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RELATORIA

SEMINARIO DEL CURSO DE HISTORIA MEDIEVAL


Esteban Alejandro Irua Ipial
Las supersticiones en la Edad Media, Jean Verdon
Giovanny Herrera Muñoz
Universidad de Caldas

Biografía autor:

Jean Verdon es un historiador medievalista, nacido en 1937, en la ciudad francesa

Châtellerault; es autor de numerosos estudios respecto de la vida cotidiana y personal y de los

comportamientos individuales en la edad media. Realiza sus estudios secundarios en su

ciudad natal en el collège René-Descartes, y más tarde, para el año 1963 obtiene su título

como historiador en Poitiers. Instruye clases de historia medieval por 5 años en escuelas

secundarias, y en 1968 se convierte profesor de la Universidad de Limoges. Termina su tesis

sobre Las mujeres en los siglos X y XI en 1974, y su gran interés por la condición de estas en

la edad media lo lleva a escribir en 1991 sobre Las mujeres francesas durante la guerra de

los 100 años, obra con la cual gana el premio de La Academia francesa, y 8 años después

publica su libro La mujer en la edad media. Así mismo, gracias a su libro sobre la Bebida en

la edad media, goza de los premios de Historia y sociología, Historia general, y premio

Guizot de la academia francesa.

Tesis:

“Se ha dicho que en la Edad Media “nada era más natural que lo sobrenatural”. La palabra

“sobrenatural” constituye la trama de este libro. Pero no analizaremos la religión que es el

verdadero cimiento de todo el Occidente, es decir, el cristianismo, sino algunos elementos


exteriores a él, incluso opuesto. Nos referiremos a tres: la superstición, la magia, y la

brujería” (Verdon, 2008.)

Desarrollo del tema:

En el presente escrito se pretende dar cuenta de la obra del historiador medievalista

francés Jean Verdon, Las supersticiones en la Edad Media, publicada por primera vez en

2008, la cual se divide en 3 capítulos cada uno correspondiente a un intervalo específico de

tiempo de dicho periodo: primero del siglo V al XI, luego del XII al XIII y finalmente del

XIV al XV. Específicamente se presentará la obra, un análisis respecto las fuentes de

información que utilizó el autor, la tesis sostenida y la forma en que la desarrolló, y para

culminar se expondrán las conclusiones.

Temporalmente la obra recorre los diez siglos de la Edad Media, desde el siglo V

hasta el XV. Sin embargo, no se hace de golpe, sino que, teniendo en cuenta el objetivo de

establecer los cambios sobre los conceptos de magia, superstición y religión en el transcurso

de este período, el autor divide su texto en tres grandes partes, cuyo criterio diferenciador es

el tiempo. En el primer aparte, costumbres paganas, se abarcan los siglos V-XI; en la

segunda, folclore, sólo se analiza el siglo XII y XIII; en la tercera, satanismo, se analizan los

siglos restantes.

A diferencia del factor temporal, el factor espacial ocupa un plano secundario. No

determina de ningún tipo de división o análisis específico en el texto y en su lugar podría

decirse que los lugares son mencionados superfluamente, mayoritamente en referencia al

origen de algún escrito. Solo en algunas ocasiones, como en el caso de los reinos

anglosajones, la delimitación geográfica cobra algo de importancia, aunque únicamente sirve


para situar a Thor, Odín y Frey. En el resto del texto, entre Lotaringia, Bolonia y África -

también incluida en el estudio- no se establece ninguna diferencia en razón del espacio.

A pesar de lo anterior, hay un espacio que sí es importante en la narración, aunque

nada tiene que ver con divisiones político-administrativas. Este es el espacio del bosque, el

cielo y el cuerpo mismo, es el espacio donde las supersticiones transcurren. El bosque era el

lugar de la idolatría, el lugar para rendir culto a los árboles y a las fuentes; a través del cielo,

las mujeres seguidoras de satán volaban en las noches; en el cuerpo mismo se practicaban

supersticiones, como algunas mujeres que “toman un pez vivo, lo introducen en su sexo y lo

mantienen allí hasta que muere, y después de cocerlo o asarlo, se lo dan al marido para que se

excite más con ellas”[1]. En este sentido, sí podría afirmarse que el espacio es realmente

importante.

