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L MERITO

~"'I(lN
"'1111'1'0 E las lenguas modernas la voz mérito (del latín «rnereor») designa las rela-
N

ciones que en virtud del obrar humano se originan entre una determinada
11('('i6ny quien la realiza, o entre la misma acción y quien de ella obtiene provecho
() recibe perjuicio. Así, la acción ejerce una doble eficacia: una se refiere al que
111ejecuta, la otra a personas o cosas distintas. El mérito se adquiere con las ac-
('lol1cR, en relación a personas distintas del sujeto agente, las cuales declaran el
111('l'Iloespontáneamente o por oficio, y por cosas que son pena o recompensa del
mlsmo mérito.
Propia de una terminología creada por Roma, la palabra mérito no encuen-
(ra equivalentes precisos en otras lenguas, por ejemplo en la griega. La «digni-·
tus» es una palabra afín a la de mérito; pero mientras que la dignidad reside
propiamente en la persona de la que en vía ordinaria pasa a los actos, el mérito
H inconcebible sin los mismos actos. La simplicidad del vocablo que examinamos
s sólo aparente. En realidad significa tanto el acto que merece, como la cosa
merecida, como el título (a la cosa merecida) que el acto crea en quien lo pone,.
como, en fin, el deber de los demás de rendir honor o justicia al mérito: y en
ste sentido se dice que el mérito está en nuestras manos y el premio en manos
(le los otros.
Otra peculiaridad del mérito es su arnbivalencia, al menos en origen, por
ruunto se presta a significar las consecuencias de una acción tanto buena como
mula : aunque por lo general, en el primer caso se habla de mérito sin añadidu-
I'U~,y en el segundo de demérito.
Así entendido, al mérito se le puede estudiar en las aplicaciones que encuen-
tra en el orden ético puramente natural, o en las modalidades en que se verifica
n el orden sobrenatural.

EL ME RITO EN EL ORDEN NATURAL

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,1,111')
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cuestión del mérito está estrechamente
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oln ur humano, consciente, deliberado,


unida a la más general del valor del
o más sencillamente
I'/ldo {'Il si mismo y en sus múltiples efectos y resonancias.
moral, consíde-
No hay mérito sin
1111'1'41
111'111; )('1'0 en cuanto título que perdura y sobrevive a la misma posición del acto,
1'1 1I1('dto es más una consecuencia de la acción, que la acción misma. De este
IIIIHlo In ídea de mérito evoca, como ideas contiguas, las de moralidad, de res-
1~()II~lIbiljdad, de imputabilidad, y de sanción. Santo Tomás trata del mérito
11 r-ontinuación de la cuestión de la moralidad de los actos humanos y lo pone
PX»I'CHomente entre las cosas que siguen, «consequuntur», a los mismos, en ra-
dlll de su bondad o malicia l.
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s. r ranclsco prcd lcü o póIUI'O<.
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El hombre está hecho para obra!'. TIene en su actlvldud un. rcmedlo u aua
propios límites 2, en eí sentido de que puede superarlos por medio de aquélla,
Lo que se necesita para obrar, existencia y esencia, lo recibe de la naturaleza,
y aquí ni alabanza, ni reproche; pero autor del acto moral es él mismo: y aquí
está la raíz de sus méritos y sus deméritos, El acto es la perfección de la po-
tencia, y si las potencias son valor natural del hombre, los actos son el valor
moral de sus potencias, Presupuesto necesario de la moralidad, para el mérito se
requiere necesariamente la libertad, Ahora bien, de cualquier manera que se le
mire, es difícil exagerar la importancia del obrar propiamente humano,

En cuanto obra libremente, precisa Aristóteles, el hombre es principio y


padre de sus propias acciones, como lo es de sus propios hijos; y una vez que las
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ha engendrado, en vano se esforzará por repudiar su paternidad, En cambio, I>IU HllH
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desde el punto de vista de las consecuencias, el hombre es también hijo de sus ACCIONMI
propias acciones, porque «tales somos, cuales nos hacen los actos concretos», y
«el ignorar acerca de cualquier objeto, que los hábitos se adquieren ejecutando
sus actos, propio es de insensatos», «Es ,por consiguiente absurdo que quien obra
injustamente no quiera ser injusto, y que quien se abandona a la inmorigera-
ción no quiera ser inmorigerado» 3,
Siempre en torno a la importancia de la acción, el mismo filósofo observa
que en las ciencias prácticas el fin está en el obrar más que en el conocer, No
es suficiente saber qué es la virtud, hay que hacerse virtuosos, Si los razona-
mientos bastasen a tal fin, podríamos proourarnos muchísimos, Pero son impo-
tentes para la gran mayoría',
Con toda la seriedad exigida por el asunto, un filósofo contemporáneo se
pregunta: «¿Tiene significado la vida humana y hay un destino para el hom-
bre? , .. Esta pequeñez de ser que en mí se agita, estas leves y fugaces acclones
o.¡
de una sombra, llevan consigo, oigo decir, una responsabilidad que pesa en or-
den a la eternidad, y no puedo comprar la n,ada ni siquiera a precio de sangre,
porque ya no es para mí: ¿ estaré, pues, condenado a la vida, condenado a la
eternídad?» 5, Como diciendo que formamos ya, por iniciativa ajena, parte del
ser, y que el no ser no está ya en nuestro poder; y que, por muchos esfuerzos
'. que hagamos, no lograremos nunca borrarnos
hemos sido confiados, o, como otros dicen, arrojados,
del «gran mar del ser», al que

