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El hombre griego

Jean Pierre Vernant

La singularidad griega: revelarla implica ser comparativo, poniendo el


acento en desviaciones, distancias y divergencias. La distancia con civilizaciones
contemporáneas y con nosotros.
Este libro: el problema de abordar no el ojo ni el oído, sino su utilización:
visión y audición.
1 – Dioses
- Diferente al concepto religioso moderno (Dios creador de la nada, en
esfera separada a la civil). En ellos, corte no radical natural y
sobrenatural: la búsqueda de lo divino no es opuesta a la comprensión
de lo natural.
- Dioses no perfectos ni omniscientes ni omnipotentes
- Nacen del mundo, no lo crean. Se desarrollan a través de
generaciones, desde las potencias primarias como Caos (vacío) o Gea
(Tierra)
- Su trascendencia es relativa, válida por su relación con lo humano y
con el cosmos en general.
- Su diferencia con los mortales es que son inmortales (Athánathoi),
bienaventurados (Mákares), poderosos (Kreítous).
El hombre griego es consciente de esta disparidad, de la frontera
infranqueable. Una de las reglas fundamentales es que no puede pretender
igualarse a ellos. La aceptación implica consecuencias en varios órdenes. La
primera, no puede pretender ni pedir cualquier forma de inmortalidad individual,
que les podía resultar muy incongruente luego a los atenienses del SIV. Platón,
con eco de Sócrates y el fedón, contempla al alma como imperecedera, como una
especie de divinidad, un daimón, en el que lo humano se entronca con lo divino.
Una partícula momentánea extraviada en este mundo.
La segunda, es que la distancia entre dioses y hombres no excluye una
forma de parentesco: el mundo es el mismo, pero jerarquizado estrictamente en
niveles. Los dioses son una prolongación lineal de las que se manifiestan en el
orden de la belleza del mundo, la armonía feliz de un mundo regulado con justicia,
la elegancia de una vida elevada con mesura y auto control, la religiosidad del
hombre griego que no necesita tomar el camino de la renuncia al mundo, sino de
su desarrollo estético.
Los hombres están sujetos a los dioses como siervo al amo,
dependientes. La existencia de los mortales no se basta a sí misma. El hombre,
desde que ve la luz, se encuentra ya en una situación de deuda, por observación
de ritos tradicionales que rinde homenaje que la divinidad está en derecho de
exigirle.
La devoción presenta un doble aspecto: el temor religioso, pero también
la dimensión festiva, que implica belleza, generosidad y comunión dichosa. Se les
celebra por procesiones, cánticos, danzas, coros, juegos, certámenes, banquetes
donde se participa en común de la carne de los animales ofrecidos en sacrificios.
El ritual festivo. Sirve para honrar al dios, pero también como ornato que, los
ilumina parcialmente con el fulgor divino, confiriendo gracia, alegría, concordia
mutua.
Los hombres dependen de la divinidad: sin su consentimiento no pueden
realizar nada. Servicio, no servidumbre. Para señalar su diferencia con el bárbaro,
el griego proclama con orgullo que es un hombre libre (Eléutheros), y la expresión
esclavo del dios, documentada en otros pueblos, es inusitada hasta para los
sacerdotes, que ejercen a título oficial sus funciones sacerdotales sin dejar de ser
ciudadanos libres. Un mundo alejado para que se sienta autónomo, pero no tanto
para que se sienta aplastado, impotente, y reducido a nada ante la infinitud de lo
divino.
Cumplir con los deberes garantiza la protección divina (casi siempre), y se
vuelve necesaria para el éxito social: riqueza, honor, excelencia, virtud e
inteligencia.
Culto, no religión o fe. Algo de elemento religioso está presente en todos
los sitios: los actos cotidianos implican junto con otros aspectos, una dimensión
religiosa, en lo más prosaico y en lo más solemne. Sin iglesia, clero o dogmas. No
se encuentra en posición de tener que elegir entre creer o descreer. Al honrar a los
dioses según tradiciones o el culto de los antepasados, se puede manifestar una
credulidad extrema (ridiculizada, como en Teofrasto), o un prudente escepticismo,
como Protágoras. Incredulidad, no descreimiento, en el sentido de que se puede
dudar, pero no ponerse al margen de la sociedad, con su Pietas, y dejar de ser lo
que se es. Luego, están quienes son más radicales en su incredulidad, y que,
creyendo, se sitúan al margen de la Polis, con movimientos sectarios como el
orfismo.
El mundo contiene lo divino implicado en cada una de sus partes y en el
todo. El concepto de Physis aproximado como naturaleza, es considerada una
potencia animada y viva porque hace creer a las plantas, desplazarse a los seres
vivos y mover a los astros; soplo y alma (que parecen separados para las ciencias
naturales) que se ve hasta en las cosas inanimadas como las piedras. La
naturaleza es propiamente Daimónica (demoníaca), y como en el corazón de cada
hombre el alma es un daimon, entre lo divino, físico y humano existe algo más que
continuidad, parentesco o connaturalidad.
El mundo es bello como un dios: universo es kosmos desde finales del
SVI, que se aplica en los textos más antiguos a lo que está regulado y ordenado, y
tiene el valor de ornamento que presta gracia y belleza a aquello que lo adorna.
