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MAESTRÍA EN CIENCIAS SOCIALES

PROGRAMA DE POBLACIÓN, DESARROLLO Y POLÍTICAS PÚBLICAS II


EXAMEN FINAL

“DESAFÍOS DE LOS PROBLEMAS DE POBLACIÓN Y DESARROLLO PARA LAS


POLÍTICAS PÚBLICAS: ESTUDIO DE CASO FEMINICIDIO

MARLEN GARCÍA CASTILLO

I. INTRODUCCIÓN

Resulta imposible encapsular las relaciones entre población y desarrollo presentes en América
Latina y el Caribe en conceptos reduccionistas, estas son suficientemente ricas y variadas y
cualquier intento por reducirlas resultaría en una realidad distorsionada. El enfoque tradicional de
las relaciones entre población y desarrollo se encuentra intrínsecamente ligado a modelos de
crecimiento económico relacionados con las limitaciones de oferta laboral, la escasez laboral y la
pobreza, enfatizando en la necesaria reducción de la tasa de crecimiento de la población sin
ocuparse de otras variables poblacionales.

Por contraste, el enfoque utilizado en los trabajos de CEPAL-CELADE, distingue efectos de


cambios en diferentes variables de población (mortalidad, fecundidad, migración) sobre distintos
fenómenos y variables que intervienen el proceso de desarrollo (el cambio técnico, la
disponibilidad de recursos humanos, la distribución del ingreso, la ocupación territorial, y varios
otros más) (Bajraj, Villa & Rodríguez, 2000: 39)

Este nuevo enfoque permite una mejor identificación de aquellas áreas en las que las políticas
públicas deben intervenir y se encamina en el bienestar de la población como su objetivo
principal.

Son cuatro los rasgos que caracterizan la discusión actual sobre población y desarrollo en la
región: a) la diversificación de la lógica del debate más allá del encasillamiento tradicional en el
crecimiento económico, mediante la incorporación de otros fundamentos del desarrollo económico
y social que están ligados a las tendencias demográficas, como los recursos humanos, la equidad
social, la sustentabilidad ambiental y la gobernabilidad; b) la incorporación transversal de los
vínculos de la población con asuntos cruciales de la agenda social, como el empleo productivo, la
pobreza, el género y la descentralización; c) la ampliación de los ángulos de análisis, para
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considerar tanto el conjunto de variables demográficas (y no sólo el crecimiento) como la realidad


macrosocial y la dinámica de las comunidades, los hogares y la trayectoria de vida de las personas
y, d) la búsqueda de nuevas maneras de incorporación de las variables de población en la gestión
pública, motivación realzada por la crisis de las modalidades centralizadas y burocráticas de
planificación (Bajraj, Villa & Rodríguez, 2000:9).

Para el desarrollo del presente trabajo de investigación resulta necesario el enfoque y análisis del
género y la equidad como nudo articulador de las relaciones entre población y desarrollo bajo la
luz del nuevo enfoque. Las desigualdades que tienden a perpetuarse en el tiempo, aquellas que
marcan a los individuos desde su nacimiento y definen distintas posibilidades de explotar sus
potencialidades, pueden considerarse una fuente de ineficiencia para el sistema económico, pues
se desperdician las capacidades del segmento golpeado negativamente por la desigualdad (Bajraj,
Villa & Rodríguez, 2000:14).

Las mujeres son uno de los sectores sociales más afectados por las desigualdades, sobre ellas
recaen las responsabilidades implícitas de una fecundidad alta y temprana, el rezago social y la
pobreza que su invisibilización conlleva en las sociedades modernas, sin omitir que esta
desigualdad ha sido perpetuada durante siglos de desarrollo humano; las situaciones de
desigualdad a las que se enfrentan las mujeres diariamente las convierten en sujetos propensos a
vivir en ambientes violentos que imposibilitan su integro desarrollo y menoscaban sus derechos
humanos, esta violencia focalizada en contra de las mujeres es conocida en el acervo de las
ciencias sociales como violencia de género, actualmente se presenta como un área de estudio de
importante valor para la creación de políticas públicas que abonen a la emancipación y el
empoderamiento de las mujeres.

