). En ese sentido, partimos
de que podemos emplear este tipo de estrategias con el debido cuidado y prudencia, pero
coincidiendo en que “el objetivo final de la investigación etnoarqueológica es mejorar los
métodos y procedimientos de inferencia arqueológica, y en particular el uso de inferencia
analógica” (González-Ruibal, 2016:1).

Bajo la premisa planteada por Mathew Johnson (2000:72-72) de que todos los
arqueólogos, procedan de donde procedan, hacen uso de analogías para entender el
pasado mediante el presente, en el presente ensayo se presenta un acercamiento a la
producción alfarera actual de la comunidad michoacana de Zinapécuaro, para conocer
algunos detalles sobre la producción de cerámica cuya técnica decorativa al negativo se
asemeja mucho a lo obsevado en piezas prehispánicas.
Es importante mencionar que este trabajo debe considerarse una primera
aproximación etnográfica a un tema arqueológico y antropológico; no es, de ninguna
manera, un trabajo completo del cual puedan desprenderse conclusiones confiables.
Esperamos más bien, dar el primer paso para adentrarnos a un mundo nuevo y plagado de
información para el entendimiento de tan sólo un aspecto de las sociedades del pasado, la
alfarería.

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Zinapécuaro bajo la lupa

El primer paso. Definiendo el sitio de interés

El pueblo de Zinapécuaro de Figueroa se encuentra localizado en el estado de Michoacán


de Ocampo, México a una altitud de 1887 msnm. Cuenta con 15,875 habitantes -7,612
hombres y 8,263 mujeres. Del total de la población, el 14,60% proviene de fuera del Estado
de Michoacán de Ocampo. El 6,87% de la población es analfabeta (el 6,08% de los hombres
y el 7,60% de las mujeres). El 0,49% de la población es indígena, y el 0,21% de los habitantes
habla una lengua indígena. El 0,00% de la población habla una lengua indígena y no habla
español.
Su relieve orográfico está constituido por el sistema volcánico transversal, la sierra
de San Andrés y los cerros del Pedrillo, Comalera, Cruz, Clavelina, Piojo, Monterrey, Mozo,
Doncellas, Cuesta del Conejo y San Andrés. Su hidrografía incluye los ríos Zinapécuaro, Las
Lajas, Ojo de Agua de Bucio y Bocaneo. Tiene manantiales termales y de agua fría.
Entre sus principales actividades económicas destacan la elaboración de pan,
agricultura, ganadería, industria y el turismo. Cabe mencionar que la actividad alfarería no
está considerada en las páginas oficiales.
El Taller de la familia Hernández Cano se encuentra ubicado en la calle Leona Vicario
#301, Colonia Revolución, Zinapécuaro, Michoacán. En este domicilio fuimos recibidos por
la familia para nuestro trabajo de investigación.

El segundo paso: Definiendo la forma de acercamiento.

Para poder realizar un acercamiento etnográfico más efectivo se elaboró un cuestionario


exploratorio compuesto de una serie de preguntas que sirvieron como guía para conducir
la entrevista. Tales preguntas se pensaron para obtener información específica sobre los
procesos de manufactura de la cerámica, la división del trabajo por género, la definición de
áreas de actividad, la economía, la vida cotidiana y las condiciones de salud, entre otras
cosas.

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Los trabajos de campo fueron realizados el día 26 de junio del presente y
comenzaron a las 11:35 horas. Durante la entrevista estuvieron presentes dos personas
importantes para la comunidad, el primero fue el Sr. Raúl Omar Tapia Pérez, Cronista del
pueblo de Zinapécuaro y el segundo fue el maestro Creador José Guadalupe Hernández
Cano, quienes amablemente respondieron a nuestras preguntas, además de abonar más
información sobre los cuestionamientos hechos.
Además de las entrevistas directas con los arriba mencionados, se entabló
conversación -de manera más informal- con los alfareros que se encontraban trabajando
en las diversas áreas del taller, ya sea en el moldeado de las piezas o en el decorado de las
mismas, Es importante destacar que sus edades y género variaban.

El tercer paso: El testimonio de una tradición.

