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XXIX.

El Siglo XVIII, siglo de "las luces": la "reacción criollista" - Ensayos 5/2/19, 4)01 PM

Jueves, 2 de mayo de
2019

500 años de Tauromaquia en México

XXIX. El Siglo XVIII, siglo de "las luces": la "reacción


criollista"

Frente a la "reacción castiza" a la orientación taurina que toman muchos ilustrado, en México
se levanta la "reacción criollista". Como bien explica en esta entrega el historia José Francisco
Coello Ugalde, frente las diatribas que llegan desde España"sirven para mover al criollo a su
natural malestar y a preparar respuestas que comprueben no sólo igualdad sino un hondo
deseo de mostrar toda su superioridad, lo cual le permite descubrirse a sí mismo".

José Francisco Coello Ugalde, historiador

En cuanto a la proyección recibida en América, por ahora no


XXVII y XXVIII. El Siglo XVIII, siglo de "las
me detendré en revisión minuciosa del toreo novohispano, ya luces".
que este conservaba una línea similar a la española con sus
XXVI. Caballeros protagonistas y otros
particulares características. Y es que importa revelar todo lo personajes.
anterior a la luz de los hechos, gracias a que conformaron una

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estructura la cual fue adquiriendo fisonomía propia de la que emergieron todas aquellas posibilidades
técnicas del toreo de a pie. Creo que de no haber hecho revisión al panorama de antecedentes
tendríamos una idea simplemente vaga del significado de este quehacer. Por otro lado, debo decir
que justo la forma que ha venido adquiriendo el presente intento de interpretación, por otro lado la
misma, asume una posición planteada por Enrique Florescano en estos términos:

Los historiadores, antes preocupados por el cambio violento y las crisis que parecían anunciar el
acabamiento de una época y el comienzo de otra, hoy muestran un interés decidido por las
PERMANENCIAS Y LAS CONTINUIDADES.[1]

Bien, luego de este entremés de Clío, prosigamos.

Apreciamos varias de los elementos que integran un “biombo” novohispano (1690)


que ilustra la ceremonia de matrimonio cristiano entre indígenas, rodeada de
fiestas mexicanas prehispánicas con el ejemplo más claro para ello: la fiesta
del “volador”. Personajes de aquellas épocas pudieron haber influido poderosamente
para ir permeando de carácter americano primero; mexicano después en aspectos
vinculados con la imponente presencia del espectáculo taurino, detentado
por una nobleza que tenía absolutamente controlada su puesta en escena,
aunque no por ello muchos naturales encontraron en la libertad del espacio
rural las condiciones para construir su propia interpretación de la tauromaquia,
misma que pronto se incorporaría al discurso urbano.
https://escriturasvirreinales.wordpress.com/category/seminario-escrituras-virreinales/page/3/

Va a ser importante referir las maneras en que los novohispanos de fines del XVIII reciben y aplican
las alternativas de la “reacción castiza” propia del pueblo español, reacción que aquí se incrementó

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junto a otra de similares condiciones. Me refiero a la reacción criollista,[2] dada como resultado a los
ataques de parte de ilustrados europeos entre algunos de los cuales opera un cambio de mentalidad
irracional basado en la absurda idea sobre lo ínfimo en América. Buffon, Raynal, de Pauw se
encargan de despreciar dicha capacidad a partir de puras muestras de inferioridad, de degeneración.
Todo es nada en el Nuevo Mundo. Ese conjunto de diatribas sirven para mover al criollo a su natural
malestar y a preparar respuestas que comprueben no sólo igualdad sino un hondo deseo de mostrar
toda su superioridad, lo cual le permite descubrirse a sí mismo.

