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Texto 5.

“El hombre y lo divino”

“No se libra el hombre de ciertas “cosas” cuando han desaparecido, menos

aun cuando es él mismo quien ha logrado hacerlas desaparecer. Podrían

dividirse las cosas de la vida en dos categorías: aquellas que desaparecen

cuando las negamos y aquellas otras de realidad misteriosa que, aun negadas,

dejan intacta nuestra relación con ellas. Así, eso que se oculta en la palabra,

casi impronunciable hoy, Dios.

(…)

“Dios ha muerto”, el grito de Nietzsche no es sino el grito de una conciencia

cristiana, nacido de las profundidades donde se crea el crimen; un grito

nacido, como todos, de las entrañas; pero éste nacido de las entrañas de la

verdad última de la condición humana.

(…)

¿Porqué el grito de Nietzsche, veinte siglos más tarde, el servidor de Dionisos,

dios de la tragedia, el que reconoció su identidad enajenándose en “Dionisos

crucificado”?

(…)

El crimen contra Dios es el crimen contra el amor, contra lo que se adora,

pues se llega a ver en él, concreción de la vida divina, la resistencia última a

la divinización del hombre”.

Pgs. 134, 148, 149


“El delirio del superhombre”

“Nietzsche fue la víctima, en estos tiempos que aun no acaban de pasar,

del sacrificio que exige el delirio del ser humano de transformarse en divino.

Un sacrificio que le aisló de la vida intelectual de su tiempo; le puso aparte,

lo hizo incomprensible. Por él fue llevado, más allá de toda comunidad, a

donde la palabra ya no puede brotar, a ser consumido en silencio. Había

retrocedido desde el pensar de la filosofía, y aun desde la “inspiración”

poética, al mundo trágico; no solo en su pensamiento, sino en su “ser”. Más

no podría haber concebido claramente su delirio del “superhombre”, si su ser

hubiese permanecido aparte. No fue un pensamiento; fue un delirio de

protagonista de tragedia que ningún poeta ha podido transcribir. Nietzsche

fue el autor de su propia tragedia, al par que protagonista. Como si Edipo

hubiera escrito su fábula en lugar de ir a insinuarse en la conciencia impasible

de Sófocles.

(…)

El “superhombre” entre todos nació de Nietzsche en un rapto de entusiasmo,

de aquello que más puede embriagar al hombre: la destrucción de sus límites,

de su definición. Largo tiempo había venido preparándola en ese largo camino

de la implacable destrucción de la filosofía y sus ideas límites: el bien y el

mal. Toda su obra desde El origen de la tragedia fue el proceso de desarraigo

del hombre de todo lo humano. No vislumbraba al superhombre; lo hizo ante

la presencia de los dioses griegos, de los héroes y semidioses humanos de toda

la cultura de Occidente, con la extraña excepción del señor de la Edad Media.

(…)
El sueño de Nietzsche, encarnado en el superhombre, pretendió vivir la vida

a todo riesgo, y había deshecho su enigma: nada de su ser le estaba oculto: La

vida sin más, pero toda la vida en “acto puro”; vida divina omnipresente,

saltando en el tiempo.

Más el círculo mágico del “eterno retorno” aprisionó a esta criatura que no

podía renunciar al tiempo, ni querer la eternidad. La vida que podía ser

apurada en un solo instante, para no dejar de ser vida, tenía que seguir

desplegándose en el tiempo. El trascender infinito había sido aprisionado. El

“eterno retorno” es el reflejo de sí mismo, la infinitud prisionera de la

repetición. Y ese “eterno retorno” ¿incluirá la historia humana con sus

errores?, ¿la etapa de lo humano ya apurado?, ¿se repetirá siempre el error

fatal?...La inocencia no recorre ciclos, no tiene historia. Libre de todo pero no

de la memoria del peso de sí misma, la vida humana volvía a humanizarse. ¿O

el eterno retorno será la totalidad de la vida en el instante, la vida divinizada

hasta no necesitar vivir?

El superhombre, rectificación del proyecto en que el hombre de Occidente

decidió su ser, no se hundió lo bastante en el oscuro seno de la vida primaria,

de lo sagrado. Lo divino –descubierto por el pensamiento- le atrajo

fascinándole. Quiso ser divino, como “lo divino” que ya estaba pensado,

descubierto…Había en realidad sacrificado el hombre ante lo divino,

abismándose en él. Todo lo humano había sido destruido implacablemente

menos el tiempo. Y más allá del tiempo, le hubiera esperando una última

resistencia: la nada”.

Pgs. 154, 168, 172, 173.

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