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Mariátegui unplugged

MARCEL VELÁZQUEZ CASTRO

La figura de Mariátegui es una mercancía cuya intensa y


prolongada circulación en el mercado de las ideas le ha asignado
diversos valores de uso capaces de satisfacer las necesidades de
los consumidores más diversos. Desde el camaleón Ravines hasta
el epicúreo Abimael Guzmán, desde el modesto estudiante de
universidad pública hasta el sofisticado intelectual extranjero,
desde la tradición académica del pensamiento crítico hasta el
discurso político de viejas y recicladas organizaciones de
izquierda, todos desean arrogarse una relación genealógica con
él.

El múltiple afán de alcanzar este objeto de deseo revela la


constelación de sentidos que albergan sus textos, las varias
claves que rigen y estructuran su trayectoria vital, pero sobre todo
el capital simbólico asociado a su figura en nuestra tradición
cultural. Por ello, la pregunta ¿quién es Mariátegui? ha perdido
todo sentido porque ya es imposible una lectura prístina y las
respuestas más frecuentes (marxista heterodoxo, sujeto moderno
escindido, ensayista creativo, héroe cultural, político comunista,
etcétera) solo adquieren validez en determinados marcos
discursivos y bajo ciertas condiciones pragmáticas.


Ensayista y crítico literario. Profesor de la UNMSM.
Explorar el legado de Mariátegui es indagar desde/sobre un
mar de falsificaciones, implícitos y maquillajes conceptuales.
Asumiendo como premisa lo anteriormente planteado,
comentaremos tres problemáticas asociadas: (i) el intelectual
como héroe político, (ii) Amauta como sociedad imaginada y (iii) el
proceso de la literatura peruana.

HÉROES SIN HISTORIA O INTELECTUALES POLÍTICOS

La figura del intelectual contemporáneo en el Perú está


condenada a desarrollar su trabajo en condiciones muy precarias.
Sin apoyo institucional ni medios para difundir sus investigaciones,
amenazado por el poder político y las ortodoxas jerarquías
disciplinarias, el intelectual peruano se debate entre ilusiones
infundadas y amarga desesperanza. En contraposición al
presente, la extraordinaria década de los veinte del siglo pasado
significó la expansión de la aventura de pensar y escribir
independientemente: Mariátegui es el intelectual por antonomasia
de ese período fundacional.

El rompecabezas intelectual de Mariátegui contenía todas


las piezas políticamente correctas: orígenes humildes,
autodidactismo, experiencia europea, escritura de combate,
capacidad indesmayable de trabajo, compromiso social, una visión
integral del país y articulación con procesos socioculturales
mundiales. María Wiesse lo recuerda así: «en un sillón de ruedas,
trajeado con sencillez y pulcritud —un sweater sobre la camisa
blanca, una corbata de nudo un poco bohemio, pantalón gris, el
mechón negro caído sobre la frente— el escritor conversaba
animadamente con sus visitantes». Esta plástica descripción nos

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recuerda que el diálogo y el magisterio oral también eran centrales
en su constitución intelectual.

A diferencia de los miembros de la Generación del


Novecientos, Mariátegui es un intelectual que vive intensamente
las contradicciones modernas: sujeto que experimenta lo nuevo —
su viaje en aeroplano demuestra su admiración por las nuevas
máquinas—, pero no liberado de estructuras ideológicas
tradicionales (racismo contra las culturas subalternas negras y
chinas); posee conciencia de la perpetua transformación del
mundo burgués, pero busca caracterizaciones ontológicas a lo
nacional; comprometido con el proyecto emancipador de la
ilustración y la racionalización de la sociedad, pero crítico de la
razón instrumental y de la deshumanización del hombre.

La escritura de Mariátegui oscila entre el periodismo


(involucrado radicalmente con el devenir de los vertiginosos
acontecimientos) y el ensayo (formulación de modelos de
comprensión global de la sociedad peruana). Ora privilegie el tono
optimista y la fe fundacional, ora elija la ira encendida, sus textos
manifiestan una prosa que funde originalmente pasión y razón,
argumentaciones lógicas impecables combinadas con la voluntad
estilística del deseo, temas cosmopolitas y perspectivas locales. El
arco de sus intereses supera largamente el de cualquier otro
intelectual del siglo XX; quizá solo Jorge Basadre podría
equiparársele. Sin embargo, a Mariátegui le bastó algo más de
una década para dejar un puñado de textos fundacionales,
mientras que Basadre gozó de una longeva y productiva vida.