Más tarde, personajes derivados de composiciones denominadas


“castas”, también contribuyeron a darle a la vida cotidiana, y
muy en particular a la fiesta de los toros sentido, color, interpretación.
http://schillerinstitute.org/educ/hist/2013/academy_of_san_carlos.html

Ese modo de comportarse da al mexicano sellos originales de nacionalismo criollo, un nacionalismo


que no se significará en cuanto tal para el toreo, aunque este va a asumir una propia y natural
expresión. Y si natural llamamos al estado de cosas que se anunciaba, es decir, la independencia,
ésta se enriqueció a partir de factores en los que “a pesar de encontrar oposición, España continuó

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con la extensa reorganización de su imperio durante los últimos años del siglo XVIII, proceso al que
comúnmente se le conoce como las Reformas Borbónicas[3]. Estableció un ejército colonial,
reorganizó las fronteras administrativas y territoriales, introdujo el sistema de intendencias, restringió
los privilegios del clero, reestructuró comercios, aumentó los impuestos y abolió la venta de oficios.
Estos cambios alteraron antiguos acuerdos socieconómicos y políticos en detrimento de muchos
americanos”.[4]

Luego, con el relajamiento van de la mano el regalismo y un centralismo, aspectos estos


importantísimos para la corona y su política en América desde el siglo XVI, de los cuales se
cuestiona si favorecieron o contrariaron el carácter americano. Ello es posible de confirmar en las
apreciaciones hechas por Hipólito Villarroel en su obra de 1769, “Enfermedades políticas…” donde
se acusa una total sociedad desintegrada, tal y como podemos palparlo a continuación:

El desorden de todas las instituciones era responsable de la despoblación y destrucción de los


habitantes y el gobierno debía remediarlo mediante una nueva legislación para todo. Las grandes
ciudades como la de México, se cargaban de maleantes y de lupanares y todo sucedía a la vista de
las autoridades, porque también representaban otra carga de personas varias, ostentosas e
insoportables. Todos vivían como se les antojaba y llegaban a perturbar hasta el reposo, de día y de
noche, y no se atendía a los reglamentos que existían para uno de los corregidores.[5]

De nuevo, frente a nosotros, el relajamiento, respuesta dispersora de la sociedad,[6] misma que


encuentra oposición de parte de los ilustrados, quienes definen al toreo como “un entretenimiento tan
cruel y sangriento como éste, [que] era indigno de una nación culta. ¿Qué podía pensarse, decían
ellos, de un pueblo que gozaba viendo cómo se sacrificaba a un animal que no hacía más que
defenderse y cómo un hombre arriesgaba su vida, y a veces la perdía, sin razón alguna?[7]

Ellos mismos se encargaron de encontrarle muchos males sociales. Así, con sus observaciones
detectan oficinas de gobierno vacías; padres que gastan sumas elevadas para ir a ellas (a las
corridas), privando de necesidades vitales a sus familias lo cual en suma ocasionaba el
empobrecimiento de la población. Y en otros términos caían en la tentación del dispendio.

Los ilustrados encabezados por Feijoo, Clavijo y Cadalso, se oponen. Para Campomanes el toreo es
la ruina y en Jovellanos es la negativa de popularidad total; sin embargo, a todos ellos se contrapone
Francisco de Goya y toda su fuerza representativa, misma que dejó testimonio vivo de lo que fueron
y significaron aquellas fiestas bajo el dominio de Carlos IV. Y es que Goya deja de padecer la guerra
y sobre todo la reacción inmediata a ella, refugiándose en la sugerencia que Nicolás Fernández de
Moratín le ofrece en su Carta Histórica.[8] Es decir, ese recrear la influencia de los moros y que a su
vez quedó impresa en el toreo, es el resultado directo de la TAUROMAQUIA de Goya.