La violencia de género es un problema social de múltiples aristas y con un entramado histórico


que ha permitido su prevalencia hasta nuestros días; afecta de manera directa a mujeres de todas
las edades y condiciones sociales en todas partes del mundo, se caracteriza por ser perpetrada en
contra de estas por las relaciones de poder que se han creado entre hombres y mujeres y que así la
legitiman, se idealiza a la mujer como un ente subordinado de servicio y pertenencia sobre el que
los hombres tienen derechos.
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Se asigna a cada sexo características de comportamiento específicas sobre las que tienen que
desarrollarse a fin de formar parte de la sociedad en un rol ideal; con el propósito de mantener el
sistema social existente bajo los cánones de conducta e identidad establecidos, el género como un
constructo social permite, justifica, normaliza y alienta la violencia contra las mujeres, que puede
darse en muy diversas modalidades y por hombres igualmente diversos.

Las instituciones y el sistema gubernamental han sido parte de esta violencia, sin necesidad de una
búsqueda exhaustiva, es posible darse cuenta de todos los históricos en los que los ordenamientos
legales adolecen de normas que protejan los derechos de las mujeres, y que, en cambio, son estos
mismos mecanismos los encargados de validar ejemplos la represión sistémica a la que han sido
sometidas y de considerar la violencia contra las mujeres como un asunto del ámbito privado en el
que la justicia pública no tiene injerencia lo que ha tenido como resultado el ocultamiento y la
invisibilización de un problema que hasta nuestros días ha acarreado daños irreparables y un
importante retroceso en materia de derechos humanos y de igualdad entre hombres y mujeres.

II. DESARROLLO

1.1.Género y su concepción social

Sobre la conceptualización de género, Marcela Lagarde, antropóloga y feminista mexicana, habla


del género como una categoría del orden sociocultural, que se configura sobre la base de la
sexualidad y que se encuentra definida y significada históricamente por el orden genérico.

A partir del momento de ser nombrado, el cuerpo recibe una significación sexual que lo define
como referencia normativa inmediata para la construcción en cada sujeto de su masculinidad o de
su feminidad, y perdura como norma permanente en el desarrollo de su historia personal, que es
siempre historia social: El género es una construcción simbólica y contiene el conjunto de
atributos asignados a las personas a partir del sexo” (Lagarde, 1996).
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Así, la construcción del género establece el patrón de femineidad y masculinidad entre hombres y
mujeres, determinado de manera diferente en cada sociedad y en atención a la interpretación
personal de cada individuo; abonan a esta concepción, las particulares visiones del mundo, la
historia, las tradiciones, los prejuicios, las ideas, los valores, las normas, las interpretaciones y los
deberes de cada cultura y de cada persona, que adquieren un valor y significación diferente si se
trata de un hombre o de una mujer, luego entonces, es posible afirmar que la categoría de género
posee una perspectiva netamente etnocentrista, es decir, que es analizado con las representaciones
y parámetros propios de cada cultura; por sí mismo, el enfoque mencionado tiene como
consecuencia que cada persona crea e identifique su visión de género como la única, la legitima y
la universal.

Si bien existe una concepción universal de género, esta es alimentada en cada región, cultura y
sociedad por sus juicios y valores antiguos, por aquellos conocimientos adquiridos siglos atrás y,
en última instancia, por los acontecimientos recientes que marcan su curso de vida, lo que permite
modificaciones significativas en las visiones de género particulares que han de adaptarse a los
cambios sociales y al crecimiento y maduración personal; hombres y mujeres crean una identidad
genérica que se relaciona directamente con conceptos como la dominación y la subordinación, esta
identidad de género y el rol que la sociedad les otorga, han legitimado un orden social, marcado
por las relaciones de poder que colocan al hombre en el centro del mismo y que normalizan la
violencia ejercida en contra de las mujeres como un efecto natural de estas relaciones.

