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SOMOS RAZÓN Y EMOCIÓN

Nuestra mente es extraordinariamente poderosa y hábil para dirigir


nuestra conducta, tanto para hacer el bien como para hacer el mal.
Gracias a ella realizamos todos los procesos de pensamiento racional,
pero también en ella se dejan sentir unas fuerzas extraordinariamente
poderosas: las emociones.
Así, podemos decir que somos razón y emoción. Fuerzas que en
ocasiones apuntan hacia el mismo lugar, pero que en otras se enfrentan y
nos obligan a tomar una decisión. Tenemos la opción de seguir a nuestro
«corazón» o de hacer caso a la lista de pros y contras.

“Cuanto más abiertos estemos a nuestros propios sentimientos, mejor


podremos leer los de los demás”

-Daniel Goleman-

¿Hay divorcio entre la razón y la emoción?


La verdad es que no hay una frontera tajante que separe la emoción
de la razón. En realidad, se trata de dimensiones del ser humano que
están siempre actuando conjuntamente. Las emociones dan lugar a
determinados pensamientos y los pensamientos, a su vez, hacen nacer
las emociones.
Toda emoción es pensada en alguna medida. Cuando esa medida es baja,
da lugar a emociones confusas y erráticas. Cuando la medida del
razonamiento es alta, permite tener una experiencia de la realidad
más profunda y equilibrada.

La emoción poco tamizada a través de la razón da lugar a una percepción


distorsionada de la realidad.

Quienes se dicen “altamente racionales” no escapan a esa lógica. Si se


mira con detenimiento, esa negativa a permitir que las emociones se
cuelen en la vida probablemente obedece a un profundo temor de “perder
el control” que supuestamente se tiene.
De igual manera, imaginar acciones puramente emocionales, sin un
ápice de razón, es más o menos absurdo. El ser humano no puede
renunciar a la corteza cerebral, a menos que sufra una lesión o inhiba las
funciones cerebrales mediante algún químico.

Lograr el equilibrio entre razón y corazón


Las emociones no son caballos briosos y desbocados a los que debamos
“ponerles la rienda”. Nos constituyen como seres humanos y forman parte
de un valioso bagaje subjetivo que contribuye a otorgarle un significado
propio al mundo. Ni tienen por qué ser “erradicadas”, ni tienen por qué ser
negadas o desvalorizadas.

Todo lo contrario: ser capaz de sentir es ser capaz de ser humano. Solo
sobre la base de las emociones se edifica el amor, el sacrificio, los
grandes sueños y las grandes hazañas. Sin embargo, esto no quiere
decir que podamos o debamos dejar esas emociones “en bruto” y
conformarnos con experimentarlas sin reflexionar sobre de ellas.
Un punto de equilibrio se alcanza cuando somos capaces de estar atentos
a lo que sentimos, no con el objetivo de defendernos de ello, sino con el
propósito de canalizar esas mismas emociones de modo que sean
provechosas. Eso quiere decir que si siento miedo, la mejor opción es
reconocerlo, explorarlo y, por qué no, convertirlo en una fuerza a mi
favor. Si tengo miedo de hablar en público, quizás pueda diseñar ayudas
tecnológicas excelentes para que me ayuden a enfrentarlo.
Las emociones nos influyen más que la razón porque están en una zona
de nuestro cerebro más primitiva y, por tanto, más profunda. Se hallan en
la base de todo lo que somos. La razón es como un cincel con el que
se pueden pulir esas emociones para pacificarlas y permitir que nos
ayuden a llevar una vida mejor.

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