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ESTABLECIENDO LAS BASES PARA UN DESARROLLO SOCIOEMOCIONAL


FAVORABLE

Ps. Katerine Romero Llanos


ktromero@cerebrum.com.pe
Coordinadora del Área de Investigación
Responsable del Departamento de Psicología de CEREBRUM

Los estudios sobre la neurobiología de las emociones han marcado la pauta para el inicio
de la neurociencia afectiva y su razón de ser, el entendimiento del complejo proceso
emocional del ser humano (Davidson, 2012). Esto ha permitido situar a las emociones y
su impacto en el desarrollo de todo ser humano, entendiendo que los aspectos cognitivos
y emocionales se encuentran en una continua interdependencia e interacción y que las
emociones impactan e influyen significativamente en la motivación, en el aprendizaje, en
los sistemas de memoria, en la toma de decisiones, en las formas de pensamiento, en el
razonamiento, entre otras.

En el campo educativo, donde se vivencian continuos y diversos retos y situaciones


socioemocionales tanto agradables como agobiantes entre todos los agentes que se
relacionan y conviven constantemente en este ámbito, es necesario que el educador
conozca qué ocurre tanto en su cerebro como en los de sus alumnos cuando se están
percibiendo emociones y cómo es que su expresión emocional y la de sus alumnos van a
generar un constante circuito de retroalimentación socioemocional.

Actualmente, gracias al apoyo de diversas técnicas médicas y de neuroimágenes se ha


podido visualizar e investigar de manera más profunda en el campo de la neurobiología
de las emociones, logrando develar algunos de los mecanismos cerebrales que sustentan
el procesamiento y respuesta emocional (Damasio, 2010) y algunos de los circuitos que
se activan durante las interacciones sociales (Cacciopo, 1993). Sin embargo, aún hay
mucho por investigar en el campo de la neurociencia social y afectiva.

Hasta antes de la década del cerebro (1990-2000), se consideraba que la respuesta


emocional se encontraba supeditada y concentrada en la activación de las estructuras
que componen el comúnmente conocido “sistema límbico”. Actualmente ya se ha
comprobado que también áreas corticales, que se creían relacionadas exclusivamente
con funciones cognitivas, se encuentran involucradas en el proceso socioemocional y que
son, como es el caso de las cortezas prefrontales, esenciales durante este procesamiento
(Davidson, 2012)

Las emociones están presentes a lo largo del ciclo de vida de un ser humano, algunas de
ellas ya se encuentran activas desde el nacimiento (primarias y básicas) como la alegría,
tristeza, asco, cólera, sorpresa y miedo. Mientras que otras se van adquiriendo en un
proceso continuo de aprendizaje y aculturación (sociales y secundarias) como la culpa,
vergüenza, orgullo, ansiedad, entre otras. Pero todas cumplen una función determinada y
son funcionales en determinadas condiciones, lo que hay que modular es la intensidad y
la duración de las mismas para que cumplan con la función adaptativa que las caracteriza.

Desde esa perspectiva entendemos a las emociones como los mecanismos que utiliza el
cerebro para actuar bajo una situación de emergencia o beneficio. Son reales, no están
separadas del cuerpo y motivan a una conducta específica (Campos, 2006). Pueden
activarse por estímulos externos (ver a otra persona emocionarse, hablar de una emoción,
reaccionar ante un estímulo del ambiente) como por factores internos como recuerdos,
pensamientos e imaginación (Ekman, 2004) Son de corta duración y poseen respuestas
fisiológicas y conductuales múltiples y coordinadas en el mismo organismo (Damasio,
2011)

Entonces, de las múltiples funciones que cumplen las emociones en la vida del ser
humano se puede mencionar, a manera general, que son adaptativas a las exigencias del
medio ambiente, motivacionales a conductas específicas y sociales al potenciar y dirigir
las relaciones con los demás.