Las primeras idealizaciones sobre el género se pueden encontrar en el siglo XVII cuando François
Poulain de la Barre argumento que la desigualdad social entre unos y otros, no era el resultado de
las diferencias naturales, sino que esta residía en formulaciones aseguraban la inferioridad social
de la naturaleza femenina (en L. López, 2011).

En sentido similar, en el siglo XVIII, Juan Jacobo Rousseau consolidaba la idea de que las
diferencias entre hombres y mujeres eran una construcción social, así lo planteo en su “Discurso
sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres” al afirmar que estas
“…constituyen una impugnación radical de la desigualdad social política y económica. Pero esta
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impugnación no es asumida solamente por los varones; también las mujeres toman conciencia de
su propia situación de opresión” (en L. López, 2011).

Ya en el siglo XIX con la publicación de su libro “La Sujeción de la Mujer” John Stuart Mill se
adentró en el estudio de los mecanismos ideológicos que operaban como prejuicios y que
contribuían a la consolidación de la idea de inferioridad femenina, en el marco de una sociedad
marcada por el patriarcado (en L. López, 2011).

Destaca de manera particular lo aportado por Simone de Beauvoir, que en 1949, tras la victoria del
Movimiento Sufragista, presenta su libro “El segundo sexo” donde por primera vez se aproxima a
la conceptualización del término género al afirmar que “… No se nace mujer, se llega a serlo.
Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la
sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto al que
califica de femenino” (Beauvoir, 1969).

Incluso el propio Marx relaciona el enfoque de género con el rol de las clases sociales, al que
considera, este se encuentra asociado; habla del ciclo de vida de las mujeres a lo largo de la
historia, como estas son las encargadas del cuidado y la crianza de sus hijos, como entregan sus
mejores años a realizar la tarea de cuidados y como el embarazo y la lactancia las obligan a
permanecer en casa; en cambio los hombres, que para la edad joven adulta adquieren mayor
velocidad, fuerza física y movilidad cuentan con un margen de libertad mayor; este ciclo de vida
presente desde la prehistoria influyo inevitablemente en las tareas que a cada uno le fueron
asignadas, así, los hombres se volvieron cazadores y guerreros encargados de proporcionar
alimentos y de proteger a la comunidad, además de que contaban con un mayor tiempo libre que
les permitía desarrollar diversas habilidades especializadas; entonces la división del trabajo por
sexo tuvo sentido y se consideró a los roles masculinos y femeninos como complementarios.

Las interiorizaciones sobre esta problemática y el intento por buscarle respuesta ha venido
fundamentalmente desde la teoría feminista, cuestionando los viejos saberes establecidos como
definitivos, indagando en los paradigmas de las ciencias, para demostrar que el conocimiento se ha
producido a partir de un análisis parcial y bajo el prisma masculino sobre la sociedad que
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invisibiliza el papel de la mujer en la construcción de la realidad social, y cuando menos las


presentan en papeles subalternos (pero indispensables para el funcionamiento social), pasivas,
carentes de protagonismo transformador. Por eso la teoría feminista apunta al análisis de las
relaciones de género como un elemento esencial para comprender los mecanismos que articulan
las relaciones de poder basadas en la superioridad masculina a escala social.

1.2.Violencia de Género

Una de las críticas que la teoría feminista realiza al orden social patriarcal está centrada en
variables sociológicas esenciales como: desigualdad social, cambio social, poder, instituciones
sociales; que en las ciencias sociales se ha abordado desde una perspectiva androcéntrica. De aquí
que el resultado de sus elaboraciones haya producido contribuciones importantes a la propia
Sociología. (Hernández, 2014).

