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El discurso

No es por estupidez por que éstos prefirieron otros ejercicios a los del espíritu. No ignoraban que en
otras comarcas hombres ociosos pasaban su vida disputando sobre el soberano bien, sobre el vicio y
sobre la virtud, y que, razonadores orgullosos, otorgándose a sí mismos los mayores elogios,
confundían a los demás pueblos bajo el nombre despectivo de bárbaros; pero éstos consideraron sus
costumbres y aprendieron a desdeñar su doctrina.
p.

Cierto que algunos sabios resistieron al torrente general y se protegieron del vicio en la morada de las
Musas. Mas oigase el juicio que el primero y más desgraciado de ellos hada de los sabios y de los
artistas de su tiempo. «He examinado», dice, «a los poetas, y los miro como personas cuyo talento
infunde respeto a sí mismos y a los demás, que se tienen por sabios, que como a tales los toman, y
que ni mucho menos lo son.» «De los poetas», continúa Sócrates, «he pasado a los artistas. Nadie
desconocía las artes más que yo; nadie estaba más convencido de que los artistas poseían muy
hermosos secretos. Sin embargo, me he percatado de que su condición no es mejor que la de los
poetas, y de que unos y otros están en el mismo prejuicio. Porque los más hábiles de entre ellos
sobresalen en su ramo, se miran como los más sabios de los hombres. Esta presunción ha empañado
completamente su saber a mis ojos. De suerte que poniéndome en el lugar del oráculo y
preguntándome lo que preferiría ser, lo que yo soy o lo que son ellos, saber lo que ellos han aprendido
o saber que no sé nada, me he respondido a mí mismo y al dios: 'Quiero seguir siendo lo que soy'.»

«Ni los sofistas, ni los poetas, ni los oradores, ni los artistas, ni yo, sabemos lo que es lo verdadero, lo
bueno y lo bello. Pero hay entre nosotros esta diferencia : que aunque esas personas nada sepan,
todas creen saber algo, Mientras que yo, si no sé nada, al menos no tengo dudas sobre ello. De suerte
que toda esta superioridad de sabiduría que me otorgó el oráculo, se reduce sólo a estar bien
convencido de que ignoro lo que no sé» *.

He ahí, pues, al más sabio de los hombres a juicio de los dioses, y al más sabio de los atenienses en el
sentir de Grecia entera, a Sócrates ihaciendo el elogio de la ignorancia! ¿ Cree alguien que si resucitara
entre nosotros, nuestros sabios y nuestros artistas le harían cambiar de opinión? No, señores, ese
hombre justo continuaría despreciando nuestras vanas ciencias; no ayudaría a engrosar ese tropel de
libros que por todas partes nos inunda, y, como hizo, a sus discípulos y a nuestros nietos no les dejaría
por precepto más que el ejemplo y la memoria de su virtud. ¡Así sí que es hermoso instruir a los
hombres!
pp.156-157

¿Qué digo ociosos? ¡Pluguiera a Dios que en efecto t i lo fueran! Las costumbres serían con ello más
sanas y la sociedad más apacible. Mas esos vanos y fútiles declamadores van por todas partes
armados de sus funestas paradojas zapando los fundamentos de la fe y aniquilando la virtud. Sonríen
desdeñosamente a esas viejas palabras de patria y de religión y consagran sus talentos y su filo-
sofía a destruir y envilecer todo cuanto hay de sagrado entre los hombres. Y no es que en el fondo
odien la virtud ni nuestros dogmas; es de la opinión pública de 10 que son enemigos; y para traerlos
de nuevo a los pies de los altares, bastaría con relegarlos entre los ateos. ¡Oh, furor de distinguirse,
¿qué no puedes?!
p.163

Los romanos confesaron que la virtud militar se había ido extinguiendo entre ellos a medida que
comenzaron a ser entendidos en cuadros, en grabados, en vasos ae orfebrería, y a cultivar las bellas
artes; y como si esta tierra famosa estuviera destinada a servir constantemente de ejemplo a los
demás pueblos, el encumbramiento de los Médicis y el restablecimiento de las letras hicieron caer
nuevamente, y quizá para siempre, esa reputación guerrera que 1talia parecía haber recobrado hace
algunos siglos.
p.168

Nuestros jardines están adornados con estatuas y nues tras galerías con cuadros. ¿Qué pensaríais que
representan esas obras maestras del arte expuestas a la admiración pública? ¿ Los defensores de la
patría? ¿ O esos hombres, más grandes aún, que la han enriquecido por sus virtudes? No. Son
imágenes de todos los extravíos del corazón y de la razón, cuidadosamente sacadas de la antigua
mitología y presentadas tempranamente a la curiosidad de nuestros hijos; a fin, sin duda, de que
tengan ante sus ojos modelos de malas acciones, antes incluso de saber leer.
p.170

¿De dónde nacen todos estos abusos si no es de la funesta desigualdad introducida entre los hombres
por la distinción de los talentos y por el envilecimiento de las virtudes? He ahí el efecto más evidente
de todos nuestros estudios, y la más peligrosa de todas sus consecuencias. Ya no se pregunta de un
hombre si tiene probidad, sino si tiene talentos; ni de un libro si es útil, sino si está bien escrito. Las
recompensas son prodigadas al hombre culto, y la virtud queda sin honores. Hay mil premios para los
discursos bellos, ninguno para las buenas acciones. Dígaseme, sin embargo, si la gloria vinculada al
mejor de los discursos que han de ser coronados en esta Academia es comparable al mérito de haber
fundado el premio.
p. 170

Tal es lo que a la larga debe producir por doquiera la preferencia de los talentos agradables sobre los
talentos útiles, cosa que la expenencia no ha hecho sino confirmar sobradamente de?de la renovación
de las ciencias y las artes. Tenemos físicos! geómetras, químicos, astrónomos, poetas, músicos,
prntores: no tenemos ya ciudadanos * o si aún nos quedan dispersos en nuestras campiñas
abandonadas, perecen en la indigencia y despreciados. Tal es el estado a que están reducidos, tales
son los sentimientos que obtienen de nosotros quienes nos dan el pan, y quienes dan la leche a
nuestros hijos.
p.171
(Sobre Spinoza y Hobbes)Si los leen, no les dejaréis perplejidad alguna sobre la cuestión que hoy
tratamos: y a menos que sean más insensatos que nosotros, alzarán sus manos al cielo y dirán en la
amargura de su corazón:
«Dios todopoderoso, tú que I tienes en tus manos los espíritus, líbranos de las luces y , de las funestas
artes de nuestros padres, y devuélvenos i la ignorancia, la inocencia y la pobreza, únicos b~enes! que
pueden hacer nuestra felicidad y que son preciosos: ante ti.»
pp.173-174

Dejemos a otros el cuidado de instruir a los pueblos en sus deberes, y limitémonos a cumplir bien los
nuestros, no tenemos necesidad de saber más.
p.176

iOh, virtud! Ciencia sublime de las almas sencillas, ¿tanto esfuerzo y aparato son precisos para
conocerte? ¿No están tus principios grabados en todos los corazones, y no basta para aprender tus
leyes con recogerse en uno mismo y escuchar la voz de la propia conciencia en el silencio de las
pasiones? He ahí la verdadera filosofía, sepamos contentamos con ella y, sin envidiar la gloria de esos
hombres célebres que se inmortalizan en la república de las letras, tratemos de poner entre ellos y
nosotros esa distinción gloriosa que se observaba antaño entre dos grandes pueblos: que uno sabía
bien decir y el otro, bien obrar.
p.176

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