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MARIO CAPONNETTO
Introducción
4
Cf. De regno, prooemium.
5
Cf. Physica II, 199 a 15.
5
Si un maestro en un arte u oficio hiciere una obra de arte, sería necesario que un
discípulo que de él recibiere el arte, prestase atención a la obra de aquel maestro
a fin de que el mismo discípulo obre a semejanza del maestro6.
La naturaleza es, pues, como un gran artesano a cuya imitación (o, más
propiamente a cuya semejanza) opera el arte. De esta manera, continúa el
Angélico glosando el texto de Aristóteles, si el arte hiciere las cosas que
pertenecen a la naturaleza operaría de modo similar a la naturaleza y,
viceversa, si la naturaleza hiciere lo que pertenece al arte también operaría de
modo similar al arte7. Por tanto, naturaleza y arte, unidos por la idea de una
semejanza en el obrar, son como las coordenadas en las que Santo Tomás va a
situar el particular carácter de la Ciencia Política.
En efecto, sigue diciendo el texto que estamos analizando:
Pero la naturaleza, por cierto, no produce las cosas que son del arte sino, tan
sólo, dispone ciertos principios y ofrece a los artífices, de algún modo, un
modelo de operación. El arte, en cambio, puede dirigir su mirada a las cosas
que son de la naturaleza y utilizarlas para la perfección de la propia obra pero
no puede perfeccionarlas. De donde resulta evidente que la razón humana es
solamente cognoscitiva de las cosas que son según la naturaleza; en cambio, de
aquellas que son según el arte es cognoscitiva y productiva. Por lo cual es
preciso que las ciencias humanas que consideran las cosas naturales sean
especulativas, en cambio, las que versan acerca de las cosas hechas por el
hombre sean productivas u operativas según una imitación de la naturaleza8.
Este pasaje es de suma importancia pues sitúa, por así decirlo, la razón
humana y sus operaciones en su relación con la naturaleza. La naturaleza
dispone ciertos principios y ofrece al artífice un modelo de acción. El arte
mira con un mirar atento (la inspectio) a las obras de la naturaleza y si bien
puede utilizarlas en orden a perfeccionar el propio hacer artístico no puede, sin
embargo, añadir perfección alguna a las cosas naturales: en este punto, la
razón es sólo cognoscitiva de las realidades naturales; en cambio, respecto de
sus propias obras la razón es no sólo cognoscitiva sino además productiva; de
hecho, la razón concibe aquello que ella produce (las conoce aún antes de ser
producidas) y porque las concibe y conoce las plasma en un producto que es la
obra del arte.
Tomás distingue los campos operativos de la razón de los que deriva a su
vez la distinción de las ciencias: la razón especulativa y la razón práctica. A la
primera corresponden las ciencias especulativas, a la segunda, las ciencias
6
In Politicorum, prooemium, 1.
7
Cf. In Politicorum, prooemium, 2.
8
Ibídem.
6
De todo lo que puede ser conocido por la razón es necesario tomar una doctrina
para la perfección de la sabiduría humana a la que se llama filosofía. Dado que
el todo que es la ciudad es algo sujeto al juicio de la razón fue necesario, para
complemento de la filosofía, formular una doctrina acerca de la Ciudad, a la
que se llama política o ciencia política10.
9
Cf. In Politicorum, prooemium, 4.
10
In Politicorum, prooemium, 5.
7
del oficio real del oficio real, de la dignidad de este oficio y de los deberes y
obligaciones de un buen rey respecto de sus gobernados. El libro segundo
dedica sus primeros cuatro capítulos a una serie de consejos e indicaciones
que ha de tener en cuenta un rey en la fundación de las ciudades, consejos y
prescripciones que, sea dicho de paso, más de un urbanista hodierno debiera
tomar en consideración. En el capítulo 4 se interrumpe el texto de autoría
tomista. A partir de aquí, de acuerdo con la casi unanimidad de los críticos, la
redacción pertenece a Tolomeo de Luca quien completa el plan original. Los
libros tercero y cuarto reiteran la doctrina tomista acerca de la naturaleza y fin
de la sociedad política y consideran algunos ejemplos de los grandes reinos de
la antigüedad griega, romana y cristiana.
Es necesario, que además de aquello que mueve al bien propio de cada uno,
haya algo que mueva al bien común de la multitud. También en razón de que en
todas las cosas que se ordenan a uno se encuentra algo que rija a los demás. En
efecto, en el universo de los cuerpos, el primer cuerpo, es decir, el cuerpo
celeste, rige a los demás cuerpos mediante cierto orden de la divina providencia
y todo cuerpo, a su vez, es regido por la creatura racional. También en el
hombre tomado individualmente el alma rige al cuerpo y entre las partes del
alma, la irascible y la concupiscible son regidas por la razón. Lo mismo entre
los miembros del cuerpo uno es el principal que mueve a los otros como el
corazón o la cabeza. Por tanto es necesario que en toda multitud haya uno que
gobierne15.
desde luego, al modo de un ente físico sino al modo de una unidad de orden
instituida por la razón sobre el fundamento de la naturaleza social y política
del hombre y cuyo fin no es otro que proveer a la plena suficiencia de la vida
humana. Con varios siglos de antelación, el Doctor Angélico ha refutado la
falacia del pacto social de Rousseau con su secuela de la voluntad general,
principio y fuente de todos los desvaríos de la política moderna.
16
De Regno, I, 2.
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III. Conclusiones