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Autor: Felipe Pigna

La otra historia ha condenado a Manuel Belgrano a no ser. Belgrano no tiene día en el


calendario oficial. El día de su muerte es el día de la bandera. Y ya sabemos de la
importancia que el símbolo patrio adquiere entre nosotros más allá de los festejos
deportivos y las declamaciones patrioteras de ocasión. No nos han enseñado con
ejemplos a querer nuestra bandera, ha sido violada y usurpada por los gobiernos
genocidas que han hecho abuso de su uso. Hay que recuperarla para nosotros, pero esa
es una tarea imprescindible pero larga y, mientras tanto, Belgrano sigue sin ser
recordado como se merece.

La operación es simple. Se trata claramente de un ideólogo de la subversión americana y


no conviene que desde la más tierna infancia, los niños aprendan a honrar la memoria de
pensadores, innovadores y revolucionarios, portadores, como en este caso, de una
coherencia meridiana entre sus dichos y sus hechos.

Los ricos de la Argentina, enriquecidos a costa del país y del trabajo de su gente, se
enorgullecen en decir que Belgrano murió pobre. Según sus leyes de la obediencia y el
ejemplo, no hay nada mejor para los demás que morir pobre. Aprender a morir como se
nace, sin disputarles los ataúdes de roble, los herrajes de oro, las necrológicas de pago y
las exclusivas parcelas en los cementerios privados, es una gran virtud, en la escala de
valores de los que viven de la Bolsa de valores.

El desprendimiento, el desinterés y la abnegación son virtudes que nuestras “familias


patricias” dicen admirar en los demás pero que no forman parte de su menú de opciones.
Ellas por su parte, morirán mucho más ricas de lo que nacieron porque el resto de los
argentinos morirá mucho más pobre. Leyes de las matemáticas, de la suma y de la resta.

¿Qué pasaría si Belgrano en vida utilizase una máquina del tiempo y llegaría a nuestras
aulas?

He aquí un breve recorrido por su pensamiento basado en sus textos…

Alumnos entrevistando a Belgrano

¿Cómo fueron sus años formativos en Europa?


Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese
también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes
trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo
veía tiranos en los que se oponían a que el hombre fuere donde fuese, no disfrutase de
unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades
habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente.

Usted demostró una notable preocupación por la educación ¿Por qué la


enseñanza formal resulta tan poco atractiva para los niños?
Los niños miran con fastidio las escuelas, es verdad, pero es porque en ellas no se varía
jamás su ocupación; no se trata de otra cosa que de enseñarles a leer y escribir, pero con
un tesón de seis o siete horas al día, que hacen a los niños detestable la memoria de la
escuela, que a no ser alimentados por la esperanza del domingo, se les haría mucho más
aborrecible este funesto teatro de la opresión de su espíritu inquieto y siempre amigo de
la verdad. ¡Triste y lamentable estado el de nuestra pasada y presente educación! Al niño
se lo abate y castiga en las aulas, se le desprecia en las calles y se le engaña en el seno
mismo de su casa paternal. Si deseoso de satisfacer su curiosidad natural pregunta
alguna cosa, se le desprecia o se le engaña haciéndole concebir dos mil absurdos que
convivirán con él hasta su última vejez.

Además, esta educación llega a muy poca gente


Tenemos muchos libros que contienen descubrimientos y experiencias que se han hecho
en agricultura, pero estos libros no han llegado jamás al labrador y a otras gentes del
campo.

¿Cuál fue su sensación al asumir la secretaría del Consulado allá por 1794 y
enterarse de quiénes eran sus compañeros?
No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey
para el Consulado. Todos eran comerciantes españoles, exceptuando uno que otro, nada
sabían más que su comercio monopolista, a saber: comprar por cuatro para vender con
toda seguridad a ocho. Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría en favor de las
provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el del común.
Sin embargo, ya que por las obligaciones de mi empleo podía hablar y escribir sobre tan
útiles materias, me propuse echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar
frutos.