Mariátegui encarna una figura de intelectual que se ha


convertido en paradigma de nuestra tradición cultural. El sujeto

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crítico comprometido con un proyecto político anclado en el futuro,
el héroe político que diseña una utopía social, lucha por ella y
muere sin alcanzarla.

AMAUTA: LA SOCIEDAD IMAGINADA

Las mejores revistas culturales constituyen hitos centrales en la


formación de los procesos de identidad de una comunidad social.
Una revista no es solo una extraordinaria aventura colectiva, sino
la creación de un espacio que contribuye a diseñar una comunidad
imaginada de lectores y de ciudadanos. En el Perú tenemos una
notable, aunque poco conocida, tradición de revistas culturales.

El final del siglo XVIII, período clave en la historia de las


ideas, está signado por el fundacional Mercurio Peruano (1791-
1795) que consolida la conciencia de la diferencia y especificidad
de nuestra nacionalidad. El siglo XIX se encuentra poblado de
revistas; por la calidad de sus textos y su significación en la
historia de la cultura peruana resalta nítidamente La Revista de
Lima (1859 – 1863/1873), asociada al proyecto nacional limeño
criollo y al naciente Partido Civil. Indiscutiblemente, la tercera gran
revista peruana es Amauta (1926-1930) dirigida por José Carlos
Mariátegui.

Amauta construye una sociedad imaginada que intenta


articular un sentimiento colectivo y un ideal histórico. Esta
articulación se recubre desde el nombre de evidente filiación
peruanista que le posibilita una amplia convocatoria, pero se
distingue por su simbología indígena y su orientación

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revolucionaria socialista que reflejaba su posición ante el problema
nacional y ante la crisis del mundo moderno.

Amauta se publicó entre septiembre de 1926 y septiembre


de 1930. Alcanzó 32 números, los tres últimos después de la
muerte de Mariátegui. La carátula fue siempre ilustrada por José
Sabogal y el tiraje contaba con dos ediciones: una masiva en
papel de periódico que alcanzaba algunos miles y otra en un papel
de mejor calidad para los cien suscriptores.

Los colaboradores de Amauta provenían de diversas


formaciones académicas (Filosofía, Filología, Literatura, Ciencias
Sociales); entre ellos destacan César Vallejo, Jorge Basadre,
Estuardo Núñez, Mariano Ibérico, Luis E. Valcárcel, Emilio
Romero, José María Eguren, Gamaliel Churata, Magda Portal,
Dora Mayer y Luis Alberto Sánchez. Por otro lado, su afán de
divulgar críticamente los avances teóricos y los procesos sociales
occidentales permitió la irrupción en el medio cultural peruano de
las ideas de Freud, Marx, Einstein, las vanguardias, la revolución
rusa y la revolución mexicana.

Amauta representaba un espíritu en expansión que


formalizaba los sueños y la fe histórica de un movimiento y de una
generación: la voluntad de crear un Perú nuevo dentro de un
mundo nuevo. Ninguna de las grandes revistas de nuestra
tradición se inclinó tan decididamente por el debate y la polémica
constructiva sin caer en la ortodoxia o el planteamiento fijo. Por
ello, el legado de Amauta es la capacidad de crear un laboratorio
intelectual que articule múltiples voces, novedosas
interpretaciones y una voluntad pragmática de transformación
social.

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EL PROCESO DE LA LITERATURA PERUANA

«El proceso de la literatura» es considerado por varios


especialistas como el texto fundador del canon crítico nacional, y
muchas de sus ideas y planteamientos siguen repitiéndose sin
someterlos a un análisis serio. En este apartado quiero comentar
cuatro zonas conflictivas de dicho texto.