Según Marcela Lagarde el patriarcado es un orden genérico de poder, que se basa en un modo de
dominación cuyo paradigma es el hombre. Tal orden asegura la supremacía de los hombres y de lo
masculino sobre la interiorización previa de las mujeres. De acuerdo con ese dominio masculino
las mujeres se convierten en objetos ya que, en distintos grados, los hombres se sienten y actúan
como dueños que pueden someterlas, expropiar sus creaciones, sus bienes materiales y simbólicos.
El patriarcado, en esencia, cosifica a las mujeres. En ese mundo el sujeto no solo es el hombre,
sino el patriarca, los sujetos son los hombres patriarcales (Lagarde, 1996).

Fue el movimiento feminista en su denominada segunda ola, el encargado de politizar la vida


diaria y de abrir el debate sobre aquellos espacios que se consideraban fuera de la potestad del
poder, a este respecto se refiere la investigadora Mabel Campagnoli, resaltando lo siguiente: "la
politización de los cuerpos y de las sexualidades a la que contribuyó el feminismo de la década de
1970 permitió desocultar la neutralidad de lo público y evidenciar el carácter socio histórico de las
relaciones íntimas y de la construcción de las subjetividades" (Campagnoli, 2005)
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Las feministas cuestionaron la división existente entre la vida pública y la vida privada, y de qué
manera la separación de lo público y lo privado afectaba la vida de las mujeres; al cuestionar esta
separación, temas como el modelo de la familia tradicional, la problematización de la apropiación
del cuerpo de las mujeres y la violencia y malos tratos que sobre ellas se ejercían fueron por
primera vez mencionados, ya que anteriormente, se explicaban desde enfoques biologicistas,
psicológicos o individuales.

La conceptualización e investigación de la violencia, que más tarde accedió al ámbito académico,


surgió inicialmente de la preocupación de las activistas por atender a las víctimas, por evidenciar
la importancia social y política de la problematización y por generar marcos políticos y jurídicos
adecuados.

Los estudios realizados sobre violencia desde el feminismo y aquellos con perspectiva de género
consideran la violencia como un fenómeno social enmarcado por la constitución de las identidades
y las desigualdades de género, así como por la devaluación de lo femenino, resaltando el hecho de
que la violencia hacia las mujeres está complejamente imbricada en las formas de organización y
relaciones sociales que sirven de escenario a situaciones y hechos violentos específicos sufridos
por las mujeres sólo por el hecho de serlo. Por lo tanto, en lo que a la violencia de género se
refiere, fue el movimiento de mujeres el que puso en cuestión un fenómeno naturalizado por siglos
(no sólo de hecho sino también de derecho) (Otero, 2009).

Gracias a la visibilización de la violencia de género que el movimiento feminista se encargó de


realizar, el tema se ha venido presentando como una prioridad en las políticas y agendas públicas
de los Gobiernos y los Organismos Internacionales en las últimas décadas; a raíz de la emergencia
del problema y como una prioridad impostergable, a partir de la década de los 70 fueron
publicados una serie de instrumentos que abordan el problema de la violencia contra las mujeres
desde diferentes aristas.

En 1979 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre la eliminación
de todas las formas de discriminación contra la mujer, con lo que se incorporó a las mujeres a la
esfera de los derechos humanos, en dicho instrumento sólo se aborda en forma tangencial el
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problema de la violencia contra las mujeres; una de sus deficiencias es precisamente la falta de
una definición clara de la violencia de género.

En la Conferencia Mundial del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer celebrada en
Copenhague en 1980 se adoptó la resolución titulada "La mujer maltratada y la violencia en la
familia".

En el párrafo 288 de las Estrategias de Nairobi orientadas hacia el futuro para el adelanto de la
mujer del año 1985, documento emanado de la Tercera Conferencia Mundial, se contemplan
consideraciones directas relacionadas con la violencia contra las mujeres.

En 1989, el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer recomendó que los
Estados Miembros informaran sobre la violencia contra las mujeres y las medidas adoptadas a
nivel gubernamental para erradicarla.