Además de ello, las emociones tienen como componentes inherentes a estas funciones a
los factores neurofisiológicos como procesos involuntarios que incluyen los cambios en el
tono muscular, la respiración, las secreciones hormonales y la presión sanguínea.
También se encuentran las variaciones en la reactividad eléctrica de la piel, los cambios
neuroendocrinos y en la actividad cerebral. Todas estas modificaciones involucran al
sistema nervioso central y periférico, al autónomo, endocrino e inmunológico.

Otro componente es el cognitivo que tiene que ver con el procesamiento de información y
cómo de manera consciente e inconsciente las emociones influyen explícita e
implícitamente en la cognición y viceversa. Por último está el conductual, constituido por
expresiones faciales, movimientos corporales, tono, volumen y ritmo de voz, que
determinan las conductas distintivas de las emociones y que son de especial utilidad
comunicativa entre los individuos (Ekman, 2004).

Existen múltiples estructuras y conexiones neurales involucradas en la detección,


procesamiento y ejecución de las respuestas socioemocionales, pero de todas éstas son
la amígdala a nivel subcortical y la corteza prefrontal a nivel cortical, las que cumplen un
rol sobresaliente.

La amígdala se encarga de reconocer y desencadenar las reacciones emocionales,


sobretodo del miedo, cólera y asco. Por ello, aunque se produzcan lesiones a nivel de
corteza que impidan reconocer conscientemente el estímulo sensorial proveniente, éste
puede ser percibido por la amígdala debido al circuito subcortical. (Adolphs 2002, Tranel,
Damasio, y Damasio, 1994).

Otro importante lugar de inicio de la respuesta emocional a nivel cortical, es en lóbulo


frontal, sobretodo la corteza prefrontal, especialmente en sus áreas ventromedial (muy
ligada a detectar el significado emocional de estímulos más complejos como en los casos
de las emociones sociales) y la órbitofrontal (en esta última se encuentran neuronas que
son altamente sensibles a las señales que se dan cuando las personas se miran
directamente a los ojos) la que se encargada de detectar las emociones en los rostros de
los demás o comprenderlas a partir del tono de voz, en un proceso consciente
(Adolphs,2002). La corteza prefrontal, también participa en la expresión y regulación de
las emociones, mediando e inhibiendo la actividad de los centros subcorticales,
especialmente de la amígdala.

De esta manera se plantea que existen dos circuitos para el procesamiento y respuesta
emocional relacionados a la amígdala, el subcortical o directo que va del tálamo a la
amígdala y el cortical o indirecto que va del tálamo a diversas áreas corticales y después
a la amígdala (Sánchez-Navarro, 2004)

El circuito subcortical recibe directamente las aferencias sensoriales, es automático,


inconsciente e involuntario. Las conexiones que posee son rápidas y de acción imprecisa
porque su función principal es preparar al organismo para actuar inmediatamente, sus
funciones están ligadas directamente a la supervivencia del organismo (Morgado, 2007).

Un ejemplo de procesamiento del circuito subcortical lo constituyen los casos de personas


que presentan “visión ciega”. En esta condición la persona ha sufrido la pérdida de
funciones en su corteza visual primaria (ya sea por destrucción o por lesión grave en la
misma) y entonces, los estímulos visuales son recibidos pero no logran procesarse. La
persona ha quedado ciega, no puede ver ni la luz. Sin embargo, cuando se le presentan
fotos de rostros humanos expresando enojo o felicidad, puede decir qué emoción es la
que se le presenta. Esta información llega desde el tálamo a la amígdala y es procesada
en la misma sin la necesidad de que haya procesamiento cortical (Gazzaniga, 2010). A
través de la vía subcortical, la amígdala junto con otras estructuras subcorticales generan
las respuestas fisiológicas de la emoción en el propio cuerpo y así es como se la
reconoce.

