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Este artículo se refiere a tres conceptos cuyo importancia y aplicación han generado
polémica tanto en la praxis de los proyectos socialistas como en la literatura respectiva. Por
ejemplo, muchos artículos de opinión referidos a una evaluación de los éxitos y fracasos en
las diferentes experiencias socialistas reflejan los (pre)juicios, criterios y valoraciones en
cuanto al papel que estos elementos usualmente cumplen en dichos procesos sociales.
Notablemente, en la lectura de estos artículos se aprecia que pudieran existir algunas
diferencias o dilemas en el manejo de estos conceptos, generando lo que aparentemente
serían “enfoques” distintos dentro de algunos proyectos socialistas, y particularmente en el
venezolano. Desconocemos si estas opiniones influyen o no en los planificadores de
políticas públicas, pero, en cualquier caso, preguntémonos: ¿realmente existirán tales
dilemas?
1. En primer lugar, comencemos por precisar que eficiencia, junto a eficacia, son los dos
conceptos que forman un modelo de evaluación del funcionamiento y los resultados
logrados por cualquier sistema, proceso, o instrumento desarrollado por la acción humana.
En la teoría de la llamada “administración científica”1, “la efectividad (o eficacia) es
realizar un objetivo, cuyos efectos están en armonía con las intenciones que los
planificadores o realizadores tienen en mientes”; mientras que “la eficiencia es la
consecución de los fines (u objetivos) deseados, los cuales son logrados con el menor
recurso posible, o bien, con unos recursos dados, el más alto efecto posible es logrado”.
Obviamente, ambos conceptos se aplican tanto para la administración pública como
privada, ya sea en un sistema capitalista o bien en un sistema socialista.
2. Por otra parte, están los escritos que destacan el papel de las ideologías y sus aparatos de
difusión como elementos determinante en los procesos revolucionarios, en sus éxitos o
fracasos. Particularmente en el caso venezolano, algunos articulistas sostienen la opinión de
que para enfrentar eficazmente la ideología capitalista y pro imperialista de la oligarquía
venezolana es imprescindible construir una ideología, “un cuerpo teórico sólido, definido,
del Socialismo Bolivariano”4, quizás racionalizando mejor ese sincretismo (o “caja de
herramientas”) de cristianismo, bolivarianismo y socialismo, que tan bien maneja el
Presidente Chávez. “El avance y consolidación del Proceso Revolucionario –afirma otro
articulista- se alcanzará si damos la batalla y obtenemos la victoria en la lucha
ideológica”.5
Pues bien, dado que se ha querido introducir este concepto en el proceso revolucionario
venezolano, cabe preguntarse ¿qué debemos entender por ideología?, ¿cuál sería su utilidad
real?, ¿a quién sirve? F. Rossi-Landi6, en su libro Ideología, señala once concepciones
diferentes. Según Nestor Kohan7, sólo “En el marxismo “ideología” tiene dos significados
distintos: 1) concepción del mundo que implica una determinada perspectiva de vida ligada
a los intereses de las clases sociales, una escala de valores, junto con normas de conducta
práctica. 2) Falsa conciencia, obstáculo para el conocimiento de la verdad, error
sistemático, inversión de la realidad por compromisos con el poder establecido. Así, para
este autor, el mismo marxismo sería una concepción ideológica del mundo vinculada a los
intereses de los trabajadores (significado 1) que cuestiona toda falsa conciencia ideológica
de la burguesía (significado 2)”.
Estas diversas acepciones del término “ideología” han generado mucha polémica en el
orden teórico8, pero cualquiera sea el significado que se prefiera dar (particular o total,
restringido o amplio, negativo o positivo) sería también conveniente tomar en cuenta las
condiciones reales en las que actúa toda ideología:
a) De acuerdo con Markovic9, las teorías ideológicas: “No son universalmente aplicables,
como ocurre con las teorías científicas. Solamente pueden aplicarlas los miembros de cierta
clase, de un movimiento, de un partido. Y precisamente gracias a su acción, a veces muy
poderosa, puede alcanzarse un fin previsto, aunque no fuese de esperar si se juzgara con
sangre fría y desde un punto de vista no comprometido. En otras palabras -añade
Markovic-, (la ideología) se revela como un factor poderoso pero imprevisible: el efecto
estimulante del pronóstico mismo sobre las masas que siguen a un determinado movimiento
político”.
b) Por otro lado, Althuser10 advierte que: “La lucha de clases se expresa y se ejerce en las
formaciones ideológicas, y por tanto, también en las formaciones ideológicas de los AIE
(Aparatos Ideológicos del Estado). Pero, la lucha de clases desborda ampliamente los
marcos de dichas formaciones, de ahí precisamente que las clases explotadas puedan llevar
el combate hasta las formaciones de los AIE, volver contra las clases en el poder las armas
de la ideología (…) la lucha de clases desborda los AIE porque no se halla enraizada en la
ideología, sino en la infraestructura, en las relaciones de producción, autenticas relaciones
de explotación que constituyen la base de las relaciones de clase”.