En la reunión del grupo de expertos sobre la violencia contra la mujer realizada en 1991 se
determinó que en los instrumentos vigentes no se tomaba debidamente en consideración la
violencia de género y que no se definía específicamente este delito. A juicio del grupo, la falta de
una conceptualización clara dificultaba la aplicación efectiva de las normas internacionales sobre
derechos humanos.

En el ámbito regional, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, de conformidad


con lo dispuesto en la resolución titulada "Mujer y Violencia" emanada de la Quinta Conferencia
Regional sobre la Integración de la Mujer en el Desarrollo Económico y Social de América Latina
y el Caribe y la resolución 45/114 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, "Violencia en
el hogar", ha señalado en sus documentos y recomendaciones de políticas que el problema de la
violencia de género es uno de los obstáculos que es imprescindible superar para mejorar la
condición de la población femenina de los países y lograr un desarrollo con equidad.
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Durante los preparativos de la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de las Naciones


Unidas, realizada en Viena en junio de 1993, el movimiento de mujeres propuso que en la
Declaración Universal de Derechos Humanos se incluyeran referencias específicas a la violencia
de género y que ésta la reformulara introduciendo la perspectiva de género, que no se limita a la
situación de las mujeres sino que abarca a toda la sociedad.

En la Declaración de San José sobre los Derechos Humanos, adoptada al término de la Reunión
Regional para América Latina y el Caribe de la Conferencia Mundial de Derechos Humanos,
celebrada en enero de 1993 en Costa Rica, los gobiernos latinoamericanos y caribeños reiteraron
que el Estado debe otorgar prioridad a las acciones que contribuyan al reconocimiento de los
derechos de las mujeres, a su participación en la vida nacional en condiciones de igualdad de
oportunidades, a la erradicación de todas las formas de discriminación oculta o evidente y,
especialmente, a la eliminación de la violencia de género.

Uno de los logros alcanzados a partir de la propuestas del movimiento de mujeres de América
Latina y el Caribe fue la inclusión en la declaración final de la Conferencia de la propuesta de
designación de una Relatoría especial sobre Violencia Contra las Mujeres que se encargaría de
presentar informes sobre el estado de situación en todos los países del mundo. En noviembre de
1993, en el cuadragésimo octavo período de sesiones de las Naciones Unidas también se dispuso
la designación de dicha Relatoría.

Se propuso la adopción de dos nuevos instrumentos internacionales en los que se reconoce que
todas las formas de violencia de género constituyen violaciones a los derechos humanos: la
Declaración 48/104 de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la
Violencia contra la Mujer; La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia contra la Mujer, propuesta por la Organización de los Estados Americanos por
intermedio de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM).
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En la mencionada Declaración se reconoce la urgente necesidad de hacer extensivos a las mujeres


los derechos y principios relativos a la igualdad, seguridad, libertad, integridad y dignidad de
todos los seres humanos. En el artículo 1 se define la violencia contra la mujer "como todo acto de
violencia basado en la diferencia de género que tenga o pueda tener como resultado un daño o
sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la
coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como
privada" (Rico, 1996).

En síntesis, los avances logrados se centran fundamentalmente en dos áreas: hacer visible la
violencia contra las mujeres y las violaciones de sus derechos humanos y la consideración de sus
intereses y demandas en los instrumentos sobre protección y promoción de los derechos humanos
de las Naciones Unidas.

Existen factores culturales, legales, económicos y políticos que perpetúan esta violencia; de igual
forma, si bien todas las mujeres son o han sido víctimas de violencia en algún momento de su
vida, no todas las mujeres viven y padecen las mismas violencias porque no existe una
homogeneidad definitoria para todas, existen categorías como la raza, orientación sexual, lugar de
nacimiento, clase social entre otras que sustentan las vivencias diferenciadas de violencia para
cada mujer.