Por su parte el circuito cortical posee conexiones con múltiples circuitos nerviosos y por
ello es menos rápido y más complejo. Su actividad es consciente, precisa, reflexiva y
analizada. Procesa representaciones sensoriales más exactas y detalladas. Su función
principal es controlar y modular la reacción emocional del circuito subcortical (LeDoux,
1999). Diversos estudios han demostrado que la corteza prefrontal envía señales
inhibitorias a la amígdala, lo cual genera la disminución en la respuesta de ésta y la
posibilidad de recuperar el estado de calma y homeostasis (Davidson, 2004).

Es muy interesante saber que las conexiones entre estos circuitos son de doble vía y por
ello funcionan de manera interconectada y se retroalimentan permanentemente. También
se conoce que los axones que van desde las áreas subcorticales a las corticales con más
densas y numerosas que las contrarias (Adolphs, 2002). De ahí se entiende que muchas
veces sea complejo y complicado el proceso para la regulación de las emociones,
demandando un desgaste energético y consciente importante para lograrlo. Actualmente
gracias a las neuroimágenes se puede observar que cuanta mayor cantidad de sustancia
blanca (axones) exista entre la corteza prefrontal y la amígdala, mayor nivel de inhibición
y control de reacción de esta última y mejor capacidad de reevaluación cognitiva tiene una
persona (Adolphs, 2002).

Existen diversos mecanismos cerebrales que sustentan la respuesta y permiten el


aprendizaje socioemocional de todo ser humano como son la imitación, el mimetismo, el
contagio emocional y la empatía.

Por ejemplo se ha observado que bebés desde los 42 minutos a las 72 horas de nacido
puede imitar de manera innata algunas expresiones faciales como abrir la boca y sacar la
lengua (Meltzoff y Moore, 1982, 1989 y Meltzoff y Decety, 2003). Este mimetismo es el
inicio de la interacción del bebé con las personas que lo rodean, es un recurso de
vinculación para sobrevivir y recibir cuidado. Cuando esta imitación permite la
convergencia emocional entre las personas se le denomina contagio emocional.

Durante el contagio emocional, al adoptar la expresión emocional de la otra persona, se


puede desatar toda la respuesta fisiológica característica de dicha emoción (Ekman,
2004). Esto ocurre de manera automática e inconsciente por ello muchas veces se puede
tener una reacción emocional y al concientizarse de la misma, no saber qué fue lo que
generó dichas sensaciones.

Múltiples investigaciones relacionadas con emociones de asco y dolor también han


servido para sustentar el contagio emocional (Jackson, et al., 2005). En estos casos, la
observación de una emoción en otra persona puede traducirse automáticamente en
actividad cerebral, en cierto grado equivalente a la propia experiencia de la emoción
(Gazzaniga 2010). Es decir, ver la emoción que experimenta el otro activa en el cerebro
del observador los mismos circuitos neurales de dicha emoción.

Entonces, reconocer las emociones e intenciones de los otros es muy necesario para
interactuar con ellos. Esto se encuentra muy ligado a la capacidad que tenemos los seres
humanos de simular automáticamente las experiencias internas de los demás, que
mediante el mimetismo y contagio emociona dan lugar a la empatía (Gazzaniga, 2012).

Es muy importante estar consciente de esto ya que permitirá la comprensión y quizás el


avance de varias áreas de la comunicación interpersonal, en este caso entre educadores
y alumnos.

También es necesario dentro de esta propuesta, que el educador tenga presente el


proceso de neurodesarrollo y saber que mientras se produce la maduración de las
cortezas pre frontales, que terminan su proceso entre los veinte y treinta años de edad, la
amígdala tiene un rol protagónico en las respuestas emocionales y de ahí se desprende
muchas de las reacciones que se observan en los alumnos. Esto no significa que los
procesos de regulación emocional no se puedan entrenar, al contrario es necesario
hacerlo desde la primera infancia para que con la práctica se consoliden y afiancen dichas
conexiones neurales en el cerebro en formación. Es importante señalar que lo que se
aprende en la infancia y adolescencia tiene un fuerte impacto en el desempeño a lo largo
de la vida (Soufre, 1995).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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