En el taller hay pocas personas y todos trabajan la técnica al Negativo, además es una
importante fuente económica, ya que a partir de la producción cerámica dependen más
familias, no sólo en términos económicos, ya que en realidad su espacio de trabajo se
asemeja más a una comunidad, es decir, todos trabajan la cerámica, desde niños y adultos,
hasta hombres y mujeres, sin distinción alguna. En este sentido, las técnicas de la familia
Cano han llegado a considerarse una tradición que proviene desde 1815, por lo tanto, se
trata de la 5ta o 6ta generación de alfareros, por lo que se consideran a sí mismos como
poseedores de un tesoro tangible del conocimiento de la cerámica.
Y aunque hay diferentes técnicas, predomina el Negativo con motivos
contemporáneos. Este aprendizaje se comienza a partir de la infancia, a esta etapa
simplemente le llaman “jugar con el barro”, estos primeros ensayos se convierten para las
primeras obras de un ceramista, generalmente de los 5 o 6 años en adelante, de hecho no
hay límite de edad, básicamente desde que los niños adquieren cierta destreza en las manos
pueden aprender el oficio y aunque no tienen ninguna responsabilidad se les enseña todas
las técnicas, de esta manera, hasta que cumplen la mayoría de edad son responsables de su
obra.

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Esta influencia ejercida por la continuidad en las técnicas al Negativo utilizada por el
Taller Cano, ha repercutido directamente en los otros talleres ceramistas, ya que lejos de
quedar en desuso, ahora están reutilizando y resignificando los estilos y conceptos gracias
a la influencia del Negativo. A pesar de lo anterior, no existe competencia en el mercado,
ya que cada taller evoluciona bajo sus propios términos, puesto que las innovaciones para
algunos talleres, son antigüedad para otros. Por lo tanto, cada taller tiene su propio
mercado, ya que el tipo de diseño cerámico o su decoración depende en su mayoría de la
demanda del mercado y de la preferencia del cliente, algunos escogen el minimalismo, las
líneas prehispánicas, el simplismo, pero el Taller Cano se caracteriza por elaborar las piezas
más decoradas del mercado.
Un apartado que nos interesaba conocer era el de la manufactura de las piezas
cerámicas, es decir la cadena de producción de dichos materiales. Lo anterior es importante
porque permite tener un mejor entendimiento de las implicaciones arqueológicas que el
proceso de manufactura pudiera tener en el registro material. Esto nos permitiría
reconstruir parcialmente, o por lo menos establecer una relación de comparación
diacrónica con los alfareros del pasado, ya que, aunque no se puede entender a la alfarería
contemporánea de Zinapécuaro como una continuidad de la actividad alfarera prehispánica
de la región, sí nos puede permitir reconstruir a través de la analogía etnográfica, los
posibles pasos para llevar a cabo dicha actividad.
Sin embargo, conforme se fue desenvolviendo la conversación con los informantes
nos percatamos de que existe un importante resentimiento hacia algunas figuras que se
vieron involucradas en el aprendizaje de la técnica alfarera, y que posteriormente
perjudicaron a la familia Hernández Cano con plagio intelectual y/o nulo reconocimiento
sobre quien les había compartido ese conocimiento.
Es por lo anterior que se tomó el consenso de no realizar dichas preguntas y en su
lugar se decidió tratar otras cuestiones más antropológicas y menos arqueológicas, como
es el caso de la división del trabajo por género o la apropiación simbólica de los lugares de
trabajo para los alfareros.