EL mundo es como una joya maravillosa, una obra de arte, un objeto precioso.
Para conocer este mundo, el hombre nunca debe ponerse como punto de partida,
porque para llegar a las cosas debemos pasar por la consciencia que tenemos de
ellas. El mundo no se recoge en nuestro espíritu, a la manera cartesiana, (Yo
pienso como fundamente y condición de todo conocimiento del mundo), o a la
manera leibinziniana (cada individuo es como mónada aislada sin puertas ni
ventanas, que ve dentro de sí toda la película). Para el griego, representar el
mundo no es transmutarlo, para hacerlo presente en nuestro pensamiento, sino
que nuestro pensamiento forma parte del mundo y el que está presente en el
mundo. El hombre pertenece al mundo con el que está emparentado y al que
conoce por resonancia o connivencia. La esencia del hombre es un estar en el
mundo. En íntima unidad con el universo animado, atado en todo a él, no algo
cosificado separado por barrera infranqueable, entre materia y espíritu, físico y
psíquico.
Con respecto a la vista y la visión, en la cultura griega, “ver” ocupa un
lugar privilegiado, Hasta tal punto se le valora que ocupa una posición sin igual: el
hombre es en su naturaleza, mirada, por dos motivos:
- Ver (ideín) y saber (edénai) son la misma cosa, forams del mismo
verbo eídos, que significa a la vez apariencia, aspecto visible, carácter
propio, forma inteligible, porque el conocimiento se interpreta y expresa
a través del mundo de la visión. Conocer es una forma de ver
- El conocimiento se interpreta a través del mundo de la visión. Para
estar vivo hace falta ver la luz del sol y a la vez ser visible a los ojos de
todos. Morir es perder la vista y la visibilidad, para entrar al mundo de
la noche, de las tinieblas.
“Ver” para los griegos implica una completa reciprocidad que traduce una
afinidad muy próxima: el rayo luminoso que del objeto y lo hace visible es de la
misma naturaleza que el rayo óptico salido del ojo y que le da la vista. El objeto
emisor y el sujeto receptor, los rayos luminosos y los rayos ópticos, pertenecen a
una misma categoría de realidad, ignorando la oposición física/psíquica o que es a
la vez de orden físico y psíquico. La luz es visión, la visión es luminosa. Los rayos
que son emitidos transportan consigo sentimientos, pasiones, estados de ánimo,
que nosotros llamaríamos físicos.
En resumen, en lugar de las tres instancias (realidad física, órgano
sensorial y actividad mental), ahora encontramos una especie de brazo luminoso
que se extiende desde los ojos como un brazo luminoso y se prolonga fuera de
nuestro organismo. Las tres instancias están en el fuego purísimo que ilumina sin
quemar. Brazo óptico que se integra en la luz del día y en los rayos emitidos por
los objetos: un cuerpo continuo y homogéneo (Sóma), que da solución de
continuidad a nosotros y al mundo físico.
Nuestra mirada opera en el mundo donde encuentra su lugar, como un
fragmento de este mismo mundo.
Hombre y pensamiento no son fenómenos aislados del resto.
(Máxima de Delfos…Conócete a ti, a tu alma, a tu Psikhe, en tus
limitaciones.) El ojo no se puede mirar a sí mismo, necesita dirigir sus rayos hacia
un objeto del exterior, de la misma manera que no podemos contemplar nuestro
rostro sino al buscarlo en los ojos del otro; el espejo que nos envía desde afuera
nuestra propia imagen. Oro es el espejo que nos devuelve nuestra propia imagen.
La identidad de cada uno se manifiesta en el comercio con el otro, a través del
cruce de miradas y el intercambio de palabras.
Daimón es impersonal o supra personal; el alma, está más alá de
nosotros, porque su función no es la de asegurar nuestra particularidad, sino
liberarnos de él para integrarnos en el orden cósmico y divino; además, porque el
conocimiento de uno mismo y la relación con uno mismo no siempre se establecen
de manera directa e inmediata, dado que quedan prisioneros en esta reciprocidad
del ver y del ser visto, del yo y del otro, que constituye un elemento característico
de las culturas de la vergüenza y el honor en oposición a las culturas del deber y
la culpabilidad. Timé es el valor que se le reconoce a un individuo, haciendo
referencia a sus rasgos sociales de identidad como a su superioridad personal en
cualidades y méritos.
Cada uno se halla en la mirada del oro y existe en función de esa mirada
en una sociedad competitiva. Uno es lo que ven, y su identidad coincide con su
valoración social. Un hombre que ha perdido su Timé, no existe, no es nadie. Los
mismos valores competitivos están presentes en la Atenas del SV, entre
ciudadanos considerados iguales en el plano político.
Para el hombre griego la no-muerte significa la presencia permanente en
la memoria social de aquel que ha abandonado la luz del sol. La memoria
colectiva, en las dos formas que puedan revestir (recuerdo por el canto de poetas
repetido en cada generación, o monumento funerario erigido para siempre sobre la
tumba), funciona como institución que asegura a determinados individuos el
privilegio de su supervivencia.
Identidad inseparable de valores sociales que le están reconocidos por la
comunidad de conciudadanos. Es individuo por estar inserto tanto en lo social
como en el cosmos.

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