, \,", Con todo, algo depende de nosotros: y no es ser o no ser, sino obrar o no
/'1." obrar; obrar de un modo o de otro, bien o mal, como Abel o como Caín, Las
N II/¡¡lIna figura de santo ha ejercido en occi-
obras de éste eran malignas, es decir malas, las de aquél eran justas 6; aun-
d"lIle mayor fascinación y despertado más
,'1"(1 admiracion. que el «Poverello» de ·;Asís. que el ser era idéntico para ambos, Los estoicos distinguían 'con mucho cuidado
AI,/, Sil mensaje de pobreza, de simplicidad, de entre lo que depende y lo que no depende de nosotros, Reza el proverbio que
wuvlhilidad humana hacia la naturaleza ha , .. ,,'
cuando se está en la danza hay que bailar,'
s ul:» frecuentemente mal comprendido. El epi-
\ ~~;., r~

y no basta bailar, porque lo Que cuenta no es bailar, sino cómo se baila, 'Ni
\t iiiu del hermano lobo o el Cántico de las se le permite al hombre, por mucho que haga o diga, 'ignorar o negarse el pro-
rr lnt uras no pueden separarse del ambiente y , '. blema que el mismo Blondel califica de «pavoroso» y hasta «doloroso», «cuando
dI'! osptritu de humildad, de penitencia, sobre se tiene la ingenuidad de suponerle y de buscarle una respuesta cualquiera» 7,
IU(/II del torturante amor de Francisco pOf el. , .' ,'",',:, .•.~" /,;~{~{.~;::, Otra cosa imposible para el hombre es anular la acción cometida, como si no
t't urllicado. Y el, Patriarca de·losMen'(),res_de:,·'., '." ,,-!: -, ,,,.jk':.',, ..~ '1" .,}~,j\,,)'~_
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"j hubiese sido realizada; porque, como señala Agatón en Aristóteles, «solamente
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de una cosa está también privado Dios - de hacer no sucedidas íascosas - que
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((1/1/(' conviccion: ae' cjilé Cristo «es la 'suprema...., o.

han sido realizadas» 8, Un extendido aforismo latino asegura que «ractum ínfec-
N/'(/( 1(( olrecida-por.Dlos. al mundo».
321
21 - Lo Sohrcnuturul
L. MACALl 1!:lj M 1~:I{¡'I!()

tum Ilerl nequit». Y ni siquiera antes de obrar le es posible al hombre privar l'll sede hlst(¡l'i<:o-ol1lol(¡gll'U,como hecho que nunca podrá convcrtlrsc en no he-
1\ HLIarbitrio de su impresionante eficacia a los actos que está para ejecutar. ('110; en scclc moral, caliñcándonos de buenos o de maJos; en sede social, seña-
Lo queramos, pues, o no, desde el punto de vista moral, somos aquello en lúndonos como objeto de reproche o de alabanza de nuestros semejantes; en sede
cjue nuestros actos nos convierten. Jurídica, desígnándonos objeto de premio o de pena; en sede sícológica, impri-
miendo una dirección que puede llegar hasta el hábito por nuestro obrar subsi-
Pero además de hacemos buenos o malos en nosotros mismos, los actos guiente. Perseveran en nuestra memoria y en nuestra conciencia, en la memoria
IIOS hacen objeto de alabanza o de reproche, de aprobación o de reprobación, se- del prójimo, y, lo que más interesa, en la memoria de Dios. Nada hay, pues, que
gún que sean buenos o malos, con respecto a n.uestros semejantes; porque en uyude o perjudique tanto al hombre como sus propios actos.
realidad alabar o reprochar a uno es lo mismo que ponerlo frente a la bondad
() a la malicia de sus propios actos 9. El hombre es bueno por sus hábitos y por
sus actos; pero teniendo en cuenta que el origen de los hábitos está en los actos
(los hábitos naturales no hacen al hombre bueno), el hombre, en definitiva, es
bueno o malo por sus actos. EL MERITO EN EL ORDEN SOBRENATURAL
Los actos humanos no sólo provocan la alabanza o el reproche según que
sean buenos o malos, sino que fundan y crean también el mérito y el demérito,
el premio o la pena de la gente, según la ley por la que el delito reclama el cas- del plano natural al sobrenatural, surge 'espontánea la pregunta de
tigo y la virtud el premio. P ASANDO
si el obrar humano conserva en este último el valor que, como se ha visto,
En este segundo sentido, el mérito se sitúa entre las relaciones de justicia, tiene en el primero, o si por el contrario el orden sobrenatural se rige por leyes
.Y por eso es «ad alterum». Esta otra persona no puede ser el mismo sujeto totalmente distintas a las vigentes en el orden natural.
agente sino «secundum quamdam similitudinem prout est iustitia hominis ad
seipsum», o sea, según una justicia metafórica que se hace real cuando el segundo En este segundo orden de consideraciones, el mérito continúa significando EL MiOIU'I'()
término de la relación que parte del acto ejecutado no es ya quien lo ha puesto cle una parte las consecuencias del acto respecto de quien lo ejecuta, y de otra mo,..
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sino otro hombre que recaba de él provecho o perjuicio, y a falta del mismo la se localiza en la línea de las relaciones entre el hombre y Dios. Ahora bien, el
sociedad 10. mérito ante Dios, problemático ya en el orden natural 13, se hace aún más difícil
Hay que añadir, para completar el cuadro, que el acto humano, en cuanto (le comprender en el orden sobrenatural, por la gratuidad y la trascendencia
bueno o malo, tiene razón de mérito o de demérito también ante Dios. Siendo tanto del premio como de los medios necesarios para alcanzarlo. Merecer es lo
el hombre 'cosa enteramente de Dios y éste autor, guardián, juez y reivindicador mismo que adquirir derechos según justicia; pero las relaciones de estricta jus-
del orden moral, es lógico que el segundo esté sumamente interesado por el com- í.icia no tienen curso entre señor y siervo, entre padre e hijo, y con mayor razón
portamiento del primero, esto es, de aquella entre sus criaturas que es capaz de entre Dios y el hombre, no sólo porque falta la absoluta y completa «alterítas»,
distinguir el bien del mal. Si así no fuese, comenta santo Tomás, Dios no haría sino también porque 'en todo y por todo el hombre depende de Dios, en el
ningún caso de los actos humanos 11. sor y en el obrar, en el orden natural y en el sobrenatural. Luego en las rela-
Otra reflexión, y no la última por cierto, acerca de los valores ocultos en el ciones con Dios no cabe hablar de un mérito que exija el premio con estricto
obrar humano, nos la ofrece el nexo íntimo que enlaza los dos órdenes del co- rigor de justicia; si bien, como luego veremos, se puede hablar de verdadero
nocer y del obrar, según el cual el deber ser se funda en el ser, que con sus mérito, es decir; que responda al valor real de la obra, realizada en las condi-
I(rados y números guía, dirige, el orden ético, es decir, el reino del mérito y .+ones requeridas.
del demérito, del premio y del castigo. «Lo que en el razonar es afirmación y ne- En toda relación, explica santo Tomás, la «ratío meriti» está en propor-
¡{ación, explica Ar.istóteles, eso mismo es en el apetito el perseguir y el huir». De rión a la «alterítas» y la igualdad de justicia que en ella tengan lugar. Pero entre
nhi que todo el esfuerzo del hombre deba mirar a que «el razonamiento sea ver- Dios y el hombre hay una distancia infinita, y no puede verificarse la «alterítas»
dadero y el apetito recto», y que sea «lo mismo lo que el uno afirma y el otro porque todo lo nuestro proviene de Dios. Por tanto, no se puede hablar, entre
Jll'l'sigue. Esta es la razón o la verdad práctica» 12. ¿De qué serviría al hombre el ,,1 hombre y Dios, de un mérito «simpliciter», sino únicamente «secundum quid»
r-onocer, si luego, el estar en la verdad o en el error, o bien, como dice la Escritura, .Y «iuxta quamdam proportionem» 14.
r-nmínar en la luz o en las tinieblas, no causase ninguna diferencia en las conse- Este punto es de. importancia capital y conviene tenerlo muy presente para
r-ucncias? evitar malentendidos.
Así pues, considerado en el orden ético puramente natural, esto es, como re- Presentar, pues, la cuestión del mérito ante Dios en el orden sobrenatural
sultado del acto humano en sus aspectos ad intra y ad extra, el mérito proyecta ('s lo mismo que preguntarse si, supuestos los principios del obrar sobrenatural,
1I11a nueva luz, sobre la gran importancia del obrar moral del hombre. Los actos uuc son la gracia y el libre albedrío, el hombre, siempre con referencia a Dios,
humanos son de este modo una cuenta que una vez comenzada sigue abierta para puede adquirir títulos, que, sin llegar a la exigencia de una justicia estricta,
ulcmpre. Aún metiéndonos en el pasado, no pasan, no nos abandonan, perseveran (·.Ierzan una eficacia real en el ámbito de sus relaciones con la divinidad.