1) Una flagrante deficiencia que presenta este ensayo es la


identificación entre escritura y literatura. El texto concibe a la
literatura oral no como una manifestación autotélica sino como un
período previo e inferior de la literatura escrita. Los poemas orales,
las leyendas y las representaciones dramáticas prehispánicas son
considerados formas embrionarias de literatura porque predomina
una concepción positivista que califica la cultura oral como un
antecedente de la cultura escrita y no se admite la posibilidad de
la coexistencia e hibridación, que es justamente la característica
central de las literaturas andinas. Esta concepción era ya
anacrónica para su época; varios años antes, Adolfo Vienrich
había recopilado textos orales andinos en Azucenas quechuas
(1904) y demostrado la vitalidad de esa literatura.

Más adelante, encontramos una identificación entre lengua


y literatura. Esta asociación de cuño romántico es clave en la
intencionalidad pragmática del texto que pretende contribuir a la
creación de una literatura nacional. «La lengua castellana [...] es el
lenguaje literario y el instrumento intelectual de esta nacionalidad
cuyo trabajo de definición aún no ha concluido» (p. 235). Esta
filiación se contradice abiertamente con sus llamados a una
literatura que se alimente de la veta autóctona. El corolario de la

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argumentación del Amauta nos conduciría a una literatura
indígena, autóctona y nacionalista, escrita en español.

2) Mariátegui considera que el costumbrismo de Pardo es


una manifestación del ciclo colonial de nuestra literatura, un
colonialismo supérstite que se alimenta de los residuos
espirituales y materiales de la Colonia (p. 240).

La figura literaria de Pardo está asociada a la crisis de la


ciudad letrada en la Lima del XIX y sus textos literarios deben ser
estudiados como metáforas de la nación imaginada y deseada por
la élite culta y educada de la época. Pardo se ajusta en líneas
generales a la categoría de letrado descrita por Rama y eso
explicaría el empleo del lenguaje a través de la palabra escrita con
funciones redentoras derivadas de la autopercepción de
pertenecer a una clase ilustrada y educada para dirigir la res
pública. Pardo es el último letrado, pero el primer escritor nacional
republicano.

Los textos literarios de Pardo (Frutos de la Educación, «El


Paseo de Amancaes» y «Constitución Política» entre otros)
constituyen la compleja formalización de las primeras metáforas
republicanas de la nación y la sociedad peruana; en ellos tenemos
una adecuada representación simbólica de los años turbulentos de
la primera mitad del siglo XIX.

3) El capítulo IX de este ensayo está dedicado a Riva-


Agüero y la Generación del Novecientos. Mariátegui sostiene que
ellos son «un momento de restauración del pensamiento
colonialista y civilista en el pensamiento y la literatura del Perú» (p.
275). Considera que el líder de la generación es Riva-Agüero y
que consiguieron retomar el control del campo literario porque el

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grupo radical de González Prada había perdido su cohesión y
fuerza. Esta generación está caracterizada por un positivismo
conservador y una vocación académica universitaria que se
legitima en el pasado.

Consideramos que la Generación del Novecientos fue


nuestro primer grupo de intelectuales modernos, pero ellos
cumplieron tareas tradicionales que debieron corresponder a los
positivistas letrados decimonónicos: la creación de un pasado
cultural e histórico y el establecimiento de las bases de nuestra
historia literaria; es decir, las primeras reflexiones orgánicas sobre
la identidad y la búsqueda de un Estado nacional. No reconocer la
importancia de la Generación del Novecientos fue un grave error
cuya repercusión principal ha sido alimentar el ocio intelectual de
muchos estudiosos de la literatura, quienes amparándose en los
anatemas de Mariátegui eluden la lectura de aquellos textos
fundacionales.

4) Mariátegui quiere deslegitimar la figura del mestizo


histórico como síntesis cultural del país. Para ello descalifica los
aportes de dos comunidades étnicas subordinadas. En la costa, el
mestizo está contaminado por la influencia de dos culturas
inferiores. En una clara lección de racismo positivista que ya en
esa época era obsoleto, sostiene que «el chino [...] parece haber
inoculado en su descendencia, el fatalismo, la apatía, las taras del
Oriente decrépito». Los acusa de haber impulsado el juego y el
opio entre los costeños (p. 341). Una representación plagada de
prejuicios y tópicos que delatan la mentalidad tradicional del crítico
revolucionario.