Desde aquel cargo usted propuso por primera vez la educación estatal, gratuita
y obligatoria allá por 1798
La cosa es sencilla, ¿cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las
costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes
ahuyenten los vicios, y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay
enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y
más grandes aumentos? Pónganse escuelas de primeras letras costeadas de los propios y
arbitrios de las Ciudades y Villas, en todas las Parroquias de sus respectivas
jurisdicciones, y muy particularmente en la Campaña, donde, a la verdad, residen los
principales contribuyentes a aquellos ramos y quienes de justicia se les debe una
retribución tan necesaria. Obliguen los Jueces a los Padres, a que manden sus hijos a la
escuela, por todos los medios que la prudencia es capaz de dictar.

Pero para lograr esto objetivo hay que apoyar al trabajador del campo, ¿qué
propone al respecto?
He visto con dolor, sin salir de esta capital, una infinidad de hombres ociosos en quienes
no se ve otra cosa que la miseria y desnudez; una infinidad de familias que sólo deben su
subsistencia a la feracidad del país, que está por todas partes denotando la riqueza que
encierra, esto es, la abundancia; y apenas se encuentra alguna familia que esté
destinada a un oficio útil, que ejerza un arte o que se emplee de modo que tenga alguna
más comodidad en su vida. Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud de
criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad,
deben ser atendidos hasta el último punto. Está claro que la solución pasa por entender
que la lana, el algodón, otras infinitas materias primeras que tenemos, y podemos tener
con nuestra industria, pueden proporcionar mil medios de subsistencia a estas infelices
gentes que, acostumbradas a vivir en la ociosidad, como llevo expuesto, desde niños, les
es muy penoso el trabajo en la edad adulta, y son y resultan unos salteadores o unos
mendigos. He propuesto la creación de un fondo con destino al labrador ya al tiempo de
las siembras como al de la recolección de frutos, porque está claro que la importación de
mercancías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus
manufacturas, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación.

¿Qué habría que hacer con la tierra pública? ¿Hay alguna forma de distribuirla
más equitativamente?
Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que
ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y
miseria, y esto lo hemos de conseguir si se le dan propiedades que se podría obligar a la
venta de los terrenos, que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado
no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a
los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colindaras con nuestras
poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no
tienen ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley: motivo
porque no adelantan.
Se habla mucho de la necesidad de una moneda sana ¿cuál es su opinión sobre
el rol de la moneda en la economía?
La moneda por sí misma no es riqueza, pero es una prenda intermedia y una verdadera
letra de cambio al portador que debe pagarse en cambio de frutos de la Agricultura o de
las obras de la industria. Si estos frutos o estas obras faltan o no alcanzan, habrá
pobreza con mucho dinero; si son abundantes, habrá riqueza con poco dinero: así pues,
una nación es pobre con una cantidad inmensa de metales, entre tanto que otra florece
sin otros recursos de prosperidad que su agricultura; y no obstante no hace mucho
tiempo se creía que las minas enriquecían los estados que las poseían.

¿Cómo ve el futuro económico de estas provincias si continúan con su modelo


económico agro-exportador?
Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus
estados a manufacturarse, y todo su empeño en conseguir, no sólo darles nueva forma,
sino aun atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas. Hay que
evitar los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital, por aquellos hombres que,
desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, sólo aspiran a su interés particular, o
nada les importa el que la clase más útil al Estado, o como dicen los economistas, la clase
productiva de la sociedad, viva en la miseria y desnudez que es consiguiente a estos
procedimientos tan repugnantes a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes
detestan.

¿Cómo ve a la sociedad argentina? ¿Cree que esta evidente desigualdad social


provocará conflictos sociales en el futuro?
Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos
de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual
de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los
propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra. Existe una
lucha continua entre diversos contratantes: pero como ellos no son de una fuerza igual,
los unos se someten invariablemente a las Leyes impuestas por los otros. Los socorros
que la clase de propietarios saca del trabajo de los hombres sin propiedad, le parecen tan
necesario como el suelo mismo que poseen; pero favorecida por la concurrencia, y por la
urgencia de sus necesidades, viene a hacerse el árbitro del precio de sus salarios, y
mientras que esta recompensa, es proporcionada a las necesidades diarias de una vida
frugal, ninguna insurrección combinada viene a turbar el ejercicio de una semejante
autoridad. El imperio de la propiedad es, el que reduce a la mayor parte de los hombres,
a lo más estrechamente necesario.