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1.. Mi\Ci\LI 1':1, M~:IlI'I'()

Naturalmente. para resolver la cuestión, no puede procederse a priori y s El divino Maestro CI1UIlt:!Ó el principio de que a todo hombre se le conoce ALWIN0I4
huce imprescindible recurrir a la revelación tanto escrita como oral. Desde su por sus obras, valiéndose de la metáfora del árbol conocido por sus frutos j~; es 1'ltI N( '11'10"
odgen, la Iglesia católica, interpretando fielmente la revelación, ha defendido el decir que un árbol bueno no puede producir frutos malos, lo mismo que un (JIoJ N ItiII 1\ 1,'

valor del obrar humano; incluso en el orden sobrenatural; y ve en la realidad árbol malo no puede hacerlos buenos 16. Otro principio dice que el árbol que n
del mérito la coronación de la realidad de la gracia y de toda la maravillosa trae buenos frutos será cortado y arrojado al fuego 17. El episodio de la higuera
¡~enerosidad divina, la cual, según se ha visto al hablar de las virtudes infusas, maldita por su esterilidad, o sea por el hecho de no haber producido frutos, es
110 mira a otra cosa que a elevar y revalorizar el obrar del hombre, precisamente demasiado elocuente para tener necesidad de comentario 18. Ahora bien, ¿quién
II través de la divinización de su ser mediante la gracia actual y habitual, las no ve que la semejanza evangélica del árbol y de los frutos recuerda muy
virtudes íntusas teologales y morales y los dones del Espíritu Santo. de cerca la aristotélíca del padre y de los hijos?
Expresión auténtica y genuina de la revelación, la doctrina de la Iglesia se El hombre es, pues, bueno o malo, según que sean buenos o malos sus actos;
slrvió en sus comienzos de los mismos términos y modos de hablar de la reve- exactamente como el árbol y el padre que son buenos o malos, según que sean
lación. Tertuliano (160-220 c.) parece haber sido el primero en introducir en el buenos o malos sus propios .fru tos o sus propios hijos.
lenguaje teológico de occidente el término mérito, que, habiéndose hecho muy Por otra parte, san Pablo asegura que, también en el orden sobrenatural, el
pronto de uso común, ha conservado hasta hoy la neutralidad a que hemos alu- hombre recogerá sólo lo que haya sembrado 19; Y que quien sea parco en la siem-
dido. Durante la edad media quedó más determinado con los conceptos de mérito bra deberá también serlo en la cosecha 20. En base al mismo principio advierte
bueno, o de mérito sin más añadidura, de mérito «de condigno» y «de congruo», la Escritura que hay que estar muy atentos en la siembra para evitar malas
según que verifique en los límites expuestos las condiciones requeridas por la sorpresas al tiempo de la cosecha, ya que el que siembre iniquidad, recogerá
justicia o no vaya más allá de las exigencias de una pura y simple conveniencia iniquidad 2\ el que siembre en la carne, recogerá corrupción y el que siembre
o equidad. El último se subdivide además en infalible o falible, según que goce en el espíritu recogerá la vida eterna 22.
o no de una promesa divina en su favor. Una vez comenzada, la serie puede proseguir hasta donde se quiera, y decir,
por ejemplo, que quien siembra odio recoge odio, y quien siembra amor recoge
Los protestantes, en cambio, se pusieron desde un primer momento en con- amor; quien siembra viento recoge tempestades. etc. Lo que interesa es el
tra del mérito en todas sus formas, y aunque con ligeras variantes acerca del principio, y el principio dice que quien hace el bien tendrá el bien y quien
valor de las obras, han seguido siempre fieles a la actitud inicial. Y ello como hace el mal tendrá el mal, aunque por el momento no se esté en disposición
consecuencia de otros errores concernientes a la gracia, la justificación, los de descubrir el cómo ni el cuándo.
efectos del pecado original en la naturaleza humana y su libre albedrío. Redu- Principios afines a los precedentes son: la ley del talión 23; la regla de que
ciendo arbitrariamente el deber del hombre, como respuesta a la iniciativa se juzgará a cada uno y se le medirá con el mismo juicio y la misma medida
divina, solamente a la sola fe fiducial, acusan a los católicos de pelagianismo con que hubiere juzgado o medido a los otros 24; la norma de que quien pide
y de acarrear perjuicio, afrenta y ultraje a los méritos de Jesucristo. Repetida- recibe, quien busca encuentra, yal que llama se le abre 25; el precepto de hacer
mente han confesado su aversión por el mismo término de mérito, y no han ~ los otros lo que queremos que los otros nos hagan a nosotros 26; la praxis que
dejado escapar ocasión para declararlo odioso, abominable, execrable y entera- proporciona la pena a la gravedad del pecado 27, según la cual el pecador tendrá
mente extraño al lenguaje bíblico. llanto y luto en el mismo grado en que se tomó la gloria y el placer 28. Los
Diametralmente opuestos a los protestantes, los pelagianos minimizan la par- poderosos serán gravemente castigados 29 y las mismas cosas con que uno peca
te de Dios en la obra de la salvación del hombre, hasta dejarla reducida práctica- serán usadas para su tormento 30. Ley y praxis, esta última, conocida con el
mente a cero. nombre de contrapaso, en virtud del cual no existe bien ni mal que no encuen-
Frente a estos dos excesos, la doctrina católica representa el justo equilibrio tre de algún modo contracambio o resarcimiento en la misma medida y en ma-
nseñando que, supuesto el libre albedrío, la gracia sobrenatur.al es condición nera análoga .a como ha sido ejecutado. Ley que recuerdan también santo To-
11 la vez necesaria y suficiente para poder adquirir verdaderos méritos ante más 31 y Dante 32, el cual basándose en la misma distribuye penas y castigos en
Di:os. la «cíttá dolente» y en el «regno dove l'umano spirito si purga» 33.
En el orden natural se ha visto ya que el acto meritorio se extiende tanto, Ahora bien, si todos estos principios y otros semejantes, sembrados como
«uanto el moral. Ahora bien, si la gracia no destruye .la naturaleza sino que la al azar aquí y allá por la Escritura, son suficientes para iluminarnos en sentido
perfecciona y sublima, hay que admitir que vale para los 'dos órdenes una ley ¡(cneral, pero decididamente positivo, sobre el valor del obrar humano en el
.'li no idéntica, al menos análoga. orden sobrenatural, la misma Sagrada Escritura proporciona argumentos ajenos
En realidad las semejanzas y las analogías entre los dos órdenes son múlti- Il lada duda en lo que concierne al mérito en el sentido explicado.
ples. La revelación sigue siendo, con todo, el documento más claro y autorizado
pura demostrar el valor de la libre cooperación del hombre, como integración ne-
cesaria de la admirable elaboración y de todas las iniciativas de la gracia divina.