En efecto, toda ideología está limitada por los intereses de clase y las condiciones
materiales de existencia en una sociedad determinada. Sin embargo, a pesar de la naturaleza
“orgánica” de las ideologías, todos los factores en conflicto (ya sean los factores del poder
dominante como las fuerzas emergentes) siempre buscarán trascender por todos los medios
posibles los estrechos límites de las clases sociales, grupos de interés, o partidos políticos,
para así extender su particular sistema de valores de manera que estos se constituyan en la
forma de pensamiento hegemónico en la sociedad.
Por eso, obviamente, nadie en su sano juicio podría negar la importancia que tienen las
ideologías y contra-ideologías en esa “batalla de las ideas” que se da todos los días y en
todos los espacios de la llamada “guerra de cuarta generación”, donde se operan una serie
de verdaderas campañas mediáticas de información-desinformación científicamente
desarrolladas, tendentes a imponer un pensamiento hegemónico en la sociedad.
3. Sin embargo, no basta con una contra-ideológica revolucionaria, por muy bien elaborada
que ella esté, para poder realmente contrarrestar la ideología capitalista dominante y
formar, al mismo tiempo, una verdadera conciencia social liberadora. Evidentemente
que se trata de algo mucho más complejo. La ideología es apenas una parte de la
conciencia social, en cuya estructuración confluyen, participan y se solapan varios procesos
tanto objetivos como intersubjetivos.
Los ataques a la conciencia revolucionaria se realizan desde los más diversos espacios y
expresiones de la vida moderna: Por ejemplo, impartiendo en las escuelas privadas los anti-
valores del individualismo y la competencia egoístas propios de la mentalidad burguesa;
También, promoviendo los patrones de consumo desmedido que supuestamente privan en el
mundo capitalista occidental, vía la grosera exhibición del lujo por parte de individuos
modélicos, centros de ventas y la publicidad comercial en los medios de comunicación
privados; O la permanente campaña ideológica que se realiza a través de esos mismos
medios, desde donde se maneja una concepción negativa de la identidad de nuestros
pueblos menos desarrollados. Como bien destaca la profesora Maritza Montero12, tal
concepción, marcada por la negatividad, la minusvalía y la comparación inferiorizante con
Otros poderosos (p. e., las clases de mayores recursos económicos, los países
industrializados), tienen un efecto paralizante y adormecedor de la conciencia, que opera a
través de un proceso de alienación, ideologizante, inducido y reproducido internamente en
nuestras poblaciones.
Entonces, se comprende cuando en diversos artículos de opinión se señala que “es ese el
territorio de la lucha, es allí donde deben dirigirse todas las acciones de los revolucionarios;
… que: en última instancia todas las batallas revolucionarias son batallas por la
conciencia revolucionaria”.13 Según Neptalí Reyes, en este mismo artículo,”El objetivo de
construir una nueva conciencia es un acto conciente. Queremos decir con esto –dice el
autor- que no es espontáneo, que no son suficientes los cambios económicos, que no es
suficiente la prédica del líder…Es un acto conciente y es un acto social, la grandes
mayorías deben participar en él”.14 Ya antes, siguiendo esta idea, en el Editorial de este
mismo medio, se nos advertía que: “es errado el camino de pretender resolver las
necesidades materiales de la sociedad, olvidando la solución de las deformaciones
espirituales”.