Sobre el tratamiento de las fuentes de información es preciso analizar dos puntos, su

tratamiento mismo y su clasificación. En primer lugar, en una síntesis de un análisis

metodológico en el tratamiento de fuentes puede concluirse que en este texto el lector no va a

encontrar, ni en el prefacio ni en el cuerpo del texto, una explicación y justificación de la

metodología utilizada en la escogencia, crítica y análisis de las fuentes como el método

histórico lo requeriría, por ejemplo, no se exponen los archivos de los que provienen las

fuentes. No es una obra caracterizada por los pies de página y pareciera ser que se sacrifica

este aspecto por la calidad narrativa, incluso hay fuentes que, como se verá, no mencionan su

tipo. Aun así, se destaca la abundancia de referencias en el desarrollo del texto.

En segundo lugar, teniendo en mente la aclaración anterior, estas fuentes utilizadas

pueden ser clasificadas según su tipo, así: escritos transversales, citados frecuente o

extensamente; escritos mencionados con menor frecuencia o solo una vez; cartas; concilios:
textos de sínodos; manuscritos; leyes, tratados o decretos; registros de inquisición; escritos de

la antigüedad; escritos bíblicos; sermones; y escritos que no mencionan su tipo pero sí su

autor, generalmente personajes pertenecientes al clero. Estos últimos son el tipo de fuente que

más se referencia en el texto, aunque generalmente sólo se cita una vez.

Entre los escritos transversales resaltan: los escritos de San Agustín, especialmente

confesiones y algunas cartas; la Suma Teológica de Santo Tomás; el penitenciario de

Burchard de Worms del siglo XI, como una fuente muy recurrida para la descripción de

prácticas supersticiosas y su rechazo por la iglesia cristiana; Cesáreo de Arles y Gregorio de

Tours. Entre los concilios se resaltan, en orden cronológico, Ancira (314), Orleans I (511),

Orleans (533), Auxerre (561), Chalon (647), Leptines (734) y Letrán (1215). Los escritos

bíblicos son citados directa e indirectamente y se destacan Romanos, Jueces, Jeremías,

Levítico, Crónicas -citado en varias ocasiones-, Mateo, Lucas, Samuel y el Apocalipsis.

Analizado este aspecto metodológico y formal, es posible avanzar en el análisis

material del contenido de Las supersticiones en la Edad Media. El objetivo de Verdon, que

tímidamente enuncia enmarcarse en la historia de las mentalidades, es analizar los cambios en

la mentalidad europea en torno a las supersticiones desde el siglo V hasta el siglo XV en el

marco de la tensión constante entre el cristianismo y la vida cotidiana del pueblo influenciada

por la herencia pagana. En síntesis, sostiene que las prácticas de otras religiones, llamada de

diferentes formas según la época (paganismo, folclore, ignorancia), sobrevivieron la Edad

Media gracias a su mezcla y adaptación con las prácticas religiosas cristianas.

Jean Verdon analiza tres conceptos claves en el desarrollo del escrito, estos son: Las

supersticiones, la magia y la brujería. De manera específica el primer apartado del texto se


designa costumbres paganas, en este se hace alusión a la idolatría, lo cual es, toda práctica

religiosa en la que se rinde culto a un ídolo, como por ejemplo: la divinización a los

humanos, honrar a los demonios como si fuesen dioses, rendir culto a elementos de la

naturaleza y la realización de sacrificios; en un principio la iglesia trató de combatir al

paganismo ordenando la persecución y destrucción de todas las creencias y cultos diferentes

del cristianismo, sin embargo, dicha táctica no fue lo suficientemente efectiva, pues no

bastaba con la simpleza de destruirlas, es así como, Gregorio Magno al reconocer esta

falencia manifiesta que “No hay que destruir los templos que albergan a los ídolos, sino los