24 5
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III:I'üdIVUlll(llltl', I)IIIH Il() 11111'/1 11 1(111 IH"'HIIIIHH "', Hlllo 11 IlIs Ob"Ul1, y du Il c'/I(II\ uno
t1('gúl1 justk-lu '7, I~I modo do obrur de Dlos respecto de 111 serplcntc, de Adún y
eNSEÑANZA DE LA SAGRADA ESCRITURA 1';VlI '", de Caín y de Abel .U, de Sodomo y Gomorra GO,de los hombres del tícmp
del diluvio ''', de las comadronas compasivas G~, etc., encuentra su explicación en el
modo de obrar de cada interesado. Claramente lo indican las partículas «porque,
yo que, puesto que», y otras parecidas, con las que el texto sagrado pone a la
C ON la venia de los hermanos separados, digamos en seguida que si bien es
verdad que la revelación no emplea el término latino de mérito, por la sen-
acción divina en conexión con la acción de los hombres.
Siguiendo este principio, la correlación es constante, y van a la par el
clll a razón de que la lengua original de la que se valió no fue la de los juristas
delito y el castigo, el mérito y el premio. Azarías asegura a Asa y a la tribu
romanos, también es verdad que para significar inequívocamente el valor del
{le Judá y de Benjamín: «El Señor está con vosotros, porque vosotros estuvisteis
ucto humano incluso en el orden sobrenatural, ha sabido escoger términos y
con él. Si lo buscáis lo hallaréis; pero si le abandonáis, os abandonará» y un
modos de hablar que no tienen nada que envidiar a los latinos, Tales son preci-
poco más adelante: «por lo tanto sed fuertes, porque vuestra obra tendrá su
samente los vocablos. «merces», precio, salario, retribución, recompensa, palma,
,recompensa» 5] El salrnista canta que el Señor es santo con el santo, fuerte con
'corona, gloria, eternidad bienaventurada o desdichada, premio o pena, infierno
e] fuerte, inocente con el inocente, mientras que con el perverso se comportará
o paraíso y semejantes, Ahora bien, «meritum et merces, hace notar santo To-
según su perversidad 54. Así como es pío con el pío, recto con el recto, puro con
más, ad idem referuntur» 34, es decir que se reducen a la misma cosa; y no
el puro, así también hará de perverso con el perverso 55. Dirigiéndose a los pe-
sería serio negar la' cosa, para enredarse en cuestiones de palabras.
e-adores dice el Señor: «Volved a mí y yo volveré a vosotros» 56; Y asegura que
Al describir los coeficientes de la salvación sobrenatural del hombre, la Sa-
hará recaer sus obras sobre su cabeza 57. Contra el abuso del principio de solida-
grada Escritura pone siempre junto a la iniciativa divina la libre cooperación
ridad, por el que algunos se consideraban justificados por el mero hecho de per-
del hombre, unas veces dando mayor relieve a la parte de Dios, sin olvidar
tenecer al pueblo escogido, recuerda que juzgará a cada uno según sus propios
por ello la del hombre, y a la del hombre otras, sin descuidar sin embargo la de caminos 58,
Dios, Puesto que las dos 'premisasandan continuamente del brazo, resulta de
La crítica del Nuevo Testamento contra el fariseo, satisfecho de sí mismo
ello que ni solo Dios, ni solo el hombre se bastan para salvar al hombre, Habida
y seguro de .su propia justicia, no recae sobre sus obras, sino sobre el espíritu
cuenta de nuestro objeto, en la presente disertación se expondrá la tarea del .on que han sido ejecutadas 59.
hombre con mayor evídeneía que la de Dios; perc nresupuesta y sobreentendida
Huelga insistir. Los pocos pasos referidos son más que suficientes para do-
siempre la parte .de Dios, como parte principal, absolutamente necesaria.
cumentar el valor e importancia atribuidos por Dios a las acciones humanas, in-
cluso en el orden sobrenatural. Y no cabe pensar que Dios atribuya importancia
•• Observemos que en este punto tan fundamental el Antiguo Testamento, aun- o valor a cosas que en realidad no lo tienen: como en último análisis se ven
'o que más dominado por perspectivas de recompensas terrenas y más inclinado a precisados .a decir, quiéranlo o no, los hermanos separados.
subrayar la obra del hombre, está en lo sustancial plenamente de acuerdo con
el Nuevo Testamento, En ~l Nuevo Testamento, que, como ya se ha indicado, se mueve en sustan- El, NlJlolVII
Del análisis del Antiguo Testamento resulta que Dios sigue con gran interés ('ia en la misma línea que el Antiguo, la afirmación del mérito se hace aún más T~K'ri\MI':N'1
y suma atención el modo de comportarse de los hombres, tanto de los individuos .explicita y categórica.
r-omo de la sociedad, Efectivamente, los ojos de Dios están vueltos hacia los Conviene observar ante todo que, según la doctrina del Nuevo Testamento,
«amínos de los hombres 35, sin interrupción 36; a los caminos del impío 37 y a los nríemás de la gracia de Dios son también necesarias para salvarse las buenas
del justo; a los reinos 38 y a los individuos, para observar todo movimiento y obras del hombre, las cuales no deben sólo limitarse a la confianza, de que ha-
todo paso 39; a las ofrendas de Abel y a las de Caín 40, Y lo conoce todo, porque blan los protestantes. Así, para entrar en el reino de Dios, es preciso hacer
Iorlo lo ve 41, incluso lo que se hace a hurtadillas 42; Y escudriña no sólo la su- penitencia 60; la higuera fue maldecida a causa de su esterilidad 61; el árbol que
\l('rIicie sino lo profundo del corazón 43, En vano olvida el adúltero que nada 110 produce fruto será cortado y arrojado al fuego 62; a la mujer pecadora se le
I'H('apa a la mirada de Dios 44, y en vano se engañan a sí mismos los injustos pen- perdona porque ha amado mucho 63; a los hijos del reino se les echa en cara
MllIldo que Dios no les verá 45. su infidelidad 64.
Puesto que nadie, y menos que nadie Dios, pierde el tiempo en fijar su aten- Después de hacer Dios su obra, le toca al hombre hacer la suya propia, como
¡of(11len cosas de poca monta, hay que concluir que las obras de los hombres nnrecen decir precisamente las palabras de color oscuro pronunciadas por Jesu-
t lenon un cierto valora los ojos de Dios. «risto : «El que tenga oídos para oír que oiga» 65. Siguiendo esta línea, a los que
Es tal este valor, que son precisamente las obras las que determinan la clase di('en y no obran, se les reprocha 66. No es suficiente .amar; es preciso también
<le relaciones existentes entre el hombre y Dios. Es decir q.ue Dios regula su con- ol¡ror; «Si me amáis, dice Jesús, observaréis mis mandamientos» 67. Creer no
ducta con respecto al hombre por la conducta del hombre respecto a él, de huxta, es necesario que la fe sea operante por medio de la caridad G8, porque la
l'orrna que en definitiva tal es la actitud d~ Dios, cual es la actitud del hombre. I'e sln obras es muerta 69. Escuchar la palabra de Dios no lo es todo; es necesario