Por su lado, el columnista Antonio Aponte15 afirma que “es en el alma, o en la conciencia,
o en los valores, que vienen a ser diferentes niveles de la misma esencia, donde en
definitiva se decide la suerte de las revoluciones”. Explicando las condiciones
fundamentales para la formación de la conciencia revolucionaria dice: “la conciencia está
entrelazada con la existencia, y ésta con la manera como se gana la vida una sociedad,
como trabaja y, en última instancia, para quién trabaja” (…) Sólo el trabajo social y la
propiedad social de los medios de producción son generadores de conciencia del deber
social (…), dependiendo del tipo de propiedad sobre los medios de producción, se generará
conciencia egoísta o conciencia socialista”.16 Ya en una columna anterior este mismo
articulista nos alertaba sobre lo que en su criterio son “las visiones pequeño burguesas de la
economía” y “de una supuesta eficiencia” que sabotean “a la organización que integra y a la
concientización del Pueblo”. “La visón pequeño burguesa –explica el autor- considera que
el Pueblo puede avanzar hacia la Revolución y al Socialismo con zanahorias en frente y
caramelos en el bolsillo”.17
El economista Jesús Faría20, por ejemplo, señala tres condiciones o momentos a los cuales
les corresponden sus respectivos frentes de lucha: 1) Por lo general, las coyunturas
revolucionarias están precedidas por largos períodos donde predomina el esfuerzo de
aglutinar a las mayorías en torno a la lucha ideológica. En esta fase, el combate se produce
principalmente en la esfera de las ideas y de la difusión de la línea política; 2) Por su parte,
durante los auges de masas que desembocan en situaciones revolucionarias, la conquista del
poder, la lucha de clases estrictamente política, se convierten en el centro de gravedad de la
estrategia; 3) Una tercera fase sería el período de transición, donde se destacaría la
preponderancia que adquiere la reconstrucción económica del país. Al respecto –dice
Faría-, no sería exagerado afirmar que es en ese campo donde se libran las batallas más
cruciales.
Por supuesto –continua explicando el mismo autor-, esto no sugiere ninguna contraposición
entre los diferentes frentes de lucha. Todo lo contrario, estos se encuentran estrechamente
interrelacionados, como lo ilustra el hecho de que la actividad revolucionaria en el ámbito
económico esta sometida a los lineamientos de la estrategia política. Es decir, la estrategia
económica se convierte en el instrumento fundamental de la estrategia política y, a su vez,
responde directamente al contenido ideológico de esta última.
Según Faría, entre las tareas más relevantes en el ámbito de la transformación económica se
cuentan: 1) la creación de un sector socialista de la economía; 2) La industrialización sobre
la base de relaciones de producción socialistas, con nuevos sujetos sociales y nueva
orientación productiva; 3) La reforma agraria en función de la independencia alimentaria y
la transformación de las relaciones de propiedad en el campo y, 4) La introducción de
elementos de planificación económica y gestión socialista.
Mientras que otro articulista, Martín Guédez21, escribiendo en relación con la línea política
de “las tres erres” (Revisión, Rectificación y Reimpulso), lanzada oportunamente por el
Presidente Chávez, indica que una economía socialista está llamada a ser más eficaz y
productiva que una economía capitalista. Sin embargo, afirma este autor-, esto en muchos
casos no ha sido así. Un buen número de experiencias propias lo ha puesto de manifiesto.
¿Significa acaso que están reñidos eficacia y productividad con el socialismo?, por
supuesto, la respuesta, contundente y rotunda, es ¡NO!, –dice Guédez-.
Se tiene entonces –sigue el mismo autor- el enorme desafío de hacer que las formas de
producción alcancen niveles superiores de eficiencia y productividad en las condiciones
actuales de cultura y costumbres profundamente arraigadas en la conciencia venezolana. La
Revolución tiene que alcanzar un grado de eficacia práctica en el servicio a la sociedad
inaplazable. Una revisión a fondo y sin concesiones a la capacidad real de todo el
funcionariado estatal es imprescindible. Pero además de esto, añade Guédez, está la
necesaria formación de un partido ideológicamente sólido, con una definición doctrinaria
precisa que sirva de azimut a todos. En este sentido, el uso de todos los medios de
comunicación del Estado para alcanzar los fines de dar a conocer, educar y formar en los
valores socialistas al punto de generar verdadera conciencia revolucionaria sería, junto al
trabajo insustituible del contacto cara a cara, de primerísima importancia. “De allí que a dos
manos –concluye este autor-, generando las condiciones materiales para la instalación del
socialismo y sembrando conciencia debamos emprender la tarea este año 2008 de grandes
definiciones”.