ídolos que allí se encuentran”[2] por lo cual la Iglesia buscó erradicar los elementos

supersticiosos sin acudir a la violencia, sino más bien dándole la oportunidad al pagano de

cambiar voluntariamente y dejar de lado las creencias que no estaban acorde con la religión:

“El cristianismo, como en muchos otros terrenos, asimiló actitudes precristianas y les dio un

aspecto cristiano: esto les permitió imponerse”[3]

De manera seguida se presenta una relación entre los aspectos cotidianos de la vida

como la salud y el amor, con la superstición y la magia; para ese entonces, la iglesia es

considerada como la máxima autoridad la cual castiga los sacrílegos realizados por las

personas en contra de la voluntad de Dios; las supersticiones que giran en torno a temas como

la luna llena, las brujas, los días fastos y nefastos (días dedicados a la actividad humana y

divina) entre otros, la iglesia intentó adoptarlos, por lo cual se puede evidenciar que algunas

costumbres y creencias de este tipo han prevalecido. Un gran ejemplo de esto es “El 25 de

diciembre –día de la Brumalia, fiesta en honor a Baco- se convirtió en navidad, la fiesta del

nacimiento de Jesús”[4], con lo cual a su vez se puede resaltar la manera en que las creencias

ajenas al cristianismo, logran moldear gran parte de las mentalidades aún de la

contemporaneidad.
La segunda parte del libro se denomina Folclore centra su atención entre el paganismo

y las supersticiones ya desligadas a la religión, pues los temas supersticiosos se los relaciona

con el poco conocimiento de los campesinos, también se dice que la tradición oral y el

analfabetismo son aspectos claves que ayudaron a tener un imaginario supersticioso.

Sin lugar a dudas, el tiempo y los cambios que con el llegaban, fuero un factor preponderante

de la situación social, el crecimiento demográfico como se define en el texto original, en

incluso el nacimiento de nuevas formas de vivir, fueron moldeando una nueva sociedad, sin

lugar a dudas, la iglesia que seguía formando parte de este conglomerado social, necesito de

estrategias para modificar su forma de influenciar el desarrollo de la vida del hombre en

sociedad, solo esta forma lograría sobrevivir a los grandes cambios que se daban a una

velocidad constante.

En aquella época se dieron pues diversas figuras sociales, que tenían una relación directa con

aquello que se aprendía y como con esta información se vivía, los clérigos, los monjes, y

aquellos que recibieron una letrada educación eclesiástica, sin embargo, crecía de forma

notable en la sociedad de la época, una cultura folclórica, cultura que se fortaleció con la

pérdida del dominio de la iglesia sobre las letras, y el nacimiento de las figuras literarias

dadas en las cunas de los pueblos y zonas rurales, de esta forma la tradición escrita tomo un

importante y protagónico papel en el desarrollo social.

En el proceso de este desarrollo, figuras como Tilbury, escriben textos que, si bien se dan a

solicitud de nuevas formas de folclor y entretenimiento, dejan abiertas las puertas de la

imaginación de una forma vivida, a través de sus relatos, dejando abiertas las puertas a toda

interpretación, tejiendo una delgada línea entre lo mágico y la realidad, uno de los ejemplos

citados en el libro describe los dracos y las lamias, “ los dracos, suele decirse comúnmente,

adoptan una forma humana y son los primeros en ir a los lugares públicos sin ser reconocidos
por nadie, dicen que viven en las profundidades de los ríos, y que con aspectos de anillos de

oro, o de platos que flotan sobre el agua, atraen a las mujeres y a los niños que se bañan en

las orillas: en efecto, cuando estos intentan atrapar los objetos que han visto, son bruscamente

atrapados y arrastrados al fondo. Dicen que eso les pasa sobre todo a las mujeres que están

amamantando…” [1]