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Sobre esas cuestiones, es interesante notar que la división del trabajo por género es
prácticamente inexistente, más que dicha división, se tiene una marcada noción de
aprendizaje de tipo “maestro-aprendiz” donde el primero es poseedor de todos los
conocimientos para la elaboración de la cerámica y poco a poco se los va transmitiendo al
aprendiz para que eventualmente luego de un tiempo determinado el aprendiz ya sea capaz
de llevar a cabo todos los procedimientos de la elaboración de la cerámica y de esta manera
se convierta ahora en maestro, esperando transmitir sus conocimientos a un nuevo
aprendiz.
De esta manera se garantiza una especie de individualidad creativa en cada pieza
cerámica, en la cual se deja huella directa, ya sea por su estilo del decorado o por un sello
especifico, de la persona que elaboró dicha pieza. Esta parte se ve complementada con el
apartado de la apropiación del espacio, ya que los mismos alfareros comentaban que al
tratarse de un taller de tipo familiar, se podían permitir esas libertades creativas y que ellos
trabajaban en donde se sintieran más cómodos, ya sea en el patio o en cualquiera de los
espacios techados que tuvieran designados para dicha actividad. Prueba de una fuerte
apropiación simbólica del espacio es uno de los cuartos pertenecientes al taller, donde
figuras de Santos y Vírgenes adornaban las paredes de dicho espacio, o el caso del cuarto
adyacente donde piezas cerámicas pertenecientes a los alfareros más jóvenes (niños de 8 a
10 años) decoraban orgullosamente las repisas del cuarto. En contraste con esta forma de
trabajo donde los espacios no están determinados para realizar ciertas actividades, los
alfareros tienen la noción de que, si se tratará de un taller no familiar, y tal vez dedicado
más a una mayor producción de piezas cerámicas, respondería al establecimiento de un
taller con espacios específicos para llevar a cabo actividades definidas (decoración,
moldeado, etc.).
Esta percepción de los espacios tal vez pudiera responder a que, en un taller no
familiar, debe existir un mayor control de los materiales y las piezas que cada quien elabora,
para no dejar lugar a hurtos o perdidas indirectas de materiales, lo cual se traduciría al final
en pérdidas económicas para los alfareros.

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La familia Hernández Cano se dedica en su totalidad a la actividad alfarera, ya que
los alfareros mencionan que la alfarería es una actividad que demanda mucho tiempo,
desde el diseño mental de las piezas, hasta el trabajo necesario para plasmarlas en la arcilla.
Como se ha mencionado, el proceso de educación para las nuevas generaciones de alfareros
comienza en la etapa infantil siguiendo el modelo de “maestro-aprendiz”. De esta forma,
los jóvenes alfareros se van empapando poco a poco del conocimiento transmitido.
Es interesante mencionar en este punto, que los actuales alfareros de Zinapécuaro
se asumen como continuadores y guardianes de una tradición alfarera prehispánica, y de
esta forma, son conscientes de la importancia de dicha tradición y de la manufactura
tradicional de dichas piezas cerámicas, instruyendo bajo esas premisas a las nuevas
generaciones de alfareros para legitimar su postura como guardianes de dicha tradición y
la continuidad de la misma.
Como se ha visto a lo largo de la historia, ninguna actividad laboral realizada durante
periodos prolongados de tiempo es benéfica para la salud y de acuerdo con lo que comentó
el Sr Hernández Cano, este oficio no es nada fácil, ya que además de requerir talentos
artísticos o artesanales, puede llegar a ser un trabajo peligroso. En el ámbito de la salud,
menciona que padecen o pueden llegar padecer una serie de afecciones patológicas como
la pulmonía, el dolor ciático, encorvamiento e inflamación de la columna, además de
silicosis –la cual es una enfermedad crónica del aparato respiratorio que se produce por
aspirar polvo de sílice en gran cantidad- pues al trabajar con arcillas, se desprenden
partículas muy finas que se adhieren en las placas pulmonares y, por lo tanto, no se pueden
expulsar, lo que da pie a una parálisis pulmonar. A lo anterior se le suma los desgastes
emocionales y los peligros de la extracción de la tierra para el barro, ya que constantemente
y en varias ocasiones, ha habido personas que por comodidad extraen la materia prima de
las partes más bajas, por consecuencia, la lluvia ha provocado deslaves en los que han
fallecido muchas personas.

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La alfarería como Patrimonio

La actividad alfarera en el taller Hernández Cano se ha convertido en una tradición que ha


durado 5-6 generaciones manteniendo a las familias desde 1815. Aunque en los comienzos
del taller se inició trabajando la alfarería tradicional, fue hasta principio del siglo XXI cuando
se comenzó a incorporar la técnica al negativo, que le da el prestigio y reconocimiento que
actualmente tiene el taller.