326 327,
L. MACAI,T 1+11. M{t:Hl+I O
I

sobre todo ponerla en práctica 70. «No todo aquel que dice, ¡Señor, Señor! en- En el nilsmn ()I'dell <lo ¡(¡('11M, In 1';s('t'ltur'u empleo I()~ ~61'1'nlnOH de merced. 1,/\ ItWl'lIl1l1
trará en el reino de los cielos, aclara Jesús, sino el que hace la voluntad de mi de retribución, salario, recompensa y similares, para designar precisamente lo
Padre celestial» 71. Tras la justificación Dios espera de nosotros los frutos del Es- que corresponde a las obras, no s610 como «posterius» y «príus», sino como efec-
píritu Santo 72 y a nadie le es lícito permanecer inactivo y estéril 73. Por el con- to y causa, consecuencia y premisa, contraprestación y prestación, paga y tra-
trario, se debe abundar en toda obra buena 74, tratando de no recibir la gracia de bajo, mérito y premio. Esto y no otra cosa es lo que quieren decir la parábola de
Dios en vano 75, seguros de que nuestro esfuerzo no será inútil en el Señor 76, que los talentos 87, la de las minas 88, y asimismo, bien entendida, la de los trabajado-
cada uno recogerá lo que haya sembrado 77 y que nadie recibirá la corona si an- res de la viña 89. Por otra parte, si la vanagloria es recompensa a sí misma, Dios
tes no ha combatido y vencido 78. recompensa a los buenos 90 de modo que ni siquiera un vaso de agua dado por
El ocio, la pereza, la esperanza negligente de salvarse por los solos méritos amor suyo quedará sin dicha recompensa 91. Las buenas obras, tanto prescritas
de Jesucristo, sin mover ni siquiera un dedo por cuenta propia, no van en absoluto como voluntarias, procuran un gran tesoro en el cielo 92, preparan una gran re-
.on el cristiano. Luchar, combatir, emplearse en los mil modos sugeridos por la compensa 93. Quien sigue a Jesucristo tendrá el céntuplo en este mundo y la vida
caridad en orden a la gloria de Dios y el bien del prójimo, llevar la cruz, reali- eterna en el otro 9•• Esta recompensa no es del todo gratuita, sino que tiene ca-
zando en sí mismo la pasión y los sufrimientos de Jesucristo, mortificar la carne, rácter de retribución, de salario, de paga 95. Los buenos recibirán el salario de su
favorecer el espíritu, ejercitarse en las obras de misericordia corporales y espiri- fidelidad 96, los malos el de su malicia 97.
tuales: he aquí el deber de todo fiel. Pero todo esto no tendría ningún sentido
si la salvación del hombre dependiese, sola y exclusivamente de la obra de Dios Análogo al término de retribución es. el de corona, con el que indica la Escri- LA C()ltclN
y de la confianza del hombre en la obra y en las promesas de Dios. tura la vida eterna, en cuanto recompensa merecida por las buenas obras. Nadie
puede ceñir su frente con esta corona, sin haberla merecido 98, porque a su asig-
11/\ Además, los hagiógrafos del Nuevo Testamento, como ya lo hicieron los del nación presiden criterios de justicia 99. Es como una corona incorruptible 100, una
')lO¡ Antiguo, no encuentran inconveniente en recurrir al término de justicia, para corona de vida 101, una indefectible corona de gloria 102.
ItI!1
calificar las relaciones existentes entre Dios y el hombre, con motivo de sus acti- Así pues, según lo que nos ha sido revelado, las obras del hombre tienen, in-
vidades; y no advierten en dicho término ninguna incompatibilidad con cuanto cluso en el orden sobrenatural, un valor intrínseco, razón de mérito y de demé-
ellos mismos han dicho sobre la absoluta trascendencia y gratuidad de la gracia. rito ante Dios. Si así no fuese, sería inútil Que la Escritura predicase su necesidad,
De esta suerte, el Antiguo y el Nuevo Testamento someten toda la his- que el hombre se viese precisado a esforzarse y a luchar, que Dios se sentara a
toria humana al juicio de Dios. En este juicio el juez es el mismo Dios, los juicio para enfrentar al hombre con sus propias obras, y sería inútil, es decir
juzgados son los hombres, la materia del juicio son las obras de los hombres, ponerse en un plano de farsa y de mentira, asignar premios y distribuir castigos.
de forma que las obras son verdadera causa determinante del sentido de la sen- No obstante, ya lo hemos dicho y no se dirá nunca lo bastante, se sobreentiende
tencia. Parte de este juicio se realiza en este mundo: parte en el juicio personal, siempre que la última raíz del mérito del hombre es la infinita generosidad de
tras la muerte de cada cual; pero el juicio universal y solemne tendrá lugar al Dios.
fin de los tiempos 79, cuando Jesucristo vendrá con gran majestad a juzgar a
los vivos y a los muertos. Afirmación constante, categórica y frecuentísima de la
Sagrada Escritura, es que en dicho juicio el juez divino se comportará según
justicia y dará a cada uno lo suyo, según las obras de cada uno S0. En el momento
de la muerte las obras realizadas no quedarán en esta tierra separadas de nosotros, DOCTRINA DE LA IGLESIA
sino que atravesarán con nosotros el dintel de la eternidad y se presentarán ante
Dios para ser juzgadas con nosotros. Nuestras obras nos siguen 8\ afirma san
Juan. En dicho juicio se asignará gloria desigual a obras desiguales 82. Nadie ha
exaltado más que san Pablo la necesidad y la gratuidad de la gracia o la inutili- S EGÚN hemos señalado, el equilibrio es prerrogativa
, Iglesia en la economía de la salvación. Intérprete
de la enseñanza
auténtica
de la
e infalible de
EL CON('III
DE 'l'III~N'I'11
dad de ciertas obras; y, con todo, el mismo san Pablo no tiene ningún reparo en las verdades reveladas, la Iglesia católica, en base a esta misma revelación, da
proclamar que Dios es juez justo 83 y que justo es su juicio 8~ y Ilama «corona a cada uno lo suyo: a Dios lo que es de Dios y al hombre lo que es del hombre;
de justicia» 85 y «esperanza de justicia» 86, a lo que nos aguarda al fin de la a la gracia lo que corresponde a la gracia, al libre albedrío lo que corresponde
prueba. al libre albedrío. Estos dos puntos son como los dos pilones sobre los que se
Pero ¿ qué necesidad habría de hablar de justicia, de juez, y de juicio, cual- apoya todo el orden sobrenatural, de manera que abatir uno de ellos es lo
quiera que sea el sentido que se quiera dar a estas palabras, si las obras de los mismo que abatir también el otro y permitir que se derrumbe la totalidad del
hombres no tuviesen ningún valor y no constituyesen en absoluto materia de diflcio. Causa principal de la salvación del hombre adulto es la potencia de
juicio? Por otra parte, no se lee en ningún texto que Dios juzgue sólo por la fe risto ; causa secundaria es el libre albedrío 103. Pero, cada una a su modo, las
o por la confianza que en él hayamos puesto. <los causas se requieren necesariamente.
Siempre en posesión de tal doctrina, la Iglesia la ha formulado de manera