Como ya se señaló más arriba, al parecer estas diferencias son frecuentes en todos los
procesos revolucionarios, incluyendo el venezolano. Pero, no obstante todo esto, y según
nuestro análisis, se puede inferir en que no debería existir ningún dilema en el manejo de
estos conceptos, pues lógicamente todos ellos: la elaboración de una eficaz contra-
ideología revolucionaria, la formación de una verdadera conciencia social liberadora, la
eficiencia y la eficacia de un sistema socio-económico predominantemente socialista, son
factores que se necesitan y se complementan unos con otros, a la los fines de lograr, como
señala Guédez, “la convicción absoluta en la superioridad del socialismo como única
solución al problema del hombre en libertad”.
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la
lucha de clases”, sentenciaban Marx y Engels en El Manifiesto del Partido Comunista. De
acuerdo con Irving Zeitling24: “Según la posición que los hombres ocupan en la estructura
social y según su conciencia de esta posición, se unen en grupos y tratan, en forma
colectiva, de cambiar o conservar las condiciones de su existencia”. Para Lucien
Goldmann25: “las clases son los únicos grupos en que las escalas de valor son específicas
porque encaran, cada una, un ideal diferente de organización social de conjunto” (…) “El
máximo de conciencia posible de una clase social constituye siempre una visión
psicológicamente coherente del mundo que se puede expresar en el plano religioso,
filosófico, literario o artístico”.
Y luego continua explicando Goldmann, “El hombre se define por sus posibilidades, por su
tendencia a la comunidad con los otros hombres y al equilibrio con la naturaleza. La
comunidad auténtica y la verdad universal expresan estas posibilidades para un muy largo
período histórico; la “clase para sí” (opuesta a la clase en sí), el máximo de conciencia
posible, expresa posibilidades en el plano del pensamiento y de la acción en una estructura
social dada”. “Sin embargo -acota Goldmann-, es esencial separar la conciencia posible de
una clase de su conciencia real en un cierto momento de la historia, conciencia real que es
resultado de las limitaciones y desviaciones que hacen sufrir a la conciencia de clase las
acciones de los diferentes grupo sociales y de los factores naturales y cósmicos”.
Es conocido que tanto Marx como Engels oponían la conciencia de clase a la ideología. De
acuerdo con Engels: “La ideología es un proceso que se opera por el llamado pensador
conscientemente, en efecto, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas fuerzas
propulsoras que lo mueven, permanecen ignoradas por él; de otro modo, no sería tal
proceso ideológico”.26
“Un saber es ideológico en la medida en que se presenta como algo dado, independiente de
la realidad histórica y sin conciencia de su dependencia respecto a las relaciones materiales
humanas: es un saber imperativo, represivo, apriorístico”28.”Agreguemos a título de
hipótesis -dice Goldmann por su lado- que se podría quizás fundar la distinción entre las
ideologías y las visiones del mundo, precisamente en el carácter parcial, y por esto
deformante, de las unas y total de las otras”.29
4) Sin embargo, la conciencia (al igual que la ideología) no es más que un aspecto real,
pero parcial, de la actividad humana
Según apunta Goldmann: “El pensamiento dialéctico pone el acento en el carácter total de
la vida social. Afirma la imposibilidad de separar su lado material de su lado espiritual” (es
decir, la imposibilidad de separar la infraestructura económica de los hechos de conciencia
y la acción humana). “Sin embargo -advierte Goldmann-, si se sigue la historia del
pensamiento marxista, se hallan siempre discusiones entre las corrientes idealistas,
mecanicistas, ortodoxas”. Por ejemplo, “En el interior mismo de lo que se puede llamar
ortodoxia hay, perpetuamente, oscilaciones entre las corrientes que ponen el acento en la
acción de los hombres, en sus posibilidades de transformar el mundo o, inversamente, en la
inercia social, en las resistencias del medio, en las fuerzas materiales. Estas oscilaciones,
que no se deben al azar, expresan, también, las transformaciones sociales, los cambios en
las condiciones de acción del movimiento obrero. Todas las grandes obras marxistas, que
ponen el acento en las fuerzas del hombre, en sus posibilidades de transformar, mediante su
acción, la sociedad y el mundo, se sitúan en las grandes épocas revolucionarias (…)
Inversamente, las épocas en que el movimiento obrero tiene que defenderse contra el
adversario potente, a veces amenazador y, en todo caso, sólidamente instalado en el poder,
producen naturalmente una literatura socialista que pone el acento en el elemento
“material” de la realidad, en los obstáculos que hay que superar, en la poca eficacia de la
conciencia y de la acción humana”.
Esta es la misma tesis que propuso Engels en el año 1894, cuando afirmaba que: “El
desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el
desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre
su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo
lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones sobre la base
de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia”.33