Como esta, existen diversas historias que hasta la actualidad han llegado de diversas formas,

para la época muchos religiosos, y predicadores, de forma despectiva le llamaban

“religiosidad popular”, posterior a ello, no solo las historias escritas fueron tomando forma y

fuerza, sino que además de forma constante, crecían y variaban las creencias populares, las

mujeres solían incluso decir que durante las noches podían cabalgar en animales fantásticos,

que regresaban con ellas una y otra vez.

Tiempo después, y tras un sin número de historias sacadas de libros y manifestaciones

personales y culturales, llega la interpretación de Santo Tomas de Aquino, quien en su

decálogo, explica el origen de dichas actuaciones en lo religioso, defendía entones la posición

de lo religioso indicando que antes del hombre llegar al culto divino, el mismo debería vencer

toda aquella desviación religiosa, refiriéndose a este hecho puntual, en el que el folclor ya se

adueñaba incluso de sus cultos, “ Algunos rendían culto a dioses extraño, de dos maneras,

unos adoraban a algunas criaturas como si fueran dioses sin necesidad de imágenes…otros en

cambio, adoraban a los dioses falsos a través de imágenes.” [1, p. 108].

Finalmente, Aquino defiende que la superstición, de forma clara se opone a lo religioso, aun

cuando sus bases habrían de ser las mismas, se considera nefasto creer en aquello que no se

ha conocido o de lo que no se tiene una prueba fehaciente.

Otro de los puntos de vital importancia en el desarrollo de las creencias populares, se

establece en los lugares durante la edad media algunos líderes de la iglesia defendían la santa

relación de la iglesia y el cementerio, y se oponían pues a la profanación tanto de una como


de otra, indicando pues que estaban tan estrechamente relacionados, que serían casi uno solo,

tiempo después algunos otros, habrían de oponerse al indicar que si bien estos dos lugares

tenían un vínculo, era claro que uno de ellos no estaba siendo el lugar de cultos y hechos

netamente religiosos, o al menos no católicos, dicha dicotomía se dio a lo largo del tiempo,

entre discusiones sobre su uso, ya que para aquel entonces en el cementerio se permitían

fiestas y bailes como celebración ante la vida y la muerte, posterior a ello, las políticas del

lugar determinaron que aquel lugar seria solo utilizado para rezar y quedaría prohibido y

penalizado hacer uso del mismo para otros fines.

“ En la diócesis de Elna, un predicador había hablado durante mucho tiempo contra las

danzas que realizaban los habitantes del lugar en las iglesias en particular durante las vigilias

de los santos. En una de las parroquias era costumbre, que los jóvenes se reunieran en las

vísperas de la fiesta patronal, y montados sobre caballos de madera, bajo diversos disfraces,,

dirigieran rondas dentro de la iglesia y el cementerio.” [1, p. 121].

En otros puntos importantes del desarrollo del documento, se encuentran duras criticas por

parte del clero a las practicas basadas en la superstición, la magia, y se consideraron

sacrilegio todas aquellas prácticas que se encontraban fuera de las creencias netamente

católicas de la época.

Aun así, si era de cierta forma permitida aquella llamada magia blanca, utilizada como forma

de apalancamiento para las creencias sobre los cultivos, la fertilidad, supersticiones

relacionadas con la luna llena entre otros, “ Las supersticiones en torno a la luna llena, a las

brujas, a los días fastos y nefatos, y sobre todo, a las fiestas paganas –que la iglesia católica

buscó integrar por medio de la política de asimilación- dan muestra de la permanencia de

creencias populares antiguas con las cuales debió convivir el Cristianismo durante los

primeros siglos medievales.” [1]


Un puto critico de aquel desarrollo, se dio en torno a relación de las personas con el futuro, y

su necesidad de dominación, en aras de esto, y en el auge del conocimiento de las astrologías,

era cada vez mas común que las personas se interesaran de forma frecuente en conocer y

dominar aquello que podría pasar.