Durante 2 años, el señor José Guadalupe Hernández Cano mantuvo una constante
investigación de la técnica, que en un principio se manejó como a prueba y error. La
constante, práctica convirtió a esta técnica en una tradición que hoy, es considerada como
una parte fundamental de la vida de la familia Hernández Cano, pues además de ofrecer el
sustento económico, otorga identidad y memoria a cada uno de los integrantes.

En palabras del señor Guadalupe su trabajo (la alfarería) es un “tesoro”, pues su


conocimiento fue transmitido de generación en generación y ellos, se consideran como los
herederos de un patrimonio que necesita ser mantenido y reproducido para seguir siendo
transmitido a las futuras generaciones. “Cuando eres heredero de un tesoro te sientes
importante, cuando trabajas ese tesoro eres más importante, cuando dejas de hacerlo ‘así
te va a ir” (Guadalupe Hernández Cano, comunicación personal 2019).

Bajo esa premisa, podemos detectar que existe una relación entre memoria,
identidad y patrimonio. En esta relación intrínseca, en las que la memoria y la identidad se
vinculan, el patrimonio funge como “soporte preciso para ‘objetivar’ una identidad histórica
compartida” (González-Varas 2014.43). En este sentido, el patrimonio:

“asume de modo primario y prioritario un “valor identitario”, como forma de


autorrepresentación de la sociedad, en cuanto ésta piensa sobre sí misma y
reconoce en su patrimonio un conjunto de rasgos propios que la identifica como
colectividad […]. Y un evidente “valor mnemotécnico”, pues el patrimonio es
soporte de la memoria en cuanto provoca asociaciones mentales y emotivas que
facilitan el recuerdo o, al menos, evitan el olvido” (González-Varas 2014.45).

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La tradición alfarera, en ese sentido, se ha convertido en parte de la identidad de las
familias, pues la relación entre la memoria, el patrimonio y la identidad cobran un papel
importante dentro del grupo, pues su valor es catalogado como la herencia cultural del cual
surgen las raíces de lo que son hoy en día. En palabras de Don Guadalupe es importante
mantener la tradición alfarera y de la técnica al negativo porque si no: “dejas de ser pueblo,
‘se pierde tu esencia’, tu mismo. No hay conexión, te desprendes de tus raíces”.

Finalmente, la tradición alfarera es una actividad que es realizada por todos los
miembros de la familia, no hay una división del trabajo por sexo o edad, cada uno de los
integrantes aprenden todos los procesos y cuando se comienza a trabajar una pieza, no se
deja hasta que se termina. Con ello, se asegura que la tradición y el proceso productivo sea
aprendido de inicio a fin por las generaciones jóvenes, quienes serán las encargadas de
mantener y reproducir su actividad.

Consideraciones finales

Es difícil obtener una conclusión muy específica a partir del ejercicio realizado con los
creadores alfareros de Zinapécuaro, pues estamos conscientes que la metodología utilizada
no fue la indicada para obtener un acercamiento total con los miembros de la familia
Hernández Cano. Desde la perspectiva metodológica consideramos que, tal como lo
revisamos en las lecturas previas a la visita, es fácil caer en deficiencias que nos llevan a
cometer errores en la forma de acercarnos a los entrevistados y la manera en que cada uno
de nosotros interactuamos con ellos. Lo anterior quizá fue perceptible al momento de
escucharla grabación y tratar de plasmar en este ensayo las ideas centrales.

Pese a lo anterior, sí estamos convencidos de que este acercamiento nos ha permitido


comprender muchos de los principios básicos de la investigación etnoarqueológica,
etnográfica y arqueológica pues consideramos que dicha experiencia fue clarificadora sobre
las implicaciones humanas, tecnológicas, materiales y espaciales de un taller de alfarería y
su funcionamiento, conocimiento necesario para comprender desde una perspectiva más
realista la vida cotidiana del pasado.

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Fachada del Taller Hernández Cano y patio central, al fondo el área de almacenaje de materia prima.

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Proceso de manufactura con molde (arriba) y torno (abajo).

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Etapa de secado, las piezas se disponen en distintas partes del patio.

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Aplicación de dos técnicas decorativas, esgrafiado (arriba) y al negativo (abajo)

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Decoración al negativo de la Familia Hernández Cano.

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