Autor: Felipe Pigna


Biografía

Manuel Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. El joven Belgrano estudió
en el Colegio de San Carlos y luego en las Universidades de Salamanca y Valladolid
(España). En 1793 Belgrano se recibió de abogado y ese mismo año, ya en Buenos Aires,
fué designado a los 23 años como primer secretario del Consulado. Desde allí se propuso
fomentar la educación y capacitar a la gente para que aprendiera oficios y pudiera
aplicarlos en beneficio del país. Creó escuelas de Dibujo, de Matemáticas y Náutica. En
1806 durante las invasiones inglesas, se incorporó a las milicias criollas para defender la
ciudad. A partir de entonces, compartirá su pasión por la política y la economía con una
carrera militar que no lo entusiasmaba demasiado. Pensaba que podía ser más útil
aplicando sus amplios conocimientos económicos y políticos. Cumplió un rol protagónico
en la Revolución de Mayo y fue nombrado vocal. Se le encomendó la expedición al
Paraguay. En su transcurso creó la bandera el 27 de febrero de 1812. En el Norte
encabezó el heroico éxodo del pueblo jujeño y logró las grandes victorias de Tucumán
(24-9-1812) y Salta (20-2-1813). Luego vendrán las derrotas de Vilcapugio (1-10-1813)
y Ayohuma (14-11-1813) y su retiro del Ejército del Norte. En 1816 participará
activamente en el Congreso de Tucumán.

Como premio por los triunfos de Tucumán y Salta, la Asamblea del Año XIII le otorgó a
Belgrano 40.000 pesos oro. Don Manuel lo destinará a la construcción de cuatro escuelas
públicas ubicadas en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Belgrano redactó
además un moderno reglamento para estas escuelas que decía, por ejemplo, en su
artículo primero que el maestro de escuela debe ser bien remunerado por ser su tarea de
las más importantes de las que se puedan ejercer. Pero lamentablemente, el dinero
donado por Belgrano fue destinado por el Triunvirato y los gobiernos sucesivos a otras
cosas y las escuelas nunca se construyeron.

Belgrano murió en la pobreza total el 20 de junio de 1820 en una Buenos Aires asolada
por la guerra civil que llegó a tener ese día tres gobernadores distintos. Sólo un diario, El
Despertador Teofilantrópico se ocupó de la muerte de Belgrano. Para los demás no fue
noticia.
Manuel Belgrano
Antes de morir, Manuel Belgrano escribió su autobiografía -según confesó- no sólo para que fuera
útil a sus paisanos, sino también para “ponerme a cubierto de la maledicencia”. Y es que no pocos
enemigos se había ganado este criollo a lo largo de las luchas independentistas.

Nacido en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, con el verdadero nombre de Manuel José Joaquín del
Corazón de Jesús Belgrano, estudió en el Colegio Real San Carlos (hoy Nacional de Buenos Aires),
para luego trasladarse a Valladolid, junto a su hermano, para estudiar leyes. A su regreso a Buenos
Aires, con apenas 23 años y recibido de abogado, asumió las tareas de secretario en el Consulado
porteño, donde bregó para que se ofrecieran cursos educativos en varias materias.

Las invasiones inglesas lo incorporaron de lleno en la cuestión militar y política. Desde entonces y
por largos años participaría en batallas, debates, disputas y la gestión de una nueva realidad que
nacía.

Recordado como creador de la bandera, ingeniero del “éxodo jujeño”, comandante del Ejército del
Norte y por haber destinado los 40 mil pesos oro de premios en la construcción de escuelas en las
provincias del norte, Belgrano murió en la pobreza total, el 20 de junio de 1820, atacado por una
agobiante enfermedad. “Pienso en la eternidad, adonde voy, y en la tierra querida que dejo…”,
comentó antes de morir.

En el aniversario de su nacimiento, recordamos las palabras con que comenzara su autobiografía.

“Nada importa saber o no la vida de cierta clase de hombres que todos sus trabajos y afanes los han
contraído a sí mismos, y ni un solo instante han concedido a los demás; pero la de los hombres públicos,
sea cual fuere, debe siempre presentarse, o para que sirva de ejemplo que se imite, o de una lección que
retraiga de incidir en sus defectos. Se ha dicho, y dicho muy bien, ‘que el estudio de lo pasado enseña
cómo debe manejarse el hombre en lo presente y porvenir’; porque desengañémonos, la base de
nuestras operaciones siempre es la misma, aunque las circunstancias alguna vez la desfiguren.”

Manuel Belgrano

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