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Por su parte Gaspar Melchor de Jovellanos propone luego de concienzudo análisis, que la estatura
del conocimiento permite ver en los pensadores un concepto del toreo entendido como diversión
sangrienta y bárbara. Ya Gonzalo Fernández de Oviedo “pondera el horror con que la piadosa y
magnífica Isabel la Católica vio una de estas fiestas, no se si en Medina del Campo [escribe
Jovellanos]. Como pensase esta buena señora en proscribir tan feroz espectáculo, el deseo de
conservarla sugirió a algunos cortesanos un arbitrio para aplacar su disgusto. Dijéronle que
envainadas las astas de los toros en otras más grandes, para que vueltas las puntas adentro se
templase el golpe, no podría resultar herida penetrante. El medio fue aplaudido y abrazado en aquel
tiempo; pero pues ningún testimonio nos asegura la continuación de su uso, de creer en que los
cortesanos, divertida aquella buena señora del propósito de desterrar tan arriesgada diversión,
volvieron a disfrutarla con toda su fiereza”.[9]

Jovellanos plantea en su obra PAN Y TOROS el estado de la sociedad española en el arranque del
siglo XIX. Es una imagen de descomposición y relajamiento al mismo tiempo y al verter sus
opiniones sobre los toros es para satirizarlos diciendo que estas fiestas “ilustran nuestros
entendimientos delicados, dulcifican nuestra inclinación a la humanidad, divierten nuestra aplicación
laboriosa, y nos prepara a las acciones guerreras y magnánimas”. Pero por otro lado su posición es
subrayar el fomento hacia las malas costumbres cotejando para ello a culturas como la griega con el
mundo español que hace suyo el espectáculo, llevándolo por terrenos de la anarquía y la barbarie,
sin educación también que no tienen los españoles -a su juicio- frente a ingleses o franceses
ilustrados. Y así se distingue para Jovellanos España de todas las naciones del mundo. Pero: “Haya
pan y toros y más que no haya otra cosa. Gobierno ilustrado, pan y toros pide el pueblo, y pan y
toros es la comidilla de España y pan y toros debe proporcionársele para hacer en los demás cuanto
se te antoje”.

Hago aquí reflexión del papel monárquico frente a las propuestas de Jovellanos. Cuanto ocurrió bajo
los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III se puede definir como etapa esplendorosa, que
facilitó la transición del toreo, de a caballo al de a pie, permitiendo asimismo que la fiesta pasara de
un estado primitivo, a otro que alcanzó aspectos de orden a partir de la redacción de tauromaquias
como Noche fantástica, ideático divertimento (…) y la de José Delgado que sigue siendo un sustento
por las muchas implicaciones que emanan de ella y aun son vigentes. La llegada al poder de Carlos
IV significó la llegada también de los ideales ilustrados ocasionando esta coincidencia un férreo
objetivo por desestabilizar al pueblo y su fiesta. En alguna medida los ilustrados lo lograron, pero ello
no fue en detrimento del curso del espectáculo. La crítica jovellaniana recae en opiniones casadas
con la civilización y el progreso, tal y como fue vertida por Carlos Monsiváis a propósito de la
representación de la ópera “Carmen” efectuada el 22 de abril de 1994 en la plaza de toros “México”.
[10] Sin duda, existen personajes públicos en suma bien preparados que lo mismo aceptan o

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rechazan los toros como espectáculo o como fiesta. Esto siempre ha ocurrido, aunque no ha sido así
cuando pretenden ir más allá y atentar contra la fiesta de toros. En algunos países latinoamericanos,
luego de definirse sus respectivas formas de gobierno -casi siempre militarista, centralista,
dictatorial-, fueron liquidadas las demostraciones taurinas.

De regreso con los borbones, quienes al igual que la católica Isabel, dispusieron un cambio de
fisonomía para la fiesta de toros. Sin embargo, como hemos visto, la continuidad se garantiza
gracias a la forma en que el pueblo la acepta y se apropia, proporcionándole -conforme a cada
época- un sello propio. Y tanto la “buena señora… (volvió) a disfrutarla con toda su fiereza”, así
también los borbones apoyan inclusive la promoción de la fiesta en diversos sentidos, que ni la
“Pragmática-sanción” con la cual se “prohibían las fiestas de toros de muerte en los pueblos del
Reino” de 1785 provocó daño alguno y las cosas siguieron un curso normal.