28 32
1•• M~I·~I.I
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J)()IIM Ju verdadera y HUDadoctrina acerca de la iustlücaclón, en pro de In gloria
de necesidad (interna) sino que basta la de coacción (cxterua)» I~O,
d(' Dios, Ja tranquilidad de la Iglesia, la salvación de las almas lO", y también
Quedan por precisar teológícarnente algunas circunstancias relativas a las con-
PI\I't\ rebatir los errores de los hermanos separados.
dicíones y al objeto del mérito.
n la premisa de que ni la naturaleza ni la sola letra de la ley mosaica
l)/IHLnnpara salvar al hombre loa, declara que la gracia divina comunicada por me-
dio de Jesucristo es absoluta y físicamente necesaria para merecer la vida eterna
y unra la justificación 107.
LAS CONDICIONES REQUERIDAS PARA EL MERITO
m inicio (exordium) en el proceso de la justificación hay que atribuir lo, para - -
los adultos, a la gracia preveniente de Cristo, que se da independientemente de
10<10mérito personal precedente. Sólo después de este impulso comienza la tarea E estas condiciones, algunas se refieren al hombre que merece, otras al acto
dol hombre, porque no cabe decir que bajo la acción de la gracia el hombre no D con el que merece, otras a Dios ante quien merece.
lince absolutamente nada, «nihil omnino agat», o que el pecado o la gracia com- Por parte del hombre se requiere que esté aún en la brecha, en el estado de
porten la destrucción completa de su libre albedrío lOS. viador (cstatus viae»), porque, sobrevenida la muerte, nadie puede ya obrar 121, Y
Cuando se dice que al hombre se le justifica gratuitamente (gratis) se en- hay que hacer el bien mientras aún estemos a tiempo 122. El tiempo es siempre breve
tiende que ninguna de las cosas que preceden a la justificación, fe u obras, está para quien quiera comportarse con seriedad 123 y es digno de alabanza el que sea
('11 grado de merecer la gracia de la justificación; y este es el sentido de las capaz de desarrollar un gran programa en poco tiempo 124. Se requiere asimismo la
palabras de san Pablo a los Romanos en 11,6109• La ley divina excluye del reino gracia habitual o santificante para el mérito «de condigno», no para el «de congruo»,
<le Dios no sólo a quien está manchado de infidelidad, sino también al manchado porque es precisamente la gracia la que confiere al hombre el poder merecer:
por 1a fornicación, el adulterio, etc. uo. «oper arí sequitur esse». El mérito es una de las más grandes maravillas operadas
Hay que entender la vida eterna y hay que proponerla a los fieles como una por la gracia.
racía y como una recompensa (merces), que en virtud de la promesa del mismo I La obra con que el hombre merece tiene que ser Iibre, es decir exenta de
Dlos, se atribuye fielmente a las buenas obras y a los méritos lIl. necesidad interna y externa. No es necesario que sea supererogatoria, porque el
El valor y el mérito de las buenas obras se explican por el flujo de energía precepto no empece el mérito: «Si quieres entrar en la vida, observa los manda-
y de gracia que ininterrumpidamente pasa de Jesucristo, a los fieles, como de mientos» 125, asegura Jesucristo. Debe ser buena, o sea moralmente honesta. La obra
In cabeza a los miembros 112, de la vid a los sarmientos 113, de la fuente a los mala merece el castigo; y la omisión de una obra mala puede convertirse en me-
sedientos lH. Con todo, por grande que sea la importancia atribuida a las buenas ritoria, por el esfuerzo requerido para evitar el mal y seguir el bien. Debe ser
obras por la Escritura 115, habida cuenta de que tales obras no se elevan sin la gr a- también sobrenatural, bien por parte del principio del que emana, que es la gracia
c+n a la dignidad de mérito, se sigue que el cristiano no puede gloriarse en habitual, bien por parte de la intención objetiva implícita en la misma honestidad
Ni mismo sino sólo en el Señor, el cual se ha mostrado bueno para con los horn- natural del acto, suponiendo siempre el estado de gracia de quien obra.
brcs, de tal forma que quiere que sea mérito de ellos lo que en realidad son sus Así como entre los hombres uno no puede merecer ante otro sin un entendi-
dones m, miento previo, así también es necesario que entre el hombre y Dios preceda una
En consecuencia se excomulga a «quienquiera que sostenga que las buenas promesa, un acuerdo o un pacto por el que Dios se comprometa, no ya a conferir va-
obras del hombre justificado son dones de Dios, en el sentido de que no son tarn- lor a cosas que no lo tienen, sino a tomar en consideración «in actu secundo», actos
/¡j(>n buenos méritos del mismo justificado, o que el mismo justificado a través de que por sí mismos, «in actu primo», tienen ya razón de mérito en cuanto realiza-
11I.~ buenas obras por él realizadas con la gracia de Dios y el mérito de Jesucristo dos en las condiciones requeridas. En concreto, esta 'promesa es un decreto especial
(cI('1 cual es miembro vivo) no merece verdaderamente (vere) el aumento de gr a- cle Dios, conocido únicamente por medio de la revelación; pero objetivamente está
('111,In vida eterna, la posesión efectiva de la misma vida eterna (a condición de incluido en el hecho mismo de nuestra vocación sobrenatural. Indispensable para
(¡II(' muera en estado de gracia) y también el aumento de gloria» 117. I mérito «de condigno» y «de congruo» infalible, tal promesa no se requiere para
Se impone la afirmación final de que la doctrina católica sobre la justificación, el mérito «de congruo» falible.
I'X prosada por el Concilio en el citado decreto, no es en absoluto derogación de la
lol'ia de Dios o de los méritos de nuestro Señor Jesucristo; antes bien sitúa en
NII verdadera luz la verdad de nuestra fe y la gloria de Dios y de Jesucristo US.
EL OBJETO DEL MERITO
v En 1567 Pío V condenó una serie de proposiciones en las que Miguel Bayo
•• II('Haba la necesidad de la gracia sobrenatural para poder merecer 119. En 1653 Ino-
('(\neJo X condenó otra proposición de Jansenio que decía que «en el estado de na-
E N virtud del arriba citado canon 32, Sesión VI del Concilio de Trento 120, es
dogma de fe que el hombre en gracia merece verdaderamente, «vere» (el Con-
('11 lo prescindió, no sin intención, del término técnico «de condigno»), el aumen to