1.3. Feminicidio

La muerte violenta de mujeres se ha convertido en una problemática social a nivel mundial; Cada
día, un número más creciente de mujeres pasa a formar parte de las cifras de la violencia
feminicida y, si bien es un fenómeno internacional, existen regiones como América Latina donde
la situación ha llegado a escalas intolerables que necesitan la urgente intervención del Estado y un
reajuste en el tratamiento del problema.

El feminicidio es un crimen que visibiliza el profundo vínculo que existe entre el sistema
patriarcal y la sociedad; La comisión de un feminicidio lleva consigo una historia cargada de
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abusos, discriminación y violación de los derechos humanos de cada mujer que se ha convertido
en una víctima; el feminicidio es por excelencia la visibilización más clara de la discriminación en
contra de la mujer y del alcance que esta discriminación ha tenido.

Los feminicidios no son crímenes aleatorios, ni se dan en contextos excepcionales o


desproporcionados o en sectores específicos, por el contrario, cualquier mujer, de cualquier estrato
social puede ser víctima de un feminicidio. Es un problema de matices estructurales, políticas y
sociales, que recaen invariablemente, en las relaciones de poder, dominación y privilegio entre
hombres y mujeres.

El feminicidio no debe ser entendido como un fenómeno aparte del de la violencia contra las
mujeres, al contrario, el primero es la consecuencia natural del segundo; es posible ahondar en este
supuesto desde la perspectiva de Nelson Arteaga y Jimena Valdés, que lo exponen como la
articulación de tres procesos de recomposición, así, se ancla el primer proceso al fenómeno de
depuración de las condiciones de vida, mencionando en particular a los espacios urbanos, el citado
fenómeno ha propiciado la expansión de una economía femenina de supervivencia, que se
caracteriza por los salarios precarios y la casi nula existencia de las protecciones sociales; un
segundo proceso se da mediante la transformación del ejercicio de la sexualidad femenina que se
deriva del incremento de la capacidad de las mujeres para decidir sobre su vida, pero
particularmente sobre su cuerpo; lo anterior deriva en un tercer proceso, el desplazamiento del rol
central del hombre como referente de estabilidad económica y emocional, lo que tiene como
consecuencia una crisis en los esquemas patriarcales de género.

Luego entonces, se consolida de manera cada vez más marcada en las mujeres, una visión de lo
femenino que se centra en la construcción de su subjetividad a través del binomio sexo-
sexualidad; se da a su vez una separación en el ejercicio de la sexualidad que ya no se confina a
propósitos meramente reproductivos y la maternidad hace posible que las mujeres construyan una
nueva definición de sí mismas que dista mucho de la establecida en otras épocas, pero sobre todo,
que construyan una relación con las diversas esferas de la actividad social, diferente a la de los
hombres.
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Así, cuando las mujeres se encuentran en esta nueva situación de acción sobre sí mismas,
establecen un nuevo proceso de articulación en aquellas esferas que tradicionalmente se
encontraban separadas, como la maternidad y la vida laboral y/o afectiva; se explica este proceso
basándose en la existencia de dos culturas: una basada en la polarización de recursos y la otra
sostenida en un esfuerzo de recomposición de un conjunto de cambios socio-culturales recientes.

Esta capacidad de las mujeres para ser sujetos se ha venido consolidando en los últimos 30 años
gracias a la creciente capacidad de independizar su sexualidad de la reproducción y la maternidad.
Ello resulta fundamental, pues en las sociedades multiculturales de hoy la relación que los
individuos establecen con el cuerpo es tan central como lo fueron en su momento las relaciones de
trabajo en las sociedades industriales de mediados del siglo XX y las derivadas de la ciudadanía en
las sociedades políticas del siglo XIX. (Touraine, 2005 en Arteaga & Valdés, 2010).

