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 ISABEL JARAMILLO | 2018/05/15 14:29

El abc del aborto


Por decisión de la magistrada Cristina Pardo, la Corte Constitucional en
pleno estudiará la posibilidad de introducir nuevas restricciones a las
posibilidades que tienen las mujeres colombianas de interrumpir sus
embarazos. En particular se debate si debe haber un límite a la edad
gestacional en la que puede terminarse el embarazo. Es importante, en mi
concepto, que la opinión entienda exactamente qué está en juego aquí.

Aunque algunas campañas han adoptado la bandera de limitar el aborto en Colombia,


lo cierto es que desde 2006, más de la mitad de los colombianos están de acuerdo con
permitir el aborto en casos en los que la salud de la mujer está en riesgo, el embarazo
ha sido producto de violación o incesto, o el producto de la gestación no tiene
posibilidades de sobrevivir después de separarse de la madre. Esta postura se ha
ratificado en encuestas posteriores que claramente consideran que interrumpir el
embarazo en estos casos es parte de los derechos de las mujeres que el Estado debe
garantizar. Menos de la tercera parte del país cree que las mujeres deban ir a la cárcel
por verse involucradas en estos casos. Limitar el aborto es, pues, una propuesta poco
popular y contra mayoritaria que no debería adoptar la Corte Constitucional.

El problema, sin embargo, es que se tiende a tomar por sentado que la situación está
resuelta para las mujeres y lo cierto es que estamos lejos de eso. Por una parte,
muchas personas desconocen qué hay que hacer y cuándo hay que hacerlo para
obtener la interrupción del embarazo dentro del sistema de salud. Esto a pesar de las
campañas el Ministerio de Salud y de las Secretarías de Salud de los municipios y
departamentos. Los médicos y administradores de las EPS parecen particularmente
desinformados a pesar de tener una obligación legal de conocer las regulaciones y de
las indemnizaciones que ha ordenado la Corte pagar a mujeres que teniendo el
derecho no han podido abortar.

Por otra parte, parece haber una opinión generalizada de que las mujeres que quieren
abortar pueden hacerlo de manera segura ya sea acudiendo al sistema de salud o a un
médico particular. No podríamos estar más lejos de esto. En primer lugar, porque el
aborto sigue siendo delito en Colombia, es decir, no es una opción para las mujeres
interrumpir sus embarazos. En segundo lugar, porque las mujeres que tienen derecho
a abortar ven negado este derecho por médicos y enfermeras que las recriminan,
hospitales que se niegan a atenderlas y autoridades que no avanzan en investigar y
castigar a quienes incurren en estas conductas. La Corte Constitucional en más de
trece sentencias se ha pronunciado para señalar que las mujeres tienen un verdadero
derecho a interrumpir sus embarazos en los casos en los que el aborto fue
despenalizado en Colombia, es decir, que pueden exigir del sistema de salud que les
presten un servicio en condiciones dignas y seguras y sin discriminación. Esas trece
sentencias no han sido suficientes para frenar los abusos, como lo muestra el caso que
está en discusión en este momento en la misma corporación.

¿Qué es lo importante para entender sobre el aborto? Considero que para decidir de
qué lado está uno es clave tener en cuenta que hay cuatro modelos para abordar el
asunto de la terminación voluntaria del embarazo y que cada uno tiene su lógica
propia. Dos de estos modelos representan extremos de regulación. Uno es el de la
penalización del aborto en todas las circunstancias, es decir, en todos los casos en los
que no se presenten causales que justifiquen la actuación (legítima defensa o
necesidad de salvar la vida de alguien) y haya culpa (la persona que cometió el acto
era capaz de entender lo que hacía –en Colombia la edad legal para la culpa penal son
los 18 años, antes de eso, entre los 16 y 18 años, se habla de responsabilidad pero no
de culpa). Esta era la situación en Colombia antes de 2006, en Chile hasta finales de
2017, y en El Salvador hasta el día de hoy. Este esquema supone que la libertad que
tienen las personas para decidir el número y espaciamiento de sus hijos, garantizado
en la Convención de Derechos Civiles y Políticos suscrita por la mayoría de los países
del mundo, se ejerce cuando se establece en los Códigos Penales el delito de violación
y se castiga a quienes fuerzan a otros a tener relaciones sexuales sin su
consentimiento. En esta postura, toda libertad se entrega después de tener una
relación sexual y aún si la relación no fue consentida se considera que la sanción no
debe asumirla el producto de la gestación sino el violador. No es muy claro para mí
por qué la mujer víctima deba ser obligada a criar ese hijo.