330 331
1" I1 \('AI,I
11:1, Mli:ltltltO
de la gracia santificante, la vida eterna, su efectiva posesión si muere en estado,
de gracia y el aumento de la gloria, que está en correspondencia con el aumento a obru do 1)!0;l 01\ In HlIlvlI(,I{¡1\ (101 hombre tlene un limito, 1\0 porque lo dlgul)
de la gracia, la cual es precisamente la semilla de la gloria: «semen gloriae». En los católicos, sino porque He lo ha impuesto la misma sabiduría divina, .u:xaltul' (H·
realidad, merecer la vida eterna y poseer la vida eterna son dos cosas distintas, cha obra hasta reducir a la nada la del hombre es cubrir de ridículo tanto a Dios
porque en caso de recaída y de muerte en pecado, no se alcanza la vida eterna, como al hombre. Si a pesar del pecado original y personal y sus efectos, es decir,
que sin embargo había sido merecida. Además, el Concilio quiere eliminar con esta la indignidad y la miseria del hombre, los méritos de nuestro Señor Jesucristo y
distinción cualquier pretexto para la teoría de la doble justificación defendida por toda la obra de la gracia santificante y actual, eficaz o no eficaz, y la misma pre-
algunos teólogos. destinación, el hombre adulto no siguiese todavía libre o no estuviese en su poder,
No son objeto de verdadero mérito, o sea «de condigno», según explican los .a pesar de todo y de todos, hacer buenos o malos sus propios caminos, apoyándose
teólogos, la primera gracia santificante o primera justificación, la primera gracia en el primer caso en el auxilio gratuitamente ofrecido por Dios y rechazándolo
actual, las sucesivas gracias actuales eficaces, la gracia de la perseverancia final, libremente en el segundo, tales tareas estarían reservadas a Dios.
la gracia de resurgir después de la caída. Santo Tomás opina que el hombre todavía Pero si fuese Dios el que hace buenos o malos a los hombres de suerte que,
justo y antes de su caída no podía merecer ni «de condigno» ni «de congruo» esta como dice el Concilio de Trento, «fuera igualmente su obra tanto la vocación de
última gracia 137. En cuanto a la primera gracia santificante y actual, vale el prin- Pablo como la traición de Judas» 129, en tal caso se derrumbaría todo el orden
cipio de que no.puede ser objeto de mérito lo que es principio de dicho mérito. ético, tanto natural como sobrenatural; y el hombre quedaría reducido a simple
El hombre en gracia, justo o justificado, puede merecer por sí mismo y «de marioneta; y a Dios, además de responsable del mal de los hombres, se le podría
congruo» la misma perseverancia final, las gracias eficaces (mérito de congruo fa- llamar el titiritero, si es lícito expresarse así. Muchos críticos acatólicosencuentran
lible), gracias y favores temporales, en cuanto sirven para la vida eterna. Para. .excesíva la ingerencia de Dios en las cosas de los hombres y la simple concesión
los otros, el justo puede merecer, siempre «de congruo», la gracia de la conversión. de la gracia. Los hermanos separados van aún más allá y niegan sin ambages toda
la perseverancia final, favores temporales y además, lo que no puede merecer para responsabilidad y toda moralidad. Es difícil comprender cómo tales excesos pueden
sí mismo, la primera gracia preveniente y la primera gracia eficaz. ser compatibles con el otro exceso, asimismo de clara marca protestante, de la
El hombre sin gracia, o sea en estado de pecado mortal, independientemente absoluta autonomía de la moralidad del hombre, aunque sólo sea en el campo
de toda gracia sobrenatural, sólo se puede preparar o disponer negativamente a .natural.
la gracia. Recibida la primera gracia actual, su preparación se hace positiva en el San Buenaventura piensa que es más honorífico para el hombre obtener la
caso de que corresponda, y puede merecer «de congruo», tanto otras gracias ac- felicidad con méritos que sin ellos: «Gloriosius est homini obtinere beatitudinem
tuales en orden a la justificación, como la misma justificación. Tal es el pensar per meríta quam sine merítís» 130. Dios, en efecto, no quiere exaltarse a sí mismo
de casi todos los teólogos. .Yrebajar al hombre hasta el punto de conceder a éste la felicidad como pura limos-
na. La da, en cambio, como algo debido a los méritos del hombre. Lo cual está en
'/\110
El pecado mortal mata y elimina de un golpe todos los méritos que el hombre perfecta armonía con el gran respeto Que siempre ha profesado y manifestado Dios
III1,A
I'I'OS adquirió fatigosamente durante su vida. Con la conversión, la vida vuelve al alma, con respecto al hombre y a sus cosas 131.
y con el alma renacen también los méritos. Este es el sentido de la llamada «revi- Hay que observar, además, que el mérito es más honorífico, no sólo para el
viscent.iameritorum», o renacimiento de los méritos. hombre, sino también para Dios. Porque ¿qué honor o qué gloria recabaría Dios
Algo que no hay que olvidar es la irnpor tancí a que en toda la economía de la de los hombres si éstos quedasen reducidos a un ejército de títeres? Y afirmar que
salvación reviste lo que san Alfonso llama el gran mérito de la oración. Por sí todo el mérito del hombre consiste en creer es ir en contra de la revelación, sin
sola. la oración tiene a la vez valor de mérito, de reparación y de impetración. cambiar apenas nada de aquella ridícula perspectiva.
Su eficacia, quienquiera sea el apelante a la bondad de aquel «che volentier per-
dona»: que perdona de buen grado, es verdaderamente decisiva, incluso cuando el y en cuanto a las reiteradas acusaciones de mercantilismo, mercenarismo, FAI,HO
que ora se encuentra con las manos vacías 128. .amor interesado y otras semejantes, en el sentido de que tal moral sería inferior IH:HI N'I'I'iI
a la puramente desinteresada, sostenemos que es orgullo superfino desinteresarse Dln .,0/4
A(:A'I'(II.11
de las sanciones de que el mismo Dios ha guarnecido sus leyes.
El camino del desinterés absoluto,en apariencia tan puro e inocente, va muy
lejos, demasiado lejos, y pretende llegar a establecer una moral sin Dios como
CONCLUSION Inicio y como fin, como autor, juez y recompensa. Y el desinterés profesado por
los santos no tiene nada en común con tales exageraciones.
Por otra parte, la cuestión de la felicidad humana es una cuestión real y