Este cambio de paradigmas no ha sido fácil, como consecuencia principal y más palpable se ha
observado un proceso de resistencias visibles tanto en los hombres como en las mismas mujeres;
ambos mantienen una reticencia para aceptar que las mujeres incursionen en aquellos espacios que
anteriormente eran considerados como exclusivos masculinos; como parte de esta resistencia han
sido utilizados mecanismos violentos, cuyo objetivo es reforzar el control, la disciplina y la
autoridad sobre las mujeres. Se entiende entonces, al incremento de la violencia contra las mujeres
en diversos espacios sociales como el conducto mediante el cual los hombres buscan restablecer el
viejo orden social basado en los roles androcéntricos. Desde esta perspectiva, la violencia y el
feminicidio son el resultado de una masculinidad trastocada por la constante consolidación del
trabajo de las mujeres sobre sí mismas, el cual les permite convertirse en sujetos (Arteaga &
Valdés, 2010).

La antropóloga Marcela Lagarde y de los Ríos expone al feminicidio y su contexto social como:

“…el genocidio contra mujeres y sucede cuando las condiciones históricas


generan prácticas sociales que permiten atentados violentos contra la
integridad, la salud, las libertades y la vida de niñas y mujeres. En el
feminicidio concurren en tiempo y espacio, daños contra niñas y mujeres
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realizados por conocidos y desconocidos, por violentos, -en ocasiones


violadores-, y asesinos individuales y grupales, ocasionales o profesionales, que
conducen a la muerte cruel de algunas de las víctimas.

No todos los crímenes son concertados o realizados por asesinos seriales: los
hay seriales e individuales, algunos son cometidos por conocidos: parejas, ex
parejas parientes, novios, esposos, acompañantes, familiares, visitas, colegas y
compañeros de trabajo; también son perpetrados por desconocidos y anónimos,
y por grupos mafiosos de delincuentes ligados a modos de vida violentos y
criminales. Sin embargo, todos tienen en común que las mujeres son usables,
prescindibles, maltratables y desechables. Y, desde luego, todos coinciden en su
infinita crueldad y son, de hecho, crímenes de odio contra las mujeres. Para
que se dé el feminicidio concurren, de manera criminal, el silencio, la omisión,
la negligencia y la colusión parcial o total de autoridades encargadas de
prevenir y erradicar estos crímenes. Su ceguera de género o sus prejuicios
sexistas y misóginos sobre las mujeres.

El feminicidio se fragua en la desigualdad estructural entre mujeres y hombres,


así como en la dominación de los hombres sobre las mujeres, que tienen en la
violencia de género, un mecanismo de reproducción de la opresión de las
mujeres. De esas condiciones estructurales surgen otras condiciones culturales
como son el ambiente ideológico y social de machismo y misoginia, y de
normalización de la violencia contra las mujeres. Se suman también, ausencias
legales y de políticas democráticas con contenido de género del gobierno y de
los órganos de justicia del Estado, lo que produce impunidad y genera más
injusticia, así como condiciones de convivencia insegura, pone en riesgo su
vida y favorece el conjunto de actos violentos contra las niñas y las
mujeres.”(Lagarde, 2008).

Es posible entender el fenómeno del feminicidio como el fin de un proceso de violencia, en el que
convergen múltiples factores, entre los más importantes se encuentran el feminicida al que se le
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atribuye el pensamiento de la violencia como una forma corriente de convivencia y la víctima,


que carga con actitudes preconcebidas socialmente que la hacen proclive a padecer esta violencia,
todo ello en un entorno judicial ineficaz, que no visibiliza el problema en profundidad. Un
feminicidio es, en última instancia, el resultado de una relación que enfrenta a las personas, en
este caso a hombres y mujeres, con la realidad en la que viven y que desemboca en consecuencias
fatales para la mujer.

Existen regiones como América Latina en las que los crímenes contra las mujeres se presentan con
una frecuencia más alta, muy por encima de los crímenes promedio. México es uno de los países
que forman parte de la región latinoamericana en el que la vida de las mujeres se encuentra en un
peligro constante, el feminicidio en el país no presenta características específicas, al contrario, la
comisión de este delito se encuentra tan diversificada, que es incluso un problema para los
familiares de las víctimas el pedir justicia debido a que no todas las características del delito en su
tipificación penal encuadran con las características reales de cada crimen.