Que hubiera en Nueva España algunos virreyes poco afectos a los toros es natural, pero una
prohibición de gran alcance no se dejó notar. En 1801 el virrey Marquina, el de la “famosa fuente en
que se orina” prohibió una corrida ya celebrada con mucha pompa, a pesar de la gota del simpático
personaje.

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Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México


y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo
de Eleuterio Martínez. México,
Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 118.

En el ambiente continuaba ese aire ilustrado que por fin encontró modo de coartar las diversiones
taurinas, por lo menos de 1805 a 1809 cuando no se sabe de registro alguno de fiestas en la ciudad
de México. Y es que fue aplicada la Novísima Recopilación, cédula que aparece en 1805 bajo el
signo de la prohibición “absolutamente en todo el reino, sin excepción de la corte, las fiestas de toros
y de novillos de (sic) muerte”. En el fondo se pretendía “abolir unos espectáculos que, al paso que
son poco favorables a la humanidad que caracteriza a los españoles, causan un perjuicio a la
agricultura por el estorbo que ponen, a la ganadería vacuna y caballar, y el atraso de la industria por
el lastimoso desperdicio de tiempo que ocasionaban en días que deben ocupar en sus labores”.[11]

________

[1] El Búho, No. 318 del 13 de octubre de 1991. “Enrique Florescano y el nuevo pasado mexicano”.

[2] Edmundo O´Gorman: Meditaciones sobre el Criollismo. Discurso de ingreso en la Academia Mexicana correspondiente
de la Española. Respuesta del académico de número y Cronista de la Ciudad, señor don Salvador Novo. México, Centro de
Estudios de Historia de México, CONDUMEX, S.A., 1970. 45 p., p. 24. El criollismo es, pues, el hecho concreto en que
encarna nuestra idea del ser de la Nueva España y de su historia; pero no ya entendido como mera categoría racial o de
arraigo domiciliario, ni tampoco como un “tema” más entre otros de la historia colonial, sino como la forma visible de su
interior dialéctica y la clave del ritmo de su desenlace.

[3] Las Reformas Borbónicas en México son los cambios propiciados por el gobierno español y las medidas que se tomaron
para llevarlos a cabo.

[4] Universidad de México. Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México. Septiembre, 1991. “El proceso político
de la Independencia Hispanoamericana” por Jaime E. Rodríguez O., p. 10.

[5] Carlos Bosch García: La polarización regalista de la Nueva España. México, Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas, 1990 (Serie Historia Novohispana, 41). 186 p. , p. 155.

[6] Viqueira: ¿Relajados o reprimidos?…, Op. cit., p. 16. No está de más señalar que esta idea de un “relajamiento”
generalizado de las costumbres forma parte de una caracterización más bien positiva de la situación económica, social y
cultural de la Nueva España en ese siglo: penetración del pensamiento ilustrado, de la filosofía y de las ciencias modernas,
múltiples reformas con el “fin de promover el progreso espiritual y material del reino novohispano” (reformas administrativas,
medidas estatales filantrópicas y de beneficencia social), todo eso acompañado y sostenido por un “auge de la riqueza”

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debido al enorme aumento de la producción minera.

[7] Ibidem., p. 43.

[8] Nicolás Fernández de Moratín: Las fiestas de toros en España Vid. Delgado, José: La Tauromaquia. (Véase bibliografía).

[9] Gaspar Melchor de Jovellanos: Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la ley agraria. Edición de José Lagé.
4a. edición. Madrid, Cátedra, S.A. 1983 (Letras Hispánicas, 61). 332 p., p. 95-96.

[10] Véase La Jornada Nº 3454, del 21 de abril de 1994, p. 59: “Sobre las corridas de toros”.

[11] Flores Hernández: “Con la fiesta nacional…” op. cit., p. 263.

▶Los escritos del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones
histórico taurinas mexicana”, en la dirección:

http://ahtm.wordpress.com/

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