A
111/ 1':
DEMÁS de estar conforme con la revelación escrita y oral, tan claramente resu- hay que hallarle solución. Es mentira decir que no existe o que el hombre es indi-
111/1':
mida y formulada por el Concilio de Trento, la doctrina del mérito lo está ferente a una u otra solución. Aristóteles, muy sinceramente, puso a la felicidad
también con la recta razón. corno fin del obrar humano en el orden natural y la Escritura ha hecho otro
Ianto en lo que concierne al sobrenatural. Nace un cierto problema cuando se
332
333
L. MACALI

pone a la felicidad en relación con la moralidad o santidad. La sabiduría divina


parece haber resuelto también este último problema, reuniendo en el mismo acto
y en el mismo objeto, es decir en el amor de Dios y en Dios, lo que nos hace bue-
nos y lo que nos hace felices. Amar a Dios sobre todas las cosas es el mayor
de los mandamientos, pero es también la mayor fortuna que puede caber a un
hombre. No puede ser pecado buscar y desear lo que el mismo Dios ha ordenado
buscar o desear. QuiE;n pretende trasponer estos acertados límites se forja la
ilusión de elevarse por encima de Dios con las alas de una moral sobrehumana
y supradivina, mientras que en realidad se precipita en la nada o por lo menos en
una moral que, por ser fin a sí misma, es enemiga del hombre por la misma
razón por la que es enemiga de Dios.
Desde el punto de vista práctico, la doctrina del mérito, salvando el valor de
la libertad y del libre obrar humano, viene a decir Que, incluso bajo la acción
de la gracia divina, el hombre sigue siendo árbitro y artífice de. su propio destino,
para el tiempo y para la eternidad. Pereza, fatalismo, no tienen nada que ver con
la doctrina auténtica de Cristo. Toda obra buena realizada por quienquiera y de
cualquier modo tiene siempre su valor, sea como simple impetración, sea en calidad
de mérito «de congruo» o «de condigno», en el sentido explicado, en orden a la
salvación eterna.
y si alguien se empeña en hablar de ofensa y ultraje a la gloria de Dios y
a los méritos de Cristo, hay que decirle Que no es la doctrina catqlica la que im-
plica esa ofensa y ese ultraje, sino la doctrina opuesta. Efectivamente, mientras:
que en la doctrina luterano-protestante, Dios es impotente, debido a las destruc-
ciones producidas por iel pecado, para sanar radical e intrínsecamente al hombre
y se ve obligado a replegarse a un ficcionismo y un legalismo puramente exterior,
que no sientan nada bien a la suprema verdad y veracidad divinas, según la doc-
trina católica, Dios no sólo tiene ~l poder de renovar enteramente al hombre,
sino tiene también el de ponerle en condiciones de merecer él mismo, resultando
en definitiva que los méritos de Cristo no sólo han sido merecidos para nosotros,
sino que también nos han merecido el poder merecer.
Hay que estar ciego para no ver Que la doctrina católica glorifica mucho más
a Dios, al mismo tiempo, y por el mismo título, de glorificar más al hombre.

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