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Por otro lado, sostiene el Amauta que el aporte del negro es
nulo y negativo. El negro trajo su sensualidad, su superstición, su
primitivismo. Por ello, «no estaba en condiciones de contribuir a la
creación de una cultura sino más bien de estorbarla con el crudo y
viviente influjo de su barbarie» (p. 342).

Mariátegui está implícitamente proponiendo un genocidio


cultural: la desaparición del otro porque no es capaz de
comprender la posición y la singular cosmovisión de los
afroperuanos. Están operando las viejas configuraciones del
sujeto esclavista en el texto mariateguista: representar al
afroperuano como un ser ausente de racionalidad y que posee
una sobredimensión sexual es un tópico que atraviesa toda
nuestra historia. Se sigue produciendo sentidos con la vieja
dicotomía civilización/barbarie, y se adscribe la cultura negra y
china al polo subalterno de la relación.

Los exegetas más agudos de las ideas literarias de


Mariátegui (Tomás G. Escajadillo, Mirko Lauer, Antonio Cornejo
Polar, Carlos García Bedoya M., entre otros) han puesto énfasis,
con algunos matices, en la periodización propuesta por el séptimo
ensayo y su visión dialéctica del proceso teniendo como
preocupación central la creación de una literatura nacional sui
géneris por su carácter no orgánico. Mariátegui subraya al final de
su ensayo que él se ha «propuesto esbozar los lineamientos o
rasgos esenciales de nuestra literatura» (p. 348). Por ello, el
énfasis en la liquidación del carácter colonialista de nuestra
literatura, la revelación de la vigencia cosmopolita y la esperanza
puesta en la literatura indigenista anunciada por Melgar, Gamarra
y Vallejo como medio para llegar a una literatura nacional.

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¿Cómo es posible esa literatura nacional, definida por una
sola cultura, en una realidad pluricultural? ¿Cómo crear un campo
literario autónomo proponiendo el sometimiento de la producción
literaria a orientaciones políticas? ¿Cómo creer que la vertiente
cosmopolita puede desaparecer en una sociedad periférica? ¿Por
qué creer que nuestra «herencia colonial» solo posee facetas
negativas? ¿Por qué condenar a la literatura indígena al futuro y
negarle su pasado y su presente?

En la lectura del Amauta, la literatura nacional aparece


configurada como un horizonte de deseo, pero no es más que
deseos sin horizontes. Para utilizar las mismas categorías que
Mariátegui: en el Perú, la literatura colonial creó espacios
nacionales y cosmopolitas, la literatura cosmopolita creó nuevas
formas de colonización y nacionalidades virtuales, la literatura
nacional es ahora una utopía anacrónica en un mundo de culturas
desterritorializadas, memorias colonizadas, imaginaciones
domesticadas, exacerbación de diferencias y comunidades
virtuales.

¿GOOD BYE, AMAUTA?

Las más valiosas ideas de Mariátegui sobre la literatura peruana


no se desarrollaron cuando la sociedad y la cultura lo requerían, y
cuando se produjo el desarrollo ya era demasiado tarde: la
sociedad y la cultura habían cambiado drásticamente. Explorando
solo las tres variables desarrolladas, percibimos que la vigencia de
Mariátegui radica, principalmente, en la construcción de un ideal
de intelectual crítico moderno que crea una estructura cultural
como Amauta desde donde se piensa e imagina una comunidad

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escindida entre los fantasmas coloniales, los monstruos
republicanos y los cantos de sirena de la modernidad periférica.

El Perú de Mariátegui ya no existe; sin embargo, el eco de


su fuga todavía queda resonando en nuestra nostalgia. Hoy, la
visión de Mariátegui es insuficiente; sin embargo, su desafío late
incrustado en el centro de nuestras esperanzas.

desco / Revista Quehacer Nro. 150 / Set. – Oct. 2004

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