La única sentencia colombiana que intentó dar un argumento, la C-013 de 1997, citó
una encíclica papal diciendo que la maternidad santifica: como si todas las
colombianas fueran católicas o necesitaran ser santificadas! Más allá del problema de
la violación está el de la imperfección de los sistemas anticonceptivos y los riesgos que
los embarazos suponen para la salud de las mujeres. En este primer esquema, todas
las consecuencias de la relación sexual recaen sobre el cuerpo de las mujeres que,
como dijo la misma Corte Constitucional en la sentencia C-355 de 2006, terminan
convertidas en verdaderas incubadoras. El otro extremo es el de la despenalización
del aborto y su tratamiento a través de regulaciones sanitarias. Este es el esquema
adoptado por Canadá y algunos países escandinavos. Se supone en estos casos que las
mujeres terminan sus embarazos por razones suficientemente importantes como para
que los médicos o los funcionarios públicos estén indagando o vigilando estas razones.
Los médicos, libres de la persecución, se concentran entonces en trabajar para que los
abortos se realicen en circunstancias que garanticen la salud de las mujeres, tanto
física como mentalmente.

En el caso de Canadá fueron los mismos médicos los que promovieron el cambio a
principios de los ochenta pues el Código Penal establecía para ellos una sanción de
cadena perpetua por realizar un procedimiento que en su concepto era ordenado por
su propio Código Hipocrático. Podría decirse que tras este modelo está la idea de la
igualdad de las mujeres: la igualdad en su capacidad para decidir sobre lo que será
mejor para ellas y para sus hijos, la igualdad en relación con los médicos y
funcionarios públicos, generalmente hombres.

Los otros dos modelos son los que han adoptado la mayoría de los países. Uno de ellos
se conoce como el modelo de indicaciones, en nuestro caso conocido como modelo de
las causales. En este caso se considera que aunque puede limitarse la libertad para
decidir el número y espaciamiento de hijos por el hecho de la concepción, esta
limitación no puede llegar a desconocer que hay situaciones (indicaciones o causales)
que suponen una carga demasiado alta para las mujeres: llevar a término un
embarazo sabiendo que el fruto de la gestación no sobrevivirá, asumir la muerte o
secuelas permanentes en la salud después de terminar el embarazo o llevar a término
un embarazo resultado de un hecho traumático como lo es el ser forzada sexualmente.
Dado que estas situaciones pueden aparecer en cualquier momento en el embarazo,
este modelo no tiene “plazos” o límites de semanas: puede solicitarse la interrupción
del embarazo cuando la situación aparece. De hecho muchas de las malformaciones
que son incompatibles con la vida solamente pueden descubrirse después de las
veinte semanas de gestación. Las complicaciones para la salud de la madre también
pueden aparecer muy tarde. Lo más importante, sin embargo, es que el principio tras
el modelo es que “la mujer no tiene por qué soportarlo” y por tanto el remedio – o
reparación- mínimo que se le ofrece es poder salir de esta situación. Si se suman las
trabas y barreras en el sistema, más razones hay todavía para aceptar que el remedio
esté disponible en cualquier momento.

El otro modelo es el de plazos. En este caso, se da vía libre para terminar los
embarazos en las primeras once o catorce semanas de gestación y se adoptan
indicaciones para las semanas entre catorce y veinticuatro. La idea aquí es garantizar
que las personas que no quieren continuar con sus embarazos por las razones que sea,
puedan tomar decisiones informadas y rápidas que resultan poco costosas para el
sistema de salud y para el sistema judicial. La vigilancia y restricciones aparecen
cuando el embarazo está avanzado porque se supone que las ocho o diez semanas que
se tuvieron para reflexionar y decidir fueron suficientes. La libertad del primer
período se compatibiliza entonces con la rigidez del segundo período y para todo el
mundo es claro que las personas solamente acuden a terminar el embarazo cuando
está avanzado porque no había otra opción.

Así, decidir que el modelo de indicaciones debe tener un límite de semanas de


gestación es lo mismo que decir que las mujeres a las que un médico les embolata el
ejercicio de su derecho, un hospital les hace trampa en darles un servicio, un ecógrafo
se equivoca al darles sus exámenes, un médico les da un mal diagnóstico de un dolor
de estómago que dos semanas después resulta ser un cáncer, un policía no les recibe
la denuncia, un médico no les cree que las violaron, pues “de malas”, “aguanten”. Yo no
acabo de entender cómo hay personas que de verdad creen que esa es la respuesta
que debe dar el ordenamiento jurídico a las mujeres ante las “fallas en el servicio”.
Tampoco veo ninguna situación de los hombres que sea comparable. En mi opinión, si
la Corte Constitucional está tan preocupada por los plazos, entonces debería adoptar
la decisión de despenalizar el aborto en las primeras semanas como es el caso de la
Ciudad de México y de Uruguay, entre muchos otros países en el mundo. Esta sería
una mejor garantía de que en pocos casos se llevan a cabo abortos en embarazos de
edad gestacional avanzada, que limitar aún más el acceso de las mujeres colombianas
a un aborto legal y seguro. De cualquier modo espero que estas explicaciones les
sirvan a los lectores a entender sus propias ideas al respecto y apoyar el proceso
democrático que se está llevando a cabo ante la Corte Constitucional.

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