Dentro de ello, el auge además de las estrellas, su posición y movimiento fue centro de

atención por largos periodos, de diversas formas e interpretaciones, para algunos como la

iglesia era simplemente designio divino, Luego de hacer mención sobre la adivinación en

base a las suertes –lectura imprevista de oraciones sagradas– y la oniromancia, el autor

trabaja el tema sobre los Misterios del más Allá. En este capítulo se explica que el

Cristianismo asimiló actitudes pre-cristianas en el ámbito de los ritos fúnebres, lo cual le

permitió imponerse sobre el paganismo. También se menciona la crítica hacia la necromancia

por parte de la Iglesia, la cual negó tajantemente la posibilidad de conexión consciente entre

los muertos y los vivos, considerando así los sueños y las apariciones meras imágenes

espirituales y acciones de los ángeles y de Dios.

Una vez comprendido el entorno en el cual se dio y como creció la superstición, el autor se

enfoca y define dos momentos y aspectos importantes, ya que la caza de brujas y herejes, se

dio como un periodo importante de la historia; el autor describe pues el terrible ambiente y

entorno en que se vivía si se estaba en medio de lo que era considerado magia, defendía

además la idea de que en ello existían dos corrientes, aquello que se daba en el campo, en

acción de solventar o solucionar problemas comunes y corrientes, cultivos, amor, la vida o la

muerte, y aquello que se hallaba ya relacionado con lo demoniaco, descrito por la iglesia

como algo de arraigos as fuertes y con fines en objetivos relacionados con poder entre otros.
“ Tras explicar la diferencia entre la brujería del campesino –centrada en solucionar

problemas concernientes a la vida, amor y muerte–, y la de los demonólogos –herejes que

fueron cada vez mas reprimidos–, comienza a describir los casos de brujería en distintas

partes de Europa. De acuerdo al autor, si bien la Iglesia medieval no reprimió con vigor la

magia y la brujería, prefiriendo la contrición del pecador antes que la hoguera, las represiones

y ejecuciones habrían terminado por aumentar cuantitativamente como consecuencia del

aumento del afán de reforma moral y religioso, y también, como resultado de la lucha de

poder entre el mundo laico y eclesiástico.”


Conclusiones:

· el lector de Las supersticiones en la Edad Media podrá encontrar múltiples análisis

de casos que siguiendo esta estructura demostrarán la supervivencia de la mayoría de

prácticas supersticiosas en el período de la Edad Media a través de su atenuación por

medio de la asimilación a pesar de la voluntad de la iglesia cristiana de eliminarlas o la

simple detención de persecución por considerarlas superfluas, una religiosidad popular

que devaluaba la verdadera religión de las elites.

· Aunque la iglesia recurriera a mecanismos como la fuerza o la autoridad civil con el

fin de extinguir toda superstición o creencia pagana, su mecanismo más eficiente fue la

asimilación, la cual a su vez provocó múltiples transformaciones en su carácter, debido en

mayor parte por la inclusión de todos estos nuevos cristianos junto a sus nuevas creencias

adoptadas como cristianas.

· La edad media fue una época como cualquier otra, llena de eventos necesarios para

la composición de las mentalidades de futuras épocas, se puede afirmar cómo, las

creencias engendradas de aquel entonces, siguen impactando e influyendo, en lo que aún

hoy pensamos o realizamos, como las prácticas religiosas y las festividades en general.

[1] Verdon, J. (2009). Las supersticiones en la Edad Media. Buenos Aires: Editorial El Ateneo. P. 43
[2] Íbid, p. 33.
[3] Íbid, p. 80.
[4] Íbid, p. 80.

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