III. CONCLUSIONES

La violencia contra las mujeres, particularmente la violencia feminicida y el feminicidio son una
consecuencia directa de los cambios en los roles de género y en las estructuras sociales que
definían las relaciones entre hombres y mujeres; si en tiempos pasados el papel de la mujer era
condicionado a la esfera privada en un papel de propiedad, en la actualidad ese rol es obsoleto. Las
mujeres han conquistado espacios que anteriormente eran considerados como exclusivamente
masculinos y se han convertido en sujetos con libertad sobre sus cuerpos y su sexualidad. Este
cambio en el paradigma social atenta contra las visiones machistas y patriarcales de antaño, por lo
que se ha recurrido al uso de la violencia y la fuerza como medida de contención al cambio.

Los feminicidios pueden ser clasificados de acuerdo a sus características, estas características
permiten comprender el móvil de cada crimen y las motivaciones de los victimarios; sobre las
diferentes clasificaciones de los feminicidios es importante mencionar que todas tienen como
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factor común el odio por razones de género, es este elemento el que permite dilucidar las
diferencias entre un homicidio doloso cometido en contra de una mujer y un feminicidio.

Las cifras actuales sobre feminicidios han sufrido un aumento considerable en los últimos años, de
manera especial en la región Latinoamericana y particularmente en países como México que en
los últimos años han alcanzado un promedio de siete diarios en todo el territorio nacional; existen
estados que tienen una tendencia mucho más marcada a la comisión de este tipo de crímenes, para
efectos se podría mencionar al Estado de México, Puebla y Yucatán entre otros.

Existe un marco normativo y de derechos humanos bastante bien fundamentado a nivel


internacional, el Estado Mexicano forma parte de estos Convenios, los ha ratificado e incluso los
ha elevado a rango constitucional, sin embargo en la práctica muchos son los que se encuentran
inoperantes o deficientemente plasmados en las leyes nacionales y estatales por lo que se puede
inferir que México está incumpliendo en materia de derechos humanos de las mujeres frente a la
comunidad internacional y no será sino hasta que se ponga en operación la legislación ya
existente, que se podrá trabajar en el combate al feminicidio, tanto a nivel nacional como por
regiones, especialmente en aquellas azotadas por la violencia y la inseguridad y cuyas mujeres
resienten de manera más marcada la desigualdad de género.

Al ser un problema de raíces profundamente adentradas al sistema actual, es necesario el


replanteamiento de las conductas sociales en su totalidad, no será posible hasta entonces, acabar
de manera real con estos crímenes en contra de las mujeres; los feminicidios tienen su origen en
las marcadas desigualdades a las que se enfrentas las mujeres y en el rol privilegiado que le ha
sido otorgado a los hombres, luego entonces es necesario el fortalecimiento de las políticas
públicas que favorezcan la inclusión de la mujer en la vida social y económica; la implementación
de programas de tratamiento de las víctimas y de los agresores/maltratadores, ampliar la oferta de
los servicios públicos a las mujeres, las acciones para la prevención, la adopción de nuevas leyes
para una vida libre de violencia, las reformas al sistema judicial, las estrategias para incorporar en
la política y la educación nuevas disposiciones y medidas que conduzcas a transformar la cultura
machista y patriarcal; sensibilizar a los hombres y niños e informar y prevenir a las mujeres y
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niñas requiere de financiamiento externo que permita dar respuestas inmediatas a la situación de
vulnerabilidad de las mujeres provocada por la violencia de género.

IV. BIBLIOGRAFÍA

ARTEAGA, Nelson, VALDÉS, Jimena.: “Contextos socioculturales de los feminicidios en el


Estado de México: nuevas subjetividades femeninas”. Revista Mexicana de Sociología, No. 72,
2010.

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