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PREGÓN DE NAVIDAD

Les anunciamos, hermanos, una buena noticia,


una gran alegría para todo el pueblo,
para ustedes, para los suyos y para toda la humanidad;
escuchen con corazón gozoso el anuncio que atraviesa los tiempos,
desde la eternidad, y los espacios, de norte a sur y de este a oeste:

Habían pasado miles y miles de años, millones de años


desde que, al principio, Dios quiso crear de la nada el cielo y la tierra,
y, asignándoles un progreso continuo a través de los tiempos.

Habían transcurrido muchos siglos desde que la luz y la vida


fueron suscitados por el poder de Dios,
y la tierra se llenó de árboles y plantas,
los mares de peces, el aire de pájaros, los bosques de animales;
la vida cubrió la faz de la tierra.

Después incluso de muchos siglos,


Dios quiso que apareciera en la tierra el hombre,
hecho a su imagen y semejanza;
Sopló sobre él el espíritu de la vida,
quiso que dominara las maravillas del mundo
y, al contemplar la grandeza de la creación,
alabara en todo momento al Creador.

Miles y miles de años,


durante los cuales los pensamientos del hombre,
inclinados siempre al mal,
llenaron el mundo de pecado hasta tal punto
que Dios decidió purificarlo
con las aguas torrenciales del diluvio.

Dos mil años después de que Abraham, el padre de nuestra fe,


obediente a la voz de Dios, salió de su país, de Ur de Caldea,
para dirigirse a una tierra desconocida
como primicia del pueblo elegido.

Quince siglos después de la liberación del pueblo de Israel,


cuando Dios, suscitando a Moisés, lo hizo salir de Egipto,
atravesando admirablemente el Mar Rojo con los pies secos,
y a lo largo del desierto lo condujo a la tierra prometida.
Mi años después de que David, un sencillo pastor
que guardaba los rebaños de su padre Jesé,
fue ungido por el profeta Samuel,
para ser rey del pueblo de la promesa
y antepasado del Mesías y pastor de Israel.

Después de 700 años de larga espera


y destierro de Israel cautivo en Babilonia,
cuando Dios mandaba profetas a su pueblo
para mantener despierta la esperanza en las promesas de un Mesías
que debía liberarlo del yugo de sus opresores.
Quinientos años después de que Israel retornara a la patria
por decreto de Ciro, rey de Persia.

En la olimpiada 94 de Grecia,
el año 752 de la fundación de Roma,
el año 42 del reinado del emperador Octavio César Augusto,
cuando una inmensa paz reinaba sobre toda la tierra,
hace más de 2000 años,
en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel,
ocupado entonces por los romanos,
en un pesebre, porque no tenía sitio en la posada,
de María virgen, esposa de José,
de la casa y familia de David,
NACIÓ JESÚS,
DIOS ETERNO, HIJO DEL ETERNO PADRE,
Y HOMBRE VERDADERO,
LLAMADO MESÍAS Y CRISTO,
QUE ES EL SALVADOR QUE LOS HOMBRES ESPERABAN.
El es la Palabra que ilumina a todo hombre,
por él fueron creadas al principio todas las cosas;
él, que es el camino, la verdad y la vida,
ha acampado entre nosotros.
Él es el Alfa y la Omega,
el centro del cosmos y de la historia, su principio y su fin.
Suyos son el tiempo y la eternidad, a Él la gloria por los siglos.

Nosotros, los que creemos en Él,


nos hemos reunido hoy, en esta noche santa,
para celebrar con alegría
la solemnidad de Navidad,
y proclamar nuestra fe en Cristo, Salvador del hombre y del mundo.
Alegrémonos, hagamos fiesta y celebremos la mejor noticia
de toda la historia de la humanidad.

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